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La Crisis nos fortalece o nos destruye

Texto:1 Samuel 30:6


Introducción:
Contexto: Durante años David había estado huyendo de Saúl, quien
buscaba la forma de
Atraparlo y darle muerte. David y sus hombres moraban en el desierto y
periódicamente realizaban incursiones en la región para obtener
provisiones para ellos y sus familias. Al regresar, de una de estas
campañas, a su campamento, en Ciclag, descubrieron que los amalecitas
lo habían atacado durante su ausencia. Habían asolado el campamento
y llevado cautivas a las mujeres y a todos los que habían quedado en
él. Encontrar este
Desastre provocó una crisis inmediata y profunda para David,
rápidamente, sus hombres le echaron la culpa de lo sucedido y hasta lo
amenazaron con darle muerte.

a).ILUSTRACIONES:
El fuego que destruye, el radio, el veneno como antídoto

b).El apóstol Pedro le escribió a los discípulos del primer siglo:


«Amados, no sesorprendan del fuego de prueba que en medio de ustedes
ha venido para probarlos, como si alguna cosa extraña les estuviera
aconteciendo» (1Pe 4.12). Algunos, evidentemente, consideraban que
caminar con Cristo representaba la garantía de no sufrir las dificultades y
los contratiempos que son comunes a todos los hombres. No
obstante, Pedro quería que el pueblo de Dios tuviera en claro que el
«fuego de prueba» sería parte normal de la vida de ellos en Cristo. En
lugar de motivarnos a buscar una vía que nos asegure una vida sin
dificultades, somos llamados a imitar el ejemplo que nos dejaron quienes
nos han precedido en la fe. Ellos nos indican cómo debemos conducirnos
cuando somos golpeados duramente por las desgracias que
ocasionalmente
nos tocan sufrir, en este caso es David quien enfrento una crisis.

c).Proposición: Nuestra actitud determina si los golpes de la vida


cosecharan amargura o fortaleza en el Corazón.
O.de.T: Veamos a continuación algunos aspectos que la Crisis provoco en
la vida de David y como el actuó para salir adelante.

I)La Crisis está más allá de nuestro control (1 Sam. 30:1-2)


No ocurrió por un descuido de David, ni por alguna imprudencia que él
hubiera cometido que
su campamento fue asolado. David era un hombre bueno, temeroso de
Dios, sumiso a su Palabra. No obstante, sufrió duros reveses. Nadie ejerce
control sobre la totalidad de los eventos que sobrevienen a su vida. A
todos, tarde o temprano, nos toca ser golpeados duramente en algún
aspecto: familia, padres, hijos, relaciones, carrera profesional,
pertenencias o salud personal. No se trata solamente de que no podemos
evitar estas desgracias, sino de que, al vivirlas, nos hacemos uno con una
multitud de siervos y siervas de Dios que sufrieron
duramente el golpe de la adversidad. Así pasó con José, a quien sus
hermanos vendieron como esclavo; con Moisés, cuya gente más allegada
lo cuestionó por pura rivalidad; con David, al cual persiguió Saúl durante
doce años; o con Jesús, que sufrió la traición de sus más íntimos
seguidores.
II).La Crisis golpea nuestra humanidad (1 Sam. 30:3)
El texto indica que, frente a la desolación del campamento, «David y la
gente que estaba con él alzaron su voz y lloraron, hasta que no les
quedaron fuerzas para llorar» (2). El llanto es una emoción normal en
situaciones de crisis; constituye la «válvula de escape» para el torbellino
que experimentan nuestras emociones. Aunque algunos asocian la
madurez con no llorar, las lágrimas son un regalo de Dios para aliviar
tensiones y derramar, ante él, nuestras almas. No está mal que lloremos
ni tampoco que reconozcamos la fragilidad en la que nos hallamos. José
lloró ante el regreso de sus hermanos; David lloró ante la pérdida de
Jonatán; Jesús lloró frente a la tumba de Lázaro y los ancianos lloraron
cuando despidieron a Pablo en Mileto. Reprimir las lágrimas produce una
tensión interior que se manifestará, más adelante, en ira o depresión.

III).La Crisis prueba nuestras convicciones (1 Sam. 30:6)


El texto señala que «David estaba muy angustiado porque la gente
hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba amargado, cada uno a
causa de sus hijos y de sus hijas». La reacción más común en situaciones
de crisis es que el corazón se llene de amargura.
Pablo exhorta a los efesios: «Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol
sobre vuestro enojo,
ni deis lugar al diablo» (4.26–27). Cuando no logramos resolver
rápidamente esos sentimientos,
comienzan a envenenar nuestro interior. «Mirad bien, no sea que alguno
deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura,
os estorbe, y por ella muchos sean contaminados » (He 12.15). Cuando el
enojo se instala en el corazón del hombre, el Señor encuentra la puerta
cerrada y, automáticamente, se abre otra que le da paso al diablo. Este
último utilizará esa condición para destruir por completo todo lo bueno
en esa persona. La amargura lleva, también, a que ataquemos a los que
están más cerca de nosotros, echándoles la culpa por los eventos.
Debemos desarrollar la absoluta convicción de que la perspectiva del
amargado nunca es espiritual. La persona amargada adopta una postura
airada hacia la vida, por la cual no acepta correcciones, porque lo único
que reconoce es el dolor de su propio corazón.

IV).La Crisis ofrece la mejor oportunidad para buscar a Dios (1


Sam. 30:6)
David conocía bien los peligros de dar campo a la amargura. Por esto, el
texto relata que «David se fortaleció en el Señor su Dios». Entendía, tal
como él mismo lo expresó en el Salmo 51, que los hijos de Dios no pueden
vivir aplastados por la tristeza: «Restitúyeme el gozo de Tu salvación, Y
sostenme con un espíritu de poder» (12).
Así como el enojo y la amargura convierten en infructuosa la obra, el
regocijo y la alabanza al Señor, también preparan el camino para producir
buen fruto. David buscó al Señor porque sabía que en él encontraría las
fuerzas y la gracia que él no poseía en sí mismo. Del mismo modo, en
medio de la crisis, el lugar al que debe primeramente acudir el discípulo
es la presencia del Altísimo. Allí deberá entregar su angustia y esperar
que el Señor lo ministre, que le manifieste la perspectiva celestial de la
situación. Este proceso puede ser tan intenso como la
misma lucha que sostuvo Jesús en Getsemaní. Tuvo que volver tres veces
a orar hasta que aseguró la óptica correcta de lo que venía por delante. Y
así lo afirma el autor de Hebreos, cuando comenta: «quien por el gozo
puesto delante de Él soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha
sentado a la diestra del trono de Dios» (12.2).

Conclusión:
A David le resultó natural entrar a la presencia de Dios, para fortalecerse,
porque este proceso se había convertido en un hábito en su vida. En el
Salmo 25, declara: «A ti, OH Señor, elevo mi alma. Dios mío, en ti confío;
no sea yo avergonzado, que no se regocijen sobre mí mis enemigos.
Ciertamente ninguno de los que esperan en ti será avergonzado; sean
avergonzados los que sin causa se rebelan. Señor, muéstrame tus
caminos, Enséñame tus sendas. Guíame en tu verdad y enséñame, porque
tú eres el Dios de mi salvación; en ti espero todo el día. Acuérdate, OH
Señor, de tu compasión y de tus misericordias, que son eternas» (1–5).
Siempre resulta difícil buscar al Señor en medio de la tormenta si no era
esta nuestra costumbre cuando nos iba bien en la vida. La amargura del
momento nos seduce a mirar hacia adentro, a concentrarnos en la
intensidad del dolor que estamos padeciendo. Solamente aquellos que
han disfrutado en pleno de las delicias del Señor resistirán esta tentación
y fijarán, sin titubear, los ojos
en Aquel que es la esperanza de los que enfrentan dificultades.

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