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INTRODUCCIÓN
2.
LABRANZA
Labranza
El suelo se prepara para el cultivo por medio de un proceso llamado labranza. Los
arados roturan la superficie del suelo para que circulen el aire y la humedad,
preparando un buen lecho para las semillas y eliminando las malas hierbas y el
exceso de vegetación. La roturación suele hacerse siguiendo los contornos del
terreno, de forma perpendicular a su pendiente. Esos trazados y líneas, notables
hasta muy avanzado el crecimiento de la cosecha, permiten minimizar las
escorrentías. Cuando se utiliza de forma conjunta con la construcción de diques y
terrazas, este tipo de labranza puede ser un método muy efectivo para la
conservación del suelo y el control de la erosión.
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Pat O'Hara Photography
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Arado
Arado
El arado es uno de los aperos de labranza más antiguos que se conocen. Este
granjero todavía emplea un arado tirado por una mula para labrar sus tierras.
Enciclopedia Encarta
Garry D. McMichael/Photo Researchers, Inc.
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El tipo y cantidad de cultivo entre las hileras de la cosecha viene determinado por el
carácter del suelo. Los suelos pesados y empapados se benefician de la aireación que
produce la labranza, mientras que los suelos duros y aterronados pueden requerir algún
tipo de cultivo que les permita absorber la humedad que necesitan las cosechas. Para los
suelos que están en buen estado el principal objetivo del cultivo en hileras es el control
de malas hierbas.
3.
CONSERVACIÓN DE LA MATERIA ORGÁNICA
El método más antiguo para aumentar el contenido de materia orgánica del suelo es la
aplicación de fertilizantes como el estiércol y el compost. El abonado del suelo con
excrementos de animales se ha practicado durante miles de años y sirve para aportar
diversos compuestos orgánicos complejos que son importantes para el crecimiento de
las plantas. El compost, que normalmente es una mezcla de materia vegetal y animal
muerta, se emplea de modo similar al estiércol y muchas veces se le añaden fertilizantes
químicos para aumentar su efectividad.
4.
APORTACIÓN DE NUTRIENTES
Entre las deficiencias del suelo que afectan a la productividad, la falta de nutrientes es
especialmente problemática. Los nutrientes más necesarios para un correcto crecimiento
de las plantas son el nitrógeno, el potasio, el fósforo, el hierro, el calcio, el azufre y el
magnesio, todos los cuales están presentes en la mayoría de los suelos en cantidades
variables. Además, la mayor parte de las plantas requiere diminutas cantidades de
sustancias llamadas elementos traza, presentes en el suelo en cantidades muy pequeñas,
entre los que se encuentran el manganeso, el cinc, el cobre y el boro. A menudo, los
nutrientes se encuentran en el suelo en forma de compuestos que las plantas no pueden
utilizar fácilmente. Por ejemplo, el fósforo combinado con calcio o magnesio es
utilizable por las plantas, pero combinado con hierro o aluminio, normalmente no. El
enriquecimiento del suelo con fertilizantes artificiales y por medio de tratamientos que
aceleran la descomposición de compuestos complejos incrementa la disponibilidad de
minerales utilizables en el suelo. La cantidad de fósforo utilizable, por ejemplo, se
incrementa frecuentemente con la adición de fertilizantes superfosfatados. Añadir calcio
a los suelos disminuye la acidez y aumenta la disponibilidad de fósforo para las plantas.
No obstante, la existencia de fósforo en formas no utilizables es, en ocasiones,
ventajosa, ya que contribuye a conservar el contenido de éste en el suelo y hace que los
efectos de la aplicación de superfosfato perduren años. En muchas ocasiones se añade
cobre y azufre al suelo por medio de soluciones aplicadas en forma de aerosol. Otros
elementos se añaden mediante aplicación directa o mediante fertilizantes artificiales
específicos.
5.
CONTAMINACIÓN DEL SUELO
Control de plagas
Control de plagas
El control de las plagas se ha convertido en un problema para los agricultores
debido a su impacto ambiental. Aunque el insecticida empleado en este patatal
eliminará una generación de escarabajos de la patata, puede contaminar también
los alimentos y el agua locales.
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Blair Seitz/Photo Researchers, Inc.
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La efectividad de un pesticida, así como los riesgos que representan sus residuos
dañinos, dependen en gran medida del tiempo que éste perdura en el suelo. Por ejemplo,
el DDT, un hidrocarburo clorado, tiene una vida media de tres años en suelos
cultivados, mientras que los insecticidas organofosforados sólo permanecen durante
días o meses. Los hidrocarburos clorados persisten más tiempo en suelos con un alto
contenido en materia orgánica, además es necesario emplear más cantidad del producto
para aniquilar a las plagas (véase Control de plagas). Los insecticidas se mantienen más
tiempo si se introducen en el suelo en vez de dejarlos en la superficie. Los herbicidas
aplicados a los suelos pueden no permanecer en absoluto o hacerlo durante dos años o
más, dependiendo del compuesto. La simiazina es uno de los herbicidas más
persistentes, aunque todos acaban desapareciendo por evaporación, lixiviación,
absorción por las plantas, descomposición química y microbiana, así como por
fotodescomposición.
7.
AJUSTE DE LA ACIDEZ DEL SUELO
8.
CONTROL MECÁNICO DE LA EROSIÓN
La pérdida mecánica de la capa fértil del suelo es uno de los problemas más graves de la
agricultura. Esta pérdida se debe casi siempre a la erosión producida por la acción del
agua y el viento sobre la superficie. Para más información sobre los diversos métodos
empleados para combatir la erosión, véase Conservación; Drenaje.