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Inventario de daños y omisiones

GUILLERMO VALDÉS CASTELLANOS


02.08.2017/01:45
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Ayotzinapa, Michoacán, Tamaulipas, Veracruz y ahora Tláhuac. Partidos
políticos –todos— y casi todos los gobiernos se han desentendido en lo general
del tema de la seguridad, pero muy particularmente se han hecho omisos, mudos,
sordos y ciegos (irresponsable y cínicamente) frente a la colusión de miembros
de sus partidos con delincuentes, de la captura de instituciones por parte de
organizaciones criminales, y han aplazado decisiones cuyos costos y daños son
elevadísimos:
Léase todo en miles: vidas truncadas junto con familias enlutadas (asesinatos),
privación de la libertad bajo amenaza de muerte y terribles secuelas sicológicas
de por vida en víctimas y sus familias (secuestros), pérdida del sustento diario
(asaltos en microbuses) o del patrimonio ganado a través de muchos años de
trabajo (robos en todas sus modalidades), impuestos forzados y cotidianos que
estrangulan a miles de negocios (extorsiones), desfalco de los recursos públicos
que empobrece al país entero (corrupción) y el miedo cotidiano a ser víctima
(uno mismo o algún ser querido) una y otra vez. Esta es la primera y más
relevante lista de daños que produce una vasta y poderosa delincuencia
(organizada o no) que crece como hidra por todo el país, alimentada por una
impunidad del mismo tamaño. Pero no son los únicos daños, por desgracia.
Tener una delincuencia de esas características –desbordada, violenta, en
expansión, diversificada, impune— no es gratuito. La permitimos, la dejamos
crecer. Ello es producto, en términos generales, de un fenómeno y de una
decisión equivocada (la cual provocó la segunda lista de daños). El fenómeno se
refiere a la dinámica natural de las organizaciones criminales: si no se les
contiene, éstas tienden, por naturaleza, a ser más grandes, más poderosas, más
protegidas por la corrupción, abarcando más “oportunidades de negocio”.
¿Cuál fue la decisión equivocada? Que el Estado haya pactado, tácita e
informalmente, con el narcotráfico del siglo pasado, la pax narca: mientras no
vendas drogas en México y no seas violento, te dejo operar. ¿En qué consiste la
lista de daños que provocó esa mala decisión? Uno, la expansión y
empoderamiento económico, organizativo y militar de las organizaciones del
narcotráfico, el que, una vez fragmentado, ha dado origen a los cientos de bandas
que ahora hacen todo por todos lados con una violencia inusitada.
Dos, la entrega de las instituciones de seguridad y justicia a las organizaciones
criminales que de hecho pagaban la nómina de policías, ministerios públicos,
custodios de cárceles y hasta más de algún juez. Los ciudadanos nos quedamos
indefensos. Quienes deberían protegernos han estado (¿cuántos aún estarán?)
contratados para proteger a nuestros victimarios. Poco les importó a los
arquitectos y defensores (aún los hay) de aquel pacto.
No conformes con ello y porque llevamos diez años sin reconstruir las
instituciones que les pueden poner freno, el crimen organizado ha dado nuevos
pasos en su evolución natural: apropiarse no solo de las policías, ministerios
públicos y cárceles, sino también de las alcaldías, gubernaturas, diputaciones,
etcétera. Objetivo: legitimar y normalizar el imperio del crimen organizado, es
decir que los nuevos jefes (los capos y sicarios) y sus reglas de juego (plata o
plomo y libertad de expolio) sean aceptados como el nuevo orden social y
político, ya que estará recubierto de cierta legitimidad democrática, como la que
dio el alcalde de Iguala hace tres años y ahora da el delegado de Tláhuac, que
dice no saber nada de nada.
En menos de un año se elegirán miles de puestos de representación popular.
¿Algún partido, algún funcionario de algún gobierno está ocupado en pensar algo
para que no avance la captura de la política por parte del crimen organizado? ¿O
siguen, cínicamente instalados, en la sordera y la ceguera? ¿Les importarán las
consecuencias y daños de su inminente omisión?

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