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Juan Gabriel Arrieta Zambrano, O.

Carm
Control 7.
Informe de lectura tomado de Jürgen Moltmann, El Dios crucificado (Salamanca:
Sígueme, 1975), 437-469

A partir del tema sobre los caminos para la liberación política del hombre, Moltmann
hace referencia, en primer lugar, a una interpretación política de la liberación, en la cual
reflexiona sobre la nueva situación de Dios en las condiciones inhumanas del hombre.
Luego, con relación a la religión política, menciona que la religión se debe integrar en las
necesidades de la sociedad dominante, con el objetivo de proporcionar una integración
social. La teología política de la cruz debe liberar al estado de la idolatría política y a los
hombres de la alienación y privación de sus derechos teniendo en cuenta la exaltación del
Crucificado. Finalmente, se expone la contraposición de los laberintos diabólicos de la
muerte frente a los sentidos vitales de la liberación, el infierno de la pobreza se ataca con
la justicia social, la violencia debe ser arremetida con el derecho humano democrático, la
alienación se acomete con la identidad en el reconocimiento. A la destrucción industrial
de la naturaleza se responde con la paz. Y, a la carencia de sentido, es necesario el coraje
para la existencia y la fe.

El aspecto positivo es sobre el Dios Crucificado. Se reconoce al Dios Crucificado en toda


su sencillez, humildad y entrega. El texto permite identificar a un Dios que no tiene estado
ni clase, a un Dios que está abierto a toda realidad humana. Es una falacia decir que el
Dios Crucificado es apolítico, al contrario, es el primero en interesarse en el bienestar de
la sociedad, en contemplar y asistir al pobre, al oprimido y al humillado. Es tanto su
amor, que al llegar el momento de su muerte su rostro quedó fijado hacia la tierra, pero
no como una persona destruida, sino como aquel hombre que contempla a la humanidad.

La crítica es acerca del laberinto diabólico de la pobreza. No estoy de acuerdo con el autor
cuando utiliza la palabra diabólica para referirse a la pobreza. Pienso que ni el laberinto
es diabólico ni la pobreza es diabólica, el diabólico y el pobre es aquel quien ejecuta un
acto de corrupción, la cual distorsiona, divide, ruptura el verdadero sentido del bienestar,
de la armonía, de la justicia. No se puede hablar de la pobreza como diabólico, porque
directamente estaría implicando de diabólico al pobre, el cual sería una víctima más, no
un victimario. Es importante que a cada cosa se le llame por su nombre, no podemos
ocultar al verdadero diablo en las camisas del pobre para que sea favorecido. Es el
momento de que el lenguaje del ser humano vaya a la raíz del problema para que se
puedan contemplar en la sociedad verdaderos cambios de equidad.

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