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UNIVERSIDAD DEL VALLE

ENCUENTRO NACIONAL DE PROGRAMAS ACADEMICOS EN


FAMILIA.

FORO NACIONAL

FAMILIA: CRISIS VS TRANSFORMACIÓN.

María Cristina Palacio Valencia.

Socióloga.

PRECISIONES Y PROVOCACIONES
Un título produce inquietud, curiosidad y acercamiento como también distancia
o desinterés, en correspondencia con las expectativas que se movilizan detrás
de su denominación.

En el marco de este escenario de encuentro, el tema de familia y mucho más


entrelazado con la calificación de crisis o transformación, mueve tres órdenes
discursivos: aquel que se fundamenta en cierta cotidianización del uso de los
términos, referida en esta caso a la denominación de crisis, la cual contiene una
profunda carga ideológico-emocional con relación a la tragedia por la pérdida del
mundo familiar paradisiaco y armónico, presente especialmente en el sentido
común y alimentado por los medios de comunicación; otro que se respalda en
un lenguaje del déficit y marca una línea dicotómica entre lo funcional y
disfuncional, lo normal y lo patológico, e invita a “intervenir” las desviaciones para
recuperar el camino establecido, con una fuerte presencia en lineamientos
institucionales y algunas prácticas profesionales; y finalmente, la denominación
de transformación, que pone las claves para leer la familia como una realidad
social histórica, compleja, diversa, múltiple y sobre todo, con un proceso de
movimiento continuo acorde con el tiempo y el espacio que le corresponde; lo
que además, implica leer los conflictos y las tensiones que se produce en su
movimiento con relación a las pautas hegemónicas establecidas.

La presencia de estos ordenes discursivos sobre crisis y transformación de y


en la familia, tiene un trasfondo en la manera como se nombra el flujo de
relaciones de fuerza, poder y resistencia, que se derivan de la confrontación
entre el orden legal, social y cultural instituido en una sociedad y las prácticas
contra hegemónicas que se presentan en ella. Este umbral de encuentro genera
un movimiento social que no es lineal, ni acumulativo, todo lo contrario, marca
tensiones y mide el pulso entre las diversas maneras de vivir la legitimidad y la
pauta legal en torno a las concepciones, prácticas, estilos de relación, formas de
convivencia y proyectos de vida familiar; además las tensiones y los conflictos
entre los diversos órdenes discursivos sobre familia, circulan desde y contra la
institucionalidad social y contienen dispositivos de regulación y control en torno
al orden hegemónico establecido.

Finalmente, el desarrollo de estas reflexiones, invita desde una provocación


metodológica a desagregar los componentes del título que se anuncia, con base
en tres aspectos metodológicos: el contexto, el texto y el pre-texto.

El contexto: aunque no sea explícito en el título, hace referencia a la


localización temporal de la sociedad contemporánea. La enunciación de la
crisis o transformación de la familia, tiene una correspondencia con los
discursos sobre el significado y las consecuencias de la modernidad, y los
procesos de individualización e individualismo en términos de Eva Illouz
(2012), Guillermo Villegas (2008), Ulrick Beck y Elizabeth Beck (2001),
Elizabeth Jelín (2004), Zigmunt Bauman (2005), Anthony Giddens (2000),
por citar solo algunos.

El texto indica el nudo central de la reflexión, en torno a la familia. Una


realidad social e histórica que antecede a la configuración de discursos con
diversos contenidos políticos, ideológicos, académicos, profesionales e
institucionales; los cuales nombra o critica la institucionalización y regulación en
cada sociedad y cultura del parentesco, el incesto, la exogamia, las alianzas
conyugales, la sexualidad, la procreación, la paternidad y la maternidad, la
filiación, el cuidado y la crianza de las nuevas generaciones, el lugar de las viejas
generaciones, las formas de organización de la convivencia y la sobre vivencia
y el lugar de la intimidad, la privacidad y lo privado.

Analizar el mundo familiar, sus procesos y movimientos contemporáneos, va más


allá de una mirada endogámica, porque su comprensión requiere hacer visible
algunos análisis en torno a las transformaciones sociales, culturales y políticas
de este tiempo. Movimientos y cambios que son puestos en los debates sobre
las dicotomías público/privado, la cuestión de la intimidad y la privacidad, la
transformación de la sexualidad, la reproducción biológica asistida y el
reconocimiento social y legal de la adopción, una maternidad o paternidad sin
anclaje en la conyugalidad, una conyugalidad sin descendencia, una
conyugalidad homosexual e igualitaria, la opción de la soltería sin señalamientos
ni condenas, uniones y separaciones sucesivas, la configuración de hogares
glocales, experiencias de delegaciones y sustituciones parentales en el marco
del cuidado familiar, la demanda de la politización y democratización familiar y la
denuncia y regulación de todas las formas visibles o invisibilizadas de la violencia
y el maltrato familiar.

El pre-texto, focaliza la intencionalidad política del análisis sobre la


situación actual de la familia en cuanto a señalar una crisis, o el
reconocimiento de su transformación; unas posturas que se derivan de la
concepción de familia y de la sociedad y marcan posiciones conservadoras
o de cambio. Las nociones de crisis y de transformación, tienen un lugar en
las formas de nombrar las situaciones del mundo social, y de la familia, en
este caso en particular.

Para Habermas (1986), la crisis indica la dificultad de asumir


institucionalmente las demandas que circulan en la vida social cotidiana;
una cuestión que también se traduce en la inexistencia o imposibilidad de
respaldar legítimamente un actuar sobre el mundo de la vida. Lo anterior,
presenta una doble contradicción, siguiendo a Habermas, por una parte, la
dificultad del orden social, cultural, incluso, legal de incorporar los
movimientos, las necesidades y las realidades sociales; y por la otra parte,
la dificultad de los individuos, como agentes sociales de responder a las
pautas establecidas. Orden social como objetividad institucional y
actuaciones subjetivas se entrelazan en una dialéctica de intersubjetividad
para construir el hilo conductor de la denominación de crisis.

En cuanto al cambio y movimiento como transformación, se respalda el


análisis de la situación de la familia en los contextos contemporáneos, en
algunos planteamientos de Anthony Giddens (1995); los cuales argumentan
la realidad social como movimiento permanente en correspondencia con la
estructuración de los cursos de acción de los agentes. La estructuración, va
en contravía a la existencia de estructuras como entidades estáticas,
inmutables y externas a los sujetos.

En este sentido, la estructuración de los cambios y transformaciones


sociales y en este caso de la familia, se leen a través del comportamiento
de los indicadores demográficos, las confrontaciones bélicas, los
movimientos sociales, el crecimiento de las fuerzas productivas, la ideología
que legitima las acciones sociales y el papel del Estado en estos
movimientos.
Desde estos retos conceptuales y metodológicos se proponen dos tesis de
orientación analítica: la primera, expresa la tensión entre un orden
discursivo hegemónico que pone la crisis de la familia como indicador de la
desintegración de la familia nuclear y un orden discursivo contra
hegemónico que reconoce la diversidad y la diferencia de múltiples formas
y experiencias de vida y organización familiar. La segunda, derivada de la
anterior, indica la confrontación entre una visión conservadora e
institucionalizada de la familia, sustentada en la naturalización de su
nuclearización y una concepción de familia que la valida como una realidad
situada social e históricamente.

El desarrollo de estas tesis, se marcan desde algunas de las dimensiones


sobre las cuales se estructura el orden discursivo hegemónico vigente sobre
familia: la nuclearización con la co-residencia y la co-presencia como
cimientos de la unidad familiar, el matrimonio heterosexual y perdurable,
la procreación en cuanto sentido de la familia, la maternidad y la
paternidad, la crianza y el cuidado en términos de la obligación familiar, la
sobrevivencia, convivencia y vinculación emocional en razón del sentido
familiar. Dimensiones que se desarrollan en la primera parte de estas
reflexiones y en la segunda, se focaliza el debate del orden discursivo sobre
crisis o transformación en la familia.

1. LA FAMILIA CONTEMPORÁNEA: SUS MOVIMIENTOS, PARADOJAS Y


DILEMAS.

El tiempo presente se configura en los últimos cuatro siglos. Modernidad


temprana, modernidad tardía, modernidad sólida, modernidad líquida y
postmodernidad son maneras analíticas de nombrar, desde diferentes
posiciones, la dirección y el sentido que se presenta en la sociedad actual.

Un panorama que pone en cuestión los anclajes convencionales, las


ataduras eternas, la inmovilidad y el fijismo que proveen las normas sociales
que gobiernan las transiciones en el curso de la vida de hombres y mujeres;
normas que definen los lugares sociales que les corresponden por
nacimiento, territorios de circulación permitido y prohibido, definición del
trabajo, el nacimiento, la vida, el matrimonio hasta la muerte; para
reivindicar la llegada de las opciones individuales, el reconocimiento a la
diversidad independiente del anclaje, de una institucionalidad que va más
allá de la atadura del tiempo, circunscrita a la voluntad y al deseo personal,
a una separación radical del tiempo y el espacio y a unos nuevos conectores
y enlaces emocionales que no requieren de la co-presencia física.

La mediación de este cuestionamiento, que no es otro asunto sino la


emergencia de un nuevo orden social, se configura en torno a la
individualización, al yo, a un sujeto que pone su biografía individual como
el centro de referencia del mundo, para socavar el antiguo régimen
comunitario de la vida social; por lo que se requiere, un camino hacia una
nueva sociabilidad más allá de la aplicación de modelos y fórmulas
preestablecidas.

Este nuevo panorama indica otras maneras de vivir el mundo social y


familiar. El referente de la vida privada, la privacidad y la intimidad de los
sujetos no se escapa a las presiones entre lo convencional y lo emergente,
lo pautado y lo optado; lo que se traduce en el miedo al compromiso,
aunque es posible pero perecedero; la voluntad, el reconocimiento y el
deseo (Illouz, 2012) le dan contenido a la agenda individual y social; la voz
exige su expresión y escucha y la toma de decisiones individuales produce
un efecto dominó en las prácticas sociales instituidas convencionalmente.
Estos giros indican la emergencia de un nuevo escenario social donde se
produce un quiebre en una institucionalización que tradicionalmente no se
cuestionaba, inspirada en el presupuesto de una naturalización y
normalidad; o en términos de Giddens, correspondiente al desenclave
institucional (1995).

En otras palabras, estas líneas de acción y de discurso se despliegan,


especialmente en torno a la familia, al matrimonio, a la sexualidad, el amor
y el erotismo, a la paternidad y maternidad, a la crianza y cuidado de las
nuevas generaciones y de las personas mayores, a la convivencia
compartida, a la sobre vivencia y a la preexistencia del vínculo emocional y
afectivo. Asuntos que aluden y contienen experiencias relacionales que
desde una visión tradicional en esta sociedad, se encuentran en una
situación de riesgo y vulnerabilidad, ante la expansión de la
individualización.
Estos movimientos desatan desde los poderes hegemónicos e
institucionalizados, el grito de angustia de una crisis que contiene el pánico
por el derrumbe del orden establecido (Palacio, 2009:50); es la tragedia
social del poder tradicional, que se aferra al señalamiento moral de la
pérdida de valores, al no respeto por las tradiciones y al desconocimiento
de las líneas de dirección pautadas socialmente, consideras normales y
verdaderas.

Un panorama que pone a la familia (nuclear) en el marco de una crisis que


señala el desastre social, la pérdida de anclaje, el derrumbe de un orden
moral; pero también el umbral de sus cambios y transformaciones, las
cuales más que apuntar a la desaparición de la familia, lo que ponen es la
aparición de otras maneras de vivir la familia acorde con el tiempo social, la
pérdida de su denominación hegemónica y homogénea en la nuclearización
como la validación de la “verdadera familia” en términos de Elizabeth Beck
(2003) y la inclusión y reconocimiento de la diversidad y la diferencia en, de
y entre las familias.

Son los nuevos repliegues de las preguntas sobre lo personal, lo privado, lo


íntimo que, para estas reflexiones, se distancian de la adjetivación moral de
un individualismo egoísta y descifran su sentido y significado en términos
de autonomía y capacidad de elección (Villegas, 2008).Con esto se precisa
que la individualización y el individualismo expresan una manera distinta de
relación con el otro/a, y no puede sustraerse a la presencia de ese otro/a,
ni corresponde a propiedades de un yo solitario (Foessel, 2010).

LA FAMILIA NUCLEAR: CÉLULA BÁSICA DE LA SOCIEDAD. Entre la


permanencia y la resistencia.

El orden discursivo que inicia la configuración de la familia nuclear como


célula básica de la sociedad moderna, tiene unas primeras huellas en los
planteamientos de Erasmo de Rotterdam (2005) en los albores de la
modernidad. Una nuclearización que se enuncia desde el lugar de la mujer
con relación al hombre, en condición de esposa y madre y su localización en el
hogar; como se observa en algunos de los coloquios: el senadillo, la esposa, la
disputa amorosa, la virgen enemiga del matrimonio, la virgen arrepentida, la
puérpera; en los cuales pone la crítica y a la vez la norma sobre la situación de
la mujer.
En estos diálogos se expresa la voz de Erasmo de Rotterdam (2005) referida a
hogar como un recinto de goce y de beneficio, que debe brindar la mujer al
hombre; una mujer de buenas costumbres y virtudes como la reverencia, el
pudor, la docilidad, la sumisión, la sobriedad, la ternura, la clemencia y el respeto
propias de su condición de mujer, esposa y madre, quien tiene la misión de
querer y dar felicidad al esposo y a los hijos; cualidades que son garantes de la
salvación de su alma, porque le dan sentido al cuidado y educación de los hijos
e hijas y cumple con la condición de ser una mujer grata a los ojos del marido.

Una nueva voz sobre la familia nuclear moderna, emerge con las ideas de la
Ilustración. Las palabras de J.J.Rousseau 1712-1778 acerca del lugar de la
infancia en la sociedad y de la educación como dispositivo que garantiza la
estabilidad y el progreso social, ponen los cimientos de un nuevo orden
discursivo sobre la familia. Despojada de cierto halo de naturalización divina y
soberana, la familia es propuesta como ámbito de formación educativa para los
hijos (as) y por esta vía las palabras de pensador producen un cambio en el
estatuto de invisibilidad que tiene la infancia.

Los planteamientos Rousseanos acerca de la educación de los niños y niñas, se


asocia a su visión de la familia nuclear, en tanto escenario “natural de la crianza,
el cuidado y la educación de los hijos/as”. Propone reconocer a la educación,
especialmente la moral, como el bastión del orden y del progreso de la sociedad,
para lo que se hace imprescindible elevar a los niños (y niñas) como un
patrimonio que hay que formar y cuidar. Es quizás el comienzo de la construcción
de algunas estampas de un proceso civilizatorio moderno, en el cual “La
educación de los hijos (as), la higiene moral, el estoicismo como barrera a los
vicios, el respeto y la obediencia al padre y el amor hacia la madre abnegada
marcan la escena hegemónica y el tiempo de la familia burguesa moderna”
(Palacio: 2010: 19).

La tras escena de este argumento discursivo, ratifica la pauta de la


nuclearización de la familia, la cual instaura la normalización de una unidad
familiar constituida por el padre, la madre y los hijos(as), con referencia a la co-
residencia en el hogar, la demarcación de deberes conyugales, materno y
paterno filiales focalizados en la madre y esposa como garante de esta unidad y
una división del trabajo que establece la frontera entre lo doméstico y lo extra
doméstico para darle soporte a la estructuración de un orden en torno a la figura
y presencia del esposo y padre. En otros términos, la crianza y educación de los
hijos/as, el cuidado del hogar y la atención al esposo se constituyen en los
soportes de la solidez del mundo familiar (Palacio, 2010).

Una solidez que traspasa los límites del hogar para brindar garantías al desorden
que se expande en los tumultuosos cambios del siglo XVIII. La familia nuclear se
concibe como la célula básica de la sociedad y se estructura como nicho afectivo
y ámbito de formación moral, protección y seguridad para la prole y sus
integrantes, fundada en el amor romántico conyugal distante del amor pasión
(Giddens, 2000) sanciona e institucionaliza la reciprocidad de sentimientos, el
acceso sexual heterosexual entre la pareja con la finalidad de la reproducción
biológica, la fuerza punitiva desde lo legal y lo moral del incesto, la continuidad
del patrimonio y el amor filial mirado como deber y obligación económica (Palacio
2010); además de darle un giro a la territorialización de la familia en el hogar, a
través del proceso de individualización nuclear, que separa ésta unidad familiar
de la comunidad parental extensa, para darle el toque “natural” a la estabilidad y
el progreso social mediante la reproducción de las buenas costumbres y el
respeto por las normas de comportamiento aprendidas en la familia.

Pero este discurso sobre la solidez de la familia nuclear, comienza a


quebrarse, con la expansión de las nuevas lógicas del mercado capitalista.
La expansión de la autonomía individual, la exigencia de una capacidad de
elección y decisión personal, la liberación de la sexualidad del control
panóptico sobre el cuerpo en otros términos, la libertad, socaban el poder
patriarcal. Un movimiento profundo que se hace evidente en los enlaces
intergeneracionales y en los nuevos lugares sociales de las mujeres. Se
expanden complejas contradicciones, conflictos y tensiones entre la
exigencia de cumplir con las pautas establecidas convencionalmente y las
nuevas fuerzas sociales que ponen la lucha por la autonomía personal, la
liberación del poder del padre y la superioridad masculina.

Es decir, la secularización que trae los procesos de modernización y


modernidad, irrumpe la cotidianización de la familia nuclear, especialmente
a partir de la segunda post guerra, no solo con nuevas prácticas, discursos,
estilos y formas de relación, sino también con la desacralización del amor
eterno en los nuevos códigos de los mercados amorosos y matrimoniales y
la expansión de un sentido emocional distinto en torno a la maternidad y la
paternidad y a la co-residencia y co-presencia física.

Por lo tanto, el reconocimiento del yo, en su conciencia y actuar individual


(Sibila, 2008. Beck, 2003. Giddens, 1995), detona una de las profundas
revoluciones culturales de la sociedad moderna y contemporánea: la
transformación de la sexualidad y de la intimidad; lo que produjo una
transición de cierta ética comunitaria hacia una ética personal y a un orden
moral donde la confianza no se pre establece, sino que se negocia y se gana.
Este giro, tiene como fundamento el reconocimiento y sentido del cuerpo,
de su formación como sujeto que despliega contenidos cognitivos, de
voluntad y deseo (Illouz, 2012).

Esta individualización se conecta con la familia, con dos nuevas dinámicas:


por una parte, la configuración de nuevos y diversos lazos de parentesco
por vía de consanguinidad y/o de alianza, en formas familiares que se
producen por el divorcio, la separación y las nuevas uniones denominadas
familias reconstituidas simples (aporte de nuevos integrantes por medio de
uno de los miembros de la pareja) o compuestas (por medio de ambos
integrantes de la pareja), o en palabras de Giddens (2000: 93) familias
recombinantes. Esta expansión y reconfiguración de la red parental por las
nuevas uniones, demanda nuevas lógicas de relación y escala ética y moral.
Hay un escenario parental distinto “La gente tiene que resolver el problema
de cómo tratar a los parientes y así construyen nuevas éticas en la vida
diaria….La gente tiende a organizar sus relaciones de parentesco a través
de un compromiso negociado” (Giddens, 2000:93).

Y por la otra, la nuclearización de la familia, como la única forma


“verdadera y natural” de familia, enfrenta un desplazamiento de su lugar
hegemónico (Beck 2003), en los códigos de valoración social y cultural,
aunque se mantiene su reconocimiento en el orden legal – ver la
constitución nacional de Colombia y los argumentos defendidos desde la
Procuraduría general de la República-.

EL MATRIMONIO, LA PROCREACIÓN, LA MATERNIDAD Y LA PATERNIDAD: la


emergencia de nuevas lógicas de relación familiar.

La individualización moderna y mucho más la contemporánea, al


fundamentarse en la decisión y elección personal produce otras maneras y
opciones de vivir y formar familia. Ya no es la secuencia lineal noviazgo,
matrimonio, paternidad, maternidad, filiación, familia, como la única vía o
secuencia para tener familia. El escenario de las relaciones interpersonales
presenta otros códigos relacionales y de proyecto familiar.

Las dicotomías entorno al amor y la razón, tan cercanas a los órdenes


discursivos convencionales de la división de género masculino y femenino
y al calificativo del individualismo como egoísmo frio y calculador, requieren
otra lectura, que para esta reflexión se ponen en las palabras de Eva Illouz
“la configuración del sujeto moderno es al mismo tiempo de naturaleza
emocional y económica, romántica y racional. Esto se debe a que el rol
protagónico del amor en el matrimonio (y en la novela) coincide con el
debilitamiento del vínculo matrimonial como herramienta de alianzas
familiares y marca la nueva función del amor como instrumento de
movilidad social” (2012:20) o también de competencia social y personal o
de condicionante para formar una familia con prole.

Es reconocido el escenario de parejas con hijos o hijas; parejas sin hijos ni


hijas; parejas con hijos/as propios y con hijos/as de su compañero/a;
parejas con hijos/as propios y de otra relación. Además, el imaginario de
pareja como un indicador del proyecto de vida familiar, circula con
diversidad de posiciones acorde con varias dimensiones: Desde el deseo
aquella que se quiere pero no se tiene, se tiene pero no se desea y no se
desea ni se tiene; desde la temporalidad, aquella que se piensa para toda la
vida, aquella que se piensa temporalmente, la que se ha tenido por corto
tiempo y la que no se tiene por ningún tiempo; desde la legitimidad social
y legal, la pareja sin compromiso, la pareja con compromiso, la pareja con
o sin matrimonio religioso o civil, la pareja con o sin varias experiencias
anteriores, la pareja con convivencia permanente y co-residencia, la pareja
LAT (de cortos tiempos) y la pareja en situación de transnacionalidad.

El abanico de posibilidades se amplía y complejiza aún más. El proyecto de


vida familiar, no necesariamente se anuda a la pareja como vía a la
maternidad o la paternidad, como también a la maternidad y paternidad
como realización familiar. Hay familias conyugales sin hijos/as, hay familias
monoparentales por vía materna o paterna, como también familias
reconstituidas simples (por una sola vía) o compuestas (por ambas vías) y
con nuevos hijos/as como pareja; además la condición de la maternidad y
la paternidad también se construye por decisiones personales de procesos
biológicos propios, asistidos (inseminación artificial, fecundación in vitro,
alquiler de útero) y por adopción; aunque también se presentan por
situaciones de separación, divorcio o muerte

Otro asunto colateral que contribuye a esta arquitectura familiar, derivada


de la individualización y secularización emocional y afectiva
contemporánea y que atraviesa las claves del mundo familiar actual, alude
a la desacralización y desnaturalización de los dualismos de género, puestos
también como la base de la complementariedad familiar a través del
matrimonio heterosexual y la interrupción voluntaria de la gestación. La
base de la dignidad humana puesta en la exigencia de la igualdad, el
reconocimiento de los derechos humanos, la inclusión sin ninguna clase de
discriminación y la defensa y protección sobre hechos de violencia, se
constituyen en el soporte de las demandas sociales y políticas en torno al
matrimonio igualitario, al derecho legal de la paternidad o maternidad
producto de este tipo de matrimonio y a la legalización del aborto.

Una exigencia que marca el pulso entre las fuerzas del poder convencional,
conservador y sacralizado y la emergencia y fortaleza de nuevas formas de
reconocimiento humano. La confrontación no ha sido fácil, desde los países
euro centristas con posiciones democráticas y liberales hasta algunos en
América, circulan discursos que claman por la defensa de la familia (nuclear)
y el atentado que se pretende establecer con la aprobación de leyes que,
según esta visión, van en contra de la sagrada institución familiar. El debate
se pone en el centro de la dignidad humana, en la calidad de una vida que
merezca ser vivida en palabras de Marta Nussbaum (2005) y en la
concepción de familia, más allá de los dualismos de género y de las pautas
institucionales que van en contravía a órdenes morales que defienden la
dignidad y los derechos humanos.

LA SOBREVIVENCIA Y LA CONVIVENCIA FAMILIAR: entre la individualización


y la pertenencia familiar.

El debate sobre la crisis vs la transformación de la familia, también incluye


otros componentes que se derivan de la institucionalización de la familia
nuclear: la sobrevivencia, la convivencia y el vínculo emocional.

Entre las características sociales del mundo moderno, asociadas al proceso


de individualización, se señalan dos: la separación del hogar como ámbito
de residencia familiar y el lugar del trabajo o escenario de generación y
búsqueda de recursos para la sobrevivencia; y la otra, se refiere a las
transformaciones culturales de las relaciones sociales entre masculinos y
femeninos.
El siglo XX y de manera especial a partir de la década de los 60, se hace
visible socialmente, los giros en el lugar de la mujer con la vinculación
masiva a los procesos de producción extra doméstico, la formación
educativa y su participación en el mundo público y político. Estas pistas
contienen la clave de la nueva configuración de las dinámicas de
sobrevivencia en la familia. En la voz de Elizabeth Jelin “En el modelo de
familia nuclear existen expectativas sociales diversas para el trabajo de
hombres y de mujeres (el hombre trabajo afuera, la mujer es la responsable
de la domesticidad) y diferencias por edad (los niños y los ancianos son
“dependientes”) (2004:33).

Esta pauta cultural patriarcal conecta la división del trabajo con los lugares
sociales por género y generación y la configuración de las relaciones que
soportan las jerarquías familiares y la dinámica del ejercicio del poder. Los
tres derechos patriarcales: el marital, el tutelar y el de soberanía del padre
se anudan en la asignación tradicional de la obligación del mantenimiento
y sostenimiento económico de la familia, en el padre masculino; pero no
solamente se restringe a esta frontera, se legitima la valoración de su papel
en el control, disciplinamiento y vigilancia sobre la mujer y los hijos e hijas,
especialmente estas últimas.

Este ordenamiento se quiebra con los procesos de individualización y la


expansión de la modernidad; se socava el poder tradicional del padre
masculino, hace eclosión la continuidad de la división binaria del trabajo
doméstico y extra doméstico y se cuestiona el planteamiento Parsoniano
de la asignación de roles instrumentales al varón, masculino, padre y los
roles afectivos a la mujer, femenino, madre. (Jelin, 2004. Beck 2003. Puyana
et.al 2003).

El cambio en la participación económica de la mujer en el mercado y en la


generación de ingresos para la sobrevivencia familiar, ha generado un
evidente movimiento de nuevas prácticas culturales y sociales; pero
paradójicamente no ha implicado una reconfiguración estructural de la
organización familiar. Es decir, la inclusión de las mujeres como agentes
familiares con obligación y responsabilidad económica, por la demanda de
fuerza de trabajo que exige el mercado capitalista, eclosiona la división
tradicional del trabajo; sin embargo, este proceso no se acompaña de una
legitimidad cultural, todo lo contrario, el lugar de la mujer/madre como
cuidadora directa de los hijos/as y del hogar se mantiene, con una fuerte
presencia en el imaginario social.

Esta situación produce un dilema y un enigma emocional para muchas


mujeres. Desde el dilema se enfrentan a la presión cultural del cuidado
familiar y al mismo tiempo del mercado, para la proveeduría económica;
una situación que agita los patrones convencionales del orden familiar y
puede producir colateralmente en términos de Elizabeth Beck “la
enfermedad de la prisa” (2003:134), además la valoración del tiempo de la
mujer, se reconoce por la garantía económica para la familia. De manera
colateral, detrás de este dilema emocional, hay un juego entre la
generación de la culpa por el “supuesto abandono” de la madre y el
señalamiento de cierta deuda afectiva también de la madre hacia los
hijos/as; un juego que se enreda en los órdenes discursivos pautados social,
institucional incluso legalmente y toman forma en estigmas morales del
abandono, la orfandad, el descuido y la irresponsabilidad como marcas de
“una mala madre, o de una madre desnaturalizada”.

En cuanto al enigma emocional, la dislocación entre la racionalidad


económica del mercado y la pauta cultural del cuidado familiar, enfrenta a
la mujer/madre al despliegue de emociones con sentido de sacrificio y
renuncia; las cuales se confunden en los requerimientos de la sobre vivencia
y la presión cultural de la pertenencia familiar.

Estos cambios que provoca el capitalismo emocional (E. Illouz, 2009. A.R.
Hochschild 2008), no solamente se circunscriben al ámbito familiar; la
expansión y consolidación del mercado global, produce nuevas
racionalidades familiares, derivadas de las actuales dinámicas de movilidad
humana internacional, expresándose en la organización y la convivencia
familiar.

Nuevas realidades familiares comenzaron a circular en los escenarios


institucionales, económicos, sociales y políticos; las remesas provenientes
del exterior, abrieron la puerta hacia un mundo familiar que presenta
eclosión del patrón convencional de convivencia y de cuidado. “Nuevas
preguntas en torno al migrante con sus razones, motivos e intenciones
pusieron en primer plano el asunto de la movilidad de padres y madres
hacia otros países, mientras dejaban hijos e hijas en proceso de formación
y con demanda de cuidado en el país de origen.” (Sánchez, López, Palacio.
2013: 135).

Esta migración de padres y/o madres, especialmente estas últimas, se


constituyó en el contenido de un orden discursivo de señalamiento a la
desintegración familiar, la orfandad de hijos e hijas con padres y madres
ausentes vivos y sus consecuencias colaterales del incremento de la
drogadicción, deserción y bajo rendimiento escolar, embarazos tempranos
y expansión de la delincuencia juvenil, como lo ha señalado el informe de
Procuraduría en enero del 2009 y la encuesta sobre familia de mayo del
2012.

El discurso de la desintegración de la familia por “efecto” de la migración


internacional del padre y/o madre tiene varios trasfondos, los cuales
producen ciertos réditos políticos al orden hegemónico: por una parte, la
validación de la existencia de la familia como unidad nuclear centrada en la
co-residencia en el mismo hogar, la co-presencia física de sus integrantes y
el cuidado directo de los progenitores y especialmente la madre; por la otra,
el desplazamiento de la culpa de problemáticas sociales asociadas a la
“ausencia física” de padres y/o madres; y finalmente, la puesta en el evento
de la migración con la separación física, la destrucción de la familia. Desde
aquí, se plantea la crisis de la familia –nuclear- y se dispone su
“intervención” para “recuperar” su unidad.

La contra escena de este orden discursivo de la tragedia y la destrucción


familiar, marca los argumentos de su transformación con la propuesta de
leer nuevas maneras de construir y vivir en familia con el reconocimiento
de la diversidad de lógicas de construcción vinculante emocional; el
significado a la trayectoria de la vida familiar; la identificación de los
procesos relacionales y vinculantes que se encuentran detrás de los hechos
que se producen; comprender la complejidad y la distinción que tiene la
organización familiar en sus relaciones parentales y vinculaciones
emocionales; la desmitificación de la pretendida unidad familiar como un
mundo homogéneo, estático y armónico por la convivencia física, y de ésta
manera, marcar en el evento migratorio el desencadenamiento de unas
rupturas que no tienen anclaje en las experiencias precedentes; contra
restar el señalamiento moralista de una orfandad por la comprensión de la
movilización de las redes parentales; la identificación de las dinámicas de
delegación y sustitución parental en otros parientes y cuidadores/as ante el
pretendido abandono de los progenitores, acompañado de señalamiento
de culpa y deuda emocional; asumir el reto de comprender que la
vinculación emocional en la familia, no depende de la co-presencia física
sino de las experiencias interacciónales.

De esta manera, la familia no escapa a las dinámicas sociales del tiempo


presente. La globalización, la migración internacional y la individualización
son movimientos que atraviesan el escenario familiar; se configura un
nuevo orden económico, cultural, moral que nombra esta realidad a través
de la categoría de familias en situación de transnacionalidad (Sánchez,
López, Palacio. 2013). Su identificación se encuentra en el traspaso de
fronteras, la legitimación de la separación física anudada a la búsqueda de
recursos para la sobrevivencia cotidiana, el reto de construir un proyecto
de vida familiar con la formación de un capital social a través de la
educación y de un patrimonio económico, la promesa del retorno o la
reunificación, el mantenimiento de los vínculos afectivos por medio de las
tecnologías virtuales y la movilización de las redes parentales extensas para
garantizar el cuidado familiar. En otras palabras, se presenta una
desterritorialización del hogar local hacia la configuración del hogar glocal,
el escenario y la dinámica familiar corresponden a una descorporización
que pone otras lógicas de conexión emocional (Illouz, 2007) y se evidencia
otras maneras de vivir la experiencia familiar, más allá de la pretendida
tragedia social por la desaparición de la familia nuclear.

2. ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES: entre el lugar y el no lugar de


la familia. Crisis vs Transformación.

Desde la perspectiva analítica planteada, el debate sobre la crisis vs la


transformación de la familia, pone dos cuestionamientos: uno sobre la
naturalización de la familia nuclear como la existencia de la familia y el otro,
a la estigmatización moral de los proyectos de vida individual en el ámbito
de la familia. Dos asuntos que son vistos como dispositivos panópticos de
conservación del modelo familiar nuclear y le dan fuerza al señalamiento
de la crisis de la familia en tanto desintegración y a la negación de sus
cambios y transformaciones, considerados en términos de amenaza y
peligro.

Con respaldo en algunos planteamientos de Z. Bauman (2011) puede


considerarse que el síntoma de la demarcación de ese linde que marca el
grito sobre la crisis y la desintegración familiar y el ocultamiento o negación
de su transformación responde a un dispositivo político de encapsular las
realidades familiares que están situadas en un lugar “liminal o distinto” del
que pauta el orden hegemónico. Estos “no lugares” en términos de Marc
Augé (2000) ponen los cambios y transformaciones en la familia, como un
mundo marginal, sin valores, con desintegración y pérdida de sentido y por
lo tanto, no pertenecen a la funcionalidad social.

En esta línea de análisis, se descifran dos significados que se derivan del


señalamiento de esa disfuncionalidad, marginalidad y exclusión: por una
parte, el estar fuera de cualquier clasificación significativa, es decir, de toda
clasificación orientada por la función y la posición (Bauman. 2011:11). Sin
embargo, el estar fuera marca la referencia a un lugar pero que no es el
establecido, señala lo no significativo para el orden social y de hecho,
contiene la distancia que debe ponerse de esas realidades que confirman
lo que debe ser la familia, es decir, indica la obligación del establecimiento
de desplegar los dispositivos de control para auto conservarse, regular los
mecanismos de protección frente a la amenaza y justificar las acciones de
intervención.

Frente a esto, se despliega la efectividad de los órdenes discursivos


políticos, legales, institucionales y en muchos casos disciplinares, los cuales
argumentan su legitimidad y legalidad en la obligación y quizás, cierta
responsabilidad, de intervenir para mitigar la expansión de la vulnerabilidad
y fragilidad que se le asignan desde el poder hegemónico, a las distintas
opciones familiares, en correspondencia con el modelo familiar nuclear
pautado, incluso desde la constitución nacional; además de lo anterior, los
dispositivos puestos a circular, buscan contener y limitar la expansión de
los discursos y prácticas contra hegemónicas, producto de lo que
consideran la pérdida de valores, la liberación sexual, el feminismo, el
individualismo egoísta, el consumismo, la mercantilización emocional
Por lo tanto, ese lugar marginal o ese no lugar normal sugieren la
denominación de lo extraño, ajeno, lo peligroso, lo amenazante, incluso en
algunas oportunidades el señalamiento de lo ilegal, falta de moral o contra
natura; acciones y comportamientos de familias o sus integrantes que no
corresponden con lo que está reconocido, reputado, valorado legal y/o
socialmente. En otras palabras, estas familias “son un cuerpo extraño que
no se cuenta entre las partes naturales e “indispensables” del organismo
social”. (Bauman, 2011: 12); sin embargo, su existencia es producto de
procesos de la vida social.

El otro significado que se deriva de la realidad familiar distinta o contra


hegemónica, descifra la tendencia a denominarla en términos de una
desviación de la norma, un impedimento legal o una amenaza al orden
social; por este efecto, se recurre a diversos dispositivos que pueden incluir
la criminalización y judicialización, la estigmatización social y moral o el
aislamiento cotidiano.

Finalmente, nombrar a través de la categoría familia, la experiencia


particular de una parentalidad ya sea por alianza, consanguinidad o
decisión legal, la experiencia de construcción vinculante desde la
interacción cotidiana, el reconocimiento de una intersubjetividad donde
entran en juego los intereses individuales y los beneficios colectivos, la
valoración de la diversidad y la diferencia por parentesco, género,
generación, orientación sexual y subjetividad y la legitimidad de la
dimensión humana a través de la formación , protección y ejercicio de los
derechos y la dignidad humana, va más allá de imponer la familia nuclear
como “LA FAMILIA”.

Además, es reconocerle a la familia su realidad histórica, sus cambios y


transformaciones, el papel y el lugar que tiene en un mundo social situado
contextualmente, donde se refractan las situaciones, potencialidades,
oportunidades, tensiones y conflictos de un tiempo social complejo y
diverso.

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