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El autor: Apunte biobibliográfico

Sin duda, una de las obras más originales de la narrativa argentina de la segunda mitad
del siglo XX es la de Daniel Moyano. Sus ocho libros de cuentos y siete novelas contienen
una reflexión, dinámica, no cerrada en sí misma, sobre la condición humana, sobre la
entidad de la realidad y las posibilidades del lenguaje para dar cuenta de ella. Contienen,
además, una experimentación con los elementos constitutivos de la narración, fueran
tiempo, espacio, personajes y tramas, con el fin de hacerlos aptos para el asunto narrado.
Y, finalmente, contiene, un particular uso de la lengua literaria no sólo en su vertiente
denotativa sino, sobre todo, en la connotativa, en la sonoridad de las palabras, en su
capacidad para ser más que ellas mismas. Con sencillez, con lirismo, con intención, dio
cuenta Daniel Moyano de la historia concreta con la que convivió su itinerario vital (de la
marginación, al exilio, pasando por la represión política) y la amplió con otros hitos, los que
no tiene que ver con los hechos sino con las emociones, la atemporal historia de las
aspiraciones, los sueños, las reflexiones o los deseos del ser humano.
Para construir esa obra extendida entre 1959, en que publicó su primer relato, y 1992,
cuando murió en Madrid, a Moyano le sobraron los obstáculos. Su biografía comienza en
paradoja, puesto que este escritor que orgullosamente reivindicó su arte como parte de la
expresión de las provincias argentinas nació, el 6 de octubre de 1930, en Buenos Aires, y
continúa en la lógica, tantas veces abyecta, del devenir histórico: un mes antes de su
nacimiento el general José Félix Uriburu se había levantado en armas contra el gobierno
constitucional de Hipólito Yrigoyen, dando con ello el primer mal paso de la aciaga injerencia
militar en la política argentina del siglo XX. Al reconstruir su memoria personal, Moyano no
dejará ese dato unido al mero azar de la coincidencia sino que, trasmutado en simbólico
aviso, interiorizará su condición de estar marcado por los golpes de estado, la frase materna
que el autor recreó en algunas entrevistas, «casi nacés de un susto», remite a un sentimiento
de angustia antiguo que ha nacido con el autor y dejará huella en su obra.
La situación de Argentina a esas alturas del siglo XX era sensiblemente diferente,
además, a la del país próspero que había sido foco de atracción para la emigración, entre
cuyo contingente se encontraba la familia materna del escritor originarios del norte de Italia,
puesto que los efectos de la caída de la Bolsa de Nueva York golpearon duramente la
economía argentina. 1930 fue la fatídica fecha de iniciación de la crisis que acarrearía el
crecimiento del desempleo y la marginación. Moyano nacía así en la época en la que el
poeta Leopoldo Lugones contemplaba alucinado la llegada de «La hora de la espada», en
el comienzo de la llamada «Década Infame»:
Yo nací en un país precario que en 1930, año de mi nacimiento, comienza su descenso, su
caída. Una caída estrepitosa hasta la situación actual. He vivido, me he criado en un país
provisional1.
De su experiencia vital extraerá Moyano los temas, los tonos, los personajes y el sentido
de su obra narrativa, buena parte de los cuales gravitan alrededor de las múltiples
agresiones que puede recibir el ser humano, sean estas sociales, culturales, económicas o
políticas, por eso, quizá, la literatura fue para este autor, además del espacio donde
encontrar certezas estéticas y remansos de armonía, el medio para tratar de enfrentar el
caos existencial:
Yo escribo para explicarme el mundo; no me lo explicaba, no me lo explico. Cada vez que
me pongo a escribir es un poco para entender todo esto. Las palabras se convierten en un
elemento mágico que permiten, aunque sea sólo en este plano, controlar el vivir y la realidad
que te rodea. Buscar el tiempo perdido en el caso de Proust. A mí me ha tocado una vida
bastante complicada, en un país complicado, lleno de violencia. Escribo un poco para tratar
de explicármelo2.
La infancia y juventud de Moyano transcurrieron en la provincia de Córdoba. Allí se
trasladó la familia en 1934 en medio de una situación marcada por la violencia doméstica
que acabaría con la vida de su madre y convertiría al padre en un sujeto ausente para el
niño y en un asunto difícil de enfrentar para el futuro escritor a tal punto que, Ricardo
Moyano, considerará la novela póstuma Dónde estás con tus ojos celestes (2005), un
definitivo ajuste de cuentas con hechos que habían poblado de sufrimiento y desazón la vida
de su padre:
Ya atacado por el mal que intuyó incurable, dejó todo para abordar «la pulpera», que es
como él llamaba a esta novela [...].
Escrita en Oviedo y en Madrid durante los últimos meses de su vida, no tuvo la oportunidad
de la más mínima corrección ni reescritura, y fue su precipitado canto del cisne.
La Pulpera es mi abuela que no conocí, es la Argentina, es Nieves de Libro de navíos y
borrascas, es una larga glosa al poema de Gelman y a la canción que escuchó en su
infancia, que le gustaba y que cantó muchas veces y que yo tuve el gusto de acompañarlo
con mi guitarra.
No creo tampoco que los horribles dolores de su enfermedad que padeció mientras escribía
los últimos capítulos de «la pulpera» fueran mayores o peores que los que sufriera en su
alma durante toda su vida y sobre todo en este ajuste de cuentas final con mi abuelo3.
En la sierra cordobesa, itinerante, junto a su hermana Blanca, en los hogares de
diferentes parientes, se desarrolló la primera etapa de su vida, aquella que luego lo facultaría
para escribir hermosos relatos protagonizados por niños marcados por el desarraigo, con
tramas nada efectistas, simplemente narraciones que penetran en la soledad, en el
sentimiento de orfandad, con la naturalidad que da el desconocimiento, con el dolor también:
La de mi abuelo fue la más intelectual de las casas donde viví. Porque tanto Blanca, mi
hermana, como yo, nos criamos con diversos parientes antes de ir a vivir con los abuelos.
Fue una etapa dolorosa, de miseria física y espiritual, entre los siete y trece años4.
Con diecisiete años se instaló en la ciudad de Córdoba para trabajar y estudiar. No
hubo mayor obstáculo para que ejerciera de albañil y fontanero pero la pobreza impidió que
sus estudios reglados pasaran del título básico de Enseñanza Primaria. Sin embargo, esta
fue una etapa clave en su formación como escritor ya que a través del conocimiento
autodidacta de la música y la lectura fue adquiriendo lo que no le ofrecieron las instituciones:
En Córdoba estudié un poco de alemán y de francés, empecé a leer a Kafka (decisivo) y a
Pavese en su lengua, asistía como oyente a las clases de la facultad de Filosofía [...]
estudiaba violín. Fueron diez años decisivos en mi evolución como escritor5.
En 1959, se estableció con su mujer, Irma Capellino, en La Rioja, el lugar de origen de
su familia paterna. Gracias a la ayuda del poeta Ariel Ferraro allí encontró, por primera vez
en su vida, un horizonte laboral acorde con sus inquietudes intelectuales. No le fue difícil
trazar lazos de amistad y compartir proyectos con los miembros del grupo «Calíbar» que
dinamizaban la vida cultural de la provincia. Participó en la creación del Conservatorio
Provincial de Música, formó parte como viola del Cuarteto de Cuerdas que pasaría más tarde
a ser la Orquesta de Cámara del Conservatorio. Fue uno de los fundadores del diario
riojano El Independiente, del que llegó a ser codirector, y fue corresponsal de diferentes
diarios argentinos, entre otros La Gaceta de Tucumán, La Prensa de Buenos Aires o La
Unión de Catamarca. En los diecisiete años de vida en La Rioja, Moyano hizo su casa,
nacieron sus hijos, Ricardo, Beatriz y M.ª Inés, escribió siete libros de cuentos, Artistas de
variedades (1960), El rescate (1963), La lombriz (1964), El fuego interrumpido (1967), El
monstruo y otros cuentos(1967), Mi música es para esta gente (1970) y El estuche del
cocodrilo (1974), y tres novelas Una luz muy lejana (1966), El oscuro (1968) y El trino del
diablo (1974). Obtuvo críticas favorables, entre otras la de Augusto Roa Bastos6, en el
prólogo a La lombriz, donde fijó las bases de lectura de esta nueva literatura producida en
las provincias que no se sentía obligada a repetir tradiciones locales y conectaba su mundo
literario con mitos universales; o el pionero estudio de Rogelio Barufaldi 7 que establecía las
categorías de personajes creados por Moyano y definía sus expectativas; o, finalmente, el
trabajo de Andrés Avellaneda8 en el que ponía de manifiesto los ejes narrativos sobre los
que construía sus cuentos el autor. Moyano fue distinguido con prestigiosos premios, así el
Primera Plana de la editorial Sudamericana por El oscuro. Su obra, además, comenzaba a
tener una presencia internacional gracias a las traducciones de E. H. Francis al inglés o con
la obtención de la Beca Guggenheim que le permitió viajar y disertar en universidades
de EEUU. Esos fueron sus años de estabilidad, no ajenos al dolor, de hecho en La Rioja
murió, con apenas cinco años, su hija Beatriz, y el marco donde se forjó su voz literaria:
La Rioja no es un lugar como algunos otros. No es una superficie tersa transitada de puntillas
por personajes que se representan a sí mismos. Yo la veo desnuda, toda huesos y vísceras,
invitándome a penetrarla, a sufrirla, lo que significa decir, vivir la vida de sus gentes9.
Siendo el lugar que representará su raíz en el mundo, elegido, conscientemente, por
afinidad no por azares biográficos:
La Rioja [...] es muchísimo más. Es por ejemplo Latinoamérica. Hasta que no viví en La Rioja
no lo supe. Pero ahora me doy cuenta de que a Latinoamérica la vivía sólo intelectualmente.
La Rioja es Latinoamérica. Es, ¿te das cuenta? Y eso es muy importante, porque
Latinoamérica es un mundo, el único mundo que tengo como mío, el único mundo que siento
mío10.
Los relatos que escribió en La Rioja, ya lo advirtió Augusto Roa Bastos, dejan en el
lector la sensación de estar ante un autor que asedia la misma o parecida anécdota desde
ángulos diferentes: son cuentos en su mayoría protagonizados por niños que viven
desarraigados en casas hostiles, generalmente la de un tío. Las situaciones se localizan en
un ambiente rural o en pequeñas ciudades en medio de una miseria extrema. La repetición
crea el efecto de lectura de estar ante el mismo relato y el personaje se convierte en un
arquetipo. De ellos sabemos que son niños, son huérfanos, viven rodeados de parientes sin
lazos de afectividad y mantienen siempre esperanzas truncadas de relato a relato. Así en
«La puerta» el protagonista aspira a cruzar el umbral de la casa de una niña vecina
pensando que esta será un hogar, la representación de un paraíso del que él está expulsado.
Sin embargo, al traspasar la puerta, se encontrará con una casa tan miserable y unas
condiciones de vida tan extremas como la suya; en «La espera» un niño aguardará cada
tarde, entre las burlas de los parientes con los que vive, la llegada de su padre sin que esta
se produzca en todo el relato; en «La lombriz» un niño vive con la numerosa familia de su
tío, todos tienen unos rasgos similares menos el protagonista, el diferente, el lastre a la hora
del reparto de la pobreza. Así podíamos continuar para caracterizar a esta criatura
protagonista de tantos relatos de Moyano cuyo espacio, la casa, no es un hogar sino un
lugar de encierro, del que van a ir siendo conscientes a medida que crezcan:
Él entonces sólo tenía trece años y ahora contaba diecinueve, cuando ya podía darse cuenta
de que estaba en el infierno11.
Con este personaje infantil de los primeros volúmenes de cuentos de Moyano, atrapado
en un espacio cerrado y con la angustia provocada por la ausencia de referencias
temporales concretas, estamos, por supuesto, ante la recuperación ficcional de la infancia
del autor y estamos, como lectores, ante la creación de una emblemática criatura del
universo literario de Moyano: los primeros seres inocentes que vagan en un mundo hostil
dispuestos a mantener una esperanza, a esperar un cambio que los lleve hacia lo imaginado
o soñado como hermoso. Algo parecido, en cuanto a sensación de encierro y deseo de
huida, va a desarrollar en sus dos primeras novelas, Una luz muy lejana (1966) y El
oscuro (1968). Ambas están relacionadas con conflictos de identidad, la primera es una
búsqueda de ese eje ordenador por parte del protagonista, un muchacho provinciano que
llega a una gran ciudad; la segunda es un asedio a la identidad a través de un adulto, el
coronel protagonista empeñado en rechazar sus rasgos, su semblanza aindiada que remite
a unos orígenes rurales y pobres, con horror irá descubriendo que no tiene escapatoria
porque su cara se parece cada vez más a la de su padre. Con esta novela introduciría
además, como telón de fondo del conflicto narrado, la historia coetánea del país ya marcada
por la injerencia militar, asunto que ha sido estudiado en esta y en la totalidad de la narrativa
de Moyano por Rodolfo Schweizer12.
En sus dos primeras novelas, Moyano ensayará unas técnicas narrativas que van más
allá de la sencillez expresiva de sus primeros relatos, ahora una estructura novelesca más
compleja será vehículo de expresión y reflejo de la temática de angustia y opresión que
desarrolla. Por ejemplo, los capítulos que forman Una luz muy lejana se correlacionan dos
a dos, el primero con el último, el segundo con el penúltimo y así sucesivamente. «Entrada»
y «Salida» son los títulos de los capítulos que abren y cierran la novela, la situación de
Ismael, su protagonista, no ha variado en nada desde su llegada a la ciudad, en el primer
capítulo, hasta que la abandona, en el último, y la similitud de los apartados (estructural y
verbal puesto que se repiten idénticas o similares frases y situaciones) incide en la
trayectoria circular del personaje, que, dicho sea de paso, inicia la saga de protagonistas
novelescos de Moyano: Ismael que lleva en su nombre la referencia bíblica del destierro,
que no alcanzará ninguno de sus sueños pero que aún así abandonará la ciudad pensando
que puede haber otro lugar posible, que la «luz» será «lejana» pero no por ello inalcanzable:
Porque no es posible que esto se prolongue para siempre, como las vías. Porque todos
ellos, los Chacones del mundo, terminan en alguna parte, en algún pozo sin fondo. Hay un
fondo previsto, sin duda, donde el asco y la putrefacción y la miseria terminan13.
El trino del diablo (1974) es un texto de gran importancia por varios motivos: con él se
cierra una etapa literaria al ser la última obra publicada por Moyano antes de su exilio,
comparte con la narrativa anterior la presencia de un protagonista, Triclinio, inmerso en un
conflicto que se narra como individual y toda su peripecia estará relacionada con la
posibilidad de entender el mundo que lo rodea y encontrar la salida para los asuntos
planteados; paralelamente, en él están presentes algunos de los elementos fundamentales
de la narrativa posterior de Moyano, sobre todo la indagación de la relación o el antagonismo
entre la música y la literatura. El asunto central de la novela tiene que ver con la tensión
cultural argentina entre la capital y las provincias. Todo ello se canaliza a través del relato
de las vicisitudes de un virtuoso violinista provinciano obligado por decreto a interpretar
piezas folclóricas. El protagonista emprende un viaje hacia Buenos Aires y allí tampoco
encontrará su lugar, si en la provincia era inútil por lo insólito de su talento y pretensiones,
en la capital será innecesario ante una masa informe de artistas similares.
Los personajes de esta primera etapa de la narrativa de Moyano no sucumben al
desaliento. Cada narración va postulando un final feliz, una especie de utopía particular.
Ismael, por ejemplo, imaginará en las páginas de Una luz muy lejana, una gran orquesta
formada por todos los desarrapados que lo rodean, interpretando, en el último piso iluminado
de un gran edificio, situados en una altura no sólo física por primera vez, una hermosa
composición. Claro que es una visión, un sueño del protagonista. Al igual que los niños de
los cuentos cifraban sus esperanzas en crecer, en huir, sin conseguir escapar nunca en el
margen del relato.
En El trino del diablo, novela en que ya está introducida como elemento central de la
narración la represión política, Triclinio, en medio de un sinfín de calamidades, también
sueña diferentes finales felices. Uno de ellos es la reconstrucción de La Rioja para un
concierto final en el que intervienen todos los músicos de Villa Violín (villa miseria en la que
se refugian los perseguidos, los amenazados, músicos todos), con materiales de deshecho
se construye ese lugar de origen que nunca es del todo un espacio objetivo, sólo parece ser
bajo «la luz de una luna de utilería», concluyendo así la historia de un violinista despistado
en un mundo violento. Con esta novela se iniciaba en la obra de Moyano un estilo narrativo
que daba cabida a la parodia irónica para poder acceder a una dimensión terrible de la
realidad. La música comienza en esta novela a ser, más que un tema, una posibilidad de
expresión literaria, asunto que ha estudiado, en profundidad en todos los textos de Daniel
Moyano, Cecilia Corona Martínez14.
En 1976, durante los primeros días del golpe militar, Moyano es encarcelado:
Vinieron tres del Ejército al día siguiente del golpe, me apuntaban con las armas, les pedí
permiso para cambiarme porque estaba en pijama todavía y se metieron hasta el dormitorio
apuntando, me llevaron con varios más, profesores, periodistas, qué sé yo, toda la
intelectualidad de La Rioja, y me tiraron adentro de un oscuro calabozo en el regimiento.
Estuve doce días encerrado sin que me interrogaran y sin que me dieran una explicación15.
Una vez liberado, decide irse de su país que ahora es para él, como para tantos
argentinos, una inmensa cárcel:
Cuando me soltaron, y después de mucho insistir, pude enterarme de que la razón era mi
ideología. Y ahí me puse a pensar cuál era, y me di cuenta de que mi única ideología era el
idioma. Entonces decidí que lo mejor para nosotros era irnos16.
Con su familia se trasladó a Madrid. En España fueron especialmente duros los
primeros años porque el mundo cultural fue refractario con él, y volvió con fuerza el
sentimiento de enajenación y desarraigo:
[...] yo no me he habituado a vivir en este medio. Han sido siete años muy duros. No en
cuanto a lo externo, a lo que haya podido hacer o no. Me refiero a lo interno, a lo anímico
[...]. Yo tuve la mala suerte, la desgracia, de no haber tenido suficiente paciencia o visión
como para dedicarme a algún tipo de tarea que estuviera más en consonancia con lo que
soy. En estos años me han ido despersonalizando poco a poco, lentamente17.
Puede entonces decirse que la de Moyano fue una trayectoria vivida desde el lado de
la continua injerencia del contexto político y económico en la esfera personal. La Rioja sería
el espacio arrebatado por la violencia, aquél lugar donde se pudo ser y quedó fijado en la
memoria porque físicamente se perdió:
En 1910 al cumplirse el centenario, Lugones escribe una serie de poemas llamados «Odas
al ganado y a las mieses» dónde le canta a esa Argentina ganadera, feliz y satisfecha. El
poema termina: «¡Feliz quien como yo ha bebido patria en la miel de su selva y su roca!».
Nosotros, los que son como yo, no hemos tenido patria, porque patria es otra cosa18.
Si los acontecimientos de su vida anterior al exilio tienen eco en su obra, lo vivido a
partir de 1976 también pasará a las narraciones que escribió en España, así la represión
política que gravita en El vuelo del tigre (1981); el largo e irreversible exilio, en Libro de
navíos y borrascas(1983); la imperiosa necesidad de reconstrucción de una memoria
colectiva que dé sentido a una historia personal, en Tres golpes de timbal (1989) y la
condición de extranjería en Un sudaca en la corte (1992). Entre los estudios que han
marcado las líneas de análisis de esta etapa destacamos los que establecieron Sergio
Colautti19, a través de una visión panorámica de los elementos centrales de la narrativa de
Moyano; Sara Bonnardel20que indagó en la relación entre los hechos históricos desatados
durante el Proceso y la narrativa del autor; José Luis de Diego21, que enmarcó la obra de
Daniel Moyano en el contexto de la narrativa argentina durante la dictadura militar; y
Teodosio Fernández22, que analizó la evolución de su técnica narrativa atendiendo a los
movimientos literarios de las letras hispanoamericanas.
El cambio temático irá acompañado de una aguda variación en la expresión narrativa,
sobre la alegoría se construye El vuelo del tigre (1981). Su tema central es la represión, en
ella una familia, los Aballay, serán encerrados en su propia casa por un grupo de
«percusionistas», los «salvadores» de la patria en la trama narrativa que coincide, lejos de
cualquier razón de índole lógica, con la realidad histórica. En el pretendido proceso de
reeducación, de transmutación de sus antiguos valores, de cambio de costumbres y forma
de vida, lo primero que se les hurtará a los Aballay será la capacidad para
comunicarse. Perderán el habla no sólo por la condena al silencio sino por la devaluación
de las palabras al no tener ya estas un significado preciso. No obstante, las palabras serán
las primeras en retornar, como entes físicos, volando por las calles, a Hualacato, el pueblo
sojuzgado en la novela, cuando desaparezcan los represores. El estudio de la envergadura
que la lengua tiene, a niveles formales e intelectuales, en la obra de Moyano ha sido
realizado por Marcelo Casarín23.
La primigenia indagación del autor en el desarraigo y la marginación social lo hacían
particularmente sensible para encontrar lazos de unión con los que expresar la represión
política y el exilio, ya había ido acomodando su expresión literaria, con la parodia y la
alegoría, a los nuevos temas que la realidad le imponía sin variar la pulsión narrativa
tendente a encontrar salidas esperanzas para los conflictos planteados. Del personaje
arquetípico inicial irá dando paso a la construcción de personajes de signo colectivo, sin
perder lo que caracterizaba a sus criaturas literarias, el desvalimiento y la inocencia. Moyano
no creó héroes, en términos épicos, no creó tipos abiertamente beligerantes con los
poderosos (salvo en sueños), ni ideológicamente demasiado activos, sino tipos comunes
que representan el objeto paciente de una situación apocalíptica, que practican la resistencia
porque se saben víctimas:
Después de todo en Hualacato están muriendo muchos Kicos. Y cada Kico es apenas tres
o cuatro cosas sin ninguna importancia, nada que contar en una fiesta24.
De la marginalidad de estos personajes surge el doloroso absurdo, los Aballay, como a
continuación pasará con los conosurenses exiliados de Libro de navíos y borrascas o con
los habitantes de Minas Altas en Tres golpes de timbal, no participan en la elaboración de la
trama histórica en la que está envuelta su existencia, sólo la padecen. Desconocen, además,
el sentido de las situaciones por las que atraviesan aunque se empeñan en analizar, e
incluso tratar de entender, los acontecimientos.
En Libro de navíos y borrascas Moyano narró el primer estadio del exilio, el preciso
momento, angustioso, en que ni siquiera se sabe qué ha pasado, hacia donde se va o cómo
será la existencia lejos de lo conocido y cotidiano. El material narrativo se forma a partir de
las sensaciones de despojo y la continua interrogación. En la novela ni siquiera se recuerda
la patria perdida porque todavía no se concibe tal pérdida, al contrario, las referencias al
regreso son constantes, la más notable es querer llamar al barco en el que se encuentran
los personajes «Volver». Moyano crea así un espacio de reflexión abrupta, completa y
profunda sobre el sentimiento de exilio en sí, donde la escisión que se produce en el sujeto
está relacionada con la disolución del espacio (la novela sucede durante una travesía, en
medio del océano, ya no en un no-lugar sino en un lugar sin tierra, en un lugar móvil: el
Cristóforo Colombo, el barco) y con la ruptura de la cronología desde el momento en que
desaparecen los límites temporales, algo que obsesiona a los navegantes de este barco: se
han quedado sin presente en su tierra y no tienen proyecto alguno de futuro. La envergadura
estética que la experimentación de la transformación adquiere en esta novela de Moyano ha
sido estudiada por Manuel Fuentes25.
Setecientos son los navegantes forzosos de Libro de navíos y borrascas, por tanto es
este un avatar compartido y con ello, aun en medio del desarraigo, se ha detenido el conflicto
identitario, ahora el protagonista de Moyano es capaz de reconocerse en los demás y
definirse con ellos:
[...] los que vamos aquí somos peoncitos, medio actores, medio músicos, medio poetas,
medio novelistas, nunca nada entero. Titiriteros o músicos, en todo caso saltimbanquis. La
derecha y la izquierda, juntas, se ríen de nosotros. Pueden invitarnos a una fiesta, a ver,
che, tocate una piecita; y los muñecos del viejo, fabulosos; los chicos se han divertido como
locos; vuelvan cuando puedan; no se pierdan. Ni el poder estable ni la revolución se hacen
con muñequitos o poemas. En esa tragedia que pasan en el teatro principal de la ciudad ni
siquiera somos personajes secundarios, ni apuntadores ni tramoyistas, ni los que mueven
los decorados, ni los que alzan o bajan el telón; ni siquiera los espectadores, ni el que vende
las entradas en la taquilla; ni siquiera idiotas útiles, ni siquiera el indiferente que está
tomando un cafecito en el bar de enfrente del teatro y no sabe de qué va la cosa. Nada.
Somos los pelotudos permanentes. Ni siquiera eso: boluditos alegres más bien, haciendo
puzzles con sonidos o palabras o colores, crucigramistas de la vida, y todo para qué, ni
siquiera para divertirnos porque lo hemos tomado demasiado en serio y el mundo va por
otro lado, en una joda violentísima26.
Sin embargo hay algo que esta estirpe de desterrados sigue sin comprender: el agudo
desequilibrio que aprecian entre la belleza del mundo y el horror de la vida. Así en esta
novela se creará toda una estructura de análisis que encontraremos desarrollada en la
siguiente, Tres golpes de timbal. El eje de este pensamiento se localiza en la dicotomía entre
la Naturaleza y el ser humano, se abrirá hacia las leyes que rigen el universo y el continuo
caos creado por el hombre y ese es el paso definitivo para diferenciar los sonidos como
entidades de la naturaleza, regidos por leyes de armonía, de las palabras, siempre azarosas,
a veces ambiguas, susceptibles de corrupción y degradación de su sentido, invariablemente
incompletas.
En Libro de navíos y borrascas los navegantes del Cristóforo Colombo considerarán
necesario componer un «Diario de a bordo» donde quede anotada la ruta del viaje y sirva
para que posteriores viajeros alcancen un puerto seguro. Lo que pueda llegarse a escribir
en ese cuaderno de bitácora será la única certeza y, en medio de tantas pérdidas, el narrador
protagonista intuye que ese relato representará algo absoluto, permanente e inmutable. De
ahí Rolando pasa a creer, con una intensidad proporcional a su desvalimiento, que serán
las palabras anotadas las que marcarán la ruta hacia el final del viaje. Finalmente, el Diario
de abordo, sólo contendrá una frase: «Anoche comenzaron a cambiar las estrellas» y habrá
que esperar hasta Tres golpes de timbal para que se materialice la utopía soñada por los
personajes de Moyano. Si a Triclinio se le llenaba la cabeza de sonidos que le impedían
comprender la realidad, y a Rolando, ese violinista metido a escritor, se le quedaba en una
frase el diario en el que había cifrado sus esperanzas de exiliado, en la novela del 89 se
alcanzará la unión de los dos elementos, la música y la literatura, para perpetuar la memoria
de los habitantes de Minas Altas, el pueblo imaginario al que se han ido desplazando una
comunidad perseguida. Los refugiados de Minas Altas se esconden tras nombres de letras
(Jotazeta, Eme, Eñe, Emebe, etc.) porque se saben amenazados y confían sus últimas
esperanzas de permanencia en la redacción de un manuscrito. La composición de ese texto
conlleva relatar las historias que sobre el pueblo cuentan los muñecos de un titiritero, Fábulo,
y hallar el tono adecuado, una melodía concreta, «la canción del gallo blanco»: aquella que
sonaba en Lumbreras (ciudad mítica, comienzo de las masacres posteriores de las que han
ido huyendo los supervivientes) en el momento de ser arrasada. Así que en este texto se
funden los asuntos esenciales, los sonidos y las palabras, calibrados como vías de escape
por los personajes de anteriores novelas y todos los elementos constitutivos del relato, sea
la caracterización de los personajes, el tiempo, el espacio narrativo y la situación dramática,
junto al estilo, acompañarán el hallazgo que Moyano realiza en esta novela.
Moyano, en sus declaraciones, daba las pautas de lo que para él representaban la
música y la literatura, concepciones que aparecen diseminadas en su obra:
La música es un hecho de la naturaleza. Es un hecho estético que a la vez está en la
naturaleza. Las leyes musicales están en la naturaleza y las leyes literarias, creo, no
pertenecen a ese mundo27.
A Triclinio los sonidos que invadían su cabeza en los momentos en que la peripecia
novelesca se volvía amenazadora lo «preservaban» de la realidad; por su parte Rolando
declaraba su desazón ante la tarea que decide emprender relacionada con narrar una
historia marcada por la abyección política:
[...] lo que me revienta es tener que hablar de perros y de gatos, de tigres que se matan,
odio todo esto y no puedo cambiar de realidad28.
Rolando prefería «cantar» a «contar» lo que sucede, e intuía que la solución podría
estar en narrar no sólo con estructuras musicales sino de acuerdo a unas esencias que
conectasen lo humano a la armonía del mundo y tratasen de mezclarse lo justo con la vida:
Salvo que a esta altura final del segundo milenio y la destrucción de casi todo no valga
realmente la pena contar nada, para qué. Más práctico y menos duro sería intentar una
canción, vidala o baguala qué sé yo, algo que en vez de meterte más en el mundo te saque
un poco de él. Una canción como una tregua. Y con cuatro estrofas todo dicho como en la
vidala [...] contar como quien canta una vidala29.
En este punto aparece la noción de palabra-clave en la obra de Moyano: esa que
consigue con su perfecta inflexión rescatar del caos o la amenaza a los personajes,
encontrar la modulación que permita, en palabras de Rolando, «soñar la realidad en un
mundo ficticio», para que la aspiración utópica no sea sólo una formulación, un ensueño,
sino que se materialice trazando un «puente» entre esa «maravilla» (la aspiración, que no
es un vano deseo) y este «desencanto» (la realidad de los personajes). El puente, la
objetivación de la utopía diseminada en tantas narraciones, y por tanto la salida del laberinto
de esta etapa de la narrativa moyaniana, llegará con la fiesta de las palabras que se produce
en Tres golpes de timbal, en medio, no lo olvidemos, de la tragedia. Las historias que van a
ir llenando el manuscrito de Eme Calderón son pequeños relatos populares, cualquier
palabra vale en este ejercicio de composición con materiales de todo tipo, no sólo los
provenientes de la alta cultura, el cariz tradicional que va adquiriendo la composición abarca
a todos los elementos narrativos, el tipo de personaje, las historias que se cuentan y la banda
que se ha ido formando para hallar el sonido primigenio que consiga el rescate de Lumbreras
y por tanto exprese la memoria colectiva de Minas Altas. Así la canción va elaborándose a
partir de indicios del pasado, recuerdos de todos los lugareños e inspiraciones de la
naturaleza que recoge una orquesta variopinta, en la que hay un piano pero también
cualquier objeto capaz de emitir sonidos, en la que cada músico agrega sus particulares
arreglos. Una vez terminada la canción varias postas de chasquis, que la memorizan y
también la alteran, la trasladarán a Minas Altas. Al llegar la melodía, Eme puede comenzar
a escribir sobre Lumbreras y esas palabras que se resistían en anteriores novelas nacen
insertándose en lo real, creando realidad:
Con la pluma gruesa que uso para los títulos, escribí con jugo de limón la palabra
desaparecida. La arrimé al calor del fuego. Los bordes del papel empezaban a tostarse, sin
que apareciesen los trazos invisibles, como si no tuviese voluntad de revivir. Lumbreras,
Lumbreras, la llamé, ayudando al fuego, como a los cóndores cuando vuelan. Y no sé si por
el calor o por mi voz, los trazos fueron apareciendo. Primero en las partes rectas de las
letras, luego en las difíciles curvas recargadas de jugo. Sólo cuando la sentí viva la retiré del
calor. Temblaba, ella, en mis manos. Lumbreras, dije cuidadosamente de modo que sonaran
bien las letras. Y para que empezara a respirar como los recién nacidos la escribí, por
primera vez con tinta, en la cabecera de esta hoja. [...] Entonces fue posible ver el pueblo
que nombraba30.
Moyano no propone, en esta novela, en la totalidad de su proyecto narrativo, una utopía
propiamente dicha sino que construye una forma de pensamiento utópico, ya que la utopía
conllevaría formular un sistema concreto de sociedad y es precisamente el orden impuesto
en el mundo por el hombre lo que rechaza esta literatura. Además la utopía, cualquiera de
ellas, pretende insertarse en la Historia, Moyano, sin embargo, quiere salirse de ella e
incardinar a sus personajes en una dimensión artística. Paradójicamente, este punto es el
que mayor afinidad tiene con el significado del término. Realmente lo planteado por Moyano
no tiene lugar, sólo tiempo. Su fantasía hay que crearla fuera de lo conocido, una colectividad
ajena a la que es lo que en definitiva constituye Minas Altas: un pueblo que vive en la
sonoridad de las palabras, que ha burlado el destierro con la escritura.
Daniel Moyano consideraba que Tres golpes de timbal cerraba un ciclo, una etapa de
su escritura, los temas que lo vinculaban a la literatura latinoamericana, y podía, en
consecuencia, abrir otro capítulo, y algo de ello hay en sus libros póstumos. En los cuentos
de Un silencio de corchea(1999), el rescate de una memoria feliz y una historia argentina
convertida en recuerdo. Con intenso lirismo, con humor, recuperó la armonía de unos
recuerdos que, una vez fijados en relatos, «ya nunca serán pasado irremediable»
(«Concierto para dos viejas»). A la memoria individual dedicará Dónde estás con tus ojos
celestes descubriendo en ella, a través de las peripecias de un músico argentino exiliado en
España, la dolorosa concomitancia entre la historia colectiva, o política, y la personal, o
íntima. Moyano, ese escritor sin patria, terminaba su obra narrativa donde la empezó: en el
país de origen, en la tierra que marcó su historia aunque muriera en Madrid, rodeado de su
familia, el 1 de julio de 1992.
Virginia Gil Amate
(Universidad de Oviedo)

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