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El autor provoca a los lectores con una lectura poco común no sólo por la manera en
que está diseñada la tipografía de sus páginas, sino por las hipótesis estremecedoras
que plantea a lo largo de quince capítulos que se leen de una sentada. El énfasis del
libro está puesto en el desarrollo de la tecnología y los efectos contundentes, positivos o
negativos, que puede tener para individuos, grupos sociales, sociedades y regiones
enteras del planeta. Sus conclusiones son simples: si no hay la voluntad ni la capacidad
de apropiarse y desarrollar la tecnología, el horizonte que se enfrenta es de rezago y de
muy probable fracaso. Enríquez, cuyo libro se ha convertido en un best seller traducido
a diecisiete idiomas, le ahorra al lector numerosas consultas de libros especializados
en materias que van de la genómica a la bioinformática, de la nanotecnología a la
fotónica, la informática, la robótica y otras más relacionadas con el mundo tecnológico
de punta. Una síntesis valiosa, en suma, para el lector sin mayor entrenamiento en tales
disciplinas o bien para el que posee este tipo de información y requiere actualizar
ciertos datos.
Este libro está escrito para que cualquier persona curiosa pueda leerlo. Para
empezar hay que decir que el conocimiento específico, que cambia casi de una
semana a otra, es lo menos importante. Lo que importa son las tendencias.
Mientras tanto, la velocidad con que cambian las empresas y los países es tan
rápida que apenas deja tiempo para pensar en ello. Algunas empresas llegan a ser
más grandes que muchos países, pero así como crecen se derrumban. A diferencia
del pasado, las industrias que tardaban años en desarrollarse hoy lo hacen en
cuestión de meses. Y ya no dependen, como antes, de la mano de obra sino de un
puñado de mentes brillantes. El conocimiento se torna en la clave de la riqueza.
El lenguaje de los genes –su abecedario, por decirlo así– está contenido en tan
sólo cuatro letras: A,T,C,G, y es el mismo para todas las criaturas. Manipulando
este lenguaje puedes introducir en un conejo blanco los genes que producen la
fluorescencia de las aguamalas en la noche, y hacer que brille verde si lo alumbras
con luz negra. El número de mezclas como ésta es ilimitado. Los cambios en el
código genético de cualquier ser vivo ya nos permiten pensar en adquirir un
control directo y deliberado sobre todas las formas de vida del planeta...
incluyendo a nosotros mismos.
El conocimiento genera nueva riqueza. Así que la brecha entre los que tienen
conocimientos tecnológicos y los que carecen de ellos se hará cada día más grande.
En 1990 ninguna de las 10 personas más ricas del mundo era estadounidense. En
2004, 8 de 10 son estadounidenses. Muchos países pobres están desapareciendo. La
grandes potencias del mundo se peleaban por África a mediados del siglo XX.
Ahora a nadie le importa. El sida y el genocidio devastan a ese continente.
Como decía Winston Churchill, “Los imperios del futuro son los imperios de
la mente.” Los países más ricos no son, como antes, los que tienen más recursos
naturales, sino los que están mejor equipados educativa y tecnológicamente. Esos
imperios se caracterizan por manejar la mayor cantidad de información. Y por su
capacidad para sintetizarla. De los demasiados caracteres empleados por algunas
lenguas se ha pasado a códigos cada vez más simplificados. En alguno de sus
extremos, el chino, por ejemplo, emplea cerca de 10 mil caracteres, mientras que el
lenguaje binario, que es el lenguaje de las computadoras, se codifica en tan sólo
dos: 1 y 0. Esto permite que la información se codifique, transmita y decodifique a
gran velocidad. En 1999, los científicos de los Laboratorios Bell lograron
transmitir 1,600,000.000,000 bits de información (1s y 0s)... en un segundo, a través
de una fibra óptica no más ancha que uno de tus cabellos. El mercado de la
información es, por ello, uno de los más disputados. Y esta disputa ha dado lugar a
fusiones como la que efectuaron American On Line y Time Warner. Esta
megaempresa controlaba en enero de 2001 el 33% del tiempo de los
estadounidenses en internet, mientras que Yahoo o Microsoft sólo controlaban el
6% cada una de ellas.
Pero si la revolución digital ha cambiado las cosas, el cambio que nos espera
es aún mayor con la revolución genética. Su lenguaje será el lenguaje dominante.
Desde los experimentos del monje austriaco Gregorio Mendel con unos sencillos
chícharos, los científicos no han dejado de experimentar en torno a la herencia
genética. Gracias a los conocimientos obtenidos no nos hemos muerto de hambre,
entre otras cosas. Hasta 1953 no supimos como se codificaba la genética y menos
leerla a detalle. Entonces James Watson, un joven científico, y el profesor ortodoxo
Francis Crick de origen británico descubrieron que los rasgos que heredamos de
nuestros antepasados dependen de una molécula compleja de nombre difícil de
pronunciar: ácido desoxirribonucleico (al que conocemos por sus siglas... ADN). El
ADN contiene el código de toda vida. Su estructura es como una escalera y sus
peldaños están formados por cuatro sustancias: Adenina, Timina, Citosina y
Guanina (A-T,C-G). Nuestro código genético consta de tres mil millones de letras
(A, T, C y G) y este código se duplica en cada una de nuestros cien millones de
millones de células. Para leer el genoma humano de cada una de ellas se requeriría
el equivalente a 248 directorios telefónicos como el de la ciudad de México. Una
línea típica se leería así...
AAATTCCTTTAGGGATTTAGGCCCTGAGAAAATCCGGCCC-
Si alguien pasara su vida leyendo una copia del genoma de una persona no
completaría... y casi no entendería ni podría recordar lo que leyó.
Los cambios un código genético, por mínimos que sean, producen enormes
consecuencias. De ahí la gran variedad de rasgos que observamos en los humanos.
Tres letras de tres mil millones pueden generar una gran diferencia. Si te falta CTT
en un punto específico de tu genoma, eso significa que eres portador de fibrosis
psíquica. En el futuro, la vida dependerá cada vez más de entender el código
genético. Pero mientras que la riqueza aumenta y la longevidad ya empieza a ser
parte de las sociedades de occidente, en Zimbabwe, por ejemplo, entrenan a tres
ejecutivos para cada empleo porque dos pueden morir de sida en un entorno de
gran pobreza.
J.M. Roberts, en su libro Historia del mundo, al final de mil páginas llega a
dos conclusiones: La historia cambia más rápido de lo que uno esperaría y la
historia cambia más despacio de lo que uno espera.
Mientras el futuro nos alcanza, Juan Enríquez Cabot; Círculo Cultural Azteca México,
2004. 259 págs.