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Bautizo y Confesión

El evangelio crítico será por las redes o no será:

En la madrugada del 21 de marzo de 20**, encontré el siguiente manuscrito virtual de un tal


Antonio Rubio. Los análisis de ADN no dan señales de quién fue este tipo ni qué hacía. En
dicho texto, se daba cuenta de una serie de ritos que puedo comparar con los secretos griegos
y los cultos órficos. Se trata de un acontecimiento increíble para la historia del pensamiento
humano. En él se relata la experiencia de Rubio en una religión primitiva: el Pop. Imagino
que este tipo de sacramentos se oficializaban secretamente en unas iglesias que Antonio
denomina teatros. Imagino que eran recintos donde se daban estos rituales performativos.
Muy difícil comprender, desde nuestra cosmovisión post-mundo del fin del mundo lo que se
cuenta aquí. Sin demasiado preámbulo, transcribiré aquí los primeros dos archivos.

Este evangelio habla del Bautizo:


Conocí la iglesia Pop como todos: por el Facebook. Era una invitación privada. Me di la
vuelta por el teatro. Por curiosidad. Me gustan los performance. No creía en Dios. No sabía
que mi dios era el Pop.

Estos apuntes pecan de anacrónicos. Los escribo desde mi casa a meses de distancia. No
queda rastro del primer sacramento salvo en la memoria de unos pocos afortunados. El azar
y el tedio me llevaron al teatro y ahí estaban, vestidos de negro, arrojando frases pegajosas.
Iba solo, como siempre. La iglesia Pop es nada más para los solitarios.

Me vendaron. Debía confiar en mi sentido de la orientación y en la voz de una mujer cuyas


palabras no recuerdo. Y es que las palabras no importan en esta obra, sino los
acontecimientos, los sonidos y las imágenes. O, mejor escrito, las marcas de nuestra iglesia.
Una simbología de nuestro Pop.

El camino de la oscuridad pronto se llena de luz. Ahí está el Salvador, sobre una escalera,
mostrando la belleza de su cuerpo tatuado.

Detrás, unos vasos con la bebida sacra. El cuerpo, en nuestra iglesia, debe ser destruido:
consumido. Los iniciados, los vendados, somos invitados a arrojar la Coca Cola a una
canasta. Podemos beber un sorbo. Así te inicias y tú no te has dado cuenta. De momento, el
Salvador inmutable está frente a mí. Nos invitan a sentar.

Bautizado en Coca Cola: el Papa y la Papisa vacían el refresco frío sobre el Salvador. Puedo
verlo temblar, puedo ver como el azúcar se pega a su piel, como se transforma en su sangre
que es la sangre de todos nosotros por los siglos de los siglos.

Salve Coca Cola


llena eres de gracia
el Capitalismo es contigo
bendita eres entre todos los refrescos
y bendito el néctar de tu vientre:
Diabetes.
Detrás del bautizo, se suceden una serie de marcas y puedo escuchar la música. La
solemnidad entonces se transforma en un baile. De pronto tengo ganas de consumir. Quiero
tatuarme. Ir más al teatro. Quiero una hamburguesa. Quiero la destrucción. Quiero compartir
mis ideas por Facebook. Quiero transmitir mi suicidio por internet. Qué importa acelerar la
muerte cuando por mi sangre fluyen ya los carbohidratos que ahogan mi corazón, qué importa
la vida si toda muerte en el capitalismo es viralizada y consumida: cómo consumimos cuerpos
y caras en tanto like, tanto compartir, tanto comentar. Mi papel aquí es escribir, dar referencia,
registrar: soy un archivo; Antonio, eres el archivo deshumanizado del Pop. Este es mi bautizo
un bautizo testimonial con palabras e imaginación: el evangelio de este tiempo será en
Facebook o no será.

Que mi pie marque el ritmo de la música solo indica una cosa: Bienvenido seas, Antonio, a
tu iglesia. El Pop esté contigo.

Posdata: Mientras escribía esto, mis recuerdos se desvían por culpa de mis reflexiones. Pienso
que no puedo hablar del sagrado pop en este lenguaje vernáculo. Debería, mejor, organizar
slogans para describir a la perfección: Fuck the Water, taste the feeling.

Este evangelio habla de La Confesión


Me interesa estudiar, entonces, el concepto de Los sacramentos vinculando la obra con una
evolución personal. Es decir, a una transformación de Antonio-espectador. Porque todos los
días crecemos, leemos cosas, aprendemos algo nuevo. No soy el mismo que fui cuando
contemplé El bautizo que el que soy ahora para La confesión. Antes era un soñador, fascinado
con las marcas y la simbología. Hoy quiero ponerme en un papel más crítico.

Antes de analizar el espectáculo que contemplé, quiero desde esta penitencia que es la
escritura, también confesarme para la sagrada iglesia Pop. Enumero aquí mis pecados y
espero se me perdone:

he comentado libros sin haberlos leído


he dado opiniones dañinas para lastimar a otros artistas
he preferido la burla antes que la argumentación
no me he tatuado en Tatoo Lab y de hecho nunca me he tatuado
hace poco afirmé que no toleraba del todo la voz de Bad Bunny
no he perreado lo suficiente

No existe una espacialidad fija para la iglesia Pop. El Pop lo llevamos en el azúcar que fluye
y tapa nuestras venas. Por ello, el recinto de hoy me generó mala espina. No es una
espacialidad propicia para una obra de este potencial simbólico. Ahora también eché de
menos el manejo de aspectos visuales. Quería que se me recordase las santas imágenes de mi
iglesia Pop. Y, claro, el sonido. Este lugar tiene la peor acústica. Aún así, pese a estos
tropiezos espaciales, La confesión sigue alimentando la narrativa mítica, por así llamarla, de
esta propuesta eclesiástica.

Durante este evento performativo, nuestra iglesia enumeró algunos de sus pecados más
horribles: ser vegetariano en un mundo de consumo carnal; no asistir suficiente al
McDonalds; alguien desinstaló Netflix y otro confesó que Game of Thrones es basura.
Afortunadamente, el Pop es misericordioso y su único castigo es que seguimos con vida.

La confesión, a fin de cuentas, fue una misa en gran parte creada por el público. Éste realizó
la sucesión de escenas, el progreso de las secuencias teatrales que desembocan en la segunda
parte de la propuesta visual: la crucifixión de nuestro Salvador.

Siendo honesto, no presté atención a las palabras introductorias de uno de los miembros de
la iglesia, quien pedía comprensión o no sé qué. Me interesaba observar el cuerpo y encontrar
algún resquicio de dolor, alguna catarsis corporal con Coca Cola y gomitas. En nuestro
recinto Pop, sanamos por medio del dolor. Solo el dolor nos llevará a la salvación, es decir,
a la destrucción de nuestro cuerpo. Claro, aquí veo una experiencia sublime, como la entendía
Edmund Burke: es una experiencia con el horror que nos lleva al éxtasis, o sea la belleza
última. Por ello afirmo que la iglesia Pop es horrible.

Pero más horrible es el público. Me siento orgulloso de su deshumanización, de su interés


por consumir y archivar lo consumido, de su morbo por la sangre y la suspensión del cuerpo
de nuestro Salvador. La crucifixión será transmitida por Facebook o no será. La crucifixión
del Salvador será documentada en videos que nunca veremos, en fotografías que solo
compartiremos este día y que meses después desaparecerán de la faz del mundo virtual
(porque además son fotos desenfocadas, borrosas, feas). Aquí entonces un filtro entre lo que
acontece en escena y lo que logra captar el celular: ¿son la misma cosa?

Helo ahí, en el aire, sufriendo porque no puede tomarse una selfie.

Y nada más que agregar: ¡Viva Pop, presente Pop, futuro Pop!

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