Sei sulla pagina 1di 8

¿QUE SIGNIFICA EL FIAT DE MARIA?

Pregunto María: « ¿Cómo puede ser eso, si yo soy


virgen? Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá
sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo
de Dios. También tu parienta Isabel está esperando un
hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se
encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios,
nada es imposible.”. Dijo María: «Yo soy la servidora del
Señor, hágase en mí tal como has dicho.» Después la
dejó el ángel.» San Lucas, 1 24-38

Del latín la palabra FIAT significa HAGASE o dar


consentimiento. Fue la repuesta de María tan pronto comprendió, como Dios se disponía a
obrar en ella. La santísima Virgen fue creada para esa misión, pero a ella no le fue negado el
libre albedrio o la libertad de elección. Es por esto que esta palabra es de suma importancia en
las Escrituras e hizo, hace y hará eco por la eternidad. Porque gracias a este FIAT, es que María
le dio el consentimiento a Dios, para que se hiciera según el Ángel lo había dicho.

Esta palabra también cambió el destino de la raza humana y fue parte esencial de la misión de
la santísima Virgen. La vida de María se alteró radicalmente; también cambiaron los planes de
su santo esposo san José y así, aunque eran muy buenas las noticias, comenzaron también las
agonías y dolores de nuestra Madre. Su Hijo iba ser causa de división para muchos (Lucas 21:
34-35) y él también tendría que morir para la salvación de las almas.

Dios en el Génesis también utiliza la palabra hágase para comenzar la creación. Dios que es el
dueño del cielo y de la tierra da su orden y consentimiento para que todo exista.
Luego Dios muy satisfecho con todo lo creado dijo según el libro del Génesis capítulo 1 “y vio
que todo era bueno”. Siglos después el hombre canta con el salmista al contemplar la creación:
¡Grandes y admirables son tus obras Señor! Salmo 92.5. Esta primera creación, Dios la realizó
sin depender de nadie. Por amor lo quiso así y creó con su libre voluntad.

La segunda y nueva creación debía ser creada de la mima manera que la primera fue destruida.
Al principio por una mujer el pecado entro al mundo. Así que por una mujer la salvación (Jesús)
debía llegar al mundo.

María al igual que Dios y luego de que santa Isabel la reconoce como la Madre de Dios dijo; «El
Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre!» Ahora no es tan solo que
todo es bueno, sino que es grandioso porque nuestro Señor Dios está por venir y está por
habitar en nosotros.

¿Estás listo para decir FIAT (HAGASE) tu voluntad en mi vida Señor?


Pidámosle al Espíritu Santo que nos ilumine para aceptar nuestra misión como hijos de Dios
EL FIAT DE MARÍA
-Sin duda es el momento más hermoso de toda la historia de la humanidad, el momento en el
que Dios espera el Sí de un ser humano para poder venir al mundo en carne y hueso, para
salvarnos a todos.

-El FIAT de María es el momento clave en la historia, es un acontecimiento único e irrepetible,


en el que ella se entrega totalmente a Dios, para ser partícipe de la Salvación humana, siendo
así la nueva madre de todos los hombres y a su vez, la madre de Dios, pues con el FIAT el
Espíritu Santo, la lleno con su sombra y gracias a esto dio a luz al Verbo encarnado, el Verbo
Dios, Cristo Nuestro Señor.

-3 puntos importantes que creo pueden definir con claridad este pasaje bíblico que a día de hoy
recordamos y tan importante para todos nosotros.

Estos son:
1.-EL FIAT DE MARIA Y SU IMPORTANCIA.
2.- ¿MARIA PODIA HABER DICHO QUE NO?
3.-EL FIAT DE MARIA Y SU RELACCIÓN CON LA REDENCIÓN.

1.-EL FIAT DE MARIA Y SU IMPORTANCIA:


-Recordemos el pasaje del evangelio de San Lucas: 1,26-38
26 Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la
virgen era María…
38 Dijo María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Y el ángel
dejándola se fue.

Lucas sitúa el evento claramente en el tiempo y el lugar: "Al sexto mes, el Ángel Gabriel fue
enviado por Dios a la ciudad de Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José…
El nombre de la virgen era María" (1:26-27). Pero con el objeto de comprender qué aconteció
en Nazaret hace dos mil años, debemos volver a la lectura de la Carta a los Hebreos. Ese texto
nos permite escuchar la conversación entre el Padre y el Hijo respecto del propósito de Dios por
toda la eternidad "Tú que no quisiste sacrificios ni ofrendas, me has preparado un cuerpo. No te
agradaban ni holocaustos ni sacrificios por los pecados. Entonces yo dije…‘Dios, ¡Aquí estoy! He
venido para cumplir tu voluntad’" (10:5-7). La Carta a los Hebreos nos está diciendo que, en
obediencia a la voluntad del Padre, la Palabra Eterna viene entre nosotros a ofrecer el sacrificio
que sobrepasa todo sacrificio ofrecidos bajo la antigua Alianza. El suyo es el eterno y perfecto
sacrificio que redime el mundo.

El divino plan es revelado gradualmente en el Antiguo Testamento, particularmente en las


palabras del Profeta Isaías: "El Señor mismo te dará una señal. Y es ésta: la virgen
concebirá a un niño a quien llamara Emanuel" (7:14). Emanuel - Dios con nosotros.
En estas palabras, el inigualable evento que tendría lugar en Nazaret en la plenitud del tiempo
es profetizado.
Abraham padre de la fe y María, la más auténtica hija de Abraham. Es María por sobre todos
los demás quien puede enseñarnos lo que significa vivir la fe de "nuestro padre". En muchos
sentidos, María es claramente diferente de Abraham; pero de forma más profunda "el amigo de
Dios" (cf. Is 41:8) y la joven mujer de Nazaret son muy parecidos.
Ambos reciben una maravillosa promesa de Dios. Abraham sería padre de un hijo, de quien
descendería una gran nación. María es la Madre de un Hijo que será el Mesías, el Ungido.
"¡Escucha!", dice Gabriel, "Darás a luz un hijo…El Señor Dios le dará el trono de David
su padre…y su reino no tendrá fin" (Lc 1:31-33).

Como Abraham, a María se le pide decir sí a algo que nunca antes había ocurrido. Sara es la
primera en la lista de las mujeres estériles de la Biblia que concibe por el poder de Dios, así
como Isabel sería la última. Gabriel habla de Isabel para asegurar a María: "Conoce esto
también: tu prima Isabel, a su edad avanzada, ha concebido un hijo". (Lc 1:36).

Como Abraham, María debe caminar a través de una oscuridad, en la que sólo deberá confiar
en Quien la llamó. Aún su pregunta, "¿Cómo será esto?", sugiere que María está lista para decir
sí, a pesar de sus temores e incertidumbres. María no pregunta si la promesa será posible, sino
sólo cómo será cumplida. No sorprende, además, cuando finalmente pronuncia su Fiat: "He
aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1:38). Con estas palabras,
María se muestra como la auténtica hija de Abraham, y se convierte en la Madre de Cristo y la
Madre de todos los creyentes.

Fiat: Hágase. Con esta palabra Dios creó el mundo, con todas sus maravillas. La tierra y el
cielo, los astros, las aguas, las plantas, los animales, el hombre. “Y vio que era bueno” (cf. Gn
1). El hombre canta con el salmista al contemplar la creación: ¡Grandes y admirables son tus
obras Señor! Esta primera creación, Dios la realizó sin depender de nadie. Por amor lo quiso así
y creó con su libre voluntad.

Al hombre lo creó “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26), y le dio el don de la libertad. Lo hizo
capaz de responder ‘sí’ o ‘no’ a su voz. Y el hombre pecó, se dejó engañar por la serpiente y le
volvió la espalda a su Dios. Entonces, de nuevo movido por el amor, Dios emprendió la obra de
una nueva creación, una segunda creación: decidió salvar al hombre del pecado. “Tanto amó
Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16).

El Fiat de María fue la segunda creación, la obra redentora del hombre, provoca en nosotros
un asombro aún mayor que la primera. Porque ahora Dios no quiso actuar por sí solo, aunque
podía hacerlo así. Prefirió contar con la colaboración de sus creaturas. Y entre ellas, la primera
de la que quiso necesitar fue María. ¡Atrevimiento sublime de Dios que quiso depender de la
voluntad de una creatura! El Omnipotente pidió ayuda a su humilde sierva. Al ‘sí’ de Dios, siguió
el ‘sí’ de María. Nuestra salvación dependió en este sentido de la respuesta de María.

San Lucas, en el capítulo 1 de su Evangelio, traza algunas características del asentimiento de la


Virgen. Un Fiat progresivo, en el que el primer paso es la escucha de la palabra. El ángel
encontró a María en la disposición necesaria para comunicar su mensaje. En la casa de Nazaret
reinaban la paz, el silencio, el trabajo, el amor, en medio de las ocupaciones cotidianas.

Después la palabra es acogida: María la interioriza, la hace suya, la guarda en su corazón. Esa
palabra, aceptada en lo profundo, se hace vida. Es una donación constante, que no se limita al
momento de la Anunciación. Todas las páginas de su vida, las claras y las oscuras, las
conocidas y las ocultas, serán un homenaje de amor a Dios: un ‘sí’ pronunciado en Nazaret y
sostenido hasta el Calvario. El Fiat de María es generoso. No sólo porque lo sostuvo durante
toda su vida, sino también por la intensidad de cada momento, por la disponibilidad para hacer
lo que Dios le pedía a cada instante.
Como Dios quiso necesitar de María, ha querido contar con la ayuda que nosotros podemos
prestarle. Como Dios anhelaba escuchar de sus labios purísimos “Hágase en mí según tu
palabra” (Lc 1, 38), Dios quiere que de nuestra boca y de nuestro corazón brote también un ‘sí’
generoso. Del Fiat de María dependía la salvación de todos los hombres. Del nuestro,
ciertamente no. Pero es verdad que la salvación de muchas almas, la felicidad de muchos
hombres está íntimamente ligada a nuestra generosidad.

Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un Fiat lleno de amor a
Dios, en las pequeñas y grandes cosas. Siempre decirle que sí, siempre agradarle. El ejemplo
de María nos ilumina y nos guía. Nos da la certeza de que aunque a veces sea difícil aceptar la
voluntad de Dios, nos llena de felicidad y de paz.

Cuando Dios nos pida algo, no pensemos si nos cuesta o no. Consideremos la dicha de que el
Señor nos visita y nos habla. Recordemos que con esta sencilla palabra: fíat, sí, dicha con amor,
Dios puede hacer maravillas a través de nosotros, como lo hizo en María.

La escena de la anunciación ocupa de manera casi constante el pensamiento de la Iglesia


durante el adviento. Aparece con toda claridad la incomparable importancia de María en el plan
de la Salvación. Según la tradición católica, el fíat de María, su "sí" rotundo al papel que Dios
pensó para ella, tuvo importancia decisiva a la hora de realizarse el plan de Dios para salvar a la
humanidad.
"Al abrazar con todo el corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de
Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo,
sirviendo con diligencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios
Omnipotente" (LG 53 y 56).
En la liturgia revivimos la escena de la anunciación, escuchamos el diálogo entre el ángel y la
Virgen, vivimos el suspenso de aquel momento que precede a la palabra de consentimiento.
Fue un momento de decisión que llamamos a veces el "momento de la verdad".
Se hace una opción, y a partir de ese momento la vida toma un curso nuevo. Ponemos en
marcha una serie de acontecimientos que afectan no sólo a nuestro destino, sino también al de
otros.
La Virgen María no dudó. Simplemente pidió una explicación: "¿Cómo puede suceder eso?". No
había tiempo para pensar las cosas con profundidad. No era posible prever todas las
consecuencias de su decisión. En realidad, la perspectiva debió de haber sido pavorosa, e hizo
lo único que podía en aquellas circunstancias: hizo un acto de fe y dijo sí a la propuesta de
Dios.
Su respuesta no solo fue pronta y sin reservas, sino gozosa. Ella respondió con gozo a la buena
nueva que le llevó el ángel. Ella aceptó el don divino a favor de todos nosotros; y la humanidad
asintió en ella a su salvación.

María está presente a lo largo de todo el adviento. Ella posee el secreto de este tiempo.
Adviento es el tiempo de la esperanza, y nosotros invocamos a Nuestra Señora como Mater
Spei, o Spes Nostra Salve. Ella es la esperanza de la Iglesia y de cada uno de sus miembros. En
su estado actual de gloria, unida perfectamente en cuerpo y alma con el Señor, vemos a qué
alturas estamos llamados también nosotros.
"En ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla
gozosamente como una purísima imagen de los que ella misma, toda entra, ansía y espera" SC
103.
Siguiendo el modelo de María, "Mujer de esperanza que supo acoger, como Abraham, la
voluntad de Dios, esperando contra toda esperanza" (TMA 48), se invita a los fieles a
prepararse a salir al encuentro del Salvador que viene.
"Los fieles que viven con la liturgia el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con
que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a
prepararse, "velando en oración y cantando en alabanza para salir al encuentro del Salvador
que viene" (Pablo VI, Marialis Cultus, 3-4).

2.- ¿MARIA PODIA HABER DICHO QUE NO?


La respuesta de María al mensaje divino del Ángel requería toda la fuerza de una libertad
purísima, abierta al don más grande que pueda imaginarse y también a la cruz más pesada que
jamás se haya puesto sobre el corazón de madre alguna (la “espada” de que le habló Simeón
en el Templo) . Aceptar la Voluntad de Dios conllevaba para la Virgen cargar con un dolor
inmenso en su alma llena del más exquisito amor. Saber, como hubo de saber María - al menos
por la instrucción que recibió de la Sagrada Escritura, como todos los israelitas y su singular
agudeza intelectual - que Dios le proponía ser madre de quien estaba escrito: «No hay en él
parecer, no hay hermosura que atraiga las miradas, ni belleza que agrade. Despreciado,
desecho de los hombres, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos, ante quien se
vuelve el rostro, menospreciado, estimado en nada». Era muy duro aceptar tal suerte para
quien había de querer mucho más que a Ella misma. La Virgen María necesitó toda la fuerza de
su voluntad humana, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo en plenitud para poder
decir - con toda consciencia y libertad - su Fiat al designio divino.

Esta enorme riqueza espiritual no rebaja un punto su mérito: sencilla y grandiosamente hace
posible lo que sería humanamente imposible: da a María la capacidad del sí rotundo. Ella puso
su entera y libérrima voluntad. Para entendernos: Dios me ha dado a mí la gracia de responder
afirmativamente a mi vocación divina. Sin esa gracia no habría podido decir que sí; pero con
ella no quedé forzado a decirlo. Podía haber dicho que no sin ofenderle, pues, en principio, la
vocación divina no es un mandato inesquivable, sino una invitación: “si quieres, ven y sígueme”

La Virgen María fue libérrima en todo momento. La libertad no consiste en la posibilidad de


hacer el mal (esa posibilidad es en nosotros un signo, pero también una imperfección de la
libertad y, si caemos en ella, un detrimento de nuestra capacidad de elegir el bien). Lo que
define a la libertad humana es propiamente la autodeterminación, la capacidad de dirigir los
propios actos moviéndose por sí misma al bien que conviene a su naturaleza. La Virgen eligió
siempre, no ya “cosas buenas”, sino, con amor indecible, aquellas cosas buenas que Dios le
proponía. Podía, a veces, haber dicho que no sin ofenderle. Pero su fíat radicado en un amor
sin sombra de egoísmo, fue entero y constante a los requerimientos divinos. «Con razón
piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de
Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres»

Ante la voluntad de Dios, María no tenía más que una respuesta: aceptarla. Y proclamándose
"esclava del Señor," frase usual en el ambiente oriental para hablar con un superior, acepta sus
designios, que es una muestra de confianza (fe) en la Palabra de Dios y de sus efectos:
humildad y obediencia. En la antigüedad, en época de esclavos, es donde hay que valorar esta
expresión. El esclavo no tenía voluntad propia ni querer fuera del de su amo. Así María, ante
Dios, no tenía otro querer que el suyo.
3.-EL FIAT DE MARIA Y SU RELACCIÓN CON LA REDENCIÓN.
La joven María expresa su “Fiat”, da su sí incondicional y acoge alegre y decidida su misión: He
aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). Con esta sencilla
aceptación, la Virgen afirma su vocación solemne, sobreviene el sublime milagro, se produce el
acontecimiento más extraordinario, en sí contradictorio: Una virgen que concibe y es madre;
Dios que se hace hombre y que convive con el hombre y nosotros vimos, en su divinidad, su
gloria, su gracia y su verdad; Dios, hijo Unigénito de Dios y Dios, hijo de María de Nazaret:

Y el Verbo se hizo carne,


y habitó entre nosotros
y nosotros vimos su gloria,
gloria cual de Unigénito, del Padre,
lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14).

María no duda de la posibilidad del hecho propuesto, no pide una señal como hizo Zacarías,
sólo indaga el modo de su realización y, cuando sabe cómo ha de realizarse, se pone a total
servicio ante la voluntad de Dios, porque Ella es su esclava. Ella se siente y se proclama esclava
de Dios. Está dispuesta a hacer todo lo que el Señor le mande.

Y como su esclava, se entrega por entero y así el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra
(Lc 1, 35): La nube como manifestación de Yahvé, cubría a veces el Templo; Ella es el nuevo
Templo y el Espíritu Santo la cubre con su sombra de fecundación. Con lo cual, María hace
carne de su carne al Verbo, la Palabra de Dios, que existiendo desde el principio, pues vive y es
en la eternidad, viene al mundo en la temporalidad a iluminarlo con la verdad del amor, no por
deseo de hombre, sino por Dios:

Existía la luz verdadera,


que, con su venida a este mundo,
ilumina a todo hombre (Jn 1,9).

Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al
abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios,
se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo
con diligencia al misterio de la redención con El y bajo El, con la gracia de Dios Omnipotente.
Con razón, pues, piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo
en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia
libres. Como dice San Ireneo, «obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí
misma y para todo el género humano». Por eso no pocos Padres antiguos afirman
gustosamente con él en su predicación que «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado
por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad, fue desatado
por la virgen María mediante su fe»; y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los
vivientes», afirmando aún con mayor frecuencia que «la muerte vino por Eva, la vida por
María» (LG 56).

Los Libros Sagrados y la Tradición Respetable destacan con claridad el cometido de la madre de
Jesús en la historia de la salvación. En la Antigua Escritura, hay páginas que anuncian la venida
de Cristo a este mundo y ponen de manifiesto, como se ha interpretado por la revelación
posterior, la figura de una mujer madre del Salvador.
Así lo indica de modo profético la promesa de victoria sobre la serpiente que Dios dirige al
hombre y a la mujer, tras cometer su desobediencia (Gn 3,15). Una mujer joven y virgen dará a
luz un hijo, Emmanuel (Is 7, 14; Mq 5, 2; Mt 1,23). En María, se cumple, luego de la larga
espera de los tiempos, aquella promesa en su culminación: de su carne se hace carne el
Unigénito del Padre y habitó entre nosotros (Jn 1,14).

La Lumen Gentium precisa: “Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se
manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer
lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para visitar a Isabel, fue proclamada
por ésta bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, a la vez que el Precursor
saltó de gozo en el seno de su madre (cf. Lc 1,41-4s); y en el nacimiento, cuando la Madre de
Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de
menoscabar, consagró su integridad virginal. Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo
presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de
contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se descubran los
pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2,34-3 s). Después de haber perdido al Niño Jesús y
haberlo buscado con angustia, sus padres lo encontraron en el templo, ocupado en las cosas de
su Padre, y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero su Madre conservaba todo esto en su
corazón para meditarlo (cf. Lc 2,41-51)” (LG, 57).

-María por ser Madre del Redentor, tuvo íntima participación en la obra redentora de su Hijo,
así lo detallan las Sagradas Escrituras:
Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la
ley"", Gálatas 4:4

María participo en la Corredención dando a luz a Cristo, tal y como el ángel se lo anunció:
31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús…
33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin." Lucas 1:31-33

Sabemos que Dios es todo poder, e ilimitado y que podía haber venido al mundo por sí mismo
sin necesidad de encarnarse en el vientre de María y sin embargo el Creador del mundo prefirió
nacer como niño y tener una Madre, es pues esto una prueba de su corredención pues participo
en ella al dar a luz al Salvador y Redentor del Mundo.

Recordemos dos cosas, que la Biblia señala y que son muy importantes respecto a este punto,
el ser corredentora por ser su Madre:
“Hemos sido santificados merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de
Jesucristo” (Hb 10:10)

El cuerpo de Jesucristo le es dado a través de la libre, activa y única cooperación de la Virgen


María. Gracias a María Cristo se encarnó y tomo cuerpo, esa colaboración de María es parte de
su corredención.

"Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con
otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado." 1 Juan 1:7
La sangre del Redentor nos redimió, y nos purifico de los pecados, y recordemos que la sangre
y el cuerpo los heredo de María. Todo el que nace de una mujer tiene sangre y cuerpo
similares. Es por eso que María al darle la sangre y el cuerpo participio más que nadie en la
redención.

¿Acaso la sangre de Cristo no era la sangre de María?


María dio al mundo al Salvador con plena conciencia y deliberación. Ilustrada por el ángel sobre
la persona y misión de su Hijo, otorgó libremente su consentimiento para ser Madre de Dios,
Lucas 1:38. De su consentimiento dependía la encarnación del Hijo de Dios y la redención de la
Humanidad por la satisfacción vicaria de Cristo. María en este instante de la salvación,
representaba a toda la humanidad. Dice Santo Tomás:
“En la anunciación se esperaba el consentimiento de la Virgen como representante
de toda la naturaleza humana” S.th III 30,1.

-El título Corredentora, que viene aplicándose a la Virgen desde el siglo XV y que aparece
también durante el pontificado de Pio X en algunos documentos de la Iglesia no debe
entenderse en el sentido de una equiparación de la acción de María con la labor salvadora de
Cristo que es el único redentor de la humanidad( 1Tim 2:5). La Virgen misma necesitaba la
redención y fue redimida por Cristo. La cooperación de María en la redención es indirecta y
mediata, por cuanto ella puso voluntariamente toda su vida en servicio del Redentor, tanto en
la anunciación como luego padeciendo e inmolándose con Él al pie de la cruz.

Potrebbero piacerti anche