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y-soportes-fisicos/
27 octubre 2014
Cultura, Humanidades
La palabra revolución tiene múltiples significados. Hoy en día se suele usar en sentido devaluado,
para indicar un cambio relativamente substancial, aunque no necesariamente radical, en nuestro
comportamiento, ya sea en el campo social, económico, tecnológico o cultural. Sin embargo, las
verdaderas revoluciones si existen y tienen (o han tenido) una extraordinaria importancia en
distintos ámbitos. Algunas, políticas y económicas, tienen un impacto directo, en ocasiones con un
tremendo coste humano. Otras, culturales y tecnológicas, son más sutiles, y sus efectos se
observan a más largo plazo. Los soportes que usamos, y la tecnología asociada a los mismos,
para transmitir ese extraño fenómeno que llamamos cultura tienen también consecuencias
sobre qué permanece y durante cuánto tiempo.
Las sociedades humanas más primitivas utilizan técnicas orales. Narran hechos y lecciones;
describen procesos. Las palabras y el ejemplo dominan. Por supuesto, no es privativo de aquéllas.
Los cuentos que aún perduran en las sociedades más desarrolladas cumplen funciones
semejantes. Además, desde el hombre de Cro-Magnon, utilizamos representaciones pictóricas y
esculturas.
Los primeros registros culturales permanentes que se conocen, sin tener en cuenta las pinturas
rupestres, son probablemente las tablillas sumerias, a finales del tercer milenio antes de nuestra
era. La mayor parte de ellas, y las correspondientes a sociedades posteriores, realizados
en escritura cuneiforme, son registros económicos: transacciones comerciales, pago de
impuestos, censos, existencias en almacenes, etc. Afortunadamente, también contienen las
primeras expresiones literarias, como es el caso de las Vicisitudes de Gilgamesh, probablemente
la primera epopeya que ha llegado hasta nosotros. O los registros astronómicos de eventos tales
como eclipses, de vital importancia para datar diferentes sucesos históricos.
Una significativa porción del material escrito en Sumeria y las culturas herederas como Babilonia y
Asiria, a pesar de la dureza de su soporte, no sobrevivió a las invasiones posteriores de persas y
helenos, al cambio de civilización. Sin embargo, gran cantidad de almacenes de tabillas existen en
las antiguas urbes de Mesopotamia, el país entre los dos ríos, en el actual Irak.
Desafortunadamente, ésta es una región muy castigada por la historia. Y los conflictos actuales,
junto a la devastadora capacidad destructiva del arsenal moderno, han podido causar un daño
irreparable a los asentamientos o tell, montículos artificiales que indican la presencia de
antiguos núcleos urbanos, aun no excavados.
En las orillas del mítico Nilo, Egipto desarrolló el papiro, y los rollos de este material,
extremadamente frágil, fueron utilizados profusamente durante la Antigüedad, especialmente por
las sociedades helénicas y por el mundo romano. Las grandes bibliotecas del periodo helenístico y
del imperio, desde Pérgamo hasta Alejandría, contenían miles de rollos que incluían gran parte de
la sabiduría mediterránea, desde las tragedias griegas a las reflexiones filosóficas del emperador
Marco Aurelio. Desgraciadamente, los accidentes, los desastres naturales, los incendios
deliberados, los saqueos o el mismo paso del tiempo, han sido la causa de que gran parte de
nuestra herencia cultural haya desaparecido.
Finalmente, durante los últimos decenios, hemos asistido a una verdadera explosión
exponencial. Los nuevos formatos digitales, y la aparición de internet, prácticamente nos dan una
capacidad ilimitada a cada ser humano, al menos a la población que puede acceder a las nuevas
técnicas. Tanto para disponer de la información, como para almacenar, crear nuestro propio
material o distribuirlo. La digitalización masiva de archivos, su catalogación y su uso remoto en la
red probablemente contribuirá enormemente a la preservación y difusión de contenidos que se
creían perdidos.
En todos estos cambios de soporte cultural, algunos de ellos producto de verdaderas revoluciones
o causantes de las mismas, hay material que se pierde. No todos los registros escritos en tablillas
pasaron a papiro, ya que no había razón para que fueran transcritos, al tener sentido solo en un
momento específico, en un contexto político y cultural determinado. Desafortunadamente, no
todos los volúmenes de papiros fueron volcados a códices, entre otras razones por sesgos
culturales y no todos éstos terminaron por pasar por la imprenta antes de desaparecer.
Sí, existe una selección. De manera general se ha traducido en que las obras literarias e históricas
de la Antigüedad, aunque solo una pequeña parte de los mismos, nos ha llegado vía Bizancio;
mientras que la filosofía y la ciencia nos ha alcanzado por las traducciones árabes, y una parte
significativa por las dos escuelas de traductores de Toledo. Esto es debido a que ambas
civilizaciones, cristiana y musulmana, han hecho uso de esas realidades culturales del mundo
clásico para sus propios fines.
Nuevamente nos encontramos ahora en una encrucijada, tal vez más importante por el ingente
volumen de material cultural que se crea, y por la posibilidad real de ser sepultados en lo que se
podría denominar «ruido cultural», un excesivo volumen de productos sin valor, sin originalidad,
los análogos a las tablillas sumerias que detallan las existencias de almacenes.
¿Cómo almacenar nuestra cultura, cómo transferirla a nuevos formatos, garantizando que nada
de interés se pierda? ¿Deberíamos crear bancos culturales, nuevas bibliotecas de Alejandría,
como impulsa Naciones Unidas? Y, sobre todo, ¿quién debe realizar la selección y con qué
criterios? Yo no me siento capaz, no me atrevería, ante la posibilidad de, inadvertidamente,
sacrificar una Iliada.
CAB, INTA-CSIC
Centro Europeo de Astronomía Espacial (ESAC, Madrid)