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El sacrificio: una inversión eterna

Carol B. Thomas
First Counselor in the Young Women General Presidency
“El sacrificio es un principio asombroso… Puede desarrollar en nuestro interior un profundo amor
hacia los demás y hacia nuestro Salvador, Jesucristo”.

Como madre, creo que uno de los relatos más desgarradores del Antiguo Testamento es
el de Abraham, a quien el Señor le pidió que ofreciera en sacrificio a su joven hijo, Isaac.
Sara debió tener por lo menos 100 años cuando Isaac fue llevado a la montaña. Como
muestra de bondad hacia ella, creo que Abraham no quiso decirle lo que intentaba hacer,
lo cual significó que él tuvo que soportar solo esa grandiosa prueba de fe.
El presidente Lorenzo Snow dijo en una ocasión: “NingÚn ser humano podría haber
hecho lo que Abraham hizo… excepto que haya estado inspirado y hubiese llevado en sí
la naturaleza divina para recibir esa inspiración” (The Teachings of Lorenzo Snow, ed.
Clyde J. Williams, 1984, pág. 116).
Empezando con Adán, todos los profetas del Antiguo Testamento han guardado la ley de
sacrificio. El sacrificio es una parte integral de la ley celestial, que nos señala hacia el
sacrificio más glorioso de todos: nuestro Salvador, Jesucristo.
El presidente Gordon B. Hinckley definió el sacrificio de manera muy bella cuando dijo:
“Sin el sacrificio no existe la verdadera adoración de Dios… 'El Padre dio Su Hijo, y el Hijo
dio Su vida', y nosotros no adoramos a menos que demos… que demos de nuestra
substancia… nuestro tiempo… fortaleza… talento… fe… [y] testimonio” (Teachings of
Gordon B. Hinckley, 1997, pág. 565).
Hermanos y hermanas, una de las cosas que nos distingue del resto del mundo es la ley
del sacrificio. Somos un pueblo del convenio, bendecidos con oportunidades para adorar
y dar, pero, ¿estamos plenamente convertidos al principio del sacrificio? Acude a mi
mente el joven rico, a quien enseñó el Salvador, que preguntó: “¿Qué más me falta?”
(véase Mateo 19:20). JesÚs le dijo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende [todo] lo que
tienes… y ven y sígueme” (Mateo 19:21).
Analicemos tres formas en que el sacrificio nos ayuda a seguir al Salvador: el enseñar a
nuestra familia, el dar al pobre y al necesitado, y el dar de nosotros mismos en la obra
misional.
Primero, ¿cómo podemos enseñar a nuestras familias a sacrificar? Mi abuelo, Isaac
Jacob, fue un gran ejemplo para mí; criaba ovejas y envió cuatro hijos a la misión.
Durante la Depresión, a mi madre le llegó la oportunidad de servir en una misión y recibió
el llamamiento para servir en Canadá.
La situación del abuelo llegó a nivel crítico cuando le llamaron del banco para preguntarle
qué significaban los $50 dólares al mes que retiraba para la misión de mamá. Él había
sacado un préstamo y estaba pagando la elevada tasa del 12% de interés. Los
banqueros no quedaron satisfechos y le dijeron que sacara a mamá de la misión y la
trajera a casa.
Al día siguiente el abuelo dio su respuesta: “Si esa muchacha regresa a casa, las ovejas
serán de ustedes y se las dejaré enfrente de la puerta”. Eso tomó a los banqueros de
sorpresa. Ellos utilizaban los servicios del abuelo para que se hiciera cargo de otros
negocios que el banco había adquirido para la cría de ovejas, y no querían que nadie más
cuidara de todas esas ovejas. Mamá terminó su misión y el ejemplo del abuelo le enseñó
a su familia la importancia del sacrificio.
Al enseñar a nuestras familias a sacrificar, debemos también enseñarles a negarse a sí
mismos. Se cuenta que cuando una mujer le pidió consejo al general de la Guerra Civil,
Robert E. Lee, en cuanto a la crianza de su hijo, él contestó: “Enseñe a su hijo a negarse
a sí mismo” (véase Joseph Packard, Recollections of a Long Life, 1902, pág. 158).
Debemos evitar saturar a nuestros hijos con cosas materiales. Es posible que al darle
demasiado a un niño lo privemos de la alegría. Si nunca le permitimos desear algo, nunca
disfrutará el placer de recibirlo.
¿Exhortamos a nuestros hijos a sacrificar al donar su tiempo y recursos, como ayudar a
un vecino desamparado o dar amistad a quien lo necesita? A medida que se concentren
en las necesidades de los demás, sus propias necesidades se vuelven menos
importantes. El gozo verdadero proviene del sacrificio en favor de los demás.
Segundo, podemos dar de manera más generosa al pobre y al necesitado. Al visitar a los
miembros de la Iglesia, me quedo asombrada al ver la bondad de los fieles Santos de los
Últimos Días. Un joven de Colombia, a quien lo crió una de sus abuelas, era propietario
de varias tiendas de reparación de calzado, y era el conserje del barrio. Cuando fue
llamado a la misión, no sólo había ahorrado suficiente dinero para costear sus propios
gastos, sino que también había contribuido fondos adicionales para el sostén de otro
misionero.
¿Y en lo que respecta a compartir nuestros alimentos, ropa y muebles? El Señor nos
manda no codiciar nuestros propios bienes (véase D. y C. 19:26). En muchos lugares
tenemos la bendición de tener las tiendas Deseret Industries. Podemos enseñar a
nuestros hijos a donar la ropa que ya no usen, y que aÚn esté de moda, lo que permitirá
que otros se vistan también a la moda.
Son muchas las recompensas que se reciben al compartir nuestras posesiones
materiales. El rey Benjamín nos recuerda de ello cuando dice: ”…a fin de retener la
remisión de vuestros pecados de día en día, para que andéis sin culpa ante Dios…,
quisiera que de vuestros bienes dieseis al pobre… tal como alimentar al hambriento,
vestir al desnudo, visitar al enfermo, y ministrar para su alivio…” (Mosíah 4:26). Todos
podemos buscar las muchas oportunidades que tenemos en la vida de dar y de compartir.
El tercer aspecto del sacrificio es la obra misional. Como parte de nuestra asignación de
visitar los barrios y las ramas de la Iglesia, vemos la tremenda necesidad de tener
misioneros mayores. No se imaginan todo el bien que ellos realizan al demostrar amor a
los misioneros y enseñar a los miembros locales la doctrina y la cultura de la Iglesia.
Recientemente el presidente Hinckley visitó una conferencia de estaca en una región de
gente acomodada, de la cual sólo cuatro matrimonios estaban sirviendo en misiones. Con
la esperanza de inspirar a más miembros a servir, él les prometió que sus hijos y nietos ni
siquiera los extrañarían mientras estuviesen ausentes. Con la invención del correo
electrónico, esos matrimonios mayores misioneros pueden enviar y recibir cartitas casi
cada día.
Sus años de experiencia serán una bendición para los demás y ustedes descubrirán cuán
maravillosas son las personas en realidad. ¡En las misiones de la Iglesia se les necesita!
Oren para adquirir ese espíritu de aventura y un deseo de servir una misión. ¡Disfrutarán
de más placer que viajar en casas rodantes o sentarse en una mecedora!
Jóvenes, esperamos que ustedes estén emocionados en cuanto a la obra misional.
Apenas la semana pasada a cada una de las jóvenes de la Iglesia se le invitó a traer a
una joven más a la plena actividad de la Iglesia. ¡Qué maravilloso sería si los jovencitos
se unieran a nosotros en este esfuerzo!
Muchos de ustedes están haciendo cosas extraordinarias. Megan oró muchos meses por
dos amigas que no eran miembros de la Iglesia, e hizo los arreglos para que una de ellas
se inscribiera en seminario e invitó a la otra a recibir las enseñanzas de los misioneros.
Esas dos jovencitas se bautizaron recientemente. La Iglesia les necesita. El presidente
Hinckley no puede andar por los pasillos de la escuela y enseñar a los amigos de
ustedes, pero ustedes sí, y el Señor está contando con ustedes. Nos sentimos orgullosas
del valor que ustedes tienen conforme comparten con sus amigos el amor que sienten por
el Evangelio.
El sacrificio es un principio asombroso. A medida que de todo corazón demos de nuestro
tiempo y talentos y todo lo que poseemos, se convierte en una de las formas más reales
de adoración. Puede desarrollar en nuestro interior un profundo amor hacia los demás y
hacia nuestro Salvador, Jesucristo. Mediante el sacrificio los corazones pueden cambiar,
podemos vivir más cerca del Espíritu y tener menos apetito por las cosas del mundo.
El presidente Hinckley enseñó una gran verdad cuando dijo: “No es un sacrificio vivir el
Evangelio de Jesucristo. Nunca es un sacrificio cuando recibimos más de lo que damos.
Es una inversión… una inversión más grande que cualquier otra… Sus dividendos son
eternos y perdurables” (Teachings of Gordon B. Hinckley, págs. 567–568).
Es reconfortante saber que no se espera que hagamos esa inversión solos. Al igual que
Abraham de antaño, nosotros tenemos una divinidad interior que nos permite recibir
inspiración mediante los poderes del cielo. Hermanos y hermanas, ruego que al hacer
esas cosas, lleguemos a amar el principio del sacrificio, para que este grandioso principio
nos acerque más a nuestro Salvador, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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