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Sin embargo, hay confusión. No hay un consenso claro entre docentes y especialistas
respecto del sentido que queremos otorgarle a esta noción y, junto a ella, a la
direccionalidad de los cambios que esto supone.
DEFINICIÓN:
Es en este marco que se puede definir la competencia como una capacidad de acción
e interacción sobre el medio, natural, físico y social. Una capacidad de acción e
interacción eficaz y eficiente:
Se cree, asimismo, que los dos últimos sentidos de esta así llamada “capacidad de
acción e interacción”, especifican a los dos primeros: se buscan personas capaces de
resolver problemas y concretar metas, pero no de cualquier manera ni a cualquier
costo, sino con pertinencia a la diversidad social y cultural; no imponiendo, sino
respetando e incorporando con amplitud, intereses y perspectivas distintas.
Por eso se considera una buena síntesis, rindiendo homenaje al término propuesto
por la Comisión Delors de la Unesco, el definirla como un saber hacer. Un saber
hacer en el sentido de un saber actuar e interactuar, de un saber cómo antes que
de un saber qué. Pero además, como un saber hacer con calidad técnica y con
calidad ética; eficiente y al mismo tiempo respetuoso; creativo, pero al mismo tiempo
constructivo. Un saber hacer eficaz, que contribuya al crecimiento personal y
también al fortalecimiento de la convivencia.
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En ese sentido, una habilidad cognitiva, por ejemplo, a pesar de ser importante para
el enriquecimiento de un saber hacer, no se confunde con la competencia. Las
habilidades perceptivas, discriminativas, deductivas o críticas, en sí mismas, pueden
ser usadas para cualquier propósito. Es mejor aprenderlas en función de fortalecer
una manera de actuar eficaz y a la vez cooperativa, transformadora, pertinente a las
necesidades y desafíos que se tiene como colectivo social en este momento de la
historia común. A ese tipo de desempeños se le llama competencia.
Un currículo por competencias busca enriquecer un saber hacer. Por tanto, coloca
a los estudiantes en situación de hacer. Le interesa que desarrollen y usen un
conjunto de destrezas mentales y operativas pero en función de obtener un
resultado. Que interpreten información pero para emplearla, y que adopten
determinadas actitudes en función de resolver una situación. Que reflexionen su
proceso y se apropien conscientemente de las capacidades desplegadas, en tanto
comprueben que les sirven para mejorar su capacidad de interacción con el medio.
Se puede apostar más bien por una definición más holística de la noción de
competencia, ya que el dominio hábil de conceptos, siendo necesario, no es una
competencia. El dominio hábil de un procedimiento, tampoco. La demostración de
consistencia en un conjunto de actitudes, por importantes que sean, menos. Vistos
así, están fragmentados, son entidades separadas y diferenciables en el modo de
aprender y de evaluarse. Los tres aspectos constituyen aspectos perceptualmente
distinguibles en el desempeño competente de una persona, pero por ser elementos
vinculados dentro de un sistema particular de actuación, definirlos en lista o por
separado no equivale a definir la competencia observada.
Diera la impresión de que basta tener un buen dominio en estas tres parcelas, para
recibir automáticamente la cédula que nos acredita como personas competentes. La
suma de las partes de un teléfono da el teléfono, no importa si juntadas en una bolsa,
con tal de que no falte ninguna y que cada una sea de estupenda calidad.
Lo que ha llevado a esta fragmentación es haber colocado como foco o referente del
análisis “la competencia como concepto” y no la acción competente de la persona;
o el haberse quedado en una lectura descriptiva y lineal del desempeño esperado, sin
ensayar una síntesis en una perspectiva más relacional. Así, la distinción y
enumeración de conceptos, actitudes y procedimientos no dice nada respecto de
cómo una persona competente hace una combinación hábil de estas tres capacidades
ni de cuántas otras formas podrían ser relacionadas por una persona aún más
competente, menos competente o incompetente a secas.
Por otro lado, si se trata de distinguir aspectos de una competencia cuya formulación
busca expresar nítidamente una forma competente de actuar, aquí está faltando algo.
En la radiografía de todo hacer competente se puede encontrar siempre un cierto
manejo de información o de nociones (no necesariamente dominio de conceptos en
sentido estricto), un cierto manejo de procedimientos; y por supuesto, determinadas
actitudes.
Pero falta un cuarto elemento, tan decisivo como las actitudes mismas: niveles
metacognitivos básicos, es decir, un dominio elemental de ciertos procesos mentales
(creatividad, flexibilidad, transferencia, deducción, inducción, etcétera) necesario
para correlacionar los tres aspectos anteriores con pertinencia a las circunstancias y
a las propias posibilidades individuales. Si no se demuestra capacidad para hacer
una evaluación crítica, imaginativa y flexible de la situación en la que se tiene que
actuar ¿cómo discernir qué información me es más útil; qué procedimientos debo
usar, combinar, crear o recrear; qué actitud me conviene más adoptar?
Pero todas estas cuestiones solo se hacen visibles cuando el foco de la atención se
desplaza a la vida, no a la teoría. Son numerosos y notables los investigadores que,
frente a preguntas similares, eligieron ese fecundo camino. Gardner estudia la
inteligencia humana observando el desempeño de las personas talentosas. Piaget
observa a sus hijos. Antes, Darwin había hecho lo mismo con los suyos. Senge y
Goleman distinguen factores de eficiencia del trabajo en equipo… que surgen de
observar cómo interactúan equipos altamente competitivos en la vida real.
En esa perspectiva es que se plantea atender cómo el estudiante que está exhibiendo
habilidad en la solución de una situación, interrelaciona de manera reflexiva y
flexible nociones, procedimientos y actitudes. Observar estudiantes en acción aporta
varios datos interesantes:
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Pero el foco está “en las manos”. Cuando los estudiantes se colocan en situación de
responder a un problema que les interesa y los reta, puede haber reflexión previa o
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acuerdo previo respecto a un plan para abordarlo, pero saben que el ensayo de
respuesta es el momento crucial, el que puede disminuir o aumentar el interés,
fortalecerlos en la confianza o desalentarlos, confirmar o cuestionar sus
suposiciones, agregar nuevas preguntas, despertar otras necesidades, lanzarlos a la
búsqueda de mayor información.
Algunos interpretan que la definición del concepto de competencia como saber hacer
es una opción conductista, pues suponen que se parte de la clásica concepción del
aprendizaje como cambio de conducta observable.
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Esto nos lleva a discutir cuestiones más de fondo. Por ejemplo, la autoestima, la
conciencia de la propia dignidad, el amor por la vida, el sentido de ciudadanía ¿son
irreconocibles por un observador externo? ¿Es acaso imposible notar en una persona
un mayor o menor grado de autoestima? ¿El amor por otras formas de vida es una
disposición tan “interna” que resultaría ilusorio pretender advertirlo desde “afuera”?
¿La postura ciudadana es solo un sentimiento personal indescifrable o puede
expresarse en formas notorias de actuar?
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Pero no se está defendiendo esa posición. El saber ser, es decir, el saber afirmar y
fortalecer la propia identidad con autenticidad y autoconfianza, puede ser observado
desde afuera y eso no lo transforma en conductista. De lo contrario, todas las
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competencias referidas a la identidad –eje central del área personal social y del
currículo- no podrían evaluarse.
Esta discusión es muy antigua. Ya Sócrates, trescientos años antes de Cristo, sostenía
que la virtud debía tener manifestaciones visibles en el espacio ciudadano y en el
ámbito privado. Es decir, debía reflejarse en la vida. Cristo mismo sostenía con
énfasis que la gente será reconocida por lo que hace.
No está mal saber mucha historia, gramática, geografía o ciencia. Mal, en el sentido
de perverso, ruin o infame, por supuesto que no. Más bien saber todo esto y más
puede resultar sencillamente inútil, sobre todo si no se sabe, simultáneamente,
emplear este saber para crecer como persona, para convivir en el respeto a lo
diferente, para hacer frente a los problemas de hoy y a los que, se avizoran para el
futuro inmediato, con eficacia y con sentido ético. Si no ayuda a eso, es inútil.
BIBLIOGRAFÍA