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LA ALEGRÍA TEMPORAL Y LA ETERNA

Fil 4,4: “Estén siempre alegres en el Señor”.

El mundo ofrece una alegría temporal, pasajera y momentánea. Una alegría de


apariencias, de tener bienes materiales, salud y fama, dándonos una felicidad
efímera, que pronto se esfuma sino tenemos a Dios como el centro de nuestra vida,
todo esto quedará como una atadura. Mientras que la alegría eterna brota del
corazón, es un don, un don del Espíritu santo. Es tener el corazón siempre alegre a
pesar de los problemas, de las dificultades, de las situaciones que vivimos
diariamente. La alegría es uno de los frutos de la presencia del Espíritu Santo en
nosotros.

Lc 4, 18: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para llevar buenas
noticias (alegría) a los pobres (despreciados, enfermos, viudas) para anunciar la
libertad (liberación del pecado) a los cautivos (esclavos) y a los ciegos que pronto
van a ver para poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del
Señor (Cada 50 años el pueblo de Israel celebraba el jubileo, de allí viene la fiesta de
los cristianos. Es un año donde se proclamará una amnistía para todos los habitantes
del país, todos los esclavos debían recobrar su libertad y los campos empeñados
debían volver a sus propietarios de origen sin que mediase pago alguno).

Cristo ha venido a darnos luz, Él mismo es el evangelio, la noticia feliz que colma
nuestra existencia. Por ello nuestras acciones deben estar arropadas por la alegría.

Jn 20, 19- 20 ¿Nosotros también nos alegramos mucho a ver al Señor?

 En la Asamblea (Iglesia), sobre todo en la Iglesia doméstica.


 En el altar
 En el sacerdote (Instrumento humano de Cristo)
 En la Palabra de Dios
 En la Eucaristía

Jn 7,37 – 38

Una vez más el Señor emplea un elemento físico para enseñar una verdad
espiritual. Todos entendemos que sin agua es imposible la vida física, y del mismo
modo, también tenemos necesidades espirituales que sólo Cristo puede satisfacer.
Algo similar le había dicho anteriormente a la mujer samaritana:

Jn 4:13-14 "Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua,


volverá a tener sed; más el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed
jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte
para vida eterna."
En principio hay dos cosas que están implícitas en las palabras del Señor y que
nunca cambian:
Por un lado, notamos que a pesar de toda la alegría que una semana de fiesta como
aquella pudiera haberles proporcionado, el Señor sabía que todavía persistía la sed.
Y por otro, quedaba en evidencia la insuficiencia de la religión judía y sus rituales
religiosos para llenar completamente el vacío y las necesidades espirituales de las
personas.

Por eso, a pesar de las amenazas y la hostilidad de las autoridades judías, el Señor
quiso volver a hacer su oferta de gracia a toda aquella multitud. Y es hermoso ver
que no había ni un gramo de aspereza en su voz, ni amenazas de violencia en su
proclamación, sino únicamente la expresión de un amor que sólo Dios puede tener
hacia sus criaturas necesitadas. No cabe duda de que lo que encontramos aquí es
una oferta completamente inmerecida de la gracia divina.

Pero pensemos un poco más en algunos aspectos que se deducen de la afirmación


del Señor.

Cristo es la fuente que calma la sed

Empecemos por señalar que Cristo es la verdadera fuente de la vida y el único que
puede proveer para todas las necesidades del hombre. Sólo en él puede encontrar
alivio el corazón oprimido por el peso de sus pecados. No hay nadie más donde el
hombre halle la felicidad auténtica. Ninguna otra cosa, ni fiestas, ni sistemas
religiosos pueden satisfacer a las almas sedientas, sólo Cristo es la fuente de la
vida.

Además, él sabe mejor que nadie qué es lo que el alma necesita. Él nos ha creado
y conoce perfectamente nuestra sed espiritual, intelectual y emocional. Por eso es
el único que puede dar plena satisfacción a todo nuestro ser.

Y aunque con mucha frecuencia el hombre no lo quiera reconocer, la vida sin Dios
carece de sentido y se va secando. El mundo busca en vano satisfacer este anhelo
sin tener en cuenta a Dios. Intenta hacerlo con vacaciones, espectáculos,
deportes, drogas, trabajo, nuevas relaciones... pero el anhelo persiste, o en el
mejor de los casos, la satisfacción obtenida dura muy poco. ¿Qué significa esto?
¿Cuál es el problema?

El error del hombre moderno es el mismo del que ya advirtió el profeta Jeremías al
pueblo de Israel hace siglos: buscaban calmar su sed en el sitio equivocado.

Jer 2,13 "Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua
viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua."
El origen de esta sed

Como ya hemos dicho, la sed a la que el Señor se refiere aquí tiene que ver
principalmente con la sed espiritual. Hay profundos anhelos espirituales en cada
hombre y mujer que no han quedado satisfechos.

Con frecuencia se culpa a otros de esta insatisfacción: a la mujer o al marido, al


trabajo, la economía, los políticos, el gobierno... pero en realidad, la verdadera causa
de este descontento está dentro de uno mismo. De hecho, si insistimos en culpar a
otros, nunca solucionaremos esta angustia interior, y lo único que realmente
conseguiremos será proyectar esta amargura sobre los demás.

Dijo ríos, y no río, para denotar la abundancia copiosa de sus aguas. Llama agua
viva a la que obra siempre, porque la gracia del Espíritu Santo, cuando entra en un
alma y allí se detiene, brota más que cualquier fuente, y no disminuye, ni se seca, ni
aun se detiene.

Quizá en este momento debamos detenernos para hacernos una reflexión personal:
¿Hemos bebido de este agua? ¿Sabemos lo que es estar satisfechos? ¿Estamos
comunicando a otros lo que hemos recibido del Señor?

¿Anhelamos sinceramente recibir la plenitud del Espíritu Santo? "Si alguno tiene sed"
es la única condición. "Venga a mí y beba" es la generosa invitación del Señor. Al
recibirlo, el Espíritu será en nosotros una fuente y derramará de su plenitud, para
bendición nuestra y de nuestros semejantes.

“La alegría es fruto de la presencia de Dios que llena el corazón de las personas, por
eso debe ser una de las características de la vida del cristiano al saber que Dios no
está lejos, sino cercano, que no es indiferente, sino compasivo, que no es ajeno,
sino un Padre Misericordioso que nos sigue con cariño en el respeto de nuestra
libertad. ¿Cómo no estar alegres si Dios es nuestro Padre y nos ama?

Jn 14, 1-6 Entonces ¿Cuál es nuestra angustia?

“Todo lo que sucede es para nuestro bien.” San Pablo.

Salmo 16

Hch 5, 41

1Tes 5,16 – 18

Santo Tomás decía “Todo el que quiere progresar en la vida espiritual necesita tener
alegría” Fil 4,1
Mientras que San Pablo “vincula la alegría con la práctica del amor al prójimo
y la oración” Hch 2, 46

La alegría auténtica nadie no las puede quitar. Es la alegría de los mártires y de los
santos. Si vivimos en el Espíritu tenemos ya anticipadamente los primeros frutos de
felicidad del cielo, aún en medio de las tribulaciones. El cristiano tiene pruebas y
sufrimientos en este mundo. Sufre también porque es solidario con el sufrimiento de
los demás, pero ese dolor no puede quitarles el gozo profundo de saber que Cristo
ha triunfado, que Cristo venció el pecado y la muerte. Ha resucitado y nosotros
resucitaremos con Él.

Para finalizar:

Este es un mandamiento a un cristiano, a un creyente, para alegrarse en el Señor


siempre. Y hay que sentirse así indiferentemente del día, ya sea éste brillante u
oscuro, difícil o fácil, traiga problemas y tentaciones, o se sienta uno en el séptimo
cielo. Se nos ha mandado alegrarnos. Y Pablo lo repitió, por si no lo hubiéramos oído
la primera vez, diciendo Otra vez digo: ¡Alegraos! La alegría es algo que no podemos
producir por nosotros mismos; es un fruto del Espíritu Santo.

No hay poder en la vida cristiana si ésta no tiene alegría. Alguien que no


experimenta la alegría del Señor no tiene poder en absoluto.

Viviendo en alegría en todos los ambientes de nuestra vida, nos convertiremos en


verdaderas antorchas vivas capaces de llevar la luz de la esperanza al mundo, a este
país enfermo y agonizante por la falta de la verdadera luz.

“No seáis nunca hombres o mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca
os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener
tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; de saber que, con él,
nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles”, exclamó el Sumo Pontífice.

Llamó a “no tener miedo al sacrificio. Pensad en una mamá o un papá: ¡cuántos
sacrificios! Pero, ¿por qué lo hacen? Por amor. Y ¿cómo los afrontan? Con alegría,
porque son por las personas que aman. La cruz de Cristo, abrazada con amor, no
conduce a la tristeza, sino a la alegría”.

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