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CARTA A LOS FILIPENSES

JOACHIM GNILKA

Introducción

EL MUNDO DEL PRISIONERO PABLO

1. El apóstol Pablo sentía un afecto especialmente cordial por la comunidad de Filipos, a la


que va dirigida nuestra carta. Los motivos pudieron ser varios: en primer lugar, los filipenses se
distinguieron desde el principio por su obediencia y fidelidad al Apóstol. Pero que no se
interprete mal esta afirmación, como si Pablo hubiera confundido su probidad con su lealtad
hacia él. Debe tenerse en cuenta la situación de la comunidad. Llamada a la vida por el Apóstol,
se vio muy pronto reducida a sus propios medios, en el seno de un entorno pagano. El Apóstol
continuó su viaje, buscando nuevas ciudades y ganando para Cristo nuevos hombres. Se sometía,
pues, a los filipenses a una prueba total, a una apuesta muy subida, en la que se trataba de ser o
no ser. La palabra sembrada en su suelo ¿sería capaz de echar raíces y permanecer, o acabaría por
sucumbir, sofocada por la maleza de las multiformes opiniones religiosas y de los más diversos
cuidados? Los filipenses no sólo supieron salir airosos de la prueba, sino que comprendieron
además claramente que, después de haber sido ganados a la fe del Evangelio, debían trabajar a su
vez en favor de este Evangelio. Una comunidad sólo se salva de la languidez, de la decadencia y
de la extinción si es vital y activa.
Pero se daba, además, otra característica constante en los filipenses. Ellos constituían la
primera comunidad paulina en suelo europeo. De hecho, antes que ellos sólo hubo otra
comunidad cristiana en Europa: la de Roma. En su segundo viaje misional, Pablo, acompañado
de Silas y Timoteo, pasó de Asia Menor a Macedonia. Hasta entonces, sólo había misionado en
Asia (cf. Act 13-14), aunque es muy probable que ya desde el primer momento acariciara el
deseo de penetrar en el mundo griego con el mensaje de Cristo. La misión de Filipos se saldó
con un fracaso, y Pablo y sus compañeros tuvieron que partir de allí precipitadamente. Las
autoridades ciudadanas procedieron contra ellos y los expulsaron de la ciudad (Act 16,11ss; lTes
2,2). Pablo sabía demasiado bien que la nueva comunidad estaba aún necesitada de especiales
cuidados. Por eso se sentía tan agradecido al comprobar que su actuación no había sido inútil,
sino que había producido copiosos frutos.

2. En toda carta es importante tener una idea aproximada de la situación en que se


encuentra el remitente. En efecto, la situación tiñe con su propio colorido las manifestaciones,
los proyectos y las esperanzas. Cuando Pablo escribió la carta a los Filipenses, estaba preso.
Habla con frecuencia de sus cadenas y se enfrenta con la posibilidad de ser condenado a muerte.
Nos hallamos, pues, ante una de las llamadas cartas de la cautividad. En ella se nos abre con una
especial intimidad el alma de Pablo, sus anhelos, sus deseos y, sobre todo, su fe. Y esto es lo que
hace que esta carta sea tan valiosa para nosotros.
Ha sido calificada como la más personal de todas las cartas paulinas. Al leer estas líneas
nunca debe perderse de vista la lastimosa situación del Apóstol. Las cárceles del mundo antiguo
no eran precisamente demasiado humanitarias, la alimentación era miserable. Teniendo esto en
cuenta, cabría esperar propiamente que en la carta hubiera una serie de quejas sobre los hombres,
sobre la inseguridad del futuro, sobre la falta de libertad de la situación. Pero no hay nada de
esto. El autor de la carta entiende perfectamente su suerte desde la base de su fe cristiana y no se
contenta con superarla, sino que la convierte en un magnífico testimonio de fe. Se despliega ante
nosotros la magnitud del esclavo de Cristo; pero una magnitud y una grandeza que no está lejos
de nosotros, como algo inalcanzable, sino dentro de un contexto humano, como algo real,
comprensible e imitable. Los que tienen que sufrir, los que están sometidos a prueba por causa
de la fe, encontrarán en el Apóstol doliente una digna norma de la fe.
Debemos localizar el lugar de prisión de Pablo, desde donde fue escrita esta carta, en
Éfeso, la metrópoli de Asia Menor a orillas del Mar mediterráneo. Sólo ocho días de viaje
separaban esta ciudad y Filipos (1).

3. ¿Qué objetivo se propone la carta? En primer lugar, quiere informar sobre la situación
en que Pablo se encuentra. Pero sus pensamientos se dirigen a la comunidad, de tal suerte que
considera su destino personal desde ella. En esta reflexión comunitaria, que absorbe su situación
personal, se pone de manifiesto la sinceridad y lealtad de su actividad apostólica, pastoral y
misionera. Tiene que contar con la eventualidad de que no volverá a ver a los filipenses. Por lo
mismo, debe preocuparse por su futuro. La edificación de la comunidad, su puesto en el mundo,
su salvación, constituyen la orientación y el interés pastoral básico de esta carta. Al mantenerse
en un plano tan genérico, la carta puede servir perfectamente de lectura en toda época y para toda
comunidad. Pablo también traza planes para el futuro. Pero están llenos de incertidumbre.
...............
1. La antigua opinión, según la cual Pablo escribió la carta a los Filipenses desde una
cárcel de Roma pierde crédito de día en día.
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SALUTACIÓN
1/01-02

1 Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús, que hay en
Filipos, juntamente con los obispos y diáconos: 2 gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro
Padre y del Señor Jesucristo.

Las cartas del Apóstol están llenas de autoridad y responsabilidad. Pablo se sentía
responsable de sus comunidades. Ante los filipenses se presenta no como apóstol (Cf Rom 1,1;
1Cor 1,1; 2Cor 1,1; Gál 1,1; Ef 1,1; Col 1,1), sino como siervo, como esclavo de Cristo Jesús
(Cf.Rm 1,1;2Co 4,5; Ga 1,10); no recurre a un título honroso que le sitúa por encima de la
comunidad y de sus propios colaboradores, sino que se coloca en la misma línea que su auxiliar
Timoteo. La esclavitud era un fenómeno absolutamente normal y conocido de todos en aquella
época, un hecho sociológico cotidiano. No pocos de los destinatarios de la carta pudieron ser
esclavos. Todo esclavo tiene un señor. Pablo se sabe esclavo del Kyrios (Señor) Jesucristo. Y
así, el título de esclavo se ve despojado de su matiz despectivo, de segundo rango. Pero hay algo
sorprendente. Pablo se ha entregado enteramente a Jesucristo como a su Señor, de tal suerte que
ahora es su siervo y esclavo.
Lo mismo puede decirse de Timoteo. Y desde aquí se ve claramente que, a los ojos del
Apóstol, el nombre de esclavo es un título de gloria. No todos lo tienen, sino solo aquellos
creyentes que han recibido la tarea y la responsabilidad del trabajo misionero. Los demás son
«santos». También esto resulta sorprendente. Con todo, tal afirmación no quiere decir que hayan
vencido ya total y enteramente los pecados en su propia vida y que no exista ya el mal entre
ellos. La realidad queda bien centrada con la adición de que son santos en Cristo Jesús. La
santidad no les adviene por méritos propios, sino que la ha realizado Cristo, de tal modo que
ahora pueden ser llamados santos. Cristo les ha atraído a sí. Ahora le pertenecen a él. Por el
bautismo y la fe han sido santificados. Y esta pertenencia a Cristo obliga. Ellos, los santos, están
obligados a ser santos. El cristiano se ve siempre enfrentado a la exigencia a ser mejor, a
convertirse en lo que es.
En la comunidad de Filipos hay «obispos y diáconos» (1). Pablo les saluda expresamente.
Seguramente se refiere a aquellos que han tomado sobre sí la responsabilidad espiritual de los
demás. Comienza a estructurarse el oficio ministerial. Debemos pensar que, mientras vivía y
trabajaba, el Apóstol llevaba la responsabilidad plena de sus propias comunidades. Pero debía
preocuparse también por el futuro, cuando ya no viviera con ellos, y también por los lapsos de
tiempo en que, debido a sus viajes misioneros, estaba ausente y trabajaba en otras partes. El
doble nivel jerárquico de «obispos y diáconos» actúa colegialmente. Son varios, unidos en una
perspectiva fraternal. De la palabra empleada por Pablo, episkopos, deriva el vocablo moderno
obispo (2). Un saludo litúrgico pone fin al encabezamiento de la carta. Con él saluda Pablo a la
comunidad. Debe escuchar y aceptar sus palabras con la paz y la gracia de Dios y de Cristo.
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1. En las cartas pastorales, los obispos (episkopoi) y diáconos aparecen como una institución que ya se ha
impuesto: 1Tim 3,2; Tit 1,7; 1Tim 3,8ss; junto a ellos se desarrolla en las comunidades el estado de los
presbíteros: 1Tim 5,17ss; Tit 1,5. Cf. Act 20,17 y 28, donde se emplean indistintamente los nombres de
obispos y presbíteros .
2. Cf. el artículo Obispo en H . HAAG, Diccionario de la Biblia, Herder, Barcelona 4, 1967. Nota del traductor.
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Parte primera

PABLO Y LA COMUNIDAD 1,3-26

1. ACCIÓN DE GRACIAS POR LOS FILIPENSES (1/03-08).

3 Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, 4 y siempre, cuando hago
la oración, todas mis súplicas por todos vosotros son hechas con gozo, 5 por vuestra contribución
a la causa del Evangelio, desde el primer día hasta ahora, 6 teniendo esta confianza: que el que
empezó en vosotros la obra buena, la llevará a su término hasta el día de Cristo Jesús. 7 En
efecto, justo es que yo tenga estos sentimientos con respecto a todos vosotros, porque os tengo
en mi corazón, partícipes como sois todos vosotros de mi gracia, tanto en mis cadenas como en
la defensa y consolidación del Evangelio. 8 Pues Dios me es testigo de cuántos deseos tengo, en
las entrañas de Cristo Jesús, de estar con todos vosotros.

Pablo se presenta ante la comunidad en actitud orante. Su corazón está lleno de gratitud
cuando recuerda a los filipenses. Sabía a la comunidad puesta bajo la custodia divina, pero los
sigue recomendando aún a este Dios protector. La cura de almas es también asunto de oración:
más aún, es primeramente un asunto de oración y falla con toda seguridad cuando no está
fundamentada en la oración del pastor. Esta actitud describe la breve palabra «siempre». La
oración incesante no puede ser entendida en modo alguno de un modo estrictamente literal, sino
como un actitud de oración orientada a Dios, que debe determinar y definir la vida del cristiano.
La actitud de Pablo frente a Dios está concebida de manera personal, habla de «mi Dios». Pero
no se aprovecha de esta relación personal con Dios que ha conseguido, ni hace mal uso de ella,
sino que, por el contrario, toma de aquí ocasión y posibilidad para expresar su agradecimiento.
Quien sabe dar gracias, quien siente la gratitud como lo necesario y lo primero, merece ser
llamado grande. ¡El prisionero Pablo da gracias!
Junto a la gratitud aparece el gozo (1). Este gozo del hombre privado de libertad no puede
beberse en fuentes naturaleza. Brota de Dios y llega hasta Pablo cuando piensa en los filipenses,
en todos ellos. A nadie se excluye. La distancia espacial, el recuerdo vivido y la nostalgia de la
separación hacen brotar del corazón del Apóstol la conciencia de estar obligado a cada uno de
ellos. Los conoce a todos personalmente y de todos conserva el recuerdo. Y así, por todos y cada
uno puede orar. La comunidad no debería ser demasiado numerosa. El cuño personal de la
oración se extiende a los componentes de la comunidad. Pablo los coloca a todos,
renovadamente, delante de su Dios.
Pero no se trata sólo de que ellos estén unidos al Apóstol. Se trata de que estén unidos al
Evangelio. Este Evangelio es una fuerza viva. Todavía no ha cristalizado en un libro, sino que es
la palabra vivificante de la predicación. La Escritura que admitimos y confesamos debe ser
constantemente suscitada, convertida en lenguaje mediante la palabra. Ya antes de la
codificación escrita del Evangelio ha estructurado el Apóstol su Evangelio, ha fundado y
edificado con su fuerza varias comunidades. También los filipenses deben a esta palabra su
existencia como creyentes. Pero su participación en el Evangelio va más lejos. Deben empeñarse
en la predicación de la fe. No eran sólo hombres abiertos y receptivos, eran también
dispensadores. Y esto era así desde el principio. Su apertura, por la que Pablo da gracias a Dios,
consistía en que habían comprendido la conexión íntima que se apoya en la fuerza espiritual de
la palabra, según la cual ésta debe ser de nuevo transmitida, y que justamente en esta transmisión
demuestra toda su eficacia.
Una mirada retropectiva, que equivale a un balance de cuentas, infunde al Apóstol
confianza. Una confianza que surge como resultado de la oración y que está orientada a Dios.
Pablo ha empeñado siempre toda su energía, su tiempo y toda su persona en la predicación del
Evangelio y en la edificación de las comunidades. Su actividad y agilidad podrían crear la
impresión, vistas desde fuera, de que se había propuesto hacer muchas cosas y, más aún, hacerlas
todas por sí mismo. La realidad es completamente distinta. Su incansable actividad procedía del
convencimiento de que es Dios quien empieza y acaba. Pablo llama al trabajo de la predicación,
a la edificación de la comunidad, una obra. Pero no la considera como suya, sino como la obra
de Dios y de Cristo (Cf. Rm 14,20; 1Co 3,13ss; 9,1; 16,10; Flp 2,30). Lo que él hace es un
trabajo auxiliar, bajo la acción de otro más alto. De aquí deriva su confianza, aun en el caso de
que se viera precisado a interrumpir imprevista y súbitamente su tarea. Toda obra humana deja
tras sí, normalmente, la impresión de cosa fragmentaria e inacabada, sobre todo cuando quedan
sin realizar muchos planes, cuando muchos proyectos apenas si han sido esbozados, sin que
fuera posible llevarlos a cumplimiento. Es Dios quien marca los límites y señala los caminos.
Pablo confía en que Dios lo completará. Y lo que se comenzó en Filipos, fue hecho por Dios.
Pablo se atiene, ante todo, a esta suprema idea. Habla a los filipenses como un padre a sus hijos.
Como un padre lleva en el corazón a sus hijos, así Pablo a sus amadas comunidades. Pero,
finalmente, tiene que decir una palabra sobre su cautiverio, del que no se había preocupado hasta
ahora, pues su persona y sus intereses personales quedaban muy en segundo plano frente a los
intereses de la comunidad. Y si ahora menciona como en un inciso sus cadenas, lo hace
refiriéndolas significativamente tanto a la comunidad como al Evangelio. Las cadenas, que
indican su cautividad, no son vergüenza, irritación, carga o intranquilidad. Son gracia. Le
parecen a Pablo casi como una cosa santa. Y como tales deben ser aceptadas por los filipenses.
Pero ya lo han hecho así. Ya han dado a entender que han comprendido el sentido íntimo y
propio de su prisión y de su aparente vergüenza. Por eso son partícipes de su gracia. El destino
del Apóstol está encadenado al Evangelio. El que tropieza en el uno, tropieza en el otro. Con el
Apóstol está también en cadenas el Evangelio y con su defensa se defiende también y se
fortalece el Evangelio. No se trata de su persona. Como en un diálogo con Dios, les protesta su
amor, una vez más a todos ellos. La sinceridad de sus relaciones con cada uno de ellos debe
quedar bien patente y asegurada ante Dios. Entra aquí un pastor de almas en áspero juicio
consigo mismo, pero Pablo tiene una conciencia clara y limpia. Amor era el único afecto que le
dominaba cuando pensaba en ellos. Habría que intentar imaginarse bien los elementos concretos
de que se componía la comunidad de Filipos: ricos y pobres, viejos y jóvenes, sanos y enfermos,
hombres, en fin, como nosotros, con todas las debilidades y miserias humanas. Pudiera parecer
exagerado y hasta humanamente imposible que Pablo creyera profesar a todos ellos idéntico
afecto. De hecho, ésta era la realidad. En el Apóstol habla y obra otro, el mismo Cristo Jesús. A
través de él obra y ama, quiere amar y obrar, Cristo Jesús. En este pasaje se da a conocer el
punto nuclear de la existencia cristiana, incomprensible, antinatural e irritante para la razón pura,
pero punto central del sentido de la vida para el creyente.
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1. El gozo o alegría debe enumerarse como una de las características de la carta: 1,18.25; 2,2.17s.28s; 3,1; 4,1.4.10.
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2. PABLO ORA POR LOS FILIPENSES


(1/09-11).

9 Y ésta es mi oración: que vuestro amor todavía abunde más y más en conocimiento
perfecto y en toda sensibilidad, 10 hasta que lleguéis a discernir los valores de las cosas, para
que así seáis puros e irreprochables para el día de Cristo, 11 llenos del fruto de justicia que se
obtiene por medio de Cristo, para gloria y alabanza de Dios.

A la acción de gracias sigue la intercesión. Esta es la recta continuación en las posturas


que el hombre debe adoptar en su oración ante Dios. Lo que Pablo pide para la comunidad es el
amor. Un amor que debe crecer, porque siempre es capaz de crecimiento. La comunidad
cristiana debe ser una comunión en la que todos están unidos entre sí por el amor. Pero también
hacia fuera debe ser este amor activo. Ciertamente se puede hablar del amor y del afecto en un
sentido muy diverso y aun poco amable. Puede asaltarle a uno, en momentos aislados, un
dichoso sentimiento feliz de abrazar a toda la humanidad, a millones de hombres, pero ¿qué
prueba esto? El amor puede degenerar en disimulado y adornado egoísmo a dos, a cuatro o a
unas decenas de personas. Se ha menester una inspección crítica que destruya toda ilusión. El
amor debe ser clarividente. No es, pues, el amor un torbellino que pasa sino, para los cristianos,
una postura que debe mantenerse constante y en la que él mismo debe persistir. El amor se
conserva y se acredita en las minucias en las cosas cotidianas, en los encuentros, doquiera se
puede chocar con otro. Y por eso debe ir asociado a la sensibilidad, a la finura y delicadeza de
sentimientos.
La oración de Pablo se convierte en exhortación, en paraclesis. No se dan instrucciones
concretas, sino que se expone un principio que lo abarca todo: «Ama y haz lo que quieras», dirá
más tarde el doctor de la Iglesia, Agustín. Si se quisiera equiparar la opinión del Apóstol a esta
sentencia, se podría resumir: Ama y haz lo que juzgues oportuno. Este discernimiento se aplica a
los hechos concretos, pues cada cosa va ligada a su momento, y dejar escapar una oportunidad
puede constituir una falta.
Toda exigencia moral de Pablo tiene algo de acuciante, pues se orienta hacia el día-de-
Cristo (1). Las comunidades paulinas vivían en la conciencia de que el final del tiempo y de la
historia estaba para irrumpir, y se preparaban para este punto final del tiempo. La panorámica del
mundo ha cambiado desde entonces, pero esta urgencia temporal, puesta, dentro de ciertos
límites, a nuestra disposición, no ha perdido su eficacia, sino que permanece y más bien se
acrecienta frente a las crisis mundiales. El día de Cristo significa liberación, salvación, siempre y
definitivamente. Y todas estas cosas siguen faltando. Somos conscientes de ello. No nos las
podemos dar por nosotros mismos y el decurso de los siglos que ya han desfilado o que se inicia
ahora nos las escatima. Y así, la comunidad cristiana actual, no menos que la de aquel tiempo,
está en camino y pendiente hacia el «día».
Hay una hora de prueba en la presencia de Dios, una hora que nos quiere ver puros e
irreprochables. Pero, una vez más, es decisivo no dejarla pasar en vano, porque el fruto de
justicia, que debemos llevar con nosotros, debe ser el que nos justifique. No lo conseguimos por
nosotros mismos; ni siquiera el impulso procede de nuestra propia cosecha; el fruto viene por
Jesucristo. Pero debemos prestarnos a su impulso. Pues en Cristo nos hemos hecho dignos de
alabar y glorificar a Dios. El día por el que anhelamos lo pondrá de manifiesto.
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1. El día del Señor (ICor 5,5; ITes 5,2), de nuestro Señor Jesucristo (ICor 1,8), de nuestro Señor Jesús (2Cor 1,14), de
Cristo (Flp 1,10; 2,16) o simplemente «el día» (ICor 3,13), ocupa un puesto importante en la paraklesis paulina.
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3. LA SITUACIÓN DEL EVANGELIO


(1/12-18a)

12 Quiero que sepáis, hermanos, que mi situación ha redundado más bien en progreso del
Evangelio, 13 hasta tal punto, que en todo el pretorio y entre los demás se han manifestado mis
cadenas en Cristo, 14 y la mayor parte de los hermanos, cobrando confianza en el Señor a causa
de mis cadenas, han redoblado su audacia para predicar sin miedo la palabra de Dios. 15
Algunos, es cierto, proclaman a Cristo por envidia y rivalidad; pero otros, con buenos
sentimientos. 16 Éstos lo hacen por amor, sabiendo que estoy puesto para defensa del Evangelio;
17 los de la rebeldía, anuncian a Cristo, no noblemente, creyendo que suscitan tribulación a mis
cadenas. 18a Pero ¿qué importa? En todo caso, como quiera que sea, por hipocresía o por
sinceridad, Cristo es anunciado, y de esto me alegro.

Pablo escribe desde la cárcel. Los filipenses lo sabían. Debemos tenerlo bien en cuenta. El
Apóstol se refiere ahora a sí mismo, o más exactamente: al referirse a sí mismo, se refiere al
Evangelio. Su situación pudo causar la siguiente impresión externa: su actividad misionera en el
espacio de Asia Menor, con su centro de gravedad en Éfeso, fue súbitamente interrumpida con
su encarcelamiento. Y al parecer, sin esperanza. La causa del Evangelio parecía haber
experimentado una catástrofe. Surgió la pregunta en la comunidad. ¿Cómo continuar -si es que
se continúa- adelante? De aquí la respuesta consoladora desde la prisión: contra toda esperanza,
el Evangelio progresó, dentro y fuera, en el círculo del Apóstol y en la comunidad de la ciudad
donde estaba encarcelado, en Éfeso.
Esta noticia tiene muchos puntos oscuros para nosotros. Desconocemos la situación. Pablo
la interpreta a la luz de la fe. Así, habla de una manifestación de sus cadenas. Éstas santificadas,
se ha convertido en objeto de una revelación. También como prisionero tiene el Apóstol de
Cristo una tarea sumamente importante que cumplir. Se halla siempre apremiado por encargo de
su misión, aunque sus manos estén atadas. Hay siempre un espacio para actuar, una ocasión de
dar testimonio. Ya lo hizo así, con grandioso estilo, en una época anterior, y probablemente
alude ahora a una discusión pública ante el tribunal, en el pretorio (1). No sabemos cuál fue,
respecto de su persona, el resultado de su actuación ante las autoridades de la ciudad. No lo
juzga tan importante como para consignarlo por escrito o bien pudo ocurrir que encomendara al
portador de la carta que se lo comunicara de viva voz. Lo único importante es que Cristo se
manifestó por sus cadenas, sus cadenas en Cristo. Y este hecho lleva ya su propia dinámica.
Pablo lo sabe. La palabra que pronunció allí ante sus jueces y ante todo el auditorio se extenderá
y dilatará más, superando las limitaciones de tiempo y de espacio en que fue pronunciada. Pero
la actuación del Apóstol tuvo también consecuencias hacia fuera. La comunidad local debió
sentir en sí misma el encarcelamiento del Apóstol. Con este acontecimiento, la predicación se
había convertido en un asunto peligroso. Acaso lo advirtieron entonces por primera vez de
manera tan palpable. Las consecuencias fueron abatimiento, miedo, tristeza, desánimo. Pero la
valerosa conducta de Pablo en el pretorio, que no les pudo pasar inadvertida, y de cuyas noticias
debían estar pendientes, provocó un cambio radical. El valor se reafirma, una confesión provoca
la otra. La mayor parte de los hermanos se sintió alentada y estimulada por su testimonio y se
atrevieron a reanudar de nuevo la predicación, con todos sus riesgos.
Ahora bien, el Apóstol no se manifiesta satisfecho de todos los predicadores. Hay quien
predica por motivos nobles y aun rastreros. Pablo no es una especie de frío político realista, para
quien sólo cuentan los resultados. Tampoco se avergüenza de llamar a las cosas por su nombre.
Lo vergonzoso para una comunidad y para la Iglesia es que se corra un velo sobre sus nocivas
circunstancias o que incluso se ignoren totalmente. Cuanto menos combatido, con mayor
seguridad puede propagarse el mal. La envidia y las rivalidades han destruido la armonía que era
exigible a los predicadores en Éfeso. Cristo es predicado con falsas intenciones segundas. Las
características están bien señaladas, aunque se echa de menos una motivación. Sólo prosiguiendo
la lectura se llega a saber que Pablo se halla situado en medio de la refriega. En su persona, en
sus cadenas se dividen los espíritus. Su prisión ha puesto al descubierto la rectitud o la
discutibilidad de las intenciones.
La existencia cristiana necesita la hora de la amenaza y del peligro para conocerse a sí
misma. Una cristiandad a cubierto puede languidecer rápidamente. La paz no debe convertirse en
perezosa holganza. La autenticidad se muestra cuando se dice sí al sufrimiento, a las desventajas,
a las pérdidas, en virtud de la más alta mirada de la fe, cuando se sabe dar sentido a todo ello.
Tras los sufrimientos de Pablo se esconde un designio divino. Dios le ha destinado a la defensa
del Evangelio. Así ve él las cosas y con él una parte de la comunidad de Éfeso. Pero hay otros
que niegan este sentido interior a sus cadenas. Quieren hacer de ellas algo intolerable para un
Apóstol.
Ésta es la tentación de Pablo. Es, sin duda, grande, pero está también a la altura de la
grandeza del Apóstol. No es el tener que padecer, pasar hambre, aguantar, tener frío o sufrir
insultos lo que le inquieta. Sabe su destino. Lo que le llega hasta lo vivo a un creyente -a un
creyente como él- es que se le discuta por su destino. Lo hicieron por pusilanimidad. Alejándose
del encarcelado se creían más a seguro. Enfrentarse con el sentido, sometido a discusión, de una
situación calamitosa, ésta es la tentación de las cadenas. Pero la alegría que irrumpe al final de
las reflexiones, testifica que Pablo no se ha dejado engañar en modo alguno. Lo que a los ojos de
algunos es escándalo y necedad, lo valora Pablo como un medio de revelarse Cristo, dispuesto
así por Dios.
Pero incluso estos contradictores son expresamente incorporados a la alegría del Apóstol,
pues, a pesar de todo, predican a Cristo. La magnanimidad que aquí aflora no debe ser calificada
de tolerancia. No se trata de gentes que hayan difundido un error (2). Pablo puede emitir este
juicio porque distingue cuidadosamente entre sus circunstancias personales, o las cosas que
podrían ser consideradas como concernientes a su persona y que fueron tenidas como tales por
sus enemigos, y aquella otra cosa que únicamente le interesaba. Nunca se insistirá bastante en la
mesura de esta delimitación. Es de una objetividad suprema, pero no desapasionada, sino
acompañada de sentimiento. Desde la base de este sentimiento mana la alegría, no, naturalmente,
por lo malo, sino por lo bueno que este sentimiento es capaz de descubrir, incluso en una
actuación pervertida y hostil.
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1. También en los relatos de la pasión de los Evangelios se menciona un pretorio, y tanto en ellos como en nuestra carta
se refiere a la residencia del gobernador romano de la provincia (Mt 27,27; Mc 15,16; Jn 18,28.33; 19,9). No hay, por tanto, razón
alguna para afirmar que la mención del pretorio en el que se encuentra Pablo deba aludir necesariamente a Roma.
2. Contra los errores y los que los enseñan se pronuncia Pablo con toda energía. Cf. Flp 3,2ss.
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4. EN VIDA O EN MUERTE
(1,18b-24).

18b Y me seguiré alegrando. 19 Pues yo sé que esto redundará en salvación mía, por causa
de vuestra oración y por la asistencia del Espíritu de Jesucristo, 20 según mi ávida expectación y
mi esperanza de que en nada seré defraudado, sino que, con toda valentía, ahora como siempre,
Cristo será públicamente magnificado en mi cuerpo, ya sea mediante la vida, ya sea mediante la
muerte. 21 Pues para mí, el vivir es Cristo, y el morir, una ganancia. 22 Pero si el vivir en carne
esto me supone una actividad fructuosa, yo no sé qué escoger. 23 Me encuentro en esta
alternativa: por una parte, aspiro a irme y estar con Cristo, lo que sin duda sería lo mejor; 24
pero, por otra parte, creo que permanecer en la carne es más necesario para vuestro bien.
El tenor de la alegría ofrece la transición. Como ahora, también en el futuro esta alegría
será la fuerza oculta determinante. Respecto de su futuro personal, del que comienza a hablar
ahora el Apóstol, no siente ningún temor. Cree en su salvación. Viste esta seguridad con las
palabras de Job: «Esto redundará en liberación mía» (1). De hecho, el Apóstol tiene un buen
motivo para compararse con el paciente Job. Pero su tesitura frente al futuro se percibe con
mayor claridad cuando se sabe qué entiende por salvación. Podría creerse fácilmente que se
refiere a la liberación de su vida de la prisión y del hacha del verdugo. Pero no es esto lo que
piensa Pablo, como lo dan a entender inequívocamente las frases que siguen. Aquí salvación
equivale a salvación definitiva (2). Y
de ésta no duda. También un Apóstol está sometido a tentación. Sí, pero puesto a prueba,
confía en dos cosas: en la oración de la comunidad y en la ayuda del Espíritu del Señor. La
comunidad debe orar por sus pastores. Esto es mucho mejor que criticarlos. La auténtica unidad
entre ellos es causada por la acción del Espíritu.
La actividad total, la vida, las luchas y sufrimientos de Pablo estaban y están orientados a
Cristo. Ha puesto toda su existencia, su ser somático y corporal al servicio del Señor, de tal
suerte que su mismo cuerpo podía ser lugar de la epifanía de Cristo al mundo. Y así ha de seguir
siendo en todo tiempo y en cualquier oportunidad que el futuro ponga a su disposición. Hasta
dónde se extienda y en qué consistirá es algo que no puede predecir, pero el campo de tensión de
las esperanzas viene determinado por la alternativa: en vida o en muerte. En ambos casos, debe
darse lo que se dio siempre, que la glorificación de Cristo se haga visible en el Apóstol. Si se le
ha destinado a vivir, esta glorificación seguirá dándose, como hasta ahora, en las obras del
Apóstol, en las que trabaja, vence y sufre. Si debe morir, entonces se asemejará enteramente a su
Señor, y tendrá ocasión de hacer visible al mundo la pasión de Cristo. Ésta es la disposición de
Pablo a seguir a Cristo hasta el final. Pero es Cristo mismo quien debe llevarle. Y no le faltará,
no le dejará frustrado. J/V: Las posibilidades de vida y muerte ponen ante los ojos del Apóstol las
preguntas fundamentales de la existencia humana: ¿qué es la vida? ¿qué es la muerte? Frente a la
muerte, nos ofrece una respuesta que da testimonio de la magnitud de su fe cristiana y de su
amor a Cristo. La vida es Cristo. No se sabe quién es el sujeto de esta frase y quién es el objeto,
si se ha de decir que Cristo es la vida o que la vida es Cristo. Tanta es la conexión entre Cristo y
vida. Y se trata de una conexión excluyente y definitiva: sólo donde está Cristo está la vida. De
aquí se sigue como consecuencia que el morir es ganancia. En qué consista esta ganancia no lo
dice Pablo hasta las líneas siguientes, pero ya ahora es claro que la palabra vida sobrepasa aquí
las dimensiones terrenas. La posesión de la vida en que se piensa no está ligada a la tierra, de tal
modo que sólo muriendo se llega a la posesión auténtica.
¿Es Pablo un iluso, un exaltado? ¿Se arroja en brazos de la muerte? ¿Quiere huir de la vida
terrena porque le resulta insoportable? De ninguna manera. Tenía ante los ojos, como alternativa
equivalente, en orden a la glorificación de Cristo, que tenía encomendada, la vida y la muerte.
Una vez más se declara expresamente partidario de la vida «en carne». Si se le reserva para este
destino de vida, lo acepta obedientemente. Su obra no ha concluido aún. Si se le reserva para
seguir viviendo, tiene así una oportunidad, bien recibida, para llevar adelante la obra
encomendada de producir frutos para Cristo. Se le coloca así ante una decisión personal. La
elección es difícil. Y por eso la rehuye. Pero ¿es realmente cosa suya decidir el sendero por el
que debe caminar? En espíritu de oración Pablo traspasa la situación exterior humana y se sitúa
ante Dios, ante cuya presencia quisiera decidir. Los jueces romanos, revestidos de poder y
dignidad, son marionetas en manos de aquel a quien Pablo llama su Dios.
Tener una visión clara de sí mismo ante Dios no es fácil tarea. El deseo personal se
enfrenta con la necesidad objetiva. Ambas cosas le importan. Su inquietud interior rompe las
líneas. La muerte es ganancia, acabamos de oír. Y encarece la afirmación: es, sin duda, lo mejor
romper las ataduras y emprender el gran viaje (3). Pablo sabe su meta: la comunión con Cristo,
estar con Cristo. Concebía la existencia cristiana y la realizaba como existencia en Cristo. La
comunión con Cristo es, en su predicación, la raíz de la vida creyente en este tiempo del mundo.
En las fronteras de la muerte medita sobre la muerte. Sólo raras veces toca este tema.
Frente a la esperanza del día de la parusía, las sentencias sobre la muerte ocupan un segundo
plano. Lo cual no significa que, frente a la brevedad del tiempo, haya querido pasar por encima
de ella, o que no la haya tenido en cuenta. La muerte no diluirá la existencia humana en un ser en
sombras en el mundo subterráneo, como ocurría en la expectativa veterotestamentaria (4). Los
muertos no deben esperar hasta el último día para ser llamados a la vida. La comunión con
Cristo, que adquirió en su vida por la fe, no será rota al pasar por las ondas de la muerte. sino que
experimentará una dichosa intensificación. Pablo rehuye todo género de concreción de la frase.
Deja el ser de más allá de las fronteras de la vida terrena en lo inefable y se contenta con
prometer que será un ser con Cristo. Y. con todo, ya nos dice bastante. En la fe resuelve el
problema de la muerte y da así la única respuesta auténtica posible.
Si, por un lado, ha liberado de este modo su nostalgia interna y nos ha permitido
contemplar su amor a Cristo, le toca ahora adoptar la resolución definitiva: dado que la
comunidad todavía le necesita, debe quedarse. No es que, al hablar así, se creyera insustituible.
Podría creerse semejante cosa de él si hubiera fundado su afirmación de querer permanecer en
sus cualidades personales. Pero no juzga las cosas desde sí mismo, sino en la presencia de Dios.
Cree que al decidir quedarse ha reconocido la disposición divina.
...............
1. Pablo cita a Job 13,16 según el texto de la biblia griega.
2. La palabra griega aquí empleada (soteria) designa siempre en Pablo la salvación final: Rom 1,16; 10,1.10; 11,11;
13,11; 2Cor 1,6; 6,2; 7,10; Flp 1,28; 2,12; 1Tes 5,8s.
3. Ya en la antigua Grecia estaba muy extendida la idea de comparar el morir con el emprender un viaje. Pero Pablo da
a la idea un significado eminentemente cristiano, en cuanto que, en la fe, todo está orientado hacia Cristo.
4. El Antiguo Testamento habla del sheol, que se creía ubicado en las entrañas de la tierra.
...............

5. CONFIANZA
(1/25-26).

25 Y confiado precisamente en esto, sé que me quedaré y que estaré con todos vosotros,
para vuestro progreso y gozo en la fe; 26 para que, por mi nueva presencia entre vosotros, tengáis
en mi persona un abundante motivo de gloriaros en Cristo Jesús.

De la visión clara brota la confianza. Si es enviado a ellos, es enviado a todos ellos. Quiere
servir a su progreso, pero también a su gozo. Si vuelve a ellos, esto les será ocasión de gloria.
Pablo ha hablado muchas veces en sus cartas de la gloria y del gloriarse (Cf.Rm 2,17.23; 3,27;
5.2s.11; 1Co 1,29.31; 3,21; 4,7; 2Co 5,12). Sabe bien, y ha tenido ocasión de comprobar en sus
discusiones con el judaísmo, así como por la experiencia de su propio pasado, que se da una
falsa gloria. Ésta confía en su propia capacidad, en las acciones propias, en los propios
privilegios, en la sarx (carne). Semejante gloria es engañosa y falsa. Para nada sirve, sino para
vergüenza. Pero hay otra gloria salvífica y necesaria. No se apoya en lo propio, sino en la gracia
de Dios. Es un gloriarse en Cristo Jesús. Cuando uno se gloría así reconoce y alaba la obra que el
mismo Dios ha puesto, el camino que ha trazado. En esta relación de gloria deben situarse las
comunidades y el Apóstol, es decir, de modo que los unos se gloríen en los otros. La calumnia, la
crítica exagerada envenenan el ambiente. Reconocer en el otro la acción de Cristo -en este caso
concreto en la próxima llegada del Apóstol- engendra gozo en la fe y unión auténtica.

Parte segunda

EXHORTACIÓN A LA COMUNIDAD
1,27-2,18

Por regla general, las cartas del Apóstol se articulan en dos grandes secciones, de las que la
primera suele retener un carácter más doctrinal, mientras que la segunda ofrece rasgos
parenéticos, promesas, exhortaciones y orientaciones. En nuestra carta se ha invertido el orden
normal, en cuanto que la primera parte está llena de noticias personales, aunque, desde luego,
como vimos, despersonificadas mediante su vinculación al Evangelio. En la segunda parte, el
autor de la carta vuelve al orden acostumbrado y habla directamente a la comunidad.

1. LUCHAD A UNA POR LA FE


(1/27-30).

27 Solamente, llevad una vida digna del Evangelio de Cristo, para que, ya sea que vaya a
veros, ya sea que esté ausente, oiga yo decir de vosotros que estáis firmes en un solo Espíritu,
luchando a una por la fe del Evangelio, 28 sin dejaros amedrentar en nada por los adversarios, lo
cual es para ellos indicio cierto de perdición; pero para vosotros de salvación. Y esto procede de
Dios; 29 porque a vosotros os ha sido concedido ser para Cristo, no sólo creyendo en él, sino
también sufriendo por él, 30 librando el mismo combate que visteis en mí y que ahora oís decir
de mí.

Después de haber expresado su confianza en la posibilidad de una pronta visita a los


filipenses, se coloca ahora en espíritu en medio de ellos. Un Apóstol habla a su comunidad. Una
vez más les recuerda el Evangelio. Lo que se ha establecido entre ellos se ha convertido en
norma de su vida cristiana y así debe seguir siempre. La comunidad, pues, no se había quedado
sin palabra. Es necesario para la perseverancia de una comunidad que la palabra permanezca
viva en medio de ella y que se proclame siempre entre sus miembros. Esta preocupación debe ser
común. Lo que confiere a esta exhortación apostólica su carácter peculiar es que habla a todos y
a cada uno de su responsabilidad comunitaria. La vida cristiana no se deja realizar en un rincón
obscuro, en la enclaustración y el aislamiento. Está siempre orientada a los demás, solicitando,
cuidando, sirviendo.
En todo caso, Pablo volverá a entrar en contacto con ellos, aunque no sea más que por el
hecho de que recibe noticias suyas. Como comunidad reciente y, con toda seguridad,
numéricamente pequeña, habían tenido que sobreponerse al mundo exterior. La cohesión,
siempre exigida, era para ellos cuestión de vida o muerte. Ya habían aprendido -y era necesario
que lo aprendieran- que la vida en la fe era una lucha, pero una lucha tal que en ella cada
combatiente aislado es, siempre, débil y está destinado a ser vencido sin remedio. Sólo la
comunidad unida puede resistir y permanecer.
Oímos hablar de adversarios. La comunidad cristiana puede parecer a muchos algo
extraño. Su destino, desde el principio, es provocar escándalo y, por tanto, hostilidad. Ésta es su
función. Debe contar con ello. Si no diera escándalos, si aceptara compromisos aburguesados, si
retirara sus pretensiones o se refugiara en sí misma, dejaría de ser lo que es. Se la percibe en su
unidad cuando sus miembros aparecen codo a codo, cuando se dan la mano, cuando se ayudan.
Pablo eleva esta unidad, que debe ser su signo, a la categoría de señal en un doble sentido: ella
garantiza a la comunidad su salvación y presagia la derrota de sus adversarios. Había que
preocuparse por esta unidad antes incluso de que se produjeran escisiones. En efecto, es un
principio básico de toda vida comunitaria y colectiva que el antagonismo es el germen de la
destrucción. La comunidad no debe dejarse corroer desde fuera, pues entonces los adversarios
conseguirían corromper su unanimidad y el daño no sería ya meramente exterior. Sólo la unidad
produce salvación, salvación eterna. Los creyentes tienen una vocación que Pablo describe casi a
modo de slogan: «para Cristo» (ser para Cristo, completamos en nuestra traducción). El
fundamento de pareja orientación de la vida es justamente la fe. Pero fe no es nunca para el
Apóstol una cuestión teórica, un juego intelectual, sino que abarca el ser total del hombre. Y el
hombre consigue rastrear la universalidad de las exigencias de la fe cuando, convencido de esta
fe, debe sufrir por ella. De aquí que Pablo haya mencionado la fe antes que el sufrimiento. En
efecto, tener que sufrir, sin poder creer, es algo razonablemente imposible.
Pero lo notable es que Pablo eleve hasta sí mismo las adversidades que los ciudadanos de
su propia ciudad debieron sin duda causar a los filipenses (1) y que en ningún caso podían
compararse con los sufrimientos del Apóstol. Les da así a entender que no sólo deben limitarse a
aceptar las privaciones por amor a Cristo, como el mismo Apóstol, sino que deben saber además
que tales privaciones son gracia. Ya han experimentado la gracia. Pues bien, por causa de esta
gracia se les ha enviado el sufrimiento. Dios hace regalos propios de él. Y acaso necesite uno
tiempo para pasar de la adversidad o del distanciamiento a la intuición de que lo que le ha
sobrevenido es gracia. Pablo asegura que es esta misma lucha la que les une con él de manera
especial. A pesar de la carga desigualmente pesada que él tiene ahora, los acoge en su destino,
pues están unidos no sólo en virtud de la igual orientación de su lucha, sino que también deben
hacer suya la de Pablo, gracias a la postura espiritual con que aceptan el sufrimiento. Pablo se
presenta ante ellos como ejemplo y les recuerda que no es la primera vez que han oído hablar de
las tribulaciones que ahora se les presentan. También cuando estaba con ellos en Filipos tuvo que
luchar (2). Fue difícil. Ellos lo saben. En él deben ellos edificarse, en el recuerdo del pasado, en
vistas a su situación actual.
...............
1. También en Tesalónica, ciudad cercana a Filipos, tuvo que sufrir la comunidad a causa de la persecución de sus
conciudadanos: 1Ts 2,14.
2. Hch 16,19ss conserva un recuerdo de estos hechos.
(_MENSAJE/11.Págs. 5-36)

2. TENED EL MISMO SENTIR


(2/01-04).

1 Si hay, pues, en Cristo alguna exhortación, si algún aliento de amor, alguna


comunicación de Espíritu, algo de entrañable ternura y compasión, 2 colmad mi alegría siendo
del mismo sentir, teniendo el mismo amor, una sola alma, idénticos sentimientos. 3 Nada hagáis
por rivalidad ni por vanagloria, sino más bien con humildad, teniéndoos recíprocamente unos a
otros por superiores; 4 no atendiendo cada uno solamente a lo suyo, sino también a lo de los
otros.

Formar frente cerrado de cara al exterior sólo es autentico y seguro cuando todo está
ordenado en el interior. En este pasaje aparece una palabra que es decisiva para la exhortación
paulina: paraklesis (Cf. Rm 12,8; 1Co 14,3; 2Co 8,17;1Ts 2,3). Cuando se traduce por
exhortación, se restringe su significado. Su sentido es más amplio. Desborda lo que es aliento o
consuelo, para ser animación, exaltación, exhortación viva, abarcando así la total amplitud, el
calor y la viveza de la palabra de que un pastor de almas es y debe ser capaz ante su comunidad.
Que no desciende a la trivialidad queda garantizado por su peculiaridad de ser paraklesis en
Cristo. Ésta debe ser por igual henchida de amor y llevada por el Espíritu que los une a todos
entre sí. El dedo índice elevado en tono moralizador repele. Sólo desde una auténtica vinculación
es posible la exhortación auténtica.
Dado que la relación del Apóstol con la comunidad es como la de un padre con sus hijos,
se alegra de su bienestar espiritual, garantizado por el amor que mutuamente se profesan. Amor
es armonía, ser una sola cosa, tener un mismo sentir y un mismo espíritu. Se ha destacado
muchas veces y con suficiente energía la exigencia de este amor (ágape) para la comunidad y la
existencia cristiana, pero casi con idéntica frecuencia se aprecia en poco y se pasa por alto. Se
quita importancia a los casos de falta de amor. Se necesitan cosas al parecer más sólidas para
conmoverse. La confusión de letra y espíritu amenazaba siempre a las comunidades. Y las sigue
amenazando hasta el día de hoy.
En la comunidad de Filipos se dieron casos de falta de amor. Pablo ha oído hablar de ellos.
La falta de amor se evidencia en la rivalidad y en la vanagloria. El amor es humilde. Tiene en
más a los otros que a sí mismo. La humildad era algo con lo que el hombre pagano no sabía
hacer demasiadas cosas. Ya la palabra misma tenia en el ámbito griego un matiz peyorativo.
Equivalía a mentalidad servil, servilismo, adulación. Semejante conducta era ajena al hombre
libre, que la despreciaba. Pero la humildad cristiana no es una humildad perruna. El cristiano es
ante todo humilde delante de Dios, porque sabe que de Dios lo ha recibido y lo recibe todo. Y
por el camino de Dios alcanza la humildad auténtica ante los otros hombres, ante sus hermanos,
en cuanto reconoce en ellos el resplandor de Dios.
Esta apreciación tiene consecuencias prácticas. Por amor a sí mismo busca uno su
propio bienestar. Por el amor se preocupa del bienestar de los otros, es decir, alcanza tanto
como el amor a sí mismo. Las bellas palabras sobre el amor de nada sirven. Sólo los
hechos convencen.
...............................

3. EL CAMINO DE JESÚS
(2/05-11)

5 Tened entre vosotros estos mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús:
6 el cual, siendo de condición divina,
no retuvo como una presa el ser igual a Dios,
7 sino que se despojó a sí mismo,
tomando condición de esclavo,
haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose en el porte exterior como hombre
8 se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz.
9 Por lo cual Dios, a su vez, lo exaltó
y le concedió el nombre que está sobre todo nombre,
10 para que, en el nombre de Jesús,
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra y en el abismo,
11 y toda lengua confiese
que Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.

En este pasaje deja fluir Pablo, dentro del texto de la carta, un himno a Cristo (1). Que no
habla con palabras suyas, sino con palabras recibidas de otros, puede comprobarse con diversos
criterios: son extraños a Pablo el vocabulario, las ideas, la estructura de las estrofas, etc. Pero el
Apóstol hace suyo el himno. No se limita a citarlo; expresa a través de él su propio pensamiento,
aduce sus personales reflexiones, lo reviste con adiciones y lo inserta en su contexto.
Este contexto le permite recurrir al himno que se cantaba en las asambleas litúrgicas de
la comunidad. Acaba de hablar de lo necesaria que es la humildad: que se asistan
mutuamente y encuentren en el amor. Ahora sigue adelante con la exhortación de que
todos deben tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Esta frase está
especialmente necesitada de aclaración. Se podría creer que aquí se alude sencillamente
al ejemplo de Cristo, de modo que se tuvieran los mismos sentimientos que él. Pero la línea
de pensamiento de Pablo es otra, y más profunda. No se cansa en sus cartas de recordar y
poner bien en claro a las comunidades que, cuando aceptaron la fe y se bautizaron,
entraron en un nuevo círculo de relaciones con Cristo y, por tanto, con Dios. Les dice que
ahora están en Cristo, bajo la salvífica reclamación de dominio del Kyrios Cristo. Bajo esta
reclamación de dominio vige una ley nueva, la ley que Cristo reveló. A ésta deben atender
en cuanto cristianos. En efecto, el estar en Cristo es la más esencial determinación de que
se es cristiano. A este núcleo de lo cristiano quiere referirse Pablo. Y lo hace recurriendo al
himno.
El himno tiene dos estrofas que describen con grandioso trazado el camino de Cristo.
Este camino llevaba desde el ser en Dios, anterior al mundo, hasta el mundo humano, y
desde éste, nuevamente, al dominio en Dios.
El himno intenta, al principio, expresar lo inefable. Había uno en el mundo de Dios que
era, además, de condición divina. Esta expresión no debe entenderse en un sentido
atenuado; no indica ningún otro Dios existente, sino, nada menos y nada más, que este de
quien se está hablando es Dios. Pero este modo místico del lenguaje no se orienta a
describir el ser de Dios o la relación con Dios de este ser igual a Dios, sino que se centra
en la actuación que ahora inicia su marcha desde Dios.
Esta actuación tiene una motivación: la libertad. No se vio obligado, empujado a ella. La
emprendió por libre decisión. Se despojó a sí mismo. Renunció a si mismo. Aunque esta
acción es algo simplemente inconcebible, está acorde con la expresión usual de que él no
creyó que debería retener su ser como una presa, como un botín. Esto era, realmente, lo
que cabía esperar. Pero ocurre lo inesperado, lo incomprensible, lo indecible: se despojó;
se despojó a sí mismo.
En lugar de la condición divina aparece la condición de esclavo. Justamente porque así lo
quiso. La contraposición Dios-esclavo implica unos términos de oposición tan distanciados, tan
tensos, tan insalvables que ya no puede pensarse otra mayor. Se trata ahora de presentarla a la
inteligencia en toda su confusión. Con todo, esta contraposición Dios-esclavo sigue siendo
misteriosa, porque el contrapunto natural de Dios es el hombre.
De hecho, el himno quiere reconocer, con solemne alabanza, aquel acontecer único de que
Dios se hizo hombre. Las frases repetidas tienden a esta meta única, que desarrollan paso a paso.
Se hizo verdadero hombre, no mera apariencia al modo docetista. Se insertó dentro del grupo de
los hombres, tomó su forma, su forma esencial, y su apariencia exterior ofreció pruebas
irrefutables de que es un hombre y, como hombre, un esclavo.
La condición de esclavo, mencionada como el primer paso del despojarse a sí mismo,
necesita una aclaración. Se trata de una forma relativa, referida a la forma divina, y en este
sentido despeja el abismo que sólo este Dios único puede salvar. Pero dice algo más. Ser hombre
es concebido como ser esclavo, como esclavitud. En la esfera de lo mitológico hay potestades
supraterrenas cósmicas, que dominan a la humanidad y la someten a su yugo. Desmitologizando,
la vida se presenta como algo sometido al ciego azar. ¿Dónde está su sentido, su centro? Para el
mito de las potestades aparecía como un juego cruel en manos de potencias esclavizadoras. El
miedo, la inseguridad es la expresión de esta conciencia. Y en este mundo es donde entra el
Unico, el libre.
Revela obediencia. La obediencia es la ley de que acabamos de hablar, y que debe acuñar y
marcar el ser del cristiano en un sentido determinante. La obediencia de este Unico es,
ciertamente, inimitable en toda su grandeza. Esto es así porque él viene del mundo de Dios, del
que nadie ha venido como él. La obediencia que practica y vive aparece ante el mundo, ante los
hombres, como algo que descansa en sí mismo. No se da un punto de referencia, que sólo puede
ser Dios. La libertad de esta obediencia es más poderosa que cualquier otra obediencia que el
hombre puede ejercitar libremente.
Del despojarse a sí mismo se sigue la humillación de sí mismo, una humillación que se
hace obediente hasta la muerte. La muerte es el punto de destino de un camino emprendido en
libertad. Para él, y sólo para él, es también la muerte un acto libre. Pero, por otra parte, es esta
muerte la que demuestra que él se ha hecho realmente uno de los nuestros. La muerte es, en
efecto, el destino que une a todos los hombres, de cualquier procedencia o raza, de cualquier
origen y filosofía. No que en la muerte todos sean iguales, sino que en la muerte todos confluyen.
Allí dan todos los caminos, altos o bajos, que discurren por este mundo. El que muere, es
hombre. Sólo aquel que conoce la prehistoria de este Único sabe de libertad de morir.
Nada puede imaginarse tan alejado de Dios como la muerte. No habría, de sí, necesidad de
añadir más palabras para recalcar más a fondo este camino. Pero se insiste: se menciona la muerte
en cruz. En este pasaje se descubre la mano de Pablo, que introdujo esta adición. La cruz ocupa el
punto central de su mensaje, que concibe la muerte de Cristo como muerte salvífica. «Realmente,
la palabra de la cruz es una necedad para los que están en vías de perdición; mas para los que
están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios» (ICor 1,18). Ésta es la única causa
válida que el Apóstol admite para gloriarse (Gál 6,14). Si recuerda y proclama la muerte de
Cristo y añade la explicación de muerte en cruz, no intenta encarecer su matiz espantoso y cruel,
sino que quiere indicar que en ella está encerrada la salvación (2).
En la segunda parte del himno entra Dios en el plan. Dios es ahora el protagonista de la
acción. Por la senda del despojamiento de sí y de la humillación era el otro el que actuaba en
solitario. Pero si ya en el obediente como revelación había que pensar en Dios como punto de
referencia, ahora se dice claramente que Dios entra en el juego y toma la iniciativa, una iniciativa
que se orienta al obediente. Una de las primeras experiencias de la religiosidad bíblica es que
Dios humilla y ensalza al justo. Como para confirmar su valía, se le envía a la escuela de la
humillación para que, si da buena prueba de sí, sea reconocido por Dios.
Esta regla, según la cual a la humillación sigue la exaltación, se continúa en nuestra vida,
pero ha sufrido una modificación peculiar. Aquí ya no se trata de una prueba y conformación de
tipo ético en el sentido de que Dios ha humillado, sino de la revelación de la obediencia, de una
revelación que sólo este Único podía llevar a cabo por ser libre. A la singularidad del camino que
el Único había elegido al humillarse, responde una singular reacción de Dios.
Exaltó a aquel que se había despojado en la muerte. Estamos acostumbrados a oír el
mensaje pascual con otras palabras: que fue resucitado al tercer día (3), que resucitó (4), que se
apareció a Cefas (5), etc. Nada de esto oímos aquí, sino tan sólo que vive de nuevo, gracias a una
acción de Dios. Pero la afirmación se orienta -yendo más allá de la vida nuevamente conseguida-
al puesto que ahora, en el cosmos, en el universo, se confía al obediente. Y esto se explica con la
concesión de un nombre. El nombre no es algo accidental, sin importancia, sino que descubre la
esencia. Cada uno es lo que su nombre indica. Así lo entendía el hombre bíblico. En este pasaje
no se dice, con todo, qué nombre se le da a Jesús. Pero el puesto excepcional del ser unido a este
nombre concuerda con que Dios le exaltó tan alto que está más allá de toda medida.
En un cuadro mítico oímos hablar ahora de una aclamación que se le tributa al ensalzado.
Pero ¿quién aclama? Fácilmente se advierte que en el himno se ha insertado una frase del profeta
Isaías: «Ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará» (Is 45,23b). En el profeta son los
pueblos que habían hostilizado y amenazado duramente al pueblo de Dios, Israel, los que, al
final, y para salvación suya, reconocerán y se someterán al Dios único. En vez de los pueblos, en
nuestro himno entran el cielo, la tierra y los abismos. Se abre una ancha perspectiva cósmica.
Pero no se habla de hombres, sino de potestades. Se trata de aquellas potestades que hasta ahora
esclavizaban el destino de los hombres y reducían la humanidad a esclavitud. Si doblan la rodilla
ante Cristo, esto significa no sólo que le reconocen como más poderoso, sino también que el
antiguo poder de ellos ha sido quebrantado. Se ha producido en el cosmos un cambio de dominio.
El Jesús obediente y ahora exaltado sobre toda medida ha ocupado el puesto de Señor del
universo.
Esto es expresamente reconocido por aquellas potestades al confesar que Jesucristo es
Señor. El acento de esta fórmula de confesión está en Señor, con lo que sabemos ya también cuál
es el nombre que Dios le concedió. El reconocimiento de que Jesús es el Señor, el Kyrios, es la
más antigua confesión de fe cristiana. «Si confiesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees en
tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo» (/Rm/10/09). Es curioso
observar que los que profieren la confesión en el himno son los poderes supraterrenos, y no los
hombres, no la comunidad. Pero no cabe duda que la comunidad, de cuya liturgia -como se ha
dicho- nació este himno, no se mantenía aparte, sino que proclamaba de esta manera su fe en el
dominio de Jesús.
Es preciso, pues, investigar el sentido teológico y supratemporal de esta afirmación sobre la
pérdida de poder de las potestades. Si tales potestades son expresión de la angustia existencial del
hombre, que se ve arrojado en brazos de un destino ciego, entonces el destronamiento de aquéllas
simboliza el retorno del mundo a Dios. El sentido del mundo no es ya la insensatez, la ceguera, el
azar, sino Jesucristo. Él es la respuesta a las preguntas que turban a los hombres. En él recobra el
mundo su sentido.
El dominio que él trae es paz y salvación. La denominación «Señor», que ha sido tomada
aquí de una cita del Antiguo Testamento, responde al nombre de Dios. Y este Jesucristo es, desde
ahora, la apertura de Dios al mundo, el acceso, el intermedio, el camino. Su dominio no quiere
esclavizar, ni oprimir, sino liberar y llevar a casa.
Volver a casa, liberar, son cosas posibles en Cristo Jesús, que reveló la obediencia como
acción liberadora. Quien está en Cristo Jesús, quien es cristiano, se halla bajo las exigencias de la
obediencia y debe dejarse guiar por ésta.
El acontecer salvífico finaliza en la gloria de Dios Padre. Con esta mención de Dios Padre
se hace presente en el himno la comunidad, ya que las potestades podrían hablar de Dios, pero
nunca del Padre. La comunidad, en cambio, sabe del Padre de su Señor Jesucristo y que, a través
de este mismo Señor, les ha sido dado el Dios Padre: «Vosotros no recibisteis un espíritu que os
haga esclavos y que os lleve de nuevo al temor, sino que recibisteis un Espíritu que os hace hijos
adoptivos, en virtud del cual clamamos: «Abba!,¡Padre!» (Rom 8,15).
...............
1. También en otros contextos neotestamentarios se encuentran himnos a Cristo acuñados con anterioridad: Col 1,15-20;
1Tm 3,16; Jn 1,1-16.
2. Dado que la salvación está encerrada en una cruz, es esta cruz motivo de escándalo: Gá 5,11. Para la predicación de la
cruz, cf. también 1Co 1,23; 2,2.8; 2Co 13,4; Gá 3,1.
3. 1Co 15,4; Mt 16,21; 17,23; 20,19; Lc 9,22.
4. Mt 17,9; Mc 8,31; 9,9; 10,34; Lc 18 33; 24,46; 1Ts 4,14.
5. 1Co 15,5; Cf.Lc 24,34.
...............

4. CELO POR LA SALVACIÓN


(2/12-13).

12 Así pues, amados míos, ya que siempre obedecisteis, no solamente en presencia mía,
sino mucho más ahora en mi ausencia, trabajad con temor y temblor en la obra de vuestra
salvación. 13 Pues Dios es el que obra en vosotros tanto el querer como el obrar según su
beneplácito.

La palabra obediencia se ha convertido en una especie de consigna, tomada del himno a


Cristo. Se testifica la obediencia de los filipenses en el pasado y se espera que la mantengan
también en el futuro. El que exige obediencia es el Apóstol. Pablo tiene el derecho, la autoridad y
la obligación de pedir a sus comunidades que le obedezcan y en algunas ocasiones ha impuesto
con energía su autoridad entre ellas. Recuerda su estancia entre los filipenses, cuando les anunció
por primera vez el Evangelio. Acoger el mensaje es una obediencia a la fe (1). La practicaron en
aquella ocasión. Ahora deben permanecer conscientes de su común responsabilidad para salvarse.
Pablo habla de la salvación de ellos. La comunidad es una estructura orgánica, una
pluralidad de hombres ordenados y referidos unos a otros. Deben edificarse mutuamente, pero
también pueden mutuamente destruirse. En su celo comunitario radica su fortaleza. Debe
advertirse, por consiguiente, que no se dice que cada cual pueda, por separado, procurarse su
propia salvación. Una afirmación semejante sería incluso acristiana, si con ella se pretendiera
excluir el celo por la salvación de los demás. Comunitariamente deben realizar su salvación.
Se destaca, pues, nítidamente, la responsabilidad humana y social. Se diría casi que todo
depende de ella. Pero aparece ahora una frase que parece afirmar exactamente lo contrario de lo
que acaba de decir: Dios es el que obra tanto el querer como el obrar según su beneplácito.
¿Quiere Pablo desdecirse de su afirmación anterior? De ningún modo. La paradoja debe seguir en
pie. Todo depende de Dios y todo depende del hombre. Dios es el iniciador, la base, el
fundamento, el que termina la obra. No puede recurrirse a la idea de desligar el hacer divino del
humano, de querer seccionarlos, como si Dios continuara obrando allí donde el hombre no llega,
como si el hombre debiera declararse impotente para que Dios le ayude y eleve. Dios abarca la
existencia cristiana, la existencia de la comunidad. Él mismo suscita el difícil e inadvertido
querer que inicia la obra e impulsa a ella. Y lo que comienza, no lo abandona, pues Dios es fiel.
Lo que le mueve e impulsa es su beneplácito, su benevolencia (2). Su amor tiene una grandeza
incalculable.
...............
1. Cf. Rm 1,5; 15,18; 16,19.26; 2Co 10,5s.
2. Cf Lc 2,14; Ef 1,5,9.
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5. LA COMUNIDAD EN EL MUNDO
(2/14-18).

14 Hacedlo todo sin murmuraciones y sin discusiones, 15 para que lleguéis a ser
irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación desviada y
pervertida, en cuyo seno brilláis como antorchas en el mundo, 16 llevando levantada en alto la
palabra de vida: lo cual será para gloria mía en el día de Cristo, ya que no habré corrido en vano,
ni en vano habré trabajado. 17 Y si, además, soy derramado en libación sobre el sacrificio y el
ministerio sagrado de vuestra fe, me alegro y me congratulo con todos vosotros. 18 De igual
modo, alegraos también vosotros y congratulaos conmigo.

Pablo recurre con gusto a imágenes, tipos y modelos del Antiguo Testamento, para hacer
que la comunidad comprenda su situación (1). El pueblo de Dios de la alianza antigua encierra
un significado típico: ha sido rechazado en su incredulidad y a causa de su obstinación frente al
mensaje de Cristo, pero su destino, su camino y su extravío puede y debe servir de enseñanza a
la comunidad. La generación del desierto contemporánea de Moisés, el pueblo de Dios que
peregrina durante cuarenta años hacia la tierra prometida, es, de manera especial, tipo del nuevo
pueblo. La murmuración contra los hombres de Dios en el desierto provocó la cólera de Yahveh.
Desde entonces, la murmuración es la conducta pecaminosa característica frente a Dios (2). Es
algo más que descontento ante una situación, más que impaciencia, porque tras esta conducta se
esconde la desobediencia y, por tanto, rezuma la incredulidad. De aquí que la exhortación: «¡No
murmuréis!», sea otro aspecto equivalente de la exigencia a ser obedientes. La comunidad está
separada del mundo. Los «santos» están así separados porque ahora pertenecen a Dios. Pero no
han sido sacados fuera del mundo: no pueden ni deben serlo. En esta simultánea pertenencia a
Dios y al mundo radica la tensión y la garantía del ser cristiano. Pablo marca agudamente, con
sentencia del Deuteronomio (35,2) los límites entre comunidad y «mundo». Allí, los hijos de
Dios, aquí la generación desviada y pervertida. Esta sentencia pudo responder al sentimiento
vital de las primeras comunidades, pues no eran más que un puñado insignificante en el seno de
las populosas ciudades en las que el Apóstol concentraba su actividad. Con todo, semejante
postura de diáspora no debe convertirse en conciencia de elección satisfecha de si misma, en
conventículos. La gracia auténtica no engendra soberbia, sino humildad, y hace temblar ante la
obligación contraída. Ésta es nada menos que hacer que la comunidad sea la luz del mundo. Si es
Cristo el centro del sentido del mundo, entonces los creyentes en Cristo tienen la función de
ofrecer al mundo su sentido. Nunca podrían cumplir ellos tal función por sí mismos, aun
admitiendo su transformación. La fuerza luminosa irradia desde la palabra de vida, desde el
Evangelio que ha sido confiado a la comunidad. No pueden hacer otra cosa sino atenerse a esta
palabra, afirmarse en ella, confesarla y reconocerla (3).
Hay que conservar y mantener la fe, que vive hacia un fin. A veces la fe le parece a uno
cosa fácil, en los momentos supremos de la experiencia comunitaria, en las reuniones fraternales,
acaso en los comienzos de la nueva conversión, en las horas del entusiasmo. Estos momentos
tienen mucho que dar, pero no son los decisivos. Lo decisivo es la realización de la fe en el
quehacer diario, la perseverancia, la fidelidad. El apóstol, el pastor de almas, lleva sobre sí la
responsabilidad de la comunidad hasta el fin, hasta el tribunal de Dios. Y allí serán su gloria.
Pero no toda fatiga merece recompensa. Se dan carreras en el vacío. Esto no es resignación, sino
expresión de una preocupación. Pablo declara de modo inequívoco hasta qué punto está
dispuesto y deseoso de correr un riesgo. Está preparado hasta el límite extremo, hasta la entrega
de la vida. Nuevamente le gana la idea de la muerte (4).
No sabe aún si se le abrirán las puertas de la cárcel. Pero esta vez contempla su muerte en
relación con la comunidad. En su fe y su oración la comunidad es como el gran atrio de Dios, en
el que se ofrece a la divinidad el debido homenaje. La vitalidad de su fe y de su servicio lítúrgico
es la alegría de Pablo en esta hora. Nadie puede robarle este gozo, cuando se le exige la vida,
cuando se ve precisado a derramar su sangre como una ofrenda de libación. Un cuádruple acorde
de alegría pone fin a la parte parenética. Es como si, en su gozo, quisiera encender a la
comunidad. Alegría con ellos es lo que les asegura y promete. Alegría con él desea de ellos.
Es posible que los filipenses se sintieran muy preocupados por su Pablo, cuando oyeron
que estaba encarcelado. ¿Cómo podrían recibir en su preocupación la carta con alegría?
¿Extrañados, espantados, desorientados? ¿Consolados, tranquilizados, contentos? Responden a la
intención del Apóstol si se dejan contagiar por su convicción de fe.
...............
1. Cf. Rm 4; 1Co 10,1-11; Gá 4,21-31.
2. Cf. 1Co 10,10; Jn 6,41.43.61. La figura del pueblo de Dios peregrinante domina la teología de la carta a los Hebreos.
3. Si Flp 2,15c es un reflejo de Mt 5,14, Pablo ha modificado la frase de una manera significativa.
4. Cf.Flp 1, 18b-24.
...............

Parte tercera

MISION DE TIMOTEO Y EPAFRODITO


2,19-3,1a

En sus escritos, Pablo acostumbra a dar noticias a las comunidades también acerca de los
planes que proyecta para el futuro. Así lo hace ahora. Pero, por el momento, le ha sido arrebatada
la libertad, de modo que está muy limitado en la elaboración de proyectos. Por consiguiente, se
ve precisado a comisionar a otros que hagan sus veces en las comunidades. Aparecen ahora en el
primer plano dos hombres pertenecientes a su círculo, Timoteo y Epafrodito. La carta vuelve a
cobrar un colorido enteramente personal.

1.TIMOTEO
(2/19-24).

19 Espero en el Señor Jesús enviaros lo más pronto posible a Timoteo, para que yo también
respire tranquilo al saber noticias vuestras. 20 A nadie tengo que participe como él de mi
disposición de alma, para ocuparse sinceramente de vuestras cosas; 21 pues todos buscan sus
propios intereses, no los de Cristo Jesús. 22 Pero ya sabéis las pruebas que él ha dado; porque,
como hijo al lado de su padre, ha estado contigo al servicio del Evangelio. 23 A éste, pues, espero
enviarlo tan pronto como vea yo mi situación despejada, 24 y aun confío en el Señor que yo
mismo iré también lo más pronto posible.

Timoteo (1) debe emprender el viaje desde Éfeso a Filipos, lo cual no es posible en el
momento presente. Por eso habla Pablo de una esperanza. E incluso se coloca este plan bajo una
referencia religiosa. La esperanza existe en el Señor Jesús. Timoteo debe cerciorarse de cómo les
han ido las cosas a los filipenses mientras tanto, para informar al Apóstol. El anuncio del viaje del
colaborador contiene una oculta sugerencia, que habla en favor del excelente y cordial estado de
sus relaciones precisamente con esta comunidad.
Quiere mostrarse optimista con respecto a ellos, de quienes no espera saber otra cosa sino
noticias que le alegren.
Por una vez se percibe una queja. Pablo dirige la mirada en torno a sus colaboradores y se
siente autorizado a pronunciar un severo juicio. Se refiere a aquellos que están ahora a su
disposición o que pudieran estarlo. No es necesario que fueran muchos. Acaso había ocurrido
algo -que pasa en silencio- relacionado con su encarcelamiento. ¿Se ha visto aislado? A la
angustia exterior se añade también la interior.
El juicio que pronuncia debe evaluarse de acuerdo con los sentimientos que juzga. Es
preciso tener esto en cuenta, pues así es como manifiesta ser un auténtico juicio cristiano. A los
colaboradores apostólicos les atañe tomar a su cuidado los intereses de la comunidad, que
coinciden con los intereses de Cristo. Quien, en vez de esto, piensa en sí mismo, trastrueca las
cosas. A Pablo no le interesa seguramente poner al descubierto o recriminar a algunos de los de
su círculo. No acusa a nadie en concreto. Pero, una vez más, no teme llamar a las cosas por su
nombre. El trabajo junto al Apóstol no puede ser nada fácil. Pero poseía una norma válida de
acuerdo con la cual se podía medir: el ejemplo de Pablo y su palabra crítica y cortante, que el
Apóstol no ocultaba ni disimulaba.
En todo caso, prefiere, con mucho, hablar de alabanzas. Esto se aplica a Timoteo. El
testimonio que se da aquí de este colaborador no tiene paralelo en todo el Nuevo Testamento.
Sobrepasa a todos, una vez más en razón de sus sentimientos. Ahora se comprende perfectamente
que, en el preámbulo de la carta, Pablo le haya asociado a su persona. Timoteo es esclavo de
Cristo, como él. Como él, servía al Evangelio. La diferencia de edad entre ambos es notable, de
suerte que el Apóstol puede llamarle hijo. Lo cual no quita nada al reconocimiento que le tributa
ante la comunidad. No es un desconocido para los filipenses. Son testigos de vista de la
genuinidad de su espíritu. Cuando fue misionada su ciudad pudieron conocer a fondo su
autenticidad (2).
Después de esta introducción, que bien puede calificarse de solemne, se reafirma el plan:
«A éste, pues, espero enviarlo ... » (3).
Existe, en consecuencia, motivo suficiente para recibirle con honor. Pero sólo le enviará
después que sea sentenciado su caso ante el tribunal. Evidentemente, no puede tardar mucho.
Puede esperarse una decisión judicial para una fecha próxima. Se abre la esperanza de un cercano
«hasta pronto». La confianza en el Señor es firme.
...............
1. Timoteo es mencionado en el Nuevo Testamento no menos de 24 veces. Debe admitirse que fue el primer colaborador
del Apóstol.
2. Timoteo fue, junto con Silas, el acompañante de Pablo en el segundo viaje misional: Hch 15,40; 16,1-4.
3. Pablo encargó con frecuencia a Timoteo parecidas delegaciones: 1Co 4,17; 16,10; 1Ts 3,2.6; Hch 19,22.
...........................

2. EPAFRODITO
(2/25-03/1a).

25 También he creído necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano, colaborador y


compañero de armas, a quien vosotros delegasteis para atenderme en mi indigencia; 26 pues él ya
sentía gran añoranza de todos vosotros, y andaba preocupado, porque habíais tenido noticias de
su enfermedad. 27 Y, en efecto, enfermó a punto de muerte. Pero Dios tuvo misericordia de él; no
sólo de él, sino también de mí, para que no tuviese yo tristeza sobre tristeza. 28 Así pues, os lo
envío con la mayor premura, para que, viéndolo a él de nuevo, os alegréis y yo mismo quede con
menos preocupación 29 Recibidlo, pues, en el Señor, con toda alegría, y tened en estima a
hombres como éste; 30 porque por la obra de Cristo estuvo a punto de muerte, poniendo a riesgo
su vida para completar lo que faltaba en vuestro servicio hacia mí. 3,1a En fin, hermanos míos,
adiós y gozaos en el Señor.

El segundo hombre que se encuentra en compañía de Pablo es Epafrodito. No se trata de un


colaborador de sus actividades misionales, sino de un miembro, acaso de uno de los dirigentes, de
la comunidad de Filipos (1). Los filipenses lo habían enviado al prisionero Pablo para que le
llevara los donativos y también probablemente con el encargo de permanecer a su lado. Querían
estar seguros de que hubiera alguien junto a él que le tuviera afecto y estuviera a su disposición,
si necesitaba ayuda. Es preciso reconocer este sentido, en favor de los filipenses. Sabían y sentían
que un donativo meramente material o financiero no basta y hasta incluso puede herir, si no va
apoyado y garantizado por una inclinación personal afectuosa, por la lealtad, por la veneración.
La misión de Epafrodito no era nada fácil. Se necesitaba valor para visitar a un
encarcelado, y más a uno cuyo «delito» debía parecer altamente confuso. No es extraño que
Pablo tenga para este hombre un profundo reconocimiento.
Pero ahora lo devuelve a ellos antes de lo previsto. La razón es una enfermedad que
contrajo Epafrodito y de la que, mientras tanto, pudo reponerse. A la enfermedad se añade la
nostalgia, pues ambas cosas van unidas. No hay motivo alguno para echárselo en cara.
Parece que algunos filipenses ya lo habían hecho. El Apóstol sale absoluta y decididamente
en defensa de su auxiliar. La enfermedad mortal que le había amenazado significaba
comprensiblemente una grave preocupación adicional para Pablo. También esto contaba. Se
agradece a la divina misericordia que Epafrodito escapara al peligro de muerte.
Para Pablo no está Dios en la lejanía, no está distanciado de la vida y de la miseria de los
hombres. Ve más bien a Dios disponiendo, enviando, ayudando, sanando y juzgando. Y así se
sabe también ayudado por él en la curación de Epafrodito. También esto es motivo de alegría.
Epafrodito es devuelto a la comunidad como un hermoso modelo del servicio de Cristo.
Aceptar y soportar responsabilidades es algo que distingue y que pide reconocimiento. Esto es
justo y el Apóstol quiere estar seguro de que así se hace en sus comunidades. Son ciertamente
pocos los que pueden y quieren aceptar una función especial. El éxito externo de una misión no
es en modo alguno un aspecto decisivo. Una misión puede fracasar por circunstancias externas,
como la de Epafrodito que, propiamente hablando, no era esperado todavía en Filipos. Y, sin
embargo, todos los filipenses están obligados a él. Asombra y conmueve ver cómo Pablo acierta a
poner cada cosa en su sitio (2). Epafrodito ha puesto corazón a la ofrenda de la comunidad. Sin él
hubiera faltado algo al donativo. En este asunto ha expuesto nada menos que su propia vida. Al
resonar de nuevo la invitación a la alegría, se vuelve otra vez al acorde fundamental de la carta.
...............
1. Epafrodito es mencionado únicamente en la carta a los filipenses, y en conexión con el donativo de la comunidad de
Filipos. No puede confundírsele con el Épafras de Col 1,7; 4,12.
2. La sección de Flp 2,25-30 referente a Epafrodito tiene algunas semejanzas con la carta a Filemón. También en esta se
trata de justificar a un hombre ante los hermanos cristianos y en ella demuestra el Apóstol un tacto y una sensibilidad
extraordinarios.
(_MENSAJE/11.Págs. 36-56)

Parte cuarta

FRENTE A LOS FALSOS MAESTROS


3,1b-4,1

En este pasaje de la carta comienza algo nuevo. Oímos hablar de falsos maestros, de
perturbadores de la alegría, de adversarios, que se han introducido en la comunidad desde fuera.
La unidad y la fe de la cristiandad de Filipos están amenazadas. Con acerada pluma sale el
Apóstol al paso de estas gentes, acerca de los cuales resulta difícil determinar su procedencia, sus
intenciones y metas verdaderas. Parece que el resorte de su actividad era un rebosante entusiasmo
de perfección. Se vanagloriaban sin duda de poseer la perfección, o cuando menos de estar en el
camino seguro hacia ella, de modo que se sentían como poseídos por la idea de que ya nada les
podía ocurrir. Pero la salvación no es nunca algo disponible. Pablo lo pone en evidencia con
absoluta claridad.
Dado que la situación de la comunidad de Filipos aquí presupuesta parece ser diferente de
la de los capítulos 1 y 2 de nuestra carta, algunos comentaristas admiten que el capítulo 3
presenta una carta nueva e independiente del Apóstol a los filipenses, que Pablo les habría
remitido en una fecha posterior y que, a finales del siglo I, habría sido unida a la primera en una
sola redacción. No es necesario discutir aquí este problema. Basta con que tengamos en cuenta el
carácter de unidad cerrada en sí de esta sección.

1. NO OS DEJÉIS ENGAÑAR
(3/01b-06).

1b Escribiros siempre las mismas cosas, para mí no resulta enojoso, y a vosotros os dará
seguridad. 2 ¡Guardaos de los perros: guardaos de los malos obreros; guardaos de la falsa
circuncisión! 3 Pues nosotros somos la circuncisión, los que practicamos el culto según el
Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, y no ponemos nuestra confianza en la carne, 4
aunque yo pudiera poner confianza también en la carne. Si algún otro cree tener razones para
confiar en la carne, yo mucho más. 5 Circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu
de Benjamín, hebreo, hijo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; 6 en cuanto a celo, perseguidor
de la Iglesia; en cuanto a la justicia que hay en la ley, tenido por irreprensible.

Ya desde muy pronto el Apóstol se había visto precisado, en casi todas sus comunidades,
en Corinto, en Galacia y ahora también en Filipos, a luchar contra gentes, contra falsos
misioneros, que le seguían los pasos y anunciaban un Evangelio diferente del suyo. Para las
comunidades esto significaba peligro e inseguridad, y para Pablo, una amenaza contra la obra de
su vida. Hace todo cuanto está en su mano para mantener la recta fe en Cristo, el recto Evangelio.
Es difícil determinar si lo consiguió enteramente en el decurso de su vida. Probablemente no.
Pero, si a pesar de todo, en una época posterior la autoridad del Apóstol logró imponerse y con
ella su Evangelio, queda confirmada la experiencia vigente desde entonces en la Iglesia de que
las conmociones, crisis y luchas, convulsiones febriles son necesarias para que el Evangelio se
imponga en su forma auténtica, se consolide y se extienda. El paso del Evangelio desde el mundo
judío siropalestinense al mundo griego ponía en contacto dos espacios vitales diferentes. Los
conflictos eran inevitables.
Raras veces es Pablo sarcástico. Llama a ciertas gentes perros, malos obreros, falsos
circuncidados. Entonces, como hoy, «perro» era un epíteto injurioso. En el ámbito judío se
aplicaba muchas veces al renegado, al hereje, al infiel. También aquí se le da este sentido.
Su postura, sus esfuerzos, sus trabajos misionales son baldíos, nocivos, destructivos. Con la
circuncisión, Pablo sólo puede aludir a prerrogativas judías, de las que estos tales se gloriaban, y
que propagaban, o defendían al menos, como señal de salvación.
Para Pablo, el pueblo de Dios de la antigua alianza ha sido rechazado. Ha nacido un nuevo
pueblo. Si se pregunta dónde se ha quedado el orden antiguo, si se busca al heredero que ocupa el
puesto del pueblo del pasado, el Apóstol responde: «Nosotros somos la circuncisión» (1). El
factor decisivo y determinante es, ahora, el Espíritu, que se hace eficaz y activo por Jesucristo. El
Espíritu ha hecho posible un servicio nuevo, realizado en la fe en Cristo. El Espíritu es el reverso
de la carne. Ésta se refiere al mundo y concretamente al mundo como autoseguridad, a la
tentativa de alcanzar en él autonomía y salvación. Pero de este modo el hombre se ve arrojado a
sí mismo y remitido a la precariedad de su propia confianza. Confianza y gloria son cosas
íntimamente unidas. Dan seguridad o intentan, al menos, persuadir a ello. Hay una confianza y
una gloria falsa y otra auténtica; sólo en Cristo alcanzan ambas su justificación.
Pablo comienza a medirse con sus adversarios. Los frentes quedan claramente delimitados.
La intención, con todo, de esta controversia no se centra en modo alguno en demostrar que el
Apóstol goza de más altas prerrogativas que aquéllos. Más bien los filipenses deben aprender,
también en la ocasión presente, de su Apóstol, a tomar la decisión exacta frente al peligro. Pues
aquello que sus enemigos alaban como prerrogativas, también lo tiene Pablo. Deben comenzar
por reconocer este hecho. La mirada se hunde en el pasado, que, para el Apóstol, es un pasado
judío. Ha crecido dentro de una familia y en una casa paterna judía ortodoxa que -de acuerdo con
el mandamiento de la ley- hizo circuncidar al niño al octavo día (2). Su patria está en la diáspora,
en Tarso de Cilicia (3). Con todo, no es algo evidente de por sí mismo que los judíos vivieran
fieles a la fe y a las costumbres recibidas de sus mayores. El nombre hebreo que tiene Pablo y
que tienen sus padres testifica que se mantuvieron leales al judaísmo. De hecho, en la diáspora el
nombre hebreo era un distintivo preciado para aquellos judíos que practicaban en su vida diaria
las costumbres palestinojudías de la patria y que cultivaban la lengua hebrea materna. De la tribu
de Benjamín fue también el rey Saúl, nombre que impusieron al Apóstol sus padres.
Todo aquello que los padres procuraron despertar y fomentar en el niño fue llevado
adelante, intensificado y radicalizado por el Pablo adolescente y adulto. Se hizo fariseo, y se
adhirió a un partido religioso judío que se atenía rigurosamente a la ley (4). Fue apasionado
perseguidor de la Iglesia (5). Conoció con toda agudeza la esencia de lo cristiano, como una
fuerza que encerraba en su seno la derrota de los valores judíos, y por eso se opuso
enérgicamente a su desarrollo, todavía dentro del judaísmo. Sólo a desgana habla el futuro
Apóstol de esta etapa de su vida que, a buen seguro, se le había echado en cara más de una vez en
la comunidad. Pero precisamente así aparece indiscutible y clara la pureza y la genuinidad de su
judaísmo anterior y puede pronunciar unas palabras documentadas y nada sospechosas sobre las
relaciones y los límites entre judaísmo y cristianismo, tal como hace ahora.
...............
1. La espiritualización de la circuncisión que sirve de base a este pasaje se encuentra también en Rm 2,25-29; Col 2,11.
2. Cf. Gén 17,12; «A los ocho días sera circuncidado entre vosotros todo varón de generación en generación, tanto el
nacido en casa como el comprado por dinero a cualquier extraño que no sea de tu raza.» Lo mismo en Lev 12,3.
3. Cf. Act 21,39; 22,3.
4. Cf. Act 23,6.
5. Cf. 1Co 15,9; Ga 1,13.23.
...............

2. EL CAMBIO EN LA VIDA DEL APÓSTOL


(3/07-11).

7 Pero todas estas cosas, que eran para mí ganancias, las he estimado como pérdidas a
causa del Cristo. 8 Pero aún más: incluso todas las demás cosas las considero como pérdida a
causa de la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien me dejé despojar de
todo, y todo lo tengo por basura, a fin de ganar a Cristo, 9 y ser hallado en él, no reteniendo una
justicia mía -la que proviene de la ley-, sino la justicia por la fe en Cristo, la que proviene de Dios
a base de la fe: 10 para conocer a él, la fuerza de su resurrección y la comunión con sus
padecimientos, hasta configurarme con su muerte, 11 por si de alguna manera consigo llegar a la
resurrección de entre los muertos.
Su vida anterior en el judaísmo fue sincera. Sobre esto nadie puede abrigar dudas. Pero
ahora esta vida está orientada en otro sentido. El cambio está marcado por una frase: a causa de
Cristo. Es una frase importante. La esperanza del judaísmo se orientaba al Mesías futuro. En él se
cumpliría la promesa de liberación total de Israel. Ésta era también la esperanza del judío Pablo.
Pero reconoció que la promesa se había hecho ya realidad en Jesús, a quien confesaba la
comunidad cristiana por él perseguida. El término «Cristo» retiene aquí todavía su sentido pleno
y no se ha fijado aún como nombre personal.
Ciertamente, la realidad parecía ser distinta de la esperanza. Israel quedaba excluido de la
fe en el Cristo, la mayoría de ellos rechazaron el evangelio. El nuevo pueblo de Dios estaba
formado por gentiles. El antiguo judío Pablo sentía un dolor sincero ante esta senda de Israel:
«Digo la verdad en Cristo, no miento... siento gran tristeza y profundo dolor incesante
en mi corazón. Hasta desearía yo mismo ser anatema, ser separado de Cristo en bien de mis
hermanos, los de mi raza según la carne. Ellos son israelitas...» (Rom 1,9-14).
El cambio del Apóstol fue debido a su experiencia de Damasco. Es absolutamente
indudable que en este pasaje se refiere a aquel acontecimiento. Fue una gracia; fue vencido por
Cristo (1). Con todo, aquí habla como si se hubiera tratado de una decisión personal, que reviste
incluso de las categorías comerciales de pérdida y ganancia, como si hubiera hecho un cálculo.
Frente a la amenaza que se cierne sobre los filipenses, le interesa señalar a la comunidad con su
ejemplo la decisión y el camino únicos que pueden llevar a Cristo. Rebajas, compromisos,
aunque fueran en lo suplementario, quedan descartados. Serían una traición.
Si comenzar a caminar por la senda del cristianismo fue en Pablo gracia absoluta, no por
eso se excluía ya la decisión, la determinación, la acción, la respuesta personal. La gracia quiere
actuar, prolongarse en el interior de la vida humana. Para ello necesita la colaboración. El
principio ya puesto debe ser mantenido, continuado, realizado. Pablo dio una respuesta afirmativa
y la pronunciaba cada vez con mayor firmeza. Lo que consideraba como pérdida, sigue siendo
pérdida también ahora, y más aún: basura, excremento, inmundicia.
Hay pasajes en sus cartas que nos resultan decididamente enigmáticos. ¿Cómo es posible
que alguien pueda juzgar con tales palabras su propio pasado, todo cuanto antes significaba algo
para él, ganancia, tradición gloriosa, santa tradición de los pobres? Pablo no está dispuesto a
ningún compromiso. Ha sonado la hora de la separación entre lo cristiano y lo judío. Ha sido
preciso este rigor, para tener una visión clara de los límites. Sólo una cosa cuenta ahora: la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Para la sensibilidad bíblica el conocimiento no es en
modo alguno puramente teórico, un proceso intelectual, un asentimiento de la razón. Abraza y
alcanza siempre todas las fuerzas del hombre, es personal. Por eso puede hablar Pablo del
conocimiento de su Señor. Este conocimiento personal, total, existencial, le fue concedido en
Damasco.
El Apóstol sacó las consecuencias: renunció a todo, a todo cuanto significaba algo para él,
y está poseído desde entonces por el deseo de ganar a Cristo. El cumplimiento de este deseo
mantiene la tensión de la espera hasta el día futuro. Pues sólo entonces se manifestará si uno se
halla en verdad en Cristo, si es cristiano, si lo ha sido o no.
Al rechazar y contraponerse a lo judío, desempeña en los escritos del Apóstol un papel
eminente la antinomia entre ley y fe. ¿Es la ley la que lleva a la salvación, o la fe?
Teológicamente formulada la alternativa equivale a preguntar: ¿soy justificado ante Dios por la
ley o por la fe? La problemática, aquí solamente insinuada, se desarrolla con mayor amplitud en
las cartas a los Romanos y a los Gálatas (2). Pero Pablo no renuncia a mencionarla de pasada
también en su polémica con la herejía filipense.
Ley y observación de la ley conducen a la justificación por las propias obras, que permite
al hombre adoptar una postura reclamatoria ante Dios y referirse a su «propia» justificación. Y
aquí ve el Apóstol el pecado radical del hombre, en que éste se desligue de Dios, se apoye en sí
mismo, estribe en sí y crea poder justificarse y acreditarse. Se reconoce así el papel de la ley en
toda su penosidad y ambivalencia, pero también con una meta y una finalidad querida por Dios.
Pablo arranca con energía de la mano del hombre la ley como medio de afirmación de sí mismo
ante Dios, al aludir a que sólo procede de Dios aquella justificación que viene por la fe en Cristo.
La otra es egoísta, es justificación propia.
La justificación, la acción salvadora, sólo puede provenir de Dios, es, en sentido absoluto,
gracia (3). La voluntad de afirmarse a sí mismo que tiene el hombre debe destruirse. Aquel que se
considera totalmente referido a la gracia, este tal es capaz de la fe.
El conocimiento de Cristo como conocimiento personal se centra en primer término en su
resurrección y muerte, en su pasión. Incluye la disposición a renunciar a sí mismo, la disposición
al sufrimiento, a la vergüenza, sobre todo cuando advienen por causa de la fe, en el seguimiento
de Cristo. Entonces se asemeja el cristiano a su Cristo. A esto le ha orientado el bautismo. «¿O es
que ignoráis que cuantos fuimos sumergidos por el bautismo en Cristo Jesús, fue en su muerte
donde fuimos sumergidos?» (Rom 6,3). La configuración con Cristo, como proceso
continuamente en marcha, la asimilación a Cristo es la ley vital del creyente. En esta tarea puede
experimentar la fuerza vital del Señor resucitado como un poder transformador: perdón de los
pecados, donación de gracia, liberación de la angustia de la muerte.
Los adversarios parecen tener otra opinión sobre este punto. La figura doliente del Apóstol
era para ellos un escándalo. Se negaban a la comunión de sufrimientos, pero afirmaban el poder
de la resurrección. Se creían vanamente a seguro en su visión unilateral. Para ellos no sólo se
había iniciado ya el futuro de la nueva vida -en lo que Pablo estaba de acuerdo-, sino que se
hallaba ya presente y perfectamente cumplido.
...............
1. Cf. Ga 1,12 17.
2. Rm 1-8; Gá 2,15-5,26.
3. Sobre la «justicia de Dios» como principio estructural de la doctrina paulina de la justificación, cf. Rm 3,21- 26; 1,17;
10,3; 2Co 5,21
...............

3. NO SE HA LLEGADO AUN AL TÉRMINO


(3/12-16).

12 No digo que ya tenga conseguido mi objetivo o que ya haya llegado al término, sino que
sigo corriendo por si logro apoderarme de él, por cuanto Cristo Jesús también se apoderó de mí.
13 Yo, hermanos, todavía no me hago a mí mismo la cuenta de haberlo conseguido ya; sino que
sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por
delante, 14 corro hacia la meta para ganar el premio al que Dios nos llama arriba en Cristo Jesús.
15 Así pues, todos los que somos ya maduros, debemos tener estas aspiraciones, y si en algo
experimentáis otros sentimientos, esto también os lo aclarará Dios. 16 En todo caso, partiendo del
punto adonde hayamos llegado, sigamos caminando en la misma línea.

Pablo se aparta con toda claridad de aquella concepción errónea. Él no ha llegado al


término, no ha conseguido su objetivo. Pero se sabe en un camino en el que puede desplegar
todas sus energías para acercarse al fin. Apenas si es posible imaginarse un cristiano que se haya
empeñado en su tarea con más actividad, más decisión y más sacrificio que Pablo. También él
tiene que trabajar consigo mismo, negarse, ser paciente, aprender. Pero lo que, considerado desde
el exterior, pudiera parecer una actividad de tipo ético, brotaba internamente de muy distintos
hontanares. Cristo se había apoderado de él y le había puesto en camino. Aquel a quien Pablo
quiere alcanzar era el mismo por quien había sido él alcanzado.
Creer que ya se le ha alcanzado es una opinión necia. La sensación de perfección entrañaba
el peligro de adormecer la voluntad moral. La imagen de los atletas de las carreras, tan populares
en su tiempo, deben ayudar a esclarecer la situación (Cf. 1Co 9,24-27). Se trata de un premio, que
se debe ganar, pero que también se puede perder.
Cuando se corre en el estadio, no se piensa en el trayecto ya recorrido, y mucho menos se
le ocurre a nadie la idea de abandonarse -por lo ya logrado- a un engañoso delirio de victoria. De
este modo, se estaría muy cerca de la derrota. Primero hay que conseguir el laurel. Así es la
llamada de Dios al reino celestial. Porque la existencia cristiana surge en virtud de una llamada
de Dios, hecha posible por Cristo Jesús. Aquel a quien se habla y tiene voluntad de oír, se
convierte en un llamado. Se le coloca bajo la ley de la confirmación. Si se confirma, si da buenas
muestras de sí, entonces puede percibir la llamada definitiva divina, con la que Dios llama hacia
sí.
Aquellos que se imaginan ser perfectos, deberían meditar este texto. El carácter de
peregrinación de la existencia cristiana es, de hecho, una cosa para meditar. Como peregrino
(homo viator), condena el cristiano toda suerte de mentira que predica una perfección
intramundana, un progreso del espíritu hasta alcanzar el eskhaton. Su tarea no es fácil, ya que es
impopular, porque recuerda a los hombres la fragilidad del mundo. Posiblemente las revelaciones
y los éxtasis desempeñaron también entre sus adversarios un papel no pequeño. Pablo alude a ello
en tono irónico. Allí donde lo religioso se aparta de la verdad, pasan a ocupar el primer plano las
cosas raras, los sucesos pseudorreligiosos. El Apóstol es lo bastante sobrio para conocer lo que es
necesario. Y esto quiere decir: no volver atrás, no descender de la altura de lo ya conseguido,
continuar la carrera por el camino trazado.
...........................

4. EL ULTIMO DÍA TRAERÁ LA PERFECCIÓN


(3/17-/04/1).

17 Hermanos, seguid todos mi ejemplo y fijaos en los que así caminan, según el modelo
que tenéis en nosotros. 18 Pues hay muchos que caminan, de los cuales os hablé muchas veces, y
ahora lo digo llorando, como enemigos de la cruz de Cristo; 19 su término es la perdición, su
Dios es el vientre y su gloria se funda en sus vergüenzas: son los que ponen sus sentidos en lo
terreno. 20 Pero nuestra patria está en los cielos, de la cual aguardamos que venga como salvador
el Señor Jesucristo, 21 que transfigurará el cuerpo de esta humilde condición nuestra,
conformándolo al cuerpo de su condición gloriosa, según la eficacia de su poder para someter a
su dominio todas las cosas. 4,1 Así pues, hermanos míos queridos y añorados, gozo y corona mía,
permaneced así firmes en el Señor, queridos.

Las advertencias del Apóstol necesitan aún una regulación positiva, una regla sólida que
las empuje camino adelante. La solución que se ofrece es a la par fácil y difícil. El Apóstol se
presenta a sí mismo como ejemplo. La idea de la Imitatio Pauli aflora repetidamente en sus
cartas; fue, ya al principio del capítulo, el pensamiento rector, cuando se dijo a los filipenses que
debían aprender del pasado de Pablo a tomar sus propias decisiones y determinaciones.
Pero la imitación del Apóstol tiene una doble prolongación. En primer lugar, Pablo no es
ejemplo en razón de sí mismo, sino que más bien es sólo un transmisor del ejemplo de Cristo.
Debe completarse la exposición en el sentido de 1Co 11,1: «Imitadme a mi, como yo imito a
Cristo». De esta manera se pone en claro el puesto de intermediario que adopta el Apóstol, el
pastor de almas, entre Cristo y la comunidad. El ejemplo ofrecido debe formar parte
necesariamente de la palabra predicada. Ambas, la palabra y la persona, se fecundan mutuamente.
Ambas pueden ser recibidas sólo en la fe. También para percibir el ejemplo privado de palabra se
requiere un corazón abierto.
El otro aspecto de la prolongación alcanza a sus colaboradores y a las comunidades.
Todos cuantos se han decidido a entrar dentro de la predicación de Cristo y del ejemplo del
Apóstol están, por su parte, llamados a servir de modelo a los demás. Y esto quiere decir mutua
edificación, que trae y produce seguridad. Los creyentes están ordenados unos a otros de forma
decisiva.
Junto al ejemplo que edifica se da también el ejemplo que destruye. De éste sólo con
lágrimas puede hablar Pablo. Los enemigos de la cruz de Cristo no deben buscarse tan sólo entre
los infieles, entre aquellos que se niegan a aceptar el Evangelio. Se han abierto paso también
entre las propias filas y están empeñados en difundir su propaganda. Los falsos maestros de
Filipos se cuentan entre éstos. Y ahora llegamos a conocer también la raíz del error: el escándalo
de la cruz. Niegan la cruz lo mismo que rechazan el sufrimiento y la renuncia en su vida propia.
Ambas cosas forman una unidad. Se atienen al Cristo glorioso y se envician de perfección.
Ahora bien, el que deja de lado la cruz, pasa también de largo ante el meollo de la
predicación paulina y se hace apóstata. A este tal el Apóstol sólo puede anunciarle el juicio, la
perdición. Con palabras nacidas de una encendida polémica generalizada, describe la naturaleza
de sus adversarios. Lo que estiman gloria, es vergüenza, su sentir es totalmente terreno.
La comunidad cristiana tiene su patria «en el cielo». Esta orientación no quiere desligarlos
de sus responsabilidades terrenas, sino sólo hacerles conscientes de que aquí son peregrinos, de
que no se pueden mezclar el cielo y la tierra, como pretenden hacer los adversarios. El paso a la
perfección está aún por dar. Sólo cuando el Señor Jesucristo aparezca desde el cielo, se alcanzará
la perfección. En este contexto se encuentra la palabra soter, salvador, redentor (1).
Sabemos que en el mundo grecorromano se hablaba mucho de salvadores. Pero aquí no se
hace referencia a ningún culto salvador, como el imperial por ejemplo. La función salvadora del
Kyrios se concentra en el final, en la última acción, con la que quiere llevar la salvación a su
plenitud.
En esta vida, nuestro «pobre cuerpo» nos recuerda de vez en cuando, y acaso siempre, que
la expansión de nuestras posibilidades vitales es limitada, que la salvación es algo todavía
pendiente. La existencia terrena es corpórea. Esto no quiere decir que lo somático, lo corporal,
deba ser disuelto de una vez y por siempre en algo psíquico, espiritual, es decir, incorpóreo.
Pablo no discurre según las categorías de la antropología helenística cuerpo-espíritu. Y aunque
las conociera, hay otra perspectiva más importante para él: la configuración con Cristo,
garantizada por la fe. Alcanzará su cumplimiento con la nueva configuración de nuestra
existencia total, corpórea y unitaria. El pobre cuerpo debe ser transformado, de acuerdo con el
modelo de su cuerpo glorificado. La imagen de Cristo alcanzará su acuñación completa cuando el
hombre se haga partícipe de la gloria de su resurrección.
Esta esperanza tiene la fe, que se orienta al poder, a la omnipotencia concedida al Kyrios,
Se trata de un poder de salvación. No debemos temblar ante él, sino asirnos y apoyarnos en él. Y
así, la vida cristiana está tendida hacia la liberación. Está en tensión entre liberación y liberación,
entre la que ya se nos dio en la señal de la cruz -que nos mantiene bajo su ley a lo largo de
nuestra senda terrenal- y aquella otra que deberá hacernos perfectos. Ambas están unidas con el
nombre de Jesucristo.
En el tiempo intermedio, la tarea consiste en mantenerse firmes en el Señor. Los ataques,
las vacilaciones, son muchas. Los filipenses, que son la alegría del Apóstol, serán también su
corona de gloria en el día de Cristo. La comunidad y su Apóstol permanecen unidos más allá de
las fronteras de los tiempos.

Parte quinta

EXHORTACIONES Y DISPOSICIONES FINALES


4,2-20

En la parte final de esta carta se ha reunido toda una serie de cuestiones particulares:
instrucciones a un dirigente de la comunidad para que tome su cuidado a dos mujeres:
exhortaciones, dirigidas una vez más a toda la comunidad, y, finalmente, la gratitud del Apóstol
por la ayuda, expresada con palabras excepcionalmente bellas.

1 EVODIA Y SINTIQUE
(4/02-03).

2 Tanto a Evodia como a Síntique las exhorto a que tengan el mismo sentir en el Señor. 3
Y a ti te ruego, mi sincero Sízigo, que las ayudes, ya que ellas me asistieron en la lucha por el
Evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro
de la vida.

La palabra de Pablo se hace ahora totalmente concreta. Hay en Filipos dos mujeres -así se
lo han contado- que se han peleado entre sí. Dado que ambas desempeñaron en la vida
comunitaria un papel destacado, su disputa produce gran daño a la comunidad. Al hacérseles esta
llamada para que vuelvan a la armonía y unidad de sentimientos, esta exhortación debe verse en
conexión con la paraclesis del comienzo del capítulo segundo.
No es muy frecuente que las cartas de Pablo nos permitan una ojeada tan inmediata sobre
la vida de la comunidad. El Apóstol ha conocido personalmente a estas dos mujeres, Evodia y
Síntique. No se puede mantener la idea de que las comunidades primitivas hayan sido
congregaciones de hombres ideales. El pecado las amenazaba como a cualquiera otra comunidad
de hombres. En la corrección fraterna y en la disposición a aceptarla se encuentra el medio para
restablecer el orden en la comunidad.
A un cierto Sízigo (nombre que significa «compañero»), que había demostrado ser
verdaderamente «compañero» del Apóstol (2) y ahora desempeñaba probablemente una función
rectora en Filipos, se le ruega que zanje el asunto de estas dos mujeres. Vemos que en los
comienzos de la fundación de la comunidad ellas estuvieron presentes y prestaron ayuda a los
misioneros. Entre los cristianos de la primera época de Filipos se encuentra también un Clemente
y algunos otros. Dios los había escogido. Conocía sus nombres desde el principio (3).

2. GOZO Y PAZ
(4/04-09).
4 Gozaos siempre en el Señor; os lo repito: gozaos. 5 Que vuestro mesurado
comportamiento sea conocido de todos los hombres. El Señor está cerca. 6 No os afanéis por
nada, sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones
sean públicamente presentadas a Dios. 7 Y la paz de Dios, que está por encima de todo juicio,
custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. 8 En fin, hermanos, todo
lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, si hay alguna
virtud o algo digno de alabanza: tenedlo en cuenta. 9 Y las cosas que aprendisteis, recibisteis,
oísteis y visteis en mí, llevadlas a la práctica; y el Dios de paz estará con vosotros.

De nuevo la marcha del pensamiento retorna al verdadero gozo. Aquí se ve con entera
claridad que este gozo está más allá de la experiencia natural y también que debe ser uno de los
sentimientos fundamentales del vivir de los cristianos, pues éstos deben estar siempre gozosos.
La disposición interior, el sentimiento vital irrumpe en lo exterior. A la alegría y gozo en el Señor
responde la bondad, la mansedumbre, que la comunidad debe irradiar en su mundo circundante:
un punto de luz en el universo.
Cuanta más falta de comprensión, odio y vulgaridad existe, tanto más cuesta afrontarlo con
amor, comprensión y amistad. Como lugar del amor mutuo, la comunidad cristiana puede ejercer
su fuerza de atracción, puede ser punto de orientación. La falta de amor la convierte en una
lámpara de luz mortecina. Uno de los hontanares de la alegría es la proximidad del Señor. La
primitiva oración cristiana concluía con el grito de llamada: Maranatha!, ¡ven, Señor! (Cf. 1Co
16,22; Ap 22,20). También nosotros podemos hablar así, aunque ya no estamos poseídos del
sentimiento de la espera próxima del final de todas las cosas. Pero sí nos es posible, conveniente
y oportuno fijar la mirada en el Señor que llega, porque tenemos un futuro y nuestro futuro es él.
Con una bendición se invoca la paz de Dios sobre la comunidad. Paz es salvación. Viene
de Dios y supera todas las humanas dimensiones y toda capacidad de compresión. Los riesgos de
la fe son siempre agudos. También la incredulidad intenta anidar en el creyente. Suben del
corazón pensamientos zozobrantes, preguntas que hacen cavilar, especialmente cuando la
existencia terrena se ve amenazada, y más aún en la hora del peirasmos, de la tentación. Hace
falta la protección divina, que tiene el poder de hacer perseverar y que está garantizada en el
ámbito de Cristo Jesús.
También en el ámbito extracristiano existen virtudes indiscutibles, honestidad, amor,
heroísmo. Sería temerario y falso limitar tales virtudes a la esfera cristiana. El Apóstol sabe que
hay bondad en el mundo. No se avergüenza de recurrir para las instrucciones que da a sus
comunidades a los códigos éticos, a los conceptos morales y a los catálogos de virtudes del
mundo circundante, de los vecinos paganos. Existían en aquella época no pocos filósofos
ambulantes, de ideología estoico-cínica, que enseñaban normas de vida.
Pablo no cierra el oído a sus palabras. Cuando incita a la veracidad, a la honradez, a la
justicia, a la probidad, etc., todo esto podía haberlo dicho también un estoico.
De aquí se deduce al menos que la comunidad cristiana no debe, en modo alguno, quedarse
rezagada respecto de sus vecinos en cuanto a la autenticidad de la vida, ya que en este caso
demostraría ser un mal testimonio. Pero, con todo, lo que la distingue de sus vecinos es la norma
de la fe, que le fue transmitida por el Apóstol, una vez más en su palabra y en su ejemplo.
Mientras tanto, han frecuentado la escuela cristiana y han estudiado su fe. Comienzan a crecer las
tradiciones, que deben, a su vez, ser trasmitidas (Cf. 1Co 11,23; 15,3; 1Ts 4,1s; 2Ts 2,15; 3,6).
Así, la comunidad sigue siendo, en la diáspora, un recinto, cuyos límites y separación sólo
pueden ser percibidos con el sentido de la fe. Los hombres que están en su interior, apenas se
distinguen de los que se encuentran en el exterior. Se da la virtud en ambos lados. Pero la fe está
de su parte. Resiste. Tienen la promesa de la paz divina.

3. GRATITUD DEL APÓSTOL


(4/10-20).

10 Me he alegrado sobremanera en el Señor, de que ya por fin haya florecido vuestro


interés por mí; porque teníais estas aspiraciones; pero os faltaba oportunidad. 11 Y no es que yo
hable a impulsos de mi escasez; pues yo aprendí ya a bastarme a mí mismo en cualquier
situación. 12 Sé vivir en pobreza, y sé vivir en abundancia. En todas y cada una de las
circunstancias estoy entrenado: en tener hartura y en pasar hambre, en tener de sobra y en padecer
escasez. 13 Todo lo puedo en aquel que me da fuerzas. 14 Sin embargo, hicisteis bien en tomar
parte en mi tribulación. 15 Y también sabéis vosotros, filipenses, que en los comienzos del
Evangelio, cuando salí de Macedonia, ninguna Iglesia abrió conmigo cuentas de gastos e
ingresos, sino vosotros solos; 16 pues incluso a Tesalónica me enviasteis una y otra vez lo que
me era necesario. 17 Y no es que yo busque donativos; sino lo que busco es el rédito que aumente
vuestra cuenta.
18 De todo acuso recibo, y estoy en abundancia; lleno estoy, después de haber recibido de
manos de Epafrodito lo que me habéis mandado: olor de suavidad, sacrificio acepto, agradable a
Dios. 19 En correspondencia, mi Dios colmará todas vuestras necesidades según su riqueza, en la
gloria, en Cristo Jesús. 20 A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

De nuevo Pablo se hace personal. Ahora expresa su gratitud por el donativo que los
filipenses le hicieron llegar por medio de Epafrodito. A decir verdad, se habría esperado esta
gratitud ya en un momento anterior, pero la urgente situación del Apóstol y de la comunidad
misma ocupaban el primer plano. No escribe una carta privada, sino que escribe en el desempeño
de su misión apostólica. De ahí la manera de agradecer que ha elegido y que pudiera
desconcertar.
La primera impresión que podría obtenerse es que Pablo se muestra impaciente porque la
ayuda de parte de los filipenses se retrasó demasiado. Que finalmente hayan podido volver a
desplegar sus cuidados es motivo de gozo. Pero Pablo prescinde totalmente de su persona.
Apenas le interesa la cosa en sí. Se pone en la situación de ellos, juzga enteramente desde esta
situación y participa así de su alegría, que consiste en que desde hacía tiempo venían buscando
una ocasión de ayudarle y, finalmente, la han encontrado.
Por eso les defiende. Les reconoce su buena voluntad, existente ya de antes.
Debe excluirse toda mala inteligencia. Sus palabras no están dictadas por la necesidad.
Que la sufre -prisionero en la cárcel- está fuera de duda. Pero en su profesión apostólica ha
hecho un duro aprendizaje, cuya escala de sufrimientos enumera en otro pasaje. Incluye desde
azotes, peligros de ladrones, hambre y sed, hasta lapidaciones y naufragios en alta mar (Cf. 2Co
11,23-33; 6,3-10). Con todo esto sabe habérselas Pablo.
El dominio de la vida se extiende en dos direcciones: la pobreza y la abundancia.
Ciertamente, el dominio de la pobreza, de la indigencia, es el más difícil. Pablo exagera un
poco cuando habla de abundancia refiriéndose a sí mismo. El infatigable peregrino no tuvo
ninguna oportunidad de acumular ganancias. Sólo quiere dar a entender que sabe también de la
tentación de la abundancia y que también ha aprendido a superarla.
¿Es Pablo un asceta? ¿Tiene tan magistral dominio de sí mismo? Ciertamente, era un
hombre muy impulsivo, lleno de vitalidad y fuerza de carácter. Pero él saca de otra parte su
auténtica fuerza. Otro le hace fuerte, Cristo. Sabe bien que la debilidad del Apóstol es el medio
de que se sirve Cristo para manifestar su fuerza (Cf. 2Co 12,9s).
Desde el principio existían excelentes relaciones de confianza con los filipenses. Ya a las
pocas semanas después de su partida de la ciudad habían comenzado a subvenir a sus necesidades
económicas (4). Y siguieron haciéndolo también en adelante. Pablo aceptó con agrado este
servicio, lo que significaba una distinción en favor de ellos, porque eran escasas las comunidades
de las que aceptaba subvenciones. A este propósito, sabe que el trabajador merece su salario, que
el misionero y el pastor de almas tienen derecho a ser mantenidos por la comunidad, pero no hace
uso alguno de tal derecho, para que el Evangelio no pierda su fuerza ni se le pueda hacer a él
mismo reproche alguno (Cf. 1Co 9,13-23). Filipos es la gran excepción. Pueden sentirse
orgullosos de ella.
A Pablo no le interesa la ganancia material, sino el beneficio espiritual. Valora el donativo
como demostración de sus buenos sentimientos, de su sentido de sacrificio y, por tanto, como
señal de sus progresos en el ejercicio de la existencia cristiana. Hacer participar a los otros en los
propios bienes por causa del Evangelio exige de parte de los que dan y de los que reciben una
recta postura frente a la palabra. Aunque el Apóstol les extiende acuse de recibo, como un
comerciante que firma una cuenta, para él la acción tiene un fondo esencial. Se servía a un
hombre, pero con el servicio humano se alcanza a Dios. Llama la atención ver que Pablo pueda
describir el donativo de los filipenses como un sacrificio hecho a Dios. «Sacrificio acepto,
agradable a Dios» son expresiones conocidas por nosotros a través de la teología cultual vetero-
testamentaria (Ex 29,18; Ez 20,41). Los verdaderos sacrificios son espirituales. Ante Dios no
cuenta la sangre de machos cabríos y de novillos, sino el amor que se manifiesta en el servicio a
los hombres y que brota de la fe.
Dios premia los buenos donativos. La alusión a Dios en estos contextos puede sonar
fácilmente como increíble. Pero Dios y su riqueza no son pensados como una especie de
tapaagujeros que deba saltar a la brecha en defensa de la pobreza humana. En Dios se remedia
toda humana necesidad, la de Pablo y la de los filipenses. Considerada desde Dios, la vida
humana es necesariamente algo relativo, referido a otra cosa.
Los creyentes están llamados a participar en la plenitud de la gloria divina. Esta llamada
está tendida hacia el futuro del tiempo final. Dios se da a sí mismo, deja que se participe de lo
que le es propio, sobre todo por parte de aquellos que están dispuestos a dar a su vez lo suyo.
Al final hay una pequeña alabanza. El Apóstol cierra la carta del mismo modo que la
comenzó: orando.

Conclusión

SALUDO Y BENDICIÓN
4/21-23

21 Saludad a todos los santos en Cristo Jesús. Os saludan los hermanos que están conmigo.
22 Os saludan todos los santos, principalmente los de la casa del César. 23 La gracia del Señor
Jesucristo sea con vuestro espíritu.

Usualmente las cartas acaban con saludos. La costumbre sigue en vigor en nuestros días.
Pero, una vez más, puede verse en este pasaje que las cartas del Apóstol tienen un sello peculiar,
son expresión de su cargo apostólico, aunque también del sentido fraterno que unía
indisolublemente a las comunidades entre sí. Los santos de Éfeso saludan a los santos de Filipos.
Se tienen mutuo afecto, no porque les unan los vínculos de la sangre, la amistad o la inclinación
personal, sino la fe común, que crea la conciencia solidaria, el querer de unos a otros y con otros.
Hay un grupo en la comunidad efesina que merece una mención especial: los de la casa del
César (5). Se trata de los esclavos imperiales que desempeñaban acaso sus trabajos en el pretorio,
en los lugares en que se administraba justicia, de suerte que Pablo pudo tener posibilidad de
verles y hablarles. Algunos de ellos eran cristianos.
Tanto la comunidad efesina como la filipense son fundaciones del Apóstol. Por eso las une
también la persona misma de Pablo. A los saludos de los santos antepone los saludos de los
hermanos, de los colaboradores que están en contacto con él, y los suyos propios.
Saluda a todos ellos, a «todos los santos en Cristo Jesús». Se ponen de manifiesto, por
última vez, las excelentes relaciones entre el Apóstol y los filipenses.
Lo último que ha de darles es el saludo de bendición. Es indudable que las cartas se solían
leer en las asambleas de la comunidad. La bendición los abarca a todos en el espíritu. Un mismo
espíritu anima a toda la comunidad. Y esto es expresión, garantía, manifestación visible del
Espíritu divino, que creó e hizo posible la existencia y la comunidad cristianas.
...............
1. El predicado soter se encuentra, en el corpus paulino, preferente- mente en las cartas pastorales; fuera de ellas, sólo en
Ef 5,23. El soter Jesucristo es característico de la 2P.
2. Se hace un juego de palabras con el nombre de Sizigo.
3. La idea del libro de la vida aparece ya en el Antiguo Testamento: cf. Éx 32,32s; Sal 69,29; Dan 12,1.
4. Tesalónica, donde los filipenses enviaron su primer socorro, fue, después de Filipos, la segunda estación en el segundo
viaje misionero: 1Ts 2,2; Hch 17,1ss.
5. Sólo en este pasaje se menciona al César en Pablo. Cf. también Mc 12,13-17 par; Lc 2,1; 3,1, 23,2; Act 25,8-12.
(_MENSAJE/11.Págs. 57-80)

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