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Esta palabra también cambió el destino de la raza humana y fue parte esencial de la misión de
la santísima Virgen. La vida de María se alteró radicalmente; también cambiaron los planes de
su santo esposo san José y así, aunque eran muy buenas las noticias, comenzaron también las
agonías y dolores de nuestra Madre. Su Hijo iba ser causa de división para muchos (Lucas 21:
34-35) y él también tendría que morir para la salvación de las almas.
Dios en el Génesis también utiliza la palabra hágase para comenzar la creación. Dios que es el
dueño del cielo y de la tierra da su orden y consentimiento para que todo exista.
Luego Dios muy satisfecho con todo lo creado dijo según el libro del Génesis capítulo 1 “y vio
que todo era bueno”. Siglos después el hombre canta con el salmista al contemplar la creación:
¡Grandes y admirables son tus obras Señor! Salmo 92.5. Esta primera creación, Dios la realizó
sin depender de nadie. Por amor lo quiso así y creó con su libre voluntad.
La segunda y nueva creación debía ser creada de la mima manera que la primera fue destruida.
Al principio por una mujer el pecado entro al mundo. Así que por una mujer la salvación (Jesús)
debía llegar al mundo.
María al igual que Dios y luego de que santa Isabel la reconoce como la Madre de Dios dijo; «El
Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre!» Ahora no es tan solo que
todo es bueno, sino que es grandioso porque nuestro Señor Dios está por venir y está por
habitar en nosotros.
-3 puntos importantes que creo pueden definir con claridad este pasaje bíblico que a día de hoy
recordamos y tan importante para todos nosotros.
Estos son:
1.-EL FIAT DE MARIA Y SU IMPORTANCIA.
2.- ¿MARIA PODIA HABER DICHO QUE NO?
3.-EL FIAT DE MARIA Y SU RELACCIÓN CON LA REDENCIÓN.
Lucas sitúa el evento claramente en el tiempo y el lugar: "Al sexto mes, el Ángel Gabriel fue
enviado por Dios a la ciudad de Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José…
El nombre de la virgen era María" (1:26-27). Pero con el objeto de comprender qué aconteció
en Nazaret hace dos mil años, debemos volver a la lectura de la Carta a los Hebreos. Ese texto
nos permite escuchar la conversación entre el Padre y el Hijo respecto del propósito de Dios por
toda la eternidad "Tú que no quisiste sacrificios ni ofrendas, me has preparado un cuerpo. No te
agradaban ni holocaustos ni sacrificios por los pecados. Entonces yo dije…‘Dios, ¡Aquí estoy! He
venido para cumplir tu voluntad’" (10:5-7). La Carta a los Hebreos nos está diciendo que, en
obediencia a la voluntad del Padre, la Palabra Eterna viene entre nosotros a ofrecer el sacrificio
que sobrepasa todo sacrificio ofrecidos bajo la antigua Alianza. El suyo es el eterno y perfecto
sacrificio que redime el mundo.
Como Abraham, a María se le pide decir sí a algo que nunca antes había ocurrido. Sara es la
primera en la lista de las mujeres estériles de la Biblia que concibe por el poder de Dios, así
como Isabel sería la última. Gabriel habla de Isabel para asegurar a María: "Conoce esto
también: tu prima Isabel, a su edad avanzada, ha concebido un hijo". (Lc 1:36).
Como Abraham, María debe caminar a través de una oscuridad, en la que sólo deberá confiar
en Quien la llamó. Aún su pregunta, "¿Cómo será esto?", sugiere que María está lista para decir
sí, a pesar de sus temores e incertidumbres. María no pregunta si la promesa será posible, sino
sólo cómo será cumplida. No sorprende, además, cuando finalmente pronuncia su Fiat: "He
aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1:38). Con estas palabras,
María se muestra como la auténtica hija de Abraham, y se convierte en la Madre de Cristo y la
Madre de todos los creyentes.
Fiat: Hágase. Con esta palabra Dios creó el mundo, con todas sus maravillas. La tierra y el
cielo, los astros, las aguas, las plantas, los animales, el hombre. “Y vio que era bueno” (cf. Gn
1). El hombre canta con el salmista al contemplar la creación: ¡Grandes y admirables son tus
obras Señor! Esta primera creación, Dios la realizó sin depender de nadie. Por amor lo quiso así
y creó con su libre voluntad.
Al hombre lo creó “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26), y le dio el don de la libertad. Lo hizo
capaz de responder ‘sí’ o ‘no’ a su voz. Y el hombre pecó, se dejó engañar por la serpiente y le
volvió la espalda a su Dios. Entonces, de nuevo movido por el amor, Dios emprendió la obra de
una nueva creación, una segunda creación: decidió salvar al hombre del pecado. “Tanto amó
Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16).
El Fiat de María fue la segunda creación, la obra redentora del hombre, provoca en nosotros
un asombro aún mayor que la primera. Porque ahora Dios no quiso actuar por sí solo, aunque
podía hacerlo así. Prefirió contar con la colaboración de sus creaturas. Y entre ellas, la primera
de la que quiso necesitar fue María. ¡Atrevimiento sublime de Dios que quiso depender de la
voluntad de una creatura! El Omnipotente pidió ayuda a su humilde sierva. Al ‘sí’ de Dios, siguió
el ‘sí’ de María. Nuestra salvación dependió en este sentido de la respuesta de María.
Después la palabra es acogida: María la interioriza, la hace suya, la guarda en su corazón. Esa
palabra, aceptada en lo profundo, se hace vida. Es una donación constante, que no se limita al
momento de la Anunciación. Todas las páginas de su vida, las claras y las oscuras, las
conocidas y las ocultas, serán un homenaje de amor a Dios: un ‘sí’ pronunciado en Nazaret y
sostenido hasta el Calvario. El Fiat de María es generoso. No sólo porque lo sostuvo durante
toda su vida, sino también por la intensidad de cada momento, por la disponibilidad para hacer
lo que Dios le pedía a cada instante.
Como Dios quiso necesitar de María, ha querido contar con la ayuda que nosotros podemos
prestarle. Como Dios anhelaba escuchar de sus labios purísimos “Hágase en mí según tu
palabra” (Lc 1, 38), Dios quiere que de nuestra boca y de nuestro corazón brote también un ‘sí’
generoso. Del Fiat de María dependía la salvación de todos los hombres. Del nuestro,
ciertamente no. Pero es verdad que la salvación de muchas almas, la felicidad de muchos
hombres está íntimamente ligada a nuestra generosidad.
Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un Fiat lleno de amor a
Dios, en las pequeñas y grandes cosas. Siempre decirle que sí, siempre agradarle. El ejemplo
de María nos ilumina y nos guía. Nos da la certeza de que aunque a veces sea difícil aceptar la
voluntad de Dios, nos llena de felicidad y de paz.
Cuando Dios nos pida algo, no pensemos si nos cuesta o no. Consideremos la dicha de que el
Señor nos visita y nos habla. Recordemos que con esta sencilla palabra: fíat, sí, dicha con amor,
Dios puede hacer maravillas a través de nosotros, como lo hizo en María.
María está presente a lo largo de todo el adviento. Ella posee el secreto de este tiempo.
Adviento es el tiempo de la esperanza, y nosotros invocamos a Nuestra Señora como Mater
Spei, o Spes Nostra Salve. Ella es la esperanza de la Iglesia y de cada uno de sus miembros. En
su estado actual de gloria, unida perfectamente en cuerpo y alma con el Señor, vemos a qué
alturas estamos llamados también nosotros.
"En ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla
gozosamente como una purísima imagen de los que ella misma, toda entra, ansía y espera" SC
103.
Siguiendo el modelo de María, "Mujer de esperanza que supo acoger, como Abraham, la
voluntad de Dios, esperando contra toda esperanza" (TMA 48), se invita a los fieles a
prepararse a salir al encuentro del Salvador que viene.
"Los fieles que viven con la liturgia el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con
que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a
prepararse, "velando en oración y cantando en alabanza para salir al encuentro del Salvador
que viene" (Pablo VI, Marialis Cultus, 3-4).
Esta enorme riqueza espiritual no rebaja un punto su mérito: sencilla y grandiosamente hace
posible lo que sería humanamente imposible: da a María la capacidad del sí rotundo. Ella puso
su entera y libérrima voluntad. Para entendernos: Dios me ha dado a mí la gracia de responder
afirmativamente a mi vocación divina. Sin esa gracia no habría podido decir que sí; pero con
ella no quedé forzado a decirlo. Podía haber dicho que no sin ofenderle, pues, en principio, la
vocación divina no es un mandato inesquivable, sino una invitación: “si quieres, ven y sígueme”
Ante la voluntad de Dios, María no tenía más que una respuesta: aceptarla. Y proclamándose
"esclava del Señor," frase usual en el ambiente oriental para hablar con un superior, acepta sus
designios, que es una muestra de confianza (fe) en la Palabra de Dios y de sus efectos:
humildad y obediencia. En la antigüedad, en época de esclavos, es donde hay que valorar esta
expresión. El esclavo no tenía voluntad propia ni querer fuera del de su amo. Así María, ante
Dios, no tenía otro querer que el suyo.
3.-EL FIAT DE MARIA Y SU RELACCIÓN CON LA REDENCIÓN.
La joven María expresa su “Fiat”, da su sí incondicional y acoge alegre y decidida su misión: He
aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). Con esta sencilla
aceptación, la Virgen afirma su vocación solemne, sobreviene el sublime milagro, se produce el
acontecimiento más extraordinario, en sí contradictorio: Una virgen que concibe y es madre;
Dios que se hace hombre y que convive con el hombre y nosotros vimos, en su divinidad, su
gloria, su gracia y su verdad; Dios, hijo Unigénito de Dios y Dios, hijo de María de Nazaret:
María no duda de la posibilidad del hecho propuesto, no pide una señal como hizo Zacarías,
sólo indaga el modo de su realización y, cuando sabe cómo ha de realizarse, se pone a total
servicio ante la voluntad de Dios, porque Ella es su esclava. Ella se siente y se proclama esclava
de Dios. Está dispuesta a hacer todo lo que el Señor le mande.
Y como su esclava, se entrega por entero y así el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra
(Lc 1, 35): La nube como manifestación de Yahvé, cubría a veces el Templo; Ella es el nuevo
Templo y el Espíritu Santo la cubre con su sombra de fecundación. Con lo cual, María hace
carne de su carne al Verbo, la Palabra de Dios, que existiendo desde el principio, pues vive y es
en la eternidad, viene al mundo en la temporalidad a iluminarlo con la verdad del amor, no por
deseo de hombre, sino por Dios:
Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al
abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios,
se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo
con diligencia al misterio de la redención con El y bajo El, con la gracia de Dios Omnipotente.
Con razón, pues, piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo
en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia
libres. Como dice San Ireneo, «obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí
misma y para todo el género humano». Por eso no pocos Padres antiguos afirman
gustosamente con él en su predicación que «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado
por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad, fue desatado
por la virgen María mediante su fe»; y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los
vivientes», afirmando aún con mayor frecuencia que «la muerte vino por Eva, la vida por
María» (LG 56).
Los Libros Sagrados y la Tradición Respetable destacan con claridad el cometido de la madre de
Jesús en la historia de la salvación. En la Antigua Escritura, hay páginas que anuncian la venida
de Cristo a este mundo y ponen de manifiesto, como se ha interpretado por la revelación
posterior, la figura de una mujer madre del Salvador.
Así lo indica de modo profético la promesa de victoria sobre la serpiente que Dios dirige al
hombre y a la mujer, tras cometer su desobediencia (Gn 3,15). Una mujer joven y virgen dará a
luz un hijo, Emmanuel (Is 7, 14; Mq 5, 2; Mt 1,23). En María, se cumple, luego de la larga
espera de los tiempos, aquella promesa en su culminación: de su carne se hace carne el
Unigénito del Padre y habitó entre nosotros (Jn 1,14).
La Lumen Gentium precisa: “Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se
manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer
lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para visitar a Isabel, fue proclamada
por ésta bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, a la vez que el Precursor
saltó de gozo en el seno de su madre (cf. Lc 1,41-4s); y en el nacimiento, cuando la Madre de
Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de
menoscabar, consagró su integridad virginal. Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo
presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de
contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se descubran los
pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2,34-3 s). Después de haber perdido al Niño Jesús y
haberlo buscado con angustia, sus padres lo encontraron en el templo, ocupado en las cosas de
su Padre, y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero su Madre conservaba todo esto en su
corazón para meditarlo (cf. Lc 2,41-51)” (LG, 57).
-María por ser Madre del Redentor, tuvo íntima participación en la obra redentora de su Hijo,
así lo detallan las Sagradas Escrituras:
Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la
ley"", Gálatas 4:4
María participo en la Corredención dando a luz a Cristo, tal y como el ángel se lo anunció:
31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús…
33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin." Lucas 1:31-33
Sabemos que Dios es todo poder, e ilimitado y que podía haber venido al mundo por sí mismo
sin necesidad de encarnarse en el vientre de María y sin embargo el Creador del mundo prefirió
nacer como niño y tener una Madre, es pues esto una prueba de su corredención pues participo
en ella al dar a luz al Salvador y Redentor del Mundo.
Recordemos dos cosas, que la Biblia señala y que son muy importantes respecto a este punto,
el ser corredentora por ser su Madre:
“Hemos sido santificados merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de
Jesucristo” (Hb 10:10)
"Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con
otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado." 1 Juan 1:7
La sangre del Redentor nos redimió, y nos purifico de los pecados, y recordemos que la sangre
y el cuerpo los heredo de María. Todo el que nace de una mujer tiene sangre y cuerpo
similares. Es por eso que María al darle la sangre y el cuerpo participio más que nadie en la
redención.
-El título Corredentora, que viene aplicándose a la Virgen desde el siglo XV y que aparece
también durante el pontificado de Pio X en algunos documentos de la Iglesia no debe
entenderse en el sentido de una equiparación de la acción de María con la labor salvadora de
Cristo que es el único redentor de la humanidad( 1Tim 2:5). La Virgen misma necesitaba la
redención y fue redimida por Cristo. La cooperación de María en la redención es indirecta y
mediata, por cuanto ella puso voluntariamente toda su vida en servicio del Redentor, tanto en
la anunciación como luego padeciendo e inmolándose con Él al pie de la cruz.