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Por más vuelta que Antoine
Bergeret le daba al asunto, no
encontraba una sola razón que le
permitiera comprender el porqué,
aquella invitación para asistir a la
exposición colectiva de pintores
impresionistas, en homenaje a
Claude Monet, le desencadenaba
una emoción tan vigorosa que lo
ponía en contacto con lo
trascendente, mítico y subliminal,
el sólo hecho de tenerla entre sus
manos le provocaba un
estremecimiento de reacciones de
complacencias extrañas, como si
estuviera estimulado por las Cuatro
Leyes de la Bendición Divina.
Leía con curiosidad una y
otra vez el texto de la convocatoria,
buscando en ella algún detalle, una
huella o una pizca de luz que le
permitiera descubrir una
explicación lógica a su interés tan
especial en esa actividad… y

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mientras más lo hacía, lo único que
lograba era que el entusiasmo se
apoderara de sus emociones con
mayor intensidad y exaltación, de
una manera mágica y maravillosa,
sin dejar el mínimo espacio para
contemplar la posibilidad de no
asistir a la exhibición, aún más,
desde el primer momento que leyó
la misiva, esperaba con ansiedad la
apertura de aquel evento pautada la
inauguración para el 15 de abril a
las 7:00 p.m. y su culminación para
el 30 del mismo mes; Danses du
silence, exposition annuel 117,
primevère 2007, Société des
Artistes Indépendants de Paris,
Espace Champerret.
No hubo un solo día previo a
la muestra de los artistas plásticos,
que dejara de examinar por lo
menos tres o cuatro veces la tarjeta.
En el pensamiento de Antoine
Bergeret, se había hospedado una
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extraña sensación de que algo
extraordinario ocurriría en la
exposición…
El día anhelado había arribado…
Antoine Bergeret, salió más
temprano de lo habitual de sus
quehaceres laborales cotidianos
para llegar a su morada a prepararse
con tiempo suficiente para asistir a
la cita, quería ser el primero de los
invitados en estar allí y así fue… al
llegar a su hogar pasó de inmediato
al dormitorio, luego se dirigió a la
mesita de noche donde se
encontraba la invitación, procedió a
tomarla con estilo parsimonioso, la
observó de manera pormenorizada
y sobretodo con espíritu de
sabiduría y sigilo, repasó
cuidadosamente el contenido, se
sentó en la cama, allí permaneció
por más de diez minutos meditando
los momentos de sensaciones

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acaecidos desde el momento que
recibió el mensaje, y se preguntaba:
_ ¿Por qué de esta fantástica
conmoción al pensar en concurrir a
la exhibición?,
¿Qué misterio envuelve el evento
que conquista mi sensibilidad?,
¿Por qué este placer que navega en
las emociones cuando reflexionó en
relación a la actividad?,
¿Por qué vislumbro que algo
milagroso ocurrirá en ese evento?
Concluida la introversión, volvió a
colocar la invitación en el mismo
lugar… se paró del lecho y se
dispuso a pasar al baño asearse, al
salir fue directamente al closet,
tomó las indumentarias que días
antes había seleccionado para
asistir al evento.

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Se vistió de manera apropiada con
un estilo clásico, se untó un poco de
colonia Maderas de Oriente, luego
se detuvo frente al espejo a
contemplar cada detalle… después
de varios minutos, levantando su
brazo derecho y uniendo de su
mano las puntas de los dedos índice
y pulgar, al tiempo que lo llevaba
hacia delante, complementado con
una guiñada de su ojo izquierdo,
como símbolo de satisfacción de
estar acicalado de manera
apropiada para la ocasión.
Antoine Bergeret, miró el reloj que
estaba situado en una de las paredes
por décima vez, para saber la hora,
las manecillas esta vez, marcaban
las 5:33 p.m. , sentía que las horas
no avanzan para marchar a su
objetivo, y de hacerlo llegaría muy
temprano, ya que la distancia que
separaba su morada del Espace
Champerret, lugar donde se

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realizaría la exposición, podría
recorrerla en diez minutos
aproximadamente… entonces
decidió acomodarse en el sofá que
utilizaba para ver la televisión y
leer sus libros predilectos, empezó
a rememorar el sufrimiento que
padeció, y que aún los vendavales
de angustias pernotaban en sus
sentimientos, al enterarse de las
promiscuidades de su ex-esposa, a
quien amaba con frenesí; tenía tres
años y dos meses de que ésta se
había marchado con quien creía que
era su mejor amigo; tres días antes
de esa fecha no había vuelto a
compartir momentos de delicias
afrodisíacas…
Las remembranzas les llenaron de
melancolía y pesar, de repente se
sintió abrumado, lo que le estimuló
pararse del asiento de manera
impetuosa, se dirigió de nuevo a
donde estaba la invitación, y al

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contacto con ella retomó de manera
prodigiosa la calma, y un aliento de
armonía habitó su existencia de
manera inesperada.
Se dirigió al anaquel y tomó su obra
preferida: Eugénie Grandet de
Honoré de Balzac, empezó a
hojear, no con el objetivo de
degustar de sus esplendidas
narraciones, como en otras
ocasiones, sino de buscar una forma
de que el tiempo transcurriera…
luego de desfilar los minutos que
parecían interminables y acumular
media hora, se dispuso a salir de su
vivienda y marchar a su esperado y
anhelado compromiso. Al llegar al
Espace Champerret, se dirigió a la
antesala donde el comité de
recibimiento le hizo entrega de un
Brochure donde aparecían breves
datos biográficos y una muestra de
las obras de cada uno de los doce
artistas plásticos participantes. Se
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ubicó en uno de los asientos, a
esperar el momento del inicio de la
exposición; y se dispuso a leer la
sucinta semblanza de los autores…
al llegar a la parte correspondiente
Juliette Bonheur, le resultó un tanto
extraño lo que indicaba en su
espacio, ya que los demás
precisaban sus fechas de
nacimiento y sus obras más
relevantes, solo en esa parte
aparecía el siguiente texto: “Nací,
un día cualquiera y en una hora
oportuna de la primavera, en un año
que no creo que a nadie le pueda
interesar… ¿para qué?”. Y concluía
con un conciso poema: ”Se
desprendió del crucigrama de los
años la respuesta de un beso
empapado de nostalgia”.
Seguido se mostraba una de sus
obras con una breve inscripción
debajo que indicaba: Autorretrato –
Passion de mer de Juliette Bonheur,

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Paris, 2006, óleo sobre lienzo, 133
-100 cm.
En el cuadro aparece Juliette
Bonheur, donde simbolizaba la
personalidad deseada: soberana,
desnuda en la ribera del mar,
tendida boca arriba sobre una
manta blanca, con una pose
voluptuosa, con las piernas
cruzadas, miradas solazadas,
maliciosas, jubilosas, y con labios
libidinosos, insinuados a entrar en
contacto con los deleites
excitantes…

Antoine Bergeret, pasó un


prolongado tiempo examinando
cada uno de las descripciones
sensuales de la obra de arte: Passion
de mer. Hasta recordó y en varios
momentos, los arrebatos genitales
insaciables de su ex-esposa.

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La concentración en la imagen era
tal, que ni siquiera se percataba de
la presencia de los espectadores en
su entorno que esperaban el toque
de la campanilla que indicara el
acceso al salón principal del Espace
Champerret donde se realizaría la
exhibición.

De los doce artistas al acto


inaugurar, sólo no asistió Juliette
Bonheur, el maestro de ceremonia
no hizo referencia a ella, ni
presentó excusa… Antoine
Bergeret tenía curiosidad en
conocerla. Concluida la
solemnidad, Antoine Bergeret,
buscó con nerviosismo el lugar
donde se encontraba la obra
Passion de mer, con la intención de
apreciar con más objetividad, el
color, la forma, las expresiones
faciales y las emociones que
divulgaba, y la filosofía de su

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creadora, y sobretodo descubrir,
por qué había despertado en él un
entusiasmo tan inusual…logrado el
objetivo, se instaló frente a la
pintura, donde permaneció largo
rato… sentía que el retrato deseaba
revelarle algo; y que él deseaba
descubrir; sus miradas sugerentes,
sus labios escarlatas le transmitían
pasiones e inquietudes que les
cautivaban.
No tuvo tiempo para ver otra
pintura, aquella estampa, le había
sustraído la atención; después de
largo tiempo contemplándola, antes
de marcharse observó
discretamente su entorno, y de
manera instintiva se arrojó de
repente sobre ella y depositó un
beso de despedida en los labios… y
se apartó con presteza para evitar
que algunos de la concurrencia
viera esta acción, y se marchó… al
llegar a la puerta de la salida del

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salón de las muestras gráficas, una
mágica brizna de luz, que se filtraba
por las hendijas de una de las
persianas, le hizo detener de
manera momentánea, obligándolo a
retornar a observar el cuadro una
vez más, se detuvo frente al dibujo
y mirándolo detenidamente, sin
perder la curiosidad, en intervalo de
tiempo, se detenía a mirar los ojos
y los labios seductores de aquella
mujer, sintió de nuevo, pero esta
vez, con mayor fervor la sensación
de que le urgía transmitir un
mensaje…
Antoine Bergeret, había perdido la
noción del tiempo, que sólo pensó
en él, cuando escuchó sonar la
campanilla que anunciaba el cierre
de la jornada nocturna de la
exposición, sorprendido por la
resonancia, miró el reloj y se dio
cuenta que las agujas marcaban
justamente las 10:00 p.m. Al salir

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del salón Espace Champerret, en su
elucubración no existía más plaza
que no fuera recapitular las
impresiones desencadenadas,
después de ver por más de dos
horas, sin interrupción el
autorretrato… cada referencia,
cada vibración vivida… estaba
alojada en su emotividad… aquella
figura deslumbradora y mágica, lo
había extasiado de manera tal, que
su dimensión perceptiva lo
aprisionaba en la red de una pompa
de irresistible entusiasmo… al
llegar a su residencia se sentó en el
sillón por varios minutos, y luego
se paró y caminó al baño, sin
desatender en ningún momento sus
ideas… se aseo, colocó la toalla que
había utilizado para secarse
alrededor del talle y se dirigió al
mueble destinado para colocar las
copas, los vinos, los licores y el
whisky, escogió el cáliz de su
predilección, la del tipo Collins, a

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su lado se hallaba la botella de
Pastis, la tomó con la mano
desocupada y se dirigió a la
pequeña nevera, el Pastis y la copa
las colocó encima, y se dispuso
abrirla para tomar hielo y agua para
prepararse un trago, concluido el
procedimiento se sentó en el sofá
con un estilo señorial a degustar de
la bebida, la cual repitió varias
veces; acompañado del recuerdo de
su huésped de honor – el
autorretrato-, símbolo que se había
asilado en sus meditaciones, sin
poder, ni querer desprenderse de él
y de los momentos acontecidos en
el salón Espace Champerret, en el
epílogo de la noche; las
abstracciones y las utopías fueron
vencidas por los efectos del
Pastis…
Juliette Bonheur, puso todo el
entusiasmo en matizar el
autorretrato, de manera tal, que

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depositó en él, todas sus energías y
talentos para lograr lo que siempre
ambicionó… por cada trazo del
pincel desplazado en el lienzo,
colocaba fragmento de su aura
lasciva… que gradualmente le
arrebataba y engrosaba la voluntad
de la artista de manera prodigiosa,
al final: ¡ Le despojó del vigor,
sedujo las ilusiones hasta
esclavizarlas en el tejido del tapiz!
¡El autorretrato, había poseído su
alma, los encantos y los ardores en
un compendio de armonía! Juliette
Bonheur, en el transcurso de la
concepción de su obra, reverenció y
demandó de los dioses alados de la
mitología griega, para que les
iluminara el sendero de poner en su
creación: gracia, lubricidad,
efusión y entusiasmo.
Antoine Bergeret, no dejó de asistir
ni un sólo día durante el período
establecido de duración de la

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exhibición artística, el evento se
había convertido para él, después
de cumplir con los compromisos
laborales en la cita nocturna
obligada, llegaba al salón Espace
Champerret, y como un
encantamiento vigorizante se
dirigía de manera instintiva hacia el
autorretrato… aguijoneado por el
ímpetu seductor místico-peregrino;
desde aquel 15 de abril, había
considerado la posibilidad de
adquirir la obra de arte, valorada en
cinco mil quinientos euros; cuatro
días después de la apertura de la
exhibición iconográfica.
Antoine Bergeret consumó su
deseo… decisión tomada sin
pensarlo mucho y con deleite,
apoyado por sus efusiones
subjetivas. Esperó con ansiedad y
entusiasmo la entrega de la obra
Passion de mer, pautado para los
días sucesivos de la culminación

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del evento. Seleccionó la pared
ubicada en su habitación, frente al
lecho donde dormía, para al
despertar cada mañana contemplar
y disfrutar de la imagen.
Al recibir el cuadro por la comisión
de ventas y entregas, Antoine
Bergeret, sintió un insólito
bienestar, que le hizo recordar el
día que contrajo nupcias con su ex-
esposa Anaïs Boissieu; marchó con
premura hacia su domicilio para
instalar la pintura en el lugar
seleccionado, consumado el
protocolo, se reclinó en la cama y
se colocó boca arriba, donde pasó
largo momento contemplando la
obra, degustando cada uno de sus
estampas: colores, luz, sensualidad,
fugacidad de las miradas solazadas
y sobretodo la empatía… de
manera repentina y disimulada,
apareció en su entorno un filamento
de luz, que le producía

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complacencia y que lentamente
subyugaba con ternura su ser, hasta
dejarlo embelesado; y le hizo girar
para que su cuerpo tomara una
posición invertida. En su
encantamiento sentía que unas
enternecidas, suaves y compasivas
manos humedecidas de aceite se
deslizaban en su espalda, cuello,
glúteos, muslos y pies… percibía a
veces las fragancias de la lavanda,
y en otros momentos a jazmín, rosa
y almendra, además les
acompañaba la melodía del grupo
Marconi Unión, titulada
Weightless.
El desplazamiento de las manos en
su cuerpo, las esencias y la música,
penetraban en su existencia,
produciéndole paz, armonía y
placidez al espíritu…
Al día siguiente, al despertar,
Antoine Bergeret de un paradisíaco
y renovador sueño, al pretender
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rememorar los acontecimientos de
la noche anterior, a pesar de los
esfuerzos mentales, sólo pudo
repasar confusamente los
momentos de las fragancias y la
música; contempló discretamente
la pintura y percibió en ella, que su
semblante sutilmente había
experimentado una transformación,
esta vez, además de sus atributos
naturales, poseía gestos de
satisfacciones y una mirada fugas,
como si acariciara la posibilidad de
escapar del pasado y del marco que
la esclavizaba, para filtrarse por las
hendijas de los deseos y posarse en
un futuro soberano…
Antoine Bergeret, se marchó a sus
actividades profesionales
habituales, durante todo el tiempo
flotaba en sus meditaciones, sin
poderse desembarazar de ellas, el
mismo presentimiento de aquel 15
de abril, horas antes de acudir a la

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muestra de pintura en el Espace
Champerret, de que nuevamente,
algo sobrenatural y encantador le
sobrevendría…
Al retornar a la vivienda, caminó
hacia el aposento, y de inmediato se
despojó de la boina, zapatos,
calcetines, camisa, pantalón y reloj,
quedándose sólo en franela y
calzoncillo, se reclinó en la cama a
contemplar la efigie, la exploró
discretamente, advirtió una ligera
modificación en sus líneas de
expresión, como si sintiera la
necesidad de transmitir un mensaje,
pero Antoine Bergeret, por más
empeño que ponía, no podía
descifrar el misterio… después de
varios minutos escuchó sonar el
timbre de la puerta de la residencia,
no obtemperó al llamado, y
continuó observando el cuadro, al
poco tiempo se repitió el timbre,
asumió nueva vez una actitud de

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indiferencia, lo cierto era, que no
deseaba interrupción…entonces la
resonancia fue frecuente en un
intervalo casi imperceptible. Ante
la insistencia, decidió de forma
impetuosa y sobretodo con
irritación de ir a ver quién era que
pulsaba el timbre de manera tan
persistente, se puso los pantalones,
un suéter que se encontraba encima
del sofá, y la pantufla, y marchó
hacia la puerta, al abrirla, quedó
obnubilado, atónito, casi sin
aliento, al ver que era Juliette
Bonheur, y con voz trémula y
quedita dijo:
— Saludo… bienvenida sea usted a
este hogar, prodigiosa creadora,
pase por favor.
Juliette Bonheur, sin mediar
palabras, ni siquiera asintió con una
mirada la reverencia, menos aun,
los elogios enaltecedores hechos
por Antoine Bergeret; se dispuso a
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penetrar a la sala, y de inmediato
examinó en silencio con las
miradas todo el espacio; comprobó
que la obra no se hallaba allí, y de
manera exigente preguntó:
— ¿Dónde está mi pintura, Passion
de mer?
Antoine Bergeret, un tanto
impresionado por la actitud extraña
de conducirse de la artista, de
manera trémula expresó:
— …en mi dormitorio.
— Vengo a que usted me regrese la
pintura, en este sobre le traigo el
dinero que pagó por ella, más
intereses…
— Lamento profundamente
honorable artista, decirle que no
podré complacer su petición, eso no
va hacer posible.

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Adquirí la obra porque un sortilegio
asombroso, penetró en mi
sensibilidad y encadenó el alma,
haciéndose cómplice de las
pasiones, contenidas en la obra, me
siento adherido al retrato, que creo,
no sería capaz de concebir la
existencia separada de él; es el
estimulante que energiza el espíritu
y lo hace vibrar de emoción.
Juliette Bonheur, al auscultar las
conmovedoras y vehementes
expresiones de Antoine Bergeret,
se dio cuenta que su pretensión no
tendría el resultado acariciado, ya
vencida por el desaliento producido
por aquellas palabras oriundas de la
fertilidad astral de la sensibilidad,
con el hálito colgado en la
impotencia, descendió y se posó en
una de las mecedoras que se
encontraban a su lado, seguida por
Antoine Bergeret, y con lágrimas
surcando las mejillas, se dispuso a

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relatar la historia del origen y
consumación de la obra Passion de
mer; finalizada la revelación; ya
resignada… le implora a que le
permita ver el autorretrato, a lo que
accedió sin objeción, y le invita a
pasar a su alcoba, estando los dos
frente al cuadro, Juliette Bonheur,
inicia con la mirada un recorrido
exhaustivo y minucioso de cada
detalle…fue entonces, cuando una
fosforescencia energética, se
desprendía de la pintura, y se
consignaba de manera sutil y
fascinante en la esencia de la
artista, consumado la fase de la
metamorfosis, empezó a despojarse
de sus vestuarios, al tiempo que con
suspiros libertinos danzaba de
manera insinuante alrededor
Antoine Bergeret; el hombre estaba
sacudido de emociones, y excitado
por el deleite seductor y el encanto
de la mujer, se independizó de las
indumentarias, y estrechados se

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introdujeron en la cama; y entre
caricias, gemidos, el falo vibratorio
introducido en la vagina y masajes
sicalípticos, se envolvían en una
embriagadora y mística
pasión…finalizado los episodios
sicalípticos; de la misma forma que
la fosforescencia energética, se
delegó en Juliette Bonheur, de esa
misma manera retornaba al
autorretrato. Desde aquel día las
visitas de Juliette Bonheur a
Antoine Bergeret, se hicieron
frecuentes, y siempre acontecía lo
mismo… hasta que en una ocasión
la creadora, arrodillada ante la
imagen producto de su arte, invocó
a los dioses alados, y les imploró
que las energías y los encantos que
poseía el autorretrato se
depositaran en ella de manera
irreversible, fue entonces cuando
de repente, como un conjuro
olímpico, un espectro
resplandeciente de reciedumbre se

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despedía de la imagen, al tiempo
que se distanciaba del lienzo hasta
dejarlo virgen, mientras se
consignaba y adherida de manera
indisoluble en el cuerpo de Juliette
Bonheur. Entonces… consumada
la transición, despojados de sus
vestimentas Antoine Bergeret y
Juliette Bonheur, se introdujeron en
la cama, moldearon su cuerpo en un
delirio de sortilegio, y entre
sollozos, múltiples orgasmos y una
abundante eyaculación, quedaron
ensamblados en el interior de una
burbuja eterna de pasiones.
Moca, 14 de julio de 2016.

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