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DIARIO PERFIL

CULTURA
DOS MUESTRAS
Loca pasión desenfrenada por el homenaje
En el MALBA se exhibe “Escuelismo. Arte argentino de los 90”, y en el Centro Cultural Borges,
“Destructivo arte”. Ambas comparten el hecho de ser muestras colectivas y de retomar textos
curatoriales de los 60, la década que no deja de interpelarnos. En la muestra del museo de la
avenida Figueroa Alcorta, hay obras de Pombo, Porter, Macchi y Kuitca, entre otros. Y en las salas
de arte dentro del shopping center del barrio céntrico, trabajos de jóvenes como Luna, Pérsico y
De Río, en homenaje a la muestra del mismo nombre, basada en Aldo Pellegrini.
Por Mercedes Urquiza

Colorido: El diseño de la muestra del MALBA, cuidada hasta el último detalle, en tonos de los
tradicionales cuadernos Rivadavia.
Por diversas razones, la década de 1960 despierta una gran fascinación entre los artistas contemporáneos. La
efervescencia política, social y cultural de aquellos años fue el disparador de un sinfín de experiencias artísticas
de vanguardia (entre ellas las amparadas bajo el ala del legendario Instituto Di Tella), que se definieron por el
gusto por la experimentación y el riesgo estético y conceptual. Complejos, románticos y prolíficos en cuanto a
producción artística, los 60 constituyen un momento histórico irresistible para las nuevas generaciones de
creadores y curadores, que suelen revisitarlo con bastante frecuencia en busca de claves para retratar el
presente.
Este es el caso de dos muestras, recientemente inauguradas, que comparten un mismo punto de partida en
cuanto al guión curatorial. Ambas decidieron tomar episodios sucedidos en la escena del arte argentino de la
década del 60 y utilizarlos como base para elaborar reflexiones actuales, protagonizadas por artistas actuales.
Cada una en su escala y con su propio objetivo narrativo, bucean en textos de reconocidos escritores y críticos
de arte que echan luz sobre el legado de aquellos “años locos”.
El elegante y minimalista edificio del MALBA alberga Escuelismo. Arte argentino de los 90, una muestra
construida en torno de Escuelismo. Modelos semióticos escolares en la pintura argentina, un texto del crítico e
investigador Ricardo Martín Crosa (1927-1993) sobre el rol desempeñado por la retórica de la enseñanza
primaria argentina en la construcción de los universos plásticos de artistas emblemáticos de los años 60, como
Jorge de la Vega, Antonio Seguí y Liliana Porter.
Realizado en 1978 para la galería Arte Múltiple, el texto de este sacerdote, poeta, crítico de arte y profesor de
estética estableció un vínculo entre el imaginario de varios artistas de la generación del Di Tella y las prácticas
propias del repertorio escolar, señalando elementos comunes como el gusto por la manualidad y los collages, y
la obsesión por las iconografías relacionadas con lo infantil, vinculadas a los libros de cuentos, los manuales de
lectura, los mapas y las figuritas. En base a esa hipótesis, la exposición del MALBA se propone volver a pensar el
concepto de escuelismo acuñado por Martín Crosa pero aplicado al arte argentino reciente, en un ejercicio de
relectura que, al mismo tiempo, evidencia similitudes y diferencias entre artistas de distintas generaciones.
Situada en el segundo piso del MALBA, la muestra tiene un excelente diseño de montaje que realza la presencia
de cerca de 60 obras de más de 40 artistas, entre los que se destacan Liliana Porter, Marcelo Pombo, Alfredo
Prior, Liliana Maresca, Guillermo Kuitca, Cristina Schiavi, Jorge Macchi, Elba Bairon, Mónica Girón, Nushi
Muntaabsky, Leo Battistelli, Feliciano Centurión, Daniel Joglar, Miguel Mitlag, Fernanda Laguna y Matías Duville,
entre otros importantes representantes de la escena artística de los años 80 y 90.
Se trata de una interesante y heterogénea selección de pinturas, dibujos, fotografías, videos, objetos e
instalaciones que revelan la presencia de una buena cantidad de recursos formales propios de nuestra tradición
escolar y, por lo tanto, inconfundiblemente argentinos. En su texto, Martín Crosa señala, precisamente, que es
ahí donde debería buscarse el ADN de los artistas locales: “El encuentro con esta realidad que aquí llamé
escuelismo se debió, justamente, a un planteo sobre la originalidad. Mi reflexión versaba en torno de la
posibilidad de un pop-art argentino (auténticamente argentino). Por supuesto que descartaba como art y aun
como pop toda adaptación más o menos nacional de una expresión foránea. Pero si –como creemos– el arte pop
(ular) consiste en la pintura de lenguajes masivos, era pertinente hacerse esta pregunta: ¿existía algún lenguaje
originalmente argentino que se hubiera incorporado de tal modo a la conciencia mediata de nuestros creadores
que estuvieran ya apareciendo en sus obras sin que lo notáramos, sin que lo sospecháramos siquiera, porque
planteábamos la originalidad desde un punto de vista equivocado?”.
La otra exposición está teniendo lugar en el Centro Cultural Borges y se titula Destructivo arte. Se trata de una
selección de artistas jóvenes que desarrollaron obras especialmente para esta muestra a partir de la relectura de
Fundamentos de una estética de la destrucción, un texto escrito en 1961 por el crítico de arte Aldo Pellegrini para
la mítica exposición Arte destructivo, realizada en la no menos mítica Galería Lirolay.
En el marco del Ciclo curadores 1, 2, 3, el curador Carlos Herrera invitó a un grupo de artistas jóvenes a releer el
texto de Aldo Pellegrini (Buenos Aires, 1903-1973) y los documentó con material de la época en que se realizó la
exposición Arte destructivo, en la que participaron Kenneth Kemble, Enrique Barilari, Jorge López Anaya, Antonio
Seguí y Luis Wells, entre otros.
“El impulso que mueve al hombre hacia la destrucción tiene un sentido, y toca al artista revelar ese sentido.
Cualquiera sea la motivación del acto destructivo: el furor, el aburrimiento, la repugnancia por el objeto, la
protesta, ese acto de tener un sentido estético y ese sentido evita que la destrucción –acto procreador– se
transforme en aniquilamiento. Destrucción y aniquilamiento desde el punto de vista del artista son términos
antagónicos. La destrucción de un objeto no lo aniquila, nos enfrenta con una nueva realidad del objeto, la carga
de un sentido que antes no tenía. Toca al artista revelar la universalidad del proceso de destrucción, hacer que se
pierda el miedo al término, depurarlo de contenidos impuros: el odio, el resentimiento, el egoísmo. La
universalidad de la destrucción se revela en que dos objetos que entran en contacto inician inmediatamente un
proceso de mutua destrucción, de ahí que el amor sea el fenómeno de destrucción más ardiente que acontezca
en la relación de dos seres vivos”, planteaba Pellegrini.
A partir de reflexiones como ésta, cobró vida una exposición fresca y lúdica, protagonizada por instalaciones,
fotografías, videos y dibujos de Daniela Luna, Gastón Pérsico, Claudia del Río, Mauro Guzmán, Diego Melero,
Roberto Conlazo, Miguel Mitlag, Alfonso Sierra, Rafael González Moreno, Lobo Velar, Sigismond de Vajay,
Beatriz Vignoli, Alfio Demestre, Raúl Flores, Rosa Chancho, Adrián Villar Rojas, Manuel Ameztoy y Matías
Duville.
Muchas de las obras de la exposición se realizaron a partir de la destrucción de los materiales que iban a
utilizarse para llevarlas a cabo, y el gran acierto de la propuesta del curador reside en el hecho de que la
utilización de materiales de desecho y la estética de la destrucción son elementos muy comunes entre las nuevas
generaciones de artistas plásticos. Por lo tanto, el ejercicio de repensar los postulados de Pellegrini no se da en
clave de homenaje sino dentro de un territorio conceptual absolutamente actual en el que aparecen temas como
la guerra televisada y la violencia urbana que, más que de los años 60, son representativos de los tiempos que
nos tocan vivir.
En el Centro Borges / Homenaje a una emblemática exposición de 1961
DIARIO LA NACION
La destrucción también puede crear obras de arte
Una muestra exhibe la agresividad como técnica de trabajo
Noticia de cultura
Domingo 28 de junio de 2009 | Publicado en edición impresa

Welcome to Miami, de Daniela Luna, sugiere un encuentro y desencuentro amoroso en un cuarto de hotel
Foto: LA NACION / Soledad Aznarez

Laura Casanovas
LA NACION

La idea de destrucción y la de arte se fusionaron hace cinco décadas en nuestro país en la emblemática muestra "Arte destructivo",
que se realizó en la galería Lirolay, en 1961. En estos días, el Centro Cultural Borges presenta la exposición "Destructivo arte", que
no sólo es un homenaje, sino una puesta al día del tema a través de un interesante conjunto de obras de jóvenes creadores.

El curador de la exposición, Carlos Herrera, contó a LA NACION que se propuso "repensar lo violento, lo agresivo en la vida
cotidiana" y cómo la idea de destrucción participa hoy del trabajo cotidiano de los artistas. Así convocó a un grupo de jóvenes artistas
reconocidos, la mayoría de los cuales hizo las obras especialmente para esta muestra.

Lejos del carácter de obra grupal que tuvo la exhibición de los años 60, en la actual, las obras responden a la poética particular de
cada uno de los artistas y de su propia comprensión sobre lo destructivo en el arte.

La instalación de Gastón Pérsico Nunca te prometí un jardín de rosas presenta reproducciones industrializadas de esculturas rotas,
imágenes de revistas, postales y otros materiales para hacer "una lectura transversal del aporte estético del capitalismo", según sus
palabras.

Otra instalación es la que realizaron en conjunto Rafael González Moreno y Lobo Velar, que reproduce un baño como espacio, que
traduce la interioridad. Así se combinan los mosaicos de Moreno hechos con juguetes derretidos con los collages de Lobo, que
presentan radiografías de su propio cuerpo.

Sentido del humor


En el texto del catálogo de la exposición de los 60, el poeta y crítico de arte Aldo Pellegrini expresaba: "La destrucción del artista no
es el acto brutal y sin sentido que determina el odio; es un acto que tiene sentido, y este sentido lleva la marca indeleble del humor".

El humor reaparece en la muestra actual. Al ingresar en la sala, el público se enfrenta con un piano vertical de madera del colectivo
de artistas Rosa Chancho, cuyas teclas se mueven solas siguiendo la partitura de la pieza El gran simulador , lo que produce a la vez
gracia e inquietud.

En tanto, Mauro Guzmán en su obra destruye íconos artísticos. También está la instalación de Adrián Villar Rojas, Lo que el fuego
me trajo , que presenta tablas de madera quemadas con dibujos aerografiados que recrean un mundo fantástico.

El ideólogo de la exposición "Arte destructivo" de 1961 fue el artista argentino Kenneth Kemble, quien se propuso canalizar la
tendencia destructiva del hombre en "una experiencia artísticamente inofensiva". Se trató de una propuesta insólita cuyas piezas
exhibidas no se correspondían con la noción de obra de arte de la época y tampoco tenían una "bella apariencia": ataúdes gastados
por el tiempo, pinturas destruidas, un sillón abierto por un profundo tajo, paraguas rotos que colgaban del techo, cabezas humanas
de cera desfiguradas por el fuego.

En la muestra participaron grandes nombres de la plástica de nuestro país como Luis Wells, Antonio Seguí, Enrique Barilari, Silvia
Torras, Jorge López Anaya, Olga López y Jorge Roiger, además de Kemble.

En el Borges, la destrucción está vinculada con el proceso de trabajo y el empleo de los materiales.

El día de la inauguración tuvo lugar por única vez la performance de Diego Melero y una acción de Roberto Conlazo, Miguel Mitlag y
Alfonso Sierra. De ambas propuestas, que despliegan contenidos políticos, se pueden ver los restos.

Completan la exposición obras de Alfio Demestre, Daniela Luna, Claudia del Río, Sigismond de Vajay, Raúl Flores, Beatriz Vignoli y
Matías Duville. Se pueden ver en Viamonte esq. San Martín hasta el 26 de julio.

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