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Si bien la propia autora ha sabido decir que si uno no se sale de sí mismo no puede
escribir nada, hay que decir que Emma, su protagonista, es una filósofa que trabaja en
el área de publicidad de un banco, que es seleccionada para un programa de formación
gerencial y que finalmente, deja de trabajar en el banco; y que Mundani, la autora, es
docente y comunicóloga, trabajó varios años el área de publicidad de distintos bancos,
fue seleccionada para un programa de formación gerencial y, finalmente, dejó de
trabajar en bancos.
Y si esta cuestión es relevante, porque bien podría no serlo, lo es porque de ella resulta
una proximidad tal entre autora, personaje y narrador que la novela termina por volverse
un tanto cómoda, sencilla, kitsch. Mundani no se mete con las personas que detesta y
todes les personajes que no son Emma terminan limitándose al arquetipo, a la
caricatura, al lugar común.
La convención, que se publicó el año pasado y es su primer trabajo fuera del taller, fue,
también, escrita antes: en 2008, secundada por el grupo de supervisión -como ella lo
llama- que armó con sus ex compañeras del taller.
Del cruce que leyó aquel reseñiste random, nino. Ni noticias. Porque en verdad, si bien
Emma es seleccionada para un plan de formación gerencial donde será coucheada por
Junquera, ellos, físicamente, se cruzan apenas en dos oportunidades que no llevan más
de tres páginas -sobre casi doscientas que tiene la novela. El cruce, más teórico y
conceptual, termina siendo, y hasta ahí, el de sus mundos, el de lo que representan. Y
digo hasta ahí porque al cruce no lo viven, les personajes, ni tampoco lo vivimos
nosotres, les lectores, en virtud de la cercanía ideológica entre la autora, su personaje y
el narrador que compone en la obra.
De la exigencia con la que Junquera entrena a Emma que promete la contratapa,
tampoco hay noticias. Porque el entrenamiento, en sí, no se produce nunca. Hay apenas
una entrevista, una presentación previa. Y nada más.
Uno se pregunta si les reseñistes y contratapistes leen verdaderamente los libros que,
respectivamente, reseñan y contratapean.
Para Mundani, que ve en la literatura una forma de expresar ideas y problemas que le
rondan, que la entiende como un acto comunicativo o, sobre todo, como una forma de
abordar problemáticas teóricas, la escritura es también un acto posterior a un contar, a
un narrar, a una voluntad de decir. Tal vez por eso se advierta que en su escritura las
palabras parezcan todas iguales, que ninguna tenga más peso o consistencia que las
demás y que se ordenen, todas, obedeciendo a un impulso más expositivo que estético.
De oraciones cortas, pocos espacios en blanco y pausas breves, fugaces; de una
tendencia al resumen, a la economía léxica; y de una semántica de conceptos e ideas
más que de objetos y personas, la de Mundani es una prosa más sociológica que poética,
de una tendencia más a lo general que a lo particular.
En cierto sentido, más allá de las historias que se cuentan y del ecosistema empresarial
que Mundani compone, La convención puede leerse como una novela sobre el deseo.
Todo el libro está atravesado por el deseo de ascenso, por el deseo de perjudicar al otre
y por el deseo sexual, latente en todas las interacciones.
A través de lo que le va sucediendo a Emma, la novela sugiere que, sin una determinada
presencia de esos tres deseos, sobrevivir en el mundo bancario (¿en el mundo a secas?),
se vuelve imposible.
LEANDRO DIEGO
Escritor y Periodista. Su trabajo puede leerse aquí y Monoimi, su último libro,
permanece inédito.