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“Con el morral a cuestas..


...bocados y retazos de mi tierra
“Con el morral a cuestas..”
...bocados y retazos de mi tierra

Profr. Abraham Montijo Monge


CON EL MORRAL A CUESTAS...
BOCADOS Y RETAZOS DE MI TIERRA
Primera edición. Marzo del 2007.

Diseño de interiores: Emmanuel Ávalos Ríos.


Diseño de portada: Lic. Francisco Sánchez López.
Prólogo: José Escobar Zavala (Crónista de Cajeme).

Impreso en México
Printed in Mexico

(c) Abraham Montijo Monge.


(c) Editorial La Bicoca.
Derechos Reservados.

C. Electrónico: amontijo33@hotmail.com
DEDICATORIA:

A MIS GRANDES AMORES


QUE ME HAN ACOMPAÑADO SIEMPRE:

Mis Padres, eterno recuerdo;


Mi esposa, fiel compañera;
Mis Hijos, razón de vivir;
Mis Hermanos, sustento y apoyo filial.
 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra
PRÓLOGO

Este libro educa y divierte...

Por José Escobar Zavala,


Cronista Municipal de Cajeme.

De simpático y sugerente título, “Con el Morral a


Cuestas. ..”, esta obra es un morral literario de rico contenido.
Los relatos versan sobre la naturaleza, las características am-
bientales, las vivencias de personajes reales, los pueblos de
la sierra con sus usos y costumbres, sin excluir las inquietudes
sociales.
En este peregrinar que va de la mano con sus 70 años
de existencia, el autor, Profesor Abraham Montijo Monge,
rescata y le da nueva vida a crónicas de grato sabor histórico,
como es el caso de “Estampas de la sierra”, “De la mano con
Cajeme”, “Boda de pueblo”, “La argolla de mi compadre” y
mucho más que a lo largo de los años ha dejado plasmadas en
las páginas de diversos periódicos y suplementos culturales.
En el fondo pudiéramos decir que sus ideas se orientan hacia
la búsqueda de una verdad objetiva y un orden estable dentro
de las tradiciones del pasado.
Para evaluar la calidad del Profesor Montijo como
escritor, basta analizar a priori cualquier artículo, ensayo o
crónica de su vasta producción. Conjuga su cultura y el buen
manejo semántico, con la sencillez que tanto agrada a todo
tipo de lectores. En sus cuartillas va compaginado el tempe-
ramento sensible de su personalidad. Se pule y sabe definirse
cuando el tema es escabroso. Está consciente de que el aná-
lisis y el conocimiento veraz evitan las deformaciones de juicio
tan peligrosas para la verdad histórica.
Cuando cita a la hermana población de Navojoa, lo hace para
poner énfasis en la hospitalidad de sus gentes. Escribe con
conocimiento de causa ya que recién ingresado al magisterio,
de escasos 17 años, fue maestro de quinto año en la legen-
daria escuela Talamante.
Y cuando hace referencia a esa agrupación cajemense
conocida como “La Bitachera”, que dio pauta para un

Profr. Abraham Montijo Monge 


movimiento político que desembocó triunfante en la conquista
de la presidencia municipal en el proceso electoral de 1970. El
“alma máter” de esa agrupación ciudadana fue Próspero Cota
Esquer, a quien todo mundo cariñosamente llamaba “Popelín”.
En el Comité de Auscultación Política, el Cap. Juan Souque
Limón figuró como presidente, mientras que el profesor Montijo
ocupó el cargo de Secretario.
En lo personal, al margen de mi condición de perio-
dista, también fui miembro de “La Bitachera”, y fue en esa
aciaga cruzada cívica cuando hice amistad con el hoy autor
de: “Con el Morral a Cuestas...”, que por ese entonces se
desempeñaba como director de la Escuela Fernando F.
Dworak. A partir de esa aventura política, pude ir valorando
sus atributos como educador responsable, hombre de bien y
ser humano enamorado de las letras y de la vida misma.
En la fluidez de la prosa del autor, se percibe el palpitar
de una preocupación que lo vincula con su época, la inquietud
social, considerada no desde el punto de vista del historiador
clásico, sino con humana vibración que no puede ocultar su
raíz serrana de contacto franco y directo con la naturaleza.
“Con el Morral a Cuestas...” es un libro de blanco
contenido, exento de dislates y palabrotas (no podría el
Profesor Montijo traicionar su estilo y modo de ser), apta para
toda clase de personas, de cualquier edad, amantes de la
lectura.
Pero para los lectores de los pueblos serreños y
demás lugares que conforman la escenografía visualizada por
el autor, significa, así lo creo, un grato reencuentro con las
imágenes y aromas del ayer y, ¿Por qué no?, con el mismo
presente. Por supuesto. entre esos lugareños se encuentran
los habitantes de Naco, Cananea, Navojoa, Rosario y San
Rafael de Ures, donde Don Abraham Montijo Monge vino al
mundo un 3 de marzo de 1935.
Solo resta vaticinar que la buena acogida a este libro,
se sumará justamente a los logros y reconocimientos que ha
obtenido Don Abraham a lo largo de una existencia dedicada a
la docencia ya una activa participación por el desarrollo social
y cultural de Cajeme. Su nombre se encuentra inscrito en la
placa de Cajemenses Distinguidos, que se halla en la planta
alta de Palacio Municipal. La distinción se dió en noviembre

10 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


del 2002, con motivo del septuagésimo quinto aniversario de
la designación del Municipio de Cajeme.
El Profr. Abraham Montijo Monge, nació el 03 de marzo
de1935 en San Rafael, Ures, Sonora, siendo sus padres
Francisco Montijo Villanueva y Esthela Monge Figueroa.
Contrajo matrimonio con Evadina Cervantes Encinas,
de cuya unión con amor y buenaventura nacieron nueve hijos:
Minerva Leticia, Aracelia{+), Aurora, Abraham, Marco Aurelio,
Deyanira, Danaeé, Marco Tulio y Marco Servlo.
Realizó sus estudios de primaria y secundaria
en Guadalupe y Ures Normal, en el Instituto Federal de
Capacitación del Magisterio en Hermosillo, Sonora; La Normal
Superior con especialidad en Ciencias Sociales la cursó
en Oaxaca, donde fué fundador del Instituto Superior para
trabajadores de la Educación “Ricardo Flores Magón”.
En su trayectoria educativa de más de cuarenta años,
ha servido en plazas de primaria, secundaria, preparatoria, en
Navojoa, Nogales, Rosario, Bácum, Pueblo Yaqui, Francisco
Javier Mina (Campo 60) y Quetchehueca.
Con motivo del 75 Aniversario del Municipio de
Cajeme, el Consejo Calificador de “Los Que han Hecho
Cajeme”, designó al Profr. Abraham Montijo Monge, integrante
del grupo de personas distinguidas, por haber impulsado,
fomentado y coadyuvado a difundir arte, cultura, educación,
en nuestro municipio.
Con una activa participación en el desarrollo social
y cultural de Cajeme, recibió la placa de “CAJEMENSE
DISTiNGUIDO”, orgullo que comparte con su familia.

Profr. Abraham Montijo Monge 11


Con motivo del 75 Aniversario de Cajeme el Consejo
Calificador de “los que han hecho Cajeme” designó al profesor
Abraham Montijo Monge, integrante del grupo de personas
distinguidas por haber impulsado, fomentado y coadyuvado a
difundir arte, cultura, educación en nuestro municipio.

12 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


PRESENTACIÓN

Esto de escribir es la única alternativa que nos­ queda


para seguir creciendo, para continuar siendo nómadas por
los caminos y senderos del cuento, los llanos amplios de la
leyenda, los espacios donde hacen eco las voces de la crónica
y­ los polvos de las paredes de las viejas casonas hablan­ de
historia y de recuerdos, pegados de las faltriqueras de los
pantalones de los hombres o agarrados a la guagüila que ajus­
ta la pretina y calzoneras a la cintura de las mujeres que dieron
e hicieron de qué hablar.

Ahora para entregarles nuestra pepena esculcamos ­el


morral, el fiel compañero de las veredas y barrancas. Reporta,
salen figuras, pueblos, caminos, personajes haciendo o ya sin
luz ni sombras. Son retazos literarios sobre los atardeceres
­sonorenses que desparraman su policromía sobre la tierra
ama­da, esteparia y bravía. Sobre los amaneceres que
despuntan cada día en el horizonte, delineando las crestas
de las serranías negras, en el oriente, por donde inicia el sol
su andar cotidiano. La pupila del andariego, por la querencia
y el arraigo a la casa geográfica, recoge, hasta el cabeceo de
una iguana, que se asoma en el agujero de un tronco del viejo
palofie­rro o el traqueteo del picotear del pájaro carpintero, en
la­ dura y roñosa madera del jito, el árbol de la llanura solita­ria,
bañada por los quemantes rayos del sol de estío.

Andanzas y correrías por extensas latitudes geográficas


nacionales y estatales, por largos caminos, montados ­ en
medios de locomoción disponibles, nos permitieron recoger
y armar éste material que esperamos, usted lo disfrute, en
la sencillez de su redacción y contenido. En reciprocidad
a la benevolencia, al sustento para ejercer lo que nos fue
impuesto por el destino, con la fuerza del crédito vital que
nos proporcionaron y disfrutamos hasta hoy, le entregamos
a Sonora esta recopilación en la modesta obra “Con el Morral
a Cuestas”, co­mo aportación al acervo cultural que ya la
distingue en el concierto de las demás entidades del país.

Agradecemos su amable participación con la crítica,


envuelta en los ropajes y zagalejos, productos de la compren­
sión dentro del marco de la urbanidad y la cultura.

PROFR. ABRAHAM MONTIJO MONGE

Profr. Abraham Montijo Monge 13


CONTENIDO

Dedicatoria..............................................................................7

Prólogo....................................................................................9

Presentación..........................................................................15

PRIMERA PARTE.- VIDA FAMILIAR

“Forjando la vida para conquistar y lograr esperanzas…” ­

1.- Nostalgia Otoñal...............................................................19


2.- Frijolitos.............................................................................20
3.- Amor del Bueno................................................................22
4.- El Luto Entró.....................................................................24
5.- Mañana Dios Dirá.............................................................26
6.- Vidas Paralelas.................................................................28
7.- Hace Apenas 78 años.......................................................32
8.- La Gran Amenaza.............................................................35
9.- Mordeduras del Tiempo....................................................38
10.- Aquellas Pastorelas de la Infancia................................. 41
11.- Faltan Hombres.............................................................. 44
12.- Aguas que no Volverán.................................................. 46
13.- Queridos Maestros......................................................... 49
14.- Querencia y Arraigo........................................................ 53
15.- La Vida Cambia.............................................................. 55
16.- Pa´que se hagan hombres............................................. 58
17.- La hombría de bien.........................................................63
18.- El Molino de San Rafael.................................................68
SEGUNDA PARTE.- VIDA NÓMADA

“Recogiendo Figuras y recuerdos…” ­

1.- Por el Río Sonora………………...……………………... 72

2.- Caminos de México……………………………………...75

3.- Rumbo a Cananea………………………………………. 78

4.- Nómada y Caminera…………………………………….. 89

5.- Tesoros Arqueológicos………………...………………...92

6.-Tierras Tamaulipecas ……………………………………. 95

7.-Sonora Anduvo los días calientes……..………………..101

8.-Llegaron por fin las lluvias…………………………….....105

9.-Por Siempre Navojoa………………...…………………..108

10.- La Bitachera……………………………………………..112

11.- La Mesa del Campanero……………………………….116

12.- Viaje por las Californias…………...…………………...119

13.-La Parcela de Los Machetes…………………………...126

14.- Cantos Lejanos…..……………………………………..129

15.- Chilares…………………………………………………. 133

16.- Paisajes de Sonora……………………………………. 135


TERCERA PARTE.- ESTAMPAS Y PERSONAS

“Estampas y personas que hicieron crónica…”

1.- Estampa de la sierra………………………………………139

2.- De la Mano con Cajeme…………………………………..141

3.- Las Macetas Borrachas……………………………………145

4.- El Sordo y El Mocho……………………………………….148

5.- La Argolla de Mi Compadre…………...…….…………….151

6.- Don Olegario………………………………………………..154

7.- Cuidado con los alambres..!....…………………………...156

8.- Es el Padre de Tus Hijos..! …...…………………………..158

9.- Ni que Naco fuera tan grande...,.……...………………....160

10.- El Buen Cánchira………………..…….………………….162

11.- El Platanito………..………………………………….……165

12.- Estampa Sonorense…………………..………………….168

13.- El Origen del Menudo Sonorense…..…………………..170

14.- De rosarios a Rosarios. …...…………………………….172

15.- El Abandonado..…………………………………………..175

16.- Trago Amargo……………………………………………..177

17.- Boda de Pueblo…..………………………………………179

18.- Una Simple Pistolita.....…...……………………………..181

19.- El Pollorio……………...……………………….………….184

20.- Pero con la zorra encaramada. ………………………...186

21.- Norteños chichimecas……………………………………189


NOSTALGIA OTOÑAL…
A-ie emou ne uata...

Recién entró la estación, el agua de lluvia ha sepultado


el calor de la ciudad. Los rayos solares son tiernos, más
cuando apenas empiezan a tramontar, marcando sus per­files
que le proporcionan el nombre, la serranía de Baroyeca (nariz
de perico).

Los laureles de la India (yucatecos) y sus follajes


ver­des, apenas tiemblan con soplo macilento del agradable
vientecillo matinal. Nubecillas mugrosas, motean algunas
partes del cielo.

Es el despertar del otoño.

Esta mañana apacible, serena, que los dioses


tutelares, reflejan con brillos y colores en la laguna del Náinari,
para disfrute de sus hijos obregonenses, amanecí con el
sentimiento tembelequi, quebradizo y quejumbroso de buqui
chípili, requiriente de arrumacos, con sabores de ternura
maternal. ¡Un viejo setentón con alma de niño!

En este estado de ánimo, matizado de recuerdos


y añoranzas filiales, participan, para remachar el clavo, con
onomatopéyica actuación y su melancólico canto, dos palomas
habaneras que apenas ayer llegaron a casa.

Así se aflojaron las fibras del alma, afloró el sentimien­


to, recordando al ser de toda la vida, el amor de siempre que
vivifica y sensibiliza:
“No recuerdo tus caricias cuando pequeño,
si también disfruté de tus besos.
Menos me enteré de tus afanes,
pero ahora, cuando han pasado los años:
¡Madre mía! Cuando me siento niño
¡Cuánto quisiera darte un beso!”...
Bien atendido, en aras, prados y surcos de tierras
lejanas, hemos dejado caer en recíproca actitud, amorosamente
semillas de cariño y la mejor intención.

Madre, de ti me acuerdo...

A-ie emou ne uata...

Profr. Abraham Montijo Monge 19


FRIJOLITOS…
Aquellos años de adolescencia y juven­tud fueron
duros por la “abundancia de es­casez”. La dieta alimenticia
obligó a mamá Esthela, a confeccionar receta culinaria, familiar
especial, que nos ofrecía solícita y acongojada:

“Frijolitos por la mañana; frijoles de la olla con orégano


y cebolla picadita a mediodia y frijolitos fritos al oscurecer» .

Completaban el menú cotidiano, las gruesas y


«saruquis tortillas de maiz» que salían hinchaditas del comal
de tierra, untado con cal o hueso quemado, para que no se
pegaran. Feriados eran los días de platillos especiales de
carnes blancas o rojas. Era un regocijo saborear una sopa
de arroz con pollo. Sucedía esto cuando sentenciaban a un
emplumado por “encimoso y se cuacha aquí y allá”. Al final
venía el postre a base de bichicoris empanochados, o un buen
troncho de panocha con cacahuate, fabricada allí mismo en la
Hacienda de San Rafael.

En San Rafael de Ures, tuvo lugar un com­bate entre


maderistas y fuerzas del gobier­no; los dias del 23 al 26 de
marzo de 1911. Se tiene en la historia de la revolución ma­
derista en Sonora, como el más sangriento. Don Quico, mi
padre, entonces un chiqui­tín “de brazos” estuvo a punto de
perder la vida, merced a un capricho de la soldadesca federal,
que rodeaba las instalaciones de ladrillo y adobe, del Molino de
trigo “San Rafael”, dentro del cual se protegían los maderistas
y habitantes del poblado.

El momento crítico lo vivió don Quico, en unión de


su mamá, mi abuela, cuando algunos soldados gobiernistas
por travesura y diversión, se colige, dispararon sus máuseres
contra «el blanco», que ofrecía el cajete de frijoles, “que
Ma´Panchita” llevaba en su mano derecha, doblado el brazo
hacia arriba. En el brazo izquier­do, acurrucado contra el pecho
materno, se hallaba Don Quico ¿Buenos tiradores federales?
¡Lioj ca taia ¡...¡Sabe Dios!.

Después de varios días del combate y sitio de San


Rafael, el terruño enraizado en la querencia pura y diáfana,
a don Abra­ham Montijo mi abuelo, le tocó recoger el campo
a cambio de no colgarlo, pues lo habían hecho pri­sionero en

20 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


los carrizales, que densos y extensos poblaban las márgenes
del Río Sonora, en un lugar llamado El Po­trerito. El historiador
Don Antonio G. Rivera nativo del lu­gar, da cuenta del quehacer
al respecto:- «Numerosos y grandes montones de cadáveres
se hicieron en la plazoleta del lugar, y regados con petróleo,
al ponérseles fuego dieron a los azorados vecinos de la
hacienda el espectáculo horrendo de inmensas piras humanas,
cuyos “leños” se retorcían al crepitar del fuego en horribles
contorsiones...” Mención especial merece la actuación de
doña Juana Paredes, la heroína, del sitio de San Rafael.
Allí, en esa acción de guerra, cimiento de las grandes bata­
llas constitucionalistas, recibió su bautizo de fuego, entonces
jovenzuelo de dieciséis años de edad, quien andando el tiempo
llegaría a ocupar alta plaza militar en la Defensa Nacional. Fue
el General Juan José Gastélum Salcido.

Los datos en tremolina, abunda la crónica oral, la


entre­tenida y sustanciosa charla de don Quico, que a veces
recibía intervenciones de dos de sus ayudantes en las fae­nas
milperas: Juan Palacios y Manuel González... Juan, cuando
el jugo bacanorero recorría los noventa mil metros de canales
venosos de su cuerpo entonaba el corrido “En Santa Rosa una
acequia, fue el fin de tanto pelón…” Re­cordaba su participación
en la batalla de Santa Rosa y donde estampó, por siempre
invicta, la firma, en el arte de guerra, el manco Obregón.

Manuel, enjuto, cara larga y medio jomudo, orgulloso y


lleno de gusto conservó el tiempo de su vida; tres monedas de
oro, que le había “regalado mi general Obregón, después de
que habíamos tomado la Plaza de Nogales y al encontrarme
herido de una pierna en la estación del tren…

Hombres similares regaron sangre y esfuerzos en una


lucha que buscaba la tranquilidad social, para arrancarle a la
tierra todo paridora, los productos de la alimentaria na­cional.
Muchísimos no recibieron ni horruras del triunfo. Quedaron por
ahí en las sombras del anonimato y el derecho al cuento en
la participación guerrera… y nosotros, todos aztecas, mayas
o chichimecas, ioemes, ioris y te­pujas nos hemos olvidado del
sacrificio revoluciooario...

Profr. Abraham Montijo Monge 21


AMOR DEL BUENO…
¡Hijo e’puchi... Qué rápido estamos acercándonos
pa’IIá, pa´l terrenito de la Vera paz. Tal parece que el tiempo
cabalga a galope tendido, disfrutando al moldear cuerpos de
los seres vivos, objetos y cosas, como el viento cambia la
superficie de los desiertos.

Pero mientras no nos destruye y acaba con nosotros,


vamos a jugar con los recuerdos que por su intensidad y sus
efectos quedaron grabados en la memoria, como queda la
marca de herrar candente impresa por el vaquero en el tronco
de un palofierro. Indeleble por mucho tiempo.

Hace una decena de lustros, sucedió el encuentro


con una bella y hermosa damita de figura alta, esbelta, bien
formada, rostro encantador y unos ojos del color de las matas
del mon­te. Verde, maduro y firme, brillante frente al sol.

Resulta que nos encontrábamos en una fiesta familiar


que don Alfonso Flores, muy conocido como “El Quinina”,
había organizado en su domicilio, en la colonia en aquel ayer
llamada, Plano Oriente y a la cual nos había invitado con toda
cordial­idad al profesor José Manuel Leyva Durazo y a mí, que
la­borábamos en la escuela primaria “Presidente Alemán”.

Aquel hogar se hallaba engalanado convenientemente,


con orlas, flores y cadenas multicolores; tapizando techos,
paredes y muros recién pintados de blanco, sobre los cuales
ya empez­aban a restallar, los aires de la música de viento en
vivo.

Al jolgorio que iba subiendo de tonos y movimientos


,arribó un grupo de damitas muy bonitas y distinguidas,
sobre las que se fueron nuestras miradas. Una de ellas,
involuntariamente, sin darse cuenta, rozó con su hombro
izquierdo la pared, man­chando aquella parte de su vestido
con la caliza pintura. Cual barbián, atrevido y muy comedido y
solícito con un “dispense señorita” con leves palmadas sacudí
el polvo impertinente. La joven volteó rápidamente, temerosa
y desconfiada, voz en tono bajo, rostro sonrosado, me dio las

22 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


gracias. Nos miramos a los ojos brevemente. Temblaron mis
piernas y una emoción recor­rió en ese tiempo mi flacucha
humanidad. Turbado y turulato por aquella mirada, me propuse
conquistarla, hacerla mi novia, del caballero procedente de
tierras ejidales cercanas a Ures.

Mi amigo y compañero Manuel, a pedimento expreso,


me las presentó. El ya las conocía y sabía sus nombres. Ellas,
las cinco, urdieron la broma y me proporcionaron nombres
dis­tintos. Así me lo dio a maliciar el colega docente, por lo
que les entregué el mío con fuerte y franca voz: “Mi nombre
es Florin­do Flores Floreado y me dicen Florero...” La risa
generalizada rompió el hielo, dando paso a la camaradería y
sus ocurrencias.

Ella, apenada, pronunció su nombre real: Evadina.


Para lavado de la pena accedió a bailar conmigo. Lo cierto fue
que nos habíamos prendado una del otro. Cuando nos dimos
la mano pasó aquello que sucede cuando el hijo que empieza
a caminar se agarra de nuestro dedo índice y entonces nos
trasmite una sensación de confianza y comprensión que va a
dar al corazón.

Pedí a los músicos nos complacieran con aquella


canción: “Hay unos ojos que si me miran/hacen que mi alma
tiemble de amor...” Fue la rúbrica de un noviazgo que en
tiempo y forma culminó, cual debe de ser, en matrimonio ante
Dios y la so­ciedad.

La voz de Humberto Cravioto, retumbante en el interior


del recinto de un teatro local, removió la tierra para el renacer
de este hermoso recuerdo. Una de las interpretaciones me
proporcionó una flor, la reina de las flores, una rosa, para la
reina de mi hogar, mi fiel compañera, mi linda esposa. La ofren­
da era voz: “ ¡Júrame...!/que aunque pase mucho tiempo/no
olvidarás el momento/en que te conocí...”.

Profr. Abraham Montijo Monge 23


EL LUTO ENTRÓ…
Sobre el fondo azul pálido del cielo, acuarela
inconfundible de los días invernales, pasan algu­nas nubecillas
de gris sucio. El vientecilIo candelillero, al fin del norte, azota el
rostro, enfría la piel, entumece las canillas y produce dolencias
en los tobillos. Baja de las cumbres verdes, cuajadas de montes,
las que también delimitan el horizonte con los picachos pelones
de Los Cochis y La Noria, los cerros, centinelas eternos del
pueblo que nos parió y entregó al mundo de los coscorrones,
pata­das y arañazos; a la lucha por la vida. Con buena­ventura
por delante y buen comportamiento enci­ma, nos hemos forjado
tripones y contentos en esta bellísima y calurosa (en lo físico y
humano) tierra.

Desde este entorno sanrafaileño, sobre una mesilla


patuleca, trasto inconfundible en el patio de un hogar ejidal,
pergeñamos el presente trazado, rogando al dios tutelar, que
nos proporcione emisa­rio para ponerlo en manos del gruñón
editor; Ra­món Íñiguez Franco y entablar la charla con usted,
amable amigo y lector, ya una vez puestos en la vereda del
nuevo y trastabillante tiempo.

Confesamos que sobre nuestro ánimo para con­


feccionado, atisban las cortantes, aristas de la an­gustia y
aflicción. Mientras el querubín de la fami­lia celestial, haciendo
pininos, anuncia con su na­cimiento la salvación de todos
los hombres y brin­da paz a los de buena voluntad, nuestra
hermana Eva lucha denodadamente por la vida en una sala
del Seguro Social de la capital sonorense.

Las noticias que recibimos aquí en el patio de la vieja


casona de gruesas paredes, no son muy bue­nas y mucho
menos halagüeñas. Alarman y morti­fican, al grado que nos
hacen pensar que la barca de Caronte ya fondea, esperando
en las oscuras y tenebrosas aguas de la laguna Estigia. Muy
preparados y resignados, rogamos que suceda un mila­gro
para que el tétrico y horripilante barquero se regrese con la
barca vacía.

24 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Lo que haya que suceder, lo espero sentado bajo
la sombra macilenta de un viejo limonero que deja pasar
débiles rayos de sol, rumiando la impotencia y la angustia
para ayudar a la hermana (la tercera en el orden descendente
de la dinastía) en eI duro tran­ce en que se encuentra. ¡Qué
desesperación! Sola­mente musito jaculatorias, oraciones
breves y fervorosas...

Mientras tanto, El Apache, el nietecillo dosañe­ro, se


entretiene con un troquecito de racas, el ju­guete que le trajo el
santoclós, ajeno al dolor que anega las almas de la parentela,
la numerosa concu­rrencia familiar. A un lado del mataviejos -
así les llamo a mis nietos - una gallina abada y bonchi, re­liquia
de la vieja costumbre de criar gallinas para el consumo de
huevos de gallo-gallina, aventó su cua­cha aguada, maloliente
y de color achocolatado. Al ver al animalucho emplumado,
sin cola, recorda­mos, la zumba y revolcada que le dieron los
mace­donios del cambio, a la emblemática águila del Escu­do
Nacional. Tal parece churea mordisqueada por un coyote de
los breñales desértico de Sonora...

El luto entró a la casona de los bellos recuerdos. Por


las leyes de la muerte, nuestra hermana Eva, partió hacia las
llanuras ignotas, que el Supremo Creador ha dispuesto para
las almas buenas, a su cuidado y por los tiempos sin final. Con
dolor pro­fundo la despedimos en el panteón de Guadalupe
de Ures, repitiendo las palabras circuladas por el compás:
“Querida hermana, tú, sin luz y sin som­bras, descansa y
reposa. Larga paz a tus huesos...”

Y envuelta en una sonata de violines, no preci­


samente de Stradivarius, partió la silenciosa y ho­rrible barca
de Caronte…

Profr. Abraham Montijo Monge 25


MAÑANA, DIOS DIRÁ…
Bueno, pues este día ya no se hizo nada; a ver
mañana… “dijo el vale sacudiéndose el fondillo de los
pantalones que tuvo replanado todo el día, ya pardeando la
tarde a su choza, la casa de cartón, a enfrentar el cuadro
cotidiano: rostros famélicos, sonrisas débiles y hornilla
apagada. Transcurrió un dia sin trabajar, ahí en las bancas, bajo
los árboles donde tienen su bolsa de trabajo los desocupados,
en la plazuela que lleva el nombre de 18 de marzo, fecha en
que fue expropiado el petroleo mexicano, para beneficio de la
nación de las mexicanas y mexicanos.

La frase se repite en el tiempo. A dos mil kilómetros


de lejanía, cuando el vale de las botas de charol rinde su
segundo informe de labores y trabajos al frente de los destinos
nacionales, de las mexicanas y los mexicanos. Un escenario
distinto. Mucho protocolo, ambiente espectacular, luces y
sonidos en pantalla mundial; se fue un año más sin rentas ni
beneficios. Se fueron doce meses y un hombre con el morral al
hombro repleto de “metas inconclusas”, proyectos y propósitos
estériles, palabras huecas y verbos vanos, en medio de una
asamblea protagónica ajena y alejada del drama real que
atosiga a la nación. Ya veremos, pues, qué se realizará el
año que sigue. Cierto es que se ha perdido mucho tiempo. Lo
realizado cabe en un cucurucho de papal de changarro chino.

El protagonista principal de la jornada informante, se


fué en viaje especial, hacia horizontes australes, a participar
en una asamblea de paises muy ricos. Los contrariados y los
escépticos dicen que lleva documentación lista para realizar
trato y venta de las arenas del Chichonal y la lava pétrea
del Seboruco, ya que no fue posible la privatización de las
industrias eléctrica y petrolera, mucho menos instaurar el
valor agregado en los alimentos y medicinas. Fue despedido
antes de los solemnes y sonoros tonos, de los bronces patrios,
con todo el respeto a la investidura presidencial, con magras
palmas y estruendosas rechiflas. Los ausentes del recinto y el
ceremonial, los campesinos que esperan apoyos y directrices
para hacer producir sus tierras, los albañiles que pegan ladrillo
sobre ladrillo en las construcciones, los que levantan el riel

26 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


con el dolor de sus espaldas, los hombres del campo que
miran, como año tras año la campiña se va deteriorando, los
asalariados que dejan de comer o se quedan sin servicio de
energía eléctrica, los pobres de rostros macilentos y huellas de
raquitismo en su cuerpo, los jóvenes con título y documentos
universitarios que no encuentran trabajo, las mujeres, las
amas de casa que ya no saben como hacer rendir el mísero
salario, en fín, todos los que demandan respeto y justicia social
seguramente le acompañaron con la tonada del Samai u aca,
el consejero de la nacionata ioreme y el acompañamiento de
tu nana y tu tata, tu nana y tu tata de la guitarra campirana y
pueblerína en noches de luna y mezcal:
Una coneja de aquí,
le dijo a la de Sonora…
Mira que el tiempo perdido
hasta los santos lo lloran,
Una coneja chiquita…
le dijo a la mas grandota
ahora me tiento una oreja…
pero no me alcanzo la otra.
Padre, consérvanos la esperanza, la paz y la libertad…
Itom a atachaiua, jijap si ne mica… Padre nuestro, concédenos
vida… ¡Inapo caita culpa!... Yo no tengo la culpa…

Profr. Abraham Montijo Monge 27


VIDAS PARALELAS…
San Rafael es un pueblo para soñar...o para delirar.

Se atemoriza y sobresalta cuando las grandes


avenidas del río Sonora braman y se salen de madre. Vive
apacible y tranquilo cuando la corriente cantarina y mansa
serpentea entre manchas de berros, quelites dietéticos y ricos,
muy ricos en yodo y hierro, y entre frondosas arboledas de
sauces, álamos y taraices.

Tiempos de bondad y bendiciones, que ya son muy


escasos.

Hoy, el pueblito bonancible y alentador, está


somnoliento, herido cotidianamente por el sol tan nuestro;
atosigado por la sequía y abrumado por las necesidades. Pocas
personas aún lle­nas de buenos días y buenas tardes. Todas
entradas en años. Los jóvenes están pa´l otro lado. Mucha
tierra hecha polvo, mucho, polvo para las altas columnas de
los remolinos; mucha ruina.

Plaza y Kiosco de San Rafael, Ures, Sonora

28 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


El medio circundante es de tranquilidad impuesta.
Calor, mu­cho calor; flora sedienta, matorrales resecos...

Los añosos mezquites viven amenazados por los


carboneros.

San Rafael parió sus personajes que se crecieron


en el miste­rio de sus fuerzas, su trabajo, sus actividades que
dieron de qué hablar. Se grabaron en la memoria del poblado. A
nosotros nos corresponde ahora charlar sobre esas vivencias
con usted, a echarlas afuera.

Don Pancho Morales, un hacendado con fama


de cacique, pues era resaca del huertismo, decía que fue
diputado federal, que habiendo juntado capital al vender sus
dietas por adelantado, se refugió aquí, donde ya vivía su
hermano Alberto. Pasaba los días replanado en una poltrona
de mimbre, leyendo periódicos y revistas, bien sombreado por
altas y frondosas piochas; enfun­dado en holgados trajes de
fina manta blanca, calzando, además, lujosas pantunflas de
piel.

Don Pancho vivió bien en una enorme casona que se


atravesaba en el poblado, de poniente a oriente. Sembraba
varias hectáreas de tierra a su entero capricho. Todavía no
lIegaba el reparto agrario. Ocupaba varios peones salarios de
cincuenta centavos diarios, aderezados con rezongos fuertes
y palabras gruesas.

Construyó y dirigió un molino harinero. La harina y otros


productos del trigo, empacados en sacos de manta, llegaron
hasta Álamos, EI Quiriego, Movas, Tónichi, La Colorada
y La Dura, pueblos de auge minero a la alza y por ello bien
poblados. La manta de los costales harineros terminaba en la
confección de sábanas, calzoncillos y calzones. Estos últimos
eran sujetados a la cintura por un cordón que las mujeres
llamaban guagüila.

También atendió una extensa y bien surtida huerta


con árboles frutales que producían naranjas, membrillos,
duraznos, granadas y limones. Algunas frutas se envasaban

Profr. Abraham Montijo Monge 29


dando buenas conservas para el postre después de la comilona
del mediodia. Levantaba buenas cosechas de caña de azúcar
que convertía en panocha, puntos y cañas enmieladas. Con el
bagazo de la caña, después de quemarlo, obtenía la materia
prima para fabricar ja­bón.

Debido al desarrollo comercial y a la calidad de los


productos de la hacienda San Rafael, se tendió la primera
línea telefónica en Sonora, cubriendo una distancia de ocho
kilómetros entre Ures y San Rafael.

Don Pancho Morales era muy respetado y hasta se


le temía. También se decia cosas de su personalidad por
su cráneo mondo y lirindo, piel güera, rostro pigmentoso,
narigón, ganchudo, larga y gelatinosa papada, voz cascada
y estruendosa: a cada rato aventaba acuosos y abundantes
escupitajos, motivo por el cual le idilgaron el sobrenombre de
El Gargajiento.

La plebe le tenía miedo. Su nombre se relacionaba con


familias de estirpe y prosapia de la región. Vivía separado de
la familia oficial y tuvo varios hijos por fuera. Hombre creativo,
de empuje, emprendedor, para movilizarse utilizaba un liviano
carruaje negro con toldo de lona, jalado por una mancuerna de
mulas gordas, relumbrosas y bien pelechadas. Cada vez que
iba a Ures, se ajuareaba con traje y corbata.

El otro actor de la historieta, la otra cara de la obra,


haciendo y trabajando por el poblado, fue Miguel Bracamontes
El Borumbo. Hombre modesto, trabajador y versátil, figura de
permanencia activa. Cuando no vestía chaparreras y espuelas
de vaquero, se le veía ordeñando vacas y haciendo quesos,
o se le encontraba en el hogar de algún vecino, destazando
un puerco o ya pegando adobes en alguna construcción y
hasta cortándole el pelo a algún buqui mechudo, después de
regresar de la labor milpera con su pala al hombro.

“El Borrumbo” tenía aretes, aperos, y herramientas


para realizar el servido que le fuera requerido. Chamba por
estar siempre dispuesto a realizar, nunca le faltaba, a pesar
de su cuerpo medio chapurneco, piernas cortas y encorvadas,

30 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


rostro mofletudo, adornado de ojos chicos, mirada muy viva
y brillante, y un manojo de cerdas blanca bajo la nariz chata,
andar cansino y calzando infaltables teguas en los pies.

San Rafael tuvo su esplendor. Por algo encierra más


historia que cualquiera de las once municipalidades que
forman la municipalidad de Ures. Tuvo ciudadanos que hicieron
mucho. Cumplieron con sus responsabilidades y obligaciones.
Hoy los recordamos con respeto y admiración.

Una de las fotos es del verdadero Kiosko de San Rafael de Ures, que
sufrio una remodelación de su estructura original, ya que no contaba
con estructura metálica ni tejaban.

Profr. Abraham Montijo Monge 31


HACE APENAS 78 AÑOS…
Más de un tostón de años hemos venido andando de
la mano con Cajeme. Aquél, usted y nosotros, detu­vimos la
marcha aquí, toda vez que el paraje reunía las condiciones
convenientes, para hacer vida y darle per­files y sabores al
destino y a la existencia. La acogida y la recepción fueron
buenas, amables y cálidas; una verdadera invitación para
desmontar ruedas, ejes y soltar el macho de la carreta. Desde
aquel entonces Cajeme es nuestro, está aquí adentro, en el
lugar de las cosas que se aman.

Con entusiasmo y sumo interés empezamos a hac­erle


cariños y visajes de aprecio, esculcando la histori­ografía de
su masa social, escudriñando su cuerpo geográfico entre los
montes de selvas, matorrales y pastizales, remontando sus
lomeríos y cerros como; El Sochi, El Sayagín, La Tuna, La
Ventana, Los Chiqueri­tos y El Sandial, hasta “remojar las patas”
en los arroyos de la subcuenca hidrológica municipal, como El
Chiquillo. Los Cuchus, Los Amoles y El Chopal. Cajeme, cada
año, celebra el Aniversario de haber adquirido la categoría de
municipio. Lo hizo con estricta fidelidad, principios y normas,
que rigen la vida institucional de Sonora. Con gusto y real
contento lo hemos acompañado.

Se hizo libre y soberano cuando las aguas de la ­heredad


favorecían sus campos con abundancia y hasta dispendioso.
Cuando la tranquilidad tenía momentos breves. El movimiento
incesante y ruidoso de maqui­naria y camionetas, huía por las
calles con salidas al valle, donde el trabajo febril soltaba a
todo pulmón las palabras: barbecho, siembra y cosecha. La
llanura exten­sa y dilatada era un colchón de verdor llena de
vida, correspondiendo al sol el calor bienhechor y esparcía al
ambiente en redor, los olores de la salud y el bienestar.

Pronto Cajeme adquirió famas de rico y acaudalado.


El juglar campirano grabó la copla: “Cajeme tan rico/ donde
hasta el más chico/ gasta su tostón…”

Sí es cierto, que la fortuna camina muy aprisa; en


aquellos ayeres, muchos hombres cajemenses la alca­nzaron

32 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


con tenacidad, mucho esfuerzo, ardua labor y entereza,
voluntad y hombría bien intencionada y de firmes propósitos.

Sintiendo los trasiegos cotidianos, mejor dicho sus


efectos y rozaduras, los tenaces labriegos encendían la
fragua del quehacer a la hora de cantagallo, alto el lucero
madrugador y rendían la faena cuando iniciaba su titilar la
estrella de la oración; en los horizontes ariscos y remontados
del Cocoraque sobre las espaldas de Carlos Feuchter, Babel
Gallegos, Miguel Cortés, Ignacio Gutiérrez; Rafael Pablos,
Eduardo Vargas, Germán Pablos, capitán Mendívil y René
Gándara Romo, entre otros.

Poco a poco, a Cajeme ha ido recibiendo lo que


neces­ita y bienmerece. En el año de 1980, un grupo de obre­
gonenses unió criterios y entusiasmo a fin de erigir en Ciudad
Obregón, un monumento que perpetuara para todas las
generaciones la insigne figura del General Ál­varo Obregón,
tomando en consideración el vacío que inexplicablemente,
existía en nuestra ciudad hacia el revolucionario, no obstante
que lleva por nombre su apellido.

Se dio forma a la idea del periodista Mario Vázquez


Jiménez, integrándose el Patronato Pro Monumento al
General Álvaro Obregón Salido de esta manera: Ricar­do
Topete Polín, Presidente; Mario Vázquez Jiménez, Secretario;
Enrique Moreno Quirós, Prosecretario; Ing­eniero Roberto
Oroz Ibarra, Tesorero; Vocales: Sergio Gastélum de la Vega;
MVZ Pedro Ortiz Trejo, repre­sentante de la Junta para el
Progreso y Bienestar de Cajeme; licenciado Rolando Álvarez,
representante del sector agrícola; José Llamas Sandoval,
representante del sector comercial, Próspero Cota Esquer;
por el sector ganadero; Profr. Abraham Montijo Monge,
representante del sector de educación primaria; Teodoro
Den­nis Muñoz, representante del sector público; licencia­do
Arturo Gaxiola Flores, de la banca privada; Eduardo Prieto,
del sector industrial, Severo Girón y Nemesio Parra Acuña, del
sector ejidal y del Comité de Damas; Bettina Mazón de Rosas y
Cecilia Dondé de Herrera; Pedro Márquez Carrillo, coordinador
de actividades y comunicación; como auditor, fungió con
responsabil­idad y atingencia el C.P. Federico Lernmen-Meyer,

Profr. Abraham Montijo Monge 33


y maestro de ceremonias, el profesor Jorge Herrera Cha­varría;
presidente honorario, el ingeniero Adalberto Rosas López, que
regía los destinos del Municipio.

La ocasión amerita seguir el baile en la cancha de Don


Juventino Vázquez y en la orquesta a Chabelito Sánchez y sus
hijos Carlos, Felipe; Juan y el Benny, quienes lograron famas
en orientes de México y Los Ángeles.

Calle del pueblo de San Rafael de Ures, a la izquierda de la misma


se observa la casa natal del el autor, donde este dio su primer berrido
al llegar al mundo.

34 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


LA GRAN AMENAZA…
¿Cómo encontrar fragancias, sabores y formas, figuras
y nombres, cuadros y reminiscencias del ayer?

Pues vete por a’i, pian pianito, rodando por la amplia


y panorámica carretera federal 15, ya sea pa’tu tierra natal o
pa’rriba o pa’bajo, según el curso de la corriente que prefie­
ras tomar. Como es el espinazo del complejo carretero
so­norense, donde quieras te sales y agarras el ramal que te
sirva para llegar a tu destino. Es seguro que algo de lo que
buscas cosecharás para contento o inconformidad. Dalo por
hecho. Sentirás cambios en las diástoles y sístoles, desde
pasos de tres por cuatro valseados al estilo alemán, hasta
arrebatados y violentos como en los zapateados sinaloen­ses,
acompañados de tuba y tambora.

A pocos kilómetros al norte de la capital, Hermosillo,


abandoné la 15 con rumbo a los pueblos del Río Sonora, con
destino final en Ures.

En todo el trayecto, la llanada está cubierta de malezas


y manchas tupidas o ralas de pastos y plantas altas, leñosas,
mostrando sed y deshidratación en los follajes por la falta de
agua y el cañoneo intenso de los quemantes rayos sola­res,
despidiendo al estío. Bajo el cielo de Sonora son esca­sos los
zopilotes que en acompasado vuelo otean desde las alturas
la llanura en busca de carroña. Ya no cruzan los ca­minos
las chureas, para temor de los caminantes crédulos, que las
consideran aves de mal agüero y que hacen en el aire por
tres veces, la señal de la cruz para deshacer el mal augurio.
Tampoco se atraviesan las liebres orejonas, en veloz carrera
perseguidas por el coyote hambriento.

La flora es de color verde grisáceo. No llena el de los


veranos lluviosos. No despide las fragancias y aromas del
monte sano, exuberante y pleno de nuestros tiempos niños.
Poco se aprecian los adornos de la estación, con la floración
de los tabachines y los sanmiguelitos. Empobrece. Se presenta
enferma de raquitismo, por la carencia de materia orgánica y
minerales en la costra de tierra que la sustenta.

Profr. Abraham Montijo Monge 35


EI hombre egoísta, prepotente y destructivo, buscando
comodidad y bienestar con disfrute, ha roto la cadena de la
vida. Destruye y saquea los bienes, recursos materiales de
agua, oxígeno, madera, alimentos, todo cuanto es preciso
para vivir. Los taladores, por ejemplo, hacen leña, carbón y
postes, los bosques campesinos. El proceso de agotamiento
y malversación de esos bienes, que en el planeta, es necesa­
rio recordarlo, son finitos. Existen organismos, asocia­ciones y
clubes que se la pasan estudiando y firmando protoco­los con
el fin de proteger y estudiar, la forma de conservar y cuidar las
riquezas naturales.

Mientras tanto la amenaza de acabar con pinares,


mez­quitales y palofierrales está latente, así como algunas espe­
cies de la fauna sonorense como la tortuga de monte, la zorra,
los tlacuaches y los batepis, están en vías de extinción. Se
han destruido sus hábitat. Seguramente nuestros mataviejos
(nietos) los conocerán en fotografías.

El sol perdía fuerza, en su declive por la cuesta


vespertina­, despidiendo los últimos días del verano.

Mi hermana Dorita -por cariño le digo Mi Cuadradita-


con la mirada, señala a un joven, que en breve instante pasará
frente a nosotros y me dice:

- Mira, hermano, ¡qué tristeza!, ese que viene allí es El


Güerito, el hijo del Zurdo Moreno, ¿lo recuerdas?

Tratando de disimular el pasmo, observé aquel cuerpo


de movimientos y pasos macilentos que al pasar bloqueó los
rayos mortecinos de la tarde. Aquel muchacho no hace mucho
tiempo era un zagal resollando salud y vigor, la ener­gía la
resumía por los poros. Hoy está convertido en un ente enjuto,
seco, cadavérico, un verdadero carcaj, un costal de huesos.

- ¡Carajo! ¿cómo es posible? ¿qué le pasó...?,


interrogué asombrado, ya imaginando las causas.

¡Las drogas, las malditas drogas, hermano! Las que


tam­bién han acabado con la vida tranquila de la comunidad.

36 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


¡ Duele !...

Después de una existencia colmada de carencias y


nece­sidades, se les enciman los estragos de las drogas. Los
valores familiares, los vínculos filiales tan fuertes, arraigados
pro­fundamente en el alma de las comunidades rurales, de un
puñado de habitantes, se han hecho añicos. La delincuencia
ya reside en ellas. La sombra del cosmos negro de las drogas
las arropó. ¡Lástima...! Vienen al canto, los versos de Claudio
Hinojosa, el regiomontano:
Si a los vientos preguntas
por aquellas fragancias
que a las flores robaban
de su corola al besar,
quizá un hálito leve
vencerá las distancias
y los silfos silvestres
suspirando le dirán
que hay aromas que pasan
y que no volverán…
Mi comunidad natal sufre y padece. Pero aún con
aflicción y el ánimo contrito, nos regresaron con la panza llena
y el corazón contento. Zampamos como pelones de hospicio
y acechamos siestas de reyes capones. Todos los sagrados
alimentos que comimos, fueron con el amor y el cariño de
nuestras queridas sobrinas; Blanquita y Nena Palacios
Montijo… ¡Que Dios las guarde...!

Profr. Abraham Montijo Monge 37


MORDEDURAS DEL TIEMPO…
Cuando la muina y la nostalgia juntas invaden y
picotean el amor, el sentimiento por la tierra lejana de la
nacencia, agarramos los restos del crédito vital que nos fue
concedido, lo hacemos liacho junto con unas mudas de ropa
y unos cuantos pesos en la bolsa y nos vamos pa’ lIá, pa’
San Rafáil. Otros agregaditos son la emoción y las ganas de
hacerlo. Además hay muy buenos caminos por aquella región
urense y los pueblos de más arriba sobre el Rio Sonora.

Recalar y alojarnos en la vieja casona de “las


paredes llenas de polvo/donde tan felices fuimos”, como
dicen Angelina y Manuel en sus canciones de dos voces en
guitarra, es remover emociones y reminiscencias con todas
las implicaciones de necesidades, dolencias variadas, dichas
y alegrías, pocas satisfacciones que edul­coraron y salaron la
supervivencia de la niñez y la adolescencia.

Templo de San Miguel Arcángel

Ures, Sonora

38 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Es sentir las mordeduras del tiempo que tan rápido
pasó. Se fueron los años y se llevaron las voces de la crónica
del deve­nir del pueblo. Las oscuras noches se traga­ron fechas,
datos y antecedentes sobre la fundación de San Rafael, una
de las once comunidades más importantes del muni­cipio de
Ures. Es tierra vieja que no pierde encantos y atractivos. La
envuelven vientos con aromas y rasgos del pasado quelar,
localizado en el mero corazón de Sonora, que de paso parió
al distinguido político y escritor Antonio G. Rivera, uno de los
constituyentes del Congreso de Sonora.

Aquel rostro de la tierra, rozagante, mofletudo y


satisfecho, sus huertos, flori­dos, desaparecieron para no
volver.

… Y la cerca de alambre.

que estaba en el frente

también se cayó...

San Rafael, morada de un puñado de gentes que


suenan en días de fiesta y danzan de gusto cuando algo
reciben del sector gobierno. Poco a poco ha ido recibiendo
algunas mejoras. En tiempos lentos y tardíos le llegan regalos
de la atención oficial. El edificio actual de la escuela primaria
fue construido durante la administración de Ig­nacio Soto
Durazo. Ostentaba la modesta escuela rural el nombre de
Emilio Carran­za, el intrépido piloto aviador héroe de la aviación
civil mexicana, que realizó un vuelo sin escalas de México a
Washington el 12 de junio de 1928.

Con sentido y ánimo cultural, sentimien­to regionalista,


le fueron entregados kiosco y plaza por el gobierno presidido
por el Dr. Samuel Ocaña García y gracias a la tesonera actitud
del ejidatario - a la sazón comisario de policía del lugar- Juan
de Dios García Leyva “El Pat’el Diablo”.

Atraen, ilustran y enamoran. Prueba de ello son las


regias construcciones habitaciona­les que se levantan cerca de
la cuneta de la carretera y que son propiedades de gen­tes que

Profr. Abraham Montijo Monge 39


esperan lograr pensiones y jubila­ciones allende las fronteras
norteñas para venir a vivir aquí.

San Rafael llegó del siglo pasado, sien­do una


próspera hacienda productora de trigo, caña y árboles frutales,
y a la vez fabricaba harina, cremas y salvados, panocha con
diferentes ingredientes como semilla de calabaza, ajonjolí y
cacahuate; también había envasado de conservas. Fue la
primera población sonorense a la que se introdujo maquinaria
industrial y a la que se dotara del servicio telegráfico para
comunicarla con Ures a una distancia de diez kilómetros
aproximadamente.

Tierras y hacienda, factoría y molino harinero, cañas


y harinas y frutas se acabaron. No se volvieron a mover ni
a producir. Desaparecieron cuando los ter­renos fueron
cuadriculados para dotar de tierra a los campesinos creados
por la in­tención populista del cardenismo. Los propietarios de
aquel emporio producti­vo fueron los pujantes e innovadores
hermanos Francisco y Alberto Morales, am­bos promotores y
artífices también del movimiento maderista del 1910.

La calle principal, la que da acceso al poblado fue


remodelada con árboles y ce­mentos, jolgorios y arreglos de
boulevard. Le impusieron el nombre del mártir sono­rense
Luis Donaldo Colosio. Idénticas obras realizaron en otras
comunidades como Guadalupe, El Sauz, llevando el mis­mo
nombre en tiempos del licenciado Manlio Fabio Beltrones
Rivera. Tres ban­cas de plazuela, hechas de mosaico o granito
le fueron donadas por el ingeniero Rodolfo Félix Valdez cuando
llevó los des­tinos de los sonorenses a cuestas. Durante la
administración positiva, constructiva y progresista de Faustino
Félix Serna mi pueblo recibió fuerte impulso en materia de
salud, deporte y justicia social, al ser dotado de agua potable,
luz eléctrica y un­idad deportiva. La voz alborozada, con
evocador regocijo, festiva y guasona del campesino asienta:
“Ese pelón sí quedó muy bien con nosotros. Con la luz hasta
las gallinas ponen dos veces...!”

40 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


AQUELLAS PASTORELAS DE LA INFANCIA…
Cuando el vientecillo frío producido por “el aletear
de la grulla” hiela las orejas, entiesa las manos y entume las
canillas, el pensamiento maduro de la experiencia aconseja
la reclusión en las habitaciones o invita para acortar la noche
encender el brasero, al cual haciéndole círculo se abren
las compuertas a la conversación, la re­latoría eje cuentos,
consejas e historietas, mien­tras a la par se da cuenta de una
buena ración de cacahuates.

En los lejanos terrenos ejidales del recuerdo, este tipo


de reunión producía una verdadera comunicación y una real
convivencia familiar, ar­monía didáctica y ameno aprendizaje y
escucha del consejo.

A la vuelta del cerro La Noria Blanca ya venían en


trote sostenido los días de Navidad y sus pas­torelas, unas
representaciones teatrales jocose­rias, eminentemente
populares, cuyos temas o contenidos anuncian a unos
pastores el nacimien­to de Jesús. El pasado, el tiempo que ya
no es, se mantiene firme, constante, persiste a pesar de los
mandarriazos de los internetes. El voluminoso libreto de una
pastorela, según relató don Quico, mi padre, fue llevado a San
Rafael por allá en el 1916 por doña Dolores de Cuen quien
procedía de Mátape.

Entre los vecinos se escogían los actores a saber: 12


vecinos para el desempeño del papel de pastores; uno para el
de Luzbel; dos más para los de los otros demonios; uno para
el papel del Indio; otro para el del Ermitaño y otro más para el
de Bartola.

Para el papel del Ángel, el príncipe de las milicias


celestiales fue escogido por buen mozo y listo don Quico
Montijo. Peleaba con gran denuedo, utili­zando su reluciente
espada contra todos los demo­nios y los vencía y humillaba
hasta postrarlos y pon­erles un pie en el pescuezo.

Desacertada era la actuación del Indio, cuando iba a


adorar -así lo disponía el papel- al Niño Dios.

Profr. Abraham Montijo Monge 41


El Ermitaño reprendía y aconsejaba a todos
most­rando un enorme rosario confeccionado con limas (los
Padres Nuestros) y de tejocotes( las Aves Marías), por ello era
objeto de las travesuras de los buquis y demás plebes.

Bartola daba rienda suelta al papel del perezoso. En


cuanto los pastores detenían la marcha, él tendía una zalea
en el suelo dedicándose a dormir y a roncar. Nada ni nadie
lo despertaba, ni los ruegos de los pastores invitándolo a ir a
Belén:

- En Belén está la gloria/Bartolo vamos allá.

- Si quiere la gloria verme/quevenga la gloria acá...

Sin aparente dificultad, mi querido viejo sesenta años


después recordaba algunos parlamentos que se daban entre
Bato uno de los pastores y Luzbel:

Luzbel:- Ah, de campo caballeros,


¿Que hay por aquí de contento?
vale más llegar a tiempo
que a veces ser convidado...

Bato: - ¿Qué se ofrece caballero,


que con tanto desenfado
a este sitio habeis llegado
con proceder tan grosero?

¿Acaso vos de ese cerro


eráis quien veníais bajando?
¿ Por ventura andáis buscando
alguna cosa perdida?­
¿O eres algún homicida
que os andáis desfigurando?

Luzbel:- Persona soy de primera,


dominación que al momento
42 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra
vuela más que el pensamiento,
por el cielo, mar y tierra,
por ende en cualquier lugar,
es diferente mi esfera...

Cuando la tropa comediante llegaba al esce­nario, uno


de los pastores anunciaba con el sigu­iente verso el inicio de
la función:

- Al fin de una larga jornada!


hemos llegado a esta cumbre,
encendamos una lumbre,
porque hace un frío de la chingada...

No cabe duda, eran tiempo de diversión a base de


ingenio y voluntad genuina de hacer cultura, sin remilgos ni
prejuicios.

Nosotros sin sueño, con los ojos pelones, de tecolote,


deseábamos que don Quico continuara sus relatos. Afuera
sobre la fría y blanquecina planicie titilaban los Tres Reyes
Magos a punto de remontar las alturas en los horizontes orien­
tales.

Profr. Abraham Montijo Monge 43


FALTAN HOMBRES…
“¡Hijo de su…!”, se quejaba, el abuelo, “cuando no es
la cula es la culata”, al sentir las reumas o los calambres en los
músculos sartorianos, dolencias en las canillas o hinchazones
en los tobillos, por el quién sabe por qué. Nada por los años,
menos por lo viejo.

En nuestros quejidos hay revoltura de esa levadura.


Por culpa del tarifario leonino de la Comisión Federal de
Electricidad, se nos malogró, frustró el viaje que habíamos
planeado hacia horizontes cachanillas, concretamente a
Ensenada. Nos quedamos con las ganas y los enor­mes
deseos de refrendar cariños y afectos heredados con
familiares residentes en aquellos lares de climas frescos y
ambientes envidiable. Claro, también darle una buena lata al
cuñado, exigiéndole las buenas vituallas de la hospitalidad, de
la comilona y la francachela.

La impotencia, el coraje, os hicieron vomitar furibundos


conceptos, palabras y palabrotas, ajos, víboras y centellas.
Rodaron por el lodo del muladar, los más elementales
principios de educación y ur­banidad: sensatez y cordura.
En la re­flexión deseábamos ver a los autores de las dizque
subsidiadas nuevas tarifas para nuestra tierra en un estanque,
perseguidos por un cocodrilo chimuelo. “Mola­cho”, nos corrige
el metiche de “El sá­calepunta”. Con tremendo dolorón de
cabeza y escupiendo bilis, hubimos de en­tregar poco más del
sesenta por ciento de la pensión, a la caja registradora de la
odiada empresa paraestatal. Al pago mensual que recibimos
le llamamos de otra forma, pues tarda un mes en llegar y nos
dura tres días. ¡Es como la menstruación!

Tenemos la seguridad de que cientos de cajemenses


respetables y apreciados coterraneos hicieron lo propio;
rezongaron y llenaron el pentagrama renegado y del desquite
de notas negras y corcheas bravas y maldicientes, ante tan
descarado y oneroso cobro oficial.

Afirmo sin pedir disculpas, que fuimos más pecadores


de palabra que el fa­moso padre Amaro y sus lances amoro­

44 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


sos. ¿Qué más se puede hacer en estos casos de manotazos
y dentelladas al salario de la supervivencia? ¡Echar pestes…!
Vomitar herejías.

Sonora, abrasada por el sol canicular, con temperatura


afiebrante, y luz cega­dora, proveniente de la rueda de cobre,
camina con los ánimos destemplados, desmoralizados,
sumidos en el derrotero de la frustración y la impotencia.
Solamen­te se escucha la voz de la mujer. La batalladora
lideresa del barrio, la que responde por la supervivencia
hogareña, la mujer trabajadora del pueblo, la que sufre los
reverberantes rayos del sol en el pavimen­to citadino, la que
va al trabajo.

“¡Vamos, Sonora!... hoy la luz”, invita a la rebelión


contra el abuso, sobre el de­recho que nos asiste a tener una
tarifa preferencial en estas tierras de climas fieros, hostiles,
esteparios y extremosos. Y sola­mente se escucha la voz
femenina, demandando justicia y legalidad, consideraciones
y respeto.

Mientras tanto, la responsabilidad masculina se ahoga


ante la sangre fría de la indiferencia, la carencia de valor, la
desaparición de la varonía entre las arenas, del no hay nada
que hacer, es imposible toda acción, toda lucha.

A consecuencia del sucedido bilioso, se nos inflamó la


pata derecha. El dedo gordo casi vomita el ácido úrico. Inmo­
vilizados, vamos a correr por el arroyo de la calle la política del
cambio convertido en fruslería y baratija.

Ocurre al canal del recuerdo la voz de Linda Ronstdat


entonando la canción de su padre:
“Sol redondo y colorado
como una rueda de cobre
a diario me estás mirando,
a diario me miras pobre.

Sol que tú eres


tan parejo para repartir tu luz,
habías de decirle al amo...
hacer lo mismo que tú...””

Profr. Abraham Montijo Monge 45


AGUAS QUE NO VOLVERÁN…
En veces, cuando el rebalse de los recuerdos se
resbala, empujado por los eructos del alma, deseosa de
desandar los trancos del tiempo, cual basachi, llevado por la
corriente del arroyo, se forman vivencias y estampas.

“¡Yegua! ¡yegua! ¡yegua!”…

El acompasado salía de la acompasada garganta del


vaquero arreador, con el fín de avivar el trote de las caballerías
dentro del redondel, levantado con piolas y cabrestos, atados
a delgados postes de saúz o taraices que circundaban la era.
Área de terreno bien apisonado sobre el cual se levantaba la
parva de gavilla triguera, que a base de tanta pisada y pisada
de las bestias, habría de triturarse para arrancarle el fruto, el
dorado grano de trigo.

“¡Yegua! ¡yegua! ¡yegua!”…

Aquel falsete a manera de acicate, se repetía


constantemente, mientras el jinete y los caballos daban
vueltas alrededor de la parva de espigas, que a manera de
pirámide, se alzaba varios metros del suelo y poco a poco se
iba con­sumiendo bajo las macha­cantes pezuñas, hasta quedar
triturada, lista para aventarse en pungaradas, a las corrientes
del aire de mediados de junio.

Así se obtenía la cosecha del trigo. Para evitar tarantas


por aquel baile de tatahuilas, el arreador de vez en cuando
ordenaba media vuelta a la caballada nerviosa y sudorosa o
le daba pe­queños descansos que aprovechaban los hombres
para voltear, sacar la paja molida o bajar nueva dotación de
gavilla de la cúspide de la parva.

“¡Yegua! ¡yegua! ¡yegua!… ¿Arre crinudas cabronas!”

Volvía el trotar, el tronar de las pezuñas sobre el suelo


de espigas harineras. Los labriegos no tenían descanso,
volteaban y volteaban con las horquillas la paja, poniéndola, al
paso de las patas equinas. Dura, fatigosa era la faena que tenia

46 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


de pilón, como ayudantes, al clima y al sol tan sonorenses,
mientras parvadas de cuervos y chanates rasgaban el espacio,
perseguidos por sus eternos enemigos los picacuervos.

“¡Yegua! ¡yegua! ¡yegua!”…

Así se ejecutaba la trilla del trigo en mi solar


sanrafaileño y parcelario; una forma de producción agraria
consistente en la reunión de varios minifundios para lograr
mayor rendimiento de producción. En verdad fueron tiempos
de esfuerzos y miserias, de apego y amor a la tierra. Arraigo
real y pocas fanegas de trigo. Mucho sudor y pujidos dejados
sobre el surco y también muchos almudes de incomprensión
y demagogia oficial, esparcidos sobre la mísera película
orgánica de las sementeras ejidales.

Caía la parva bajo el pisoneo de las patas de la caballada


a las tres o cuatro del día. A veces pardeando la tarde, cuando
el sol rendía su jornada. Los campiranos, cubiertos de polvo y
sudor y una urticaria provocada por los alhuates que obligaba
a la rasquera en todo el cuerpo, festejaban el fin de la tarea,
aventándose buenos churumbones de oloroso bacanora con
el fin de limpiar el gaznate y la ronquera con tanto grito.

Las mujeres los esperaban bajo la sombra del añoso


álamo, con el lonche bien caliente: el guajicopo, refrescante
atole de trigo y el puchero de abundante caldo, carne y huesos,
trozos de calabazas arotas o sehualcas, ajos y cebollas y
el infaltable chiltepín regional; abundantes frijoles con la
zoguilla mantecosa, las aromáticas y muy sabrosas tortillas
sobaqueras. Por cierto ¿a quién se le ocurrió bautizar tan rico
alimento con tan despectivo nombre?

Se arremolinaban aquellos campiranos alhuatados


y sudorosos a darle rienda suelta al diente. Una vez llenos,
puestos a tres riatas, organizaban la charla, la .retahíla de
cuentos, refranes y proverbios. Recordamos al Chango
Bracamontes. Arreador, buen jinete. Estatura mediana, mirada
vivaz y lengua brava, un lobanillo sobre la ceja derecha; le
ponía sal y pimienta a la convivencia, arrancándoles la piel a
personajes de bien regionales.

Profr. Abraham Montijo Monge 47


- ¡Hijo, Qué soba hemos llevado! Ya quisiera ver
en esto al Huayacán Lozano, viejo avaro y cuerpo d’oquis.
¿Pa’que quiere tanto dinero? Es soltero, sin familia; no baila,
no toma, no le gustan las viejas, no fuma. -¡Hijo de la chingada,
ni siquiera es de los otros!

El hombre, siempre innovador, trajo las máquinas, la


modernización de la actividad agrícola, modelando sin querer
el divorcio entre el hombre y la tierra. Aquella cultura de
producción de amor y querencia se fue en el torrente del río,
en las aguas que ya pasaron para no volver.

48 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


QUERIDOS MAESTROS…
Son las horas de maitines. Al sol le faltan pocas horas
para que asome su rostro de fuego sobre el valle de nuestras
querencias, y tragarse de paso el agradable frescor de las
mañanas de mayo. El vientecillo agradable se lleva la mo­dorra,
mientras nos acompaña el ritual rutinario y maña
ne­ro que realizamos al aposentarnos en el portal hogareño: un
tosido, por allá un escupitajo, el primer sorbo de café cola­do
en talega y la primera pulgarada de humo. El periódico aún no
llega. ¿Qué noticias traerá? ¡Ca taia!

Entre sorbo y bocanada del tabaco golpeador


pulmonar, observamos el desparpajado andar de las hojas
secas y otras burunlangas de la basura humana, empujadas
por el viento veraniego de la temporada; apreciamos el canto
de los pá­jaros madrugadores, los gorriones y los diminutos
petirro­jos. Estos últimos tienen el pecho manchado de rojo,
porque, según decía la abuela paterna Ma Panchita, se habían
acer­cado hasta tocar con su plumaje pectoral las heridas de
Jesús, cuando pendía del infamante madero en las laderas del
Gólgota. Al asomar el sol sus cabellos ardientes, se su­marían
al coro los zenzontles que tenían por hábitat los árboles de la
colonia Chapultepec. El pájaro de las cuatro lentas voces, le
llamaron los aztecas. Cabezón de colores pálidos, desgarbado,
patas largas y canillas chubiles. ¡Ah! Pero como mexicano qué
alegre y cantador.

Es 15 de mayo. El pueblo y sus autoridades ofrecen


pal­mas y jolgorios a los maestros de la nación. Día del Maes­
tro. En los huecos craneales danzan los recuerdos, figuras
sonrientes, amables, que dejan escuchar aún con nitidez, a
pesar del tiempo ido, voces de luz y docencia.

- ¡Borra eso de Made in México!, ordena imperativo,


aplastando con el dedo índice nuestro dibujo, el maestro
Gustavo Córdova, guía y mentor del quinto año, franco
enemigo del imperialismo y abierto impulsor del socialis­mo, en
los pueblos del Río Sonora.

- ¡Joven de la época! Pase al pizarrón y escriba: “Las

Profr. Abraham Montijo Monge 49


aguas estancadas y pútridas de los esteros producen graves
enfer­medades”.

Había que analizar la cláusula, estudiar la construcción


y buscar el significado de los vocablos de difícil compren­sión.

Inteligente, con sencillez y respeto, nuestro personaje


inolvidable, la maestra Catalina Andrade, nos proporciona­ba
los instrumentos de la cultura, en sexto grado de la es­cuela
primaria Enrique Quijada, que ocupa los terrenos en donde
estuvo el edificio que albergó la Escuela Normal de Ures, hoy
convertida en la Escuela Normal El Quinto, en San Ignacio de
Etchojoa, Sonora.

Figura medio encorvada, de estatura mediana, frente


am­plia, pelo quebrado, bien peinado, pegado al cráneo, una
pequeña mota de pelos bajo la nariz, a manera de mostacho
y vestido siempre con ropas color kaki, el maestro Caniza­les
nos llevaba de la mano por las veredas de la geografía: “Según
Emmanuel Martone, la geografía se divide en geografía física,
económica y política...” ¡Qué manera de mantener el interés
de la clase!

El maestro y director de la Escuela Secundaria 5 en


aquel entonces “Pedro N. Santacruz”, con sabiduría y do­minio,
con amenidad y claridad, nos relataba la vida de los sabios y
las andanzas de los héroes de la mitología griega y muchos
otros sucedidos en la Cuna del Género humano, sin olvidar
a Rómulo y Remo, niños que, amamantados por una loba,
dieron el nombre a Roma, la Ciudad Eterna.

Recitaba con voz clara y pausada, términos sencillos,


entendibles para estudio y reflexión, incitando a la cons­trucción
lírica y el cultivo de las reglas de urbanidad, la maestra de
primero de secundaria Carmen Félix:

“Por una simple avellana


dos rapazuelos pobretes
se pegaron de cachetes
un martes por la mañana.

50 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Cansados de sacudirse
y obrando al fin la razón,
la causa de la razón
acordaron repartirse.

Uno de los dos partió la fruta;


una vez la fruta partida,
vieron que estaba podrida:
era inútil la disputa.

Suele a menudo pasar


al grande como al pequeño,
que no ha de disfrutar
lo que defiende con más empeño “.
El tiempo desgasta, pero no pulveriza los recuerdos,
los hermosos ayeres. Hojas de andar desparpajado seguirán
pa­sando; tal vez dejemos de tirar pulgaradas de humo, pero la
rutina seguirá siendo la misma, pues ¿quién se atreve a de­cir
que no es bello madrugar, sorber el olor del café y el ­humo del
tabaco y ver salir el sol?

Con voluntad genuina y reverente abrazo, a todos mis


compañeros maestros sonorenses.

Profr. Abraham Montijo Monge 51


Generación de Alumnos de Secundaria 1949-1952
De izquierda a derecha
Primera fila.- Marco Antonio Gray Jara; El autor, Abraham Montijo
Monge, Cuauhthémoc Canizalez (+), Armida Salcido Jara, Ana
Dolores Robles, Esperanza Bravo, Margot Bustamante y Graciela
Romo.
Fila central.- Manuel Gamboa, Juan Francisco Gámez, Luis
Jashimoto (+), Profr, Pedro N. Santacruz, Director del Plantel; Profra.
Bertha Burrola, Profr. Héctor González Ballesteros, Dolores Couviller
Siqueiros, Matilde López, Ana Luisa Couviller Siqueiros, Geovannua
López y Edwiges Saoufflé.
Hincados.- Héctor Vázquez Olguín (+), Antonio Torres Rivera (+),
María Ofelia Duarte (+), Refugio Valencia, Otilia Rivera, Lucina
Siqueiros, María Antonia Domínguez y Bertha Molina.
Faltan en la gráfica.- Concepción Rivera Retes, Lourdes Gándara
Morales y Guadalupe Alday.

52 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


QUERENCIA Y ARRAIGO…
Descalzos, talones rajados y dedos abiertos, en tosco
abanico, propor­cionábamos a la existencia adolescente, los
adornos de la algarabía propia de poblados y rancherías, con
etiquetas ejidales, campiranas; adus­tas y sencillas. Época
singular que se graba para siempre en el alma. Por eso al
igual que el halcón peregrino que año con año vuelve al risco
donde nació; nosotros retornamos con frecuencia y en vuelo
del pensamiento a la tierra de la querencia y el arraigo. Allá
donde los arrullos maternales nos mostraron las primicias del
amor y el respeto.

Reclinado en su silla de made­ra de guásima, y asiento


o fondo de cuero crudo, don Quico, volvía a la carga, aventando
el tamo de sus recuerdos... En el combate entre maderistas y
huertistas sostenido en abril de 1911 en esta comunidad de San
Rafael, el general huertista Medina Barrón, al ser derrotado se
vio en la necesidad de salir huyendo vestido de mujer y herido
de una rodilla... Aquí en las arenosas callejas, es seguro que
pintó la huella; el culto historiador del Valle del Yaqui, don
Claudio Dabdoub Sicre, pues nació en Ures, la Atenas de
Sonora, a seis kilómetros de distancia, el 5 de agosto de 1914.
Para fortuna, tan culto e ilustre urense aún escucha los ecos
del valle y las palmas ciudadanas cajemenses rindiéndole
respeto y reconocimiento... ¡Salud, paisano!...

Recordaba don Quico a “muchos hombres buenos


de Ures” que se fueron a Cajeme, pues ya sus impulsos e
inquietudes de forjarse porvenir no cabían en estos horizontes
tan pequeños. Pero comieron y saborea­ron la panocha de los
trapiches sanrafaileños, el cocido, la carne de res con chile
colorado y el café colado en talega ¡bocados de obispo!

Hombres de estirpe del Río Sonora, como: Julio


César Arvizu Bustamante, Adalberto Arvizu Bustamante,
ingeniero Jose S. Monge, Francis­co E. Félix, Arturo Morales,
Antonio Gándara y René Gándara, Filiberto Saldamando,
Juan Navarro, Adalberto Navarro Vindiola, profesor Adal-
ber­to L. Salcido, ingeniero Romeo Romo Sicre, Rafael
Montijo Villanueva, profesor Enrique Domínguez Domínguez;

Profr. Abraham Montijo Monge 53


presencia también notable en la crónica del viejo San Rafael es
la del capitán Antonio Arce Meneses, quien siendo cananense
de origen, encabezó un Consejo Municipal de Ures. Fue muy
querido y respetado en el pueblo inolvidable. Hacia horizontes
más lejanos a sembrar, en busca del porvenir venturoso se
fueron el general Alfonso Ross Casanova, comandante de
las guardias presidenciales del Presidente Gustavo Díaz
Ordaz; los hermanos Roberto y Rubén Morales Aguilar. El
primero incursionó en el cine nacional al lado de María Félix
y Jorge Negrete en la película “El Peñón de las Ánimas” y
fue presidente municipal de Silao, Guanajuato y propietario de
empresa empacadora de conservas de fresa. Rubén dirigió en
el país el Banco Ejidal, hoy Banco Nacional de Crédito Rural;
el profesor José Lafontaine, Jr., destacó grandemente en la
actividad avícola en San Cristóbal Ecatepec, Estado de México.
Seguramente los príncipes de la hospitalidad sonorense en
el ramo de la hotelería y el turismo en la entidad, César L.
Gándara y Raúl L. Gándara conocieron las instalaciones del
molino de trigo San Rafael, Don César, aficionado al canto fue
integrante de un grupo coral llamado “Los Cadetes” que alegró,
en actos culturales la vida social de Ures... La factoría harinera
fue desmantelada para levantar el molino harinero “El Urense”,
el cual fue adquirido por una fuerte empresa hermosillense
para evitar la competencia en la región. Es invariable la regla
del poder y la fuerza, el pez más grande se come al chico.

En los días en camino San Rafael, es como cualquier


otro pueblo, pequeño conglomerado del estado de Sonora, sin
porvenir y mucha historia que no redime pero la suelta de vez
en cuando marcando presencia y con la mano extendida hasta
que surga una conveniencia política.

54 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


LA VIDA CAMBIA…
Sobre un cielo percudido, ahumado, en cuarto
creciente, camina pálida y macilenta la luna persiguiendo
al sol. En los espacios, bien conocidas estrellas relucientes
y ordenadas anuncian la llegada de la primera semana de
Adviento y el arribo de las noches invernales.

Son tiempos de convivir y crear, de conciliar y perdonar,


de levantar y fortalecer en la soledad del jonuco de trabajo,
querencias, recuerdos y traer aquí estampas culturales de
nues­tro pueblo; llegaron ratos de conjugar ideas y aceptar
consejos. Así lo aconseja Pablo Neruda:

“Queda prohibido no crear la historia


dejar de dar las gracias a Dios por tu vida...
No tener un momento para la gente
que te necesita;
comprender que lo que la vida te da,
también te lo quita.
Queda prohibido dejar a tus amigos...”

Bajo la ramada de carrizos greñudos, recargada sobre


una alta tapia de adobes roñosos y sombreada, está por un
mezquitón alto, grueso, cascarudo. Organizaban los labriegos
de San Rafael sus parroquias del festín y lengua suelta. En
otra comunidad del Sonora actual, degradada y sedienta del
sistema parcelario ejidal de tierras, con delgada película fértil,
mitigante del hambre, pero muy productora de chines y jotas.
Ahí a un lado del camino negro, asfaltado, ha aguantado por la
gracia del Supremo Señor de los cielos, el pisoneo de los años
y las tormentas de los vientos eternos.

Ahí está San Rafael, como el ombligo, donde mismo


y no cambia de lugar, a pesar de la flacidez de las carnes y el
peso de la edad, pero dando estampas.

- ¡Nos vemos an´que ChuIuy, bajo el mezquitón..!.


Chocó el grito invitados en las orejas del Pat´el Diablo.

Profr. Abraham Montijo Monge 55


- ¿De qué se trata Noragua…?

“Es que vino el Panchano del otro lado y trajo


güisqui..!

¡A dió tú! ¿nomas por el Panchano?

¡Oh! Tú vete pa´lla, llévate al Chémali y la guitarra…”

Corrió la voz y se hizo el rechiflón. Llegó el Panchano


frenando una picop roja, bañando de polvo a los coterráneos.
Entre bullas, brotaron saludos afectuosos de contento. Rostros
arrugados brindaron atenciones un poco agrias. Hubo risas
abiertas y sonrisas irónicas, malosas.

-¡ Ah, jodido, que bien te ves!. Lo saludó el Chuluy


RobIes.

“Tráis buena ropa y hasta camioneta del año!”, le dijo


Chémali.

Posiblemente sus buenos dólares, pero presumiendo


como buen chicano. Miren como nos bañó de polvo... ácido
fue Panchano Moreno.

Para atemperar las punzadas y el ambiente, sobre un


troncón de pino a manera de mesa, puso el Panchano dos
botellas deI licor gringo. Comenzó la francuela y se pintó el
cuadro pueblerino: hombres huarachudos, desfajados, mal
hablados y corrientes. Borrachos hediondos y arrastrados.
Ahora los adjetivizan, como suavizar el trato. Como miembros
del sector social.

Tin ton, tin ton, escoleteó el Chémali la guitarra, dando


lugar al nacimiento de la cultura musical de aquel grupo de
campesinos, jorochis a causa del peso de la demagogia y el
gorgoteo de los políticos del cambio.

Nacieron los versos en gargantas agudas:…

“Mi vida, para matarme


no necesitas veneno.
56 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra
Para que quiero más muerte
que el verte en poder ajeno”.

Tampoco de aquel arroyo de felicidad y alegre el llanto


vaquero:

“Chito Biado fue vaquero


desde que supo ensillar.
Yo les digo a mis amigos
cuando tuerzan un cabresto
se acuerden de Chito Biado
y le recen un Padre Nuestro…”

También hubo notas graves y bajas en pechos roncos


y bravos, pero adoloridos:
“Una coneja de aquí
le dijo a la de Sonora:
Mira que él tiempo perdido
hasta los santos lo lloran”.

“Una coneja chiquita


le dijo a la más grandota:
Ahora me tiento una oreja,
pero no me alcanzo la otra...”

Muchas estampas y vivencias de mi tierra se grabaron


en nuestra mente. Cuánto las disfruto cuando las recuerdo.
Los protagonistas se fueron, sus cantos se perdieron. Venció
la transculturación al ritmo de “los tiempos cambellan, tú”.

- Como oración de despedida nos aventaremos;


“Cuatro milpas
tan solo han quedado
ya todito se acabó ¡ay, ay, ay!
Ya no hay palomas, ni flores ni aromas,
todo se acabó ...”

Profr. Abraham Montijo Monge 57


PA´QUE SE HAGAN HOMBRES…
Aquella costumbre, el modo especial de comportarse,
adquirido por la repetición y la cotidianidad de los mismos
actos, creó jóvenes y mancebos responsables, de carácter
recio y voluntarioso, de envergadura firme y ejecu­tiva para
una vida independiente. Hombres de manos callosas, rudas y
fuer­tes, capacitados para el trabajo y la acción para cuando se
echaran a rodar por la vida. También salieron lunares, mismos
que cultivaron displicencia y desgano para la ocupación, aun
ante los ataques de las necesidades y el hambre. A éstos en
mi tierra campirana se les llama “hue….. y arrastrados”.

El despegue, el proceso de desarrollo personal, fue


fríamente calculado, preparado a cabal y buena intención.
El viejo, con solonesca y sólita presen­cia, presionaba: “O
estudian o siguen poniendo el lomo”. Nuestro hermano Adán
se rebeló y se pronunció al llegar a quinto año de primaria. Por
consiguiente, siguió poniendo el lomo a los rayos del sol y a
las friegas, agarrado a las manceras del arado, del mango de
la pala, el hacha y el aza­dón.

La trasijante enseñanza en la superviven­cia ejidal


no daba tiempo para el abatimien­to, el cual se levantaba con
secas y terminantes órdenes, mucho menos para el desparpa­
jo o la soltura del habla. Este derecho se reprimía con una
gélida “mirada de pistola”.

“Queda prohibido llorar sin aprender, levantarse un


día sin saber qué hacer, tener miedo a tus recuerdos.

Queda prohibido no crear tu historia, dejar de dar


gracias a Dios por tu vida...”

Una vez trazada la besana, el barbecho o volteo de la


tierra, o “era pa’ dentro”, o era “pa’ fuera” para que se venteara
bien y los nutrientes de la delgada película productiva se
llenaran de sol. Después del barbecho venía el rastreo que
emparejaba y sacaba raíces de malas hierbas como el girasol
y el zacatón. Era un ir y venir rayando la tierra al paso macilento
pero permanente de las mulas, levantando nubecillas de polvo,

58 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


con el rostro enrojecido bajo las alas del sombrero de palma
de dos capas, hecho en Suaqui o Jécori y el sol gozando a
plenitud el tormento a que los sometía:

“Sol redondo y colorado,


como una rueda de cobre
a diario me estás mirando
a diario me miras pobre.

Me miras con el arado


y con la rozadera,
una vez en la llanura
otra vez en la ladera...”
Con el riego a punta de pala y pulmón, en noches
oscuras o días queman­tes, se dejaba la sementera ejidal de
cinco hectáreas, lista para la siembra del ciclo, estipulado en
el calendario agrícola.

La siembra era, es, lo siento, lo recuerdo, una faena


atrayente, llena de júbilo, de alborozo que causa regocijo en el
alma y llena de esperanzas. Se realiza sobre la tierra mojada,
la cual, herida por la punta del arado, se abre esponjosa y des­
florada, pero se antoja feliz, contenta por aque­llos cariños del
hombre. Para completar el cua­dro, tras el labrador canturrean
los gorriones, los chanates y los cabezones picacuervos,
capturando en la tierra olorosa gusanos y otros pequeños
insectos.

Había altos en la jornada para darles descanso a las


mulas y saciar la sed en los pozuelos que, del tamaño de una
bandeja, se hacían al pie del paredón del río o en una isleta y
recibían veneros de agua fresca y cristalina con olor a Iimo...
¡Gloria celestial!

Una vez entrípados de agua y sudorosos bajo la


sombra de los sauces y álamos, volvía­mos a escuchar -eso
nada más, a escuchar- la voz del esclavista de todos nuestros
recuerdos y respetos con las solonianas intenciones.

Profr. Abraham Montijo Monge 59


Mientras aquel labrador hablaba, nosotros
recordábamos el canto del maestro de nuestra escuelita
ejidal:
“Los bueyes jalan parejo
cuando ya calienta el sol
qué linda se ve la milpa
¡cuánto canta el corazón!
¡Manito, hay que comer...!
¡Manito, hay que sembrar...!

Los días se sucedían igual en aquellos ayeres ya


cercanos a las pubertades, cuando te sorprendían amigo,
buscándote un pelillo solitario en la palma de la mano, en
el ambiente rural y campesino. Pero también a la par se
presentaban las primeras asperezas de la vida, bajo la regla
de la enseñanza, en la tutela paterna.

“¡Arriba, pueblo de Álamos!”, era el grito del viejo en la


madrugada baja, pero oscura, invitándonos a cejar la tarima o
el catre cuando todavía las gallinas no bajaban del mez­quite
a pesar del ¡pío pío! cantarino, que usaba mamá Esthela,
cuando desparramaba puñados de grano de maíz o trigo.

Con aquellos bruscos y molestos despertares


paternales, se inició para nosotros la educación hogareña,
la formación de valores y buenos hábitos, la cimentación de
la personali­dad sobre bases morales sólidas. Así nos hemos
desarrollado, basando nuestros actos en la responsabilidad
y el respeto, hacia la sociedad y a cualquier forma de vida.
Por ello el paisaje áspero, sediento, no nos infunde desazón
y desaliento, en el ánimo y los sentimientos, porque amamos
entrañable­mente al terruño y sus recursos naturales.

La fragua del trabajo creador y formativo en la


sementera ejidal, la encendíamos antes de asomarse los
rayos del sol, sobre las crestas de la sierra de Aconchi. Primero
fue ayudar a la ordeña: aprender a apialar y amamantar
becerros, en aque­llos corrales tapizados de buñigas frescas,
que pisábamos con las teguas y peleando contra el vientecillo

60 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


candelille­ro, frío, con una descolorida chaqueta de mezclilla
sin forro.

El programa “para que vayas aprendiendo”,


debidamente pormenorizado, disponía las siguientes tareas:
moler cinco tazas del molino, repletas de nixtamal, y mientras
estaban las tortillas y listo el desayuno, había que encerrar
los becerros, encaminar las vacas hacia el potrero y uncir el
macho a la carreta, para ir a traerles pastura a los becerros
encerrados en las corraletas, al lado de las cuales estaban
los chiqueros de los marranos, que también requerían de una
enquelitada.

Al regreso nos esperaba lo peor: sacar agua del pozo


a puro jalón de piola, balde tras balde, hasta llenar canoas y
medios tambos, instalados convenientemente en el corral para
que bebieran las vacas, al regresar cayendo la tarde. ¡Qué
soba! Aquella era la rutina, la friega diaria. ¡Era la chinga de
todos los días!

Nos molestaba en grado sumo la voz áspera del


respetado cacique y querido esclavista cuando contestaba
a las peti­ciones dolientes de Mamá Esthela, demandando
considera­ciones y un trato menos duro “para sus niños”:

-¡Es para que se hagan hombres, no les pasa nada,


no molestes!

En aquellos años había una sola voz mandona y


machacante en los hogares agraristas.

Aquel bregar no menguaba ni aminora de lunes a sába­


do, durante las vacaciones escolares. No había domingos ni
fiestas de guardar, mucho menos cuatro de julio. Al presen­
tarse un momento para el respiro y un corto descanso, se nos
ordenaba quebrar leña o cavar hoyos para reponer postes en
la cerca de alambre de púas del potrero.

Los domingos tenían una ocupación particular,


preferen­cial y entretenida. Lo dedicábamos a traer leña para
toda la semana. La enseñanza se centraba en el aprendizaje

Profr. Abraham Montijo Monge 61


de la técnica para usar el hacha. Desde cómo sacar filo con el
triángulo o el limatón, buscar el lado al leño de mezquite para
rajarIo y observar el rumbo del aire, para derribar algún árbol
seco. En esta ruda tarea salían ampollas muy dolorosa en las
manos. ¡Ardían de a madre! A pesar del baño de orines que
nos dába­mos en las palmas para que encaIlecieran.

Ordenamientos, referencias, métodos y actitudes,


había que recibir y desarrollar para llenar la carreta de leña.
Resaltaban orientaciones entretenidas, dirigidas a conocer la
conducta servicial de algunas plantas de flora regional:

1.- Una persona extraviada, que camina sin rumbo en


el monte, que ha perdido el horizonte de orientación, bien pue­
de localizar el punto cardinal del sur, si sabe que los cardones
y echos cargan su producción de frutos hacia el sur, porque
protegen la floración de las ventiscas del norte.

2.- Si él extravío ocurre en un día nublado intenso,


basta fijarse en la cáscara de tos mezquites jóvenes, sobre el
cual aparecen manchas blancas por el rumbo donde el sol los
ca­liente en esos momentos.

62 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


LA HOMBRÍA DE BIEN…
Tembelequi, con cegatina de ojos pipisquis - había
apagado el foco del portal - me senté en la sillona rústica de
madera de guásima y varas de sauce como adornos; empecé
a bostezar, a abrir la boca como cocodrilo a la orilla del río
y. también hay que decirlo, porque es cierto y común por
salud, hacerlo y deleite además, a escu­char la desafinada
y atronadora voz de los intestinos cascados, debido a la
senilidad cercana.

Eran esos momentos próximos al amanecer, cuando


argumentamos que vemos y no vemos al mismo tiempo.
Cuando todas las cosas y los bultos tienen color oscuro, opaco,
cenizo. Lo mismo sucede cuando las claridades vespertinas,
de pronto son tragadas por las sombras nocturnas. Es la
hora nona, la de los gatos pardos, cuando aúllan los perros,
se extienden los catres, se desenvuelven los tendidos de
las tarimas y afloran los recuerdos al titi­lar con profusión las
estrellas en el firmamento.

Brota el cuento, recula la vida, entonces hay que des­


ahijar de vivencias y despabilar el ánimo de la des­guanguilada
memoria.

En pocos días terminarían las actividades de una


contienda política azarosa y controvertida. Aquella que
prometía un formidable, futuro sonorense. Las obras tomando
el sol, avalan que aquel proyecto fue hecho realizado. El triunfo
estaba asegurado.

El antecedente mencionado aumentaba la algara­bía


y el contento, dentro del localcito en la calle Sono­ra 154 sur,
entre Hidalgo y Guerrero, cuartel general de “La Bitachera”
y oficinas del jefe del club, Próspero Cota Esquer, el Bitachi
mayor que festejaba sus cincuenta años de su nacimiento
“into Cocoim pueplota jiapsi…”

Transcurría el 13 de junio de 1967.

También fue cumpleañera la Constitución Política

Profr. Abraham Montijo Monge 63


de los Estados Unidos Mexicanos. Popelín Cota, por eso se
decía constitucional, liberal y leal defensor de las instituciones
nacionales. El mismo credo confesaban todos los bitachis.
Habría fiesta, habría francachela y habría comilona.

Popelín Cota ya había recibido las tradicionales


“Mañanitas” y los abrazos de un reducido grupo mañanero
que había sufragado el costo del mariachi. Todos hicie­ron la
mañanita, el primer brindis: Toño Aldama Rodríguez, Humberto
Castillo Avandaño, Leonardo Aguilar Lara, Raúl Sota Torres,
Agustín Fornés Connant, Luis Antillón Peñúñuri, Francisco
Burgos López (el “Cuasi”), entre otros.

Apenas cabían, mientras libaban y aspiraban la


humareda que formaba nube, en aquel recinto que alguna
vez fuera cuarto frío. Entrando por la parte alta de la pared
de enfrente, se apreciaban los objetos emblemáticos de los
bitachis: unas talegas de cuero disecadas, que alguna vez
fueron testículos de toro, y unas pencas de panal de bitachis,
variedad de avispas sumamente corajudas, irascibles, violentas
y prestas siempre a meterle aguijón a la menor provocación.

Carismático, mirada limpia, franca, rostro de leve


sonrisa y hablar abierto eran los atributos de aquel cajemense
que llegaba a los cincuenta años de edad y recibía las
felicitaciones de tan­tas personas amigas que iban lle­gando de
“onde quiera”, la ciu­dad, el valle y la sierra. En todos lados
Popelín Cota tenía comal y metate y reatas pa’ colgar la ropa.
Era un hombre de mano presta a servir, a ocurrir en ayu­da del
necesitado, de la víctima de una injusticia.

64 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Próspero Cota Esquer, el siempre bien recordado
Popelín Cota, amigo entrañable de ganaderos,
campesinos, empresarios, obreros, empleados
postales, hombre pendiente de los problemas
del municipio y la Entidad. Amante y defensor de
las tradiciones sonorenses. Buen lector y mejor
conversador.

En un barracón que seguí des­pués de las oficinas,


Toño Solórzano, Zeferino Núñez y Adalberto Mata Garibay
acomodaban mesas y sillas y preparaban fritanga y las
botanas que el jefe había ordenado. La cerveza y los fenoles
se adquirían mediante la cooperación que recogía el tesorero
en aquellos menesteres, Miguel Terminel Valenzuela. Romeo
Ledinich Vidal proporcionaba la cerveza y los servicios
necesarios. Después de las mañanitas seguía desarrollándose
el programa: “El quién vive” a cargo el capitán Juan Souque
Limón y Samuel Parra Ellis “el Platanito”.

- ¿Quién vive...? salía la voz de sargento del capi


Souque.

- Mura pochim hoeiya, abasom quesom toicte!...


contestaba en el dialecto ioeme, en honor de Popelín, que

Profr. Abraham Montijo Monge 65


era nativo de Có­corit.! (“Llevo quesos para Álamos en la mula
pochi”).

El entonces cronista de la ciudad, Miguel Mexía


Alvarado, el inolvidable “Tarachi”, siempre animando convites,
hacedor de versos y armador de la bulla jocosa, dejó salir de
su estro sencillo, popular y festivo, el verso dedicado “a mi fino
amigo el señor Próspero Cota Esquer, al cumplir sus cincuenta
años”.

En el Júchucu nació
Este tipo de mi cuento
y de allí se trasladó
a Cajeme en jumento.

Era el año diecisiete


presente lo tengo yo
vino al mundo mozalbete
que ahora es chaval a go go.

Un travieso chiquitín
que no quiso mamadera
le pusieron Popelín
y un caballo de andadera.

Intentó ser presidente


mi estimado Popelín
su cuñado muy decente
nomás le pintó un violín.

66 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Se jugó el último round
con rumbo de Tesopaco
mas el capi Díaz Brown
lo mandó hasta Curupaco.

Le quemaron a Manjulio
le achicharraron a Sota
por eso este dos de julio
no votará el señor Cota.

Y a falta de un buen bocadillo


muy buenos son los quelites
Cayeron Manjulio, Sota y Vivillo
pero no cayó Benítez.

Vuela, vuela palomita


párate en aquel fortín
aquí terminan los versos
de mi cuate Popelín.

Y aquellos amigos no han ter­minado de irse. Siguen


entre nosotros, porque supieron sembrar la semilla de la
hombría de bien y de la verdadera estatura ciudadana. La
que se reconoce, la que se aplaude. Mientras los dioses lo
permitan seguiremos recordándolos con verdadero aprecio y
reconocimiento.

Profr. Abraham Montijo Monge 67


EL MOLINO DE SAN RAFAEL…
Carantona y rubicunda, como haciendo mucho
esfuerzo, se levanta la luna en el horizonte para inundar de
luz al poblado, cabecera ejidal que nos vio nacer y arrebatarle
de paso la tierra a la noche húmeda, mientras se escucha
tempranera y altisonante serenata, en las voces de ejidatarios
recién rehabilitados con préstamos, por el banco del sector
social y productores rurales, institución crediticia de pocas
palmas ciudadanas y marcados juicios peyorativos. Va la viñeta
campirana con instrumentación de soneto en tres tiempos:

Amigo no se emborrache, porque en el mundo al


borracho no hay quien lo ame.

Es cierto amigo... yo quise una de la calle y por


borracho... se fue y me abandonó.

Es cierto amigo... esa mujer era mía, y por borracho...


se fue y me abandonó.

Las voces de aquellos aldeanos contentos y alegres


en tierra libre subían y bajaban de tono para perderse entre las
casuchas, los corrales de cercas de ramas tejidas y el monte
cercano, así como desaparece el trueno, dando tumbos en el
cielo, cuando va pasando la lluvia regando las parcelas y el
campo agostaderos.

La luna con cara de puchero y rojiza, el tronco de


palma acostado y recargado en el cerco de ocotillos, convocan
a la charla nocturna y cotidiana, después de la cena: un bien
servido plato de frijoles caldudos y zoguilla de manteca de
cochi alrededor, un buen pedazo de queso fresco y tortillas
sobaqueras. Abre la compuerta de la charla Lalo Palacios,
mi cuñado, refiriéndose a algunos tópicos del combate
revolucionario; escenificado en San Rafael los días 26, 27 Y
28 de marzo de 1911. La versión engarza nombres que no
aparecen en los libros, La Revolución en Sonora, de Antonio
G. Rivera, y Morir Matando, de Abelardo Rodríguez M., el
primero urense y altarero el segundo. Son varias las personas

68 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


del lugar que tomaron parte en aquella acción guerrera de los
inicios de la revolución en­tre maderistas y gentes militares
del gobierno federal. Metámonos en la polvareda hedionda a
pólvora.

Personajes de primera línea militar que registra la


historia fueron Anacleto J. Girón, Francisco R. Manzo, Juan
G. Cabral, Anacleto Rojas, Juan Antonio Garcia y Rafael T.
Caballero, que al frente del maderismo en Sonora pelearon en
el combate de tres días en San Rafael. Civiles, cabezas del
movimiento maderista en Ures, Francisco y Alberto Morales,
Belisario y Aristeo García, El Chale Véjar. Los gen­erales Pedro
Ojeda y Luis Medina Barrón, nombres selectos en los mandos
del ejército federal. Con datos serios y burundangas de la
historia real, vamos a darnos una revolcada en la polvareda
hedionda a pólvora.

Procedentes de La Colorada, Anacleto J. Girón y


Francisco R. Manzo, hicieron alto en el rancho La Noria de
Romo, a 30 kilómetros de Ures. El primero se encontraba
herido. Fue auxiliado y llevado con la herida abierta a la
Hacienda San Rafael, propiedad de Francisco Morales, en un
carruaje tirado por caballos entre la balacera de las fuerzas
federales que les seguían los pasos. El conductor del carro
fue un miembro de la progenie familiar Chon Montijo, quien
narraba años después: “las balas polveaban en las patas de
los caballos. Las puertas de la hacienda se abrieron de par en
par y entré en chinga...”. Las tías Lupe y Ramona curaron la
herida del entonces teniente coronel nativo de Ures, Sonora,
Anacleto J. Girón.

Las fuerzas maderistas y los habitantes del poblado


San Rafael se refugiaron en el molino harinero, un buen reducto
con fuertes muros y un segundo piso para resistir al enemigo.
La factoría fue convertida en fortaleza con troneras y sacos de
harina amontonados en puertas y ventanas y disponiendo a
sus mejores tiradores a ocupar las partes mas altas, de donde
podían tumbar federales. Los militares enemigos, del bando
gobiernista, al principio pensaron que los maderistas se habían
refugiado en una ratonera que ellos después tomarían por
asalto. Pero no sucedió así, pues en contrario contabilizaron

Profr. Abraham Montijo Monge 69


muchas bajas entre muertos y heridos. Tozudos y corajudos
enviaban soldados a campo abierto hacia la edificación de
donde escupían fuego. Las paredes del molino quedaron
tapizadas de balas, que años después nosotros, plebes,
extraíamos, mismas que don Tacho Álvarez fundía en la fragua
de su herrería y convertía en canicas. Verdaderos tiros contra
las catotas de vidrio, las famosas agüitas o gotitas.

Los mandos federales al no conseguir los objetivos y


desanimados por la fuerte defensa que hacían los maderistas,
decidieron y urdieron el plan de dinamitar el molino durante la
madrugada, lo cual hubiera sido de consecuencias pavorosas
y sangrientas, considerando que ahí se encontraban mujeres
y niños.

Aquel terrible plan no se ejecutó, pues una sirvienta de


los jefes federales, haciéndose pasar por sorda, se enteró de
los pormenores del caso, los cuales comunicó a los refugiados
que salieron hacia los sembradíos, en una madrugada por el
cárcamo, especie de canal o acequia que conducía el agua que
movía el mecanismo del molino. Así se salvaron luchadores y
habitantes de mi tierra, gracias a la acción de una mujer de
nombre Juana Paredes.

Y en los archivos del arcano quedó un secreto…

La sólida y bien construida edificación se derrumbó


durante una noche septembrina, cuando la década de los
años cuarenta hacía pininos. Había las intenciones de echarlo
a andar de nueva cuenta. Esa noche acompañada de fuertes
vientos, lluvia intensa, pesada, muchos rayos y truenos, el
molino harinero de San Rafael con todo y estar hecho de
mezcla, ladrillos y cemento, se vino abajo. Nadie se tragó la
píldora.

La respuesta a aquella incredulidad la dieron las casas


del poblado, hechas de adobe, techos de tierra y carrizos
una, y otras mas endebles de carrizo y batazotes ripiados
con zoquete, que no sufrieron daño alguno. Nada de aquello
quedó. Solamente un misterio... ¿Se aprovechó el galopar de
la tormenta para dinamitarlo...? Dios taia, sabe Dios…

70 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Fue una construcción que existió en el pueblo de San Rafael de
Ures, Sonora. En ella se refugiaron los habitantes del pueblo y
revolucionarios maderistas para defenderse de las fuerzas federales
durante los días 26,27 y 28 de marzo de 1911.

Profr. Abraham Montijo Monge 71


POR EL RÍO SONORA…
“Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar
descalzo a principios de primavera y seguiría hasta concluir
el otoño. Daría más vueltas en calesita, contemplaría más
amaneceres…”

Jorge Luis Borges

Se vienen días especiales para vagabundear, largar


la pata y “jondear por a’i la modorra, la muina y los malos
humores” a los cascajos del arroyo reseco. Váyase en cuanto
quiera pasear aprovechando el asueto primave­raI de Semana
Mayor por el Río de Sonora y sus hospitalarios pueblos y el
pintoresco caleidoscopio que lleva en sus lomos la sierra baja
de Sonora. Pequeños valles, serranías que parecen hostiles,
atractivos y ambientes singulares. Gente, sitios, flora, fauna,
paisajes, montes ariscos. Descubra aristas y facetas de corte
histórico y de leyenda. Allí está la historia, esos pueblos del río
Sonora parieron nuestra pujante identidad. Es la región del
Sonora verdadero.

Montaña, hábitat de auras y gavilanes. Profundas arru­


gas del silencio a veces roto por el tintineo de las espuelas del
vaque­ro, la fiera o el reptar de la serpiente entre la hojarasca
y el hierbajo seco. Sitios actuales para siembras ma­lignas,
del diablo, por las manos del hombre, animal destructor de jó-
ve­nes, de hermanos, con las cosechas de mariguana.

El camino negro asfaltado, se pliega y se repliega,


se empina y desciende; rodea cerros, presenta cuadros
diferentes a la vista; huye o se acerca a los abismos, cierra
curvas, causa sensaciones y pensamientos temerosos. Un
verdadero sendero de emociones sobre pasos que fueron de
mulas y arrieros. Las cunetas y taludes apenas se cobren con
los varejones secos de los tabachines y baibúrines, chíregüis,
guayabillos, encinos y verdes tepehuajes con propiedades
medicinales, palofierros y el mezquite que donde quiera se
aparece. Calman inquietudes y congojas, el desasosiego del
tráfico por esos terrenos placenteros de quebrada orografía, el
encuentro de propiedades, producto del esfuerzo y el arraigo,

72 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


brochazos de prosperidad, los ranchos, construcciones de ma­
dera y otros materiales lugareños.

Ures, sus viejas casonas, altas, de gruesos muros de


adobe, amplios corredores y patios. Está asentada la ex capital
sonorense en un valle en forma de “U”, grande. Crónicas en
hojas amarillentas, afirman que allí tomó el nombre de Uris,
voz de la Pimería baja que después cambió a Ures. Visite y
estire las piernas alrededor de la plaza Zaragoza, adornada
de altas palmeras, ceibas centenarias y verdes frondas de
los árboles en primavera. Rodean el quiosco histórico cuatro
estatuas de bronces a Cupido, del Amor, a Minerva, de la
Sabiduría; a la Paz y a la Mascarada de la Vida. Descanse
mientras disfruta los dulces sabores de los jamoncillos, las
obleas y los “suspiros”.

El camino sigue congregando belleza. Será recibido


por Mazocahui, congregación perteneciente al municipio de
Baviácora, minero en la época colonial. Acuciosos cronistas
asientan que fue la primera alcaldía fundada en Sonora y que
llevó el nombre de San Jerónimo de los Corazones. Es un
paraje imposible de abandonar sin antes empinar el codo para
degustar el churumbón de bacanora de excelente calidad para
abrir boca a los aderezados platillos de carne machaca hasta
ponerse como rey capón con otro platillo de carne de res con
chile colorado.

Aquí, en este lugar también chiltepinero, la carretera se


bifurca. O “te vas pa´Cananea o agarras pa´Bavispe”, informa
la voz del lugareño, que la está pasando de envidia con otros
dos amigos. Afectuosos y atentos, invitan un refresco maltoso
(cheve). Rascando las cuerdas de una guitarra le sacan el
conocido sonsonete de tu nata y tu tata para agasajarnos a
dos voces y a capela, con los versos del corrido muy viejo y
serrano:
“Mi vida, para matarme
no necesitas veneno,
para qué quiero más muerte
que el verte en poder ajeno

Profr. Abraham Montijo Monge 73


“¡Ay! cuando te esté casando el cura
y te esté levantando el celo,
a mí me estarán poniendo
cuatro velas en el suelo…”

74 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


CAMINOS DE MÉXICO…
Envueltos en espesas nubes de humo y polvo
nos reciben Gómez Palacios y Lerdo. Hay mucho trabajo
empresarial y manufacturero. El tráfico de carga es incesante
en estas pobla­ciones de Durango. Se hace presente en el
recuerdo la figura de hidalguía y caballerosidad del amigo,
el ameritado general José D. Belmonte Aguirre, quien hace
muchos años aquí en Gómez Palacio nos tendió la mano de
la amistad y los servicios personales. En prestigiado colegio,
de esta ciudad, estudió mi hija Minerva Leticia y a ella fueron
entregadas las atenciones de seguridad y servicios, lo que
fuera menester, de parte de los mandos, de la partida militar
destacamentada en esta industrio­sa ciudad.

Es la tarde oscura. Gruesos nubarrones cubren el


firmamen­to de Torreón. La lluvia está por caer, diagnosticamos.
Por la noche se viene encima un torrencial aguacero. La
ciudad “donde cantaron los horizontes” amaneció desvelada e
inundada. Esto ocasionó que nuestra entrevista de media hora
que sos­tendríamos con un alto funcionario de Aeropuertos y
Servicios Auxiliares en el campo de aviación se redujeron a
diez minutos. Nos embarbascamos en las calles, llenas de
agua, rodando a media rueda, a pesar de traer como guía
un taxista en su automóvil. No habíamos tomado café y
andábamos con la panza vacía, desesperados escupíamos
pa’ca y pa’llá. Para colmo de los colmos nos habían engañado
con la cena. Nos recomenda­ron en un asadero de carnes
al carbón que solicitáramos “tacos vampiros”, que eran muy
deliciosos y ricos. Resultaron filetillos de carne de res fritos,
muy desabridos y servidos solos, así nomás, sin salsas para
aderezarlos y buscarles gusto al paladar.

Las papilas gustativas drenaban jugos gástricos y


salivita al recordar las sabrosas quesadillas que ingurgitamos
a la pasa­da, en las mesitas, a la orilla de la carretera en Villa
Ahumada o los tacos de barbacoa que desayunamos en
Chihuahua, en casa de familiares de César Costa, el artista,
cantante y conductor de televisión y del ingeniero Alejandro
Beltrán. Que no quepa duda, “el hambre es cabrona y el que
la aguanta es algo más”, decía el abuelo Mi Pa’Monge. La

Profr. Abraham Montijo Monge 75


apaciguamos con unos duraz­nos y la promesa de saborear un
caldo tlalpeño en fonda de famas, en la capital durangueña.

Así, con un gruñido de tripas, enfilamos rumbo a la


mencionada ciudad capital. Una supercarretera, privada al
parecer, por los acabados de la infraestructura, nos conduce a
la tierra de los alacranes. Son cerca de trescientos kilómetros
de exten­sión, con muro central, cerca de protección, vigilancia
perma­nente, puentes elevados en cada cruce de caminos,
toda una obra, con peaje total de trescientos cincuenta pesos,
que se cobra en tres casetas.

Pernocta y a primeras horas, antes que otra cosa,


por las dudas, desayuno en la excelente hospedería citadina
“Gran Hotel Gobernador”, mientras giraba la conversación con
funciona­rios del aeródromo local “Gral. Guadalupe Victoria”,
en el que posiblemente se ejecutarían algunos trabajos de
mantenimien­to y conservación. Es Durango, gran ciudad, en
la cual sus habi­tantes ensalzan con pasión y delirio las figuras
de Pancho Villa y La Señora.

La Señora es Dolores Asúnsolo López Negrete, la


gran Dolores del Río, la que nació hace un siglo, un 3 de
agosto de 1905. Su quehacer cinematográfico permanece
haciendo his­torias, análisis, cuentos y leyendas. En Sonora
nació La Dóña, María de los Ángeles Félix Güereña, ambas
protagonistas prin­cipales de la película “La Cucaracha”.
Aquella pudibunda, la del rebozo y las naguas negras y largas.
Ésta atejanada y empanta­lonada de acción y mascamadres,
de armas al hombro y de “cartucheras al cañón, quepan o no
quepan”. Hermosas y gran­diosas, devoradoras de hombres,
cucarachas cinematográficas, flores de trajines o broncas en
tierras ariscas. Norteñas puras, tan bellas y fueron monstruos
en el arte del cine.

En los caminos de México se recogen para la memoria


for­mas y fondos, colores, sabores y voces que conforma la cró­
nica para el presente o reanimar la existencia más delante. Se
realiza el encuentro con el país, su rostro orográfico, sus ro-
pa­jes verdes, grises o negros, sus fuentes de vida azules y sus
planicies pardas, resecas y polvorientas. Es escuchar las voces

76 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


alegres del canto y la música, las dolientes de la tragedia o la
impotencia y quejosas o reclamantes de la nación; es conjugar
con alma y espíritu el concepto y la noción de patria.

Profr. Abraham Montijo Monge 77


RUMBO A CANANEA…
Esta crónica aventurera nació en el aire, hace ya
algunas metidas de sol, pero bien se recuerda por la emoción,
el susto y los rezos que ocasionó. Así se quedó la cicatriz en
el cerebro.

Jorge Pablos Soto ex discípulo de quinto año de


primaria en la escuela “Presidente Alemán” del inolvidable
barrio del Plano Oriente, el de los chicharrones de don Luis
López, nos alborotó con toda atención y franca deferencia
para que lo acompañáramos a Cananea, donde tenía asuntos
que tratar y resolver. El viaje sería rápido, tanto ida como de
arrendada pa´trás, pues se haría en avioneta. Cual chino
en tierra libre y sin obligaciones que cumplir, aceptamos
complacidos la invitación.

La avioneta, que ya tenía cuentas rojas, fue tripulada


por el competente capitán piloto aviador Rodrigo García
Rivera, otro buen hijo de la colonia Benito Juárez. El aparato
de la historia y muy conocido bajo los cielos del valle y sobre
las serranías yaquis, fue un modelo Cessna 182 de cuatro
plazas y la matrícula XBHIS, propiedad de un grupo de amigos
valientes y audaces del quehacer cotidiano cajemense, que
ambicionaban con espíritu inquieto e innovador, emular algún
día a Corbalán, Sarabia y Carranza.

No recordamos el año del almanaque, pero era


la víspera de los días patrios y septembrinos cuando las
autoridades de Aeronáutica registraron la bitácora de nuestro
vuelo Obregón-Cananea-Obregón, a unos ocho mil pies de
altura y un tripu lante y dos pasajeros. Todo en orden.

Pero... apareció el otro pero, el desconfiado. Cuando ya


acomodados dentro de la carlinga y entre carretaje y despegue
nos dimos cuenta que Jorge era aprendiz de piloto ¿Cómo
hacía preguntas al capitán? Quieras que no, las arañitas
inquietas del temorcillo, empezaron a hacer cosquillas en el
estómago, el omaso y el esternón. En silencio y confiados en
la experiencia del piloto principal, nos dedicamos a mover la
cabeza p’allá y p’acá como en cancha de tenis, presenciando

78 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


un juego para admirar el paisaje circundante.

En ésta ocasión miramos el rostro de la tierra vieja,


desde el espacio. Ella, recíproca, callada, con sonrisa molacha,
nos miró las posaderas de perro regañado que tenemos,
flácidas y zambutidas pa’llá, pa’dentro. La tierra libre, extensa,
nos entrega sus profundas arrugas, sus altos acantilados o
macizas catedrales de rocas, los colores negros intensos de
sus cimas y hondonadas; sus maltratadas mejillas pobladas de
mezquitales, montes con arboledas hostiles, órganos erectos,
puntas al sol; campos fértiles, prados feraces. Horizontes
azules a veces manchados por nubes mugrosas, miserables,
de vientres chupados.

El capitán, maestro atento y solícito instruía al alumno


sobre la presencia de referencias orográficas, trazos y caminos,
muy útiles en los momentos, y casos de necesidades de
orientación, Nosotros, el otro y yo, sólo oíamos nombres. “Allá
está el Bacatete, más allá, a los lejos, se perfila el Tetakawi; por
este lado tenemos el Metetomo y el Citáhuachi a tu derecha,
las crestas de Baroyeca y la más importante de todas, pues se
divisa de muchos planos: el cerro de La Perinola…”

Así íbamos volando bien. Aquello era para sentirse


“beyond borders”… más allá de las fronteras… Las rogativas
se enderezaban a que a los mandones de la nave no se les
ocurriera practicar machincuepas y catatumbas, en aquel
patuleco aparato: que si el round lop, la caída de las hojas, el
rehilete, caída en picada.

En el campo de aterrizaje se posó con seguridad y


fachosamente la campamocha pintada de rojo y blanco.
Cananea, tierra de montaña -mineral, estaba tranquila con sus
enormes cicatrices abiertas por las cuales extrajeron el metal
de sus entrañas y sobre sus cielos ondean, estelas de humo
que brota de los hornos, las fraguas, en permanente canto al
trabajo.

Jorge se pierde por las puertas de las oficinas del


emporio minero, las cuales se le abren de par en par, pues
nuestra recomendación muy especial girada por el periodista

Profr. Abraham Montijo Monge 79


de nuestros gratos recuerdos Enguerrando Tapia Quijada.
Nosotros nos vamos por ahí a estirar la pata y a desocupar de
vientos molestos los intestinos por las disparejas y quebradas
callejas cananenses rumbo a La famosa cárcel.

La carcomita que arañaba los dentros y producía


inquietud, provocó también la suficiente animosidad para
hacer comprender a Rodrigo el piloto, que no fuera a soltarle
los mandos de la nave a Jorge el aprendiz. La conspir­ación dio
resultados positivos. Hubo palabra que no lo haría.

Durante la consumición del refrigerio botanero


sobre barra cantinera para el intercambio de impresiones y
comentarios sobre los resultados del cometi­do, cuando ya la
somnolencia, esa tranquilidad tan peculiar en los pueblos y
ciudades sonorenses arropadas por los climas esteparios que
se presenta cuando las tardes inician sus caídas, empezaba
a deambular por calles y espacios cananenses decidimos
levantar vuelo para el regreso al seno caluro­so y amoroso del
Valle del Yaqui.

Después del vuelo sobre el mineral a manera de


despedida, el cessna, el XBHlS, enfiló la trompa y destino
hacía una enorme y espesa cortina, de lluvia trechera, muy
propia de las temporadas de lluvias en Sonora que se abatía
con latigazos de fuego y truenos en algún-, prado sediento
demarcado en nuestra ruta. El temporal era infranqueable en
aquella enclenque campamocha motorizada por lo que hubo
la necesidad de sacarle al bulto.

- ¡Allá está Sahuaripa..¿Llegamos..?...

¡Bajamos...!

Cuando las nubes luminosas reflejaban el melancólico


brillo del ocaso, aterrizamos en Sahuaripa. Allí el párroco del
lugar, también experimentado piloto aviador al ver nuestra
nave, comentó con irónico acento y haciendo visajes muy
entendibles, para aumento de nuestra penitencia:

- ¡Huy, el XBHIS!

80 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


La bienvenida con el aval de Pepín Biébrich, sus
familiares y amigos y gracias a la amistad que tenían con
Rodrigo nuestro experimentado capitán, fue proverbial.
Saludos a garganta abierta, lenguaje franco y abrazos de
osos y golpeteo de lomos y paletas con estruendo, al estilo
o usanza de políticos amaestrados. Todo un contento,
remojado con churumbones del mezcal tradi­cional de nuestra
hospitalaria y generosa raza coterránea. La convivencia
en la cuna de mártires revolucionarios, políticos de altos
tapancos, locales y nacionales, maestros homenajeados con
medallas argentíferas y doradas, en las filas de la docencia,
comerciantes y ganaderos de estirpe y prosapia, se tragó las
horas, al igual que nosotros lo hicimos, con la botana de carne
macha, queso, cuajada y requesón.

Allí mismo, en el patio encementado y bajo las


sombrillas de altas palmeras, en cuyos boscajos de hojas
colgantes, secas, muertas, gorjean con escándalo los gorriones,
al irse perdiendo el sol tras los horizontes, nos tendieron
para la pernocta, con toda amabilidad, catres bien dotados
de sábanas limpias y almohadas con fundas adornadas de
olancillos y letreritos tejidos con hilazas de colores, que decían:
“Duerme amor mío”; otras, con palomas llevando en sus picos
corazones del amor. ¡Cuántas cosas bellas y reminiscentes se
recogen cuando se echan a andar los caminos!

Con las lenguas como estropajos y los gorgüeros


resecos, molesto dolorciÍlo en los sentidos, cobranza efectiva
de la resaca y previa revisada a la libélula bicolor y zumbadora,
remontamos los aires sahuaripenses rumbo al Cajeme,
siempre encajado en el codillo de la querencia.

Mientras nuestros ojos recogían y filmaban del cuerpo


de la tierra tendido allá abajo, formas y figuras orográficas,
trazos de senderos y caminos, colores claros y oscuros
brillantes y momentáneamente iridiscentes, de los reflejos
que a manera de espejos despiden los depósitos de agua,
de represos y aguajes o techos de láminas galvanizadas de
instalaciones ganaderas, los pilluelos, Rodrigo, el piloto y Jorge
el aprendiz, comentaban sobre algunas irregularidades de la
máquina cessna, que hacía pocas horas venían notando.

Profr. Abraham Montijo Monge 81


Soltamos el soliloquio. Ahora te aguantas; quién te
manda, nos dijimos para nuestros adentros. “Tú lo quisiste
diablo mostén; tú te lo tienes, tú te Io ten”.

¡Ya estamos a punto de completar veinticuatro horas


fuera de casa!

La avioneta con los mandos en buenas manos, vuela


serena, rodeada del apacible y soleado celaje de la media
mañana. El zumbido del motor es uniforme, firme, permanente,
con la misma tonada. Se disfruta en cabal atención el solaz y
el azul del cielo, la pureza de la luz y también del contenido
de los diferentes tópicos que los pasajeros deshil­vanamos
dentro del fuselaje, sin bozal o rienda alguna: blancos, rosas
y obscenos y los referentes a la política reinante entonces,
hace más de veinte años, a puro lenguaje serio de dieces de
mayo. Aquel mundillo de camaradería, junto con el ronroneo
del aparato alado, caían sobre el terreno de los horizontes
rústicos en los que se aprecian linderos y guardarrayas
jurisdiccionando ranchos y maguechis que hablan del duro
quehacer de las familias que pueblan y moran enraizadas, por
decir­lo de alguna manera, en estos recovecos solitarios de la
serranía sonorense.

“Al puro fregadazo se está portando la charchina,


nos trasmite el piloto, mientras la tranquilidad del viaje se
interrumpe a intervalos por zangolo­teos e inesperadas y breves
caídas en espacios vacíos como si aquel camino aéreo tuviera
permanente, baches y bajadas. Todo es producto del palpitar
de las corrientes de aire que suben y bajan o soplan p’allá o
p’cá. Los colores en la cara de la tierra tapizada de relices,
lomas y barrancas, van cambi­ando del manchado gris oscuro
y refilones rojizos y ocres al verdiazul intenso señalando la
presencia de vegetación cerrada de los terrenos poblados
de pinos, encinos robles blancos oyameles y madroños.
Nos estábamos acercando a la meseta de El Campanero, la
elevación orográfica más alta al sur de Sonora.

¡Carajos, allí esta Yécora! Alborozados, gritamos los


tres, ya en esos momentos con sed y hambre, la consecuencia
de la francachela que habíamos galfarreado a los amables y

82 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


corteses sahuaripas. ¡Era cruda de mezcal!

En el campo de aterrizaje y a un lado de la pista, cerca


del bravo o alfa, no recordamos, se divisaban aplastadas tres
avionetas. Brotaron de inmediato a las gargantas mitoteras,
interrogaciones de esa liza: ¿qué pasaría? ¿por qué tantos
aeroplanos aquí? ¿quiénes vendrían? Así y cual miembros
de la cáfila de celestinas hacedoras de chismes y rumores
en pueblo orejudo y lengua libre y con las tachuelas de la
cruda en los tragaderos resecos y los estómagos vacíos, pues
aterrizamos con ánimos y pensamientos gavioteriles.

Rodrigo García Rivera, bien conocido y muy


relacionado en el lugar, se destapó como buen secretario de
relaciones y comunicación. Nos presentó con varias personas
que fueron a recogernos. Atentos y con franca cortesía, nos
condujeron en sus trocas, al domicilio de don Antonio Aguiar,
donde verdaderamente nos colmaron de atención y calor
humano.

Personas de toda la familia, sin suspicacias,


desconfianzas ni recelos, nos manifiestan cabal hospitalidad,
para que al día siguiente disfrutáramos de celebración de
una boda. Estas galanterías y cortesías, son las aristas de lo
que sabe entregar a los visitantes, la gente de estos lugares.
Así lo dejó asentado y por escrito, hace más de cien años y
cuando descubrió en sus andanzas por acá, la cascada de
Basaseáchic, el investigador noruego Carl Lumholtz.

“Encuentro a los mexicanos más corteses que,


ninguna otra nación, de aquella con que ha estado, en contacto
He tenido la fortuna de viajar durante años en México, y mi
experiencia de su pueblo no ha hecho más que arraigar la
grata impresión que recibí al principio.”

La amena convivencia fue corta en tiempo, pero


abundan­te y sabrosa para los órganos digestivos y las vías
urinarias. Ya con tarantita nueva nos llevaron al campo de
aterrizaje. Allí en un hogar yecorense cortés y respetuoso,
dejamos la cruda y muchas palabras de agradecimiento por
las atenciones re­cibidas.

Profr. Abraham Montijo Monge 83


Después de breve revisión de la nave en sus
gasolinas y aceites, vino la despedida de aquellas personas
sencillas y amables. Nos montamos y acomodamos en la
panza del chapulín chanchanquero convertido en taxi, por tres
mosqueteros patas de chucho y amantes del turisteo.

En el trayecto, la exuberante y amorosa madre que


nos parió, la amante y querida tierra de Sonora nos venía en­
tregando la dilatación de sus horizontes, la enorme exten­sión
de su jurisdicción y el clima conjugado por el viento, transitando
por el desierto, los montes, los valles y hondonadas, vertientes
secas, toda una gama de perfiles y aristas de la arisca y bronca
entidad.

El aparato motorizado se deslizaba a la altura


conveniente y requerida por el piloto, envuelto en el viento
amable de aquellas horas de recién brincado el meridiano por
el sol. La tarde alta septembrina, apacible y serena circundaba
el armónico entorno y el regreso a casa abandonada cuarenta
y ocho horas antes, en la custodia de los dioses tutelares y la
buenaventura.

A los pocos minutos de vuelo, unos hilillos de aceite


em­pezaron a bordar temblorosas figurillas en la mica frontal
del saltamontes, alertando nuestros sentidos y provocaron
las inquietudes y apremios en el interior de nuestras
humanidades. En unos instantes más la visibilidad hacia el
frente desapareció por completo. Se perdieron en el horizon­te
las referencias naturales de las cuales echan mano los pilotos
muy regularmente.

En la panza del aparato se suscitó un agarre verbal


entre el piloto y el bisoño copiloto. En el alegato cruzaron
culpas, cargos y recriminaciones. Los nervios tensados habían
reven­tado, liberando la calma y la serenidad tan necesarias en
de­terminados y apremiantes momentos. Entre ambos afloró la
verdad, conviniendo en que durante la re­visión hecha a la tro­
che y moche, alguno de los dos no había cerrado debida­mente
el tapón del aceite. Total: el mo­tor en cualquier mo­mento podía
des­bielarse, tronar en las alturas, sobre la serranía sureña de
la entidad.

84 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


¡Vaya situación, ¿Cómo describirla? Solamente vale
decir que en aquellos momentos la circulación sanguínea
se acel­era, corre desbocada por las venas, los diástoles y
sístoles del corazón trastumban en las sienes y en el hueco
de la caja toráxica; el sudor baña el cuerpo, se hace un vacío
en el estómago, la boca se seca, tiemblan las manos y la voz
se vuelve tartamudeante. Si estos malestares los provoca el
miedo, pues...

El capitán con aplomo y serenidad nos comunica con


buen dominio y timbre de voz fuerte y segura que atempera
apuros:

- No va a pasar nada, miren allí va el camino a Nuri,


vamos a buscar el tramo adecuado para bajar.

El entapujado aeroplano zumbaba normal, no daba


trazas de traer avería alguna en las entrañas del motor. En
el asiento trasero, acomodado, sin moverme, en completo
silencio, cabalmente callado, nomás mirando por la ventanilla
cav­ilaba y me preguntaba:

- ¡Carajos! ¿dónde jodidos vamos a localizar un llano


o un pedazo del camino en este quebrado y culebreante
terreno?

¡Pa’ acabarla de acabalar!, el avión carecía de radio.


Volába­mos sin comunicación y un motor a punto de reventar.
EI temor calló las voces. El miedo produjo un silencio pro-
fun­do. Es dable colegir que los tres pasajeros en franca
comunión se habían acordado de aquél señor, de más arriba,
y le estaban enviando oraciones y rogativas para que los
sacara del apuro.

Jorge Pablos con habla trémula, pretendiendo romper


la tensión y levantar los ánimos me preguntó:

- ¡Quiubo profe! ¿Qué pasa contigo que no oigo tu


voz?

- ¿Cuándo pinches has escuchado las oraciones en


voz alta?
Profr. Abraham Montijo Monge 85
En la forma que apretaba las manos el piloto
demostraba la aprensión que le atenazaba. Se apreciaba en
el nudillo de sus manos el color blanquecino del esfuerzo.
Deseaba, es de pensarse, salvarse y salvar a los demás con
toda la limpieza de su honor de piloto.

El vacío en la boca del estómago provocaba las


ganas de vomitar, mientras nos restregábamos los dedos de
las manos frías y pegajosas, cuando en forma imprevista y
de repente, el capitán enderezó la nave rumbo a Tesopaco,
pensando seguramente en mejores Lugares donde aterrizar
y tener a la mano buenos auxilios. Ya el aceite impulsado por
el viento había empañado totalmente las ventanillas, llevando
casi media hora de vuelo pariendo cu­ates en el aire, todo por
un descuido, la deleg­ación de responsabilidades o los malos
soplos del destino.

En la mente agobiada a galope tendido, desfilan


tantas cosas con sus colores y calibres, que en la siembra
sobre el surco existencial les dimos. La cosecha almacenada
a la vera del camino atosiga y oprime alma y sentidos, rostros
del mayor afecto y profundos sentimientos filiales, recuerdos y
rem­iniscencias; toda una gama de avatares claros y oscuros,
pues ya nos considerábamos en aquel mo­mento de negros
presagios, remiendos de los pelle­jos del vino, es decir botana
para los anélidos, vulgo, pinches gusanos y triunfo al gusto de
la dama flaca, huesuda suda y hedionda.

Afligidos y silenciosos, apreciando el entorno


azulenco y brillante como última visión, en acto de contrición,
rogábamos, con humildad y bien jodidos, la intervención de
los abogados espiritu­ales, ante la corte justiciera del sector
celestial, de­mandando el perdón de nuestros pecados y un
atenuante en la remisión de la pena merecida, el trast­azo en
aquellos parajes enmontados y solitarios.

La orografía del terreno entre Movas y Tesopa­co


permite volar a más baja altura; así veíamos la tierra negra,
sus matorrales y mogotes zacatosos, pasar muy ligera
bajo nosotros. El Cessna 182 proyectaba la sombra como
brindándonos men­drugos y rebanadas de salvación.

86 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Por una rendija de la chorreada mica descubre el
piloto, a cercana distancia el enorme y jomudo cerro que por
el poniente, protege de las tempesta­des a los habitantes de
Tesopaco. La voz llena de júbilo y contento, llena el espacio:

- ¡Ya la hicimos, allá está Tesopaco...!

Desaparece la angustia en nuestros rostros, de­


saparece la aflicción, en cuanto muy agradecidos hicimos
la señal de la cristiandad y musitamos oraciones a Dios por
habernos entregado una vez más en los brazos de la vida.

El XB-HIS recorrió la pista ubicada en un pre­dio


llamado La Vaca Muerta, como zopilote relle­no de de carroña,
dando banquitos y aletazos hasta que medio atravesado se
detuvo. Ya eran fregad­eras, la avioneta ¡también carecía de
frenos...! En cuanto bajamos muy contentos, en poses y acti­
tudes serias y jocosas, celebrando el triunfo, nos arrodillamos
y besamos la tierra. Jorge nomás se chinquechó, dando de
gritos burlescos y felices.

Después de limpiar las micas y llenar de aceite el


depósito de la famosa nave, el entonces presi­dente municipal
de Tesopaco, Aurelio Peñúñuri Soto, nos trasladó a la
hospedería de doña Luz Olea, una buena señora, para usar el
lenguaje ser­rano. Allí, con calor humano, festivo, los lugareños
presentes escucharon la narración de lo aconteci­do. Doña
Luz, muy oportuna, lo subrayó:

- ¡Cabrones, se salvaron por las bendiciones de sus


madres...!

Hubo celebración con remojo de gaznate para variar,


y canciones, acompañados por la guitarra del Mon, quien
a pesar de ser un invidente, pulsa con evidente destreza el
instrumento musical de las cuerdas y el diapasón. El capitán
Rodrigo García Rivera se aventó con buena y clara en­tonación
la canción de sus preferencias sentimen­tales: “Tierra de mis
amores”, la que se encuentra “entre sierra y montañas/ donde
me amaron por vez primera...”

Profr. Abraham Montijo Monge 87


Al pardear la tarde a jalón de camioneta, saca­ron del
hoyancudo terreno, al Cessna de la historia y lo colocaron en
el pavimentado camino, vigi­lando un buen tramo del mismo
para el corretaje. A manera de despedida sobrevolamos el
pobla­do. Jorge solicita a Rodrigo:

- Pasa sobre El Güello para las gracias con un violín.

La avioneta casi a vuelo fumigador y fuerte zumbido


dice adiós y hasta luego a aquellos lugareños tan amables y
serviciales. En el preciso instante de acelerar motor para ganar
altura, escu­chamos un golpe y sentimos una fuerte sacudida
del avión. Nos enteramos al día siguiente que los habitantes
de Tesopaco carecían de energía eléc­trica.

El XB-HIS acabó con sus aventuras al desplo­


marse en la pista de aterrizaje de Yécora. En tal suceso se
salvaron rnilagrosamente nuestros queri­dos amigos Miguel
Mexía Alvarado (+), el profe­sor Jorge Castro Ceyca; el
multimencionado Jorge Pablos Soto y el piloto, de quien sólo
recuerdo su sobrenombre de El Robavacas.

88 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


NÓMADA Y CAMINERA…
Por los atajos norteños, broncos y cuerudos, frente
a los aconteceres que saltan en la lucha por la vida tanto el
migrante como el turista, recogen y encuentran poco o mucho,
pero a la medida de los que desean, sea trabajo y ocupación
para subsistir; lugares de diversión y esparcimientos, espacios
culturales para engordar el conocimiento, o sitios para el
descanso físico y el ocio mental. Sabido está que con el
vagabundeo, el acervo cultural se acrecienta y se intensifica
el amor por la tierra de la nacencia. Entre más se le conoce,
más se le ama.

¿Quién puede negar que santo que no es visto no es


venerado?

Pueblos, aldeas y ranchos rodeados de vegetación


escasa, siembras raquíticas o perdidos entre maizales y
personas que moran a la vera de caminos reales y de terracería
no exentos de historias de renunciaciones, de fracasos y
amarguras, salen a recibir al andariego. También, asfaltadas
y anchas carreteras lo llevan a ciudades decuidadas de calles
y avenidas, plazas y monumentos, edificios de cristales y
altos muros, residencias elegantes, hoteles de lujo y onerosas
comodidades; edificios públicos, con rostros arquitectónicos
añosos o de corte moderno.

Un todo opulento y acaudalado, esfuerzo total


dedicado, a generar desarrollo, progreso y modernismo.
México al fin ha sido calificado como el país de los contrastes:
sierras altas y profundas, valles fértiles y dilatadas llanuras,
improductivos y desiertos estériles, riqueza concentrada y
pobreza desparramada, presencia notable de peces grandes
y quejidos de peces chicos.

Para nosotros fue provechosa la época nómada y


caminera. Varias comunidades nos proporcionaron albergue
temporal. Nos entregaron calor, afecto. Camargo, ciudad
cabecera del municipio del mismo nombre, acariciada y dormida
por las aguas del río San Juan, fue generosa y muy amigable.
Rodeada de sembradíos e instalaciones agropecuarias,

Profr. Abraham Montijo Monge 89


guarda historias y leyendas propias de una frontera brava y
revolucionaria y luchadora.

Tiene estación ferroviaria y, cerca, aguas arriba del


río, se encuentra la presa “Marte R. Gómez”, cimiento del
sistema hidráulico del bajo río San Juan, que riega el inmenso
y dilatado valle agrícola del norte tamaulipeco. Por cuestiones
del trabajo conocimos al jefe del distrito de riego en cuestión,
ingeniero Rafael Sierra de la Garza, una personalidad afable,
comunicativa y de gratos recuerdos. En años posteriores llegó
a ocupar la presidencia municipal de Reynosa.

Cerca a la presa se ubica Comales, una comunidad


notable del municipio, por haber parido al caricaturista Abel
Quesada, mojonera, profunda, firme, visible en los linderos del
periodismo nacional. Presumidos somos por haberlo conocido
y estrechado su mano. En tertulia hogareña, de consumición
y masticación de bebidas y viandas, nos deleitó con su charla
amena. Sus labios entonaron los versos de “El cuerudo
Tamaulipeco”, corrido e himno de aquellos lares:

“Yendo de Tula al Jaumave


me encontré con un ranchero
iba en su cuaco retinto
todo vestido de cuero.

La obra caminera del doctor Norberto Treviño Zapata,


entonces, gobernador de la entidad tamaulipeca, fue amplia e
intensa. Se trabajó en varios frentes al mismo tiempo; Reynosa-
Nuevo Laredo (La Ribereña), Brecha 109, en Río Bravo, La
Brecha 82 para comunicar al pueblo de Valle Hermoso con
la carretera Matamoros – Valle Hermoso; una estructura de
tráfico y comunicación a la altura agrícola de Matamoros.

La fibra de algodón producido en este valle, por su


calidad, extensión y resistencia, llegó a ocupar el segundo lugar
en el mundo. El primer sitio lo tenían los productores del Valle
del Nilo. Hoy, el campo mexicano sólo produce quejumbres,
desazón y resabios, cardos, ortigas y guachaporis y discursos
que contienen pura chicha de liebre, asegura el “Sacalepunta”

90 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


desde el ejido “Los Macheteros de Atenco”…

“Y alegre se fue cantando


por el filo de la sierra,
Tamaulipas es mi tierra,
para el que lo ande dudando...”

Profr. Abraham Montijo Monge 91


TESOROS ARQUEOLÓGICOS…
Nuestra formación docente culminó en Oaxaca de
Juárez. La flaca y un poco adormecida memoria, nos lleva
de nueva cuenta hacia aquellos ensangrenta­dos y adoloridos
horizontes.

Oaxaca - no estorban algunos datos- es estado


libre y soberano desde 1823. Tiene extensión territorial de
93,136 km2. Definen el relieve de la Entidad tres serranías:
Sierra Madre del Sur, la Sierra Madre de Oaxaca y la Sierra
Atravesada. A esta última se le conoce con otros nombres que
no recordamos. En la geografía general en la que se presentan
todos los climas del país, se forman 4,500 localidades distri­
buidas en 570 municipios ó 30 distritos.

Los habitantes hablan el español y poco más de una


docena de dialectos. En la infroctuosidad del terreno podemos
anotar, recurriendo a la parodia, impera la ley del tigre;
sobresalen los tuertos sobre los ciegos, los leídos sobre los
incultos; el fuerte so­bre el débil; las órdenes de los caciques
obedecidas por chacales con figura humana. La comunicación
y las relaciones humanas se antojan difíciles. La inte­gración
social lo es más. Una verdadera paradoja en tierras con
abundancia de muestras culturales.

Los sitios de interés para el estudio, la investiga­ción


arqueológica y la práctica del turismo son nu­merosos.

Los apuntes hechos a Ia troche y moche y los teji­dos


de telarañas, en los canales craneales nos recuer­dan que
Monte Albán está a diez kilómetros de la capital, cuyas calles
recuerdan el deambular por las avenidas Mina, Obregón,
Garmendia, la colonia, El Centenario y el barrio de la Capilla
del Carmen, del viejo Hermosillo, sin olvidar la Serdán ¡qué
caray!

El conjunto representa adosamientos de bajorre­Iieves


con profunda incógnita. Conocimientos y tiempo, hacen falta
para describir las macizas edificacio­nes construidas con
una precisión de albañilería que asombra. Es un verdadero

92 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


observatorio, pues se do­mina -hasta donde alcanza la vista-
en toda la exten­sión del Valle de Oaxaca. La Secretaría
de Hacienda, es la dependencia que vigila y mantiene las
cons­trucciones descubiertas por el maestro y arqueólogo
Alfonso Caso.

Las ruinas prehispánicas de Mitla, localizadas a 45


kilómetros de la metrópoli de la Mixteca, conser­van un sentido
de espiritualidad. Constan de varios cuerpos que rodean un
gran patio central. Haya va­rios aposentos como la Sala de las
Columnas, con sus pilares cilíndricos de una sola pieza. Todas
las estan­cias tienen una particular ornamentación, desta-
can­do la matemática precisión de sus junturas y la profusión
de artísticas grecas. Mitla es considerada la Ciu­dad de los
Muertos (Liobaana) y centro religioso de los zapotecas.

Otros santuarios, centros culturales y lugares de visita


obligada, pero de menor importancia son Ya­agul y Daintzu.
Todos los visitamos en la grata com­pañía de los profesores
Rubén y María Luisa Monto­ya de Ramírez, quienes también
encontraron más lu­ces para la carrera docente en el inolvidable
sureste mexicano. Se antoja reflexionar y cuestionar al
admirar la grandeza y majestuosidad de raza y obra que
hubiera sucedido o los españoles conquistadores y guerreros
no hubieran hollado las riquezas culturales y humanas de
la región. Si la reciprocidad con lengua, religión y otras
enseñanzas fue justa.

Si recordar es enfrentar la lucha destructiva del


tiempo. Es darle sentido, calor y afectos a las cosas, a las
obras nuestras realizadas en el trasiego cotidiano en el seno
de la sociedad, pues sigamos disfrutando de Oaxaca, la de
hace algunos años, peor la que sufre un presente injusto y
vergonzante. La Oaxaca que protege su suelo, acaricia un mar
y bendice un cielo, cual cantara Álvaro Carrillo.

En varias ocasiones abandonábamos el hotel-Hispano


Americano de nombre- cercano a la plaza principal, el maestro
Tiburcio Reyes y Quilantán y el suscrito para perdernos como
unos marchantes más entre el gentío asistente a los tianguis
de los jueves a consumir chuchulucos raros, golosinas ajenas

Profr. Abraham Montijo Monge 93


al paladar nuestro; frutas frescas de la estación, frutas de
hornos, a llenarnos de olores y sabores. ¡Ah, el pan de yema!

En el mercado central y popular, las tunas hela­das,


aquellas pollas mañaneras de los lunes. A diva­gar por las
calles entre palacetes, monasterios y tem­plos eructando
historia y joyería en adornos y cuadros, como el Templo de
Santo Domingo y el museo adyacente que abarcan entre
ambas construcciones muchos metros cuadrados.

El Templo de la Virgen de la Soledad en el primer


cuadro de la ciudad. Cuentan que la Virgen, montada en una
mula, cruzaba aquel solar cuando de repente la bestia hizo
alto y se echó. Ya no quiso moverse ni caminar. La Virgen se
sentó en una piedra y ya no quiso abandonar el lugar, en señal
de que allí se construyera un templo en su honor.

En el pasillo central de la nave principal se encuentra


aún la piedra, el rezo y la adoración perma­nente de los
creyentes.

94 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


TIERRAS TAMAULIPECAS…
“Por a’i va pasando un pelado romito, ojos borrados,
con un huerco a camacho...”

Es una expresión en lengua natural, limpia, abierta de


la “raza” cueruda de Ta­maulipas, “tierra de rezos” según la
traducción a la par­cela de la “castilla”.

En Sonora expresaríamos el mismo contenido así:


“Por a’i va pasando un vale chapi­to de ojos claros con un
bu­qui apupuchi...”

La reminiscencia, ya luz tenue en la mente enmara-


ña­da y los canales craneanos “mojosos”, pero tonificante en
los codillos sentimentales, obliga a desandar la sen­da para
desparramar afectos y recuerdos sobre el jirón de patria, el
horizonte bronco y altivo del noreste mexicano, la brava
frontera tamaulipeca que nos dio cobijo cabal, sin reservas,
por espacio de cinco años.

“A estos pueblitos del nor­te, de tierras tamaulipecas”,


migramos por contratación protocolizada al canto y el propósito
de aumentarle un tostón más al peso salarial y conocer otros
lugares. Las vituallas en el morral para enfrentar la aventura
en un mundo totalmente descono­cido, localizado únicamente
en el mapa, fueron una vein­tena de años de edad, ener­gía y
vitalidad que hasta “salían por los poros de la piel” y mucho
optimismo y espe­ranza en los bolsillos y el cosquilleo del temor
en las entrañas al comprometernos en aquella ruta dispuesta
por quién sabe quien.

Al partir la alforja de la esperanza, también recogió


un poco de la humedad que dejan en el alma los adioses y
las despedidas de las tie­rras de viejos y la nacencia. Forjar
el futuro requiere de sacrificios y pagos en efecti­vo de las
facturas por darle apoyos y servicios a la exis­tencia. Eso hay
que hacer cuando florecen las primaveras y luces fuertes
irradian los horizontes.

“Hoy, rústica, distraída, siempre al acaso, canturreaba


la vida como al remanso...”
Profr. Abraham Montijo Monge 95
En década de los cin­cuenta, el destino nos aven­tó por
aquellos terrenos arru­llados por el sonar de violi­nes; resoplar
de acordeones, trinos de flautas y rezongar de tololoches
y bajos de los armónicos conjuntos musi­cales norteños.
También sollozos y gemidos de gente ­buena. Risas y cantos
en el trabajo, haciendo patria y construyendo tierra para vivir
y descansar. Imposible sería dejar en los matorrales , de la
vereda o el olvido las expresiones henchidas de orgullo, las
palabras reventando mexicanidad a la va­lentía y al honor en
los corri­dos y los renglones de la poesía regional, mientras
se saborean los platillos de los cuerudos; machacado con
huevo, cabrito en su sangre y al pastor, frijoles negros re­fritos
y un pedazo de panela fresca, previos y con ánimo de abrir
boca y conseguir ta­rantita; unos churumbones de mezcla San
Carlos.

“Esa miseria que viene un recuerdo a despertar

¡Cuán honda tristeza tie­ne!

¡Cómo hace a solas llorar!...”

A los cuerudos del Jauma­ve, del Valle de Matamoros,


a las mujeres bellas de Tama­tán y a todos en general, les
tendimos la mano en la construcción de la famosa carre­tera
Ribereña, partiendo de Reynosa hasta Nuevo Lare­do, pasando
por anzaldúa, San Miguel de Camargo (hoy Ciudad Gustavo
Díaz Ordaz), Valadeces, Ciudad Miguel Alemán, Ciudad Mier.

Dejaron afirmado que la fortuna camina muy aprisa


y los hombres muy despacio, por eso son pocos los que la
alcanzan. Nosotros empezamos a formar gran parte de
nuestra fortuna en Tamaulipas: familia, hogar con salud
y amigos. La suerte o el azar, ayudaron en gran parte. Los
cuerudos de aquellos nortes nos aceptaron y nos comunicaron
sus esfuerzos, esperanza, gustos y alegrías, sentimientos
amargos, tribulaciones y pesares. Fue como estar en nuestro
propio solar cajemense. Para existencia, encontramos los
mismos ingredientes de la torta que trajimos bajo el brazo al
llegar al mundo: tierra, agua, aire, luz solar entre otros.

96 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Así, los problemas sintomáticos originados por la
ausencia y la añoranza por la patria chica lejana, pronto se
disiparon hasta llegar a “hacer presencia en ciertas ocasiones”.
Es verdad incontrovertible que la amistad es el camino natural
y sencillo que elimina muchos obstáculos y dificultades para
hacer placentera la actividad y el disfrute de los bienes y
servicios a nuestro alcance. Amistad nos dieron, con gusto la
recibimos y con el respeto y el calor y a la manera norteña la
cultivamos para obtener muy buenos frutos. Pronto, muy luego
nos sentimos tamaulipecos… Y a la tierra que fuereis, haz lo
que viereis. Esto lo llevamos a la práctica en nuestra vida.

Nosotros fuimos a las chulas fronteras del norte a


construir caminos, a colaborar para mayor y mejor comunicación,
desarrollo y progreso de los pueblos jurisdiccionales en las
riberas del río Bravo, llamado río Grande del Norte, línea
divisoria, línea divisoria natural entre los “güeros de allá del
otro lado y los prietos de acá de este lado…”

La Compañía Constructora Azteca, S.A.; fue


la responsable de construir terracerías, obras de arte y
pavimentación de la gran parte de extensión de la ruta La
Ribereña, entre Reynosa y Nuevo Laredo. Se mencionaban
como socios de esta empresa a Joaquín E. Pasquel (famosos
fueron los Pasquel) residente en la Ciudad de México, y
a Sherman D. Baker, norteamericano con permanencia
residencial temporal y esporádica en una quinta cercana a
Tampico (tierra de perros) donde también se dedicaba a la cría
de caballos finos. Allá adquirió Tony Aguilar, máximo exponente
de la charrería y sus canciones, de Tayahua, Zacatecas, al
Pajarito, uno de sus famosos caballos amaestrados.

La constructora estableció oficinas y superintendencia


en poblado de San Miguel de Camargo, que ya había sido
campamento de la Secretaría de Obras Públicas, la SOP y
cuyas instalaciones ocupamos. Hoy en día, a esta comunidad
se le conoce como Ciudad Gustavo Díaz Ordaz. Las compras
en el comercio local y la concentración de trabajadores fueron
los cauces para edificar amistades y relaciones.

Profr. Abraham Montijo Monge 97


Para nosotros, en calidad de tomadores de tiempo,
fueron mayores las oportunidades. Muy luego se abrieron las
puertas de la convivencia social y el roce con la gente. Esta
ciudad es una de tantas que tiene a sus muertos en el mero
centro, con banqueta, pero sin bardas ni cercos. La raza vacilona
y argüendera, bautizó al cementerio como la plaza Montijo,
por que nos sorprendieron realizando la caminata vespertina
a su alrededor. La jerarquía ocupacional nos proporcionó en
la hospedería Hotel y Café del Norte, local y hospedaje por
varios meses. La propietaria, Paulina del Bosque y algunos
miembros de su familia fueron nuestros primeros amigos.

Durante las horas de la comida y merienda cruzamos


conversación con pilotos fumigadores que vertían elogios
y buenos recuerdos del Valle del Yaqui. Eso nos llenaba
de satisfacción y orgullo. Muy seguido, y frente al hotel, se
escuchaba la voz de una hermosa chamacota entonando
canciones rancheras. Llegó a figurar su nombre en marquesinas
de teatros y palenques y del cine nacional: Lucha Moreno.

Dicen que es muy bueno y cuerdo interrogar épocas


en horas pasadas, pues ello permite avivar el presente y armar
bulla que abonan y orean la mente y el espíritu. A nosotros,
el interrogatorio a nuestro pasado andariego y constructor
nos facilita armar estos apuntes, los cuales entrego a usted
de muy buena gana y el mejor talante y se lo colgamos con
alfileres “incaíbles” en el cuerpo como una reliquia de nuestro
querido Cajeme.

Las andanzas en el noreste altivo de aquellos ayeres


del 59 echaron en el morral vivencias y reminiscencias que
ahora acuden como bandadas de petreles pardos y azulados
o caen como granos de chilicote.

Aquellas tierras fueron colonizadas por el varón


peninsular José de Escandón. Tamaulipas, tierras de rezos
que, según hablantes huastecos, se llamó en tiempos
coloniales Nuevo Santander. Por el crecimiento demográfico
y el desarrollo económico de Ciudad Victoria la capital, puerto
de Tampico y Matamoros y su valle agropecuario pronto ocupó

98 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


los primeros planos como una de las entidades más prósperas
y acaudaladas del país.

Matamoros, el inolvidable puerto fronterizo, tiene sus


playas donde el mar prepara sus revolturas de sales para
darnos esos cuadros de colores rojizos cuando el sol inicia su
hundimiento en los horizontes marinos. Tiene como vecina a
la viuda gringa y tejana de Brownsville.

Valle Hermoso, agrícola y ganadero, nos permitió


hospedaje lleno de afectos y atenciones, inolvidable utilizar el
martillo y el cincel para formarle aristas sociales y políticas
a nuestra persona. Este poblado fue fundado, si mal no
recordamos en 1939, con ciudadanos que vivían “al otro
lado”, que habían abandonado el país voluntariamente por
necesidades de trabajo y opor­tunidades para mejorar la
existencia. Fueron traídos al .país por el gobierno de la nación
mediante oferta de tierras, casas y apoyos económicos.

Casas de madera de una y dos plantas delineaban


anchas calles, polvorientas o lodosas, según se deshoja
el almanaque, daban ribetes a pueblo de los tucsones
cinematográficos. Viviendo en el trabajo, sin desorden ­en las
costumbres que bien soldadas llevábamos de Sonora y mucho
menos despilfarro de los bienes, luego hicimos amigos como
el doctor Mortimer Boone y don Urbino y su numerosa familia
de apellido Singleterry del Fierro, con quienes muy a menudo
organizábamos encuentros para el cultivo de la amistad, el
intercambio cultural o las tertulias festivas y alegres. Cosquillea
allá muy dentro el recuerdo.

Río Bravo, Empalme y sus chicharrones de catán


(bagre), San Fernando y su famosa curva; Ejido “Lucio
Blanco”, jurisdiccionado en tierras entregadas por el general
Álvaro Obregón. Pueblos poseedores de todo, vacas gordas
y vacas flacas, alegrías y angustias, abundancia de riquezas
y de apabullante escasez; mujeres hermosas, chulas de ojos
borrados (claros), hombres de prestancia y varonía al igual
que de presencia áspera y corriente.

Notorios en la conversaciones el nombramiento de

Profr. Abraham Montijo Monge 99


aquellos que se grabaron en la historia como defensores de
la ley y el orden hasta que “murieron porque eran hombres
y no porque fueran bandidos”. Buenos y malos, pistoleros y
contrabandista; por ellos “en los pueblitos del norte siempre ha
corrido la sangre y han promovido a los juglares en la escritura
de corridos y el arte de combinar los sonidos y el tiempo en el
tololoche, el acordeón y el bajo sexto.

Un día hubo que volver a la tierra querendona, la que


brinda ternura, calor y sudor como privilegios: al Valle del Yaqui
con el cual seguimos de la mano al rincón de Sonora, solar
exuberante y retador, a la entidad de todos nuestros orgullo
y quereres: Así le cantó Armida de la Vara con alma y voz
sonorenses:

“¡Sonora es mi tierra, mi dulce Sonora!


que atrae y subyuga, y que cuando llora
su llanto enjugamos con el corazón;
para ti es mi canto pues de ti he nacido;
pronuncié tu nombre en el primer gemido
y ha de ser tu nombre mi postrer adiós”.

Cuando tenga bolsa de templado temperamento o


caballo ensillado a punto de partida entonces volveremos por
aquellos nunca olvidados horizontes que nos dieron hijas,
amistades firmes, noche de cuchipanda y amigos a granel.
Buena cosecha y modesta fortuna.

100 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


SONORA ANDUVO LOS DÍAS CALIENTES…
Desapareció el rostro severo, hostil de la sequía de
nuestra vista, su pre­sencia ya imponía temor, miedo. Cayeron
las primeras lluvias de la tempora­da, se alejaron los vientos
calientes, producto nacido de la floresta sedienta y corriendo
sobre la tierra reseca.

La sequía es tierra polvorienta o dura y rajada,


calor, calcinación, sol, fuego, luz cegadora, en los horizontes
espejismos, sombras reverberantes, matojos resecos,
silencio, soledad. Ausencia de siembras en las milpas
tem­poraleras, necesidades mil, abundancia de escasez,
pobreza, más pobreza, muerte de ilusiones, desencanto.
Ruina... Olor a muerte en los prados gana­deros.

Afortunadamente las lluvias veraniegas vinieron a


tiempo. Sonora, la morada de mil amores sació la sed, sintió
el correr del agua fresca, suave, acariciadora y limpia sobre su
cuerpo macizo.

El cuadro de la naturaleza muerta ya no existe.

La tierra sonorense vuelve a ser pura energía y


vitalidad. Renace la flora, la savia toniticante vuelve a los
troncos y a las ramas de los árboles, los varejones de los
arbustos y las hierbas.

- Vieras que bonito está pa’lIá, me comenta un hijo


de la vieja Oposura. Moctezuma... “Me imagino ya sobre
los cos­tillales serranos en las curvas de los lomeríos, en los
angostos vallecillos y en los amplios llanos la alfombra verde
que se empieza a tejer. El entono am­biental se antoja benigno,
sa­ludable, dulce, amable. Brotan de nuevo las ilusiones, se
fortalecen las esperanzas, impul­sa el ánimo al quehacer en
los poblados y rancherías. Silban y cantan gustosos y alegres
sus moradores, la razón los arropa, los hechos les asisten.
Brillan de limpias las cimas y los acantilados. Destilan agua
los em­papados cerros. Cae agua en las cunetas. Corre por
los taludes, refrescando el camino. El agua se encharca en
las simas profundas, aumenta el caudal de los arroyos. Agua

Profr. Abraham Montijo Monge 101


habrá en los bajíos, también los jagüeyes y en las tinajas, en
los hondables a los pies de paredones en los cuales se echarán
sus clavados las pandillas de traviesos zagales empelotos. En
las pequeñas lagunas llaneras, bajo sombreados palofierros
y mezquites revolotearán mariposas multicolores y bajarán
a calmar la sed coyotes y vulpejas, bandadas de cuichis y
chureas y otros ejemplares de la diezmada fauna sonorense.
¡Qué hermosura de campiña! El gusto contagia. Araña los
sentimientos y quiebra el alma. Se escucha el canto de la
paloma:

- ¡Calma tu canto triste paloma!

- Fuerte, hieres al ausente de su tierra;

- pues traes de la vinorama el aroma,

- y recuerdas el primer beso de amor,

- de la madre hermosa, que nos pariera

- entre las paredes de la vieja casona.

Las aguas pasan, arrastran piedras, palos y basura,


mas no arrancan las vivencias y los recuerdos de las lluvias en
tiempos de los abuelos y los viejos. La revolución que armaban
en la casa paterna con la aparición del relámpago “El Mocorito”
o “El Carmaleño que avala, sin lugar a pierde, la llegada de las
lluvias de la temporada, del calendario hidrológico y pluvial de
la entidad tan grade, exuberante y hermosa.

Cuando el sol caía tras el cerro de “Los Cochis” y


los colores del día pasaban del claro al pardo. “El Mocorito”
aparecía en el horizonte sureño parpadeando intermitente y
con débiles destellos de fuego. Era el momento de escuchar la
voz mandona e irritada de mamá: “Ai’stán cabrones replanados
a toda nalga y no se acomiden a meter leña, llenar de agua
las tinajas, meter los catres. ¿Qué no ven que ai viene la
revolución?”

El viejo se levantaba de la silla, mueble de guásima


o tesota y fondo de cuero crudo de vaca sin desbaste ni

102 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


beneficio. Se perdía en la zacatera, una especie de almacén
levantada al fondo del corral. Aparecía al rato con algu­nos
aperos de labranza en las manos: collales, frenos, horquillas
y balanci­nes, después sacaba los arados que cuidaba como
oro molido, pues se los había “regalado” el general Lázaro
Cárdenas. Mi hermano y yo cruzábamos: miradas: con el
“Mocorito” y las lluvias se venían a trancas y barrancas las
chingas. Antes de la aurora se oía el grito del jefe hogareño:
-¡Arriba pueblo: de Álamos, a trabajar! Y no había manera de
hacerle “al cochito” pues le pegaba una patada a uno de los
largueros del catre. A preparar la tierra era el invite. Barbechar,
rastrear, volver a barbechar los magüechis, también la tierra
ejidal. El agua ya está encima. El Mocorito no fallaba y las
chingas tampoco. Trabajo y más trabajo, de canta gallo a
canta grillo, todos los días hábiles de la semana. Los sábados
y domingos eran para arrimar leña y pastura para las vacas de
ordeña y las mulas y caballos de la labor.

¡Qué manera de hacerle cariños a la tierra! En su


vientre, abierto por el arado de rejillas; se depositaban las
simientes de diferente especie: maíz, calabaza, sandía, caña
de agua, fríjol yurimuni, tépari. La cosecha proporcionaría
una comisaría, abundante, sabrosa y variada. El maíz elotes,
tamales y tortillas, también alimento para aves y puercos. Las
calabacitas tiernas ingredientes para el cocido y la cazuela,
calabacitas con queso y el famoso y sabroso colache. La
calabacita tierna se cortaba en rodajas que se secaban al son en
las comidas cuaresmales se preparaban una vez rehidratadas
con chile colorado. La calabaza sazona, dura, proporcionaba
los bichicoris, calabaza emielada, cajeta para las empanadas
y el cusiri. Mediante el cambalache se adquirían trastos en
caseros y trapos nuevos para estrenar. También se vendía
algo de la cosecha para sacar algunos centavos. Pero qué
comer, nunca faltaba en los hogares campesinos de antaño.

Tres o cuatro días de la semana “El Mocorito” nos traía


abundantes llu­vias. El río Sonora no dejaba de bramar durante
los meses de julio y agosto, tampoco de hacer daño en los
sembradíos ribereños. Se llevaba chilares de los pueblos de
arriba y cañaverales de los pueblos de abajo. Dejaba sin chile
a los habitantes de Baviácora y sin panocha a los de Ures.
Profr. Abraham Montijo Monge 103
Llegaron las lluvias. Renace la vida en el monte.
Florecen los tabachines y los sanmiguelitos. El hombre del
trabajo se apresta a la labor en las sementeras montaraces y
rancheras.

Los dioses tutelares de Sonora se han mostrado


bondadosos en esta tem­porada veraniega. El panorama y el
ambiente de la geografía cambiaron de manera radical. Del
paisaje árido y los malos presagios, pasó al verde alenta­dor,
de mejores perspectivas y esperanzas, con las lluvias de la
temporada que han sido copiosas, abundantes y, al parecer,
generalizadas en todo el cuerpo de la Entidad.

La llanura inmóvil se extiende indefinidamente con


el color de la vida sana. En las distancias inapreciables se
recortan las cordilleras azulosas y en veloz vuelo, bajo el cielo
azulenco y soleado, cruzan los halcones peregri­nos rumbo a
los riscos de su nacencia, y los gavilanes vigilantes, sobre-
vue­lan en un espacio determinado, señalando la existencia de
alimento en la espesura de la floresta.

Las lluvias seguirán cayendo, según pronósti­cos


meteorológicos. Tiemblan luces en retirados horizontes y
rasgan los relámpagos como latigazos de fuego sobre el valle,
el monte y la montaña, en la oscuridad de las noches.

Nunca es tarde si el bien llega....

104 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


LLEGARON POR FIN LAS LLUVIAS…
Pidamos a los lares, los dioses del hogar, que nos
traigan armonía, tranquilidad y bienaventuranza.

Es la oportunidad para patear el tedio y la abu­lia. Es


tiempo de estirar la pata y recorrer caminos y veredas, sudar
como tinajas nuevas y llenarse de sol en medio del esplendor
y la bonanza que presenta y respira el prado sonorense.

En los pueblos y rancherías que salen al paso del


andariego o el turista hay holgura y tranquilidad para brindar la
dulce y calurosa hospitalidad con la etiqueta y categoría que en
estos andurriales norte­ños alcanzan objetivos superlativos de
reconoci­mientos. Los rancheros están descansando un poco.
Dejaron de sacar a jalón y manteo el agua de las norias; los
gastos onerosos en la compra de pasturas y medicamentos;
las apremiantes y fatigosas tareas para la atención y man­
tenimiento del ganado vacuno en tiempos de penurias y
angustias, hijas del estiaje y la sequía.

Tienen tiempo de sonreír, soltar tensiones, armar


jaleos de gusto y escupir salivazos de satisfacción y contento.
Los sembradíos de plantas forrajeras muestran tallos, hojas
y colores de fortaleza, pregonando al viento que llegarán a
tiempo cabal de cosecha.

Brota el pasto en los llanos, espiga el zacate liebrero.


En las faldas de los cerros, en los bajíos y en las orillas de
los arroyos nacen y brotan abundantes las hierbas forrajeras
como el bledo y la tronadora. Sobresalen los colores de los
tabachines y sanmiguelitos en flor.

Sin lugar a dudas, vienen tiempos de saborear buenos


quesos, cuajadas y panelas frescas, los sueros salados en
especial servidos al tope de frijoles de la olla, aderezados
con cebolla picada y orégano bien molidito en la palma de las
manos.

Completar el bolo culinario del hogar campirano y


ranchero con la torti­lla sobaquera y la taza de café colado

Profr. Abraham Montijo Monge 105


humeante recién salido de la talega. Un verdadero bocado de
obispo después de una larga caminata pastoral y de aumentar
las ansias de las tripas con un mezcal de veintiún grados.

¡Ay Sonora, si no sonaras...!

Amable y dulzona sensación cosquillean los sentidos


al retrotraerse y revivir cuadros.

Terminado el opíparo yantar, inmenso placer se


disfruta al chupar un ciga­rro. Regla del ranchero es: “Después
de un taco, un buen tabaco…”

Replanar las sentaderas en un tronco de palma,


bajo la sombra de un mezquite, para soltar las amarras de
la comunicación. Se cruzan las piernas, y la plática se alarga
porque se disfruta y se aprende.

Recuerdo la didáctica y jocosa discusión de don Rafail


Bracamontes. También le nombraban el Sordo Bracamontes.
Encargado del rancho Las Iguanas, adquirió buenas famas de
ranchero, vaquero y desbravador de caballos. Era reconocido
por lazar con reata de tres brazadas, en monte cerrado, bestias
broncas y novillos cerriles. También por la facilidad que tenía
para en­contrar origen y significado a dichos y refranes.

Parece que lo veo. Cruzó los brazos sobre sus rodillas


y soltó la voz ronca, medio apagada.

- Verás tú, te diré. En cierta ocasión, hace algún tiempo,


el Chueco Lozano salió de El Gavilán. Ve­nía hacia acá, con
el pretexto de visitarnos y hartarse de cuajada. Cruzando el
monte le dieron ganas de largar los pantalones para descargar
la panza y la vejiga. Ahí, al cruzar el arroyito de El Choli, se
hizo a un lado de la vereda.

Se detiene. Tuerce otro macucho. Chupa y sigue.

- Como te iba diciendo, en una loma poblada de


zacates y batanenes, el Chueco Lozano se sentó a hacer las
necesidades del cuerpo. Parecía liebre, nomás la mechuda

106 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


cabeza y las largas orejas sacaba. Tan feo era, ya te
imaginarás.

Se levanta el sombrero y se jala el pabellón de la oreja


derecha. Prosigue. No hay interrupción.

- Lo malo estuvo cuando quiso limpiarse el trase­ro.


¡Cabrón, qué susto se llevó! Se quedó con el papel y la mano
en el aire. Sin moverse y con la cara llena de miedo, los ojos
en blanco, un temblor en la barbilla. Tieso, engarrotado, se
quedó el pobre Chueco... Y era tan feo.

Ríe feliz, abiertamente, mientras manotea en el aire.


Parcos, nosotros tam­bién reímos. No entendíamos a dónde
quería llegar el vaquero cascorvo, y rostro lleno de picaduras
de viruela.

- ¿Y quién carajos no se asusta con una víbora de


cascabel cerquita de las nalgas y a punto de tirar la tarascada?
Tú, yo cualquiera... ¡Imagínatelo!.

- Pues ai’tienes al Chueco muerto de miedo; ya las


piernas acalambradas. Se lo estaba llevando la tiznada. Lo
que hacía desesperado era estirar el pescuezo y mirar para
la vereda. Al que pasaba, le chiflaba y con el dedo índice
señalaba hacia debajo de sus sentaderas. Desfilaron algunos,
pero no le hacían caso. Todos le gritaban lo mismo: “¡Cómetela
tú. Chueco pinchi!...”

¿Y qué paso?

- ¡Pues lo dejaron chiflando en la loma!

Pardea la tarde. Hay taranta mezcalera. Es tiempo


de retirarse antes que la noche cierre sus fauces sobre la
campiña. Cruzamos el arroyo. Allí estaba el transporte. La
troca de mi hermano Lamberto.

Profr. Abraham Montijo Monge 107


POR SIEMPRE NAVOJOA…
Cabalgando sobre las plantillas de las canillas, los pies,
afortunadamente sanos, nada callosos, menos juanetudos,
recorrimos calles y nos paramos en las esquinas de la ciudad
hospitalaria, siem­pre sencilla y atractiva de Navojoa. Fue un
día de los calurosos del presente y lluvioso verano. Fuerte sol,
blanco brillante, bastante sudor en los lomos y los sobacos,
como empujando a saborear con fruición, hacerle tragar
buche y corrientada a una bebida embotellada bien fría bajo el
portalillo de la fuente de sodas de la Plaza 5 de Mayo.

Fuimos a conversar con el periodista y licenciado


Gerardo Armenta Balderrama sobre proyectos editoriales
que preparamos para el porvenir cerca­no. Aprovechamos
para darle sustento al sentimiento desempolvando recuerdos
y añoranzas que en el pasado dejamos sembradas en tan
bonancibles tie­rras del mayo. Avivar un poco más el fuego de
la existencia que llevamos a cuesta por el “caminito que baja y
se pierde…” También a darle gusto al paladar, a irritar los jugos
gástricos, a abrir puertas al estómago con un buen servido
platillo de carne “de cochi con chili colorado, acompañado de
una sopa de arroz que solamente las hacendosas señoras de
las fondas del viejo parián saben preparar.

108 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


En la ruta por el arroyo de la existencia, entre basacachis
y promontorios sale a recibirnos el recuerdo tan hermoso
que guardamos por Navojoa. Agradecidos profundamente le
estamos, pues apenas un aprendiz en la lucha por la vida,
recibió cobijo y afectos, atenciones mil y deferencias que
jamás se olvidan. Abonamos con este apunte nuestra ad­mi-
ración y respetos. Aquí, en la Estrella del Mayo, iniciamos
nuestra carrera magisterial, nuestros ser­vicios docentes dentro
del sistema educativo de Sonora. Aquí nacimos a la actividad
cívica, a la vida social y política comunitaria. Aquí están los
prime­ros cimientos sobre los que descansan nuestra vida y
sus hechos. Satisfechos estamos de los baños de la buena
tierra y las refrescantes brisas que levanta­ron los álamos del
río eterno.

“Al volver la vista atrás,


se puede mirar la senda
que nunca se ha de volver a pisar…”

El poeta sevillano Machado, grande, inmenso, añora,


nosotros desandamos el camino para volver a empezar. Las
noches de fines de semana obligaban a pegar las mandas
de juventud, recreando los ojos del cuerpo y soltándoles las
amarras a los sentidos del gusto y el zangoloteo. Era menester
para el cum­plimiento con esos dioses, dar primero algunas tata­
huilas por calles alumbradas y rincones a media luz, abordar
un automóvil del sitio de Pepe Murillo. El recorrido terminaba
en la cancha del alegre y turbu­lento barrio de “El Gallo Tuerto”
donde se celebra­ban rumbosos bailes amenizados con música
de tocadiscos. ¡Cómo olvidar la rúbrica!:

“Se murió mi gallo tuerto!/


¿Qué será de mi gallina?/
Co co ro yó cantaba el gallo!
Co co ro yó, en la cocina...”

¿Dónde quedó aquella cancha deportiva en la esquina


de las calles Alejo Toledo y José María Mo­relos... “Hoy se ubica
el gimnasio municipal de box “Salvador ‘Chava’ Mendoza R”.
Donde está la puer­ta de acceso de la esquina, existió un
pequeño cuar­to que ocupó un simpático zapatero remendón
de nombre Fermín Parra (o Efraín).

Profr. Abraham Montijo Monge 109


Bien recuerdo que cuando alguien le saludaba con
caravana desde el centro de las calles mencio­nadas, él,
siempre de confiado, contestaba: “¡A vein­te!”…

Por la calle Toledo, al norte, en el hogar de la familia


Flores Franco, recibimos atenciones para siempre recordar. Por
allí se comportaron de igual forma los miembros de la familia
Avitia. Recorriendo el paisaje en la memoria, se materializa la
figura de don Jesús Carrizosa, despachando en su tanichi por
la calle Ferrocarril al norte. El caballero eter­namente jovial, con
la sonrisa de la bonhomía y hombría de bien, acostumbraba
montar a caballo a la usanza andaluza. Siempre lo recordó
con cariño su sobrino Javier Morales, nuestro leal amigo, hoy
en la paz de Dios.

Resonaron nuestros pasos una vez más en el in­terior


del templo del Sagrado Corazón de Jesús, en el cual en alguna
misa dominguera recogimos las limosnas. Musitamos, con
devoción y recogimien­to, la rogativa personal por el bienestar
y la salud de tantos compañeros que hicimos durante el ciclo
escolar 1952-1953... ¡Gracias, navojoenses de aque­llos
tiempos, de hace apenas cincuenta y tres años.

El galfarreo, hijo de la desvergüenza y nieto de la


corrupción, nos proporcionó en esta gira la si­guiente viñeta, al
fin y al cabo que donde quiera se visten monjas: Por olvidar la
credencial de adulto mayor de aquí pa’lIá, pagué treinta pesos
en la ven­tanilla de los Mayitos por el boleto en cuyo esque­leto
la damita muy abusada asentó la cantidad de treinta pesos en
el comprobante del usuario, y en el talón escribió diecisiete
pesos, cantidad que debe pagar un adulto mayor.

El inspector nos interrogó a bordo del camión azul:

¿Cuanto pago, señor...?

Cuando recibió contestación, nos miró, sonrió, movió


la cabeza pa’todos lados y se fue. La mofletudita empleada
había capado la cochi.

110 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Profr. Abraham Montijo Monge 111
LA BITACHERA…
La mañana alboreó brillante, límpido el azul del cielo,
la tierra humeó vapor al recibir el beso ardiente del sol, al
soplo de un vientecillo tenue que levantaba cenizas y chispas
recordatorias, reminiscentes del rescoldo remanente de la
fogata larga: quieta y fría, que nos entretuvo tibios durante la
noche del otoño puro.

En estos días de recordar, danzando en el húmedo


y tibio prado del afecto herrado a hierro candente en el
sentimiento personal, aparecen en la memoria figuras y
rostros de tantos y tantos amigos que recogimos y tratamos
en el seno de la parroquia, el ágora de la amistad, en lo que
fue el muy mentado club de La Bitachera, integrado por una
caterva de ciudadanos de todos los estratos so­ciales y las más
disímbolas actividades de la ocupación humana. Un verdadero
muestrario social de aquel Cajeme, que por lo ameno, suave y
cordial, afectivo y deferente no se antoja lejano.

Asentaron los sabios del samai cahui que los pueblos


quedan marcados por las acciones y hechos de los individuos
que los habitan. Cómo nacieron, lo que fueron, lo que son y
lo que esperan ser; lo que enseñan y muestran, lo que tienen
de las diferentes aristas y ángulos del desenvolvimiento y
progreso durante el andar sobre rutas de sus destinos. Hoy
entregamos un pasaje del quehacer de los bitachis.

Era este un grupo social , muy numeroso, de gana-


d­eros, agricultores, comerciantes, profesionistas, mae­stros,
peluqueros, carniceros, obreros, empresa­rios, cantineros,
funcionari­os públicos, campesinos, colonos, activistas y líderes
para todos los guisos, sin fal­tar desde luego entre esta fauna
los que llegaron tarde al reparto de los dones in­telectuales.
Casi todos, de una u otra forma, pintaron la huella en el terreno
político, cuando hacían sus pininos los tiempos mediados del
mes de enero de 1970.

Un día cualquiera del mentado mes, conviviendo


y cultivando la camaradería entre los miembros, que eran
varios, del panal ‹‹bita­chi››, alguien soltó la voz in­citadora:

112 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


«Compañeros, se vienen los tiempos políticos y la renovación
de los poderes municipales de Cajeme... ¿qué les parece si
los ‘bitachis’ participamos con un candidato a la presidencia
municipal? Es tiempo de que vayamos pensan­do con
empeño... ››.

En los tres últimos términos de la construcción literaria


se hacía alusión clara y precisa a las siglas formantes del
nombre del candidato. Rubricaron con aplausos y gritos de
entusiasmo el descubrimiento. Por voluntad genuina, ex­presa,
el tapado era Próspero Cota Esquer, quien actuaba como guía,
temas­tlán, cobanahua, el jefe nato del heterogéneo grupo y
además propietario del local donde se mitigaban sinsabores
y asperezas del trajinar cotidiano con los jugos ambarinos y
los dulcificantes de la amistad. Pero esa es otra historia, cual
dijera histriónica señora por ahí.

“La bitachera”

Abril 24 de 1970

De pie al fondo de izquierda a derecha; Sr. Chavira, Profr. Abraham


Montijo Monge, Samuel Parra “El Platanito”, Miguel Terminel
Valenzuela. Sentados y de izquierda a derecha; J. Isabel Mexía,
Guillermo Martinez, Dr. Alfonso Miguel Hernando Pola, Luis Antillón
Peñúñuri, Próspero Cota “El Popelín” (de pie) y Nemesio Parra
Acuña

Profr. Abraham Montijo Monge 113


La convocatoria prendió con firmeza y determinación.
Se acordaron re­uniones posteriores para mayor auscultación
a la vez que promover actua­ciones futuras y, desde luego,
conquistar más apoyos. Ya no en la vereda de la acción
correspondiente, en forma continuada y perseverante, se
llegó a la asamblea de integración del Comité de Auscultación
Política de Cajeme, la cual tuvo verificativo a las dos de la
tarde del 3 de febrero de 1970, en el domicilio del señor Ramón
García Corral sito en la calle Tabasco 656, norte; bajo la divisa
de ‹‹Pensamos con empeño››, se lucharía por un gobierno a
la altura de los merecimientos de Cajeme, en la cordialidad y
la armonía de los cajemenses››.

El referido comité quedó integrado de la siguiente


forma:

Presidente, capitán Juan Souque Limón; suplente,


Leonardo Aguilar Lara. Secretario, profesor Abraham Montijo
Monge; suplente Jesús Martínez Valdez. Tesorero, Antonio
Aldama Rodríguez; suplente Adalberto Mata Garibay.

Suplentes de propietarios: Daniel Fornés Conant,


Humberto Castillo Avendaño y Ramón Tapia Maldonado, en
orden legal.

Secretarías y comisiones:

Secretario de organización: Nemesio Parra Acuña.


Secretaría de prensa y propaganda: Miguel Mexía Alvarado,
Gaspar Juárez López y Antonio Sortillón. Secretaría de
relaciones: Bernabé Arana león. Secretaría de acción politlta:
Francisco Baldenegro, Benigno Castro Félix y Ramón Casillas.
Secretaría de asuntos ganaderos: Ramón García Corral y
Simón Márquez. Secretaría de acción magisterial: profesor
Manuel del Cid Grijalva y profesor Leonardo Mada Vargas.

Secretaría de acción juvenil Zeferino Núñez Flores y


Carlos Coronado. Comisión de asuntos sindicales: J. Isabel
Mexía Ramírez y Natividad López.

Comisión de asuntos agrarios: Ramón Escalante,


Juan Ahumada López y Arnoldo Cota. Comisión de Transporte:
114 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra
Jorge Valenzuela Cabrera, profesor Pablo Blanco Domínguez
y Cosme Lara González. Comisión de Colonos urbanos: José
Ortiz García, Jesús González Valenzu­ela y Juan Ruiz.

Comisión de comer­ciantes: Lic. Pedro Zara­goza FéIix.


Comisión de agricultores: Gerardo Valenzuela, Luis Antillón
Peñúñuri, Víctor Mora y Luis Soto.

Comisión de Profesionistas: Dr. Raúl Juárez López.


Comisión de asuntos fer­rocarrileros: Manuel Galaviz y
Lamberto Molina. Comisión de industriales en pequeño:
Miguel Terminel Valenzuela y Raymundo Oroná. Comisión de
industriales de la transformación: Pedro López Rodríguez y
Tomás Ramírez Beltrán.

En largas listas se recibieron las primeras adhesiones


del pueblo de Cócorit, lugar de nacencia de Popelín
Cota Esquer, y de Telégrafos y Correos a través de sus
representantes Ignacio Campos Guzmán y Cirilo Espinoza
Ortega; de trabajadores de Recursos Hidráulicos por medio
de Guadalupe Jiménez. Los maestros pensionados y jubilados
se adhirieron con firmeza y lealtad bajo la responsabilidad y
dirección del profesor Rubén Novelo Gil.

Los bitachis habían entrado en acción, motivados por


los síntomas aún la­tentes de síndromes políticos sucedidos en
tiempos aún próximos. Volveremos en la próxima entrega, con
el permiso de Dios.

¡Pueblo ta yeu sica!

Profr. Abraham Montijo Monge 115


LA MESA DEL CAMPANERO…
A mediados del mes de julio fuimos huéspedes de
La Mesa del Campanero, un paraje muy cerca de Yécora y
a más de dos mil metros de altura. Al parecer es la elevación
orográfica más alta de Sonora, la tierra querida que desde allá
se antoja más exuberante y retadora. Un empinado y angosto
sendero nos ayuda a remontar la altura. El culebreante camino
no se termina de empedrar porque como dondequiera se visten
monjas, pues, se perdieron muchos sacos de cemento y no se
los llevaron los güijolos salvajes que abundan por acá.

Por la noche un fuerte aguacero nos arrulla golpeando


por largo rato el techo laminado de la confortable cabaña de
troncos. Latigazos de fuego hendían la oscu­ridad y el retumbar
de los truenos se perdía en las barrancas boscosas de pinos
robles blancos, encinas pinabetes y madroños. La humedad
aumenta el descenso de la temperatura, obligándonos a usar
las chamarras.

Después de la lluvia la qui­etud es impresionante


que hasta permite oír el silencio que preva­lece en el bosque
iluminado por una luz plateada. El resplandor de la luna parece
temblar en for­ma especial en el follaje de los robles blancos.
La tierra húmeda da vía y fortaleza a hierbas como las jarillas
y las seris. Arriba, sobre el ancho lomo de la enorme y larga
meseta, hay verdor, produc­ción agropecuaria, clima de gozo
y aprovechamiento. Todo un rostro fértil. Abajo, en la sabana,
ex­iste sólo pesar calor y rostro muer­to de sed. Desaliento.
Rumores y malos presagios sueltan las sibilas.

Impuestos a no esperar el sol en la cama, la madrugada


aún oscura, nos impulsa a encender la hornilla, el hogar que
nos brindará el agua caliente para el café soluble, el café
de los paseos. Se escuchan aleteos y cantos de guajolotes
montaraces. Aun las estrellas tachonan el cielo. Poco a poco, la
luz que se viene permite apreciar el quehacer de los labriegos
serranos: varejones de arbolillos manzaneros sostienen a
duras penas racimos de frutillas rojas en camino de ponerse
en punto. Los duraznos igualmente están carga­dos. Área de
terreno negro, mojado, tapizado de piedras boludas, están

116 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


sembradas de maíz, papa, frijol y cilantro.

¡Cuánto batallar para subsistir en estas alturas tan


lejanas!

Dentro de la panza de la unidad motorizada muy


moderna cómoda y fresca nos acomodamos los hermanos Luis
y Miguel Beltrán Urías y este retratista visual que hace todo lo
posible de traerse en el iris y la pupila todas las estampas
que el camino y el paisaje le entregan en abundancia y
gratuitamente. Como los chanatones a’i vamos moviendo el
pescuezo para todos lados al mirar por las ventanillas.

Se pinta sobre los cerros la costra de tierra reseca,


rocas negras y uno que otro desbaIagado semoviente a
manera de enorme garrapata en el cuero enfermizo de un
perro de gambusino. Los árboles con sus troncos cual negros y
quemados pabilos, permiten censarse desde la distancia. Los
arroyos y otras sangrías afluentes del Jiac Batue que sacia la
sed del valle, muestran sus lechos cubiertos de cascajales y
las huellas de perritas, güicos y zorrillos deambulan en noches
de luna.

Los recursos naturales de So­nora están degradados,


Las formas y los severos daños están a la vista: erosión
del terreno, deforestación por sequía o explotación y tala
de los árboles en variedades de mezquite y paIofierro para
convertirlos en carbón con permisos autorizados ¡un vil crimen!
sobrepastoreo y desertificación y el agente más devastador en
tiempo de secas el viento.

A quienes les duele la degradación por mala


administración del medio ambiente, como el ecólogo Marson
Bates, asientan: “Desafiando a la naturaleza, destruyéndola y
erigiendo un mundo artificial centrado en el hombre arrogante y
ególatra, no comprendo, cómo la Humanidad puede conseguir
paz, libertad o felicidad, Creo en el ­ hombre compartiendo la
vida, no destruyéndola…”

Una botana olvidadiza que se había relegado.


Nos comentan que Yécora ya empezó a salvajízarse con

Profr. Abraham Montijo Monge 117


modernidades de la ciudad, pues ya le han levantado templos,
a las diosas del “table dance”. No son pocas las almas que
temen hechos deplorables y sangrientos en terrenos que son
de suyo explosivos y temperamentales.

118 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


VIAJE POR LAS CALIFORNIAS…
Sin ánimo de presunción, me permito comentarles
que nos aventamos unas vacaciones por los horizontes de la
península californiana con centro de operaciones en Ensenada
con resbalada a San Francisco, San José y San Diego, por el
norte y hasta Mulegé por el sur.

Un día de los primeros de agosto del mes calificado


por los abuelos como “tan largo como la espera de un pobre”,
decidimos mi esposa y yo manumitirnos, liberarnos de nuestra
cotillera modorra, cuanto sedentaria existencia.

Bien pertrechados de diclofenacos, alopurinoles,


bedoyectas y muchos consejos médicos, además de la
credencial del adulto mayor (vulgo Insen), con el propósito
de abaratar los costos del pasaje con el cincuenta por ciento
menos, según dispone el gobierno y aceptan las empresas
transportistas de pasaje.

Empezaba a crecer, a crecer, la noche cuando


llegamos a la central de autobuses “Faustino Félix Serna” y
nosotros iniciábamos el juego del conejo, que poco a poco, se
va retirando de su madriguera. Ensenada era nuestro destino
turistero. ¡Al demonio las reumas!, que los mataviejos (nietos)
se aguanten sin abuelos y sus mamás.

Una linda carita con ojos de mirar como gatita entre


un montón de leña y bella voz se encuadró en la ventanilla
del jonuco boletero para atendernos. Con cortesía y sume a
diligencia nos vendió los boletos, señaló número de asientos
y estipuló la hora de salida. Sí respetó la credencial del Insen.
Mi esposa y yo rubricamos con amplía sonrisa, complacidos
por la atención y la deferencia.

Después llegaron los torzones del hígado y los sonidos


de las notas y voces discordantes colocadas en el pentagrama
del hablar encabritado. En citas subsecuentes les platicaremos
de las experiencias, vivencias y peripecias del andar vagando
en tierras orográficamente parecidas a las sonorenses, pero
de clima similar al de los mundos mediterráneos.

Profr. Abraham Montijo Monge 119


Sanos y satisfechos ya estamos aquí. El can­to de
la paloma en tierras lejanas fertiliza el ánimo y la nostalgia y
apura el regreso al juqui de la querencia.

Aquí como siempre, ante ustedes co pro­vincianos y


amigos selectos, dispuestos a con­versar. En Cajeme de los
brillantes amaneceres y bellos ocasos, el solar de las pocas
siembras ­ y escasas siegas. Exiguas cosechas -y menos
rentas. Llegamos a Cajeme aquel otrora pra­do exuberante de
abundantes semillas.

Volvimos con placer y enorme gusto a la tierra adentro


del poeta de casa Juan Manz Alanis, la de Mara, Silvia y
Ramón, la de usted, la vía en la que se dicen nombres de
person­ajes que a través del tiempo dejaron la impronta huella,
también de las cosas del pueblo que se alegra porque todos
cantan, igualmente los pocos viejos; los respetables y queridos
viejos que la buenaventura aún conserva en­tre nosotros.

Regresamos a la llanura de monte, sombra y cobijo


del coyote guerrero, la comba, toldo cubridor de sueños y
llantos, dolores y gozos, hechos, y ocios según la vida se
viene; recuer­dos y reminiscencias que proyectan sombras
y luces en la memoria. Al ámbito cotidiano, tal vez amplio o
reducido, pero de cualquier man­era reconocido, de vínculos
y afectos. A comen­tar los cambios y las inercias que se miran
en los valles la sociedad, la de ayer, la de hoy en camino. A
escribir, a tundir teclas para amigos y lectores de cualquier
cultura de cualquier tradición. A todos con respeto. Para todos
con la mejor intención.

La despedida fue amable con fanfarrias celestes. La


ciudad recibía su buena ración de ventisca y una andanada
alucinante de relámpagos y truenos. Rato después un buen
baño. Fue compensada por una copiosa -y abundante lluvia.
Era ya la madrugada alta. En callada alabanza surgió cierto
contentillo en la caja de los ánimos.

En casa, en el modesto domicilio que está siempre a


sus órdenes amables vecinos y comprovincianos, las siempre
aguerridas nietas reventaban circo con aprensivos reclamos,

120 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


mortificaciones y miedos: ¿Por qué se fueron los abuelitos así
lloviendo...? La razón­ justa no tiene reprensión alguna. Cuánto
se quieren ésta generación de plebes. Por ello afirmo que estos
queridos descendientes familiares, los mataviejos, los nietos
pues, son como las explosiones intestinales per­sonales: sólo
uno las aguanta.

El caparazón rodante y ronroneante, poderoso y


veloz corre por la amplia y segura carretera, la llama­da cuatro
carriles, la 15 federal, el espinazo de la comunicación carretera
sonorense, hendiendo con la luz de los fanales el cuerpo de la
noche. Los viajeros dentro de la espaciosa panza en apacible
penumbra, procuramos instalarnos lo mejor posible en los
cómodos y amplios asientos, en demanda de las caricias
de Morfeo el señor del sueño, contra quien llegando, no hay
voluntad que se le oponga.

Los efectos del mordisco al hígado, impulsado por


el coraje sufrido por el retardo de tres horas en el horario
de partida habían desaparecido. La ciudad, nuestra ciudad
bien dormida pero ensopada también quedaba atrás. Más
hostilidades había en la ruta, bien lo sabíamos. Revisiones
y esculques y en consecuen­cia más retraso y tardanzas
del viaje. Pero son minu­cias de las leyes y los tiempos. Es
la guerra contra el tráfico subterráneo, oscuro e ilegal de
artículos, cosas, armas y drogas y es menester aguantar vara,
colaborando para combatirlo. Además es la única sopa que le
dejaron al andariego, al turista y al pata de chucho.

Estragados, adoloridos y con los rostros de enfado


que parecían que habíamos tomado orines de mula arriera por
tantas bajadas y subidas al camión por los numerosos retenes
establecidos, por fin llegamos a Mexicali.

Estábamos en tierras californianas. Rostros, vesti­


mentas, color de piel, zumbar de lenguas diferentes cambian
el ambiente. Esteros en horizontes que disfrutan millares
de visitantes que cruzan la frontera para disfrutar de las
sierras, playas y desiertos califor­nianos, museos, las delicias
de las comidas, la hospitalidad de sus habitantes. Aquí se
comparte un quehacer económico y cultural muy importante.

Profr. Abraham Montijo Monge 121


Los mexicanos atraviesan la línea Internacional para realizar
compras, transacciones comerciales, disfrutar de paseos por
el parque Balboa en San Diego o los museos de la avenida La
Brea, en Los Ángeles.

Es Baja California con sus soledades desérticas o


sus ciudades de trifulca demográfica. Es la región de viejos
e históricos caminos de viñas, andares de misioneros con el
verbo, la cruz, la luz a cuestas. Viñetas de conversión para la
paz y el orden al estilo del hombre blanco.

Baja California en el tránsito de su historia ha recibido


varios nombres. Entre muchos, entregamos a usted lector
amigo.

Hernán Cortes en 1535 la llamó Cálida Fornax, hornos


calientes, en razón al clima.

Entre los años de 1553 a 1697 los conquistadores


posteriores le impusieron los nombres de Isla de Cihua­tán, Isla
de Amazonas, Isla de Perlas e Isla de Calafia.

El pirata de origen inglés Francis Drake, que encon­tró


refugio allí, la llamó Nueva Albión.

Los navegantes rusos que llegaron a visitarla la lla-


ma­ron en 1559, Rossiya, Nueva Rusia.

Los misioneros conforme fueron arribando la bauti­


zaron con diferentes nombres a saber: en 1700 los je­suitas
la conocieron como Reino de California; los fran­ciscanos le
impusieron en 1772 dos nombres: Alta California y Nueva
California. Los dominicos en el mismo año, la bautizaron con
los nombres de Baja California y Vieja California.

El Gobierno Virreinal entre 1772 y 1786 le adjudicó a la


península primero el nombre de Providencia de las Californias
y después Intendencia de las Californias.

En el año de 1814 el Congreso de Apatzingán la ratifica


como Provincias, y fue hasta 1824 en que las Californias se
transformaron en territorios federales.

122 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


El 15 de diciembre de 1887 se convierte la penínsu­la
en distrito norte y sur. Y vuelve a tomar la categoría de territorio
el 7 de febrero de 1931.

Fue hasta 1952 en que se creó el Estado de Baja


California.

Volvemos a los caminos de los chú culi cualim, los


misioneros faldas prietas de las californias. Los intrépidos
y tenaces sembradores de la cruz y la palabra, luces de la
cristiandad y la conquista espiritual. ­

Con vituallas y tilichis suficientes y necesarios para


levantar campamento en cualquier sitio de esta tierra libre y
generosa, pero insegura en tiempos de grajos del desierto y
otros ejemplares de la fauna humana depredadora y antisocial.
El Valle de San Quintín sería el primer lugar de pernocta,
después de abandonar Ensenada envuelta en un clima de
veinticuatro grados de los nuestros.

El sol blanquecino brillante se desparrama ante la

Profr. Abraham Montijo Monge 123


vista por todo el horizonte desértico que se repliega o se
acerca a medida que remontamos el camino serpenteante
y negro. El clima artificial, benigno y adormecedor que llena
el interior de la flamante “suburban” que nos transporta con
toda comodidad, permite apreciar el reverberante entorno
orográfico en el cual nos vamos intro­duciendo a paso veloz.
Llanura esteparia de vegetación pobre, con alturas más o
menos descollantes; cerros y altozanos con sombras propias
de terrenos degradados y colores de las tierras castigadas por
la sequía que dura ya seis años por acá.

Rocas graníticas, pardas, de tamaños y configuraciones


caprichosas que parecen ir rodando a nuestros flancos sobre
los lomos y costillares de los lomeríos semicalvos y pelones.
La temperatura al sol cercano al cenit asciende a treinta y siete
grados.

La ruta en sus bajadas y subidas, curvas cerradas y


rectas y tangentes, nos van proporcionando cuadros distintos.
Esqueletos de estructuras ejidales aban­donadas, que
solamente dibujan estampas de tiempos mejores. Manchas de
pasto amarillo, arbustos y vegetación de tierra hostil, bárbara,
bronca. Matorrales de romeros de color verde fuerte, hileras
de olivos tristes, enfermizos, llenos de polvo, que resisten a
duras penas la carencia de agua.

Saludan caseríos de terrenos semiabandonados en


medio de la resolana canicular como los de El Ajusco, San
Jacinto, Leandro Valle y el famoso Valle de Santo Tomás
rodeado por una cordillera de montes negros y custodiando
una alforja repleta de historia para contarla frente a vasos
llenos de sus famosos vinos.

Las vides de tallos sarmentosos y rugosos enmarcan


la presencia del prom­ontorio que sostiene la Misión de Santo
Tomás, la cual fue fundada por los padres José Loriente y Juan
Crisóstomo Gómez el 24 de abril de 1791.

Poco más adelante se topa el viajero con la Misión de


San Vicente Ferrer, cuya construcción la iniciaron los padres
dominicos Miguel Hidalgo y Joaquín Valero en el mes de

124 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


octubre de 1780. El boceto de la estructura delata el trabajo
tenaz, de figuras indomables, emprendedoras y caracteres
firmes en la consecución de sus metas y fines.

Se asienta que Eusebio Francisco Kino, el varón


de las sandalias andariegas por Sonora y Arizona, siempre
tuvo el deseo de evangelizar la California, pero lo enviaron
por nuestros desiertos. Sus anhelos fueron concretados por
el padre Juan María Salvatierra, quien logró la autorización y
apoyos del Virrey Valladares para colonizar la Península de
California el 15 de octubre de 1697.

Fue la entrada definitiva de los misioneros. La primera


misión fundada entre los californios fue la de Nuestra Señora
de Loreto, denominada Cuna y Madre de las Misiones de la
Alta y la Baja California.

La escuelita rural de Colonet, poblado que nos recibe


al paso, ostenta el nombre del mártir sonorense Luis Donaldo
Colosio. Allí cerca está Camalú, valle tomatero trabajado
arduamente por manos sonorenses y sinaloenses. La familia
de don Julio Meza, cumpense de pura cepa, nos brindó
hospitalidad por varias horas con el calor y las delicias de su
mesa al estilo sonorense. Hasta los chascarrillos y los cuentos
de sobremesa en todos los tonos y sabores, fueron del estilo y
corte recordatorio del solar altivo y revolucionario.

El panorama filmado por la pupila y el agrado que


proporciona el recordar­lo, fincó sus cuadros en la memoria.
Rastrojos de tiempos que fueron mejores; estampas de la
aridez y polvo para las ventiscas y remolinos, rostro doloroso
de la sequía y bocetos de grandezas, emporios de siembras y
de penurias y calamidades.

El pensamiento amasado con nostalgia vuela hacia


donde dejamos enterra­do el ombligo y al valle que nos ha
cobijado durante cincuenta años, impulsado por el aspecto de
la región, y para colmo, en la radio se escucha la voz de David
Záizar entonando la canción: “Que sus notas llegue a mi alma/
a esa tierra linda y lejana/ que me ha robado a mi querer...”

¡Dios enchi ania bue’ro...!


Profr. Abraham Montijo Monge 125
LA PARCELA DE LOS MACHETES…
El domingo pasado nos fuimos a dar un volteón allá
por las tierras de siembras de Los Machetes, que están por
“ahícercas” del ejido Casa de Teras y el “caudaloso canal
diez y seis” andurriales de andanzas, de nuestro com­padre
Cruz Espinosa Molina, el siempre bien recordado “compadre
Caballón” ya campeando en los prados oscuros, eternos.

En la plomosa, vieja y ronroneante camioneta, la


“Cheyenn” del Chapo nuestro hijo, el socoyote de la dinastía,
nos metimos al valle del cariño de siempre y de la admiración
fija por siempre.

El pelos dorados está en la mera mitad de su camino


enviando sus flechas calientes y ardientes justo sobre el
cuerpo mal vestido de la inmensa llanura, mientras el barbas
de oro, el dios mitológico de los vientos nos envuelve con sus
bocanadas de vaho por la ventanilla abierta. Achicando los
ojos, vamos poco a poco, disfrutando, porque nos en­canta
la belleza brava, hostil, pero hermosa del entorno revuelto
de malezas y cuadros de sembradíos de maizales a punto
de cosecha y algodonales en flor. El esfuerzo está presente
a pesar de todos los estragos de la sequía y la carencia de
auxilios para los hombres del cam­po.

La bui ía la madre tierra que produce en abundancia,


en autopsia superficial, ojo de buen curandero de los Chichi
quelites, presenta síntomas graves de paralizante apo­plejía,
debilitante raquitismo y unas afiebradas calenturas tercianas
para un reservado di­agnóstico. Para abundancia y colmo
de males y cosas peores, golpea las esperanzas de alivio la
atosigante sequía, ya con algunos años de haber nacido.

El sudor baña la frente e inunda los sobacos. La delgada


laminilla de aluminio del envase cervecero guarda por breve
tiempo el frío del lupulento y ambarino líquido. La manzana de
Adán gaznatera no descansa sube y baja constantemente por
los efectos de la apurada consumición. Sobre el pavimento
negro bailotea de prisa el reverbero de la temperatura alta, esa
especie de neblina, la buí ía ja ue, la respiración de la tierra, la

126 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


que difuma y deforma siluetas y figuras.

Entre los cerros y profundas cañadas, los montes


cerrados de vegetación también se produce el vaho húmedo,
con cierto frescor, es la neblina la ba a ja de la respiración
del agua. Ambos humores no suben a la humores no suben
a la atmósfera, se los acaba el calor en el camino, pues ya
no hay vapores de agua de los árboles que los impulse, así
apreciamos sobre el cielo, jirones de nubecillas pichurrientas.
Sabida y notoria es la obra destructiva del hombre sobre la
naturaleza y sus recursos especialmente la flora y la fauna
muy especialmente.

El diorama con pinceladas del estiaje en el naciente


verano nos trae del gozo, del entusiasmo del disfrute andariego
sobre la tierra que acoge, la tierra que mantiene a la depresión
del sentimiento, que se solidariza con los que batallan para
hacerla parir sus generosos frutos, los que se sienten impo­
tentes para levantarla y rescatarla del marasmo en que se ha
postrado y los sufren al apreciar y mirar el deprimente, ajado y
macilento rostro. ¡Caray!... cuánto duele verla así…

En buena hora arribamos al lugar de la cita, en el mero


centro de la parcela propiedad de Los Machetes, ubicada a
unos cuatro o seis kilómetros de las tibias aguas del Cálida
Fornos, en las cuales baña sus pies el valle gigante, bueno y
generoso después de bajar corriendo en declive por las faldas
del Té cali, el cerro de la horqueta.

Bajo la negra y fresca sombra del un frondoso mezquite


solitarios abrasa­do por la resolana, nos esperan amigos que
están cosechando cártamo en las mencionadas sementeras.
Llegamos sudando como tinajas de barro, nuevas, de esa bui
la siqui li, tierra colorada.

Se armó la frasca con los saludos y apre­tones de mano


de rigor al son del primer invite y las interrogaciones sobre
rendimientos y pre­cios de la gramínea en producción y sobre
tiem­po y espacio señalados para la camaroniza cel­ebrante en
el Paredón Colorado. En el encuen­tro comunicador.

Profr. Abraham Montijo Monge 127


Las voces de la amistad a todo desparramo, salieron
relatos, cuentos e historietas bien matizados con sabores y
colores.

Brotó un reclamo, de suyo justo y razon­able, para los


medios masivos de comunicación que ya no mencionan las
efemérides del calendario cívico nacional en sus espacios
orales y escritos. Por ejemplo, pasaron desapercibi­das dos
fechas importantes históricamente ha­blando, del mes que
acaba de pasar: el 12 de junio de 1928 cuando el capitán piloto
aviador Emilio Carranza realizó su histórico vuelo de México a
Washington, y la del 19 de junio de 1867, cuando un pelotón
de fusilamiento puso fin al efímero imperio de Maximiliano en
el Cerro de las Campanas.

Radio Sonora se llevó los mejores calificativos,


tomando, considerando, la excelente programación que
diariamente brinda al auditorio regional. Al servicio de tal
empresa presenta su excelente trabajo radiofónico el amigo
y compañero profesor Felipe Eduardo Castro Cital, nativo de
Esperanza y nieto del poeta yaqui Ambrosio Castro. Por cierto
nos alegramos en grado como el escuchar el Canto a Sonora
en la voz de la extinta cantante campirana Lucha Reyes. Serían
en verdad para el suscrito, lo diré así, mencionando el nombre
de un lago nicaragüense para no ruborizar a nadie, unas
buenas Chinaderas el poder obtener la grabación completa de
tan inmensa artista del ayer.

Al disponer el momento del regreso, el joven amigo


Ramsés Alfaro, nuestro consentido Gordo, nos suelta triste y
acongojado la pregunta:

“Después de ésta cosechas, si no llueve, ¿qué vamos


a hacer?”.

Las ventosas cumbres de la sierra del te tebe caui, la


sierra de los carrizos largos, del Bacatete, silueteen semiocultas
por la bui ja ue, la respiración en el lejano horizonte…

128 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


CANTOS LEJANOS…
El neregua, ju u iome into Juac Batue, indio del Río
Yaqui, abandonó el silencio después de dejar correr por el
gorgüero el churumbón de bacanora que había bebido de la
cayetana que traía fajada entre sus faltriqueras. Lim­piándose
la boca y los ensopados pelos del ralo bigote, pegando un
sorbetón nasal, soltó al aire a voz en cuello las notas del
corrido:
“Yo soy el indio Vitorio,
y mi destino es matar
y es mi gusto y es mi gloria
hacer al mundo trinar”…

Calla e impregna de nuevo el mezcal las cuerdas


bucales y también se silencian los fraseos de las cuerdas de la
guitarra, el tu na na y tu ta ta, tu tata y tu nana, tu tata, tu nana.
Quieto, sumido en cavilaciones, sin interrupción alguna, suelta
un escupitajo y deja volar el pensamiento, mientras pierde
la mirada en los lejanos y azulinos horizontes, descubriendo
añoranzas del dis­tante cosmos de su raza, la tierra de su
nacencia que abandonó hace ya un chingatal de años.

Encajado en su nave sentimental pasa a vuelo rasante


sobre figuras oro­gráficas, gigantes eternos haciéndole frente a
vendavales y a las erosionan­tes lluvias como el Bacatete y sus
carrizales, el Omteme donde pelearon cora­judos y valientes
ya aut capitanes, Bule, Opodepe; el cerro donde queda­ron
los huesos blanqueados al sol, el Otancahui; observó desde
el mundo etéreo la cabeza del venado, el Masocoba, donde
encontró la muerte el caudi­llo audaz Tetabiate. Es la enorme
extensión de la hosquedad donde quedaron las huellas de
aquellos caudillos que forjaron historias y leyendas de sus
hechos y proezas épicas al defender honor, religión, familia,
tierras, tradiciones y costumbres de la nación ioeme, la nación
yaqui, india: Totoriguoqui, Sibaulame, Anabailutec. Hombres
para la lucha. Para tumbas o libertad.

Profr. Abraham Montijo Monge 129


“Toda tierra me anduve
y más que tengo que andar
y es mi gusto y es mi gloria
hacer al mundo trinar”.

El pensamiento puesto en el camino impalpable,


polvoso, lleva al neregua a volar sereno rosando picachos, con
placidez sobre la llanura extensa y negra, quieta y desértica
o zangoloteándose al recibir el golpe de los vientos calientes
que emergen de las hondonadas oscuras, las simas profundas
de la tierra vieja.

Desde el oriente de donde emanan la luz y las lluvias


buenas para reventar las semillas, sobre los bellos colores del
atardecer se columbran las columnas del Tetacahui, el cerro
de piedra que tuvo el privilegio de contemplar cómo el mar
hizo el amor a la tierra para que ésta pariera el bello rellano del
turismo en San Carlos, Guaymas.

“Hijo, me dijo mi madre,


sal a los campos de honor
sal a vengar a tu padre
y morirás con valor”,

Sigue la ruta, ahora a pie, por la vereda serpenteante


que algunas veces en el pasado lo condujo de donde se
desparramó el agua, Bataconsica al lugar del reguero de sal
Ontagota o se fue de paso a echarse clavados en las aguas
del arroyo que acarrea chiltepines, el Cocoraqui.

Fueron parajes de montes cerrados, espesos,


madrigueras de animales de uña y colmillos, reptantes y
ponzoñosos, dañosos. Para él un mundo de en­canto. Hoy
desmontados, abiertos, limpios para actuales caminantes se
han vuelto de temor y espanto.

Ahora las fieras atacan sin provocación, como no sea


empujadas por sus instintos o hambrientos de drogas. El indio
escuchó el aullido del coyote, el gañeo de las zorras o el rugir
del puma. Nunca temió a aquellos lenguajes montaraces.
130 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra
Esas fieras sólo atacan por hambre y con rabia. Escuchó el
canto alarmado de la huitlacoche asustada ante la cercanía de
la víbora, el alicante, al nidal de los huevos frescos o polluelos
tiernos. Anduvo sin prisas, como hombre de monte, de los
profundos silencios cuando la fiera acecha a la pieza que
saciará su hambre o el revoloteo y batir de alas de las aves
que precipita­damente abandonan el follaje del árbol ante la
presencia del cazador felino.

Tampoco le molestaron los presagiantes cantos de


los agoreros, los pájaros de la noche. Al contrario, disfrutó de
la armonía existente en el ambiente que le rodeó, en aquel
pasado. Los miembros de la etnia del yaqui rechazan la creencia
de sus congéne­res del centro del país en el “sentido de que
cuando el tecolote canta el indio muere...”. Ellos aseguran que
la muerte no descansa y llega inesperadamente, ca cap te cai
bu in muri joa muqui lia, y pronto llega a avisar: ili pon na mico
ta jeno po mac con un golpe­cito sobre el hombro izquierdo y
entonces, jante bu, vámonos adelante.

Profr. Abraham Montijo Monge 131


“Cajeme no seas ingrato,
no mortifiques tu gente
deja a esos pobres indios
que vivan tranquilamente”

Los tragos del fuerte mezcal hicieron sus efectos, turbar


y provocar taranta. El alma de ioeme sacó a relucir resabios
y dolencias, sucesos en el devenir de la raza que la historia
resume y registra mantenidos por los sentimientos adoloridos,
siempre vivos. Así la etnia que llevó su figura por el mundo dijo
alguna vez en 1937 al historiador Alfonso Fabila: “Nosotros
somos los verdaderos mexicanos. El con­quistador español
se apoderó de la república ven­ciendo al indígena y ahora los
blancos descendien­tes de aquellos crueles aventureros tienen
reproches para las tribus sometidas de México, acusándolos
de falta de unión y heroísmo patrio, sin pensar que el yaqui
sigue en pie de lucha...”.

132 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


ENTRE CHILARES…
Parece que el valle se estira y se afloja, se agranda,
mien­tras nos adentramos en él por el camino largo y angosto
bordeado por abundante hierba mohosa y descolorida, tapizado
de hoyancos y tarascadas de mala atención y caren­cia de
mantenimiento.

Al respecto, brotan cuestionamientos y pinchazos del


lenguaje bravo, los cuales se amainan y desvanecen, en tanto
la pupila filma y recoge cuadros y estampas, figuras y sombras
plasmadas en el paisaje con diferentes pinceles.

También se suma la compañía del personaje que nos ha


hecho la invitación para este recorrido, pues es atenta y diferente.
La charla, entretenida y amena en grado sumo, se convierte con
los diferentes tópicos que se abordan en un sabroso amasijo de
conocimientos y experiencias.

Fue una tarde entre chilares. Cuadros de miles de


plantillas intensamente verdes con los primeros adornos de
floración sobre lomos fértiles, negros, húmedos y bien deli-
nea­dos por surcos amplios, largos y limpios entregando a la
vista una hermosa y bella perspectiva por el trabajo, el calor, el
amor del hombre amante y creyente de la tierra.

Alrededor del sembradío, formándole cuadro, se


aprecian predios barbechados, secos, polvorientos; otros,
cubiertos de hierbas secas y zacates pardos que manifiestan
des­olación y triste abandono; el desgano y el abatimiento, la
falta de apoyos y promociones oficiales, la carencia de com­
prensión por parte del gobierno, para afrontar los retos que la
tierra demanda para satisfactores que proporcionan economía,
desarrollo y superación.

Se antoja pensar, ante la realidad que lastima, que las


ansias de prosperidad y desarrollo se han frenado con rude­za y
brusquedad en el dilatado y enorme valle de nuestra admiración
y querencia, vivencias y mejores recuerdos.

Se amontonan en voluminosa parva los desconciertos


y contra sentidos. Carecemos de capacidad para dilucidar
los primeros y analizar los segundos. El espacio tampoco
lo permite. No es para ello, mucho menos para enjuiciar o
entronizar culpables. Para mayor desaliento y desventura, las
aguas de la heredad se están agotando. El Jiac Batue, el Padre
Río no recoge ya más aguas corrientes para el extenso embalse
levantado en Oviáchicahui, el cerro difícil.

Profr. Abraham Montijo Monge 133


Los talegos y alacenas también irán vaciándose poco
a poco…

La tranquilidad del entorno, la luminosidad que nos


cobija reanima el espíritu. Se vuelve a donde nada muere.

Se fueron gentes que domeñaron y abrieron al cultivo la


llanura feraz e inhóspita. Con alma indomable, fortaleza y coraje,
libraron batallas en días sofocantes y noches oscu­ras, lóbregas...
¡Cuántos rostros de ellos danzan a nuestro alrededor!

La tierra golpea. La tierra junta y une. La tierra comunica,


acoge y cubre. Nunca se cansa. La tierra mantiene y alimenta.
¡Nunca se queja!

Cerca que la maqueta poblada de diferentes variedades


de chile, se localiza un poblado que conquistó fama y pal­mas
muy merecidas entonces, por la organización y pro­greso que
alcanzó. Sus moradores estuvieron celebrando con justificada
razón y motivo más que suficiente el reparto y entrega de
parcelas que la rodean.

En una de sus calles, está sobre grueso muro el busto


del autor del histórico acto agrario. La “esfinge” en bronce eterno,
solitaria y con gesto serio, como en meditación profunda, parece
preguntarle al viento: “¿Qué, acaso me equivoqué?...” ¡Lástima
que ya no pueda combatir contra los enemigos que pretenden
acabar con su figura, su histo­ria, su obra y la existencia del
campesino!

Aprovecho la fecha y las festividades recientes para


recordar con todo respeto a algunos amigos que amaron, lu­
charon y armaron vida en esta comunidad ejidal: Flaviano
Santacruz Chico, Agustín Fornés Conant, Daniel Fornés Conant,
Samuel Parra Elías y Benigno Castro, entre otros.

En los patios bien protegidos y cercados y a pocos pasos


de las instalaciones de empaques y talleres, el asta sostiene en lo
alto el Lábaro Patrio, que ondea limpio y orgulloso en tierra libre,
proyectándose contra el macizo azul enrarecido de la serranía
oriental del cual nace la sa­bana productora y se esconden los
horizontes. El sol va cayendo en las aguas salobres del golfo,
pintando en col­ores rosas y amarillos pálidos, un bello cuadro
al pastel.

Cumpliendo fielmente con las instrucciones de urba-


n­idad, doy cumplidas gracias a don Antonio Gándara Astiazarán
por el paseo por las tierras que levantaron nuestro pueblo.La
tarde muere como un hogar humilde que se apaga.
134 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra
PAISAJES DE SONORA…
Es Sonora, tierra preñada de muchas cosas.

Es Sonora, tierra de montañas ariscas, hostiles,


majestuosas.

Es Sonora, de atardeceres y horizontes rús­ticos,


con perfiles coloreados para una calei­doscópica armonía
pictórica.

En Sonora, el mar y la tierra se tocan, se saludan,


se abrazan, se aman, para parir paraí­sos, como San Carlos
Nuevo Guaymas.

San Carlos Nuevo Guaymas con su vigía pétreo,


eterno, el cerro Teta Cahui, vocablo cahíta que se traduce en
Cerro de Piedra (Teta=piedra, Cahui=Cerro).

La publicidad turística lo lIama “Tetas de Cabra”. A la


distancia se aprecian sus picos que­riendo agujerear el cielo.
Quien se guía por su figura encontrará con toda seguridad un
empíreo.

Es bueno de vez en cuando escuchar la tona­da, la voz


de la crónica para reafirmar cono­cimientos sobre los detalles
del nacimiento, la lactancia, los pininos y la formación geográ-
fi­ca, política, social y económica de lo que aho­ra es Sonora.

Ures fue el primer pueblo fundado de Sono­ra. Fueron


los náufragos de la Florida, Álvaro Núñez Cabeza de Vaca,
Alonso del Castillo Maldonado y el Negro Estebanico quienes
en 1536 dieron el nombre de Pueblo de los Corazones a
cierto lugar situado en las riberas del Río Sonora, donde
encontraron atenciones, cobijo, regalos y fueron alimentados
con seiscientos corazones abiertos de venado.

La primera alcaldía de Sonora, asienta la historia, fue


Mazocahui, que llevó el nombre inicial de San Jerónimo de los
Corazones.

La cultura de nuestras tribus fue incipiente, primitiva,

Profr. Abraham Montijo Monge 135


germinal, sus manifestaciones son escasas, las que existen no
contribuyen con un acervo cultural importante de información.

Sume usted a lo anterior la actitud de los españoles,


quienes en afanes de imponer su propia cultura, no tuvieron
cuidado de preser­var algo de los aborígenes. También
los misioneros, quienes llevados por su religiosa obra de
evangelización borraron manifestaciones y vestigios de las
“gentilidades” y costumbres paganas de los indios.

Sonora es el segundo estado en extensión territorial


a nivel nacional. Lo habitamos aproximadamente 2’500,000
sonorenses, auténticos y adoptivos. Con la frontera norte
tiene quinientos ochenta y ocho kilómetros de ex­tensión.
Al sur con Sinaloa limita con ciento diecinueve kilómetros.
Con Chihuahua hay una extensión limítrofe de quinientos
noventa y dos kilómetros de orografía montañosa, quebrada y
profunda. Con el Golfo de California, Sonora tiene un litoral de
mil doscientos ocho kilómetros y con Baja California setenta
kilómetros. Su capital es Hermosillo, que fue fundada en 1741.
Lleva el nombre de un gener­al jalisciense distinguido en la
guerra de inde­pendencia: González Hermosillo.

El conocimiento y estudios de la población indígena


de Sonora se inició a principios del siglo XVII. Considerando
características físi­cas, ritos y costumbres, arrojó las siguientes
tribus: ópatas, seris, pimas, yaquis, mayos, pápagos y
guarijíos.

Los ópatas fueron los creadores de la mayor y más


importante cultura del noroeste mexicano, por su pueblo
laborioso y exclusivamente pacífico, sedentario, ocupado
en las labores agrícolas, que se estableció en las zonas y
cuencas hidrológicas, las márgenes de los ríos Yaqul, Sonora,
San Miguel, Sahuaripa, Mulatos y Ba­canora.

Los ópatas procedían de la antigua Paquime, Casas


Grandes, Chihuahua.

Los seris se llamaban a sí mismos Komkaak, o sea,


se dicen “la gente”. El vocablo seri viene del dialecto yaqui

136 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


que significa Hombres de la Arena. Se establecieron en la
región occidental en una zona costera que abarca desde El
Desemboque hasta más al sur de la Bahía de Guaymas.

Los seris u Hombres de la Arena, fue un pueblo


nómada. Se movilizaba en base a las necesidades del agua
y a los ciclos de la flora y la fauna, recursos básicos para
la superviven­cia. No tenían jefes. Estos los nombraban en
situaciones difíciles o en tiempos de guerra. Se les consideró
rebeldes, belicosos y dedicados al pillaje.

Nunca fueron evangelizados cristianamente,


conquistados o pacificados formalmente. Hasta 1929 dejaron
su refugio en la Isla del Tiburón y se asentaron a lo largo de
Bahía de Kino en campamentos, como Punta Chueca, Puerto
Libertad y Puerto Lobos. En 1970 el gobierno federal les
reconoció un ejido de 91,000 hectáreas.

Los seris tuvieron a un jefe llamado Coyote Iguana.


Durante un asalto a la diligencia que corría de Hermosillo a
Guaymas, raptó a una hermosa dama hermosillense a quien
hizo su esposa. Lola Casanova, que así se llamaba, in­conocible
dicen, recorría las calles de la capi­tal muchos años después.
Cestas y figuras de palo fierro, sus artesanías más conocidas,
son muy apreciadas internacionalmente.

Los mayos comparten con los yaquis su origen,


lengua, cultura e historia. La nación mayo comprende parte
del territorio sur de Sinaloa hasta poco más allá de Guasave.
Dedi­cados a la cacería, la pesca, la recolección de frutas y
semillas silvestres.

En compañía del capitán español Diego Martínez de


Hurdaide llegó a Sonora el padre Pedro Méndez, de la Compañía
de Jesús, sien­do el primer misionero en tierras sonorenses a
principios del siglo XVII y en llegar a las rib­eras del Río Mayo.
Este sacerdote fundó siete pueblos correspondientes a la
primera misión: Macoyahui, Conicárit, Camoa, Tesia, Navojoa,
Etchojoa y Santa Cruz del Júpare.

El vocablo mayo significa límite, terminó.

Profr. Abraham Montijo Monge 137


Uno de los principales adalides de la etnia del Río
Mayo fue Calixto, quien también der­rotó a los guerreros de
Diego Martínez de Hurdaide.

El Río Mayo fue bautizado con el nombre de la


Santísima Trinidad.

Sonora, durante la colonia fue llamada en varias


ocasiones como la Nueva Andalucía, pero no prosperó.

El canto a Sonora termina esta charla didác­tica


dominical con usted, amigo mío y lector leal. Armida de la Vara
y Robles, dama grande de las letras sonorenses, le cantó a su
tierra, a Sonora, así:

¡Sonora es mi tierra! Mi dulce Sonora

que atrae y subyuga, y que cuando llora

su llanto enjugamos con el corazón,

para ti es mi canto, pues de ti he nacido,

pronuncié tu nombre en el primer gemido

y ha de ser tu nombre mi postrer adiós.

138 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


ESTAMPA DE LA SIERRA…
Alguien de las letras grandes y elocuentes expresó:
“Aún hay sol en las bardas de España...” Nosotros con respeto
parodiamos la expresión: Aún baña el sol las roñosas paredes
de las casas de San Rafael…

Repechada a la pared que da al oriente, por donde


el sol inicia su camino, la ramada de cuatro horcones de
mezquite, nudosos y torcidos sirve de al­bergue a un estrado de
tierra y toscos adobes. En una testera de éste hay una hornilla
en la cual arden y crepitan leños de mezquite y unos trozos
de raíces de palofierro; un fogón de primera para calentar el
comal confeccionado del fondo o tapadera de un tambo de
doscientos litros, sobre el cual se cocerán las famosas tortillas
sobaqueras, las táscaris únicas de Sonora que salen de las
manos de mi cuñada La Prieta.

Sentados a conveniente distancia, en el patio húmedo


y recién barrido mi hermano Adán y Yo, saboreamos sendas
tazas de café colado en talega y en cafetera de peltre azul con
pringuitas blancas.

Nos embarga el dolor.

El olor de las tortillas agita los jugos gástricos. La saliva


que brota cual venero generoso, de los bordes linguopaladiales
inunda la cavidad bucal. El Chículi, el perro, tendido cual largo,
se duerme profundamente aprove­chando el calorcillo del sol
mañanero; la vigilancia de la casa y sus amos en noches frías,
silenciosas y lóbregas, es pesada. En las puntas del grueso y
alto mezquite revolotean sanas y felices numerosas palomas
pitahayeras; las hermosas palomas de alas blancas, musas
de calentura febril en el senti­miento de los compositores
campiranos de los bellos tiempos de la canción ranchera.

En el corral entre boñigas, cañajotes y restos de tazol,


escarban las torto­litas en busca de la semilla pozolera. Los
becerros, tetas en los hocicos, dan de topes en las ubres
recién ordeñadas, tratando de mamar los últimos resi­duos del
lácteo alimento.

La conversación se desparrama sobre el cuadro


con diversos tópicos. La estampa ya dibujada proporciona

Profr. Abraham Montijo Monge 139


vivencias del ayer de los acentos juveni­les, personajes de
historias negras, figuras adornadas en la nota musical del
corrido, hechos y sucedidos durante los trances gracejos,
mohines y parpadeos de ojos de los primeros lances don
juanescos y amorosos. En fin, viviendo el ayer, todo es dulce,
amable y firme, siembra fecunda en la tierra del amor profundo
y la herencia que satisface y enorgullece.

Los muertos allá están descansando en el camposanto.


Pero siguen rondando sobre las arenosas callejas de la tierra
que los parió. Jamás se irán, dejaron de lo mucho o poco
que realizaron en el andar terreno. Dejaron lo suficiente para
siempre recordarlos, jamás olvidarlos. Además son nues­
tros, son nuestros muertos, a quienes rendimos tributos y
recuerdos.

Tortillas sobaqueras, huevos revueltos con chorizo,


frijolitos aguados con soguilla mantecosa nos pusieron a tres
reatas y un cabresto. Timba arrequin­tada el corazón contento.
La sobremesa la adornó un pichel de cristal verde claro lleno
de leche para una batida de pinole, algo así como para rellenar
los pequeños resquicios estomacales y después de un buen
taco, pues un buen tabaco...

Vino el cuento, el lucimiento con sombrero ajeno, el


prurito quehacer de hablar de los otros para quedar bien con
aquellos, el Zurdo Romo fue un ciudadano guadalupeño que
empinaba el codo cuando quería y le daban ganas. Para eso
estaba en su tierra generosa y libre, era un hombre lleno de
todo eso que le endilgan a las gentes que se evaden o pierde
el estribo agarra­dos de la botella mezcalera. No hacía daño a
nadie y todo mundo hablaba de él, pues era propiedad de todos,
todos lo querían y le festejaban sus gracias de borracho.

En cierta ocasión el Zurdo Romo, bajo una lámpara


pública arañaba el suelo buscando la manera de ponerse
de pie, ya se iba de cabeza, ya se iba para atrás o de lado;
imposible, no salía del suelo, no lograba enderezarse. En eso
se hallaba cuando pasó mi tío Chuy y le preguntó:

¿Qué buscas Zurdo?

- El equilibrio, hijo de la chingada!

140 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


DE LA MANO CON CAJEME…
Entraron hasta donde me encontraba sorbiendo el
primer cafecito de la mañana. Allí estaban en forma las dos
almas. En cuanto las materialicé les puse nombre, porque
eran ellos dos amigos queridos e inolvidables, dos cajemenses
positivos, sonorenses enteros y cabales que dieron su lata.
Eran el compadre Cruz Espinoza “Compadre Caballón” y
Samuel Parra “El Plátano Parra”.

Fueron mis amigos entrañables. Con afecto, mucho


respeto, les echo de me­nos. Tal como fueron deferentes y
consecuentes, confirmaron en esta ocasión que no se han
ido, que permanecen entre nosotros, porque son nuestros y
pertenecen a Cajeme. Los encontré bajo los soles de aquellos
tiempos, por “los caminos polvorientos de mi vida”, como
dice el “general Fernández” en la escandalera de las güilotas
sabatinas bajo las frondas de “Los Toronjitos”.

Vidas paralelas en la convivencia y el encuentro


cultivador de la fraternidad en sus diferentes aristas
ocupacionales, políticas y sociales. Mi compadre “Cruzón”
entregó tiempo y fuerzas manejando la distribución de las
aguas de una sección de riego perteneciente a la infraestructura
de recursos hidráulicos del Valle del Yaqui. Con apasionada
entrega abrió surcos y depositó semillas en sus tierras
que irrigaba con aguas del “caudaloso dieciséis”. Cimentó
patrimonio y forjó familia con responsabilidad y mucho cariño.
Era de recia personalidad y fuerte enverga­dura, como buen
producto de los horizontes batuqueños. Hombre para queha­
cer del campo, vestido siempre a la usanza vaquera y norteña,
sostenedor de la palabra.

El “Plátano Parra” realizó varias actividades, tomando


en consideración las oportunidades que se le presentaban.
Versátil y talentoso enfrentó la superviven­cia. Cercano familiar
de militares, fue soldado habilitado con tareas en el detalle.
Fue sembrador en Huatabampo, su tierra natal. Desenvolvió
con eficacia y res­ponsabilidad el nombramiento de delegado
de policía en Quetchehueca, y tam­bién de agente de la policía
judicial estatal, al canto, ocupó el cargo de inspector del

Profr. Abraham Montijo Monge 141


rastro municipal combatiendo las matanzas clandestinas de
marranos y chi­vos.

Ojos azules, mirada clara, limpia y una eterna


sonrisa desdeñosa que le abar­caba el rostro. Fue contumaz
conversador de lo chusco por lo cual entretenía y ponía
sabor a la charla. Parecía carecer de problemas. Travieso,
conquistador y enamorado, hábil bailador y amante de la
música y la cantada al estilo campirano:
Y en casa ajena no se duerme,
de mañana se alevanta…
con su sombrero en la mano,
con su sombrero en la mano
mirando pa’dónde arranca.

Yo soy el que me la llevo


a jalones del rebozo...
y el gallo se sacude,
y el gallo se sacude
arriba de un árbol cáido...

Cultivamos e irrigamos nuestra amistad con


frecuencia en la mejor cantina del Cajeme de ayer, bar “La
Minerva”, propie­dad de Tomás Ramírez Beltrán y atendida
con todas las de la ley por Narciso Beltrán, el gran Chicho.
La concurrencia era profusa, disímbola por naturaleza, pero
incluyente y respetuosa, hecha para pa­sar el rato ameno y
desfogar aprietos sentimentales y del trabajo. Se desgranaba
la broma sana, de amigos sanos, ciudadanos limpios.

Hoy comparto con ustedes, amables lectores, las


anécdotas que ambos per­sonajes me obligaron a recordar en
su inquietante presencia.

Animoso y jovial, “Cruzón”, como lo llamaban sus


muchos amigos y era cono­cido, se encargaba de repartir en
sus hogares a los juerguistas de “La Minerva” que carecían de
automóvil, después que Chicho nos cortaba la aviada.

Aquella vez se le amontonaron cinco en la camioneta.

142 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Anduvo de la seca a la meca cumpliendo el deber como buen y
atento servidor, sin alterársele el genio. Fue a varias colonias.
Al dejar al último pasajero allá por el barrio de Fátima, sucedió
lo siguiente: aquel amigo se había quedado dormido, teniendo
la necesi­dad mi “Compadre Caballón” de cargarlo. Tocó la
puerta de aquel hogar. Fuerte voz le ordenó:

- ¡Déjelo en el sofá de la sala, está abierta la


puerta...!

El caballero de la amistad así lo hizo. Pero cuando ya


estaba por retirarse, después de desaguar la vejiga, escucha
la voz alarmada de la señora de la casa que grita:

- ¡Señor, señor, este no es mi marido...!

“Cruzón”, un poco molesto y preocupado por el error


cometido, moviendo la cabeza de un lado a otro, reviró:

- ¡Ni modo, señora, ya no traigo otro...!

El “Plátano Parra” armó la suya, cuando fungía de


delegado de policía en Quetchehueca, residencia de otro
cliente de “La Minerva”, otro amigo firme en la memoria,
Agustín Fornés Connant.

Algunos ejidatarios jugaban a la baraja, bajo la sombra


de verde álamo de primavera. Echaban revires, conquianes,
montes y veintiunas, mientras remoja­ban el gaznate con el
picoso tequila “Herradura”. Alguien divisó que “La Calan­dria”,
la patrulla tripulada por el comisario se dirigía hacia donde
estaban fertilizando la camaradería. Los jugadores de prisa
acordaron dar nombres a las cartas como en la lotería, ya
para terminar aquella mano que había engordado la polla, una
buena bachicha.

- Quíubole, muchachos ¿están divirtiéndose...? -


interrogó el sabueso.

- Sí, Platanito, aquí pasando el rato con una lotería -,


contestó el de las cartas en la mano, ému­lo de Birján. El tahúr
siguió en­tonces a gritos:

Profr. Abraham Montijo Monge 143


- ¡EI árbol! ¡La palma! ¡El ro­sal...! De pronto se le
acabaron las variedades de plantas, pero estuvo listo y
exclamó, alboro­zado:

- ¡El quelite...!

El alguacil se encaminó, des­prendiéndose de la polvera


de la camioneta donde se hallaba recargado. Se agacha, toma
los dineros de la polla, diciéndoles sonriente y malicioso:

¡ No se hagan pendejos, la lo­tería no tiene quelites...!

144 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


LAS MACETAS BORRACHAS…
Tres grandes cuates armaron esta crónica.

Resulta que Jorge Clayton C., René León López y


Oscar Servín de la Mora habían planeado disfrutar de un fin
de semana en La Dura, tierra de nacencia del primero. Pero
en llegando a Tesopaco, en lugar de seguir el camino pa’llá se
metieron pa’l centro del poblado a saludar al suscrito, sabedores
de que allí entregábamos ­nuestros servicios docentes.

Aquello los perdió. El que escribe, muy agradecido,


brindó en reciprocidad la mejor de las atenciones, pues la
gentileza y deferencia manifestada lo exigía. El correspondiente
ofertorio consistió en lo de siempre a la entrada del hogar:
agua, café o un churumbón de mezcal. Ellos prefirieron lo
tercero. Se inició el remojo del gaznate, siguió el ardor de
panza, continuó el calor en las orejas, el sabor cada vez más
agradable del “agua de las verdes matas”, hasta que la taranta
brota en las testas, para quedarse a horcajadas en los cogotes
de los distinguidos visitantes, amigos tan queridos.

La reunión subió los decibeles de las voces, toda


vez que se había convertido en cena de negros o guasanga
de indios arapahoes. La agua que canta ya había ensopado
almas y corazones hasta en­crudelar y desvencijar los sentidos
de mis cuates.

En el botellón quedaban ya las sobras haciendo la


famosa soguilla de lágrimas, la señal indicadora de la buena
calidad del líquido salido del maguey exclusivo de Sonora,
cuando los encaminamos de uno en uno al hospedaje an’que
doña Luz Olea.

¡Ya se imaginarán cómo durmieron los vale­dores!

Al día siguiente con todos los cobros y cargos de


la cruda en los estómagos y las conciencias, acordaron
devolverse “pa’tras”.

“¡Al diablo La Dura, y discúlpanos, Montijo!”, Oscar

Profr. Abraham Montijo Monge 145


más correoso y curtido, con sentido avezado y festivo, como
resbalándose sobre las paletas lo sucedido, nos brindó la
despedida:
“Ya mi caballo se cansó
¿dónde cortaré una vara?
como anoche no ceno
a cada rato se me para...”
Pellizcando el mismo lugar, Tesopaco, al que intentó
cantarle así el vate de casa Rafael Angel Rentaría:
“Hermoso caserío bañado por el sol,
no causa en el estío las nubes de arrebol
ni un río serpentea en medio ni en redor…”

Recordamos, dejándola para usted lector la siguiente


burundanga de tantos recuerdos, sucedida en el solar colgando
146 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra
de las costillas de la sierra, pero muy consentido y amarrado
a nuestros afectos.

Popelin Cota Esquer, Gilberto Oroz, Gerardo


Valenzuela “El Súchuote” y los hermanos Luis y Rafailito
Antillón Peñúñuri arribaron a Tesopaco con la firme inten­
ción, así lo manifestaron abiertamente, de “matar los antojos”
degustando a placer los productos de la leche que con tan
buena mano y sabor preparan las mujeres hacendosas de
esta hospitalaria comunidad ganadera; cuajada, suero salado,
pan­elas, queso y quesadillas acompañando a los frijoles de
lo’lla para disfrute cabal.

Fueron recibidos con las más rancias normas del


reglamento que hace posible y famosa a la hospitalidad
sonorense, a la altura de las personalidades visitantes de tanto
arraigo y respeto en los círculos activos del Valle del Yaqui y
sociales de Cajeme.

Pa’brir boca, afilar diente y alborotar los jugos gástricos


se sirvieron cervezas como patas de pingüinos, bien frías y
copas de bacanora que se empezaron a consumir a discreción
y en confianza ante la invitación confianzuda de Rafailito: -¡Di­
gamos salud, ya Dios nos puso en este camino…!

Entre aquellos atentos y deferentes cajemenses y


escogidos invitados del pueblo nos hallábamos nosotros, todos
sentados bajo amplio y fresco corredor de gruesos pilares de
adobe y casi cercado de cubetas con matas de lirios, colas de
pato, margar­itas y geranios.

Luego de buen rato de conjugar los verbos char­lar,


comer, tomar y cantar a don Luis, se le vinieron las ganas
de hacer el uno. Se levantó de la silla, pero al dar el primer
paso, se le subieron los zumos; de golpe le pegó el aire y
se fue trastabillando para caer sobre las macetas, de las
cuales rodaron por tierra algunas. Al ponerse de pie, ayudado
por nosotros, comentó con festiva y abierta actitud ante el
percance:

- ¡Ah carambas, profesor, se emborracharon las


macetas…!

Profr. Abraham Montijo Monge 147


EL SORDO Y EL MOCHO…
- ¿Quién soy ante el enorme entorno natural que me
rodea?

Áspera, grosera e irreverente, brotó la respuesta:

“Solamente una maquinita fabricante de babosadas, y,


mejorándote un poco, un payasito en el escenario del mundo
en que vives.

Como siempre que se encontraban, discutían


bruscamente el Ná capi y el Sú chucte, es decir el sordo y
el mocho. Ambos personajes clavaron pico y pala en la
construcción de los cimientos de nuestro septuagenario
municipio. Fueron tesoneros y creativos. Comunicativos,
abiertos y sinceros en las reuniones de la parroquia social
cotidiana.

En la vereda y el sendero del andar, recogieron


muchos amigos de ley, leales y seguros y con envites y
préstamos consiguieron otros pocos. Tuvieron un fuerte capital
social. Fueron muy buenos conversadores. Con facilidad de
palabra, conocimiento de la historiografía y leyenda de la
ioeme nationata (Nación Blanca) deshilaban buenos temas,
construían frases y oraciones del dialecto con las reglas
gramaticales debidas. El Sú chucte era el purista y el Ná capi
el vulgar y plebeyo desconocedor del jiac noquia, de la lengua
yaqui. Lo cierto es que ambos escucharon la voz del cuta sela
(mezquite) y el canto y murmullo de las aguas al chocar contra
las rocas y arrastrar guijarros en el fondo del arroyo el Ba ta
cusía (Bátacosa).

Saborearon penas y aflicciones, suerte adversa,


sucesos funestos, pero nunca fueron descorteses o
desdeñosos. Jamás perdieron la verticalidad de la hombría de
bien, el ánimo y la prestancia para dedicarse a sus actividades
que les permitieron edificar el patrimonio familiar y de paso
coadyuvar en el desarrollo y la concordia social de Cajeme.

Ramón Iñiguez Franco los conoció muy bien. Fueron

148 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


sus amigos de charla cultural; caminando mentalmente por las
cumbres de Sa mai huaca, bajaron por las laderas don­de está
enterrado el tesoro del Ju-u io-eme Muni, del indio Muni.

El Sú chucte dio su primer berrido al mundo entre


olores de orégano y canto de pitahayeras en el Quiriego (¿El
Señor y Yo?). Cuando puso el lomo para ganarse el sustento,
condujo ganado al Valle del Yaqui. Al establecer residencia
entre nosotros se dedicó a la mecánica, fue operador de
draga en la construcción del canal bajo. Precisamente frente
al Campo Dos perdió los dedos cordial y anular de la mano
derecha; razón por la cual, lo bautizaron como el “Mocho”.

También fue líder de los trabajadores del Molino del


65. Armaron tramoya social por mejores condiciones de vida
para los obreros. Allí nacieron los luchadores sociales Vicente
Padilla Hernández el “Gallo”; Saturnino Saldívar “El Chapo”.
Fue el primer movimiento obrero en el Valle del Yaqui. Nuestro
recordado personaje agarró otro sendero. El de la actividad
agropecuaria.

El Ná capi aventó su primera trompetilla acompañada


de intermitente tamborileo y sonidos de tenábaris alrededor
de los rescoldos sangrientos de las batallas del Masocoba y
del Omteme, rendidas con valor y brillante honor por los ju-u
jiac, Entregó niñez y adolescencia entre los breñales de Pótam
a Vícam. Potamia y Vicamia les llamaba con entusiasmo
comparativo a la Mesopotamia. Había estudiado en la
universidad de Vicamia. Así hacía alusión al nivel educativo
adquirido.

Las enseñanzas de la vida y poca escuela primaria. En


el Diario escribió Mis Andanzas con los Yaqui. Tesonero terco
más bien, abrió y lavó tierras salitrosas en terrenos ubicados
casi al terminar el recorrido del arroyo Coraqui (el que trae
chiltepines) y los litorales marinos. Cosechó semillas dentro de
las aguas del mar. Le robó con trabajo permanente, constante
y perseverante, tierras al mar. Le llamaron el Holandés del Río
Muerto. Fue una lección ejemplar. Fue un personaje versátil.

Pero hay que estirar el espacio.

Profr. Abraham Montijo Monge 149


Cierta ocasión, estaba el Ná capi hachando un árbol
en su predio cuando pasó el Sú chucte rumbo al síquili siva el
Paredón Colorado, y le gritó:

-¡Adiós, amigo!

“¡Cortando un palo!”.

-¡Adiós, le digo!... –repitió el Sú chucte.

“¡Pa’cer un banco! –le respondió el Ná capi (sordo).

¡Anda y come mucha verga sordo cabrón! –le dijo el


Mocho.

“¡Pa’ que se siente!... –le remachó el Ná capi.

Por algo dicen que el sordo no oye, pero bien que las
compone.

150 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


LA ARGOLLA DE MI COMPADRE…
Agorero el amanecer fresco y silencio anuncia un día
de sol de calor sabroso al cuerpo, cielo azul y aire transparente.
El aval para el vaticinio es la lívida luz del amanecer proyectando
el borde negro de las montañas y haciéndolo destacar contra
el fondo de las cortinas celares.

Una bandada de chanates cruza sobre la ladera


monta­raz, serrana, aventando tremenda escandalera. La vida
despierta en las paredes de los ricos y las catedrales pé­treas.
En las profundas barrancas se alarga el sueño; la luz solar
tarda en llegar a las cimas. Solamente ahí madru­gan el ciervo
a ramonear y el cochi jabalí a mordisquear la raíz del torote
prieto.

Al pie del cerro de La Cueva se localiza el pueblo


de Teso en el Llano, con algunos habitantes en las sumas
demográficas, una economía acorde a la luz eléctrica.

Disfrutan también a sus anchas de espacio abierto, aire


puro, oxigenado, que deja en los breñales circundan­tes basura
y otras miasmas contaminantes. Tienen no­ches amables,
tranquilas. Gozan del titilar de las estrellas, el parpadeo de
las luciérnagas, el chirriar de los gri­llos y el desatinado silbido
de “pata de hilacha” enamora­do, ya de regreso en busca del
sueño reparador. La mayo­ría duerme a cielo raso sobre catres
y tarimas a veces uno que otro, entreteniendo a la luna con
siseos, voces agita­das y chasquidos de labios en las carnes
del amor.

En “Teso en el Llano”, residimos nosotros durante


cinco años desarrollando la actividad encomendada por el
gobierno del Estado. Fue magnífica oportunidad para recoger
y hacer amigos. Con ellos discurrimos abierta­mente y sellamos
también la palabra. Algunos cruzaron la línea del destino rumbo
a la oscuridad eterna. Nos deja­ron el morral lleno de vivencias
que pepenaron en la travesía por el mundo de los vivos. Los
recordamos este amanecer como hombres buenos, sanos,
amigos de verdad serrana, entregados siempre con afán al
trabajo que proporciona los medios para sostener y mantener

Profr. Abraham Montijo Monge 151


la su­pervivencia. Fueron dueños de sus gustos y flaquezas, de
sus arrepentimientos en momentos dolorosos y funes­tos.

Don Machi fue uno de ellos. En cierta ocasión, ya


convertido en masa del recuerdo en el vientre del tiempo, el
amigo en mención hizo lo suyo cual hombre en tierra libre.
Escanciando una caramayola de oloroso mezcal, fincó
cimientos a una guarapeta que le permitió desparra­mar en las
pedregosas y culebreantes callejas los malos humores, los
pesares y dolencias que aplastan como pe­sados pedruscos la
existencia de los corazones nobles y hospitalarios.

Don Machi reventó sus pulmones con gritos de ale­


gría, al escuchar las notas y compases de arias de “Arias del
Carmen”, salidos del conjunto musical “La Discor­dia”. Aun
sin barnices del abecedario, don Mach no molestó a nadie.
Tampoco pidió prestado ni quebrantó el reglamento de policía
y buen gobierno. Y echó la voz con letra propia:

“Sale el sol resplandiente


y en puro amor se convierte...
Es rico, ríe y se asoma,
pero siempre me dejaste a mí,
como el que chifló en la loma...”

Sale también de la madeja evocadora el Vale Toño.


Figura chaparra y cascorva, rostro barbado, pelambrera
saliendo bajo el sombrero, y ojos de zorro al acecho en el tupido
matorral. Recordamos que “Teso en el Llano” celebraba la
carrera de caballos anunciada en programa festivo organizado
en ocasión de las fiestas tradicionales. Alegres y en orden, los
habitantes engalanados bor­dean el taste. Los músicos, con
instrumentos de viento, amenizan el ambiente y lanzan las
notas del corrido “El Moro de Cumpas”.

El Vale Toño, montado en una yegua mora, recorrien­


do el taste, billete de a cincuenta pesos en mano alzada, grita
a cada rato y fuerte, animado con el churumbón bacanorero:

- ¡Yo les juego con La Argolla de mi compadre


Ale­jandro...!
152 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra
Miradas y risas caen sobre don Alejandro, el propie­tario
de la yegua. Es un personaje notable, serio y de respeto.

El Vale Toño vuelve a retar:

- ¡Yo les juego con La Argolla de mi compadre


Ale­jandro...!

Don Alejandro ya no se contiene ante las risas y


el barullo. Irritado, le sale al paso al retador montado en
“La Argolla”:

“¡Mire compadre, mejor le regalo la yegua, pa’que


juegue con la suya...”

Profr. Abraham Montijo Monge 153


DON OLEGARIO…
Fueron aquellos tiempos de trabajo arduo e intensivo
de los maestros sonorenses a la som­bra y tutelaje de la
desaparecida Dirección Ge­neral de Educación dirigida por el
maestro Horacio Soria Larrea.

Las efemérides, los hechos notables de años atrás,


del calendario cívico escolar se realiza­ban con solemnidad,
responsabilidad y patrio­tismo. Despertaban interés, fervor
cívico el paso de la bandera nacional, las notas vibrantes del
himno nacional mexicano. Fuera quedaban los circunloquios,
los adornos estériles y vacuos pretendiendo adornar
presencias, exaltar acti­tudes de otra índole.

Los actos cívicos atraían la atención de las gentes


de los pueblos. Las comunidades aleja­das de maleado y
desordenado ambiente de las grandes ciudades. Por ello
las autoridades y los maestros adscritos a esos lugares se
preocupa­ban por organizar festivales que aprovechaban
para dar a conocer párrafos de historia patria, gajos de la
historia de la entidad, actos heroi­cos y nombres de personajes
distinguidos de la región o del país y dar a conocer renglones
de civismo y de la Constitución y sus leyes.

En cierta ocasión en que cumplíamos con disposiciones


relativas al programa de trabajo docente vigente, se realizó
esta simpática remi­niscencia. Llevando sobre los hombros
un equi­po amplificador del sonido -tocadiscos- subía­mos los
escalones de uno de los costados de la plazuela frente a los
cuales se hallaba sentado Don Olegario, ejidatario y matancero,
como siempre, adoptando esa su peculiar actitud de importa
madrismo, tirando la mirada hacia los altos horizontes de la
Sierra Oscura, mientras de la comisura de los labios le cuelga
una bachi­ta bastante ensalivada del cigarro macucho que
elaboraban allá an’que La Petra.

Los años no pasaron en balde sobre la hu­manidad


de este lugareño de Tesopaco. El ros­tro enjuto, huellas de
la viruela, ojos azules es­cudriñadores y maliciosos, mirar
profundo lle­no de malicia, cabello completamente cano en un

154 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


cráneo medio dolicocéfalo y cejas casi des­pobladas de pelos.
Era un tipo que se convertía en un basilisco en un abrir y cerrar
de ojos y guasón, ameno, conversador, comunicativo de todo,
máxime cuando algún trago de oloroso bacanora recorría su
añeja persona.

Ese día preparábamos el programa para ce­lebrar


dignamente el hoy llamado encuentro de dos mundos, el 12 de
octubre, Día de la Raza. Don Olegario ocupando las “bancas
cuatas”, el asiento de las reuniones después de la cena de
los moradores circundantes de la plaza, nos preguntó con ese
aire de “me importa poco, pero quiero saber”:

- ¿Qué relajo se carga usted, mi profe...?

- Andamos preparando el acto, la fiesta de hoy en la


noche.

- ¿Y qué fregados celebramos hoy, pues...?

- ¡Pues el Día de la Raza, don Olegario...!

- ¡Mpff...! ¡Tan linda la chingada raza...!

Así lo comentó, con toda la naturalidad del mundo


aquel cascarrabias, al tiempo que aven­taba un acuoso y
abundante escupitajo mancha­do de nicotina y priscas de
tabaco. Prosigamos nuestra labor, cavilando que a lo mejor
tenía ra­zón aquel mordaz septuagenario...

Profr. Abraham Montijo Monge 155


¡CUIDADO CON LOS ALAMBRES!...
El poblado está situado en la parte norte de la entidad
sonorense. Allá en la región desértica. Los caminos, en tiempos
de llu­vias, quedan punto menos que imposibles de transitarse.
De tal manera que los moradores, para trasladarse a los lugares
de producción y consumo sufren y batallan demasiado, al
grado de carecer a veces hasta de lo más indispensable para
el sos­tenimiento y en ocasiones los productos que reciben de
sus sementeras se les pier­den yendo a dar a las corralizas y
chique­ros.

En poca escala, se las ingenian, trasla­dan algo de


sus cosechas a lomo de mula, transitan por veredas y atajos
subsanando en poco sus necesidades. Ocasionalmen­te llega,
al poblado algún fayuquero, tripu­lando su troque de racas y lo
aprovechan para irse de raite a la población de impor­tancia
más cercana para surtirse.

El regreso ellos lo averiguan: “de aquí pa’lIá vamos.


De allá pa’cá veremos…”

Entre los numerosos accidentes que el camino


presenta se cuenta el cruce del ria­chuelo El Chilicote, el cual en
tiempo de lluvias desborda obstruyendo por completo el vado.
En cierta ocasión le pidieron raite a uno de esos fayuqueros.
Aquel aceptó gustoso. Tres matrimonios con sus respec­tivos
hijos jóvenes que querían adquirir sus trapos para festejar las
fiestas de San Juan ya muy próximas.

Al poco andar negros nubarrones empezaron a cubrir


el cielo, presagiando tormen­ta. Los truenos sacudieron la tierra
y los relámpagos de fuego rasgaron el firmamento espeso y
la panza de las nubes las cua­les dejaron caer su carga, una
verdadera tromba de agua que regó de inmediato la tierra
sedienta y calcinada. Colocaron el toldo antes de empaparse
totalmente. El Chilicote creció como nunca, deteniendo a los
viajeros en sus riberas. El feninio habló: no podían continuar.
Era difícil cruzar el vado. La corriente y el remanso formados
eran peligrosos, corrían el peligro de que­darse a mitad de la
riada, dado que los alambres podían mojarse...

156 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Al otro lado de la fuerte corriente de El Chilicote, había
un rancho “Los Porogüis”, del Jorochi García, buen hombre y
mejor para auxiliar y dar posada a los viajeros necesitados. Allí
podían saciar el hambre que ya hacia entonar discordantes
sonidos a las tripas. Además remojados como tildillos y los
fuertes olores y sabores que lle­gan de la cocina del rancho,
generaban las ansias del yantar.

Una de las jóvenes mujeres, Donaciana su nombre,


no se aguantó, y decidida se introdujo en la riada turbia y
ondulante con el firme propósito de cruzarla. Uno de los
mancebos medio asustado le gritó con toda la fuerza de sus
pulmones:

- ¡Cuidado, Donaciana, se te van a mojar los


alambres...!

Profr. Abraham Montijo Monge 157


ES EL PADRE DE TUS HIJOS…
El adulterio es un delito difícil de demostrar. Nace
cuando aparece una persona que medio llene el ojo y la
relación de años con la esposa o el esposo se hace a un lado.
Es cuan­do hay “que tirar lo que ya no gusta”. Después es
inevitable el divorcio.

Viene al caso. Sucedió en el pueblo “Los Borregos” un


puñado humano encajado en una de las vertientes del cerro
“La Cresta del Gallo”. Al Chiro Quijano, ya le habían llegado
los chismes. El no los creería jamás, tenía plena confianza
en el amor y la honestidad de su esposa. Su mujercita santa,
con quien había contraído matrimonio hacía ya unos cuantos
años.

Pero ese canijo pero, que siempre aparece en el


plato, el gusano de la duda, empezó a taladrar cu cerebro, a
provocarle congojas estomacales y males sabores de boca.
¡Eran tantos los rumores y tan insistentes las voces que lo
pregonaban! Por ello resolvió desengañarse al último. Para el
caso pensó en un viaje falso.

Una mentira, negocio y quehacer piadoso. Le dijo a


su media naranja que saldría a su rancho “El Cornilargo” a
la mañana siguiente a temprana hora. Su mujer le preparó
lo necesario, el “lonchi” con la “botea” llena de café. Muy
de mañana el ranchero abandonó el hogar, en el cual ya
de hecho una tragedia en potencia, montado en una mula
tordilla de excelente “andadura”. Al paso de la cabalgadura las
chaparreras de “ala” se mecían rítmicamente y el tintineo de
las espuelas alertaba al coyote merodeador. A cierta distancia
del poblado acampó a esperar la hora de regreso. Al pardear
la tarde ensilló de nuevo y emprendió el regreso.

Sigilosamente entró al corral y encaminó sus pasos a


la alcoba, entrando por la puerta de la cocina. Lo que le habían
contado era una vergonzosa realidad. Allí en la tarima nupcial
se hallaba su querida mujercita en brazos del amante. La furia
le empañó la vista; las sienes se vieron invadidas por la sangre
que como torrente impetuoso corría por las dilatadas venas.

158 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


El dolor rasgaba sus ijares; las tripas estaban a punto
de vomitar ¡Un cuadro inaudito!

Inmediatamente, impulsado por el rencor de la fiera


herida, pensó en matar a aquel infame que le había robado
el amor para su vida y había pisoteado, su honra, su hombría
cabal y de bien.

Corrió a la cocina y se armó de un cuchillo largo, pando


y filoso, el cual blandió, amenazadoramente en contra del in-
tru­so y malvado. Ante aquella horripilante escena, la traidora
mujer intervino. Se arrodilló y suplicante le pidió lastimera­
mente a su esposo ofendido:

¡Piedad, piedad para el padre de tus hijos!

Profr. Abraham Montijo Monge 159


NI QUE NACO FUERA TAN GRANDE…
Ante Crisanto, la campiña de aquella región norte de
Sonora se ensanchaba al paso de su cabalgadura, un ruano de
hermosa estampa. Ese era su trabajo, correr por los pastizales
de aquel rancho en busca de reses desperdigadas por ahí. El
carácter jovial de Crisanto hacía resaltar más el brillo de sus
veinticinco años de edad.

El joven era muy apreciado por los demás integrantes


del equipo del rancho “Los Tejocotes”. Lo apreciaban de verdad
por que siempre estaba pendiente de las cuitas y problemas y
presto se ofrecía para darles la mano. Estos hechos le habían
congraciado la estimación y la validez de amigo, de hombre
bueno.

Todos los fines de semana y después de arrebujarse


convenientemente con sus vestimentas netamente vaqueras,
se trasladaba a la población de Naco, donde vivía la mujer de
sus ilusiones. Por ella canturreaba hermosas baladas y silbaba
alegres sones mientras campeaba. Ya imaginaba la felicidad
que iba a encontrar al lado de aquella trigueña de pelo negro,
boca chica y nariz respingona. Le bastaba cerrar los ojos con
fuerza para imaginársela en su bella y completa humanidad:
cuerpo delgado, bien repartidos y proporcionados encantos,
todos colocados con notoriedad en sus sitios y luego vestida
con ropajes sencillos pero elegantes que hacían resaltarlos
más.

Sus amigos lo envidiaban a pesar del inconveniente


que ellos conocían de aquella beldad. No se animaban a
confesárselo, pues temían ofenderlo y más que todo lastimar
sus enamorados sentimientos. La mujer era una pizpireta
consumada. Con esa coquetería innata en toda mujer de
mundo, había logrado, una reputación muy dudosa y con
mayor razón en un pueblo chico. Si, aquella encantadora mujer
era una casquivana que le había sorbido el seso al vaquero
buenazo de Crisanto.

Cierto día regresa de la población a galope tendido


y rayando el penco en los patios del rancho, con esa

160 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


habilidad acostumbrada. Anunció a voz en cuello su próximo
matrimonio. Iba feliz; su amplia sonrisa y el brillo de sus ojos
asílo demostraban. Sus amigos se miraron sorprendidos, de
lado. Les dolía la noticia. Ellos más bien lo sentían por el futuro
de aquel hombre cabal en compañía de una casquivana.

Uno de ellos se le acercó -los otros hicieron círculo- y


le preguntó:

-¿Cómo es posible amigo? ¡No puede ser!

“Así es, amigos míos… ¡Me caso, y muy pronto!...


ustedes serán mis padrinos”.

- ¡Pa’su mecha...! ¡No puede ser… no puede ser,


hombre!

“Pero ¿por qué no puede ser? ¡Explíquense… con


una…!”

- Es que´sa mujer ha tenido que ver con todo Naco…

“¡Bah! ¿y qué tan grande es Naco…?

Profr. Abraham Montijo Monge 161


EL BUEN CÁNCHIRA…
El Cánchira estuvo en el Valle del Yaqui, aquel otrora
boyante y produc­tor. Aquel valle de tierra morena y feraz en
tiempos de secas. Aquella extensa llanura de barrial resbaloso
y en la temporada de lluvias y truenos, fértil y todoparidora,
siempre llena de sol, siempre libre y abierta, franca y calurosa
para el que quisiera quemar sus naves o trabajar corta
temporada.

El sanrafaileño aprovechó el renganche, la


contratación de mano de obra en práctica, el transporte libre
de pasaje, gratis para venirse a las pizcas de algodón, sin
más problema que hacer mochila, encomendarse al buen
Dios y montarse en el camión de racas o redilas y el ánimo de
conocer y ganar dinero en los horizontes sureños del famoso
y rico Cajeme “donde hasta el más chico gastaba su tostón”,
de aquellos cacharpas de cobre que tenían grabada la testa
de Cuauhtémoc, de donde les venía el nombre. De pilón les
daban lonche en el camino.

En aquel viaje vinieron a dar a San Pedro, el siempre


recordado campo de las gruesas, altas y frondosas ceibas y
los mangos así de grandes, pulposos y sabrosos. El solar del
asalto y atropello, en las noches negras del reparto agrario,
durante las andanzas del echeverriato. El campo del trabajo
constan­te y en producción permanente. Sus propietarios,
entre ellos el Cuate Bohór­quez, fueron muy buenos patrones.
Personajes cristianos y sensibles, servi­ciales y muy atentos,
siempre llenos de buenos días y buenas tardes. Patro­nes
siempre prestos a atender y subsanar las necesidades de sus
trabajadores. Fueron de aquellos cajemenses, ciudadanos del
valle siempre recordados.

Desempeñaba las tareas de mayordomo, Don Rafael


Mon­tijo, un hombre forjado de pol­vos y vientos, del Río Sonora;
famas tenía de atento y hospi­talario con sus coterráneos. Eso
le dio confianzas a El Cánchira para hacerse acompañar de su
esposa, “mujer de pueblo” noble, leal y hacendosa, hecha para
contentos y dolencias. La Chepina. Así fue, sin problemas,
se les dio ocupación y hospedaje en cuanto arribaron a

162 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


aquel campo tan verde, extenso y exuberante. Mientras se
organizaba la pizca del algodonero, al hombre lo mandaron
a sacar de raíz y a punta de talacho verdes huacaporos que
for­maban bosque en las laderas colindantes con terrenos del
Campo 60, lugar de desvelos y francachelas sabatinas de los
trabajadores de San Pedro. A La Chepina le dieron chamba
repartida entre la casa del patrón y la del mayordomo.

En pocos días más ya andaba la pareja arrastrando las


sarandas, metidos hasta las orejas en el ramaje, manoteando
las motas blancas y esponjosas del algodonero, sudando
como tinajas nuevas y resoplando como buquis perse­guidos
por la madre chancla en ristre, Las jornadas diarias eran
esclavizantes, con escasos resultados, pues eran aquellos
sanrafaileños, meros aprendices de pizcadores. Pero como
habían nacido para ser, pronto llenó cada quien su largo y
grueso empaque.

En los ratos de descanso entre pesada y pesada


los disfrutaban tirados de espaldas, mirando el brillar de los
rayos solares entre la espesura de las hojas de las ceibas o
escuchando el canto de las palomas que los ponían nostálgicos
o recordando la querencia, la tierra lejana.

Los domingos eran de paseo dentro del mismo campo


y de descanso, con los consabidos chapuzones en los canales
cercanos sin faltar los arrumacos amorosos entre la maleza,
pues también había que mover la hierba en estos terrenos
tan bellos, hermosos en noches oscuras o llenas de luna,
arrulladas con zumbidos de moscos o cantos de ranas que
suelen decir “ahora tú”, “ahora yo”, “ahora tú”, “ahora yo”.

El tiempo corrió, se vino encima. Por algo dicen los


sabios que no hay que mirar al futuro, pues se viene demasiado
rápido. El Cánchira y La Chepina dejaron el Valle del Yaqui.
Cargaron el morral de vivencias y recuerdos. El monedero con
billetes y el ánimo elevado.

Ya en casa, El Cáchira sentado en un taburete con


la espalda recargada sobre la pared de roñosos ado­bes,
brazos cruzados sobre las rodillas y una taza de café en las

Profr. Abraham Montijo Monge 163


manos, muy sosegado y tranquilo contesta las pregun­tas de
las celestinas del pueblo La Chomina y La Cuca. Mien­tras La
Chepina hacía las bo­las de las tortillas sobaqueras, moviendo
las manos con rapi­dez y destreza, sorbía el moco y miraba
intranquila al par de lechuzas.

- ¿Cómo les fue por allá...? preguntó la Chomina.

- ¡Muy requetebién y está muy bonito por allá...!


contestó alegre la Chepina para dolor de las mitoteras.

- ¿Ganaron mucho dinero? quiso saber la Cuca.

- Ganamos como mil y pico, ¿verdad, viejo?

- Sí - contestó el Cánchira, nomás que yo gasté el mil


y la Chepina el pico…!

164 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


EL PLATANITO…
El Platanito Parra escuchó el canto de las tortugas
golfinas y vino a dar a esta tierra de promisión. Traía tierra
de Huatabampo y alrededores en los talones, y en el lomo
arañazos de tacuaches y batepis, que también los hay por
allá y buenas recomendaciones de los parentescos cercanos
que tuvo con generales revolucionarios y familiares de estirpe
sureña; se hizo cajemense en toda la línea moral, social y
política requerida en aquel entonces.

Coronaba su figura la buena estrella: Personalidad,


estatura media, regordeta, liviana de sangre y simpática de
carácter. Ojos claros y sonrisa de varios tonos que iban desde
lo irónico y suspicaz, hasta lo tierno y pícaro; se amoldaba
con facilidad al ambiente en cultivo. En la montera peinaba
ca­bellos ondulados y quebrados hacia los aladares zurdos,
con alto copete y un cairel en la frente que le daba aire de
cordialidad y bonhomía. Siempre aseado, vestía con modestia
ropas de medios hilos y acabados de sastre de barriada.

La sobrevivencia del Platanito Parra de billetera al


corriente y hacienda precaria, pero sana. No dejó saldos en
marquesinas sociales ni mucho menos mención de su nombre
en pizarrones bohemios. Fue un ciudadano. Conocedor de
sitios y lugares jurisdiccionados en todo el terreno sureño.
Hacía lugar y campo en mesas parroquianas con buenas
historietas de personajes regionales. Aceptaba o rechazaba
conceptos con un buen convenenciero y nada comprometedor
“¡Pues si, pues…!”

“Tú, Platanito, a cualquier candidato le vas, aunque


sea burro jamás montado, jamás conocido en los arenales del
arroyo, en los llanos de la lucha por la vida en las diversas
manifestaciones económicas, sociales, deportivas y hasta de
disfrute y vagabundeo”

- “¡Pues si, pues…!”

“¡Ai te dejaste ir por ese candidato que ofrece tajadas


de aire y ponches de saliva e historias de siete suelas y con

Profr. Abraham Montijo Monge 165


más cuevas que una ardilla”.

- “¡Pues si, pues…!”

Con un tostón y pico de años encima, llegó a ocupar


la comisaría de policía del ejido más mentado en la historia
ejidal del valle. Desempeñando tal puesto, el Platanito duró
algo más de nueve años. Lo hizo bien.

“Ya te han aguantado muchos años ‘Platanito’, le


decían”.

- “¡Pues sí, pues!”.

Uno de tantos días del mes que piensas, quiso venir


a Cajeme, pero no quería restarle a la bolsa. Era necesario
sumarle el costo de la gasolina, pues las ambarinas restaban
bien frías en La Minerva, y Chicho, presto a servirlas.

¡Encontró la solución!

- Mira Grabiel, móntate en la Calandria - así llamaba a


la patrulla – recorre el pueblo a ver que encuentras. Necesito
ir pa’Cajeme…

El comandante, buen entendedor, salió. Después de


un rato regresó comunicando al “señor comisario” que no había
encontrado nada anormal, que diera el beneficio requerido. El
Platanito pegó un golpe en el escritorio.

- ¡No es posible, Grabiel! El pueblo es grande y algo


debe de haber. ¡Ándale! Ya te dije que me urge ir pa’cajeme.

En un amplio y barrido solar, bajo un enorme y frondoso


guamúchil estaba un sabatista de guitarra y “caguama” dándole
gusto al alma y al gaznate.

Grabiel cargó con él rumbo a la comisaría.

- ¿Por qué te train...? preguntó el comisario.

“ Pues no sé, por nada”, contestó el cantador.

166 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


- ¡Pues sí, pues! Nomás “cain” aquí, se vuelven
blancas palomitas... ¿Qué estabas haciendo?

“Pues nomás ai’staba cantando”

- ¡Pues sí, pues! ¿Y qué cantabas?

“El Sauz (sauce) y la Palma…”

- Grabiel, cóbrale veinticinco pesos y que se vaya. No


le des recibo.

“ Pe pe pero ¿por qué?”, reclamó el azorado trovador


y guitarrista.

- Pa’ que no andes haciendo revolturas. O can­tas El


Sauz o cantas La Palma… ¡Pues sí, pues!

Profr. Abraham Montijo Monge 167


ESTAMPA SONORENSE…
Padre e hijo salieron del rancho rumbo al pueblo,
con el fin de adquirir la comisaría y algunos trapos nuevos.
Llevaban dinero suficiente, pues acaban de vender la cosecha
maicera.

“La Banbarria”, el rancho, quedaba a tres o cuatro


leguas del pueblo “Los Colorados de Abajo”. La distancia se
recorría por ca­mino real en poco tiempo, fuera a caballo o en
carro tirado por mulas.

Ellos iban en carreta en franca unión fa­miliar.


Dos buenos amigos del monte plati­cándose sus cuitas al
acompasado trote del macho “El Máviro”, un buen ejemplar
de tiro.

Al encuentro y a manera de cariñosos abrazos salían a


recibirlos “El Cerro de los Cochis”, el bajío de “Las Calabazas”;
una hermosa vegetación de la flora sonorense: olorosas
vinoramas en flor, espinosos chiragüis, mezquites rebosantes
de péchitas. Un ambiente pleno de adornos, cargado de cariño,
ese que aumenta la querencia por la tierra donde se nace.

Antes de llegar al pueblo, hubieron, como es costumbre


de aligerar los intestinos y desaguar la vejiga, tras los matorros
de batanene y a la manera de las liebres llane­ras.

Arribaron y estacionaron la carreta fren­te a la plaza


pueblerina, rodeada de altas y verdes ceibas, rosales de
singular colorido en los prados, el kiosko en el centro, am­plias
banquetas. Allá la iglesia, obra del andariego del desierto. En la
esquina la caseta de la refresquería y la chismografía con dos
o tres lugareños sentados por fue­ra en posturas somnolientas.
Por allá tras la cuadra el bar y su radiola.

- Toma la lista del mandado, éstos centa­vos. Vete a


la abarrotera de Don Alejandro, haz las compras. Yo voy a la
cantina a re­mojar el gaznate...

- ¡Mucho cuidado con el juego a’pa!.

168 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Fue directa la advertencia del hijo. El jo­ven sabía que
el viejo estaba enviciado en el juego de la baraja, sus revires
y conquia­nes.

- No tengas pendiente. Hoy la suerte anda conmigo…

¡Ya viste qué cosecha! Y si no ai’sta Dios mi’jo...!

¡Si a’pá ai’staba el año pasado y nos llevó la


chingada…!

Profr. Abraham Montijo Monge 169


EL ORIGEN DEL MENUDO SONORENSE…
Se ha generalizado el alboroto. En los días que corren
tienen sabor y calor especial los encuentros con los amigos.
El gozo es grande al recibir a pari­entes y amistades del afecto.
Los inclinados y tenues rayos solares visten de luz particular
blanca y tibia el ambiente, el entorno. Se disfrutan al recibirlos
como zopilotes con las alas abiertas cuando nos enfrascamos
en la convivencia y la charla del encuentro callejero a media
mañana.

En el flujo y reflujo del acelerado movimiento so­cial de


hombres de bien, ricos de poca dicha y pícaros con suerte se
aprecian rostros sonrientes, felices, de aquellos coterráneos
que lograron hacer realidad sus anhelos en regalos, viandas
y vinos de la fiesta navideña familiar. Presentes también
las caras y seños fruncidos, mortificadas porque no podrán
satisfacer deseos y antojos personales o de la prole.

El cuadro reinante anima y energiza el espíritu, asoma


la invitación para soltar el verso de la cosecha ajena en el
Suave Viento:
“Alegre transportas las risas
y acallas sollozos y suspiros
de alegrías y romances,
limpiador efectivo
de los actos del tiempo…
Desciendes colinas
y refrescas los valles
Transformas las penas en alegrías
y, a tiempos llegan a otros
con otras formas…”

¡Oh, hermosa temporada decembrina! Hay comi-


lo­nas y francachelas. Presencia notable tiene en las me­sas
hogareñas el platillo favorito en las madrugadas y mañanas
de desveladas y resacas; esa confección cu­linaria tan rica
y sabrosa que solamente saben preparar las amas de casa
hacendosas y hogareñas de las tierras generosas: “El menudo
Sonorense”.

170 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Los gerontes de mi tierra, dejaron notas orales del
Sonora viejo, del Sonora del maíz, la tierra de los cora­zones
de venados, la de los pueblos del Río Sonora, desde “San
Rafay pa’rriba” que reciben los vientos fríos que bajan de la
sierra de Aconchi cuando tiene el espinazo nevado, de que el
“Menudo” era originario de Ures.

Por las veredas ancestrales ha venido transitando la


versión de que los propietarios de las haciendas San Rafael,
Santa Rita y Bella Vista de aquellos entonces tan viejos;
acostumbraban, cuando sacrificaban reses, regalar y repartir
entre sus trabajadores los “dentros” y vísceras, panzas, hígados
y corazones. La mayoría de los trabajadores eran miembros
de la diáspora yaqui que se dispersó por el territorio sonorense
cuando to­caban diana, Así, en el diorama de haciendas y cam­
pos urenses nació el “menudo”.

En estos días humean las ollas panzonas de peltre


azul en las hornillas armadas en los traspatios. Se apre­cian los
aromas que desparrama por las vecindades el rico y sabroso
alimento “El menudo Sonorense”. Al que le musicalizó en el
diapasón de la inspiración el bardo nayarita Facundo Bernal
su canto:
“Oh, menudo sabroso te saludo
en esta alegre y refrescante aurora
en que reclamo alimento, pues es hora
en que tú estás cocido y yo estoy crudo.
Manjar tan delicioso, jamás pudo
colocar en su mesa una señora,
con más razón si es dama de Sonora
la tierra favorita del menudo.

Por eso te distingo y te respeto


por eso te dedico este soneto,
de tu grato sabor en alabanza.
Canten mis versos frescos y elocuentes
en honor de tus cinco componentes:
caldo, patas, maíz, tripas y panza.

A Cajeme, a todos sus hijos, profundamente agrade­


cido, entrego con emoción y respeto la expresión del día que
pasado mañana llegará ¡Feliz Navidad!
Profr. Abraham Montijo Monge 171
DE ROSARIOS A ROSARIOS…
“El Toloncho echó sobre el lomo de su caballo, la silla
de montar texana, apretó el cincho, metió la bota adornada
con espuela de rodaja vaquera, al estribo e hizo horqueta,
montando al magnífico zaino, brioso, recién pelechado, de
andadura de mula, pisar generoso.

Disfruta a plenitud el jinete los paseos a caballo. Inicia


las cabalgatas diariamente a media tarde y las termina cuando
las nubes luminosas reflejan el melancólico brillo del ocaso y
el sol está a punto de hundirse en las salobres aguas del canal
del infiernillo en los horizontes particulares de los seris.

¡Hermosos los atardeceres de mi tierra!

Trota y galopa por los suaves montes que rodean al


poblado. Remonta las cimas desde donde deja resbalar la
mirada para apreciar el orden y concierto en algunos tramos
y en otros el desparramo de casas y otras edificaciones del
conglomerado social al que pertenece, con el que vive y
convive.

Hay ocasiones en que “El Toloncho” aprovecha fines


de semana, puentes y fiestas de guardar, para visitar pueblos
de la comarca, conocerlos y recorrer a caballo, los montes,
cañadas y lomas de sus alrededores. Para el caso prepara con­
venientemente la vieja pero flamante “cheyene”, la montura,
arreos y las vituallas. No deja de revisar el transporte especial
del “penco”, la “traila” o rebiate. Algunas veces aprovecha la
celebración de algún santo comarcano para lucir la montura
de toda su estima con comedida actitud y respetuosa intención
de festejar, nada de picar cresta o sembrar envidia y enviar
toros a la raza brava.

En un “puente” de las fiestas patrias “El Toloncho” se


llegó hasta el retirado pueblo de Los Baiburines, escondido
entre valles, cañadas y montañas de la sierra el Talayote. No
obstante ser serrano el pueblo, es pacífico, hospitalario, muy
quieto y de mediodías somnolientos. Lo animan las horas de
rezos, el regreso de los lugareños de sus labores milperas y

172 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


el bullicioso volar de los chanates que en las bandadas rozan
las pequeñas torres de la capilla, silenciosa morada de San
Tuito.

Después de esculcar los alrededores de Los


Baiburines. “El Toloncho” siguió su entreten­imiento ecuestre
internándose en el caserío y sus culebreantes y disparejas
callejas. Al dar la vuelta en una esquina de una barda alta y
roñosa, por lo pendiente del terreno, el zaino apuró el paso,
pero el jinete lo frenó bruscamente y abriendo los ojos con
enorme asombro, debido a la sorpresa casi gritó:

- ¡Híjole el padre Santiaguito...!

En una testera de un portal, bajo la sombra de un roble


blanco se encontraba disfrutando de beat­ífica paz el Cura
Santiaguito a quien “El Tolon­cho” y la feligresía de su pueblo
habían perdido de vista, menos sabían de su persona, desde
hada varios años. Ya repuesto de la turbación y sus efec­tos,
se arrimó saludando con marcado gusto:

- ¡Quihúbole padre Santiaguito!

- ¡Pero hijo! ¿Qué andas haciendo? Mira que diosito


manda sorpresas.

Con emotivo y atropellado sentimiento se saludaron y


se abrazaron.

Ocupando las sillas dejaron correr la charla sobre


recuerdos y preguntas sobre el fulano y el zutano, el mengano
y el perengano, la situación del pueblo y otras muchas
vivencias. Una abun­dante y mal deshilvanada plática. Mucho
que contar y más que recordar. De pronto “El Tolon­cho”, ya en
confianza preguntó:

- ¿Cómo le hace Padre Santiaguito para vivir en éste


pinchi pueblo tan solo, hombre?

“La paso muy bien, muy feliz con mi cafecito y mi


rosario…”

Profr. Abraham Montijo Monge 173


- Después de la contestación el chuculi cuali, el
naguas prietas invita a propósito al visitante: “¿Gustas un
cafecito...?”.

“El Toloncho” con los cumplidos de rigor lo acepta y


agradece. El padrecito levanta la voz y pronuncia:

- ¡Rosario...!

“El Toloncho”, casi se traga la “manzana de Adán”.


Allí frente a él se hallaba parado un sober­bio cuerpo femenino
de mórbidas carnes, turgentes y abultados senos y un bello
rostro... ¡la felicidad del padrecito...!

174 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


EL ABANDONADO…
Don José Rubén Romero, enjundioso escritor y Jesús
Pérez Gaona el mentado Pito Pérez fueron grandes y leales
amigos. Juntos recorrieron “las uropas”, pueblos y comunidades
del hermoso estado de Michoacán. También dejaron un
testamento con especial contenido para la sociedad: estiércol
pa’los ricos y desprecio pa’los pobres.

Nosotros también, sin pretensión de similitud y


pedimento de dispensa por la intención de identidad, hemos
recogido en la senda de este andar a un buen hombre que
promete ser amigo sincero, útil y servicial, Bajo la comba
celeste, aceptó el bautizo y la imposición del nombre, sin
remilgos, se llama Chivirruy. Dice sentirse orgullosamente
sonorense “pa’los mexicanos del tronco y con reservas pa’los
de la punta”. Habla de frente y el llama a las cosas por su
nombre y responde con una sola palabra.

Andariego y observador recoge en la saca que trae en


el lomo, cuantas burundangas y cosas, hechos y sucedidos,
chisme y rumores, el material de la historiografía comarcana,
con la firmeza de intención de compartirlas con nosotros, con
usted que disfruta los chispazos del buen humor y evita los
diccionarios y los enredos de ideas.

Sentado bajo un alto tejabán y rodeados de matas y


árboles trasijados y de colores polvosos, tristes a consecuencia
del frío y de los vientos candelilleros del norte que nos han
azotado los últimos días, escucho al Chivirruy la siguiente
pincelada tan sonorense como la cola seca de la víbora de
cascabel.

El Chivirruy trabó amistad con “El Mojino”, un taquero


de allá de los terregales del norte del poblado de Bácum, de
esos que a una tortilla de maíz le echan tres tiritas de carne,
un puño de repollo y una cucharada de agua entomatada y
con chiltepines molidos, como salsa que enchila mucho los
labios.

Profr. Abraham Montijo Monge 175


Nuestro amigo fue enterado por “El Mojino” que la
mujer de éste lo había abandonado y se le había ido con otro.
Su mujercita linda se había burlado de sus sentimientos, su
honor y del hogar que con cariño y devoción de matrimonio le
había construido. Le pidió orientación y consejo para mitigar
la pena y soportar las miradas de conmiseración de su gente
familiar y amiga y las irónicas e hirientes de aquellos entes que
se solazan y se divierten con el dolor ajeno.

Así, “El Mojino”, orientado fue a dar ante el juez de paz,


que lo era el Chichí Puentes un per­sonaje de gratos recuerdos
entre los bacumenses de ayer. Persona de trato afable y
de conversación entretenida con vocabulario jocoserio y de
combate, según el caso.

Atento y comedido, el letrado atendió al ofendido y


adolorido taquero, quien con amplios por­menores lo enteró
del suceso. Como el señor juez conocía y llevaba la broma
con el abandonado le respondió zorruno en gesto festivo y sin
recato:

- ¡Pues hombre, Mojino, ya puedes dar un salto, soltar


un balido y tirarte un pedo…!

Aquel hombre saltó del asiento y le reclama con


lenguaje rudo al juez la falta de respeto y consideraciones
que merecía de una autoridad. Su situación conyugal estaba
terminada. Rojo de coraje y dando resoplidos salió a la
banqueta de la oficina “de lo civil” para echar afuera con todo el
pecho retacado de penas y ofensas, toda la rabia, la soberbia
de no hallar como acallar las burlas:

- ¡Esto se acabó Chichí, pero al cabo que la zorra va a


echar de menos el calor de mis brazos cuando se dormía.

- ¡Pero hombre, Mojino, cómo eres pendejo! ¿A poco


crees que se fue con una barra de hielo?

176 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


TRAGO AMARGO…
El estiaje apretaba la garganta de la tierra vieja.
Sentado en un equipal bajo la sombra precaria de la ramada
don Ole recibía el vaho que la tierra caliente y reverberante
despedía. El sol caía a plomo sobre el chiname de pare­
des formadas con el carrizo, batamote y el zo­quete ripiado.
Alrededor se levantaban a duras penas – y choros – algunos
arbolillos que pro­porcionaban sus guayabas, limones, higos y
yoyomos, cuando las temporadas lluviosas los favorecían con
alguna rociada. Los que nunca faltaban eran los guamúchiles,
que cual roscas de tripas de leche, forradas de grasa colgaban
del árbol leñoso y raíces profundas del árbol plantado a la
entrada del corral chivero.

Los moradores del jacal aplastado en me­dio del llano


polvoriento eran: la señora alta y regordeta, ojos grandes y
mofletudos cachet­es, con el vientre muy pronunciado, señal
evidente de próxima parición, un cuerpo deforme por la excesiva
práctica de la maternidad, que realizaba en aquel estado los
quehaceres domésticos, el acarreo del agua para el hogar a
considerable distancia en baldes o latas al­coholeras sobre la
cabeza, amortiguando mo­lestias, mediante el cayagual forjado
con el rebozo, prenda que alguna vez fue de color marino.

El jefe de la familia, alto y güilo, rostro con huellas


de la viruela, carrillos flojos, bigote ralo de cerdas largas
entreveradas de canas que caen sobre su boca ocupada
constantemente con los cigarros macuchos. Completan el
clan los buquis, que son varios, todos del mismo color, ojos
saltones y pies de talones rajados y dedos abiertos en tosco
abanico por el andar siempre a pata ráis. Dos que tres de ellos
conocieron el abecedario, porque concurrieron algún tiempo
feriado a la escuela rural de El Saúz, cuando llegaban a tener
profesor.

Cierto día, pardeando la tarde, en el jonuco hubo


movimiento. Entraban y salían mujeres llevando y sacando
palanganas con agua y trapos tintos en sangre. Señoras del
campo si­empre aprensivas y diligentes echaban la mano a
la partera que ayudaba a la Chepa de don Ole, a parir por
séptima vez.

Por fuerita, muy pendiente bajo el mezquite patiero

Profr. Abraham Montijo Monge 177


que daba sombra a la hornilla y el la­vadero, estaba el viejo en
compañía de otros ejidatarios, prestos para lo que se ofreciera,
esperando la llegada del producto de sus amores. Impaciente,
escuchando los quejidos y ayes de su amada, se empinaba la
cayetana de mezcal para calmar los nervios.

- ¡Ay, ay, ay, mamacita! Dios mío. Jesucristo,


ayúdame...

En los momentos del fin del doloroso trance, la


parturienta gritó con dolorido acento:

- ¡Ay, señor Dios, qué trago tan amargo estoy


pasando...!

El ejidatario, socarrón y festivo, reviró:

- ¡Ah, pero qué tal cuando te empinabas la botellita...!

Las chicharras pegadas los chíragüis y vinoramas en


flor, aturden con su interminable canto en onomatopeya de
bienvenida al buqui recién llegado, al nuevo habitante del ejido
Los Horcones…

178 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


BODA DE PUEBLO…
La perrada aventaba sus alegres notas al viento,
con ese ruido retumbante, sacudien­do el pecho del pueblo
celebrante de una boda. Eran las diez de la mañana, seguía la
segunda fase del matrimonio: la francachela, trago y comilona
recalentada, invite abun­dante y desde luego canto, baile y
zangolo­teo.

La novia emperifollada y en elegantes ropajes se


paseaba radiante, sus brillantes en los ojos y chapeteados
cachetes ¡bellísima! Por los corredores de la casa que pocas
horas después habría de abandonar en compañía de su
esposo, orgulloso mancebo que se pavo­neaba con aire de
gran señor entre sus ami­gos, que lo miraban con el tufillo de
la en­vidia y la malicia. Nueva pareja entraba en la sociedad.
Otros jóvenes más se habían libra­do de la tutela familiar.

Los suegros por su parte atendían a los invitados.


Gente venida de todos los confines de la sierra, el valle, la
llanura, la frontera y ranchos cercanos. La asistencia era
disímbola. Por un lado los trajes azul marino de los lugareños
elegantes. Referimos el color, porque es el preferido de los
matrimonios en los pueblos. Ropa de elevado precio por allá,
chamarras de cuero, bien hormados sombre­ros texanos,
pantalones vaqueros de paño especial, botas vaqueras de
cañas altas, pieles exóticas y puntas de saca porogüis. Las
dami­tas, bellas, preciosas como siempre, con sus bocas de
rojo como zinas abiertas: lucían dis­tinción y señorío con sus
mejores galas.

El jolgorio a medida que la bebida circula con profusión


y abundancia, aumenta la alegría, se acaban las inhibiciones,
varía el ambiente. En esta ocasión asistimos invita­dos de
honor, pues los novios eran nuestros compadres. Los suegros,
por consiguiente, en lugar desde el cual columbráramos los
acon­tecimientos y detalles de la fiesta. A un lado se hallaba la
mesa ocupada por la autoridad, el presidente municipal y otros
funcionarios con sus esposas.

Sobre la mesa y camuflada entre los demás

Profr. Abraham Montijo Monge 179


cascos de bebidas se hallaba una “cayetana” conteniendo
sabroso bacanora, especial para aquella ocasión. Había
sido conservado por el padre de la desposada durante tres
lustros en oscura damajuana. Honroso trato en cere­moniales
especiales acostumbraban dar el jugo de maguey en Sonora.
¡Costumbres, pues!

Al pasar frente a nosotros el Vale Chuy, lo invité


acomedido:

-¡Échese un sangre de Cristo…! El aludido, personaje


simpático actor de anécdot­as campiranas, narrador de
cuentos sin fin, héroe de cien batallas, contempló extasiado
el ambarino licor, admirando las burbujas del contenido, y
moviendo la cabeza en señal de aprobación, apuró fuerte
trago de buche y corrientada. Se limpió los labios en la manga
de la chamarra, soltó un chasquido de lengua y un satisfecho
¡ah! Y respondió:

- Esta no es sangre de Cristo amigo mío, son ¡lágrimas


de la virgen María...!

180 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


UNA SIMPLE PISTOLITA…
Algunos de los días idos, por las mañanas, la comba
ce­leste se pintó de azul límpido, fresco, alegre, arropando
todos los rincones y confines del valle de nuestros amores,
de nues­tros mejores deseos de salud económica y bienestar,
para to­dos nuestros coterráneos.

El sol, mientras tanto, con sus rayos inclinados en


acata­miento a la división de las estaciones climáticas que
transcurren cada año -y a las leyes astronómicas, por siempre
en vigor e imposibles de infringir, calentó los muros y techos
de los hogares, para proporcionar a los hijos de la ciudad;
cabecera municipal, un calorcillo agradable.

La humedad del ambiente y el verde saludable,


brilloso, limpio, del follaje de los árboles citadinos, tan poco
cuida­dos y maltratados, complementan el cuadro. Fueron
días de bella estampa para la vista, manjar para el espíritu,
disfrute y sosiego del alma. Cuadros re­vitalizantes, suficientes
para rendir con fervorosa emoción a quien rige el destino del
Universo, la oración de la ofren­da humana. ¡Gracias Señor…!

Con el ánimo oxigenado, un día de esos enfilamos la


mar­cha hacia el norte frío, con la intención de llegar a ninguna
parte, pero con el propósito de recorrer con calma y paciencia
la carretera federal número 15, la “cuatro carriles”, la de las
casetas de peaje, con las tarifas más caras y onerosas para el
an­dariego nacional, el nativo “que no podrá ser molestado en su
persona mientras pinte huella en tierra libre e independiente”,
según el rezo bonito de la Ley Suprema de la nación de la raza
galvanizada y maicera.

Se anota raza galvanizada, porque la de bronce, de


cabal­leros águila, caballeros tigre, desaparecieron hasta de
los libros de texto. ¡Hasta el águila altiva y emblemática la
dejó bonchi, patuleca y desplumada el gobierno del cambio.
¿Dónde estuvieron los caballeros leones para defenderla?

¡Ca taia, inapo caita culpa! resonó una voz en el alto


per­fil del Bacatete.

Profr. Abraham Montijo Monge 181


Amplia, con tramos escénicos y curvas que ya no
se cier­ran, la cuatro carriles se convirtió en la espina dorsal
de la comunicación en Sonora. El tránsito por ella se realiza
tran­quilo y seguro. Hay oportunidad de disfrutar del paisaje,
la flora hostil, espinosa y sedienta; lamentar la ausencia de
ejem­plares de la fauna, propia de la llanura semidesértica. No
se atraviesan al paso del viajero, liebres, coyotes o zorras;
a distancia, en las alturas, se recortan en el horizonte dando
macilento rodeo volátil cuatro o cinco zopilotes. En algún lugar
de la inmensa sabana, seguramente hay carroña.

Ya no hay contrastes entre la antes muy abundante y


ver­de vegetación del río y la que bordea la carretera federal 15.
Aquélla y la otra, tienen cuerpo y rostro de haber sido tremen­
damente explotadas. El desierto presenta abierto combate al
hombre inconsciente, con el fin de recuperar el terreno. Indi-
c­ativo es también que se calienta la temperatura del mediodía.,
oo”o se enfría el horario-&* Medianoche.

Quien bien reflexiona y prepara su bitácora, para


correr por la carretera sonorense, no tiene mayor problema
salvo alguna dificultad mecánica que se le presente. También
está muy vigilada por los entorchados y charreteros agentes
federales de caminos. Pero en es­tos tiempos de la delincuencia
organizada y la custodia de la sociedad, en manos de la co-
r­rupción, la desorganización, en los caminos nacionales abun­
dan los grajos, los tlacuaches y las vulpejas.

Maruchana, dama norteña se atrevió a transitar sola


por la carretera mencionada y sufrió el siguiente desaguisado:
Venía de Nogales, pero por ahí cerca del paraje el Divisadero
del León, poco antes de llegar a Hermosillo su lugar de
destino, sintió fallar el motor del au­tomóvil. Hizo alto y con la
prác­tica normal socorrida levantó el cofre y se agachó a tentar
alambres, golpear los postes de la batería. Al agacharse,
mostró parte de sus encantos: tobil­lo, pierna corva, tibia, casi
hasta el ya quisieras haberla visto y despertó los bajos instintos
de un individuo que se ofreció para auxiliarla.

En aquel solitario paraje la violó. Ya sabrán los gritos


que daba Maruchana.

182 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Un agente federal, llegó y la interrogó sobre lo
aconteci­do. Indagó sobre alguna señal, indicio, que le ayudara
a iden­tificar al malhechor. La dama, a moco tendido e hipando,
afirmó “el tipo era sonorense”.

- ¿Por qué asegura usted que era sonorense...?

- ¡Porque calzaba unas bototas, traía una hebillota y


una pistolita tamañita así...! así...

Profr. Abraham Montijo Monge 183


EL POLLORIO…
Por veredas y caminos reales aquel obispo Matías del
Zacatal, proseguía la actividad pastoral que había organizado
en aquel tiempo, por los pueblos entonces cimentados y bien
poblados de Cuquiárachic, Codórachic, La Hacienda de los
Tumores y el Pueblo de la Parición, entre otros de la vasta
y dilatada diócesis con sede directriz, aquí, en este oriente
de las preferencias del Chobola, el Chuluy y el Chomón,
cabezas principales de la caterva social de la región. Además
de entregar los dones y regalos de la confirmación a todos los
plebes merecedores y a uno que otro semilludo desbalagado,
entusiasta el prelado se entregaba a pregonar el verbo,
mostrar la cruz y enseñar la luz del acontecer religioso por los
y alejados andurriales.

La Esquipula del Zurdo fue la anfitriona at­enta y


deferente con el señor obispo. Puso a su disposición la
amplia y bonita finca, la mejor del lugar, para que repusiera
energías, descansando a sus anchas y bien replanado.
Adornó la mesa con la hospitalidad abundante de pan y sal,
y las mejores golosinas alimenticias de su receta culinaria
muy personal. También en jarras y picheles de gruesos vidrios
sirvió refrescantes y olorosas aguas frescas y otras bebidas
de hojas, granos y raíces como el tesgüino, el agua de saúco,
la horchata y el guajicopo para que aquel cristiano de alta
jerarquía y prosapia clerical remojara el gaznate y alijara
la garganta de los molestos y lijadores polvos del camino,
mientras introducía y mantenía sus pies en una palangana con
agua tibia para un buen relajamiento muscular. Iba a visitarlos
tan a lo largo que obligados estaban a darle atenciones como
lo ordenan y disponen los cánones de las buenas, atentas y
educadas gentes.

La casa de la Esquipula del Zurdo lucía am­plia y


espaciosa, arreglada conveniente para la ocasión, patios
barridos y regados, altas y gruesas paredes de adobe y
techos con tierra y materiales del lugar que atemperan las
temperaturas y climas de la estación reinante. Es­taba ubicada
la confortable casa habitación en la parte norte de la plazoleta
del pueblo, centro y puerto natural por donde suben y bajan
todos los habitantes y visitantes de la comar­ca.

184 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


Los lugareños habían desatado la fiesta. Vestían sus
mejores galas y hasta estrenaban ­muchos de “eos” - zapatos
y sombreros. Abund­aban, las caras satisfechas y sonrientes,
pues los chamacos ya habían recibido la bendición y la
cachetada de la confirmación y habían am­arrado “ninos”, otra
de las gracias de la religión católica. Entre alborozados gritos
y abrazos sube de tono la algarabía y se escuchan marca­dos
los “gracias compadre” y “gracias comadri­ta”. Claro en razón y
justicia, con bendita opor­tunidad aquellas almas agradecidas
con los di­oses celestes, se dejaban resbalar entre pecho y
espalda buenos fajos de mezcal y escancia­ban churumbones
de bacanora.

A la excelente y solícita anfitriona, muy de­vota y


ocupada persona, se le olvidó pregun­tarle al religioso cómo
quería degustar el pollo, previamente solicitado y para después
de los servicios. Con qué olores, colores y espe­cias deseaba
los alimentos. Para lo cual ordenó a su hijo El Cachú, que allí
a un lado sentado en cuclillas escuchaba, mientras escarbaba
las fo­sas nasales en busca del moco seco:

- Anda mi’jito, por favor, ve a preguntarle al obispo


Matías que cómo quiere que le prepare el pollo, que si blanco
o con chile...

El desarrollo de la misma ya iba muy adelan­tado,


por lo que El Cachú, chavalo aventado y queriendo cumplir
cabalmente con el encargo de su progenitora, interrumpió con
tonos y acentos requeridos:

- ¡Pater, dice mi mater que si cómo quiere el pollorio,


si blancorio o con chiloriooo...!

De inmediato recibió contestación en los mismos


tonos del intríngulis latinoide:

- ¡Hijo, dile a tu mater que lo quiero blanco­rio, porque


con chilorio arde mucho el sécula seculorum...!

La parroquia muy nutrida, atenta y partici­pativa


remató:

- ¡Amén!

Profr. Abraham Montijo Monge 185


PERO CON LA ZORRA ENCARAMADA…
Hubo caballo ensillado y nos fuimos a estirar la pata.
La ruta negra, asfaltada, recibe los rayos ti­bios del sol de
media mañana. La claridad eviden­cia muy tranquila, pero
apesadumbrada, la pobreza del suelo, la raquítica figura de la
flora y la ausencia de ejemplares de la fauna, propia del solar
estepario sonorense.

En onomatopeya presagiante de malos augu­rios, se


recortan en lo alto del cielo y contra el sol, las aves negras
y carroñeras en vuelo acompasado, formando círculo,
seguramente en previo disfrute del festín que habrán de
tener con el cadáver de algún semoviente, muerto de sed y
martirizado por el hambre, en aquellos andurriales resecos.

Las sibilas lanzan mensajes por todos los horizontes


lejanos y cercanos de la Rosa de los Vientos: manchones
de zacate buffel secos en los taludes camineros. Esta planta
forrajera fue traída a Sonora desde las llanuras del África por
el señor Santini, propietario del rancho del mismo nombre
localizado por la carretera rumbo a Navojoa. Muchas vidas
cobró la famosa “Curva de Santini”.

También se admiran mogotes de zacates y pasto,


esperando agua para brotar y prados de choyas famélicas, de
poca altura, sin nidos de “huitacochis”. La pupila recoge los
rastrojos y destrozos que la sequía va dejando para alimento
de la desertificación y reconquista del desierto. Solamen­
te adornan el iris el azul celeste, el negro de las cordilleras
recortadas en el horizonte y el follaje amarillo de las breas
y paloverdes en flor; son verdaderos arreglos florales en la
llanura sedienta y silente. Larguísimos hilos de alambre dé
púas, pro­tegen sin duda, extensos terrenos llenos de pesares
y angustias. La cuadrícula llanera, dilatada, calu­rosa, nos
abandona, mientras atravesamos a trancas y barrancas la
capital sonorense, próspera y orgu­llosa, pero con revoloteos
del smog de aún bajos imecas bajo su techo celar. Hemos
disfrutado los sonorenses de una bonita ciudad capital
adornada con zagalejos de la antigüedad y brochazos del
modernismo. Pero también hace pucheros y visa­jes ante el

186 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


deficiente, por la escasez, servicio de agua potable.

La bienvenida de los hermosillenses para los viajeros


provenientes del sur es desangelada y desvirtuante, basura
y chatarra, falta árboles y arbustos al centro y a los lados
de un boulevard moderno y ancho. En cambio por el norte,
el reci­bimiento es reconfortante y de reconocimiento por los
magníficos arroyos del tráfico, sin baches, trán­sito rápido,
disciplinado, seguro y camellón cen­tral en manos de la atención
y la arborización en las del cuidado permanente.

Seguimos como el halcón peregrino hacia el risco


que nos parió. Al paso nos reciben poblados, comunidades,
centros de trabajo empresarial y al­deas ejidales. Otras desde
la distancia nos envían el saludo caravanero. Un letrero en
tablero comer­cial en San Pedro del Saucito, nos anuncia que
allí “se venden huevos en escabeche de codorniz”. También
aquí en este lugar el turista glotón y tra­galdabas encuentra
abundante variedad de platillos de la comida sonorense para
el buen yantar y pegarle en tutta la madona al hambre y a la
desafi­nada y molesta sinfonía de las tripas.

Antes y atrás a un lado de la excelente carretera que


se dirige a los pueblos de la baja y alta sierra, dejamos lo que
queda de la ex-hacienda de El Molino de Camou. Esta hacienda
que fue la más grande por su extensión en los ríos Sonora y
San Miguel se llamó antiguamente “El Chino Gordo”. Contaba
con poco más de mil hectáreas de terreno de riego y catorce
mil de agostadero para la cría de ganado. Fue propiedad de
don Pedro Andrés Camou. En esta hacienda existió un molino
harinero que duró hasta agosto de 1915, año en que fue
atacada por una banda de yaquis, alzados, muriendo más de
sesenta personas, entre ellas Alberto Camou Olea hermano
de Alfredo Camou Olea, todo un personaje muy conocido aquí
entre nosotros los cajemenses, pues se desempeñó como juez
de campo y además fue padre del inolvidable Alfredo Camou,
¿quién no conoció al Moño Camou…?

En una esquina de los terrenos de la menciona­da ex-


hacienda se fundó el pueblo de San Francisco de Batuc. Los
habitantes de este poblado fueron desalojados de su pueblo

Profr. Abraham Montijo Monge 187


Batuc, primeramente por las aguas de la presa El Novillo y
por segunda ocasión, del pueblo que habían fundado cerca de
Topahue por las aguas de la presa de El Molinito o Ing. Rodolfo
Félix VaIdés. Esta presa está seca y llena de cascajos.

Topahue, en el dialecto ioeme, “donde el río hace


panza”, es una comunidad cuyos habitantes ninguno es nativo
de ella, pues por falta de servicios asistenciales nacieron en
Ures o Hermosillo.

San José de Gracia, ganadero y ejidal como el anterior


poblado, parió al general revolucionario de nombre Tranquilino
Peñúñuri, muy aventado “pixteador, musiquero y mujeriego...”

¡Pero ahí cerquita está el pueblo que me parió a


mí…!

Plaza y Kiosco de San Rafael, Ures, Sonora

188 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


NORTEÑOS CHICHIMECAS…
Guardo a manera de excitativa, una pequeña arista
del fértil pensamiento del yaqui, Mayo Murrieta, que me dejó
escrita con garabatos de médico en la contraportada de una de
sus obras: “Abraham: se escribe porque se siente. Se siente
y se vive…”.

École, amigo! Se siente porque lo que se escribe se


comparte con los lec­tores. Nosotros perseguimos ese fin. Se
vive dándole sentido a las cosas, revistiéndolas de calor y
afecto, a las obras nuestras, realizadas en el trasiego cotidiano
en el seno de la masa humana que nos rodea.

Hoy quiero charlar con usted, mi querido cuate, con


el ánimo de deshilvanar de nueva cuenta el devenir histórico
de Sonora: Es menester estar al corriente conociéndola,
haciéndole cariños para amarla más.

Establecido hipotéticamente está, el que los habitantes


de América provienen de horizontes asiáticos y penetraron
por el Estrecho de Bering y las Islas Aleutianas huyendo de
las glaciaciones y siguiendo la migración de los animales que
les proporcionaban sustento y vestido. Nuestros indígenas y
descendientes directos de ellos acusan rasgos chinos: pelo
lacio, pómulos salientes y ojos rasgados.

Para mayor comprensión del doblamiento de


Sonora, dividamos el país en dos regiones: Áridoamérica y
Mesoamérica. La segunda división, Mesoamérica, fue área
de civilizaciones sorprendentes en la cual se desarrollaron
las ciudades y la vida urbana. Residencia de jefes políticos
y religiosos, artesanos y mercaderes. Lugar de palacios y
pirámides.

Al norte de Mesoamérica un rasgo distingue y domina


el panorama geográfico: la aridez.

Es la región en la que vivieron cazadores y recolectores.


Fueron creadores de la ganadería los hombres cazadores y de
la agricultura al recolectar frutas, hojas y raíces: péchitas y
pitahayas, mostazas y chuales, bledos y tréboles, garambullos

Profr. Abraham Montijo Monge 189


y bachatas o sayas. Cazan venados y conejos. En ocasiones
practicaban la rapiña.

Todos los grupos raciales que poblaron la Áridoamé­


rica formaron la cultura bárbara, bronca del país, considerando
que sus opciones eran mon­taraces. Eran nómadas.

Anotaremos como entidades jurisdiccionadas en


Aridoamérica los Estados Unidos de América en su región sur y
los estados mexicanos que con ellos colindan: Baja California,
Sonora, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León.

Toda la región estuvo habitada por apaches, pieles


rojas, comanches, cochimíes, yaquis y mayos, tarahumaras,
cucapah, seris y guarijíos, pimas y ópatas. Todos estos grupos
formaron la cultura chichimeca. El vocablo chichimeca en
lengua nahoa, significa bárbaro.

En razón del concepto a los habitantes de la extensa


planicie norteña se les aplica el adjetivo calificativo de Los
Bárbaros del Norte.

José Vasconcelos, el nombrado Maestro de América,


durante su campaña política rumbo al norte, al cruzar la línea
divisoria entre Sinaloa y Sonora dicen que exclamó, respecto a
los bárbaros norteños: “Aquí termina la civilización y empieza
la carne asada...”.

El costumbrismo regional aplicó el apócope al término


“chichimeca” para calificar al individuo lelo, ova, atrabancado,
entrón, zafio, bravucón, decidido, torpe, como un individuo
meco: “ese fulano de tal es un meco...”.

Miremos en retrospectiva aquella: latitud que baja del


este serrano, se pre­senta angosta en el sur y se ensancha al
norte, poblada de flora desértica, erizada de espinas, choyas y
sibiris, sahuaros y echos, palofierro y mezquites, gobernadora,
la planta insigne y distintiva de la vegetación de Sonora, monte
y cobijo de coyotes y vulpejas, venados, víboras y serpientes,
iguanas y reptiles de la fauna temible. En el fondo azul de
la comba celeste se dibujan en vuelo cuervos y zopilotes,

190 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra


aguilillas y gavilanes, todo un conjunto, un diorama, de una
región hostil, inhospitalaria, calcinada y sedienta.

En el ámbito majestuoso y pródigo de Sonora se


delinean seis regiones geográficas: la sierra, la frontera, el
desierto, la costa y los valles del Yaqui y Mayo.

Para algunos historiadores y cronistas, la palabra


Sonora se origina de la lengua ópata, etnia que fue muy
numerosa y fue el único grupo que se mestizó o se cruzó con
la raza blanca. También existe la hipótesis de que la palabra
Sonora viene del término ópata Sonot, con el cual se referían
a la hoja de maíz.

No se descarta el que la palabra con que se nombró


a nuestra entidad viene de la expresión Señora. Los indios
habían escuchado a los españoles pronunciar la palabra
Señora y al no captar bien la fonética decían “Senora”. Por igual
razón o motivo en el dialecto yaqui existen muchos vocablos
españolizados como: cabai (caballo) o cuchai (cuchillo), por
ejemplo.

El origen del topónimo Sonora, se remonta hacia 1644.


Sonora, es macizo geográfico de ríos im­petuosos en tiempos
lluviosos y terreno cascajoso y lleno de arenas, en los días de
sequías largas y veranos caniculares.

Es Sonora, tierra de montañas ariscas, hostiles,


majestuosas.

Volveremos con el permiso de Tata Dios.

Profr. Abraham Montijo Monge 191


Con el morral a cuestas..
bocados y retazos de mi tierra

IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS


DE LA SECCIÓN 54 DEL S.N.T.E.
“Profr. Francisco Félix Bernal”
Obregón 64 Col. Centro
Hermosillo, Sonora, Mex.
Se terminó de imprimir en Marzo del 2007
PRIMER EDICIÓN DE 500 EJEMPLARES
MÁS SOBRANTES DE REPOSICIÓN

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