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Boletín de la Asociacion Latinoamericana de Instituciones de Educación Teológica (ALIET), 1992

EDUCACIÓN TEOLÓGICA Y PODER POLÍTICO:


¿QUÉ APORTA LA ÓPTICA DE LA MUJER?
Irene Foulkes

Ayudará a nuestra discusión si nos detenemos un poco al principio para ver cómo entendemos
esta actividad llamada educación teológica. Según la definimos y la practicamos, pueden variar
mucho las respuestas al reto de la participación evangélica en el escenario político actual. Otra
variable que entra en la cuestión es nuestra perspectiva en cuanto a la política como tal, como el
ejercicio del poder en la convivencia humana. Al considerar brevemente ambos campos – la
educación teológica y la política – trataremos de especificar cómo la experiencia y la óptica de la
mujer contribuye a iluminar (o a complicar) el debate.

¿Por qué hacer un ejercicio cono este? En esta época de fin de siglo ya se reconoce
ampliamente tanto en las ciencias sociales cono en el saber común, que diferentes grupos
humanos experimentan la realidad de manera diversa y por ende aportan puntos de vista
distintos, válidos y también necesarios si se busca entender algún aspecto de la sociedad, como la
política, por ejemplo, o la educación o aun la educación teológica. Todos los debates que en
este año 1992 generan nueva luz sobre eventos de hace 500 años dan prueba de la necesidad de
escuchar ya no tanto a los descendientes de los vencedores (que son los que escriben los libros de
historia) como más bien a los grupos que muy poco se han oído: los que heredan la sangre de
pueblos indígenas diezmados y de tribus africanas esclavizadas. Valdrá la pena escuchar lo que
pueden aportar a nuestro tema particular los grupos marginados de la historia latinoamericana.
Dentro de todos los grupos humanos existe un sector más postergado que los demás de su misma
raza o clase: las mujeres. Es así en la sociedad y en la historia de la iglesia – y tal vez en
nuestras instituciones de educación teológica también. En este breve espacio se intenta tomar en
cuenta este sector específico, tradicionalmente alejado del quehacer teológico y también político.
Buscar y escuchar a un grupo postergado concuerda bien con el carácter de nuestro Dios, que
escogió a un pueblo que no era ni grande ni poderoso (Dt. 7:7-8), y con el modelo dado por el
Señor Jesucristo, humilde de nacimiento y comportamiento, solidario con los no poderosos frente
al juego político de su tiempo.

1. Las vertientes de la educación teológica

El quehacer teológico

Una actividad fundamental de los seminarios es la de hacer teología, junto con nuestros
estudiantes, al esforzarnos por comprender la fe, con base en las exégesis de la s Escrituras y en
diálogo con pensadores cristianos y no cristianos del presente y de épocas pasadas. Esta
investigación conlleva la tarea de estructurar el pensamiento, de elaborar nuestra teología bíblica
y teología sistemática. El estudio de la historia de la iglesia, y de la historia en general,
contribuye a nuestra comprensión de la fe cristiana en relación con los eventos y las
preocupaciones de cada época y lugar. El análisis de la presente época en América Latina nos
acompaña en toda esta tarea.
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Que la fe cristiana está firmemente anclada en la historia humana lo demuestra el carácter
histórico de la revelación de Dios por medio de sus actuaciones con un pueblo que vivió siglos
de historia, y su revelación por excelencia en la encarnación. Jesús vivió en estrecho contacto y
lucha con los poderes político-religiosos y socio-económicos de un lugar determinado y un
momento específico de la historia. Como parte importante de nuestro trabajo teológico, tenemos
que discernir cómo estos hechos históricos contribuyen a nuestra comprensión de cómo es Dios
(teología propia), o cómo es el ser humano y cómo debe vivir en el mundo (antropología
teológica). En este último campo teológico no podemos poner a un lado el hecho fundamental
de que la humanidad existe en dos sexos. Entra en todo el quehacer teológico el factor género,
término que se refiere no simplemente al sexo masculino o femenino de las personas sino a todo
el conjunto de roles y comportamientos asociados con personas de uno u otro sexo. Aun cuando
hombres y mujeres vivan en un mismo país y se muevan en un mismo estrato social, son
afectados de manera distinta por su entorno. No son idénticos los factores que determinan su
vida particular, sus oportunidades para satisfacer sus necesidades básicas, su remuneración en el
campo del trabajo, su acceso al poder para determinar las condiciones de su vida en la sociedad y
en la familia, su seguridad personal frente a amenazas externas – y también frente a agresores
dentro de su propio hogar, como en el caso de la violencia doméstica.

¿Cómo se ve a Dios desde la situación vital de la mayoría de las mujeres de nuestros pueblos?
Experimentan limitaciones en lo personal y lo social, a veces impuestas en nombre de la religión.
La sociedad tolera su explotación en el campo económico. Su autoestima se ve rebajada
continuamente por los múltiples mecanismos de una cultura machista.

En el quehacer teológico la óptica de género es uno de los factores que contribuyen a que el
estudio se integre a la vida, condición imprescindible para que la educación teológica esté
capacitada para proveer alguna orientación frente al reto de la participación política.

El quehacer pastoral

En la educación teológica nos ocupamos de otra área igualmente importante: la capacitación de


los estudiantes en las muchas formas de ministerio cristiano dentro y fuera de la iglesia. Es
evidente que en esta área de “pastoral” o “ministerio”, la educación teológica está integralmente
relacionada con todas las dimensiones de la vida de las personas y los grupos en la sociedad
donde se ejerce el ministerio cristiano.

En la complejidad la sociedad humana están presentes en un mismo tiempo y lugar las distintas
dimensiones de la existencia humana, la dimensión política, la económica, la psicológica, etc., y
estas no pueden separarse unas de otras. No podemos analizar el reto político sin atender a la
vez el reto socio-económico, por ejemplo. En nuestros cursos de preparación pastoral y en la
bibliografía que usamos, ¿están presentes estas dimensiones?

Aquí también entrará el importante factor género. En relación con la dimensión sociológica,
habrá que analizar no sólo el cuadro general de la población donde se desenvuelve el ministerio
sino también las condiciones particulares en que viven ciertos grupos dentro de este sector. Un
ejemplo: ¡Cuántas veces un pastor bien intencionado no ha insistido que una mujer golpeada se
someta al cónyuge que la ha maltratado! ¿Cómo podría entender este pastor el ciclo de la
violencia conyugal y el daño físico, psicológico y espiritual que experimenta la víctima si el tema
no ha entrado en sus cursos de ministerio cristiano en el seminario?
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Así como nos abrimos a la situación de la mujer en la sociedad, reconociendo que tiene mucho
que ver con el asunto del poder, o más bien la falta del mismo, que ella experimenta, abrámonos
también a otros grupos desprovistos de poder que deben ser atendidos por la acción pastoral – a
veces para darles alguna asistencia, pero principalmente para acompañarlos en su lucha por crear
su propio espacio de vida y hacerlo respetar por los demás. Abundan los ejemplos: los lisiados
y discapacitados, los ancianos, los niños abandonados, los grupos raciales discriminados, los
pobres en general.. Cuando los pastores y sus iglesias se ocupan de ellos, pronto se encuentran
envueltos en asunto políticos. La misión integral a que nos impulsa el evangelio de Jesucristo
nos impone esta tarea, y con ella nuestras instituciones se capacitan un poco más para responder
al reto de la participación evangélica en la política.

Nada es ajeno a nuestro quehacer

Para que un seminario pueda proveer alguna orientación a sus estudiantes y a las iglesias en
cuanto a la participación política, todas las dimensiones de la vida deben entrar en todas las áreas
de su currículo: la exégesis, la teología, la historia de la iglesia y la pastoral. Educar
teológicamente exige tener un horizonte que abarca toda la vida. Un proceso de educación
teológica no es cuestión de entregar un paquete teológico elaborado en una especie de vacío
clínico, con la intención de que éste luego sea aplicado a la vida de las personas. Si hablamos de
un Dios creador, sustentador, redentor y restaurador de las personas y las cosas, nada le es ajeno
y por ende nade es ajeno al quehacer teológico y pastoral – ni la política ni la óptica de género
dentro de ella.

2. La política, ejercicio del poder

¿De qué estamos hablando, en el fondo, cuando consideramos el reto de la participación política?
A lo mejor no hemos estudiado las ciencias políticas para conocer sus teorías y su praxis, sus
categorías y sus estructuras. Tal vez algunos de nosotros se quedan aun en el nivel ingenuo de
las campañas electorales, una punta del témpano de hielo, que no revela mucho acerca del
tamaño y la forma de todo lo que se esconde debajo de la superficie. A continuación trataremos
de levantar algunas preguntas sencillas acerca de la política, sin poder adelantar mucho sobre las
respuestas, que no son nada sencillas. En cada caso se traerá a colación el tema particular que
hemos asumido: el asunto de género, la óptica desde la mujer. El propósito, obviamente, es el
de abrir el panorama – y el apetito – para superar nuestra ingenuidad.

¿Por qué existe la política?

La política tiene que ver con la necesidad de estructurar las relaciones humanas y de gobernar el
mundo social, ya que la anarquía hace imposible la convivencia humana. Por eso, la política
tiene que ver con el ejercicio del poder: qué propósitos se buscan con él, quiénes son los que lo
ejercen y a favor de cuáles grupos o personas. El poder se ejerce en todos los niveles de la
sociedad, no sólo en la esfera de la “gran política” a nivel nacional o en otros estratos de la
organización civil de un país. En todos los núcleos humanos existen relaciones asimétricas de
fuerzas –unos manda; otros acatan.

Las personas experimentan en carne propia la realidad del poder todos los días, en la vida civil,
el trabajo, el hogar, hasta en la iglesia. Pero a menudo hay una percepción diferenciada de esta
realidad de poder según sea la persona hombre o mujer. Para la mayor parte de nuestra
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población, el machismo determina una estructura de poder que atraviesa todas las dimensiones
de la vida, y de manera particular la vida de familia y de pareja. Puesto que las experiencias
vividas en el seno de la familia proporcionan gran parte de las presuposiciones que cargamos al
pasar a las otras áreas de la convivencia social, podemos suponer que el modelo jerárquico
familiar que rige para la mayoría de la población (el papá manda sobre los hijos y el marido
sobre la mujer) condicionará también las actitudes de las personas hacia el ejercicio del poder
político. Los que asumen este modelo patriarcal conceptuarán el poder político principalmente
como el poder de controlar a los demás, para que éstos contribuyan al bienestar psicológico y
material del que los domina.

No es solamente ahora ni únicamente en América Latina que prevalece esta pauta machista en
las relaciones sociales y en la relación familiar en particular. En la abundante literatura socio-
política del mundo grecorromano, durante todo el período temprano de la iglesia, el modelo
familiar jerárquico, patriarcal, fue promulgado y enseñado por filósofos y moralistas paganos
como base imprescindible para el buen funcionamiento económico y político de toda la sociedad.
Varios textos del Nuevo Testamento reflejan esta preocupación generalizada en la sociedad
circundante cuando se aconseja a los subalternos (esclavos, niños, mujeres) a no expresar el
radicalismo de la fe cristiana, donde no hay “esclavo ni libre, varón ni mujer” (Gá. 3:28), fuera
de su propio circulo1, para no provocar una persecución por parte de las autoridades o del
público en general (1 Pe. 2:12, 15; 3:14, 16s; 4:12-14).

Como biblistas, teólogos y pastoralistas, ¿hasta qué punto tomamos en cuenta en nuestro campo
de estudio y enseñanza esta cuestión tan fundamental en la experiencia humana como el ejercicio
del poder? Nuestra motivación viene no solamente de la novedosa inquietud por la participación
evangélica en la política partidista sino de otras consideraciones más básicas, que tienen que ver
con la necesidad de indagar sobre los propósitos de Dios para la convivencia humana y para el
uso del poder en la sociedad. Cada uno podría articular sus propias inquietudes al respecto desde
su campo teológico particular y su experiencia como ciudadano, miembro de familia,
participante en la iglesia y – ¿por qué no? – como profesor y tal vez director de un seminario.

¿Para qué fines se ejerce el poder?

Cuando examinamos cómo se ha ejercido el poder en muchos países, tenemos que admitir que el
modelo más común ha sido que el grupo que lo detenta ha usado el poder para fomentar e
incrementar el bien, y los bienes, de su propio núcleo social. Detrás de muchos discursos
políticos que enarbolan la bandera del bienestar para todos, hay una realidad muy distinta: la
protección de los intereses del grupo que controla la cosa política. Muchas desilusiones le
esperan a la persona que pregunta por los fines que se persiguen en el ejercicio del poder. Si
nuestras instituciones desean preparar a pastores y teólogos capaces de acompañar a los
evangélicos que incursionan en la política, aquí tenemos parte de nuestra agenda de trabajo.

Al acercarnos a esta pregunta desde una perspectiva teológica, nos remitimos a la Biblia, donde
encontramos que la pregunta por lo político ha sido muy fecunda. En años recientes ha surgido

1
Un ejemplo: en 1 Pe 3.1-6 se aconseja a las cristianas casadas con no creyentes que se esfuercen por respetar el
orden patriarcal vigente, como un modo de dar un testimonio mudo “para que éstos sean ganados”. En cambio,
cuando el consejo se dirige a los cristianos varones, lejos de reiterar esa relación jerárquica, se exhorta al cristiano a
crear una relación más bien igualitaria con la esposa (v: 7).
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en América Latina una amplia literatura de investigación bíblica y elaboración teológica en
torno a la cuestión de la política.2

¿Hasta qué punto la ideología predominante en nuestra sociedad (la de las elites gobernantes y
los medios de comunicación masiva que éstas controlan directa o indirectamente) ha pre-
condicionado a teólogos y educadores teológicos para que veamos en la Biblia y el acervo
teológico principalmente (si no exclusivamente) aquellos puntos que parecen corresponder a esta
interpretación hegemónica de la sociedad, y no aquellas vetas que nos conducirían a
cuestionarla? Así sería el caso si enfatizáramos, por ejemplo, la autoridad monárquica o
sacerdotal en la historia de Israel sin la debida atención a la protesta profética que la subvierte.
En la historia del rey David confrontado por el profeta Natán (2 Sam. 12) tenemos una parábola
política válida para todos los tiempos. ¿Para qué fines se debe ejercer el poder político?
Ciertamente no para pillar y oprimir a los que están desprovistos del poder. ¿Para qué, entonces?
Jesús, quien encarnó el Reino de Dios en su persona, tenía mucho que enseñar acerca del
objetivo legítimo del poder. Resumido, se encuentra en Mr. 10:42-45: diametralmente opuesto a
los “gobernantes de las naciones (que) se enseñorean de ellas”, está el modelo del Reino de Dios,
donde el “grande” debe ser “siervo de todos”. ¿Cómo traducir esta norma en acción política
hoy? Esta pregunta deberá provocar mucho estudio y debate en los centros de educación
teológica.

Habría varios capítulos dentro de ese estudio que enfocarían los objetivos del poder político
desde las perspectivas específicas de grupos que han sido no solo excluidos del poder sino
también victimados por él: indígenas y negros, los pobres en general. Dentro de cada uno de
estos grupos hay mujeres y ellas, por lo general, son doblemente marginadas y oprimidas.
Estando en una situación de franca desventaja frente a los varones de su grupo, ¿por qué cosa
abogarán las mujeres? Algunas, probablemente, por darle vuelta a la tortilla y llegar a mandar
ellas. Otras, de conciencia social más madura, buscan que las estructuras de poder en todo nivel
y todo lugar (aun en la iglesia) estén al servicio de los más necesitados. La experiencia de las
mujeres incluye, entre muchas otras cosas sumamente valiosas, una intensa experiencia de
emplear sus capacidades, es decir, su poder, precisamente para servir a los seres humanos más
indefensos, los infantes y los niños. ¿Sus fines? Idealmente, para formar y promocionar a estas
nuevas personas, en su niñez y adolescencia, en un proceso de creciente independencia y
desarrollo auto-sostenido. Esta parábola política vivida por las mujeres, y también por aquellos
hombres que se entreguen a servir a los “más pequeños” (Mt. 25.45), podrá entrar también en
nuestras reflexiones sobre los fines que se persiguen con el ejercicio del poder político.

2
Entre lo más directamente relacionado con el tema de este Boletín se encuentra el número 44 (dic., 1991) del
Boletín Teológico de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, con el tema “Los evangélicos y la política en
América Latina”. Véase también el libro compilado por C. R. Padilla, De la marginación al compromiso: los
evangélicos y la política en América Latina (Buenos Aires: FTL, 1991). Algunos estudios valiosos en el campo
exegético: Néstor O. Míguez, “Lenguaje bíblico y lenguaje político”, Revista de interpretación bíblica
latinoamericana (RIBLA) # 4 (1989), pp. 65-82; y del mismo autor: “Pablo y la revolución cristiana en el primer
siglo”, Cuadernos de Teología, Vol. X # 1 (1989), pp. 67-80.; Dagoberto Ramírez F., “La idolatría del poder, la
iglesia confesante en la situación de Apocalipsis 13”, en RIBLA, # 4 (1989), pp. 109-128; Ricardo Pietrantonio, “El
poder político a la luz de los textos neotestamentarios”, y J. Severino Croatto, “Poder y justicia: formas
democráticas de gobierno en el Antiguo Testamento”, ambos en La Democracia. Una opción evangélica (Buenos
Aires: La Aurora, 1983), pp. 67-81 y 83-95 respectivamente.
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¿Quiénes ejercen el poder político? – ¿Y para quiénes?

El acceso al poder puede darse por caminos muy distintos: por heredar un puesto de mando
(como en una empresa familiar, una dictadura hereditaria, una monarquía), por usurparlo (sea por
la fuerza de las armas o por subterfugios políticos), por resultar electo en sufragios libres en
mayor o menor grado, por mérito (como se supone es el caso en círculos académicos), por ser
designado por otro poder de nivel mayor o por algún consenso social (como es el caso con las
pautas patriarcales en una sociedad).

En el caso que más nos atañe, el del proceso electoral, los que llegan al poder responden a algún
grupo que les permitió lograr su posición. No siempre es obvio quiénes son esos actores reales
en el juego político. Aunque el pueblo haya emitido su voto, los que han aportado los recursos
económicos y los otros medios necesarios para que un candidato gane una elección, son los que
reclamarán una participación en el poder o los beneficios del mismo. En relación con esta
alianza de intereses, tenemos que recordar que la política ha sido “patrimonio de las elites…
(donde)… la consanguinidad, el compadrazgo, la amistad, son lazos decisivos en la trama del
poder en nuestros países, en todos los niveles”.3 Los evangélicos que entran en la política no
forman parte de las élites por lo general, y por eso pueden verse presionados a pactar con uno u
otro sector de estos poderosos tradicionales. Además, el candidato evangélico que alcance un
puesto político no será inmune a presiones y demandas de beneficios o favores de parte del
mismo mundo evangélico. ¿Los cristianos evangélicos que incursionan en el juego político se
han preparado dentro de sus iglesias o en el movimiento evangélico en general para gobernar
para todos los sectores necesitados de su país, o seguirán la tradición de favorecer solamente a su
propio grupo?

El estudio de la sociología, la economía y las ciencias políticas, tan necesario para fundamentar
una participación política inteligente, provoca preguntas urgentes para la investigación bíblico-
teológica. Los desastres perpetrados por los sistemas políticos “sin rostro humano”
experimentados en este siglo (el fascismo; el estalinismo; los regímenes militares y dictatoriales
en América Latina, la actual hegemonía de la democracia formal de corte neoliberal en todo el
continente), exigen que los cristianos que participan en la política profundicen su estudio en
dirección a la antropología bíblica y los valores del Reino de Dios.4 En el campo de la ética
social, bastante descuidado en el mundo evangélico hasta ahora, habrá que analizar, entre otras
cosas, el marco ideológico imperante en el medio (¿en nuestro medio religioso también?) para
ver si éste encubre o distorsiona las condiciones socio-económicas reales y los efectos de
acciones políticas del pasado y de la actualidad. Los criterios para esta evaluación se hallan en la
Biblia, a cuya luz quedarán iluminadas muchas cosas tapadas por “la política”. Nos incumbe
aprender de la actitud y las acciones de Jesús a valorar la perspectiva de personas y grupos que
perciben alguna cara oculta de la realidad social porque la experimentan en carne propia. Por
ejemplo, al analizar para quiénes se ejerce el poder, tenemos que asegurarnos de que estén
representadas las necesidades reales y apremiantes de las mujeres de los sectores postergados. A
lo mejor, aun entre los evangélicos, no se ha pensado mucho es esto.

3
Robinson Calvalcanti, “La situación socioeconómica y política de América Latina”, Boletín Teológico # 44, p.
256.
4
Ibid., p. 259.
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3. A modo de conclusión

Una educación teológica que tenga algo que responder al reto de la participación política será la
que asume inquietudes como las que se han señalado aquí – además de otras que surjan en el
contexto de cada país – y las trabaja junto con sus estudiantes. Levantará preguntas básicas y
perturbantes acerca del ejercicio del poder en la convivencia humana e integrará estos
interrogantesa su estudio bíblico-teológico y pastoral. Profesores y estudiantes se unirán a
egresados y líderes de las iglesias para meditar sobre cómo debe ser la iglesia evangélica que se
abra a la participación política. Se preguntarán si una iglesia de carácter caudillista, o clasista o
que se cierra a la participación igualitaria de grupos marginales dentro de su seno (las mujeres,
por ejemplo) está en capacidad de orientar a sus miembros con vocación política para que
encarnen los valores del Reino de Dios en su actividad política. Con demasiada frecuencia lo
que experimentamos en nuestras iglesias refleja más bien las prácticas injustas de la gran
política, con sus compadrazgos y nepotismos, sus “argollas” gobernantes, sus exclusiones
efectivas encubiertas por discursos igualitarios. En las instituciones de preparación pastoral y
teológica, ¿hemos asumido nuestra cuota de responsabilidad por condiciones como estas?

En todos los campos de la educación teológica nos toca desarrollar un concepto alternativo del
poder, más acorde con lo que aprendemos de las Escrituras, un poder creativo en lugar de
dominante, que genere comunidad e igualdad al promocionar a los sectores que se encuentran en
desventaja.

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