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Una introducción a la mortificación del pecado

VIDA CRISTIANA
Durante años he escrito y hablado mucho acerca de la mortificación del pecado. En ese tiempo he
recibido preguntas ocasionales sobre el tema. Sin embargo, en los últimos meses parece que se me
ha preguntado por el tema con más frecuencia. De hecho, le prometí a varias personas que escribiría
una breve introducción acerca de la mortificación. Dado que estamos hablando de dos palabras
antiguas, vamos a llamarlo un “tratado”.
¿Qué es la mortificación?
Como ya he indicado, la mortificación no es una palabra común en la actualidad. Y si acaso alguien
la utiliza en una oración, probablemente se están refiriendo a que están siendo “mortificados”, lo cual
significa que están avergonzados. Cuando hablamos de mortificar el pecado estamos hablando
sobre el sentido original de la palabra. La mortificación proviene del latín mors (muerte) y facere
(hacer). En este sentido, tiene que ver con matar algo. Quizás, en el sentido más literal, significa
“hacer que algo se muera”.
¿Qué es lo que ha de ser mortificado?
En general, el pecado debe ser mortificado. En particular, se refiere a todos los deseos de la carne
que combaten ferozmente contra lo que debemos ser como cristianos y lo que debemos hacer. Un
par de pasajes de las Escrituras se me vienen a la mente.
“Así que, hermanos, somos deudores, no a la carne, para vivir conforme a la carne. Porque si
ustedes viven conforme a la carne, habrán de morir; pero si por el Espíritu hacen morir las obras de
la carne, vivirán” (Romanos 8:12-13).
“Por tanto, consideren los miembros de su cuerpo terrenal como muertos a la fornicación, la
impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría. Pues la ira de Dios vendrá
sobre los hijos de desobediencia por causa de estas cosas, en las cuales ustedes también
anduvieron en otro tiempo cuando vivían en ellas. Pero ahora desechen también todo esto: ira,
enojo, malicia, insultos, lenguaje ofensivo de su boca” (Colosenses 3:5-8).
¿Cómo lo haces?
Se nos recuerda en la Escritura que el Espíritu Santo es el medio por el cual el pecado debe ser
muerto. John Owen, en su útil tratado acerca de la mortificación del pecado, escribe: “Es más fácil
que un hombre vea sin tener ojos, hable sin tener lengua, a que verdaderamente mortifique un
pecado sin el Espíritu”. Por lo tanto, se deduce que el trabajo de mortificación es la obra del Espíritu
Santo en el creyente cristiano.
Mucha gente se pregunta: “Pero, ¿cómo mortifico?”. Quiero citar aquí a John Owen e interactuar con
él un poco durante el desarrollo, porque su escritura suele ser un poco densa para algunos. Sin
embargo, es muy, muy buena.
Matar a un hombre, o cualquier otro ser viviente, es quitar la base de toda su fuerza, vigor y energía,
para que no pueda actuar o ejercer, o realizar acciones de su parte.
Entendemos lo que significa matar algo o a alguien, en última instancia significa quitarle su fuerza y
poder. Se nos recuerda que el pecado que mora en nosotros se compara con una persona, incluso
una persona viviente, el “viejo yo” o “viejo hombre”.
Cuando mortificamos el pecado estamos buscando matar a todo lo que nos “inclina, seduce, impulsa
a la maldad, y se rebela, opone, y lucha contra Dios”.
En otras palabras, cuando estamos mortificando el pecado vamos tras todo lo que es malo, desea lo
malo, y nos atrae hacia el mal. Y vamos tras él como intolerantes, desacomodados, y
asesinos espirituales.
Pero no paramos ahí con una santificación estilo “tierra quemada”, (destruyendo absolutamente todo
lo que pudiera ser de utilidad al enemigo). Debemos trabajar para cultivar un nuevo deseo para
reemplazar las lujurias caídas:
“implantando, haciendo que more habitualmente, y teniendo en alta estima, un principio de la gracia
que está en oposición directa a él, y que es destructivo de él. Así que, por la implantación y el
crecimiento de la humildad, se intercambia una debilitada pasión por paciencia, la impureza por
pureza de la mente y la conciencia, el amor por este mundo por una mentalidad celestial: que son
gracias del Espíritu, o la misma gracia habitual actuando de diversas maneras por sí misma a través
del Espíritu Santo”.
Estamos trabajando en despojarnos y revestirnos. Estamos despojándonos de vicios pecaminosos
dándoles muerte, y poniendo a trabajar virtudes piadosas. Los antiguos escritores hablan de
mortificación (dar muerte) y vivificación (dar vida o revivir).
¿Cómo mortificamos el pecado? Mortificamos el pecado examinando nuestros corazones, nuestras
mentes y nuestras vidas a la luz de la Palabra de Dios y bajo la convicción del Espíritu Santo.
Cuando vemos, o algún hermano en la fe nos ayuda a ver algo que no está en sintonía con la Biblia,
entonces trabajamos en darle muerte.
También debo señalar que el énfasis de la mortificación no es simplemente en el fruto, sino en la
raíz. No sirve de mucho el simplemente dejar de estar enojado sin darse cuenta del fuerte deseo de
controlar a las personas y a las cosas. La concupiscencia sencillamente encontrará otra manera de
expresarse a sí misma en su afán de controlar. En lugar de eso, debemos lidiar con los problemas
del corazón desde la raíz, para ver por qué y cómo queremos controlar a las personas y cosas, en
vez de confiar en Dios y utilizar sus métodos.
¿Por qué lo haces?
Es simple: porque la Palabra de Dios dice que debemos hacerlo (Rom. 8:13). No olvidemos que esto
es lo que los creyentes deberían desear. Queremos ser santos y reflejar a Jesucristo. Querer tolerar
el pecado es una intolerancia a la santidad. Es un insulto a la sangre de Cristo que nos compró (He.
10: 26ss).
También hay una faceta del efecto persistente del pecado que no ha sido mortificado. Owen nos
recuerda que al dejarlo solo, el pecado sin mortificar hará dos cosas: debilitará el alma y la privará de
su vigor, y oscurecerá el alma y la privará de su comodidad y tranquilidad. Esto es lo que hace el
pecado cuando reina en nosotros; debilita y oscurece. Oh, tenemos una gran necesidad de mortificar
el pecado.
Además, romanos nos recuerda que si no matamos el pecado entonces moriremos. Owen lo dijo
muy bien: “Mata al pecado o te estará matará a ti”.
Espero escribir más sobre este tema en las próximas semanas y meses. Pero por ahora, espero que
esto haya respondido algunas preguntas y haya entablado algún base acerca de esta importante
obra del Espíritu en el corazón del cristiano.

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