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El Manifiesto del Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escultores, redactado por David
Alfaro Siqueiros constituye simultáneamente una declaración social, política y estética donde
se expone el valor revolucionario del arte como motor del cambio social e instrumento de
combate contra la reacción.
La intención del movimiento es llevar a cabo la tarea masificar las prácticas entorno al
ejercicio artístico como ejercicio de integración y construcción identitaria que reivindica a
las clases populares que construyen la nación alzándose contra la ilegitimidad del porfirismo.
En su cualidad renovadora se nutre de las vanguardias europeas notándose el afán rupturista
con relación a las tradiciones impropias impulsadas por la élite local.
En ejercicio de las prácticas revolucionarias, la obra es entendida como una contribución del
artista a la nación; este último pone su labor a disposición de la sociedad (no como posesión
o mercancía) reconociéndose en el rol de obrero y buscando anular la asimetría basada hasta
entonces en la pretendida superioridad del artista respecto a otras diciplinas. Lo anterior es
consecuente con el replanteamiento de la enseñanza, estando enfocada ahora en su apertura
para recibir personas de todas las procedencias que, siendo acompañadas por los profesores
se les concede autonomía creativa con el fin de estimular multiplicidad de propuestas y
visiones críticas.
En ese orden de ideas, la obra pasa a ser un patrimonio colectivo. Su valor se construye de
acuerdo a consideraciones fuera de lo estético, fundamentando un juicio basado en la utilidad
y/o relevancia con relación al contenido político.