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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

TEXTO Nº 1

LECTURA

Lee detenidamente la siguiente lectura:

“EL NIÑO JUNTO AL CIELO”


Enrique Congrains

Por alguna desconocida razón. Esteban había llegado al lugar exacto,


precisamente al único lugar…Pero, ¿no sería, más bien, que “aquello” había
venido hacia él? Bajó la vista y volvió a mirar. Sí, ahí seguía el billete
anaranjado, junto a sus pies, junto a su vida.
¿Por qué, por qué, él?
Su madre se había encogido de hombros al pedirle, él, autorización para
conocer la ciudad, pero después le advirtió que tuviera cuidado con los carros
y con las gentes. Había descendido desde el cerro hasta la carretera y los pocos
pasos, divisó “aquello” junto al sendero que corría paralelamente a la pista.
Vacilante, incrédulo, se agachó y lo tomó entre sus manos. Diez, diez,
diez, era un billete de diez soles, un billete que contenía muchísimas pesetas,
innumerables reales. ¿Cuántos reales, cuántos medios, exactamente? Los
conocimientos de Esteban no abarcaban tales complejidades y, por otra parte, le
bastaba con saber que se trataba de un papel anaranjado que decía “diez” por
sus dos lados.
_siguió por el sendero, rumbo a los edificios que se veían más allá de ese
otro cerro cubierto de casas. Esteban caminaba unos metros, se detenía y
sacaba el billete de su bolsillo para comprobar su indispensable presencia.
¿Había venido el billete hacia él se preguntaba o era él, el que había ido hacia
el billete?
Cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basuras,
desperdicios de albañilería y excrementos; llegó a una calle y desde allí al
famoso mercado, el Mayorista, del que tanto había oído hablar. ¿Eso era Lima,
Lima, Lima….? La palabra le sonaba a hueco. Recordó: su tío le había dicho que

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Lima era una ciudad grande, tan grande que en ella vivían un millón de
personas.
¿La bestia con un millón de cabezas? Esteban había soñado hacia unos
días, antes del viaje, en eso: una bestia con un millón de cabezas. Y ahora él,
con cada paso que daba, iba internándose dentro de la bestia…
Se detuvo, miró y meditó: la ciudad, el Mercado Mayorista, los edificios de
tres y cuatro pisos, los autos, la infinidad de gentes algunas como él, otras
como él y el billete anaranjado, quieto, dócil, en el bolsillo de su pantalán el
billete llevaba el “diez” en su rostro y en su conciencia. El “diez años” lo hacia
sentirse seguro y confiado, pero sólo hasta cierto punto. Antes, cuando
comenzaba a tener noción de las cosas y de los hechos, la meta, el horizonte,
había sido fijado en los diez años. ¿Y ahora? No, desgraciadamente no. Diez
años no era todo. Esteban se sentía incompleto, aún. Quizá si cuando tuviera
doce, quizá si cuando llegara a los quince, quizá. Quizá ahora mismo, con la
ayuda del billete anaranjado.
Estuvo dando algunas vueltas, atisbando dentro de la bestia, hasta que
legó a sentirse parte de ella. Un millón de cabezas y, ahora, una más. La gente
se movía, se agitaba, unos iban en una dirección, otros en otra, y él, Esteban,
con el billete anaranjado, quedaba siempre en el centro de todo, en el ombligo
mismo.
Unos muchachos de su edad jugaban en la vereda. Esteban se detuvo a
unos metros de ellos y quedó observando el ir y venir de las bolas; jugaban dos
y el resto hacia rueda. Bueno, había andado unas cuadras y por fin encontraba
seres como él, gente que no se movía incesantemente de un lado a otro.
Parecía, por lo visto, que también en la ciudad habría seres humanos.
¿Cuánto tiempo estuvo contemplándolos? ¿Un cuarto de hora? ¿Media
hora, una hora, acaso dos? Todos los chicos se habían ido, todos menos uno.
Esteban quedó mirándolo, mientras su mano dentro del bolsillo, acariciaba el
billete.
-¡Hola, Hombre!
-Hola ... respondió Esteban susurrando, casi.
El chico era más o menos de su misma edad y vestía pantalón y camisa
de un mismo tono, algo que debió ser kaki en otros tiempos, pero que ahora
pertenecía a esa categoría de colores vagos e indefinibles.
-¿Eres de por acá? Le preguntó a Esteban.
-Si, este….se aturdió y no supo cómo explicar que vivía en el cerro y
que estaba en viaje de exploración a través de la bestia de un millón de
cabezas.
¿De dónde, ah? Se había acercado y estaba frente a Esteban. Era más alto
y sus ojos inquietos le corrían de arriba abajo. ¿De dónde, ah? Volvió a
preguntar.
De allá, del cerro y Esteban señaló en la dirección en que había venido.
¿San Cosme?
Esteban meneó la cabeza, negativamente.
¿Del Agustino?
-Si, de ahí exclamó sonriendo. Ese era el nombre y ahora lo recordaba.
Desde hacia meses, cuando se enteró de la decisión de su tío de venir a
radicarse a Lima, venia averiguando cosas de la ciudad. Fue así como supo que
Lima era muy grande, demasiado grande, tal vez; que había un sito que se
llamaba Callao y que ahí llegaban buques de otros países; que había lugares
muy bonitos, tiendas enormes, calles muy bonitas, tiendas enormes, calles
larguísimas…. ¡Lima…! Su tío había salido dos meses antes que ellos con el

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propósito de conseguir casa. Una casa. ¿En qué sitio será?, le había preguntado
a su madre. Ella tampoco sabía. Los días corrieron y después de muchas
semanas llegó la carta que ordenaba partir. ¡Lima…! ¿El cerro del Agustino,
Esteban? Pero él no lo llamaba así. Ese lugar tenía otro nombre. La choza que su
tío había levantado quedaba en el barrio de Junto al Cielo. Y Esteban era el
único que lo sabía.
Yo no tengo casa….dijo el chico después de un rato. Tiró una bola contra
la tierra y exclamó: ¡Caray, no tengo!
¿Dónde vives, entonces? Se animó a inquirir Esteban.
El chico recogió la bola, la frotó en su mano y luego respondió:
En el mercado, cuido la fruta, duermo a ratos….Amistoso y sonriente,
puso una mano sobre el hombro de Esteban y le preguntó: ¿Cómo te llamas tú?
Esteban ….
Yo me llamo Pedro tiró la bola al aire y la recibió en la palma de su mano.
Te juego, ¿ya Esteban?
Las bolas rodaron sobre la tierra, persiguiéndose mutuamente. Pasaron
minutos, pasaron hombres y mujeres junto a ellos, pasaron autos por la calle,
siguieron pasando los minutos. El juego había terminado, Esteban no tenía
nada que hacer junto a la habilidad de Pedro. Las bolas al bolsillo y los pies
sobre el cemento gris de la acera. ¿Adónde, ahora? Empezaran a caminar juntos.
Esteban se sentía más a gusto en compañía de Pedro, que estando solo.
Dieron algunas vueltas. Más y más edificios. Más y más gente. Más y más
autos en las calles. Y el billete anaranjado seguía en el bolsillo. Esteban lo
recordó.
¡Mirá lo que me encontré! Lo tenía entre sus dedos y el viento lo hacia
oscilar levemente.
¡Caray! Exclamó Pedro y lo tomó, examinándolo al detalle. ¡Diez soles,
caray! ¿Dónde lo encontrástes?
Junto a la pista, cerca del cerro explicó Esteban.
Pedro le devolvió el billete y se concentró un rato. Luego preguntó:
¿Qué piensas hacer, Esteban?
No sé, guárdalo seguro….y sonrió tímidamente.
¡Caray, yo con una libra haría negocios, palabra que sí!
¿Cómo?
Pedro hizo un gesto impreciso que podía revelar, a un mismo tiempo,
muchísimas cosas. Su gesto podía interpretarse como una total despreocupación
por el asunto los negocios o como una gran abundancia de posibilidades y
perspectivas. Esteban no comprendió.
¿Qué clase de negocios, ah?
¡Cualquier clase, hombre! Pateó una cáscara de naranja que rodó desde la
vereda hasta la pista; casi inmediatamente pasó un ómnibus que la aplanó contra
el pavimento. Negocios hay de sobra, palabra que sí. Y en unos dos días cada
uno de nosotros podría tener otra libra en el bolsillo.
¿Una libra más? Preguntó Esteban, asombrándose.
¡Pero claro, claro que sí..! volvió a examinar a Esteban y le preguntó: ¿Tú
eres de Lima?
Esteban se ruborizó. No, él no había crecido al pie de las paredes grises, ni
jugando sobre el cemento áspero e indiferente. Nada de eso en sus diez años,
salvo lo de ese día.
No, no soy de acá, soy de Tarma; llegué ayer…
¡Ah! Exclamó Pedro, observándolo fugazmente ¿De Tarma, no?
Sí, de Tarma….

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Habían dejado atrás el mercado y estaban junto a la carretera. A medio


kilómetro de distancia, el barrio de Junto al Cielo, según Esteban. Antes del viaje,
en Tarma, se había preguntado: ¿Iremos a vivir a Miraflores, al Callao, a San
Isidro, a Chorrillos, en cuál de esos barrios quedará la casa de mi tío? Habían
tomado el ómnibus y después de varias horas de pesado y fatigante viaje,
arribaban a Lima. ¿Miraflores? ¿La Victoria? ¿San Isidro? ¿Callao? ¿Adonde,
Esteban adónde? Su tío había mencionado el lugar y era la primera vez que
Esteban lo oía nombrar. Debe ser algún barrio nuevo, pensó. Tomaron un auto y
cruzaron calles y más calles. Todas diferentes, pero, cosa curiosa, todas
parecidas, también. El auto los dejó al pie de un cerro. Casas junto al cerro, casa
en mitad del cerro, casas en la cumbre del cerro. Habían subido y una vez arriba,
junto a la choza que había levantado su tío, Esteban contempló a la bestia con
un millón de cabezas. La “cosa” se extendía y desparramaba, cubriendo la tierra
de casas, calles, techos, edificios, más allá de lo que su vista podía alcanzar.
Entonces Esteban levantado los ojos, y se había sentido tan encima de todo o
tan abajo, quizá que había pensado que estaba en el barrio de Junto al Cielo.
Oye, ¿Quisieras entrar en algún negocio conmigo?
Pedro se había detenido y lo contemplaba, esperando respuesta.
¿Yo…? titubeando preguntó: ¿Qué clase de negocio? ¿Tendría otro billete
mañana?
¡Claro que sí, por supuesto! Afirmó resueltamente.
La mano de Esteban acarició el billete y pensó que podría tener otro
billete más, y otro más, y muchos más. Muchísimos billetes más, seguramente.
Entonces el “diez años” seria esa meta que siempre había soñado.
¿Qué clase de negocios se puede, ah? Preguntó Esteban.
Pedro sonrió y explicó:
Negocios hay muchos…Podríamos comprar periódicos comprar revistas,
chistes…hizo una pausa y escupió con vehemencia. Luego dijo,
entusiasmándose: Mira, compramos diez soles de revistas y las vendemos
ahora mismo, en la tarde, y tenemos quince soles, palabra.
¿Quince soles?
¡Claro, quince soles! ¡Dos cincuenta para ti y dos cincuenta para mi! ¿Qué
te parece, ah?
Convinieron en reunirse al pie del cerro dentro de una hora; convinieron en
que Esteban no diria nada, ni a su madre ni a su tío; convinieron en que
venderían revistas y que de la libra de Esteban, saldría muchísimas otras.
Esteban había almorzado apresuradamente y le había vuelto a pedir
permiso a su madre para bajar a la ciudad. Su tío no almorzaba con ellos, pues
en su trabajo le daban de comer gratis, completamente gratis, como había
recalcado al explicar su situación. Esteban bajó por el sendero ondulante, saltó
la acequia y se detuvo en el borde de la carretera, justamente en el mismo
lugar en que había encontrado, en la mañana, el billete de diez soles. Al poco
rato apareció Pedro y empezaron a caminar juntos, internándose dentro de la
bestia de un millón de cabezas.
Vas a ver qué fácil es vender revistas, Esteban. Las ponemos en cualquier
sitio, la gente las ve y, listo, las compra para sus hijos. Y si queremos nos ponemos
a gritar en la calle el nombre de las revistas, y así vienen más rápido… ¡Ya vas
a ver qué bueno es hacer negocios…!
¿Queda muy lejos el sitio? Preguntó Esteban, al ver que las calles seguían
alargándose casi hasta el infinito. Qué lejos había quedado Tarma, qué lejos
había quedado todo lo que hasta hacia unos días había sido habitual para él.

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No, ya no. Ahora estamos cerca del tranvía y nos vamos gorreando hasta
el centro.
¿Cuánto cuesta el tranvía?
¡Nada, hombre! Y se rió de buena gana. Lo tomamos no más y le decimos
al conductor que nos deje ir hasta la Plaza San
Martín.
Más y más cuadras. Y los autos, algunos
viejos, otros increíblemente nuevos y flamantes,
pasaban veloces, rumbo sabe Dios dónde.
¿Adónde va toda esta gente en auto?
Pedro sonrió y observó a Esteban. Pero,
¿Adónde iban realmente? Pedro no halló
ninguna respuesta satisfactoria y se limitó a
mover la cabeza de un lado a otro. Más y más
cuadras. Al fin término la calle y llegaron aun
especie de parque.
¡Corre! Le gritó Pedro, de pronto. El
tranvía comenzaba a ponerse en marcha.
Corrieron, cruzaron en dos saltos la pista y se
encaramaron al estribo.
Una vez arriba se miraron,
sonrientes….Esteban empezó a perder el temor
y llegó a la conclusión de que seguía siendo el
centro de todo. La bestia de un millón de
cabezas no era tan espantosa como había
soñado, y ya no le importaba estar siempre,
aquí o allá, en el centro mismo, en el ombligo
mismo de la bestia.
Parecía que el tranvía se había detenido
definitivamente, esta vez, después de una seria
de paradas. Todo el mundo se había levantado
de sus asientos y Pedro lo estaba empujando.
-Vamos, ¿Qué esperas?
-¿Aquí es?
-Claro, baja.
Descendieron y otra vez a rodar sobre la
piel de cemento de la bestia. Esteban veía más
gente y las veía marchar sabe Dios dónde con
más prisa que antes. ¿Por qué no caminaban
tranquilos, suaves, con gusto, como la gente de
Tarma?
Después volvemos y por estos mismos
sitios vamos a vender las revistas.
-Bueno asintió Esteban. El sitio era lo de menos, se dijo, lo importante era
vender las revistas, y que la libra se convirtiera en varias más. Eso era lo
importante.
-¿Tú tampoco tienes papá? Le preguntó Pedro, mientras doblaban hacia
una calle por la que pasaban los rieles del tranvía.
-No, no tengo…. Y bajó el cabeza, entristecido. Luego de un momento,
Esteban preguntó: - ¿Y tú?
-Tampoco, ni papá ni mamá. Pedro se encogió de hombros y apresuró el
paso. Después inquirió descuidadamente:

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¿Y al que le dices “tío”?


-Ah…él vive con mi mamá, ha venido a Lima de chofer…calló, pero en
seguida dijo: -Mi papá murió cuando yo era chico….
-¡Ah caray…! ¿Y tu “tío”, qué tal te trata?
-Bien; no se mete conmigo para nada.
-¡Ah!
Habían llegado al lugar. Tras un portón se veía un patio más o menos
grande, puertas, ventanas, y dos letreros que anunciaban revistas al por mayor.
-Ven, entra –le ordenó Pedro.
Esteban adentro. Desde el piso hasta el techo había revistas, y algunos
chico como ellos, dos mujeres y un hombre, estaban seleccionando lo que
deseaban comprar. Pedro se dirigió a uno de los estantes y fue acumulando
revistas bajo el brazo. Las contó y volvió a revisarlas.
-Paga.
Esteban vaciló un momento. Desprenderse del billete anaranjado era más
desagradable de lo que había supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el bolsillo
y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera necesario.
-Paga –repitió Pedro, mostrándole las revistas a un hombre gordo
que controlaba la venta
-¿Es justo una libra?
-Sí, justo. Diez revistas a un sol cada una.
Oprimió el billete con desesperación, pero al fin terminó por extraerlo del
bolsillo. Pedro se lo quitó rápidamente de la mano y lo entregó al hombre.
-Vamos –dijo jalándolo.
Se instalaban en la Plaza San Martín, y alinearon las diez revistas en uno
de los muros que circundan el jardín.
-Revistas, revistas, revistas señor, revistas señora, revistas, revistas. Cada
vez que una de las revistas desaparecía con el comprador, Esteban suspiraba
aliviado. Quedaban seis revistas y pronto, de seguir así las cosas, no habría de
quedar ninguna.
¿Qué te parece, ah? Preguntó Pedro, sonriendo con orgullo.
-Está bueno, está bueno….y se sintió enormemente agradecido a su amigo
y socio.
-Revistas, revistas, ¿no quiere un chiste, señor? –El hombre se detuvo y
examinó las carátulas. ¿Cuánto? –Un sol cincuenta no más….La mano del
hombre quedó indecisa sobre dos revistas. ¿Cuál, cual llevará? Al fin se decidió.
Cobrese. Y las monedas cayeron, tintineantes, al bolsillo de Pedro. Esteban se
limitaba a observar; meditaba y sacaba sus conclusiones: una cosa era soñar, allá
en Tarma, con una bestia de un millón de cabezas, y otra cosa era estar en lima,
en el centro mismo del universo, absorbiendo y paladeando con fruición la
vida.
El era el socio capitalista y el negocio marchaba estupendamente bien.
“Revistas, revistas” gritaba el socio industrial, y otra revista más que
desaparecía en manos impacientes. “¡Apúrate con el vuelto!”, exclamaba el
comprador. Y todo el mundo caminaba a prisa, rápidamente. ¿Adónde van que
se apuran tanto?, pensaba Esteban.
Bueno, bueno, la bestia era una bestia bondadosa, amigable, aunque
algo difícil de comprender. Eso no importaba; seguramente, con el tiempo, se
acostumbraría. Era una magnifica bestia que estaba permitiendo que el billete
de diez soles se multiplicara. Ahora ya no quedaban más que dos revistas
sobre el muro. Dos nada más y ocho desparramándose por desconocidos e
ignorados rincones de la bestia. Revistas, revista, chistes a sol cincuenta,

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chistes….Listo, ya no quedaba más que una revista y Pedro anunció que eran las
cuatro y media.
“¡Caray, me muero de hambre, no he almorzado…! Prorrumpió luego.
-No, no he almorzado….observó a posibles compradores, entre las
personas que pasaban, y después sugirió:
¿Me podrías ir a comprar un pan o un bizcocho?
-Bueno –aceptó Esteban, inmediatamente.
Pedro sacó un sol de su bolsillo y explicó:
-Esto es de los dos cincuenta de mi ganancia, ¿ya?
-Sí, ya sé.
-¿Ves ese cine? Preguntó Pedro señalando a uno que quedaba en la
esquina. Esteban asintió. –Bueno, sigues por esa calle y a mitad de cuadra hay
una tiendecita de japoneses. Anda y cómprame un pan con jamón o tráeme un
plátano y galletas, cualquier cosa. ¿ya Esteban?
-Ya.
Recibió el sol, cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y
tomó la calle que le había indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró.
-Déme un pan con jamón –pidió a la muchacha que atendía.
Sacó un pan de la vitrina, lo envolvió en un papel y se lo entregó.
Esteban puso la moneda sobre el mostrador.
Vale un sol veinte –advirtió la muchacha.
-¡Un sol veinte! -devolvió el pan y quedó indeciso un instante. Luego se
decidió: -Déme un sol de galletas entonces.
Tenía el paquete de galletas en la mano y andaba lentamente. Pasó junto al
cine y se detuvo a contemplar los atrayentes avisos. Miró a su gusto y, luego,
prosiguió caminando. ¿Habría vendido Pedro la revista que le quedaba?
Más tarde, cuando regresara a Junto al Cielo, lo haría feliz, absolutamente
feliz. Pensó en ello, apresuró el paso, atravesó la calle, esperó a que pasaran
unos automóviles y llegó a la vereda. Veinte o treinta metros más allá había
quedado Pedro. ¿O se había confundido? Porque ya Pedro no estaba en el lugar,
ni en ningún otro. Llegó al sitio preciso y nada, ni Pedro, ni revista, ni quince
soles, ni…. ¿Cómo? Había podido perderse o desorientarse? Pero, ¿no era ahí,
donde habían estado vendiendo las revistas? ¿Era o no era? Miró a su
alrededor. Sí, en el jardín de atrás seguía la envoltura de un chocolate. El papel
era amarillo con letras rojas y negras, y él lo había notado cuando se instalaron,
hacia más de dos horas. Entonces, ¿no se había confundido? ¿Pedro, y los
quince soles, y la revista?
Bueno, no era necesario asustarse, pensó. Seguramente se había
demorado y Pedro lo estaba buscando. Eso tenía que haber sucedido,
obligadamente. Pasaron los minutos. No, Pedro no había ido a buscarlo: ya
estaría de regreso de ser así. Tal vez había ido con un comprador a conseguir
cambio. Más y más minutos fueron quedando a sus espaldas. No, Pedro no había
ido a buscar sencillo: ya estaría de regreso, de ser así, ¿Entonces?...
-Señor, ¿tiene hora? -le preguntó a un joven que pasaba.
-Sí, las cinco en punto.
Esteban bajó la vista, hundiéndola en la piel de la bestia y prefirió no
pensar. Comprendió que, de hacerlo, terminaría llorando y eso no podía ser.
El ya tenía diez años, y diez años no eran ni ocho, ni nueve. ¡Eran diez
años!
-¿Tiene hora, señorita?
-Sí –sonrió y dijo con una voz linda: Las seis y diez -y se alejó presurosa.

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¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?.... ¿Dónde estaban, en qué lugar


de la bestia con un millón de cabezas estaban?....Desgraciadamente no lo sabía
y sólo quedaba la posibilidad de esperar y seguir esperando…
-¿Tiene hora, señor?
-Un cuarto para las siete.
-Gracias…
¿Entonces? ….Entonces, ¿ya Pedro no iba a regresar?.... ¿Ni Pedro, ni los
quince soles, ni la revista iban a regresar entonces?... Decenas de letreros
luminosos se habían encendido. Letreros luminosos que se apagaban y se
volvían a encender; y más y más gente sobre la piel de la bestia. Y la gente
caminaba con más prisa ahora. Rápido, rápido, apúrense, más rápido aún, más,
más, hay que apurarse muchísimo más, apúrense más….Y Esteban permanecía
inmóvil, recostado en el muro, con el paquete de galletas en la mano y con las
esperanzas en el bolsillo de Pedro…Inmóvil, dominándose para no terminar en
pleno llanto.
Entonces, ¿Pedro lo había engañado?... ¿Pedro, su amigo, le había robado el
billete anaranjado?... ¿O no seria, más bien, la bestia con un millón de cabezas la
causa de todo? … Y, ¿acaso no era Pedro parte integrante de la bestia?....
Sí y no. Pero ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y,
desconsolado, se dirigió a tomar el tranvía.

COMPRENSIÓN DE LECTURA
Con ayuda del diccionario anota el significado de las
Vocabulario:
siguientes palabras:

a) Incrédulo: …………………………………………………………………………………

b) Atisbar: …………………………………………………………………………………

c) Titubear: …………………………………………………………………………………

d) Dócil: …………………………………………………………………………………

e) Oscilar: …………………………………………………………………………………

f) Asentir: …………………………………………………………………………………

Preguntas de Comprensión: Responde a las siguientes preguntas:

1. ¿En qué ciudad del Perú se desarrolla la acción? ¿Y en qué sitios


específicamente se centra ésta?
________________________________________________________________

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2. ¿Es ésta una historia actual, de nuestro siglo? ¿Cómo podrías


demostrarlo?
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3. ¿Qué fue “aquello” que Esteban encontró junto al sendero que corría
paralelamente a la pista? ¿Qué reflexiones se hizo en torno a este
hallazgo?
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4. ¿Cómo aparece Lima a los ojos de Esteban? ¿Por qué la llama “La bestia
con millón de cabezas”?
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5. ¿Con quiénes se encuentra Esteban? ¿Qué hacían en la vereda estas


personas?
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6. ¿Quién se queda de aquel grupo? ¿Qué diálogo se entabla de inmediato


entre los dos niños?
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7. ¿Cuánto tiempo jugaron Pedro y Esteban? ¿Cómo se sentía Esteban


en compañía de su amigo?
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8. ¿Cómo reacciona Pedro cuando Esteban le muestra el billete que se


encontró? ¿Qué negocio acuerdan emprender?
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9. ¿Adónde se dirigen luego? ¿Qué hacen cuando ya tienen las revistas?


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10. ¿Se vendían fácilmente las revistas? ¿Cómo lo sabes?


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11. ¿Qué le ordenó Pedro a Esteban cuando ya sólo quedaba una revista?
¿Cumplió Esteban con el encargo?
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________________________________________________________________

12. ¿Que comprueba Esteban cuando regresa al lugar donde había estado
con su amigo vendiendo las revistas?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

13. ¿Cómo se siente? ¿Qué piensa? ¿Qué dolorosas reflexiones se hace


cuando está convencido que su amigo lo había engañado?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

Razonamiento Verbal: Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes


palabras:

Sinónimo Antónimo

a) Divisar …………………………………. ………………………………….

b) Abracar …………………………………. ………………………………….

c) Agitar …………………………………. ………………………………….

d) Inquieto …………………………………. ………………………………….

e) Extraer …………………………………. ………………………………….

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TEXTO Nº 2

LECTURA

Lee detenidamente la siguiente lectura:

“LOS OJOS DE LINA”


Clemente Palma

El teniente Jym de la Armada Inglesa era nuestro amigo. Cuando entró en


la Compañía Inglesa de Vapores le veíamos cada mes y pasábamos una o dos
noches con él en alegre francachela. Jym había pasado gran parte de su
juventud en Noruega, y era un insigne bebedor de güisqui y de ajenjo; bajo la
acción de estos licores le daba por cantar con voz estentóreo lindas baladas
escandinavas, que después nos traducía. Una tarde fuimos a despedirnos de él
a su camarote, pues al día siguiente zarpaba el vapor para San Francisco.
Jym no podía cantar en su cama a voz en cuello, como tenía costumbre, por
razones de disciplina naval, y resolvimos pasar por la velada refiriéndonos
historias y aventuras de nuestra vida, sazonando las relaciones con sendos
sorbos de licor. Serian las dos de la mañana cuando terminamos los visitantes de
Jym se arrellanó en un sofá; puso en una mesita próxima una pequeña botella
de ajenjo y un aparato para destilar agua; encendió un puro y comenzó a hablar
del modo siguiente:
No voy a referiros una balada ni una leyenda del Norte, como en otras
ocasiones; hoy se trata de una historia verídica, de un episodio de mi vida de

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novio. Ya sabéis que, hasta hace dos años, he vivido en Noruega; por mi
madre soy noruego, pero mi padre me hizo súbdito inglés. En Noruega me casé.
Mi esposa se llama Axelina o Lina, como yo la llamo, y cuando tengáis la
ventolera de dar un paseo por Cristiana, id a mi casa, que mi esposa os hará
con mucho gusto los honores.
Empezaré por deciros que Lina tenía los ojos más extrañamente
endiablados del mundo. Ella tenía diez y seis años y yo estaba loco de amor
por ella, pero profesaba a sus ojos el odio más rabioso que puede caber en
corazón de hombre. Cuando Lina fijaba sus ojos en los míos me desesperaba, me
sentía inquieto y con los nervios crispados; me parecía que alguien me vaciaba
una caja de alfileres en el cerebro y que se esparcían a lo largo de mi espina
dorsal; un frío doloroso galopaba por mis arterias, y la epidermis se me erizaba,
como sucede a la generalidad de las personas al salir de un baño helado, y a
muchas al tocar una fruta peluda, o al ver el filo de una navaja, o al rozar
con las uñas el terciopelo, o al escuchar el frufrú de la seda o al mirar una gran
profundidad. Esa misma sensación experimentaba al mirar los ojos de Lina. He
consultado a varios médicos de mi confianza sobre este fenómeno y ninguno me
ha dado la explicación; se limitaban a sonreír y a decirme que no me
preocupara del asunto, que yo era un histérico, y no sé qué otras majaderías. Y
lo peor es que yo adoraba a Lina con exasperación, con locura, a pesar del
efecto desastroso que me hacían sus ojos. Y no se limitaban estos efectos a la
tensión álgida de mi sistema nervioso; había algo más maravilloso aún, y es que
cuando Lina tenía alguna preocupación o pasaba por ciertos estados psíquicos y
fisiológicos, veía yo pasar por sus pupilas, al mirarme, en la forma vaga de
pequeña sombras fugitivas coronadas por puntitos de luz, las ideas; sí, señores,
las ideas. Esas entidades inmateriales e invisibles que tenemos todos o casi
todos, pues hay muchos que no tienen ideas en la cabeza, pasaban por las
pupilas de Lina con formas inexpresables. He dicho sombras porque es la
palabra que más se acerca. Salían por detrás de la esclerótica, cruzaban la pupila
y al llegar a la retina destellaban, y entonces sentía yo que en el fondo de mi
cerebro respondía una dolorosa vibración de las células, surgiendo a su vez una
idea dentro de mi.
Se me ocurría comparar los ojos de Lina al cristal de la claraboya de mi
camarote, por el que veía pasar, al anochecer, a los peces azorados con la luz de
mi lámpara, chocando sus estrafalarias cabezas contra el macizo cristal, que,
por su espesor y convexidad, hacia borrosas y deformes sus siluetas, cada
vez que veía esa parranda de ideas en los ojos de Lina, me decía yo; ¡Vaya! ¡Ya
están pasando los peces! Sólo que éstos atravesaban de un modo misterioso la
pupila de mi amada y formaban su madriguera en las cavernas oscuras de mi
encéfalo.
Pero ¡bah! , soy un desordenado. Os hablo del fenómeno sin haberos
descrito los ojos y las bellezas de mi Lina. Lina es morena y pálida: sus cabellos
undosos se rizaban en la nuca con tan adorable encanto, que jamás belleza de
mujer alguna me sedujo tanto como el dorso del cuello de Lina, al sumergirse
en sedosa negrura de sus cabellos. Los labios de Lina, casi tirantez infantil del
labio superior, eran tan rojos que parecían acostumbrados a comer fresas, a beber
sangre o a depositar la de los intensos rubores; probablemente esto último,
pues, cuando las mejillas de Lina se encendían, palidecían aquellos. Bajo esos
labios había unos dientes diminutos tan blancos, que luminaban la faz de Lina,
cuando un rayo de luz jugaba sobre ellos. Era para mí una delicia ver a Lina
morder cerezas; de buena gana me hubiera dejado morder por esa deliciosa
boquita, a no ser por esos ojos endemoniados que habitaban más arriba. ¡Esos

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ojos! Lina, repito, es morena, de cabellos, cejas y pestañas negras. Si la hubierais


visto dormida alguna vez, yo os hubiera preguntado: ¿De qué color creéis que
tiene Lina los ojos? A buen seguro que, guiados por el color de su cabellera, de
sus cejas y pestañas me habríais respondido: negros. ¡Qué chasco! Pues, no,
señor; los ojos de Lina tenían color, es claro, pero ni todos los oculistas del
mundo, ni todos los pintores habrían acertado a determinarlo ni a reproducirlo.
Los ojos de Lina eran de un corte perfecto, rasgados y grandes; debajo de ellos
una línea azulada formaba la ojera y aprecia como la tenue sombra de sus largas
pestañas. Hasta aquí, como veis, nada hay de raro; éstos eran los ojos de Lina
cerrado o entornados; pero una vez abiertos y lucientes las pupilas, allí de mis
angustias. Nadie me quitará de la cabeza que Mefistófeles tenía su gabinete de
trabajo detrás de esas pupilas. Eran ellas de un color de fluctuaba entre todos
los de la gama, y sus más complicadas combinaciones. A veces me parecían
dos grandes esmeraldas, alumbradas por detrás por luminosos carbunclos. Las
fulguraciones verdosas y rojizas que despedían se irisaban poco a poco y
pasaban por mil cambiantes, como las burbujas de jabón, luego venia un color
indefinible, pero uniforme, a cubrirlos todos, y en medio palpitaba un puntito
de luz, de lo más mortificante por los tonos felinos y diabólicos que tomaba. Los
hervores de la sangre de Lina, sus tensiones nerviosas, sus irritaciones, sus
placeres, los alambicamientos y juegos de su espíritu, se denunciaban por el
color que adquiría ese punto de luz misteriosa.
Con la continuidad de tratar a Lina llegué a traducir algo los brillores
múltiples de sus ojos. Sus sentimentalismos de muchacha romántica eran
verdes, sus alegrías, violadas, sus celos amarillos, y rojos sus ardores de mujer
apasionada. El efecto de estos ojos en mí era desastroso. Tenían sobre mí un
imperio horrible, y en verdad yo sentía mi dignidad de varón humillada con esa
especie de esclavitud misteriosa, ejercida sobre mi alma por esos ojos que
odiaba como a personas. En vano era que tratara de resistir; los ojos de Lina
me subyugaban, y sentía que me arrancaban el alma para triturarla y
carbonizarla entre dos chispazos de esas miradas de Luzbel. Por último, tenía
yo que bajar la mirada, porque sentía que mi mecanismo nervioso llegaba a
torsiones desgarradora, y que mi cerebro saltaba dentro de mi cabeza, como0
un abejorro encerrado dentro de un horno. Lina no se daba cuenta del efecto
desastroso que me hacían sus ojos. Todo Christhianía se los elogiaba por
hermosos y a nadie causaban la impresión terrible que a mí: sólo yo estaba
constituido para ser la victima de ellos. Yo tenía reacciones de orgullo; a veces
pensaba que Lina abusaba del poder que tenía sobre mí, y que se complacía
en humillarme; entonces mi dignidad de varón se sublevaba vengativa
reclamando imaginarios fueros, y a mi vez me entretenía en tiranizar a mi
novia, exigiéndole sacrificios y mortificándola hasta hacerla llorar. En el fondo
había una intención que yo trataba de realizar disimuladamente; si, en esa
valiente sublevación contra la tiranía de esas pupilas embozada mi cobardía:
haciendo llorar a Lina la hacia cerrar los ojos, y cerrados los ojos me sentía libre
de mi cadena. Pero la pobrecilla ignoraba el arma terrible que tenía contra mí;
sencilla y candorosa, la buena muchacha tenía un corazón de oro y me
adoraba y me obedecía. Lo más curioso es que yo, que odiaba sus hermosos
ojos, era por ellos que la quería. Aun cuando siempre salía vencido, volvía
siempre a luchar contra esas terribles pupilas, con la esperanza de vencer.
¡Cuántas veces las rojas fulguraciones del amor me hicieron el efecto de cien
cañonazos disparados contra mis nervios! Por amor propio no quise revelar a
Lina mi esclavitud.

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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

Nuestros amores debían tener una solución como la tienen todos: o me


casaba con Lina o rompía con ella. Esto último era imposible, luego tenía que
casarme con Lina. Lo que me aterraba, de la vida de casado, era la perduración
de esos ojos que tenían que alumbrar terriblemente mi vejez. Cuando se
acercaba la época en que debía pedir la mano de Lina a su padre, un rico armador,
la obsesión de los ojos de ella me era insoportable. De noche los veía fulgurar
como ascuas en la oscuridad de mi alcoba; veía al techo y allí estaba terribles
y porfiados; miraba la pared y estaban incrustados allí; cerraba los ojos y los
veía adheridos sobre mis parpados con una tenacidad luminosa tal, que su
fulgor iluminaba el tejido de arterias y venillas de la membrana. Al fin, rendido,
dormía, y las miradas de Lina llenaban mi sueño de redes que se apretaban y
me estrangulaban el alma. ¿Qué hacer? Formé mis planes; pero no sé si por
orgullo, amor, o por una noción del deber muy grabada en mi espíritu, jamás
pensé en renunciar a Lina.
El día en que la pedí, Lina estuvo contentísima y qué endiabladamente! La
estreché en mis brazos delirantes de amor, y al besar sus labios sangrientos y
tibios tuve que cerrar los ojos casi desvanecidos.
¡Cierra los ojos, Lina mía, te lo ruego!
Lina, sorprendida, los abrió más, y al verme pálido y descompuesto me
preguntó asustada, cogiéndome las manos:
-¿Qué tienes, Jym?...Habla. ¡Dios Santo!... ¿Estás enfermo? Habla.
-No….perdóname; nada tengo nada….-la respondí sin mirarla.
-Mientes, algo te pasa…
-Fue un vahído, Lina….Ya pasará….
-¿Y pro qué querías que cerrara los ojos? No quieres que te mire, bien
mío.
No respondí y la miré medroso, ¡oh!, allí estaban esos ojos terribles, con
todos sus insoportables chisporroteos de sorpresa, de amor y de inquietud. Lina,
al notar mi turbado silencio, se alarmó más. Se sentó sobre mis rodillas, cogió
mi cabeza entre sus manos y me dijo con violencia:
-No, Jym, tú me engañas, algo extraño pasa en ti desde hace algún tiempo:
tú has hecho algo malo, pues sólo los que tienen un peso en la conciencia no se
atreven a mirar de frente. Yo te conoceré en los ojos, mírame, mírame.
Cerré los ojos y la besé en la frente.
-No me beses; mírame, mírame.
-¡Oh, por Dios, Lina, déjame!....
-¿Y por qué no me miras? -insistió casi llorando.
Yo sentía onda pena de mortificarla y a la vez mucha vergüenza de
confesarle mi necedad: No te miro, porque tus ojos me asesinan; porque les
tengo un miedo cerval, que no me explico, ni puedo reprimir. Callé, pues , y me
fui a mi casa, después que Lina dejó la habitación llorando.
Al día siguiente, cuando volví a verla, me hicieron pasar a su alcoba: Lina
había amanecido enferma con angina. Mi novia estaba en cama y la habitación
casi a oscuras. ¡Cuánto me alegré de esto último! Me senté junto al lecho y la
hablé apasionadamente de mis proyectos para el futuro. En la noche había
pensado que lo mejor para que fuéramos felices, era confesarle mis ridículos
sufrimientos. Quizá podríamos ponernos de acuerdo…Usando anteojos negros…
quizá. Después que la referí mis dolores, Lina se quedó un momento en silencio.
-¡Bah, qué tontería! –fue todo lo que contestó.
Durante veinte días no salió Lina de la cama y había orden del médico de
que no me dejaran entrar. El día en que Lina se levantó me mandó llamar.
Faltaban pocos días para nuestra boda, y ya había recibido infinidad de regalos

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de sus amigos y parientes. Me llamó Lina para mostrarme el vestido de azahares,


que le habían traído durante su enfermedad, así como los obsequios. La
habitación estaba envuelta en una oscura penumbra en la que apneas podía yo
ver a Lina; se sentó en un sofá de espaldas a la entornada ventana, y comenzó
a mostrarme brazaletes, sortijas, collares, vestidos, unas palomas de alabastro,
dijes, zarcillos y no sé cuánta preciosidad. Allí estaba el regalo de su padre, el
viejo armador: consistía en un pequeño yate de paseo, es decir, no estaba el yate,
sino el documento de propiedad; mis regalos también estaban y también el que
Lina me hacia, consistente en una cajita de cristal de roca, forrada con terciopelo
rojo.
Lina me alcanzaba sonriente los regalos, y yo, con galantería de
enamorado, le besaba la mano. Por fin, trémula, me alcanzó la cajita.
-Mírala a la luz me dijo, son piedras preciosas, cuyo brillo conviene apreciar
debidamente.
Y tiró de una hoja de la ventana. Abrí la caja y se me erizaron los cabellos
de espanto; debí ponerme monstruosamente pálido. Levanté la cabeza
horrorizado y vi a Lina que me miraba fijamente con unos ojos negros, vidriosos
e inmóviles. Una sonrisa, entre amorosa e irónica, plegaba los labios de mi novia,
hechos con zumos de fresas silvestres. Salté desesperado y cogí violentamente
a Lina de la mano.
-¿Qué has hecho, desdichada?
-¡Es mi regalo de boda! Respondió tranquilamente.
Lina estaba ciega. Como huéspedes azorados estaban en las cuencas unos
ojos de cristal, y los suyos, los de mi Lina, esos ojos extraños me miraban
amenazadores y burlones desde el fondo de la caja roja, con la misma mirada
endiablada de siempre…
Cuando terminó Jym, quedamos todos en silencio, profundamente
emocionados. En verdad que la historia era terrible. Jym tomó un vaso de ajenjo y
se lo bebió de un trago. Luego nos miró con aire melancólico. Mis amigos
miraban, pensativos, el uno la claraboya del camarote y el otro la lámpara que se
bamboleaba a los balances del buque. De pronto, Jym soltó como un enorme
cascabel en medio de nuestras meditaciones.
-¡Hombres de Dios! ¿Creéis que hay mujer alguna capaz de sacrificio que
os he referido? Si los ojos de una mujer os hacen daño, ¿sabéis cómo lo
remediará ella? Pues arrancándolos los vuestros para que no veáis los suyos.
No; amigos míos, os he referido una historia inverosímil cuyo autor tengo el
honor de presentaros.
Y nos mostró, levantando en alto su botellita de ajenjo, que parecía una
solución concentrada de esmeraldas.

COMPRENSIÓN DE LECTURA

Vocabulario: Con ayuda del diccionario anota el significado de las


siguientes palabras:

a) Arrellanarse: …………………………………………………………………………………

b) Ventolera: …………………………………………………………………………………

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c) Azorado: …………………………………………………………………………………

d) Carbunclo: …………………………………………………………………………………

e) Subyugar: …………………………………………………………………………………

f) Embozado: …………………………………………………………………………………

Preguntas de Comprensión: Responde a las siguientes preguntas:

1. ¿En qué lugar ocurren los hechos? ¿Cómo es ese lugar?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

2. Al empezar la acción, ¿es de día o es de noche??como lo sabes?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

3. ¿Quién era Jym? ¿Qué datos sobre su vida nos ofrece el autor?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

4. ¿Por qué se reunieron Jym y sus amigos ese día en el camarote?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

5. ¿Qué es lo que Jym siente por Lina? Sin embargo, ¿Qué cosa le
preocupa?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

6. ¿Cómo eran los ojos de Lina? ¿Qué efecto el causaban al teniente la


mirada de esos ojos?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

7. ¿Qué opinaban los medios cuando el joven les consultaba sobre su


problema?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

8. ¿Qué rasgos físicos y espirituales destaca Jym al hablar de la belleza


de su amada?
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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

________________________________________________________________

________________________________________________________________

9. ¿Qué ocurrió el día que Jym pidió la mano de Lina?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

10. ¿Por qué razón la bella joven tuvo que guardar cama durante 20 días?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

________________________________________________________________

________________________________________________________________

11. ¿Qué sucedió el día que Lina se levantó y mandó llamar a Jym?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

12. ¿Cómo concluye su relato del teniente?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

________________________________________________________________

________________________________________________________________

Razonamiento Verbal: Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes


palabras:

Sinónimo Antónimo

a) Ciega …………………………………. ………………………………….

b) Horrorizado …………………………………. ………………………………….

c) Sorpresa …………………………………. ………………………………….

d) Sencilla …………………………………. ………………………………….

e) Desastroso …………………………………. ………………………………….

TEXTO
18 Nº 3
EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

LECTURA

Lee detenidamente la siguiente lectura:

“EL BRINDIS DE LOS YAYAS”


Enrique López Albújar

Ponciano Culqui había logrado revolucionar a todo Chupán en menos de


seis meses, que era el tiempo transcurrido desde su vuelta del servicio militar.
Tenía inquietos a los mozos y alarmados a los viejos con las ideas traídas de
allá abajo. Según él, no eran sólo los años los que daban autoridad y sabiduría;
también las daba el cuartel. Y en poco tiempo. No había necesidad de envejecer
y pasarse toda la vida amontonado experiencia como los yayas.
¡Los yayas! ¿Qué sabían, por ejemplo, los yayas de tomar la línea de mira,
frente a un blanco, de educar, de rasquetear y manejar un caballo, de ejercicios
ecuestres, de obligaciones para con la patria y la bandera, de la importancia de
saber leer y escribir y de la satisfacción de verse con un libro o un periódico
en las manos? Nada de esto podían saber los infelices.
Así venían pasándose las centurias sin que nada hicieran ellos por salir
de los viejos y trillados caminos. No, él no había regresado a su pueblo para
esto. Un sargento como él no iba a resignarse a que la madurez le sorprendiera
antes de haber alcanzado el honor de sentarse en el Consejo de los yayas.
Cuántos años de espera significaba esto. Lo menos veinticinco; más del doble
de los años que él contaba.

¿Qué iba a hacerse durante ese tiempo? ¿Lampear tierras de otros o las que
quisiera temporalmente la comunidad? Si fuera en tierras definitivamente

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suyas…!Un primero de su talla, calificado de tirador de preferencia y jinete


excelente, labrando chacras ajenas, como un jornalero, tarde y mañana, para
luego no saber qué hacerse en las noches y días feriados! Si siquiera hubiera
cine una vez a la semana….Pero ni esto. Indudablemente sus paisanos estaban
muy ignorantes. ¿No seria cosa digna de un sargento sacarles de esta
oscuridad?
Mas ¿de quién valerse para esta empresa? ¿Con quién consultarse para
conocer los puntos vulnerables de aquéllos a quienes seguramente había que
combatir? Como buen soldado no ignoraba que para atacar una posición hay
que enterarse primero, de las fuerzas del enemigo, del sitio en que está
acampado y de sus elementos de defensa. Y para esto nada mejor que la
información y el reconocimiento.
Había, pues, que servirse de alguien, y nadie más a propósito para el caso
que don Leoncio, el misti de Pillco-Rondos, que hacia veinte años que vivía
entre ellos y había conseguido a fuerza de lealtad y desinterés, ganarse la
confianza de los yayas, de que le tuvieran por suyo y hasta se designasen
pedirle consejo. Se resolvió, pues, a abordarle.
Llegada la noche, mientras el pueblo dormía. Ponciano, deslizándose por las
callejuelas del pueblo, cautelosamente, para evitar un encuentro con algún
campo y que pudiera éste tomarle por hombre de malas costumbres, se
encaminó ala casa del viejo misti y, una vez adentro, comenzó a franquearse.
-Venia a hablarle, don Leoncio.
-Tú dirás.
-Se me ha metido una cosa entre ceja y ceja a poco de volver del servicio.
-¿Qué es ello?
-Ser alcalde de Chupán no más……
Don Leoncio hizo algo parecido a un respingo y escupiendo el bodoque de
coca que estaba chacchando, clavó en el indio sus dos ojos saltones,
inyectados de asombro y malicia.
-¿Alcalde tú?.. ¿Estás en tu juicio? Un mozo que apenas sabe dónde
tiene las narices.
-Junto a la boca, taita Leoncio.
-No; yo creo que las tuyas las tienes junto a esas bandas revoltosas que
llevas enroscadas a las pantorrillas día y noche, desde que llegaste. ¿Qué has
hecho tú hasta hoy para pretender un cargo que sólo puede merecerse después
que se haya cumplido con todo lo que las leyes de la comunidad manda? ¿Ser
soldado no más?
-Y sargento, taita Leoncio.
-¡Sargento! Eso y nada es lo mismo. Sargento, y sirviente o pongo de los
mistis es igual. En Chupán ser alcalde es ser jefe de jefes. Taita de taitas, esto
es, señor de señores. ¿Has entendido, Ponciano?
-Como no….Ya lo sabía antes de ir al servicio. Pero ¿Qué es todo esto
cuando se llevan suchuyes, calzones parchados, camisas mugrientas, ojos que
no saben leer, manos que no saben escribir y piojos en la cabeza?
-¡Cállate la boca! No ofendas así a tus antepasados. ¿No sabes tú que el
bienestar y la felicidad pueden pasárseles sin papel ni tinta?
-No, mi don Leoncio; la felicidad y el bienestar me parecen mejores con
tinta y papel. El automóvil es mejor tinta y papel. El automóvil es mejor que el
candil. Se lo dice Ponciano Culqui, acabado de llegar de Lima.
-Entonces, ¿a qué has venido acá? ¿Por qué no te has quedado allá abajo,
sirviendo a los mistis?

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-Porque yo soy un buen chupán y no he nacido para pongo de nadie,


¡carache! Yo soy un chupán de los nuevos, de ésos que han aprendido en el
cuartel y en los periódicos lo que es la patria, lo que debemos hacer todos por la
patria. Por eso he venido a que me dé un consejo y, si puede, una ayudita.
-No puede dárselos. Me expondría a que se me aplicara el jitarischum,
cuando menos. No, yo no soy desleal ni traidor.
-¿Qué, no sabe usted, don Leoncio, que todos los mozos del pueblo se han
comprometido este año a sacarme de alcalde pedáneo? Me lo han jurado
delante de nuestros jircas.
-Si tal cosa pasara, la división y las rencillas se desatarían en el pueblo,
desaparecería la paz y la peste caería sobre nuestros campos, volviendo todo
ruina. ¿Es esto lo que quieres? Y luego ¿con qué contarías tú para responder a
todas las obligaciones del cargo desde el instante que salieras elegido? ¿Dónde
está lo que tienes?
-Ese es mi secreto, taita. Ya sabría yo de dónde sacarlo. Ayúdeme no más,
que yo sabré componérmelas.
-¡Nunca! ¡Nunca! Es como si quisieras dar un salto desde aquí al mar. Y con
qué piernas, ¡pobrecito!....Tú no has ayudado todavía a todas las fiestas que se
celebran en el pueblo; ni has desempeñado todas las tesorerías de esas fiestas; ni
has intervenido en la distribución de la cera de los santos, ni sabes cómo se
labra ésta. No has sido Atahualpa, Huáscar, Pizarro; ni Huanta, negro, lado,
traslado, guiador, trasguiador en materia de danzas. Tampoco apóstol sirviendo
fiestas de ceras, ni decurión. Sobre todo, óyelo bien, no has viajado a Huari por
ollas, a Huacho por sal, a Sayán por ají. Y seto es lo que menos te dispensarían.
No entiendes todavía el quipu, no sabes catipar ni distinguir los jircas buenos
de los malos, ni a sus enemigos. ¿Qué sabes, vamos a ver, de las estaciones,
del estado de la atmósfera para cuando conviene sembrar? ¿Has aprendido allá
en el cuartel algo de medicina, de historia natural, de veterinaria siquiera?
¿Sabes curar algo de medicina, de historia natural, de veterinaria siquiera?
¿Sabes curar el tabardillo, el costado blanco, la angina y la terciana muda? ¡Qué
vas a saber, hombre! Yo creo que no sabes ni cómo se saca un pique y se cura
enseguida el hueco para que no se pudra. Te habrán enseñado en el cuartel, a
toques de corneta, cómo se sube y se baja del caballo, lo que no tiene gracia;
pero no lo que desean y pueden los santos de nuestra Madre Iglesia.
Seguramente el sable no te ha dejado tiempo para buscarte en la capital de
nuestra provincia padrinos para cuando necesitemos apoyo; ni compadres en
Pillco-Rondos para el hospicio, ni recomendaciones para el vicario y los
comerciantes ricos, cuando se necesitaban para algún asunto importante.
Todavía te falta más. Tú te crees un gran tirador; pero aquí hay quienes
pueden enseñarle, sin necesidad de tus reglas, a poner una bala en la boca de
un choclo a dos cuadras de distancia. ¿Cuentas acaso con la amistad de los
pueblos que tienen illapacos famosos? Debes alcanzar primero, grado a grado, y
por orden, las varas del Cabildo, como las de regidor, alguacil, campo, fiscal,
capilla y escribano. ¿Qué te has creído tú que es cosa fácil ser alcalde de
Chupán? Estás equivocado, Culqui. Más fácil es llegar allá abajo a presidente que
acá arriba a alcalde. Allá hasta los sargentos Huapayas se atreven a ir a Palacio.
Aquí hay que haber pasado antes por muchas pruebas.
Aquí es muy difícil presidir los destinos de la comunidad, porque un
alcalde es entre nosotros como un padre sabio y prudente, capaz de resolver por
sí solo lo que los demás no pueden.
-Aprenderé, don Leoncio. Pero basta ya de viejos de shucuy, taita, con
perdón suyo. Los viejos no quieren que nos pongamos zapatos ni corbata;

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prefieren que nos sonemos las narices con las manos, que los de afuera no
vengan a vivir entre nosotros por no ser indios; curarse sin médico; no
ensanchar los chaquinani para que no pase el automóvil; seguir con el quipu
en vez de la escritura del misti y con el tocas y el jacha caldo, habiendo tantas
cosas mejores y más alimenticias que comer. Si usted no nos ayuda, don
Leoncio, al primero que vamos a botar del pueblo es a usted, por nocivo, por
interesado en que este pueblo no progrese. Porque ¿Cómo es que usted, siendo
tan leído y escribiendo tan bien, no les haya enseñado nada a mis hermanasen
tanto tiempo? ¿Será porque no le conviene? ¿Pero qué será, pues, taita
Leoncio?
-No es por nada de eso, mal pensando. Es porque a tu raza no le gusta el
cambio. La matan primero. Prefieren el paso de la llanta a las carreritas de la
ardilla y a los saltos del mono.
Pues yo voy a hacerle andar a paso de marcha. Un dos, un dos, un dos….Y
al que no lleve , el paso, palo con él. Va usted a verlo, don Leoncio.
-Pues si tanta fe y poder tienes, Culqui, pruébalo.
II
A pesar de la profunda división que se había originado en todo Chupán, con
motivo de las pretensiones de Ponciano Culqui y de las ideas que éste había
logrado difundir, las fiestas preliminares a las del primero de enero. Habían
comenzado a celebrarse con la ritualidad y pompa de costumbre. En el día de la
Navidad se había hecho el depósito de las varas para los moshos; el 29, el
desarme del nacimiento del Niño y su restitución a la casa cural, y en este mismo
día todos los chupanes, amigos y enemigos, habían concurrido a la iglesia,
encabezando cada bando por sus jefes. Ahí, después de encenderle cada
autoridad pasada una vela al Cápac Eterno, pidiéndole, entre oraciones y
rogativas, que les mandara de las selvas, por medio de sus jircas, a los nuevos
cargos.
Los días 30 y 31 tampoco habían sido infringidos; todos habían entrado
en alma, esto es, sometido al precepto del ayuno, pero no a ese ayuno quieto,
reconcentrado, clausal del misti. Esas 48 horas de hambre voluntario, de paro
estomacal, habían sido empleadas en asear limpio y resplandeciente como un
relicario, según rezaba la orden de los campos, y en los preparativos de la
celebración del primer día del año que se iba a recibir.
Se había molido la jora para la chicha, recibido y depositado los
aguardientes, raspado las nuevas varas de quishuar y colectado flores en todos
los campos vecinos para el adorno de los bailarines. Todo esto mientras las
danzas, venidas de fuera, invadían el pueblo. Entre estos danzantes, de
extravagante indumentaria y acompasados y sinuosos movimientos, estaban
los negritos, con sus carracas giratorias y sus látigos enroscados al cuello,
como víboras domesticas; los huancas de poncho, llevando el compás de sus
cautelosas pisadas con nasales graznidos; los chunchos, emplumados y
colorinescos, y todos moviéndose al son de las arpas de los campos, de los
violines de los regidores, del arihuay de las mujeres de los cesantes y de los
pincullos y tambores de los alguaciles. Y durante estas dos noches, un
incesante vaivén de la iglesia al Cabito y del Cabildo a las casas de las
autoridades entrantes y salientes.
Sólo un pequeño grupo de hombres se había retraído a ultima hora de
intervenir en estos preparativos. Habían ideado una especie de boicot contra
el licenciado sargento. Si había de ser éste el nuevo alcalde, como los mozos
del pueblo lo tenían resuelto, ¿para qué ir a pedirles a los jircas una buena
autoridad si ya se sabía que la que es iba a llegar no habría de ser la que ellos

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querían? ¿Qué cosa buena podría hacer un mozo que todavía estaba
apestando a cuartel? ¿Qué podía haber aprendido allí, como no fuera a sablear
a la gente?
Pero la abstención no debía ser completa. Si estaba bien no impetrar
nada al Cápac Eterno, ni al Niño, porque esto habría sido un sacrilegio, en
cambio, no estaba mal ir a Cabildo a la hora en que ese huele-misti, revestido,
fuera a recibir la vara de los claveles para darse el gusto de reírse de él
cuando se quedara sin decir los discursos, ni supiera qué contestar a las
preguntas reglamentarias, ni cómo dirigirle la palabra al Niño-Dios. Porque,
¿Cómo los iba a saber si ni los yayas ni el escribano saliente, encargado de
prepararle, le habrían enseñado nada?
Aquello iba a ser como una tempestad, como un terremoto, algo nunca
visto por ojos llenos de maligno regocijo ante la idea del fracaso, irrumpieron
en la casa municipal en el instante en que el audaz y ambicioso sargento, al pie
del alcalde cesante y rodeado de todos los nuevos cargos y de algunas
centenas de mozos, armados, de sendos garrotes, le dirigía al pueblo, entre el
asombro de los unos y la alegría de los otros, el siguiente discurso, transmitido
por boca de diez generaciones:
“Pronto voy a recibir la vara que el Niño ha querido confiarme para
dirigir su grey. Yo soy un mozo pobre, ciego, sin juicio, y sin lapones que
ladren en mi favor y me defiendan, sin personeros que puedan gritarme
¡guapa! Cuando vengan los gavilanes a llevarme. No podré, quizá hacer que les
llene a ustedes la barriga con los locros y las chichas; me quitarán las naranjas
en el jitanacuy. Pueda que el taita cura no quiera venir a las fiestas,
pretextando que no se le han pagado las primicias, de lo que yo no voy a
hacerme responsable, y entonces, por no haber misas, pretendan ustedes
romperme mi cabeza. No seria justo. También han de querer hacerme
responsable de las contribuciones, de las perdidas de las cosechas, de los
hielos, y mucho más ahora que los aguaceros se están adelantando y que los
veranos de San Reyes y de San Sebastián y de la Candelaria sacarán los
pastos y quemarán las papas, sembrando el hambre y arrasando el ganado.
Tampoco seria esto justo. Los hombres no somos jircas ni podemos más que
Dios”.
“Espero que las niñas entre las familias de los Maile y los Ambicho no
terminen en muertes, como otros años. Si ustedes me prometen formalizarse,
aquí estoy, valiente pueblo chupán, a tu disposición”
Los confabulados yayas escucharon, sin pestañear, todo este discurso.
Algo de lo suyo le había agregado el mozo, pero, en sustancia, era el de
costumbre. El aire de reto y suficiencia con que Ponciano lo pronunciara les
había dejado entullecidos.
Mientras el pueblo aclamaba al nuevo alcalde y le prometía, en medio de
juramentos, obediencia y ayuda, ellos, llenos de estupor, no hacían más que
mirarse recelosamente. ¿Quién de ellos o de los otros yayas había violado
tanto el secreto de la tradición como la promesa, hecha la víspera, de no
transmitírsela al innovador intruso?
Pero la llegada del Niño en procesión, encabezada por el cura y los
danzantes y cuya anda fue colocada al pie del elegido, sacó de su actitud y
de sus tumultuosos pensamientos a los yayas, haciéndoles arrodillarse y
entonar, junto con todos, la clásica plegaria del rigcharillag. Terminando el
cántico, el juez de paz, con un crucifijo en la diestra y en la otra mano la vara,
cuya entrega debía hacer, después de besar tres veces los claveles de plata

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de uno de sus extremos, dirigiéndose a Culqui, el cual permanecía aún


arrodillado, le interrogó:
-¡Alcalde! ¿Jura igualdad en el reparto del locro, la chicha, el aguardiente y
los panes?
-¡Aumi, taita!
-¿Juras aumentar el ganado que nuestro patrón San Pedro y Santa Rosa
te entregan por manos del taita Niño?
-¡Aumi, taita!
-¿Juras dejar de comer por ellos?
-¡Aumi, taita!
-¿Juras taparlos y guarecerlos contra el frío, de las deudas del
ragrapacho, los abusos de las autoridades y conservar los secretos del
pueblo?
-¡Aumi, taita!
-Si as cumples, el Niño te dará vida y te sentará a su lado; los jircvas te
harán producir buenas cosechas, si no, Tullo-Calpa, Tancuy y Samurag te
roerán las carnes por las maldiciones de su comunidad, y por las lágrimas que
le hagas derramar te coserán las tripas. No des, pues, lugar a quedarte riendo
dentro de las aguas cristalinas de Puma-Saca.
-¡Mamachi, taita!
-Bien, en nombre del Niño y de todos los patrones de nuestro pueblo, te
entrego esta comunidad sana y a todos ricos de salud y alegría. Haz lo que
quieras; dispón de ella como te convenga.
-En la entrega que me haces dispondré lo conveniente.
Todo el diálogo fue escuchando con el mayor recogimiento. Los mismos yayas
se sintieron compenetrados de la solemnidad del acto y casi desarmados en sus
odios y rencores. Su asombro fue mayor cuando Culqui, alzando los ojos hacia
la imagen que tenía delante y la cual parecía mirarle compasiva, le dirigió
esta invocación, con voz clara y llena de sentimientos y calidez:
“Taita Niño, hijo del Cápac Eterno y del Taita San José: tú has caminado con los
pies desnudos; conocemos las espinas y el cascajo, el peso de los aladitos; has
saboreado la pobreza y has conocido . el hambre y la sed, subiendo detrás de
tu burrito tierno por esas cuestas empinadas. Tu padre hacia puertas, cucharas,
arados, como hacemos nosotros, y nuestra madre María Santísima, cocinaba y
llevaba las ollitas para el camino, con sus matecitos y servilletas, como
nuestras mujeres lo hacen para nosotros”
“Nuestra Madre fue la primera que descubrió la coca: mascándola encontró ell
consuelo. Sus cinco dientecitos están estampados en cada hoja recién cogida;
ella nos enseñó a escuchar. Por medio de esto conocemos el bien y nos
apartamos del mal. Nosotros somos fieles a tus doctrinas y a tus ejemplos, que
no olvidamos. Los mistis son los que idearon la cruz para hacernos jurar. Ellos
son los que te hicieron cargar con ella, los que te estiraron, te clavaron y te
lancearon. Esos zarpas no han creído en taita Santiago, en taita San Pedro y
taita San Francisco, ni en mama Santa Rosa, en mama Natividad, en mama-auilla
Santa Ana. Esos zarpas mataban gente, la quemaban, la hacían comer de los
pumas y otorongos. Nosotros somos buenos, sencillos y de corazón grande; por
eso, el misti, cicatero, nos odia, nos quita nuestras chacras y nos vende. Hasta
los curas, que también son mistis, nos hacen pagar contribución, nos quitan
nuestras tierras y sólo nos las devuelven por plata. Con perjuicio y escándalo
roban nuestras crías y lo que guardamos en nuestras chocitas”
No permitas, Niño –Dios, la venida en este año del Misti maldito, que lo parió
el diablo, porque él trae enfermedades. Viene con su comercio, nos ruega para

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que le compremos y luego nos endeudamos y esa deuda no se acaba nunca.


Este año te serviré yo. Tengo ya mis dos toros para matar el martes de
Carnaval; tengo mis guayuncas para la jora; mis papas en flor y mis carneritos
de mano para degollar el Jueves Santo. Pero hazme amistar con Niceto
Huaylas, que está resentido conmigo y mis compañeros moshos porque no ha
salido de alcalde, y con los demás yayas, que han estado en contra nuestra y
parece que nos han tomado odio; con Filucho Sudario, que no me habla porque
le dije, con razón, alcabite de su hija, y con Dorote Ambicho, que me ha
amenazado con matarme porque lo tengo actado por una vacona que no quiere
pagarme. Y con esto te he dicho todo”.
-¿Dónde está Dorote y Filucho, que no se presentan? –gritó el
gobernador, que era el llamado a hacer la reconciliación un tremendo garrote.
-Aquí estoy, taita –respondió cada cual por su lado.
-¡Ah, cholo marrajo! ¡Toma! Para que otra vez no mires mal a Ponciano –
rugió el gobernador, propinándole a Filucho unos cuantos trancazos y
haciéndole depositar sobre una mesa la consabida multa, para indemnizar al
agraviado.
Repetido el mismo procedimiento con Dorote y hecha, por ambos, de
rodillas, promesa de no volver a ofender a Culqui, transgrediendo una vez
más, las leyes consuetudinarias del ayllu, exclamó, en medio de la admiración de
todos:
-Filucho, Dorote, guárdense sus multas. Ponciano Culqui no recibe dinero
por los agravios. Los castiga inmediatamente o los perdona. Y yo ya se los tengo
perdonados hace tiempo. Venga un abrazo y ayúdenme, como los demás, a
hacer el bien de nuestro querido Chupán.
III
Las fiestas del jitanacuy estaban a las puertas; apenas faltaba para su
celebración una manzana. Culqui, el odiado y a la vez querido Culqui, se
preparaba a hacer algo nunca visto. Toda la mozada giraba en torno de él
haciendo acopio de lúcumas, limas, granadillas, plátanos, naranjas y huairuros
para los denarios y el juego. En cambio, nada de chacta, ni de chicha, ni de
guarapo. Bebidas inofensivas y refrescantes no más para que el alcohol no se
subiera a las cabezas y después los cuchillos y los garrotes hicieran de las
suyas.
El nuevo alcalde quería un Carnaval sin riñas, alegre, con juegos inocentes
y premios adecuados para los vencedores del torneo; con bailes y mascaras
como lo s que había visto allá abajo, en casa de su jefe y de donde nadie
salía riñendo y menos a curarse unos y al centenario otros. Eso era cosa de
salvajes y propia para beneficiar al juez de paz, al escribano, a los
papelucheros, al cura y hasta a los mismos yayas, quienes sabían sacar de esto
buena renta.
Con él no iban a pasar tales cosas. Ya lo había hecho pregonar por
bando, y estaba resuelto a aplicarles a los que desobedecieran multa, palo o el
jitarishum, según la magnitud de la falta. Los cargos pasados y los
pretendientes a los nuevos, que fueron vencidos en la ultima elección, eran los
que más ofendidos se sentían con estas disposiciones, que calificaban de
despóticas y fuera de toda ley y razón.
Resuelto a contrarrestar este vaivén de reforma, con que s e amenazaba
destruir las sagradas tradiciones del pueblo. Niceto Huaylas, el frustrado
alcalde, había reunido la noche de aquel sábado a los principales yayas de la
comunidad, para exponerles el caso y la convivencia de deshacerse, de una vez,
del odioso innovador.

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Practicada la catipa y bebido cada cual el trago de chacta


correspondiente, el taimado Niceto rompió con estas palabras, llenas de
reconcentrado despecho:
-No estoy enojado por no haber salido de alcalde. La alcaldía no da más de
pesares y responsabilidad. Se sube a la alcaldía con plata y se baja sin ella. Lo
que me duele es que ese mostrenco de Culqui se la haya agarrado y nosotros lo
hayamos permitido. ¿Es que le tienen miedo a ese piojoso, de lengua dulce y
ojos ganchudos, porque ha traído un librito en que lo llaman illapaco-jumapa?
¿Qué, no hay entre nosotros quien haga lo mismo y mejor? ¿No está aquí
Jacinto Orbegozo, que mata huampas al vuelo con su carabina? ¿Qué, no esta
aquí Sabiniano Illatopa, que tiene más letra para empapelar y adormecer que
cualquier Culqui? ¿Qué se ha hecho Marcos Valencia, que sabe clavar a veinte
pasos orongoyes con su cuchillo?
-Aquí estamos todos -respondió sobriamente Illatopa, más herido que
nadie por habérsele escapado en esta vez la escribanía. - ¿Pero tú crees,
Huaylas, que deshaciéndose de Culqui se acabaría todo? ¿No saldría de su
bando otro Culqui? ¿No crees tú que el viento que nos ha traído se le ha
entrado a toda la gente moza en el corazón y que ni el rifle, ni el puñal, ni el
palo se lo sacarán de allí?
-¿También se te ha metido ese viento, Illatopa? ¿No estarás entendiéndote
con los otros a nuestras espaldas?
-Me estás ofendiendo, Niceto, y mira que si yo llego a ser alcalde alguna
vez, no te perdonaré los palos ni la multa, como este tonto de Culqui lo hizo el
otro día con Filucho y Dorote.
-Creía que estabas ya procediendo como escribano. ¡Perdona, Illatopa!
Marcos Valencia, temeroso de que el objeto de la reunión de frustrara con
este cambio de intencionadas frases, intervino:
-Illatopa no podría traicionarnos aunque quisiera. Tiene deuda con Culqui
y debe cobrársela, si es que ya sabe lo que muchos sabemos.
Illatopa se estremeció. ¿Una deuda de ese mostrenco? ¿Cuándo la había
contraído?
-¿Estás hablando de verdad. Valencia? ¿Desde cuándo un Illatopa ha
podido tener tratos y contratos con un Culqui? ¿No sabes tú que ese
sargentucho ha venido de allá abajo parchado y hambriento?
-Tú no, Sabiniano, pero sí tu hija. Pregúntale qué hace el nuevo alcalde en
las noches por el corral de tu casa, después que los lapones duermen.
Sabiniano, lastimado en su amor propio de hombre que presumía de listo
más que de honrado, y enardecido por la sorna con que todos se le habían
quedado mirando, contestó:
-Te agradezco, Marcos, tu noticia y veo con gusto que seremos dos los
que le cobraremos a Culqui lo que nos está debiendo.
-¿Quién es el otro?
-Quién ha de ser sino tú, respondió el interrogado, sarcásticamente,
devolviéndole la maligna indiscreción. Cuando vayas a acostarte con tu mujer,
pregúntale si antes no ha estado calentándote tu cama Ponciano.
-¡Mientras! La Incolaza no ha dado jamás que decir ni de joven. Tú la
calumnias por malquistarme con Culqui.
-Pues pregúntale al nuevo campo Valerio, que hace no más tres noches,
junto a la iglesia, me decía guiñándome el ojo y riendo: “Ponciano tiene mucha
suerte con las mujeres. Todas lo buscan y se lo quieren comer con los ojos,
hasta la de Valencia, aunque está veterana”. Y como yo le dijera: “Mientes
Valerio”, él, muy molesto, me respondió: “ ¿Cuándo has visto a tú mentir a un

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campo en servicio? Espera hasta la hora del gallo, si quieres, y lo verás salir
del corral, aprovechando de que Valencia está en Pillco-Rondos”. ¿No has
estado en Pillco-Rondos, Marcos?
Un silencio hostil, preñado de infinitos odios impidió por largo espacio
que estallara la cólera que ahogaba a aquel conciliábulo tenebroso. Y durante él
se preguntaban todos mentalmente: ¿Seria cierto lo que acababan de oír? ¿Así
es que Culqui no se había contentado con quitarle la alcaldía a uno de ellos, y
los rasgos a los otros, sino que también les seducía a sus mujeres? No, hasta
allí no era posible tolerarle.
Si la convocatoria de Huaylas habría sido únicamente para acordar el
medio de resistirse a las medidas innovadoras que Culqui pretendía introducir
en el jtanacuy y ver la manera de expulsarle, haciéndole atravesar el Chillán,
para siempre, ahora había que ir más lejos, aplicarle, sin misericordia, y por
excepción, el ushanan-jampi.
Y bajo la inspiración de este pensamiento, que espigaba ya en todas las
mentes, el yaya Niceto Huaylas, explotando la situación hábilmente, se irguió,
onduloso como una víbora que se prepara a morder, y dijo:
-Todos tenemos resuelto ya en el corazón la muerte de Ponciano Culqui,
¿es verdad?.
-¡Verdad! –murmuraron todos.
-Pues entonces antes del jitanacuy habrá muerto él o todo estaremos con
Supay. Pido sólo una cosa: que juren todos por nuestros jircas obedecerme en
lo que voy a disponer.

Te juramos, hermano Niceto!
Después de este solemne juramento, nueve hombres, emponchados y
calzados de shucuy, abandonaron cautelosamente la casa de Niceto Huaylas,
con esa precaución y disimulo del indio de las cumbres, en tanto que aquel,
poseído ya por el pensamiento homicida, que acabada de lanzar, miraba con
sonrisa diabólica el atado de yerbas misteriosas y terribles que tena en la
mano.

IV

Huaylas y sus partidarios fueron los primeros en instalarse bajo la


techedumbre, que como un solio, amaneciera levantada ese día en el centro de
la plaza de Chupán y con el frente a la iglesia. Sobre un tabladillo, diez
asientos de macizo laupi, patinados por el roce del tiempo y las posaderas de
los hombres, y en cada uno de ellos un yaya.
Delante de esta hilera de fetiches incaicos, como presidiéndoles, un
desmesurado tinajón de chicha, traído de la casa de Huaylas, y una vara
clavada, de cuyo extremo superior pendía un jarro de latón. Un símil de don
Quijote y Panza. Muchas ramas de sauce en torno, traídas de lejanos lugares,
ramilletes de molle, guirnaldas de flores y huairuros, colgados de panochas,
lúcumas, granadillas, naranjas y chirimoyas, adquiridas en Huánuco. Telas de
algodón y lino, de abigarrados y encendidos colores, dispuestas a manera de
cortinas, recamadas de pájaros de la selva, disecados, saturados de cedrón y
resinas extrañas y la imagen de un santo inidentificable, abrumado de arte
barroco, irrecusable del acto que se iba a celebrar.

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En vano un psicólogo habría pretendido leer en el rostro de esos


hombres, acostumbrados a impasibilizarse, no sólo por temperamento sino por
habito. Sobre todo, en los momentos solemnes.
Ante el dolor, ante la amenaza, ante el peligro, ante la muerte el rostro debe
permanecer velado de mutismo e impasibilidad, sin soltar lo que la boca pugna
por decir ni descubrir el pensamiento. Pero un indeginista habría sonreído ante
esa actitud, que a través de ella habría visto que los ojos de esos hombres
dialogaban. Particularmente los del viejo Huaylas. Fluían de ellos consejos,
advertencias, recomendaciones, que en caso de no oírse, de una indiscreción,
de un descuido, de un gesto, el plan acordado por ellos esa noche podría
malograrse. Y las consecuencias podrían ser fatales: la muerte nada menos.
Y los del yaya Illatopa parecían responder: “Ya sé que tú eres un viejo
zorro, pues por eso te hemos hecho jefe y nos hemos sometido a tus órdenes.
Estamos seguros de que cuando tú le preparas las yerbas a un indio, aunque
ese indio sea más listo que Supay, no escapa. No hay nadie como tú en
Chupán para dar una toma que no deje rastros sospechoso. Los que tú matas
con tus yerbas aparecen como disentéricos o tercianientos unas veces, y otras
parecen cogidos por el “costado blanco” o el tabardillo. Así lo aseguran esos
curanderos bestias, llamados médicos por los mistis. Huaylas sabe mucho. Para
eso te fuiste a la montaña a aprender la virtud de esas yerbas y prepararte para
hacer un día un buen alcalde. No verá ni presidirá mañana el jitancuy. ¡Cómo
iremos el año entrante todos a verle reír en Puma-Saca!”
Los de Marcos Valencia decían algo peor y más conciso: “Si Supay mete
su cola y no nos deja envenenar a ese bandido de Culqui, esta noche, cuando
vayas a rondar mi casa, le meteré una bala en la barriga”
Y habrían seguido monologando alrededor de su odio si el estallido de
los petardos y el estridor de los pincullos y tambores, anunciadores de la
llegada del señor alcalde, no les hubiera sacado de sus tenebrosos
pensamientos.
El pequeño grupo de partidarios que se había apostado a las espaldas de
los yayas, como cubriéndoselas, se arremolinó ante el estrepitoso anuncio,
mientras éstos, aliviado del peso de la espera, resollaban profundamente y
saeteaban con miradas oblicuas al hombre que en ese instante se paraba ante
el tabladillo y les había, cuadrándose marcialmente, un saludo militar.
-Niceto Huaylas, aquí está Ponciano Culqui, que viene a darte un abrazo
de reconciliación, acompañado de todos sus muchachos, para que vean que
desde hoy entramos a ser amigos.
-Sube, que Niceto Huaylas te estaba esperando para brindarte un jarro de
su chicha y aceptar un jarro de la tuya.
El alcalde ascendió en medio de los vítores de su cortejo, y del redoble
de los tambores, yendo a colocarse al pie de la enorme y panzuda vasija de
chicha que dos decuriones de su bando acababan de subir.
Apagado el ruido, Huaylas, dejando su sitial, avanzó con natural majestad,
hasta casi tocar a Culqui, y, abriéndose de brazos, exclamó:
-Aquí tienes, Ponciano, mi pecho para que recuestes tu cabeza en él y
escuches cómo redobla por la alegría que siento al abrazarte.
Los dos pares de brazos se enroscaron como cuatro serpientes que se
midieran y alistaran a devorarse. A través del ropaje de ambos se adivinaba la
fresca y acerada musculatura del uno y la sarmentosa del otro. Era un bello
grupo escultórico, en el que la juventud y la madurez parecían haberse juntado
para simbolizar un pasado que se iba a un porvenir que llegaba.

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Pero al desasirse estos dos hombres, se diría, por las miradas del uno y
las sonrisas del otro, que jamás la separación había sido más profunda entre
ellos que en el instante en que se estrechaban. Se habían penetrado y
descubierto en ese brazo. Los pechos habían entrado en contacto, pero no los
corazones. Un hálito de desconfianza fluía de ambos.
-Ahora vamos a remojar la reconciliación, Culqui, para que no se seque –
prorrumpió Huaylas. Aunque tú eres fresco y donoso la flor del maíz, un
rieguito, por mezquino que sea, como éste que te ofrezco, te fortalecerá. Voy a
servirte.

Y el yaya, cogiendo el jarro que pendía de la vara de quishuar, lo


sumergió en la tinaja de chicha, que había hecho conducir de su casa.
-Está bien lo que dices, Niceto –contestó Culqui, sin aceptar el jarro que
se alcanzaba- Pero debemos quitarle primero, cada uno a su chicha, la mala
capa que se forma encima cuando ha dormido mucho. La mía ha estado
durmiendo tres días.
Niceto y el resto de los nueve yayas tuvieron un golpe de sístole. ¿Habría
descubierto Ponciano el plan, tan meticulosamente preparado? Todos se miraron
oblicuamente, mientras Huaylas, deshaciéndose en una sonrisa aguda y forzada,
tratando de convencer a su adversario, repuso:
-Siempre ha sido costumbre en toda reconciliación que los que se amistan
beban el primer trago de chicha cambiado. ¿Quieres tú, Ponciano romper
también esta costumbre, precisamente cuando debemos mostrarle a Chupán que
la respetamos?
La insidiosa flecha estaba bien dirigida, pero Culqui no se perturbó. En
materia de arte política y de astucia rayaba él a mayor altura que cualquiera de
los yayas.
-Nuestra costumbre no manda eso que dices, Niceto, porque es la primera
vez que un alcalde y un yaya han estado enemistados y se reconcilian. El
caso es nuevo; no está previsto por nuestras leyes y este amistamiento, a la
vista de todas mis queridas ovejas, ha sido ideado por ti. Yo quise que fuera
entre los dos no más, en casa del buen misti don Leoncio, con una simple
botellita de chacta y un puñadito de coca; pero tú has querido hacer aparato
para que suene. No hay, pues, costumbre que nos obligue. Acompáñame a
hacer lo que yo hago en este momento, para que todos los que vienen detrás
beban con confianza. Después beberemos como tú quieras.
Niceto, derrotado por este razonamiento, cedió y, levantando el jarro, que
mantenía en la diestra, dijo:
-¡A tu salud, pues, mozo Ponciano!
-¡A tu salud, viejo Niceto!
Y ambos levantaron el jarro, pero mientras el joven alcalde bebía hasta la
ultima gota mostraba después el posillo invertido, para que el público viera que
nada sobraba en él, el viejo Niceto, tomando una simple buchada que se cuidó
de no pasar y volviéndose a uno de sus compañeros, al primero de la
izquierda, que era el que le seguía en jerarquía.
-¡No! –gritó Culqui imperativamente -Eso no está bien, Niceto; no has
concluido tu jarro. Tienes que beber como he bebido yo. Si no lo haces me
sentiré agraviado y entonces mi cuchillo te pedirá estrecha cuenta.
El yaya, desistiéndose de su actividad, pues ésta habría infundido
sospechas, sin ningún gesto de contrariedad o de rabia, para no descomponer la
majestad del poder que en ese instante representaba y que le habría
desconceptuado ante todos, apuró, disimuladamente, la buchada y replicó:

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-No quedará por eso, Culqui. Yo y todos mis compañeros sabemos beber
como tú. Quería no más evitarte que bebieras tantos jarros con nosotros y no
pudieras beber después la chacta para que la chicha no se te asiente. ¡Salud! Y
prepárate a beber la mía sin recelo.
-¡Que tenga buen provecho, viejo!.
Y el yaya apuró socráticamente el jarro hasta las heces colgándolo en
seguida de la vara, no sin haberlo antes volteado, y luego fue a sentarse,
ceñudo, en su sitial, reemplazándolo en el brindis Ventura Maile. Y a éste le
siguieron los demás, al principio indecisos, pero al fin animados por la actitud
estoica e impenetrable del viejo Huaylas.
Estaba Culqui para beber el décimo jarro, esto es, listo para
corresponder el brindis de Illatopa, el escribano frustrado, cuando la voz
angustiosa de una mujer que llegaba corriendo y pugnaba por abrirse paso
entre el arremolinado gentío, le detuvo.
-¡Ponciano! ¡Ponciano, no bebas de la chicha del yaya Huaylas! ¡Está
emponzoñada! ¡Te lo juro!
Culqui se volvió como electrizado por el eco de esa voz que tanto
conocía. Era la hija de Illatopa quien así le gritaba, la misma que desde el
primer día que él tornó a su pueblo le había hablado al corazón; la que le
había decidido a saltar por encima de las leyes y costumbres de la comunidad
chupanense; la que le hacia rodar en las noches su casa y tocarle la
concertina, con peligro de que el padre le metiera un bala en el cuerpo o le
echara encima los lapones….la que, en fin le había hecho aceptar la reconciliación
en pago del servicio que prestase, enseñándole, a fuerza de repetírselo en sus
honestas entrevistas, todos los discursos e invocaciones que pronunció el día
que empuñó la vara del alcalde, sonsacados a Illatopa.
El mozo, visiblemente conmovido por el sincero dolor de esta mujer, de la
que tan prendado estaba, exclamó:
-Ya había sospechado, linda Marcela, que la chicha de este viejo zorro,
que está ahí aparentando firmeza para que no se descubra que el veneno le está
arañando las entrañas, no era limpia. Por eso no quise beberla y he obligado a
todos esos perros a que la tomaran primero que yo. No tangas, pues, cuidado
por mi, ¡ángel de mi guarda!.
La muchedumbre, indignada por la perdía de los yayas y emocionada por
la actitud de la moza que había tenido la entereza de desafiar la cólera de todos
ellos, hasta la de su terrible padre, gritó enfurecida:
¡Asesinos! ¡Traidores! ¡Hijos de Supay! ¡Échalos abajo, Ponciano, para
retacéalos! ¡Ushanan-jampi! ¡Ushanan-jampi!
¡No! – alulú Culqui, desparramando sobre la multitud una dominadora
mirada. ¡Para qué ushanan-jampi si ya ellos se lo están aplicando, si de aquí no
ha de salir ninguno hasta que se beban la ultima gota de chicha maldita!.
-¡Perdón para mi padre, Ponciano! Si lo obligas a beber, la Marcela no
podrá jamás ser tuya.
-¡Tienes razón, huampa de mi alma! Sabiniano Illatopa, a nombre mío y de
Chupán entero, ¡te perdono!
Deja el jarro y anda a sentarte mientras los otros vuelvan a beber.
-¡Nunca! -gritó despectivamente el yaya Sabiniano. Trágate tu perdón,
indio mostrenco. Y tú, hija destacada, que nos has traicionado, ¡maldita seas y
que Supay te muerda las entrañas toda la vida!.
Y el indio, olímpicamente, apuró, a grandes tragos, la bebida fatal,
mientras los demás yayas, pálidos, sudorosos, trémulos, vacilantes, con las

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pupilas casi apagadas por el soplo de la muerte, aprobaban, con marcados


movimientos de cabeza, este apostrofe del feroz Huaylas:
-Ponciano Culqui, alcalde hechizo y mostrenco, aprende a morir cuando
nosotros para cuando te llegue la hora, que deseamos sea pronto….

COMPRENSIÓN DE LECTURA

Vocabulario:
Con ayuda del diccionario anota el significado de las
siguientes palabras:

a) Yaya: …………………………………………………………………………………

b) Misti: …………………………………………………………………………………

c) Respingo: …………………………………………………………………………………

d) Boicot: …………………………………………………………………………………

e) Sonsacar: …………………………………………………………………………………

f) Illapaco: …………………………………………………………………………………

Preguntas de Comprensión:
Responde a las siguientes preguntas:

1. ¿Cuáles son las pretensiones de Ponciano Culqui? ¿Quiénes lo apoyan y


quiénes se oponen a sus ideas de renovación?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

2. ¿A quién acude Ponciano para confiarle sus planes? ¿Qué ocurre en esta
entrevista?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

3. Elegido por fin alcalde de Chupán, ¿Qué actos cumple el día de la


juramentación?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

4 Qué deciden los yayas al comprobar que Ponciano se ha adueñado


totalmente de la situación?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

5 ¿Qué aspecto ofrecía la plaza de Chupán el día que los yayas aguardan
el último y fatal encuentro con Culqui?
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________________________________________________________________

6 Mientras dura esa dramática espera, ¿Qué hacen silenciosamente los


yayas? ¿Qué piensan? ¿Qué sienten?
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________________________________________________________________

7 ¿De qué modo alude Ponciano el compromiso de beber el jarro de chicha


que le ofrece Huaylas?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

8 ¿Qué hacen los yayas frente a este repentino cambio que se produce en
sus planes?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

9 ¿Quiénes llega intempestivamente para impedir que Ponciano beba la


chicha emponzoñada? ¿Qué le suplica? ¿Qué propone Ponciano para
salvar a Sabiniano Illatopa?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

10 ¿Cuál es la respuesta del padre de Marcela? ¿Con qué apóstrofe de


Huaylas se cierra dramáticamente esta historia?

________________________________________________________________

________________________________________________________________

Razonamiento Verbal:
Escribe el Sinónimo y Antónimo de las
siguientes palabras:
Sinónimo Antónimo

a) Resignarse …………………………………. ………………………………….

b) Homicida …………………………………. ………………………………….

c) Viejo …………………………………. ………………………………….

d) Reconciliación …………………………………. ………………………………….

e) Curanderos …………………………………. ………………………………….

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TEXTO Nº 4

LECTURA Lee detenidamente la siguiente lectura:

“HISTORIA DE UN TAMBOR”
Manuel Beingolea

Cuando Mauricio entró, hacia rato que doña Luciana, encorvada junto al
fuego, partía leña con un cuchillo sin mango. Siempre entraba de improviso
donde la amiga de su madre y en el fondo, mitad de por distracción, mitad por
habito, se sentía feliz en aquella risueña casucha sin revoco, perdida entre un
bosque de guayabos y cercada por una tapia que los retamares rebasaban.
Como era de la brigada de infantería, para ir a la Escuela Militar, desde el
Barranco, donde habitaba con su madre, tomaba cotidianamente la carretera en
cuya mitad se hallaba la casa de doña Luciana. Entraba a fumar un pitillo y era
a ésta, o bien a Rosario su hija, a quienes sorprendía en innobles zascandileos,
junto al fuego, en un amplio aposento sin revoco como toda la casa, que era
comedor, cocina y sala de recibo todo a un tiempo dejaba meter baza en la
conversación. ¡Diablo de chica! ¡Y lo que sabía! Quería contarlo todo, explicar
todo, con una vocecita de pájaro y una sonrisilla que la hacia mostrar sus
dientes de arroz. El tambor se quedaba embelesado, hasta que un toque lejano,
hacíale levantarse con su gorra, que por fin dejaba de girar entre sus manos.
-Bueno…hasta luego….han tocado fajina…..

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-¡Que te vaya bien, Mauricio, memorias por allá!- respondían a coro


ambas mujeres, mientras él salvaba la tranquera y desaparecía en el camino.
Aquel día llegó temprano. Tenía un gran proyecto que comunicar a doña
Luciana, pero el aire reservado y astuto de la vieja, había petrificado, más de
una vez la confesión pronta en sus labios. La cuestión era muy sencilla: quería
casarse con Rosario. Se había enamorado de ella como un colegial, oyéndola
disertar con soltura mostrando sus dientecillos. Además Rosario estaba
guapísima: su piel morena y suave incita al mordisco como una fruta, y sus
ojos negros parecían dos sanguijuelas que Mauricio sentía adheridas a su alma,
y conmovedora, y hasta malogró unos cuantos pliegos comprados al efecto,
pero, sea por lo poco satisfactorio del contenido, resolvió romperla. Declararse
a ella misma hubiera sido preferible, pero, ¡tenía tan buen jarabe de pico la
condenada! Se iba a reír de su aire embarazado y de su poca elocuencia y
entonces…
Enfrascado en un laberinto de indecisiones y temores estaba el pobre
Mauricio, cuando se le ocurrió, con esa rectitud candorosa del plebeyo
disciplinado, hablar con doña Luciana del asunto. ¡No se negaría, diablo! Salió
pues de su casa a horas fabulosamente matinales, decidido ya.
-Buenos días, temprano vienes…. –dijo la vieja.
-Voy al cuartel –respondió el soldado. Aquí traigo esto para matar al
gusano… ¡Salud!
Y sacando un frasco del bolsillo, lo presentó a doña Luciana. Bebieron.
Las llamaradas del hogar retorciéndose, como bucles de una cabellera
diabólica, enrojecían el rostro de la vieja prieto y perfilado, un rostro lamentable
de mujer de raza equivocada, con anchas arrugas alrededor de dos ojos
pequeños como cuentas; con una nariz encorvada y una barbilla de
polichinela obtenida hacia adelante. Tenía un pañuelo de yerbas atado a la
cabeza, por debajo del que escapaban algunos cabellos blancos y enrollados
como cuerdas de guitarra.
-¿Y Rosario? -preguntó Mauricio.
-Duerme – respondió la vieja estirando el cuello hacia la habitación
contigua, de cuya entornada puerta escapaba un olor de alcoba pobre, una
oleada de alhucema y de trapos tibios.
-¿Cuándo la casa usted? –insinuó el tambor estudiando el rostro de la
vieja.
-¡Ah!...eso…. ¡Quién sabe! Matrimonio y mortaja….
A Mauricio se le atragantaba la petición; sin embargo, dijo animándose:
-Mire, llévese de mi consejo, cásela usted pronto, doña Luciana…
-¡Bah! ¿Y qué afán tienes tú?
Mauricio enrojeció hasta las escleróticas. La vieja miraba. Hubo una larga
pausa. Se oía el chisporroteo del carbón mezclado al canto de los gallos en la
lejanía.
-¡Salud! –dijo Mauricio destapando otra vez el frasco.
Bebieron. El sol deslizaba una barra de polvillo dorado que manchaba
de naranja los ladrillo usados del piso. Las paredes desconchadas ostentaban
cenefas de telaraña. Multitud de clavos que nada sujetaban y de los que nada
pendía, estaban sembrados en la pared. Entre la desnudez, sólo campeaba una
fotografía -regalo de Mauricio –que representaba la oficialidad de la Escuela
Militar agrupada en el patio claustral.
Los asientos paralíticos con los pies torcidos; la ancha mesa cubierta por
un hule oscuro con una pata sostenida por dos ladrillos; los pucheros de barro
y los platos de reborde azul esparcidos sobre ella; el brasero sobre un

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pedestal de adobes, junto al muro, en un ángulo ennegrecido por el humo; todo


era de tan pobre apariencia que Mauricio envalentonado se decidió:
-Doña Luciana…Yo pienso casarme con Rosario…. ¿Consentiría usted?..
La vieja lo miró, sorprendida ante el escopetazo. Iba a contestar algo
chusco, pero se encontró con el rostro solemne de Mauricio, como una
imposición.
-Mira: sobre eso hay que hablar….. ¿Le has dicho algo?
-Nada … no me he atrevido…
-¡Ah! Pues yo le diré …. ¡Si ella quiere! ….Ven a la tarde…
Conversaron más tiempo aún. Fue una parrafada embarazosa en que no
se miraron de frente. El hablaba de su porvenir en la milicia. Ella callaba y
asentía con la cara fruncida por el humazo que se adueñaba de la situación .
Y cuando se despidieron. Mauricio caminando con desenvoltura se
dirigió al cuartel sin volver la cabeza.
II

Todo el día estuvo Mauricio intranquilo, con rostro grave como cuando se
sale del cuarto de un moribundo. Hacia la tarde, después del rancho, la
pesadez del merienden le tornó voluptuoso y se perdió en conjeturas acerca
de su amada. Se imaginaba ya dueño de ese cutis moreno como el de un
melocotoncillo por madurar, y sus dedos presentían ya, la suavidad de esa
garganta gordezuela y deliciosa que quizá cubriría con besos devorantes. La
amaba. ¡La adoraría siempre, diablo! Y todos sus movimientos de marcha y de
contramarcha estaban presididos por dos sanguijuelas negras que se
confundían con el rojo de los pantalones, el relumbrón de las espadas y el oro
de de los entorchados. Como se preparaban para las maniobras de fin de fin de
año, el ejercicio era diario y continuo. Todo el mundo sudaba y se debatía en el
ancho patio claustral -el mismo de la fotografía - y los artilleros con sus obuses,
los de a caballo con sus grandes sable3s, y los infantes con las pantorrillas
vendadas de un paño gris, todos tenían el aire de sobrepujarse para alcanzar
un premio.
Mauricio tocaba su tambor y pensaba en sus sanguijuelas. Con el
crepúsculo salió. El momento se acercaba. Allá lejos extendiese Chorrillos,
acostado sobre su cerro como sobre un sofá parduzco. Con la languidez
crepuscular el camino soleado tomaba una coloración tenue. Desde ahí se
divisaba la casita entre una perspectiva de sauces. El mar al frente se
extendía como una muselina salpicada de oro. Mauricio descubrió la ventanuca
humarenta como la boca de un horno. Atrás verdeaban las praderas hasta las
colinas azules que se sucedían como un mar de teatro. Ya muy cerca de la
casa, vio a un joven vestido de azul; un rostro pálido y severo que conocía
mucho no sabía de dónde. Cuando estuvo junto a él fue mirado con unos
ojos color de caramelo marrón, fríos y hostiles Mauricio experimentó una
sensación de angustia. Hay caras que así presagian mal. Trató de recordar
dónde había visto al desconocido joven. Pero en ese momento oyó la voz de
Rosario canturreando dentro. Apuró el paso y llegó. Apenas en el dintel, vio
unas faldas rosadas que se perdían en el interior, fugitivas. Mauricio encontró a
doña Luciana examinando el contenido de un barreño. Por el “buenas tardes”!
Comprendió lo grave del caso. La cara de la vieja era más hostil que nunca.
¡La hubiera estrangulado, diablo!.
-¿Y?
-¡Ah!, ¿sobre eso? Dice que no piensa todavía….que no quiere…

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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

-Pero, ¿de qué modo le ha dicho usted?


-Le he dicho…Le he dicho, pero no quiere….. ¿Qué voy a hacer yo?
-¿Y por qué no quiere? -insistió Mauricio con la voz altanera.
-¡Vaya usted a saber! -refunfuñó la vieja volviendo a su barreño en cuyo
contenido flotaban fragmentos de verdura.
Mauricio sentado quedó absorto durante un buen rato.
-¿Con que no? ¡Ah! ¡Bueno! Pues no volveré a poner los pies aquí. Y
levantándose bruscamente:
-¡Adiós! -dijo
Y se perdió en el campo.
III
La verdad es que Rosario estaba distraída. Además no amaba a Mauricio.
Le veía desde niño, pero era demasiado frívola para dejarse arrastrar de
recuerdos líricos y ponerse a amar a un modestísimo sargento. Es cierto que la
costumbre, había puesto dulzura en las relaciones de ambos, pero era tan
poca como la ondulación que imprime a la roca la perenne caída del agua.
Criatura voluptuosa y huraña, amaba todo aquello que mece. Era epicúrea.
Encontraba vulgar a Mauricio con sus mandíbulas cuadradas , sus grandes
manos y ese aire de muchacho formal, incapaz de faltar a la disciplina. Le
encontraba torpe, limitado, con frases tímidas y respetuosas y ella gustaba
del desarreglo, de la rebelión, del pellizco audaz, de las frases dadas y
retribuidas. Quería brillar. En las retretas y en los lugares donde se reunía
frente, estudiaba tocados de moda y retenía en el oído las piezas de música
que estropeaban las bandas; sabía los nombres de las personas distinguidas;
y aunque nunca había bailado, sabía bailar. Un día cayó en sus manos un
ejemplar descompaginado de “La señorita Giraud” de Belot. Lo leyó con
avidez, quedándose en ayunas en ciertos pasajes, pero su imaginación
evolucionó y esto dio nuevo rumbo a su espíritu. Entrevió un ambiente
seductor de levitas y de intrigas pecaminosas. Soñó con el pecado soñaba que
uno de esos señores venia entre la pálida luz del alba, con la chistera de felpa
chafada, a despertarla con un beso, haciendo sonar monedas en el bolsillo del
pantalón. Un día al salir de misa, notó que un joven la seguía, mirándola
tiernamente con sus ojos de color caramelo. Ella no dio importancia a esto. Por
la tarde le vio pasar muchas veces delante de su casa. Entonces se fijó en él.
Le encontró distinguido, con el rostro perfectamente oval, el cabello
artísticamente desordenado, un bigote incipiente que ponía en sus labios algo
provocante. Vestía de gris, y tenía una herradura de oro en la corbata. Su
saco de alpaca le iba bien. Desde aquel día encontró siempre en un camino
los ojos de color de caramelo, y como por aquel tiempo leyó “María” por
Isaacs, su alma llena de languidez soñaba con la casita, con el ramo de
azucena, frescas de todas las mañanas, hubiera deseado morir en brazos del
joven apasionado del saco de alpaca. Volviese reservada, nerviosa, irascible.
Doña Luciana se lo reprochó. Una noche, unas amigas suyas, tres chicas
delgadas y enfermizas, hijas de un arquitecto de la vecindad, la acompañaron
a una retreta en el Barranco. Sentadas en un escaño de la oscura plazuela
escuchaban el vals “América” del compositor Otayza, cuando de pronto
apareció ante ellas el joven del saco de alpaca, radiante y correcto. Ostentaba
un sombrerito de viruta del que se escapaba su crespa y cultivada melena, y
engolado en un cuello que parecía de mármol, fustigaba nerviosamente sus
piernas con un bejuco. Antiguo amigo de las chicas del arquitecto, le hicieron
una acogida cariñosa, casi fraternal. Cuando le presentaron a Rosario le
estrechó la mano con una presión significativa. Durante la retreta estuvo

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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

inspirado, refirió anécdotas, colgó frases irónicas de cada uno de los que
pasaban, habló de Lima, de sus estudios, (iba para abogado), del baño; cambió
impresiones sobre las lecturas, alabó a Ohnet, que era “muy decadente” y recitó
poesías que empezaban así:
La vida es una trágica cadena….
Era uno de esos seres chiflados por lo correcto, con un ingenio atiborrado
de códices, con refranes que trascendían de los tratados de jurisdiprudencia,
hablando irónicamente de todo el mundo, descubriendo con un regocijo
policiaco, caso diabólico, las irregularidades de los hogares, los antecedentes
sospechosos, las cosas ridículas. Se apellidaba Sanz y hacia “sentidos
versos” que publicaba en “El Barranquino”. Desde esa noche aprovechó la
oportunidad para conducir a Rosario por todos los senderos del idilio: le habló
de su “corazón letrado”, de su sufrimiento “hondo, profundo , créame usted,
señorita”, y de que “a veces en sueños, cuando el alma divaga”.
Rosario que jamás había escuchado palabras de azúcar, sentía una
dulce languidez y cundo al fin de la retreta, el tumulto se hizo grande, bajo el
estruendo de las trompetas, y el joven le preguntó: si podía creerse “el más
feliz o el más desdichado de los mortales”, no pudo articular palabra.

IV
Transcurrieron cuatro meses. Desde el día aquel de su desengaño,
Mauricio se sentía en medio de la vida como una palma en un desierto.
Encontrábase solo, derrumbado interiormente, desligado de las personas que
amara, teniendo que replegarse en si mismo, que pasar desapercibido, que
achicarse.
¿Por qué? Lo abismaba la pregunta. Vagar en la soledad de los
crepúsculos, por los sitios en que se ha sido feliz, llevando como un estigma,
¿Qué? Algo que dice: “ Vete en buena hora. No tienes opción a esto”. ¿Qué
sabía él, soldado agregado como un autómata a una caravana de gentes
marciales, perseguido desde niño por cosas contrarias a sus gustos? ¡Ah!
Pero ese pensamiento: ¡Ella de otro! ¡Las sanguijuelas de otro! ¡Cuando él se
hubiere dejado exprimir el alma por sus queridas sanguijuelas! ¡Esa boca
bermeja y carnosa, que se había considerado indigno de merecer, se dejaba
besar por otra boca que no era la suya! Y se martirizaba más en casa detalle,
en la largura de las pestañas, en el ovalo del rostro, en los menudos dientes
que representaban tantas sonrisas en días mejores, presidiendo a los actos de
su vida. Cuando los vio juntos una noche de retreta después de lo acontecido,
se quedó frío.
Al reconocer al de los ojos de caramelo tuvo una gran avidez por
aplastarle como a un insecto. ¡Con cuánta rabia observó la superioridad del
señorito sobre el plebeyo! ¡Le hubiera estrangulado como a un volátil! Cada
detalle de su investigación érale amargo como un trago de zumo de achicorias.
Se refinó desde entonces. Mirábase en los espejos, establecía comparaciones y
salía desconsolado de las tales comparaciones. Se encontraba mandíbulas
vulgares, piel poco limpia, ojos inexpresivos, además rústicos. Y ese
pensamiento lo minaba, lo corroía, como un gusanillo en el corazón de una
manzana. Se hizo misántropo: sepultábase en el campo, bajo los tupidos
espinos, bajo cuyo ramaje se escuchaban ruidos confusos como de animalejos
torpes. Allí echado, recordaba toda sus historia de muchacho mataperro:
chapuzones en los arroyos, caminatas sobre las tapias, cacerías con liga,
merodeos de fruta que le dejaban una sensación astringente en la boca. En ese
medio ambiente de cuartel y de batalla había despertado su afición por la

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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

milicia. Era en esos campos de recuerdo sagrado, donde había caído su padre
por defender a la patria; eran esas tantas veces con el corazón gozoso, las que le
habían enseñado a venerar la memoria de su padre y la carrera de las armas. Y
reconstruía la batalla, pensaba en ella como en algo mitológico, como piensa
un colegial que empieza a manejar antologías griegas en los héroes de Homero.
¿Y ahora? ¡Ah! Tiempos en que los bocados del rancho no eran tan
desabridos y en que la gorra encarnada del coronel no era tan autoritaria.
Ahora, por más buena voluntad que pusiera, todo estaba deslucido, los campos
marchitos, bajo el sol de otoño, el mar desteñido, exasperante, monótono, como
su vida.
Ahora, cosas feas, cosas feas siempre, jóvenes de ojos de caramelo que
lo miraban como a un átomo. ¿Qué es pues un soldado? Coroneles con cara
de vinagre y oficiales con mucho de “¡eh! amiguito, la disciplina”. ¿Y mi
corazón? Le daban ganas de gritar….
Pero…. nada, tenía que guardárselo y ….a formar.
Se hizo más comprensivo. Su rostro adquirió una forma más regular y
sus ojos se tiñeron de melancolía. A menudo contemplaba el mundo externo,
con vaguedad en la mirada como si nada fuese real. Allá lejos miraba, extático la
escuela gris, almenada, y las luces del malecón en hilera sobre la noche, como
los puntos suspensivos de fuego de una inmensa frase negra…..
Transcurrieron tres meses. Las maniobras se acercaban. Conoció cosas
bien duras: el trabajo desagradable, la faena sin fe, el esfuerzo inútil. Su alma
tomaba actitudes nobles. Sin embargo aliviábase con la fatiga y le parecía irse
liberando de un peso. Por diciembre se consoló. Sus ideas cambiaron
haciéndose irónicas. Su rostro adquirió carácter y una cierta arruga en el
entrecejo que le hacia interesante.
V
Rosario, por su parte, pasó una vida distinta. Frecuentaba más que nunca
las retretas. Estas tenían lugar en una plaza oscura a donde concurría todo el
Barranco como a un patio de vecindad. Un kiosco bizantino, rodeado de
palmeras albergaba a los músicos. Por entre las ojivas se veía relumbrar el
cobre de los trombones y la plata de los flautines. La banda deshilachaba los
mismos vals, las mismas poleas, las mismas mazurcas. Por los senderos
arrastraban sus faldas las señoritas. Marchas claras brillaban en los asientos,
grupos de jóvenes se agitaban tras de los árboles. Por su parte, el de los ojos
de caramelo, no faltaba. Allí le veía siempre Mauricio, siempre correcto, siempre
tenaz, siempre odiado, trivial como una pared, cargante como un código,
inevitable como un farol.
Pero Rosario en vano buscaba esa languidez de las novelas, ese abandono
dulce en brazos del amante; antes bien sentía una sorda hostilidad que se
traducía en frases inconclusas, en orgullos mal disimulados. Altiva, en el fondo,
no le perdonaba que fuese tan burlón, tan sutil, le hubiera preferido trágico.
Hubiera querido amarle, fundirse con él, pero había la valla de su ironía, de
su esprit, ¡Ah! ¿Entonces no hallaría al de las novelas? Y cuando llegó el
invierno Rosario desesperaba algo desilusionada del amor. No era lo que se
había imaginado. ¿Y Mauricio? ¿Qué se había hecho Mauricio? Nadie lo veía ya.
Desde que doña Luciana le dio la fatal nueva no había vuelto a la casa ¡Pobre
Mauricio! ¿Sufriría? ¡Bah! No la amaría éste tampoco, más que el otro. Y desde
entonces pensó en Mauricio, despechada.
¡Si Mauricio lo hubiera sabido!
VI

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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

Llegaron por fin esas famosas maniobras. A un costado de la Escuela se


había preparado el campo en una pradera en barbecho. Desde temprano, los
cuerpos del ejercito se hallaban allí, deslumbradores y petrificados bajo el sol
brutal. La artillería a un lado, con los cañones enfundados en una tela oscura; la
caballería, al medio, como una muralla de pechos de centauro; y la infantería,
al lado opuesto, gris e inmóvil. El sol de diciembre, hacia reverberar las armas,
los cobres de los tambores y la coraza plateada del coronel. A un lado, se
habían improvisado tribunas, para los espectadores y para el Jefe de Estado:
tribunas de lona que el viento agitaba como velas de navío y bajo las
cuales se agitaba una ola movediza de plumas, de sombreros, de cabezas y de
estofas claras y vaporosas. Por todos los vericuetos, por encima de las tapias,
por el amplio camino, se veían puntos negros que se movían, cordones de
multitud que ondulaban. El tranvía lento viejo vomitaba cargamentos humanos
delante de las tapias reverberantes. Soldados con pantalones blancos pasaban.
Rosario, con las hijas del arquitecto, se vieron y se dijeron para
introducirse en una tribuna, el joven de los ojos de caramelo que inauguraba
con tal solemne oportunidad un traje plomo, las acompañaba radiante,
epigrameando acerca de las tardanza del Jefe de Estado. A eso de las tres, llegó
éste, envuelto en un gran cortejo de señores empenachados, de cuyos heroicos
pecho s pendía todo género de condecoraciones, cintas, abalorios y medallas.
Por encima de los apuntados sombreros flameaban los penachos de pluma
rojos, blancos, azules, como pájaros posados en las cabezas. Abajo, las piernas
se movían como solemnidad, y los pantalones negros, rojos y blancos se
mezclaban con fichas de tresillo. El presidente un señor de pera, vestido de
negro – mostraba en cada movimiento la banda bicolor cruzada sobre el pecho.
Apenas se le veía, porque los demás señores del cortejo, gordos y llenos de
ropajes, le ocultaban con sus cuerpos como protegiéndole. Se acercaron a
cada brigada y la examinaron detenidamente: algunos se calaban los anteojos.
Una vez hecho el examen, el presidente y su comitiva se instalaron. Un gran
murmullo recorrió el campo y las maniobras comenzaron. Fue la infantería la
primera en evolucionar. Al mando de su jefe, se desplegó tomando distintas
formas, como una tira gris que el viento batiese, se achicaba, se alargaba,
engrosaba o enflaquecía, luego se adelantaba como una ola y se retiraba como
una resaca. Los pies pisaban la tierra con un ruido blando que se mezclaba al
rastrillar de los fusiles simétricamente manejados. De pronto se oyó la voz del
coronel como un clamor lejano. Cada movimiento terminaba en aplausos que
repercutían en la extensión. Allá, en un grupo de oficiales y fejes, estaba
Mauricio: de gran parada, con un gran tambor colgado a la cintura, una
maravilla de tambor con una faja de oro que fulguraba como una llama. Como
era tambor de órdenes, se destacaba al lado del jefe. A Rosario, que lo había
dejado de ver, le pareció gallardo, hermoso, soberbio, con una actitud notable
que seducía. Ceñido en su uniforme gris, su busto era erguido y su gorra,
echada sobre la frente, hacia sombra en su fisonomía más grave y más morena.
Ejecutaba los movimientos con soltura, sin parecer sentir el peso de la caja que
tenía al costado y pasaba por delante de las tribunas sin mirar. Rosario
establecía comparaciones entre su pretendiente actual y Mauricio, encontrando a
aquel ridículo, tonto, demasiado “señora”, con sus versos y chistes malignos.
Alma tropical tuvo una clarividencia: Allí estaba lo trágico, lo serio, lo
romántico que ella quería. ¡Además la cara de Mauricio tenía una expresión tan
noble, tan interesante! ¡Sus ojos negros y melancólicos miraban de un modo!
Rosario quedó encantada. El de los ojos de caramelo pretendió burlarse de

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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

Mauricio, y hasta apuntó un satírico chiste, pero se encontró con la mirada


terrible y despreciativa de la muchacha.
Una vez que terminó la infantería, los jinetes se pusieron en movimiento.
Sus grandes sables marcaban lenguas de fuego en el espacio y los cascos de
sus caballos levantaban nubecillas de polvo. Ejecutaron ejercicios difíciles:
espirales, círculos, estrellas, cuadros, carreras de obstáculos, con su coronel a
la cabeza, en cuya coraza de plata, quebraba el sol sus rayos, y cuya crinera
negra se esparcía al viento como un airón tintoso. Pero el gran triunfo fue para
los artilleros. Llegaban éstos como legiones con sus piezas en el lomo de las
mulas, luego prodigiosamente las armaban, dividiéndose en grupos de cinco o
seis hombres que rodeaban a cada pieza lista, relumbrando como plata. Parecía
aquello una batalla: los oficiales y jefes corrían de un lado para otro dando
órdenes con sus vivos rojos que se agitaban como tiras de lacre. De pronto
salió de todas las bocas de fuego de humo, un hilera de nubecillas como las
peanas de los santos. Después se oyeron las descargas retumbando hasta el
lejano e inmóvil mar, como una tronada. Y entre el humo, Mauricio altivo como
un semi-Dios, iba de un lado a otro redoblando. De pronto, vio a Rosario en
una de las tribunas, y cosa rara, lo miraba, lo miraba, se fijó bien, ¡no cabía
duda! ¡Lo miraba, y qué mirada! Encontró otra vez sus queridas sanguijuelas,
pero esta vez sumisas, fieles, cariñosas. Su corazón dio un Fran vuelco. Y
siguió redoblando como si hubiera valido el generalato.
Cuando todo acabó, y fue desfilando la tropa delante del presidente,
Mauricio no cabía en sí de gozo. Rosario de pie aplaudía junto con todos, pero
esta vez lo hacia mirándole. Como no vio a su rival, que había desaparecido
discretamente, su alegría fue en aumento y cuando después del desfile se halló
en la cuadra, listo para ir donde quisiera, voló hacia el sitio de las tribunas.
El crepúsculo suave de verano, teñía de rosa el confín del horizonte. A lo
lejos las manchas negras de los árboles se recortaban sobre el cielo. El gentío
hormigueaba a la desbandada en los caminos, sobre las tapias, a través de las
praderas con la yerba hasta las rodillas. La roseta de un molino parado
sobresalía entre los árboles. Alto y sereno volaba en el azul un cuervo.
Mauricio, con el corazón palpitante, llegó a la tribuna. Rosario y sus
amigas se marchaban en aquel momento. Mauricio no se atrevió a saludarlas y
se limitó a seguirlas a corta distancia, estremeciéndose de gozo. Atravesaron el
campo confundidas entre el gentío. Rosario volvía la cabeza y lo miraba con
ternura. ¡Ah! ¡Las queridas sanguijuelas, por fin las tenía! Al llegar a la casa las
amigas se despidieron. Entonces Mauricio al verse solo se detuvo en la puerta
y dijo cortado:
-Buenas noches, señorita.
-Buenas noches, Mauricio… ¿Ya no nos quieres? … ¿Qué te hemos hecho? –
le interrumpió Rosario con la voz temblorosa de emoción.
-¡Oh! ¡Siempre! ¡Siempre! – murmuró el muchacho, casi lloroso.
-No está mamá -insinuó Rosario.
Entonces en aquella semi –oscuridad, recordó el soldado todo lo que
había sufrido por ella, y se lo refirió confusa y apasionadamente.
-Yo también he sufrido –dijo la ingrata.
Entonces Mauricio la tomó de las muñecas, la atrajo dulcemente a sí y la
besó en los ojos, con ternura. Sintió la humedad de una lagrima.
-¡Perdóname, Mauricio!
Así como en las tormentas de estío cae sobre las hojas la primera lluvia de
gotas gruesas y calidas, así sintió Rosario sobre su piel morena los besos del
tambor, apasionados, delirantes; sobre las mejillas, en los labios en los ojos, en la

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garganta, en la barbilla, detrás de la nuca, en los lóbulos de las orejas,


devoradores, vampíricos…
-Alma mía! … ¡te adoro!
Y la besaba frenéticamente, apretándola contra su pecho, como ligándola
para siempre.
Afuera, la noche inmune avanzaba, negra como una desesperación. El
viento arrastraba el aroma turbador y potente de los vastos campos.
Cascabeleo de grillos rompía el silencio….

Vocabulario: Con ayuda del diccionario anota el significado de las


siguientes palabras:

a) Revoco: …………………………………………………………………………………

b) Fajina: …………………………………………………………………………………

c) Barreño: …………………………………………………………………………………

d) Esprit: …………………………………………………………………………………

e) Epicúreo: …………………………………………………………………………………

f) Misántropo: …………………………………………………………………………………

Preguntas de Comprensión: Responde a las siguientes preguntas:

1. ¿Cuánto tiempo real calculas que debe durar esta historia?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

2. ¿Qué acostumbraba hacer Mauricio diariamente antes de dirigirse a la


Escuela Militar?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

3. ¿Cuáles eran las intensiones del joven? ¿Qué resuelve doña Luciana al
respecto?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

4. ¿Por qué decide Mauricio no volver a poner los pies en la casa de doña
Luciana?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

5. ¿Qué ocurría en verdad con Rosario? ¿Por qué no podía amar a Mauricio?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

6. ¿Cómo se sintió Mauricio desde aquel día de su desengaño?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

7. ¿Quién era Sanz? ¿Cómo llega Rosario a interesarse por este joven?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

8. ¿Cómo se convence Rosario que el joven de los ojos color de caramelo


no encarnaba el ideal que ella siempre había buscado?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

9. ¿Qué hizo Rosario para atraer nuevamente al joven militar?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

10. ¿Cómo respondió Mauricio a las insinuaciones de la bella joven?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

11. ¿Cuál es el desenlace de esta historia?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes


Razonamiento Verbal: palabras:

Sinónimo Antónimo

a) Arrogante …………………………………. ………………………………….

b) Romántico …………………………………. ………………………………….

c) Sutil …………………………………. ………………………………….

d) Irónico …………………………………. ………………………………….

42
EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

e) Sonrisa …………………………………. ………………………………….

TEXTO Nº 5

LECTURA

Lee detenidamente la siguiente lectura:

FUE EL EN PERÚ
Ventura García Calderón

“Aquí nació, niñito”, murmuraba la anciana masticando un cigarro


apagado. Ella me hizo jurar discreción eterna; mas ¿Cómo ocultar al mundo la
alta y sublime verdad que todos los historiadores falsificaban? “Se
aconchabaron para que no lo supieran náidenes, porque es tierra pobre”, me
explicaba la vieja. Extendió la mano, resquebrajada como el nogal, para
indicarme de qué manera se llevaron al niño lejos y nadie supo si nació en
tierra peruana. Pero día ha de venir en que todo se cuente. Su tatarabuela, que

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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

Dios haya en su santa gloria, vio y palpó los piecesitos helados por el frío de
la puna; y fue una llama de lindo porte la primera que se arrodilló, como ellas
saben hacerlo, con elegancia lenta, frotando la cabeza inteligente en los pies
machados de la primera sangre. Después vinieron las autoridades.
La explicación comenzaba a ser confusa; pedí nuevos informes, y
minuciosamente lo supe todo: la huida, la llegada nocturna , el brusco
nacimiento, la escandalosa denegación de justicia, en fin, que es el más torpe
crimen de la historia. “Le contaré –decía la vieja, chupando el pucho como un
biberón. Perdóname, niñito: pero fue cosa de los blancos.
No podía sorprenderme esta nueva culpa de mi raza. Los blancos somos
en el Perú, para la gente de color, responsables de tres siglos injustos. Vinimos
de la tierra española hace mucho tiempo, y el indio cayó aterrado bajo el
relámpago de nuestras espingardas. Después trajimos en naos de tres puentes,
del Senegal o de allende, con cadenas en los pies y mordaza en la boca, las
“piezas de ébano”, como se dijo entonces, que, bajo el látigo del mayoral,
gimieron y murieron por los caminos.
También debía de ser aquella, atrocidad, cosa de los blancos, pues la
pobre india doncella – aseguraba la vieja tuvo que fugarse a lomo de mula
muy líos, del lado de Bolivia, con su esposo, que era carpintero. “¡Si supiera,
niñito, las lindas maderas que trujo de por allí mi compadre Feliciano!”.
El relato de la negra Simona comienza a ser tan confuso que es menester
resumirlo con sus propias palabras: “Gobernaba entonces el departamento un
canalla judío, como los hay aquí tantos hoy día, niñito, uno de aquéllos que
hacen trabajar a los hijos del país pagando coca y aguardiente no más. Si se
niegan, se les recluta para el Ejército. Es la leva, que llaman. Fue así como
obtuvieron aquellos indios que le horadaron el pecho al Santo Cristo; pero esto
fue más tarde y todavía no había nacido aquí. Agarró y mandó el prefecto que
los indios no salieran de cada departamento, mientras en la tierra vecina otro
que tal, hereje y perdido como él, no quería que tuvieran hijos, porque se
estaba acabando el maíz en la comarca. Entonces se huyeron, a lomo de mula,
la Virgen , que era indiecita, y San José, que era mulato. Fue en este tambo, mi
amito, en que pasaron la divina noche. Las gentes que no saben no tienen
más que ver cómo está vestida la Virgen, con el mismo manto de las
serranas clavado en el pecho con el topo de oro, y las sandalias, ojotas que
llaman, en los pies polvorientos, sangrados en las piedras de los Andes. San

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José vino hasta el tambo al pie de la mula, y en quechua pidió al tambero


que les permitiera dormir en el pesebre. Todita la noche las quenas de los
ángeles estuvieron tocando para calmar los dolores de Nuestra Señora, que no
quería llamar a náidenes. Cuando salió el sol sobre la puna, ya estaba llorando
de gozo porque en la paja sonreía su preciosura, su corazoncito, su palomita.
Era una guagua linda, ¡caray!, que la Virgen, como todas las indias, quería
colgar ya el poncho en la espalda. Entonces lo que pasó nadie creerlo, niñito. Le
juro por estas santas cruces que las llamas del camino se pusieron de rodillas,
y bajó la nieve de las cintas como si se hubieran derretido con el calor los
hielos del mundo. Hasta el prefeto comprendió lo que pasaba y vino volando.
Cuando ¡quién te dice que a la hora del hora se viene derechito, seguido por un
indio cacique y el rey de los mandingas, que era esclavo del mismo amo
que mi tatarabuela! Esos son los Reyes Magos que llaman. El blanco, el indio
y el negro venían por el camino, entre las llamas arrodilladas, que bajaban de
las minas con su barrote de oro en el lomo. Hasta los cóndores de las altas
peñas no atacaban ya a los corderos. Entonces, como iba diciendo, llegaron los
tres hombres al tambo, y nunca más se ha visto que un prefeto blanco se
ponga de rodillas, junto a la cuna de un hijo del país. Nunca en jamás, los
indios han vuelto a estar tan alegres como lo estuvieron en la puerta del
tambo, bailando el cacharpari y mascando jora para la chicha que había de
beber el santo niño. Ya los mozos de los alrededores llegaban trayendo los
pañales de lana roja y los ponchitos de colores y esos cascabeles con que
adornan a las llamas en las ferias. Y cuando llegó el prefecto con el cacique y
el rey de los mandigas, todos callaron, temerosos. Y cuando el blanco dejó en
brazos del niño santo la barra de oro puro, nuestro amito sonrió con desprecio. Y
cuando los otros avanzaron gimoteando que no tenían para su amito y señor
sino collares de guayruros y esos mates de colores en que sirven la chicha de
jora y las mazorcas de maíz más doradas que el oro, Su Majestad, como le
estaba diciendo, abrió los bracitos y jabló… La mala gente dirán que no podía
jablar entuvia; pero el Niño Dios lo puede todo, y el rey de los mandingas le
oyó clarito estas razones: “El color no ofende, hermano”. Entonces un grito de
contento resonó hasta en los Andes, y todos comprendieron que ya no habría
que todos iba a ser hijos parejos del Amor divino, como habían prometido
los curas en los sermones. La vara de San José estaba abierta lo mismito que
los floripondios, y los arrieros que llegaban dijeron que los blancos gritaban

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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

en la casa del cura, con el látigo en la mano. Sin que nadie supiera cómo ni de
qué manera, en menos tiempo que dura una salve, se llevaron al Niño en
unos serones, poniendo al otro lado chirimoyas para que hicieran contrapeso.
La Virgen y santo Esposo iban detrás, cojeando con el cepo en los pies”.
“Y desde aquel tiempo, niñito, nadie puede hablar del estropicio en la provincia
sin que lo manden mudar a la chirona. Pero todos sabemos que su Majestad murió y
resucitó después y se vendrá un día por acá para que la mala gente vean que es de
color capulí, como los hijos del país. Y entonces mandarán fusilar a los blancos, y
los negros serán los amos, y no habrá tuyo ni mío, ni levas, ni prefetos, ni tendrá que
trabajar el pobre para que engorde el rico….
La negra Simona tiró el pucho, se limpió una lágrima con el dorso de la
mano, cruzó los dedos índice y pulgar para decirme:
“Un Padrenuestro por las almas del Purgarotorio, y júreme, niño, por estas
cruces, que no le dirá a náidenes cómo nació en este tambo el Divino Hijo de Su
Majestad que está en el Cielo, amén”.

COMPRENSIÓN DE LECTURA

Vocabulario: Con ayuda del diccionario anota el significado de las


siguientes palabras:

a) Allende: …………………………………………………………………………………

b) Nao: …………………………………………………………………………………

c) Cepo: …………………………………………………………………………………

d) Aterrado: …………………………………………………………………………………

e) Mayoral: …………………………………………………………………………………

f) Espingarda …………………………………………………………………………………
:

Preguntas de Comprensión: Responde a las siguientes preguntas:

1. Por las referencias que se ofrecen, ¿Cuándo ocurren estos hechos?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

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2. ¿Dónde se refugian la Virgen y San José?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

3. ¿Cómo era el niño que acababa de nacer?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

4. ¿Qué cosas extrañas ocurren apenas nace el Niño?


________________________________________________________________

________________________________________________________________

5. ¿Qué regalos traen los mozos de los alrededores? ¿Qué regalos traen
los blancos?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

6. ¿Qué dijo el Niño-Dios sobre los regalos que le hicieron unos y otros?
________________________________________________________________

________________________________________________________________
7. ¿Qué mensaje portaban estas palabras?
________________________________________________________________

________________________________________________________________
8. ¿Cómo se llevaron al Niño de aquel lugar?
________________________________________________________________

________________________________________________________________
9. ¿Qué pasó luego que San José y la Virgen se llevaron al Niño?
________________________________________________________________

________________________________________________________________

Razonamiento Verbal: Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes


palabras:

Sinónimo Antónimo

a) Falsifican …………………………………. ………………………………….

b) Denegación …………………………………. ………………………………….

c) Mascando …………………………………. ………………………………….

d) Sermón …………………………………. ………………………………….

e) Precioso …………………………………. ………………………………….

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TEXTO Nº 6

LECTURA

Lee detenidamente la siguiente lectura:

“EL CABALLERO CARMELO”


Abraham Valdelomar

Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos


aparecer, desde la reja, en el fondo la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de
paso, pañuelo al cuello que agitaba el viento, sampedrano pellón de sedosa
cabellera negra, y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a la casa.
Reconocímosle. Era el hermano mayor que, años corridos, volvía. Salimos
atropelladamente gritando:
-¡Roberto! ¡Roberto!
Entró el viajero al empedrado patio donde el ñorbo y la campanilla
enredábanse en las columnas como venas en un brazo y descendió en los de

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todos nosotros. ¡Cómo se regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su tostada


piel, encontrábalo viejo, triste, delgado. Con su ropa empolvada aún, Roberto
recorría las habitaciones rodeado de nosotros; fue a su cuarto, pasó al
comedor, vio los objetos que se habían comprado durante su ausencia, y
llegó la jardín:
-¿Y la higuerilla? -dijo.
Buscaba, entristecido, aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes
de partir. Reímos todos:
-¡Bajo la higuerilla estás!...
El árbol había crecido y se mecía armoniosamente con la brisa marina.
Tócale mi hermano limpió cariñosamente las hojas que le rozaban la cara, y
luego volvimos al comedor. Sobre la mesa estaba la alforja rebosante; sacaba él,
uno a uno, los objetos que traía y los iba entregando a cada uno de nosotros.
¡Qué cosas tan ricas! ¡Por dónde había viajado! Quesos frescos y blancos,
envueltos por la cintura con paja de cebada, de la Quebrada de Humay:
chancacas hechas con cocos, nueces, maní y almendras; frijoles colados en
sus redondas calabacitas, pintadas encima con un rectángulo del propio
dulce, que indicaba la tapa, de Chincha Baja; bizcochuelos, en sus cajas de
papel, de yema de huevos y harina de papas, leves, esponjosos, amarillos y
dulces; santitos de “piedra de Guamanga” tallados en la feria serrana; cajas de
manjar blanco, tejas rellenas, y una traba de gallo con los colores blanco y
rojo. Todos recibíamos el obsequio, y él iba diciendo al entregárnoslo:
-Para mamá…para Rosa…para Jesús…para Héctor…
-¿Y para papá? –le interrogamos, cuando terminó:
-Nada.
-¿Cómo? ¿Nada para papá?...
Sonrió el amado, llamó al sirviente y le dijo:
-¡El Carmelo!
A poco volvió éste con una jaula y sacó de ella un gallo, que, ya libre,
estiró sus cansados miembros, agitó las alas y cantó estentóreamente:
-¡Cocorocóooooo!....
-¡Para papá! –dijo mi hermano.
Así entró en nuestra casa este amigo intimo de nuestra infancia ya
pasada, a quien acaeciera historia digna de relato, cuya memoria perdura aún
en nuestro hogar como una sombra alada y triste: El Caballero Carmelo.

II

Amanecía, en Pisco, alegremente. A la agonía de las sombras nocturnas, en


el frescor del alba, en el radiante despertar del día, sentíamos los pasos de mi
madre en el comedor, preparando el café para papá. Marchábase éste a la
oficina. Despertaba ella a la criada, chirriaba la puerta de la calle con sus
mohosos goznes; oíase el canto del gallo que era contestado a intervalos
por todos los de la vecindad; sentíase el ruido del mar, el frescor de la mañana,
la alegría sana de la vida. Después mi madre venia a nosotros, nos hacia rezar,
arrodillados en la cama con nuestras blancas camisas de dormir; vestíamos
luego, y al concluir nuestro tocado, se anunciaba a lo lejos la voz de panadero.
Llegaba éste a la puerta y saludaba. Era un viejo dulce y bueno, y hacia
muchos años, al decir de mi madre, que llegaba todos los días, a la misma hora,
con el pan calientito y apetitoso, montado en su burro, detrás de los dos

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“capachos” de cuero, repletos de toda clase de pan: hogazas, pan francés, pan
de mantecado, rosquillas….
Madre escogía el que habíamos de tomar y mi hermano Jesús lo recibía
en el cesto. Marchábase el viejo, y nosotros, dejando la provisión sobre la
mesa del comedor, cubierta de hule brillante, íbamos a dar de comer a los
animales. Cogíamos las mazorcas de apretados dientes, las desgranábamos en
un cesto y entrábamos al corral donde los animales nos rodeaban. Volaban las
palomas, picoteábanse las gallinas por el grano, y entre ellas, escabullianse los
conejos. Después de su frugal comida, hacían grupo alrededor nuestro. Venia
hasta nosotros la cabra refregando su cabeza en nuestras piernas; piaban los
pollitos; tímidamente se acercaban los conejos blancos, con sus largas orejas,
sus redondos ojos brillantes y su boca de niña presumida,; los patitos, recién
“sacados”, amarillos como yema de huevo, trepaban en un panto de agua;
cantaba, desde su rincón, entrabado, el Carmelo, y el pavo, siempre orgulloso,
alharaquero y antipático, hacia por desdeñarnos, mientras los patos,
balanceándose como dueñas gordas, hacían, por lo bajo, comentarios sobre la
actitud poco gentil del petulante.
Aquel día, mientras contemplábamos a los discretos animales, escapóse
del corral el Pelado, un pollón sin plumas, que parecía uno de aquellos jóvenes
de diez y siete años, flacos y golosos. Pero el Pelado, a más de eso, era
pendenciero y escandaloso, y aquel día, mientras la paz era en el corral y los
otros comían el modesto grano, él, en pos de mejores viandas, habíase
encaramado en la mesa del comedor y roto varias piezas de nuestra limitada
vajilla.
En el almuerzo tratóse de suprimirlo, y, cuando mi padre supo sus
fechorías, dijo pausadamente:
-Nos lo comeremos el domingo…
Defendiólo mi tercer hermano, Anfiloquio, su poseedor, suplicante y
lloroso. Dijo que era un gallo que haría crías esplendidas. Agregó que desde
que había llegado el Carmelo todos miraban mal al Pelado, que antes era la
esperanza del corral y el único que mantenía la aristocracia de la afición y de
la sangre fina.
-¿Cómo no matan -decía en su defensa del gallo – a los patos que no
hacen más que ensuciar el agua, ni al cabrito que el otro día aplastó un pollo,
ni al puerco que todo lo enloda y sólo sabe comer y gritar, ni a las palomas
que traen la mala suerte…
Se adujo razones. El cabrito era un bello animal, de suave piel, alegre,
simpático, inquieto, cuyos cuernos apenas apuntaba; además no estaba
comprobado que hubiera muerto al pollo. El puerco mofletudo había sido
criado en casa desde pequeño. Y las palomas, con sus alas de abanico, eran
la nota blanca, subíanse a la cornisa a conversar en voz baja, hacían sus nidos
con amoroso cuidado y se sacaban el maíz del buche para darlo a sus
polluelos.
El pobre Pelado, estaba condenado. Mis hermanos pidieron que se le
perdonase, pero las roturas eran valiosas y el infeliz sólo tenía un abogado, mi
hermano y su señor, de poca influencia. Viendo ya perdida su defensa y
estando la audiencia al final, pues iban a partir la sandia, inclinó la cabeza. Dos
gruesas lágrimas cayeron sobre el plato, como un sacrificio, y un sollozo se
ahogó en su garganta. Callamos todos. Levantóse mi madre, acercóse al
muchacho, lo besó en el frente, y le dijo:
-No llores; no nos lo comeremos…

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III

Quien sale de Pisco, de la plazuela sin nombre, salitrosa y tranquila,


vecina a la Estación y torna por la calle del Castillo, que hacia el sur se
alarga, encuentra, a terminar, una plazuela pequeña, donde quemaban a Judas
el Domingo de Pascua de Resurrección, desolado lugar en cuya arena
verdeguean a trechos las malvas silvestres. Al lado del poniente, en vez de
casas extiende el mar su manto verde, cuya espuma teje complicados encajes al
besar la húmeda orilla.
Termina en ella el puerto, y, siguiendo hacia el sur, se va, por estrecho y
arenoso camino, teniendo a diestra el mar y a izquierda mano angostísima faja,
ora fértil, ora infecunda, pero escarpada siempre, detrás de la cual, a oriente,
extiéndese el desierto cuya entrada vigilan, de trecho, en trecho, como
centinelas, una que otra palmera desmedrada, alguna higuera nervuda y enana
y los “toñuces” siempre coposos y frágiles. Ondea en el terreno la “hierba del
alacrán”, verde y jugosa al nacer, quebradiza en sus mejores días, y en la vejez
, bermeja como sangre de buey. En el fondo del desierto, como si temieran su
silenciosa aridez, las palmeras únense en pequeños grupos, tal como lo hacen
los peregrinos al cruzarlo y, ante el peligro, los hombre.
Siguiendo el camino, divisase en la costa, en la borrosa y vibrante
vaguedad marina, San Andrés de los Pescadores, la aldea de sencillas gentes,
que eleva sus casuchas entre la rumorosa orilla y el estéril desierto. Allí, las
palmeras se multiplican y las higueras dan sombra a los hogares, tan placida y
sombra fresca, que parece que no fueran malditas del buen Dios, o que
maldición hubiera caducado –que bastante castigo recibió la que sostuvo en
sus ramas al traidor, -y todas su flores dan frutos que al madurar revientan.
Es tan peregrina aldea, de caprichoso plano, levántanse las casuchas de
frágil caña y estera leve, junto a las palmeras que a la puerta vigilan. Limpio y
brillante, reposando en la arena blanda sus caderas amplias, duerme, a la
puerta, el bote pescador, con sus velas plegadas, sus remos tendidos como
tranquilos brazos que descansan, entre los cuales yacen con su muda y
simbólica majestad, el timón frágil, la cabeza que “achica” el agua mar afuera
y las sogas retorcidas como serpientes que duermen. Cubre, piadosamente, la
pequeña nave, cual blanca mantilla, la pescadora red circundada de caireles de
liviano corcho.
En las horas del mediodía, cuando el aire en la sombrea invita al sueño,
junto a la nave, teje la red del pescador abuelo; sus toscos dedos añudan al
lino que ha de enredar al sorprendido pez; raspa la abuela el plateado lomo
de los que la víspera trajo la nave; saltan al sol, como chispas, las escamas y
el perro husmea en los despojos. Al lado, en el corral que cercan enormes
huesos de ballenas, trepan los chiquillos desnudos sobre el asno pensativo, o
se tuestan al sol en la orilla; mientras bajo la ramada, el más fuerte pule un
remo, la moza, fresca y ágil, saca agua del pozuelo y las gaviotas alborozadas
recorren la mansión humilde dando gritos extraños.
Junto al bote, duerme el hombre, del mar, el fuerte mancebo,
embriagado por la brisa caliente y por la tibia emanación de la arena, su
dulce sueño de justo, con el pantalón corto, las musculosas pantorrillas
cruzadas en cuyos duros pies, de redondos dedos, piérdanse, como escamas,
las diminutas uñas. La cara tostada por el aire y el sol, la boca entreabierta
que deja pasar la respiración tranquila, y el fuerte pecho desnudo que se

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levanta rítmicamente, con el ritmo de la Vida, el más armonioso que Dios ha


puesto sobre el mundo.
Por las calles no transitan al mediodía las personas y nada turba la paz de
aquella aldea, cuyos habitantes no son más numerosos que los dátiles de sus
veinte palmeras. Iglesia ni cura habían, en mi tiempo. Las gentes de San Andrés,
los domingos, al clarear el alba, iban al puerto, con los jumentos cargados de
corvinas frescas y luego, en la capilla, cumplían con Dios. Buenas gentes, de
dulces rostros, tranquilo mirar, morigeradas y sencillas, indios de la más pura
sepa, descendientes remotos y ciertos de los hijos del Sol, cruzaban a pie
todos los caminos, como en la Edad feliz del Inca, atravesaban en caravana
inmensa la costa para llegar al templo y oráculo del buen Pachacámac, con la
ofrenda en la alforja, la pregunta en la memoria y la fe en el sencillo espíritu.
Jamás riña alguna manchó sus claros anales; morales y austeros, labio
de marido besaron siempre labios de esposa; y el amor, fuente inagotable de
odios y maldecirse, era entre ellos, tan normal y apacible como el agua de su
s pozos. De fuertes padres, nacían, sin comadronas, rozagantes muchachos, en
cuyos miembros la piel hacia gruesas arrugas; aires marinos henchían sus
pulmones, y crecían sobre la arena caldeada, bajo el ubérrimo, hasta que
aprendían a lanzarse al mar y a manejar los botes de piquete que, zozobrando
en las olas, les enseñaban a domeñar la marina furia.
Maltones, musculosos, inocentes y buenos, pasaban su juventud hasta
que el cura de Pisco unía las parejas que formaban un nuevo nido, compraban
un asno y se lanzaban a la felicidad, mientras las tortugas centenarias del hogar
paterno, veían desenvolverse impasibles, las horas -filosóficas, cansadas y
pesimistas, mirando con llorosos ojos desde la playa, el mar, al cual no
intentaban volver nunca -y al crepúsculo de cada día, lloraban, lloraban, pero
hundido el sol, metían la cabeza bajo la concha poliédrica y dejaban pasar la
vida llenas de experiencia, sin fe. Lamentándose siempre del perenne mal, pero
inactivas, inmóviles, infecundas, y solas….

IV

Esbelto, magro, musculosos y austero, su afilada cabeza roja era la de un


hidalgo altivo, cabelloroso, justiciero y prudente. Agallas bermejas, delgada cresta
de encendido color, ojos vivos y redondos, mirada fiera y perdonadora,
acerado pico agudo. La cola hacia un arco de plumas tornasoles, su cuerpo de
color Carmelo avanzaba en el pecho audaz y duro. Las piernas fuertes que
estacas musulmanas y agudas defendían, cubiertas de escamas, parecían las
de un armado caballero medieval.
Una tarde, mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia. Había
aceptado una apuesta para la jugada de gallos de San Andrés, el 28 de julio. No
había podido evitarlo. Le habían dicho que el Carmelo, cuyo prestigio era mayor
que el del alcalde, no era un gallo de raza. Molestóse mi padre. Cambiáronse
frases y apuestas, y aceptó. Dentro de un mes toparía el Carmelo con el
Ajiseco de otro aficionado, famoso gallo vencedor, como el nuestro, en muchas
lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con profundo dolor. El Carmelo
iría a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo, con un gallo más fuerte
y más joven. Hacia ya tres años que estaba en casa, había él envejecido
mientras crecíamos nosotros. ¿Por qué aquella crueldad de hacerlo pelear?..
Llegó el terrible día. Todos en casa estábamos tristes. Un hombre había
venido seis días seguidos a preparar al Carmelo. A nosotros ya no nos

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permitían ni verlo. El día 28 de julio, por la tarde, vino el preparador y de una


caja llena de algodones, sacó una medialuna de acero con unas pequeñas
correas: era la navaja, la espada del soldado. El hombre la limpiaba, probándola
en la uña, delante de mi padre. A los pocos minutos, en silencio, con una calma
trágica, sacaron al gallo que el hombre cargó en sus brazos como a un niño.
Un criado llevaba la cuchilla y mis dos hermanos lo acompañaron.
-¡Qué crueldad! –dijo mi madre.
Lloraban mis hermanas, y la más pequeña. Jesús, me dijo en secreto, antes
de salir:
-Oye, anda junto con él. Cuídalo…. ¡Pobrecito!...
Llevóse la mano a los ojos, echóse a llorar y yo salí precipitadamente y
hube de correr unas cuadras para poder alcanzarlos.

Llegamos a San Andrés. El pueblo estaba de fiesta. Banderas peruanas


agitábanse sobre las casas por el día de la Patria, que allí sabían celebrar con
una gran jugada de gallos a la que solían ir todos los hacendados y ricos
hombres del valle. En ventorillos, a cuya entrada había arcos de sauce
envueltos en colgaduras, y de los cuales pendían alegres quitasueños de cristal,
vendían chicha de bonito, butifarras, pescado fresco asado en brasas y
anegado en cebollones y vinagre, el pueblo los invadía, parlanchín y
endomingado con sus mejores trajes. Los hombres de mar lucían camisetas
nuevas de horizontales franjas rojas y blancas, sombreros de junco, alpargatas
y pañuelos añudados al cuello.
Nos encaminamos a “la cancha”. Una frondosa higuera daba acceso al
circo. bajo sus ramas enarcadas. Mi padre, rodeado de algunos amigos, se
instaló. Al frente estaba el jueza y a su derecha el dueño del paladín Ajiseco.
Sonó una campanilla, acomodáronse las gentes y empezó la fiesta, salieron por
lugares opuestos dos hombres, llevando cada uno un gallo. Lanzároslos al
ruedo con singular ademán. Brillaron las cuchillas, miráronse los adversarios,
dos gallos de débil contextura, y uno de ellos cantó. Colérico respondió el
otro echándose al medio del circo; mirándose fijamente; alargaron los cuellos,
erizados las plumas, y se acometieron. Hubo ruido de alas, plumas que volaron,
gritos de la muchedumbre y, a los pocos segundos de jadeante lucha, cayó uno
de ellos. Su cabecita afilada y roja besó el suelo, y la voz del juez.
-¡Ha enterrado el pico, señores!
Batió las alas el vencedor. Aplaudió la multitud enardecida, y ambos
gallos, sangrando fueron sacados del ruedo. La primera jornada había
terminado. Ahora entraba el nuestro: el Caballero Carmelo. Un rumor de
expectación vibró en el circo:
-¡El Ajiseco y el Carmelo!
-¡Cien soles de apuesta!...
Sonó la campanilla del juez y yo empecé a temblar.
En medio de la expectación general. Salieron dos hombres, cada uno con
su gallo. Se hizo un profundo silencio y soltaron a los dos rivales. Nuestro
gallo viejo y achacoso; todos apostaban al enemigo, como augurio de que
nuestro gallo iba a morir. No faltó aficionado que anunciara el triunfo del
Carmelo, pero la mayoría de las apuestas favorecía al adversario. Una vez frente
al enemigo, el Carmelo empezó a picotear, agitó las alas y cantó
estentóreamente. El otro, que en verdad no parecía ser un gallo fino de

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distinguida sangre y alcurnia, hacia cosas tan petulantes cuan humanas: miraba
con desprecio a nuestro gallo y se paseaba como dueño de la cancha.
Enardeciéronse los ánimos de los adversarios, llegaron al centro y alargaron
sus erizados cuellos, tocándose los picos sin perder terreno. El ajiseco dio la
primera embestida; entablóse la lucha; las gentes presenciaban en silencio la
singular batalla y yo rogaba a la Virgen que sacara con bien a nuestro viejo
paladín.
Batíase él con todos los aires de un experto luchador, acostumbrado a
las artes azarosas de la guerra. Cuidaba poner las patas armadas en el enemigo
pecho, jamás picaba a su adversario –que tal cosa es cobardía-, mientras que
éste, bravucón y necio, todo quería hacerlo a aletazos y golpes de fuerza.
Jadeantes, se detuvieron un segundo. Un hilo de sangre corría por la pierna del
Carmelo. Estaba herido, mas parecía no darse cuenta de su dolor.
Cruzáronse nuevas apuestas en favor del Ajiseco y las gentes felicitaban ya
al poseedor del menguado. En un nuevo encuentro, el Carmelo cantó, acordóse
de sus tiempos y acometió con tal furia que desbarató al otro de un solo
impulso. Levantóse éste y la lucha fue cruel e indecisa. Por fin, una herida
grave hizo caer al Carmelo, jadeante….
-¡Bravo! ¡bravo el Ajiseco! –gritaron sus partidarios, creyendo ganada la
prueba.
Pero el juez, atento a todos los detalles de la lucha y con acuerdo de
cánones dijo:
-¡Todavía no ha enterrado el pico, señores!

En efecto, incorporóse el Carmelo. Su enemigo, como para humillarlo, se


acercó a él, sin hacerle daño. Nació entonces, en medio del dolor de la caída,
todo el coraje de los gallos de “Caucato”. Incorporado el Carmelo, como un
soldado herido, acometió de frente y definitivo sobre su rival, con una
estocada que lo dejó muerto en el sitio. Fue entonces cuando el Carmelo que s
e desangraba, se dejó caer, después que el Ajiseco había enterrado el pico. La
jugada estaba ganada y un clamoreo incesante se levantó en la cancha.

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EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

Felicitaron a mi padre por el triunfo, y , como ésa era la jugada más


interesante, se retiraron del circo, mientras resonaba un grito entusiasta:
-¡Viva el Carmelo!
Yo y mis hermanos lo recibimos y lo condujimos a casa, atravesando por
la orilla del mar el pesado camino, y soplando aguardiente bajo las alas del
triunfador que desfallecía.
VI

Dos días estuvo el gallo sometido a toda clase de cuidados. Mi


hermana Jesús y yo, le dábamos maíz, se lo poníamos en el pico: pero el
pobrecito no podía comerlo ni incorporarse. Una gran tristeza reinaba en la
casa. Aquel segundo día, después del colegio, cuando fuimos yo y mi
hermana a verlo, lo encontramos tan decaído que no s hizo llorar. Le dábamos
agua con nuestras manos, le acariciábamos, le poníamos en el pico rojos
granos de granada. De pronto el gallo se incorporó. Caía la tarde y, por la
ventana del cuarto donde estaba, entró la luz sangrienta del crepúsculo.
Acercóse a la ventana, miró la luz, agitó débilmente las alas y estuvo largo rato
en la contemplación del cielo. Luego abrió nerviosamente las alas de oro,
enseñoreóse y cantó. Retrocedió unos pasos, inclinó el tornasolado cuello
sobre el pecho, tembló, desplomóse, estiró sus débiles patitas escamosas, y
mirándonos, mirándonos amoroso, expiró apaciblemente.
Echamos a llorar. Fuimos en busca de mi madre, y ya no lo vimos más.
Sombría fue la comida aquella noche, mi madre no dijo una sola palabra y bajo
la luz amarillenta del lamparón, todos nos mirábamos en silencio.
Al día siguiente, en el alba, en la agonía de las sombras nocturnas, no se
oyó su canto alegre.
Así pasó por el mundo aquel héroe ignorado, aquel amigo tan querido de
nuestra niñez: el Caballero Carmelo, flor y nata de paladines y último vástago
de aquellos gallos de sangre y de raza, cuyo prestigio unánime fue el orgullo,
por muchos años, de todo el verde y fecundo valle de Caucato.

COMPRENSIÓN DE LECTURA

Con ayuda del diccionario anota el significado de las


Vocabulario:
siguientes palabras:

a) Ñorbo: …………………………………………………………………………………

b) Jadeante: …………………………………………………………………………………

c) Achacoso …………………………………………………………………………………
:

d) Augurio: …………………………………………………………………………………

e) Alcurnia: …………………………………………………………………………………

f) Cánones: …………………………………………………………………………………

55
EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

Preguntas de Comprensión: Responde a las siguientes preguntas:

1. ¿Quién era el jinete que apareció ese día después del desayuno? ¿A
quiénes fue entregado los regalos que empezó a sacar de su alforja?
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________________________________________________________________

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2. ¿Qué regalo reservó para el final? ¿Para quién era ese regalo?
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3. ¿Cómo transcurría la mañana en el hogar? ¿Qué hacia la madre? ¿Qué


hacían los niños?
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4. ¿Qué perjuicios ocasionó el Pelado aquel día? ¿Por qué fue preciso que
Anfiloquio intercediera en su favor?
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5. ¿Cómo se llega a San Andrés de los pescadores? ¿Qué aspecto presenta


esta ladea? ¿Qué hacen sus pobladores en las horas del mediodía?
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6. ¿Qué acontecimientos tuvo lugar en San Andrés el 28 de julio?


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56
EL HÁBITO LECTOR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS – TERCER GRADO DE SECUNDARIA

7. ¿Cómo empezó la pelea entre el Ajiseco y el Carmelo? ¿Qué hacia el


Carmelo? ¿Qué hacia el Ajiseco?
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8. ¿Qué gritó lanzaron los partidarios del Ajiseco cuando vieron caer al
Carmelo? ¿Qué dijo el juez? ¿Cómo concluye finalmente la pelea?
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9. ¿Por qué los niños deben llevar a su gallo soplándole aguardiente bajo
las alas? ¿A qué cuidados someten los niños a Carmelo?
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10. ¿Cómo muere el Carmelo? ¿Qué hacen los niños cuando ven que han
perdido a su amigo tan querido?
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Razonamiento Verbal: Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes


palabras:

Sinónimo Antónimo

a) Tranquila …………………………………. ………………………………….

b) Esplendido …………………………………. ………………………………….

c) Modesto …………………………………. ………………………………….

d) Flacos …………………………………. ………………………………….

e) Audiencia …………………………………. ………………………………….

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