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Abril en Danza 2018: Danza made in Cuba, ¿fórmula en mutación?

Por Noel Bonilla-Chongo

Hace ya algunos años, anotaba en un artículo muy estimado y no menos criticado los
desafíos que debía asumir la danza cubana para amplificar, en consecuencia, aquellos
principios fundacionales que convirtieron sus producciones simbólicas en prototipos
creativos en América Latina y en otros cardinales. Recordaba ciertas obras, señalaba
coreógrafos, exaltaba el quehacer de Marianela Boán, repasaba algunos momentos y
hechos. Igualmente omitía algunos nombres, pues desde mi perspectiva circunstancial
de estudio, no hallaba otras proposiciones creativas que permitieran establecer un
verídico trazado dialógico con las operatorias que movilizaban mis reflexiones. No se
trataba, a priori, de una especulada jerarquización, aun cuando algunos se sintieron
excluidos. Al presente, tantos años después y fuera de los compromisos que la gestión
institucional me demandaba, les reitero que no hubo intención baladí absolutista. Ah,
que hoy, al sentir cuán gratificante pudieran ser las conquistas en la danza cubana toda,
y mayor al ver como Marianela Boán, aún en la distancia, sigue estando entre el ingenio
y la permanencia, me siento feliz, recompensado, deseante y no menos demandante.

Y es que, como viene ocurriendo desde 1994, nuestra danza se sumó a las
celebraciones internacionales por el 29 de abril, Día Mundial de la Danza. Pero, en este
2018, el Comité Internacional de la Danza-CID y el Instituto Internacional de Teatro-ITI,
de la UNESCO, por celebrarse el 70 Aniversario del ITI, decidieron que habría cinco
mensajes, uno por cada continente. Marianela Boán fue la artista seleccionada para
que escribiera y diera a conocer el mensaje de Las Américas, en ceremonia ofrecida
desde la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.

La gran artista cubana -actualmente directora de la Compañía Nacional de Danza


Contemporánea de República Dominicana-, ratificaba su condición de siempre hacer
“danzar la polis”. Insiste la creadora en desplazar el movimiento corporal hacia zonas
“periféricas” del espacio y del propio cuerpo del danzante, provocando la acumulación
de sensaciones múltiples, despertando sentimientos y deseos aquietados y, sobre todo,
proponiendo una atmósfera otra, un entramado extrañante, pero siempre próximo a la
vida cotidiana. Justo cuando aplaudimos en 2018 los treinta años de la compañía
DanzAbierta, la mayor creación de la Boán, su poética sigue sustentada por el
tratamiento intelectivo del movimiento, del gesto; sitio desde donde emerge una danza
que no crea la impresión a partir de lo exterior, sino que crea la expresión a partir de lo
interior, de la memoria, de lo oculto y verdadero que habita y se transforma en los
cuerpos de esta América nuestra.

Boán, siempre la Danza:

En este momento, cuando no dejo de vivir el usual transcurrir cotidiano de la danza


made in Cuba, no abundan modulaciones discursivas que vayan más allá de las
aportaciones experienciales sistematizadas en la obra coreográfica y producción teórica
contaminadas de Marianela Boán. Aun su Chorus Perpetuus, es modélico para
entender cómo cuando el movimiento pierde principalía, debe convertirse en uno de los
tantos dispositivo que articulan la pieza, cómo en ella, la estructura kinética se vuelve
síntesis que condiciona de modo diferente el status de la danzalidad convencional, pues
no sería eficaz indagar en el movimiento como material formal, sino como posibilidad
emisora, como vectorización de la emoción. En la mítica pieza, los cuerpos actantes y
el espacio situacional que crean ellos con su estar presente, constituyen un
conglomerado arquetípico a definir una y otra vez. Así, se asiste a la subversión del
discurso danzario, a una (des)composición que se emancipa con su pretendida retórica
cinética para que el lector-espectador escuche el movimiento a través del sonido, el
sonido de los pies, de la respiración, del roce, del canto, del gesto, de la vocalización. El
sonido se convierte en movimiento y el movimiento en sonoridad. En Chorus Perpetuus,
ver se convierte en oír y oír en ver.

Como Pina Bausch, Marianela no desdeña y echa a un lado la danza, más bien
propone una reducción del movimiento como proceso de filtración en el suceder del
cuerpo y su historia, todo en correspondencia con sus necesidades expresivas.
Necesidades que son las de una generación, que en la segunda mitad de la década del
ochenta del pasado siglo, irrumpió en la danza cubana con una mirada centrada en la
concomitancia de influencias diversas (entiéndase la abstracción de los postmodernos
norteamericanos, la multiposibiliadad de la danza teatro alemana, el cuestionamiento de
“lo cubano”, etc.), y no en la tradición y directrices que regían el discurso de la danza
made in Cuba.
29 de abril de 2018
Por eso, cuando la danza y cultura cubanas tuvimos la suerte de recibir a cinco
creadores que hoy por hoy son paradigmas en los modos de concebir la escritura
coreográfica y práctica creativa de la danza como próspero puente de entendimiento y
voluntad para retar las limitaciones de las lenguas, las utopías y los cuerpos. La
libanesa Georgette Gebara, el israelita Ohad Naharin, el chino Willy Tsao, el
burquinabés Salia Sanou y la cubana Marianela Boán, llegaron para desde sus visiones
tan personales, dejar ver que solo a través de la identidad de la memoria corporal, el
discurso danzario se vuelve instancia de reafirmación política y compromiso con la
sociedad. El cuerpo en tanto país expandido que desafía las jerarquías de las minorías
y el poder hegemónico de la barbarie.
Al entrelazarnos con otros colegas del mundo, Cuba reafirma la excelencia en sus
tantos años de conquistas, testigo de ello fue el programa concierto presentando ese
día. La sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, se erige selecto
puente entre la trayectoria de su edificación y el legado del gran maestro francés Jean
Georges Noverre en la historia de la danza. Él, renovador por excelencia del arte
escénico nació en 1727 y desde entonces, parecería que su espíritu nos acompaña
cada vez que apelamos por un baile distinto y sincero. Por fortuna, hace tiempo que sus
aportaciones se han tornado consulta obligada para quienes apuestan por la certeza del
cuerpo y el pensamiento que se transforman ante los ojos del espectador.
Jean Georges Noverre escribió en 1759 un manifiesto donde dejaba claro su postura
ante el arte de danzar. Sus Cartas sobre la danza y los ballets constituyen un tratado de
pensamiento para acercarse a la coreografía, a la interpretación y a la puesta en
escena. La danza entera hizo justicia al elegir el 29 de abril, fecha de su natalicio como
el Día Mundial de la Danza. Razón demás para que el Consejo Nacional de las Artes
Escénicas agendara celebrar en Cuba "Los Días de la Danza", con la inclusión de la
fecha. Importantes fueron las acciones e ideas de Isabel Bustos, Guillermo Márquez,
Ismael Albelo y Fidel Pajares en 1994 para lograr tamaño empeño por aquel entonces.
Hoy, en la vigésima cuarta edición de Los Días de la Danza, fue el Teatro Mella el
espacio de presentación en La Habana, igualmente, en las demás instituciones
culturales del país, se produjeron funciones en casi todas sus salas teatrales.
El Centro de Danza de La Habana, propuso una muestra selectiva de las compañías
que están bajo su dirección. Se vio mucha danza, diferentes géneros, distintas poéticas
y desiguales calidades pero con el propósito, tanto de artistas como espectadores, de
acudir a una de nuestras más plurales citas danzarias. Momento de homenajes a
compañías, instituciones, maestros y artistas de la danza. Estrenos, reposiciones,
ensayos abiertos al público, a la crítica y encuentro entre creadores, fueron las
actividades centrales del evento.
Como suerte de antesala al 29 de abril, el escenario del Mella sirvió de bienvenida a la
compañía Danza Contemporánea de Cuba para festejar la elección de su director
Miguel Iglesias como Premio Nacional de Danza 2018.

Telón
Abril en Danza 2018, se atavía como la fiesta de convivio entre los diferentes modos de
asumir la formación y praxis dancística. Habla de esa labor casi siempre anónima de los
maestros y educadores, de los bailarines que cada día convierten las experiencias
alojadas en sus corporalidades en territorio expresivo de las poéticas singulares de sus
coreógrafos. Abril en Danza es puerto para la partida y también para el retorno. Si bien
fue el Encuentro de Academias para la Enseñanza del Ballet el lanzamiento de las
festividades de este año, o el debut en escenario cubano del gran coreógrafo japonés
Saburo Teshigawara junto a la compañía Acosta Danza; ya hacia los días finales del
mes, la investigadora mexicana Margarita Tortajada dictaba en las aulas de la Facultad
de Arte Danzario de la Universidad de las Artes el seminario “Danza y Género:
construcción de identidades”.

Tal como también anotara en el artículo de años atrás, asumir la danza en su dimensión
teórica supone un ejercicio pleno de responsabilidades, exigencias e incomprensiones,
el abordarla desde la perspectiva histórica, implica rigor y apego irreductible a la
verdad; pero, el tratarla desde la opinión crítica, conlleva invariantemente a la
elaboración de un nuevo discurso a partir del acto creativo que le dio origen. Entonces,
si el poder de nuestra danza en tanto lenguaje artístico no consiste en dominar mentes
o imponer criterios, más bien sería abrir la inteligencia hacia nuevos modos de
relacionamientos, apuestas, mestizajes, interconexiones y escuchas, valdría la pena
repensar la Danza made in Cuba, como una necesaria fórmula en mutación.

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