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a).ILUSTRACIONES:
El fuego que destruye, el radio, el veneno como antídoto
Conclusión:
A David le resultó natural entrar a la presencia de Dios, para fortalecerse,
porque este proceso se había convertido en un hábito en su vida. En el
Salmo 25, declara: «A ti, OH Señor, elevo mi alma. Dios mío, en ti confío;
no sea yo avergonzado, que no se regocijen sobre mí mis enemigos.
Ciertamente ninguno de los que esperan en ti será avergonzado; sean
avergonzados los que sin causa se rebelan. Señor, muéstrame tus
caminos, Enséñame tus sendas. Guíame en tu verdad y enséñame, porque
tú eres el Dios de mi salvación; en ti espero todo el día. Acuérdate, OH
Señor, de tu compasión y de tus misericordias, que son eternas» (1–5).
Siempre resulta difícil buscar al Señor en medio de la tormenta si no era
esta nuestra costumbre cuando nos iba bien en la vida. La amargura del
momento nos seduce a mirar hacia adentro, a concentrarnos en la
intensidad del dolor que estamos padeciendo. Solamente aquellos que
han disfrutado en pleno de las delicias del Señor resistirán esta tentación
y fijarán, sin titubear, los ojos
en Aquel que es la esperanza de los que enfrentan dificultades.