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LA EDUCACIÓN ESTATAL SEGÚN MARX

“El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de
toda la clase burguesa.” Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto Comunista (1848)
“El instrumento político de su sumisión no puede servir de Instrumento político de su
emancipación [de la clase obrera]. Karl Marx, Borrador II de La guerra civil en
Francia (1871)
La actual lucha salarial de los docentes argentinos vuelve a dejar, una vez más, a las corrientes
revolucionarias empantanadas en el estatismo. En otras palabras, se apela a la exaltación de “lo
estatal” como el refugio de todas las reivindicaciones populares amenazadas por el capitalismo. A tal
punto es así que se prefiere dividir al movimiento de lucha por salarios con tal de seguir manteniendo
como salida estratégica la defensa de la educación estatal, aún a costa de poner en riesgo la fuente de
trabajo de los docentes privados. En este sentido, se escuchan las voces de muchos militantes de
izquierda pidiendo que se quiten los subsidios a las escuelas privadas, bajo el supuesto hipotético de
que los compañeros de las escuelas privadas pasarían a tener trabajo en el ámbito estatal (con la
apertura de nuevas escuelas públicas en el futuro). Afortunadamente esta “recomendación” al Estado
capitalista acerca de cómo debe manejar su presupuesto no se hace extensivas a otras empresas
privadas (automotrices, lácteas, etc.).
Un argumento muy utilizado para defender los beneficios del estatismo en la educación es que en las
escuelas públicas la libertad sindical es una conquista asentada, en tanto en las escuelas privadas se
florea el despotismo patronal que anula toda actividad gremial. La conclusión es insostenible desde
el punto de vista de los compañeros que se desempeñan en el ámbito privado. En lugar de bregar por
la extensión de los derechos sindicales, en lugar de organizarse en la clandestinidad para evadir la
furia patronal, lo mejor es eso de… “muerto el perro”.
Para hacer un aporte al debate sobre el Estado y la educación, queremos esbozar un breve panorama
sobre la opinión de los fundadores del materialismo histórico sobre la educación estatal.

¿Marx enemigo de la educación estatal?

Para conocer la posición marxista sobre el Estado nada mejor que recurrir a las fuentes originales.
Así, el conjunto de escritos de Marx y Engels conocido genéricamente como Crítica del Programa
de Gotha (1), donde discute con socialistas estatistas con ideas similares a nuestros
contemporáneos, constituye una excelente puerta de entrada a su concepción sobre el estatismo.
Ante todo, es preciso tomar como punto de partida la caracterización del Estado como instrumento
de dominación, como aparato destinado al sojuzgamiento de las clases explotadas (2). Marx remarcó
en todo momento la necesidad de la organización autónoma de los trabajadores, partiendo de la
certeza de que “la “emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos” (3).
Además, la experiencia de la Comuna de París (1871) lo convenció de que la clase obrera no podía
servirse del Estado burgués para lograr su liberación. (4) En 1871, cuando redactó el manifiesto de la
1º Internacional sobre la Comuna, (conocido como La guerra civil en Francia), Marx había llegado
a la conclusión de que el Estado moderno no sólo era un órgano de dominación de clase, sino que
también oprimía al conjunto de la sociedad. La centralización del capital en manos de un número
cada vez más reducido de capitalistas iba de la mano con la centralización política a cargo de un
Estado capaz de ejercer un control cada vez más profundo sobre el conjunto de la sociedad.
Llegados a este punto, corresponde introducir el problema de la educación estatal. El sentido común,
tanto el académico como el político, considera que Marx era un partidario acérrimo de la educación
a cargo del Estado. Sin embargo, en la Crítica del Programa de Gotha sostiene una opinión diferente.
El proyecto de los socialistas alemanes decía lo siguiente respecto a la educación:
“1. Educación popular general e igual a cargo del Estado. Asistencia obligatoria para todos.
Instrucción gratuita.” (p. 343).
Las medidas exigidas parecen irreprochables desde el punto de vista adoptado por el progresismo y/o
el reformismo. Pero Marx no era progresista en este sentido. Su punto de vista era del de la lucha de
clases, no el de la evolución gradual. Por eso interpretó las consignas de los socialistas alemanes a
partir de la lente del reconocimiento del papel del Estado como órgano de dominación de clase.
“¿Educación popular igual? ¿Qué se entiende por esto? ¿Se cree que en la sociedad actual (que es la
de que se trata), la educación puede ser igual para todas las clases? ¿O lo que se exige es que también
las clases altas sean obligadas por la fuerza a conformarse con la modesta educación que da la escuela
pública, la única incompatible con la situación económica, no sólo del obrero asalariado, sino también
del campesino?”
Con realismo implacable, Marx fustiga la noción de que la educación puede aportar igualdad a una
sociedad basada en la desigualdad. Y no se trata por cierto de una desigualdad abstracta. El niño que
nace en alguna de las innumerables barriadas populares de la Argentina es completamente desigual
al niño que ve la luz en alguno de los numerosos barrios cerrados que florecieron en las últimas
décadas, tanto con el neoliberalismo como con el modelo “nacional y popular”. Sus oportunidades
son radicalmente distintas porque pertenecen a clases sociales distintas. Decir que la educación puede
zanjar este abismo de desigualdad equivale a hacer lo que Thomas More (1478-1535) criticaba a la
clase dominante de su época:
“Permiten que estas gentes crezcan de la peor manera posible y sistemáticamente corrompidos desde
su más tempranos años. Al final, cuando crecen y cometen los delitos que estaban obviamente
destinados a cometer desde que eran niños, los castigan. En otras palabras, ¡crean ladrones y
después les imponen una pena por robar! (p. 73; el resaltado es mío – AM -) (6).
Por el contrario, la educación en una sociedad capitalista es desigual. El hijo delempresario recibe
una educación diferente a la del obrero. ¿Puede ser de otro modo? Es claro que no, pues la distribución
desigual de los medios de producción exige una distribución desigual de los saberes. En estas
condiciones, abogar por la igualdad en la educación sin cuestionar las bases del orden capitalista
constituye una ingenuidad casi pueril. La realidad de las clases sociales se impone tanto a los
educadores como a los políticos progresistas. En las condiciones del capitalismo, la defensa de la
igualdad por el Estado da origen a hechos curiosos. Marx indica uno de ellos:
“El que en algunos Estados de este último país [Estados Unidos] sean «gratuitos» también los centros
de instrucción media, sólo significa, en realidad, que allí a las clases altas se les pagan sus gastos de
educación a costa del fondo de los impuestos generales.” (p. 344). De modo que la educación gratuita
(esa panacea del progresismo de todos los tiempos y lugares), representa bajo el capitalismo algo bien
diferente a las intenciones de sus defensores. Marx apunta aquí a la educación secundaria, reservada
en su época a las capas medias y a la clase dominante. Lo mismo podría decirse, en las condiciones
de la Argentina actual, respecto de la educación universitaria. Mientras que sólo algunos individuos
de la clase trabajadora pueden acceder a ese nivel educativo, las clases medias y los sectores
dominantes se ven favorecidos por la gratuidad de la educación.
Pero Marx va más allá de señalar el carácter de clase de la educación bajo el capitalismo.
“Eso de «educación popular a cargo del Estado» es absolutamente inadmisible. ¡Una cosa es
determinar, por medio de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de
capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etc., y velar por el cumplimiento de estas
prescripciones legales mediante inspectores del Estado, como se hace en los Estados Unidos, y otra
cosa completamente distinta, es nombrar al Estado educador del pueblo! Lejos de esto, lo que hay
que hacer es sustraer la escuela a toda influencia por parte del Gobierno y de la
Iglesia.” (p. 344; el resaltado es nuestro).
Para Marx, poner la educación en manos del Estado implica fortalecer la dominación de la burguesía
y el control del Estado sobre el conjunto de la sociedad. Apostar por el Estado como herramienta de
liberación significa, en los hechos, reforzar la dominación del capital, con el plus de que a esa
dominación se le agrega la dominación de los burócratas. Muchas veces se pierde de vista que el
proyecto político de Marx, anudado en torno a la organización política autónoma de la clase obrera,
va dirigido a la emancipación del conjunto de la sociedad y no sólo de los trabajadores. En ese
proyecto, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la transformación radical
del Estado son los pilares fundamentales. Esta última transformación es concebida como el
fortalecimiento de la sociedad, como la asunción por parte de la misma de las funciones
administrativas que en la actualidad se encuentran a cargo del Estado. A diferencia de los liberales,
Marx sostiene que esto solamente es posible eliminando la propiedad privada en beneficio de un
régimen de propiedad comunitaria (¡no estatal!). A diferencia de los progresistas, Marx afirma que
esto solamente es posible transformando radicalmente al Estado burgués (eliminando en una primera
etapa el aparato represivo), hasta lograr su extinción.
Lejos de ser un defensor del fortalecimiento del Estado, Marx comprendió de un modo acabado la
naturaleza de clase del Estado y su creciente poder sobre la sociedad.
Lo que lleva a Marx a esta posición con respecto a la educación es su conocimiento de los límites del
capital. Bajo condiciones de dominación económica y política del capital es imposible una educación
igualitaria, basada en relaciones solidarias y con un contenido libertario. Mucho menos en manos del
Estado, órgano por excelencia de la opresión política y la represión burguesa.
Pueden lograrse espacios democráticos, donde se desarrolle la crítica social, pero se trata de los
intersticios de una educación globalmente orientada a la reproducción de las relaciones capitalistas:
trabajadores disciplinados, cuadros dirigentes de la producción, mandos medios y gerenciales,
imbuídos de un espíritu patriótico asentado en repetitivos rituales con la clara intención de sembrar
la idea de que pertenecemos a una gran comunidad de iguales.

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