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Melchor Cano

Melchor Cano nació en Tarancón a comienzos de 1509 y murió el 30 de septiembre de 1560, a


los cincuenta y un años de edad2. A los catorce años (en 1523) tomó el hábito de Santo
Domingo y profesó en el convento de san Esteban de Salamanca. A partir de entonces inició un
duro aprendizaje y una completa preparación en filosofía y teología bajo los más prestigiosos
maestros de la época: estudió cuatro años bajo la dirección de fray Diego de Astudillo, hasta
1527, y otros cuatro cursos de teología (1527-1531) con el gran Francisco de Vitoria.

Terminada su formación, en 1531, pasó al colegio dominico de San Gregorio de Valladolid


donde se encontró por primera vez con Bartolomé Carranza, que —al tener poca mayor
edad— desempeñaba el cargo de Maestro de estudiantes, mientras que Cano fue nombrado
Lector en Artes.

En Valladolid existían dos cátedras de teología regentadas, respectivamente, por fray Diego de
Astudillo y fray Martín de Ledesma. En 1536, murió Astudillo, mientras que Ledesma fue
nombrado prior de Toro, por lo que ambas cátedras quedaron vacías, siendo ocupadas por
Carranza, la de Prima, y Cano, la de Vísperas. Fue por estas fechas cuando Melchor Cano
comenzó a madurar y escribir su gran obra que, a partir de entonces, llevó en su cabeza
durante toda su vida, De locis theologicis.

En Alcalá permaneció hasta 1546, año en que murió el maestro Francisco de Vitoria en
Salamanca, quedando vacante la cátedra de Prima. Los candidatos a ocupar la vacante fueron
numerosos y de prestigio, pero Cano obtuvo la cátedra6. Una vez en Salamanca, continuó con
su obra De locis theologicis, con la que trataba de solucionar el problema de la decadencia de
la escolástica verbosista. En el prólogo dice “El deseo de explicar estas cosas (aunar la
erudición de los antiguos con el método de los modernos) me movió plenamente a emprender
esta discusión sobre los lugares teológicos”.

formó una serie de discípulos, cuyo solo nombre indican la tendencia ideológica del grupo. Es
preciso recordar, entre otros: en Alcalá, Ambrosio de Morales; en Salamanca, Bartolomé de
Medina, Domingo Báñez, el patriarca Juan de Ribera.

El 26 de enero de 1551, el claustro daba licencia al maestro Cano (junto al maestro Gregorio
Gallo) para que asistiese al concilio de Trento, al mismo tiempo que se ponía por sustituto de
sus lecciones a fray Diego de Chaves, amigo de Cano y futuro confesor de Felipe II y gran
patrón del “partido castellano”12. Terminada la segunda etapa del concilio, el 28 de abril de
1552, volvió a la península, recibiendo por sus servicios el nombramiento de obispo de las Islas
Canarias.

Las universidades en su época

Como es bien sabido, Melchor Cano realizó sus estudios en la Universidad de Salamanca en
Artes y Humanidades, y posteriormente entró en la orden de los predicadores, tomando el
hábito de dominico en 1523 en el convento de San Esteban.

Cano se iniciará en sus primeros pasos, teniendo como maestro a Francisco de Vitoria, quien
acababa de ganar la cátedra de Prima en Salamanca (1526). Una vez realizados cuatro cursos
con su maestro, pasó al Colegio de San Gregorio de Valladolid, que era el Estudio General más
importante de los dominicos en Castilla. En dicho convento se cultivaba un humanismo
cristiano con maestros conocidos de esta tendencia, caso de Bartolomé de Carranza, Luis de
Granada, Felipe Meneses, etc. Poco tiempo después ocupó la cátedra de Vísperas en teología
en el Colegio de San Gregorio desde 1536 hasta 1542.

Una primera evolución de los estudios teológicos se dio en la denominada Escuela de


Salamanca, en donde profesores como Francisco de Vitoria y posteriormente Melchor Cano
intentaron incorporar aquellos aspectos del humanismo que ya eran imprescindibles: la
elegancia en la lengua latina, con la incorporación del método retórico humanista frente al
dialéctico anterior, el uso de algunas fuentes originales (Biblia, Santos Padres, etc.) junto con
autores clásicos, pero sin perder de vista esa armonía entre Fe y Razón de tradición medieval.
Veamos como aparecen estas concepciones en la obra más importante de Melchor Cano, el de
Locis Teologicis, en donde intenta superar la teología tradicional, contraatacando a humanistas
y reformistas protestantes. Frente a las disputas sobre cuales eran realmente los textos
sagrados (pues muchos rechazaban en dicho momento siete libros del Antiguo Testamento y
siete del Nuevo Testamento), así como la afirmación de los luteranos de que la Escritura no
necesita de la aprobación de la Iglesia (aspectos que ya habían sido debatidos en la época de
Ireneo y Agustín) Cano defiende los posicionamientos del Concilio de Toledo en estos
términos: “Si alguien dijere o creyere que son canónicos otros escritos, aparte de aquellos que
la Iglesia Católica admite, sea anatema”.15 Propone, además, que para que un libro sea
canónico tenga el juicio afirmativo de la Iglesia y la tradición. Pero quizás, uno de los ataques
más fuertes en su libro II sea frente a aquellos humanistas que “Pretenden probar la necesidad
del recurso a las fuentes hebrea y griega para la inteligencia de Las Sagradas Escrituras”

reconoce, con Santo Tomás, la necesidad de incorporar la razón natural para una mejor
comprensión de la teología así como de los estudios históricos, filosóficos y de las demás
ciencias, las cuales actúan como siervas para la verdadera sabiduría. Entre los filósofos escoge
a Aristóteles como el verdadero filósofo frente a Platón a quien “desde hace muchos años
apenas lo leen ociosamente unos hombres por los rincones; por el contrario, las Universidades
de todo el mundo hacen resonar unánimemente el nombre de Aristóteles” (p. 539). Tampoco
aceptará como filósofo a Averroes, causante de muchísimas herejías con su doble verdad.
Entre los historiadores selecciona a Julio César, Suetonio, Cornelio Tácito, Laercio, Plutarco y
Plinio. Esta inmersión en la historia le sirve para denostar a muchos de los que escriben
Historia eclesiástica, y concuerda con Luis Vives en la crítica que realiza a ciertas historias
inventadas por la Iglesia. También critica, como muchos humanistas cristianos, las ficciones y
fábulas, y a aquellos que escriben vidas de santos plagadas de mentiras.

En cuanto a los estudios teológicos, ya no acepta la enseñanza del Maestro Lombardo y sus
Cuatro libros de las Sentencias, puesto que es un texto confuso y desordenado, y todos los que
le han seguido han actuado de la misma forma.

Obras:

Los lugares teológicos, son trazados por Melchor Cano. Antes, Felipe Melanchton (1479-1560)
había sido uno de los primeros teólogos que habló de “loci thelologici) (topoi) en 1521, pero, le
atribuyó un mero contenido material, que se correspondía con el contenido de los actuales
tratados teológicos: el pecado, la justificación, la gracia, la fe, etc.
En este sentido, si para Melanchton los topoi se correspondían con los contenidos materiales d
la teología, para Cano equivalen a las fuentes de los contenidos.

Por eso, como punto de partida, Cano, evoca a Aristóteles para exponer su clasificación. Así, a
partir del Filósofo,

El Tratado de la victoria de sí mismo13 de Melchor Cano, por tanto, es una obra excepcional,
que mira hacia el interior, hacia la intimidad del hombre, como toda la espiritualidad
reformista de la que Cano abominaría inmediatamente. Es una obra breve y original en sus
planteamientos, en la que yo destacaría los siguientes:

aspectos: 1) defiende sin duda la libertad del hombre, porque “Dios es tan comedido con la
libertad humana —dice—, que a nadie hace fuerza para servirle”.

2) Aunque se trata de un ser humano que, en la más pura ortodoxia católica, necesita tanto
sus propios ejercicios espirituales, como la ayuda de Dios, a causa de su debilidad congénita.

3) Debilidad humana que implica una extraña contradicción, porque siendo, como somos,
espíritu y carne a la par, atendemos a las exigencias de la carne (del cuerpo, de la casa, del
vestido, de la comida, etc., pero tenemos siempre en extraño desahucio el alma: todo para el
cuerpo y nada para el alma. ¿Por qué no tenemos apetencias del alma, se pregunta Cano,
como del cuerpo?

4) Defiende asimismo el fiel de la balanza renacentista, el mismo camino, dice, de los filósofos
paganos, dado que hay que buscar el justo medio: “que la virtud consiste en el medio y los
vicios en los extremos” (303b), y por eso andan casi todos a la redonda, dando vueltas por los
extremos del círculo, pero nadie acierta con el centro, que es el camino más recto.

5) Insiste en que se trata de una traducción libre “de La victoria de sí mismo, conviene a saber,
de sus propios vicios y pasiones; la cual —en su opinión—no es empresa tan dificultosa cuanto
algunos piensan, porque sin duda más dificultades se hallan al cabo en dejarse vencer que en
vencer la pasión” (304a); lo que demuestra, por vía indirecta, su fe acendrada y su facilidad
individual para el sacrificio, aunque no sé si tanto la de todos, cosa que dudo, pese a su
afirmación.

6) Asegura además Melchor Cano que es también un libro para uso de confesores, un libro
muy original, a su entender, pues es el primero en repasar los siete pecados capitales,
diferenciando los pecados mortales de los veniales, “cosa jamás vista, que yo sepa, en nuestro
lenguaje español; pero tan necesaria así para los penitentes como para los confesores, cuanto
ninguna otra lo es de las que se pueden escribir” (304a).

7) La victoria de sí mismo es mandato principal de Cristo. A su entender, y por eso: “no debe
jamás el hombre dejar la empresa de vencer a sí mismo, porque este es el primer precepto que
Jesucristo, maestro nuestro, da a los discípulos de su escuela: negarse a sí mismos y aborrecer
no sólo al mundo, pero su propio cuerpo” (305b)

La vida es sueño:

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