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Universidad El Bosque – Programa de Filosofía

Carlos Mario Moreno – Filosofía Contemporánea I

La desacralización del Ano

La sociedad en la que vivimos se está secularizando cada vez más. Estamos viviendo
una época delirante en cuando a libertad sexual se refiere, algo nunca antes pensado por
nuestros antepasados. Byung-Chul Han le llama a esta época La agonía del Eros, George
Bataille intenta rastrearla y explicarla en Las lágrimas de Eros, yo prefiero llamarla la época
de la sacralización del ano.

Hay un autentico interés en la actualidad hacía el ano. Cada vez aumentan más los
ritos alrededor de ese órgano del que se procura no hablar en público, pero el interés es
real. Es común, en algunos sectores supersticiosos de la sociedad, practicar la anomancia,
el arte de adivinación por medio del ano. Está en aumento la cifra de personas, de todos
los géneros, que recurren al cirujano plástico para practicarse un blanqueamiento anal, un
procedimiento estético que en algunos países han televisado en vivo y en directo. Hay todo
un mito alrededor de la relación entre fertilidad y el tamaño de las nalgas, la mayoría de los
hombres dicen sentirse más atraídos por las mujeres con nalgas grandes y algunas mujeres
prefieren a su pareja masculina con nalgas firmes y marcadas, perfeccionadas en gimnasios.

Los personajes de la novela Porno escrita por Irvine Welsh se involucran en el


negocio de producción de videos pornográficos que crece velozmente en Edimburgo. Simon
Williamson, que siempre esta maquinando negocios, y Nikki Fuller-Smith, estudiante de cine
de día y trabajadora del sexo por las noches, juntos con sus demás amigos emprenden la
tarea de hacer una película pornográfica con la calidad necesaria para ser vendida
internacionalmente y subida a internet. En una discusión acerca de las escenas que
involucran sexo anal, estos dos personajes discurren alrededor del asunto que despierta
este interés por el ano en los individuos de la actual sociedad,

« […] Pensémoslo. A ver, ¿de dónde procede toda esta obsesión anal?».

«Ah, sí, es perfecta para el tipo de sociedad en que vivimos, absorta en sí misma,
con la cabeza metida en el culo», […].
« […], cariño, procede toda ella del porno. Estos cabrones son los auténticos
pioneros. La pornografía estornuda y al día siguiente la cultura popular anda refriada.
La gente quiere sexo, violencia, comida, animales domésticos, bricolaje y
humillación. Démosle todo. Fijaos en la telehumillación, mirad los periódicos y
revistas, fijaos en el sistema de clases, en los celos, en la amargura que rezuma
nuestra cultura: en Gran Bretaña queremos ver cómo le dan por culo a la gente»
[…]. (Welsh, 229 - 230).

En cierto aspecto esta pregunta tiene importancia para entender nuestra actualidad, “¿de
dónde procede toda esta obsesión anal?”. Y la respuesta del personaje de la novela no está
lejos de un buen razonamiento, la pornografía representa todo un desafío para la cultura
actual porque expone el misterio de la sexualidad dándole un valor de exposición1, alejando
al sexo, al ano, de su misterio2 y el tabú que lo encubría. El mismo Simon Williamson parece
tener clara una respuesta:

«Verás, Rab, se debe a lo que sentimos respecto a nuestros ojetes. Como especie
ahora creemos que si el alma está localizada en alguna parte de nuestro cuerpo, es
en el culo. Ahí es donde todo va a parar. Encaja. Por eso estamos obsesionados con
chistes anales, sexo anal, pasatiempos anales…, el ojete, no el cerebro ni el espacio,
es la última frontera. Eso es lo que nos convierte en revolucionarios» (Welsh, 228).

El interés actual por el ano radica, pues, en una forma de culto hacia este órgano que puede
producirnos placer. El placer está relacionado con el consumismo y el poder de adquisición.
De tal forma que parece, en algún sentido, curioso e interesante preguntarse por “toda esta
obsesión anal” y la manera en que nuestra sociedad se está organizando alrededor de ella.

Foucault aboga por considerar a la modernidad, más que como un tiempo histórico,
como una actitud. Es decir, como un modo de relación con el presente, con la actualidad3 y
con relación a uno mismo. Esta actitud debe considerarse como una manera de pensar,
actuar, sentir y conducirse que se presenta como un quehacer4 que está en constante lucha
con actitudes de “contra-modernidad”. La actitud moderna consiste en “captar lo que hay
de heroico en el momento presente” (Foucault, 1993:11). Pero, no debe entenderse como

1
Han, 50.
2
Ibíd., p. 52.
3
Foucault, 1993:11.
4
Ibíd.
la sacralización de un momento que se debe perpetuar5; por lo contrario, captar lo heroico
es ironizar el momento, es transformarlo a través de una marca que contraste con él, es
decir lo contrario a lo que el momento quiere dar a entender y eso implica tomarse a uno
mismo como “objeto de una elaboración compleja y dura” (Foucault, 1993:13), es aceptar
que la subjetividad característica de nuestro momento presente es el resultado de un
proceso histórico. Por lo tanto, la actitud moderna debe entenderse como problematizar
nuestra relación con el presente, nuestra constitución como sujetos, como una crítica
permanente a nuestro ser histórico6.

Esta crítica tiene dos aspectos, para Foucault, un aspecto negativo y un aspecto
positivo. El aspecto negativo de la crítica como actitud moderna se concentra en un análisis
de nosotros mismos debido a que hemos sido determinados históricamente7. La crítica
negativa se caracteriza por ser un trabajo de investigación histórica y debe orientarse al
discernimiento y rechazo de lo que es y no es indispensable para la constitución de nuestra
subjetividad8. No obstante, y aquí entra el aspecto positivo de la crítica, no se trata de solo
rechazo sino de reflexión acerca de lo que se debe rechazar de nuestra ontología histórica.
Por esa razón, también la crítica es discernimiento en cuanto a cuáles de esas cosas que
constituyen nuestra subjetividad son necesarias, contingentes o arbitrarias9. De ninguna
manera la crítica tiene pretensión de prescribir acciones morales o una estructura universal,
“[…] sino que extraerá, de la contingencia que nos ha hecho ser lo que somos, la posibilidad
de no ser ya, o no hacer, o no pensar lo que somos, hacemos o pensamos” (Foucault,
1993:15).

Es en este sentido que resulta importante pensar acerca de nuestra sexualidad y los
tabú que la rodean, particularmente respecto al ano. En especial porque, como ya lo decía
Freud, “la zona anal ha perdido su significación erótica en el curso de la evolución” (Freud,
154). ¿Cómo nuestra sexualidad ha llegado a ser lo que es hoy? ¿De qué manera una
determinada concepción de lo sexual y el placer han determinado nuestras prácticas
sexuales actuales? ¿Por qué algunas zonas del cuerpo están cargadas por un discurso de
pudor y vergüenza? ¿Por qué ha sido necesario controlarlas y que se nos dicten la forma en

5
Ibíd., p. 12.
6
Ibíd., p. 13.
7
Ibíd., p. 14.
8
Ibíd.
9
Ibíd., p. 15.
que deben usarse? Todas estas preguntas exigen de nuestra parte una actitud moderna
frente al momento que estamos viviendo. Por este motivo necesitamos de una actitud crítica,
esa que la filosofía puede aportar, para discernir y rechazar aquello que inhibe nuestra
posibilidad de hacer, pensar o ser lo que podemos ser extrayendo aquello que la
contingencia ha querido que seamos; en otras palabras, la posibilidad de constituirnos como
seres autónomos.

Para Freud, la educación cultural ha hecho que perdamos la forma de utilizar para
nuestro placer algunos órganos del cuerpo como el ano. Según él, eso ha provocado que se
pierda el erotismo de esos órganos y parezcan inutilizables para fines sexuales:

[…] el erotismo anal pertenece a aquellos componentes del instinto que en el curso
de la evolución y en el sentido de nuestra actual educación cultural resultan
inutilizables para fines sexuales no parece muy aventurado reconocer en las
cualidades que tan frecuentemente muestran reunidos los individuos cuya infancia
presentó una especial intensidad de este instinto parcial […] los resultados más
directos y constantes de la sublimación del erotismo anal. (Freud, 155).

No necesitamos aceptar los postulados del psicoanálisis para estar de acuerdo en este punto
con Freud, al menos concediéndole que la forma en que usamos nuestro cuerpo ha sido
permeada por nuestra educación cultural. Eso explica la adopción del dicho popular: “la
dominación entra por la bacinica”, y es que Freud narra esa dominación llevada a cabo en
la infancia por parte de la sociedad en la que se encuentra el individuo que le dicta al niño
cuándo debe ir al baño y en qué lugar debe hacer su deposición:

[…] el niño de pecho puede conducirse según su voluntad propia en lo que respecta
a la defecación, y que la educación se sirve, en general, de la aplicación de dolorosos
estímulos sobre la región vecina a la zona erógena anal para doblegar la obstinación
del niño e inspirarle docilidad. (Freud, 156).

El hecho de que el infante pueda “conducirse según su voluntad” o muestre ya una conducta
porfiada ante la deposición de sus heces revela que el término dominación no es usado de
manera arbitraria. Tal vez esa sea la razón, como lo afirma Freud, que “el interés
primitivamente erótico, dedicado a la defecación, se halla destinado a desaparecer en la
madurez” (Freud, 157).
Dicho de otra manera, desde la infancia ya hay quienes nos dictan cómo debemos
usar el ano. Esa forma implícita de dictar las normas por parte de la educación cultural
respecto al ano, tácitamente excluye otro tipo de usos que se le puede dar a ese órgano.
Por esta razón Freud afirma que el interés erótico que encuentra el lactante en su zona anal
va desapareciendo al hacer inexplorable esa zona para otras formas de uso en una edad
futura y por eso queda categorizada fuertemente a la represión y privacidad.

El modo en que hoy vivimos nuestra sexualidad se empezó a configurar en los


primeros siglos del cristianismo. Foucault retoma este asunto en Historia de la sexualidad
donde hace un estudio de los estoicos y la patrística cristiana de los primeros siglos. En este
trabajo de investigación histórica, Foucault nota que las pautas que regulan el
comportamiento sexual de la edad Moderna se formaron en la construcción de una
subjetividad que se alejaba del deseo y de lo erótico en su afán estoico de separar a lo
natural del placer. El primero de los cristianos en escribir un tratado acerca de las normas y
las conductas sexuales fue Clemente de Alejandría en su obra El Pedagogo10. Clemente es
considerado un padre de la Iglesia Católica, pero en su obra no parece encontrar los
principios de su moralidad respecto a la sexualidad en los escritos apostólicos o hebraicos.
Más bien, se apoya, usando bastantes referencias, en los estoicos paganos11. A Clemente le
interesó tratar asuntos como las relaciones sexuales, el matrimonio, la procreación y la
continencia12. Clemente condenaba las relaciones que consideraba “contra natura” y por eso
se apoya usando citas de los moralistas estoicos paganos que, al igual que él, intentan
relacionar la naturaleza con lo moral rastreando en ella una norma de conducta; además,
Clemente, a diferencia de los moralistas paganos, introduce nociones cristianas a estos
elementos estoicos queriendo hacer una trilogía entre la naturaleza, la razón y los escritos
judíos y cristianos13. De tal manera que históricamente, es Clemente de Alejandría el primer
cristiano en escribir una obra que tratara de las reglas de conductas sexuales en el
Cristianismo.

Clemente ve en el orden de la naturaleza al orden de Dios en la creación. Ese orden


supone una forma de razonar que debe ser imitado por los creyentes y encontrarse en
concordancia con las escrituras apostólicas y judaicas. En ese empeño, Clemente toma

10
Foucault, 2003.
11
Ibíd.
12
Ibíd., p. 2.
13
Ver, Foucault, 2003, Cap. 1.
ejemplos de conducta de algunos animales en la naturaleza para mostrarlos como ejemplos
a seguir o a rechazar por parte de los creyentes:

Los ejemplos que Clemente toma del libro animal son lecciones negativas. La hiena
y el conejo enseñan lo que no hay que hacer […]. En cuanto al conejo, pasaba por
adquirir cada año un ano suplementario y por hacer, con sus orificios de este modo
multiplicados, el peor uso. Aristóteles desestimó estas especulaciones y, desde
entonces, pocos naturalistas les concedían todavía crédito. (Foucault, 2003)

A través de las costumbres de animales los naturalistas podían leer normas de conductas.
El asunto con la hiena se debía a que en ese tiempo se pensaba que la hiena era
hermafrodita, tenía los dos sexos y de un año a otro los alternaba haciendo el papel de
macho o hembra. Sin embargo, Clemente usa a Aristóteles para aclarar el asunto con las
hienas indicando que no tienen los dos sexos, sino que las hienas tienen una excrecencia
de carne detrás de sus colas que se parece a un sexo femenino, pero no es ningún agujero
ni conducto. Empero, las hienas tienen esa carnosidad debido a que ellas naturalmente son
viciosas. Para Clemente, “la propensión «excesiva» por el placer, que caracteriza
naturalmente a la hiena, [causa que] la naturaleza ha respondido con una anatomía excesiva
que permite relaciones «excesivas»” (Foucault, 2003). De tal manera que Clemente concluía
que iba contra la naturaleza las aptitudes sexuales de las hienas, era una disposición natural
pero excesiva que hacían a las hienas reproblables y con órganos excedentes que no servían
para nada. (Cf. Foucault, 2003).

De esta manera el sexo anal era reprobado porque iba contra la naturaleza ya que
no servía para la procreación de progenie. Resulta sorprendente que el único pasaje en la
Biblia que habla de las actividades contra naturaleza sea un pasaje oscuro y de difícil
interpretación puesto que se puede inferir de él muchas conclusiones prejuiciosas. A
continuación, cito el pasaje:

[…] Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues aun sus mujeres cambiaron las
relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Del mismo modo también
los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se encendieron en su lascivia
unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo
en sí mismos la retribución debida a su extravío. (PDT, Romanos 1.26,27).
Tal vez, debido a ese pasaje bíblico y a su elasticidad interpretativa es que las afirmaciones
de Clemente pudieron ser bien recibidas por el mundo cristiano.

Hay que mencionar, además, que un escrito apócrifo conocido como la Epístola de
Bernabé14 no solo condena los ejemplos de la hiena y el conejo, sino que agrega otros
animales como el milano, el cuervo, la anguila, el pólipo, la vaca y la comadreja, y prohíbe
comerlos:

Encontramos estas explicaciones en la Epístola del Pseudo-Bernabé: «“No comerás


conejo”. ¿Por qué? Esto quiere decir: no serás corruptor de niños y no incitarás a la
gente de este tipo, porque la liebre adquiere cada año un ano nuevo» (X, 6).
(Foucault, 2003: Cap. 1 Nota 65).

En esa Epístola se indica, según Foucault, que “las aves de presa significan la avidez de
despojar a los demás, el conejo significa la corrupción de hijos, la hiena el adulterio, la
comadreja las relaciones orales” (Foucault, 2003).

Así mismo, Clemente va más allá haciendo una relación lógica entre los términos
vergonzoso (aidoios) y los órganos genitales (aidos). Clemente infiere que debido a esa
relación terminológica los órganos genitales deben ser usados con reserva y pudor15. Por
eso, Clemente de Alejandría elabora toda una prescripción de la ética del matrimonio y una
economía muy detallada como lo deja ver Foucault en su obra de las relaciones
sexuales16, lo cual constituye un régimen al que las personas cristianas y morales que
quieren pertenecer a la Iglesia deben someterse. Sin embargo, es Agustín de Hipona el que
va a radicalizar ese régimen a través de un cristianismo más austero y con un total rechazo
a lo sexual y erótico17. Esa radicalización respecto a la censura de lo sexual y sus usos se
debe a la introducción de dispositivos de control como la confesión, la penitencia, etc.,

[…] es en el curso de sus desarrollos ulteriores [del cristianismo] y a través de la


formación de ciertas tecnologías del individuo —disciplina penitencial, ascesis
monástica— como se constituyó una forma de experiencia que hizo jugar el código

14
Cf., Foucault, 2003, Cap. 1.
15
Ibíd.
16
Ibíd.
17
Las Confesiones permiten ver la línea de austeridad que se propone Agustín de Hipona.
sobre un nuevo modo y le hizo tomar cuerpo, de una manera completamente
diferente en la conducta de los individuos. (Foucault, 2003).

Por lo tanto, cuando el cristianismo se relacionó con el estoicismo, y al radicalizarse


con el neoplatonismo agustiniano, proveyó los dispositivos y regímenes que controlarían los
usos de los órganos respecto a lo sexual y lo erótico. Con Clemente de Alejandría empezó
a relacionarse a los órganos sexuales con la vergüenza y el recato. También hay claramente
una separación entre lo animal y lo humano, el placer y la naturaleza, en lo sexual. Ahora
bien, en el Cristianismo lo erótico no puede estar relacionado con la procreación por ser un
acto espiritual y divino18 y en eso consiste la conciencia de ser humano. Bataille relaciona
esa conciencia con un erotismo que va implícito en ella, así lo explica Perniola:

[…] la angustia y el asco que el hombre experimenta […] frente a sus excreta, es
decir, frente a sus emisiones excrementicias, es ajeno al animal y representa un
aspecto esencial de la toma de conciencia de la humanidad. (Perniola, 155).

Para Clemente, el mal ejemplo animal está en el uso de lo sexual que trasgrede lo
natural. En el humano los órganos genitales solo pueden tener un uso para la procreación
y no usarlo de esa manera es darle un uso que va contra la naturaleza, no hay que seguir
el ejemplo de la hiena. Es en ese sentido que el hombre es una imagen de Dios porque
puede procrear y continuar con la creación que Dios empezó.

Empero, resulta extraño que para estos primeros cristianos las relaciones sexuales
no se entiendan con el erotismo que se explicita en varios pasajes bíblicos, tales como:

Así que sé feliz con tu esposa, disfruta a la mujer con la que te casaste de joven;
hermosa cervatilla, gacela encantadora. Que sus senos te satisfagan por completo,
que su amor te apasione para siempre. (PDT, Proverbios 5.18 – 19).

El hombre debe satisfacer a su mujer en todo lo que ella necesita como esposa. De
la misma manera, la mujer con su esposo. La mujer no tiene autoridad sobre su
propio cuerpo, sino su esposo. Asimismo, el esposo no tiene autoridad sobre su
propio cuerpo, sino su esposa. No se nieguen a entregarse el uno al otro, a menos
que se pongan de acuerdo para no tener relaciones sexuales por un tiempo y
dedicarse a la oración. Pero después únanse de nuevo para que Satanás no pueda

18
Cf., Foucault, 2003, Cap. 1.
tentarlos en caso de que ustedes no puedan contener el deseo sexual. (PDT, 1
Corintios 7.3 – 5).

Por lo tanto, creo que es evidente que el cristianismo al mezclarse con estoicismo resultó
haciendo una separación entre lo sexual y lo erótico, la naturaleza y el placer. La pureza
que se le suponía a la razón era adversa al placer y evitaba el sexo por ser algo sucio19,
excepto en la procreación que tiene una actuación divina y trascendental. Allí los órganos
genitales quedaron relegados a un uso particular y específico, la procreación, y separados
de placer y el erotismo. Bajo esta dicotomía se configuraron las prácticas sexuales que
resultaron permitidas y dictadas por la Modernidad.

Las cosas que pertenecían a los dioses eran sustraídas al libre uso de los hombres20.
De tal manera que un sacrilegio era aquello que infringía ese uso exclusivo o indisponibilidad
que relegaba a la cosa solo a los dioses21. Ese fue el propósito de Clemente y otros padres
de la Iglesia, separar los órganos genitales para uso exclusivo de lo divino, en el que Dios
como Logos usa el cuerpo del hombre para la procreación. Clemente desarrolla toda una
fisiología para explicar por qué los órganos genitales solo deben ser usados para la
procreación y no para el placer,

Si el cuerpo es tan violentamente agitado en la emisión de semen, es porque se


encuentra separado de él y arroja una sustancia que contiene en sí misma las
razones materiales que permitirán hacer otro hombre semejante a aquel de quien
proviene. Se percibe aquí la tendencia, que era frecuente en la Antigüedad, a hacer
de la eyaculación algo simétrico al parto. Pero citando a Adán, a quien Dios acaba
de arrancar una costilla en su sueño para hacer de ella su compañera, Clemente
evoca claramente la «colaboración» de Dios en esta obra de carne puramente
masculina. La prescripción de no abusar de ella no concierne por tanto únicamente
a la prudencia de los cuerpos. La conmoción necesariamente costosa de la emisión
de semen se refiere a la gravedad indispensable de esta sinergia. (Foucault, 2003).

19
Han, 47.
20
Agamben, 97.
21
Ibíd.
La procreación es un acto en donde participa Dios, un acto que ocurre en las relaciones
sexuales y por eso, estas deben estar apartadas para Dios en el matrimonio para la
procreación.

Por esa razón, mostrar los órganos genitales es una actitud desafiante.
Etimológicamente lo grosero es aquello relacionado con un gesto fuerte y falta de cuidado22,
es un gesto que devela aquello que debe estar reservado, avergonzado. Así mismo Freud
ve en la expresión de mostrar los órganos genitales una actitud desafiante y grosera:

Como expresión del terco desafío se emplea aún entre nuestras clases populares una
frase en la que el sujeto invita a su interlocutor a besarle el trasero, o sea, en
realidad, a una caricia que ha sucumbido a la represión. El gesto de volver la espalda
al adversario y mostrarle el trasero desnudo es también un acto de desafío y
desprecio, correspondiendo a aquella frase. (Freud, 156).

Pero este tipo de actitudes no son más que reflejos de la educación cultural que hemos
recibido respecto al ano. Estas actitudes manifiestan la dicotomía entre el órgano/erotismo,
naturaleza/placer en la medida en que rompen con el uso que se nos ha dictado que debe
dársele a este órgano.

Los órganos genitales sucumben siempre al placer y seguramente no se debe a algo


contra natural. Pero la gran pregunta es de donde viene la relación entre placer y órganos
sexuales. No puede venir del cristianismo, por la razón de que el cristianismo introduce con
originalidad y vuelve universal aquello que los moralistas paganos no pudieron. A saber, la
separación entre placer y naturaleza. Y es precisamente ese el aspecto que Bataille resalta:
“uno de los aspectos originales del cristianismo ha sido precisamente el de conectar
fuertemente el erotismo con el mal: se vuelve «el mal inexpiable», «una esencia del mal».
Así, el cristianismo confiere al erotismo una dimensión soberana que era extraña a la
Antigüedad” (Perniola, 161). Probablemente, el placer que se obtiene a través de los
órganos genitales se deba a la prohibición, como dice Bataille; no obstante, parece algo más
bien relacionado con la naturaleza humana, y en esto podemos estar de acuerdo con Freud
cuando resalta el placer que el niño experimenta en su deposición,

22
Tomado de http://etimologias.dechile.net/?grosero
Parecen haber pertenecido a aquellos niños de pecho que se niegan a defecar en el
orinal porque el acto de la defecación les produce, accesoriamente, un placer, pues
confiesan que en años algo posteriores les gustaba retener la deposición, y
recuerdan, aunque refiriéndose por lo general a sus hermanos y no a sí propios, toda
clase de manejos indecorosos con el producto de la deposición. De estos signos
deducimos una franca acentuación erógena de la zona anal en la constitución sexual
congénita de tales personas. (Freud, 154).

Para Bataille el erotismo tiene su esencia en la iconoclasia y por eso no puede


separarse de la dicotomía sembrada por el cristianismo estoico. El erotismo es para él la
ruptura entre lo religioso, lo que debía ser cuidado con pudor, y el uso y la libertad de
expresar el deseo,

[…] la experiencia de la sexualidad como mal y la expiación que ésta supone. La


violación de las formas, la transgresión de las normas es difícilmente separable de la
noción cristiana del pecado y del presupuesto oculto de que el pecado por excelencia
es aquel sexual. (Perniola, 161).

A diferencia de lo que el sentido común podría suponer, para Bataille no se puede desligar
lo erótico de lo prohibido, lo sexual de lo misterioso. La razón por lo que lo prohibido resulta
sexualmente atrayente se debe porque hay una negación de aquello que ya le era implícito
a la cosa prohibida. Lo erótico siempre está acompañado de misterio23. Y quizás en esa
conclusión Freud y Bataille estén de acuerdo, lo prohibido implica un ocultamiento del deseo,
“La pulcritud, el orden y la escrupulosidad hacen la impresión de ser productos de la reacción
contra el interés hacia lo sucio, perturbador y no perteneciente a nuestro cuerpo” (Freud,
156). El deseo siempre está conectado con el vértigo causado por la experiencia tragi-cómica
de lo imposible que se realiza24. El sexo anal prohibido por el cristianismo estoico, debido a
que no contribuía a la procreación, paso a ser deseado y erótico por lo que encerraba su
censura más que por atracción natural hacia lo anal. El acto sexual por eso tiene un
sentimiento de pesadez, de malestar, eso lo constituye erótico ya que su deseo es lo
prohibido. Para Bataille, los órganos genitales parecen llagas a punto de supurar, sus

23
Han, 52.
24
Perniola, 156.
deyecciones son realmente avergonzantes y feas25. Perniola explica la postura de Bataille
de la siguiente manera:

El disgusto que provocan la descomposición de la carne, la sangre menstrual, las


deyecciones intestinales, el pulular inmundo de las materias móviles, fétidas y tibias
en donde termina y comienza la vida, presenta una afinidad profunda con el deseo
erótico, a pesar de la dificultad de tomarlo y determinarlo en su esencia. (Perniola,
156).

Giorgio Agamben indica que la consagración de las cosas y sus usos exclusivos a los
dioses correspondía a una sacralización del objeto en cuestión. En ese sentido, profanar
significa cambiar el uso exclusivo del objeto de los dioses al uso libre de los hombres26. Así
que una cosa profana o libre es aquella de la cual los hombres hacen libre uso. Por eso
Agamben ve una relación entre usar y profanar. La profanación se da necesariamente a
través del uso o reuso libre del objeto o cosa sagrada27. Así Sade, que come
excrementos de una dama, transgrede y profana el uso exclusivo de las excreciones del ano
y practica el erotismo en su libertinaje profanador28. Las heces, pues, simbolizan aquello
que ha sido separado y puede ser restituido al uso común29, Agamben explica en qué
consiste esta separación de la siguiente manera:

La separación se lleva a cabo también, y sobre todo, en la esfera del cuerpo, como
represión y separación de determinadas funciones fisiológicas. Una de éstas es la
defecación, que, en nuestra sociedad, es aislada y escondida a través de una serie
de dispositivos e interdictos (que tienen que ver tanto con los comportamientos como
con el lenguaje). ¿Qué querría decir profanarla defecación? No ya reencontrar una
pretendida naturalidad, ni simplemente gozar de ello en forma de trasgresión
perversa (que es sin embargo mejor que nada). Se trata, en cambio, de alcanzar
arqueológicamente la defecación como campo de tensiones polares entre la
naturaleza y la cultura, lo privado y lo público, lo singular y lo común. Es decir:
aprender un nuevo uso de las heces, como los niños intentaban hacerlo a su manera,
antes de que intervinieran la represión y la separación. (Agamben, 112 – 113).

25
Perniola, 157.
26
Agamben, 97.
27
Ibíd.
28
Han, 49.
29
Agamben, 113.
Por lo tanto, la profanación ha de suprimir la prohibición, la censura y la represión a la que
el dispositivo teológico sometió las cosas30.

Empero, Agamben indica que cuando las cosas separadas conservan un núcleo
religioso no se le puede llamar profanación porque aún tiene relación con lo divino, sino que
prefiere denominarlo como secularización. La secularización es aquello que está separado
por lo divino pero que es usado, aun así, por los hombres. (Cf, Agamben, 102). El erotismo
como transgresión en el sentido de Bataille todavía sigue relacionando a la sexualidad, el
placer y lo erótico, con la divinidad. Al ser la prohibición la esencia de lo erótico, no podemos
afirmar con Agamben que se realiza una profanación en la práctica erótica. Antes bien, hay
una secularización en la que lo sexual y lo erótico aún no se han separado como
perteneciente solo a los hombres y a su libre uso, sino que sigue conectado lo religioso con
lo erótico a través del vínculo de la prohibición o el dispositivo moral. No es posible afirmar
todavía que hay un restablecimiento de la cosa sagrada.

Por ejemplo, el capitalismo es secularización de la religión según Agamben31. Así


mismo lo afirma Walter Benjamin en El capitalismo como religión, en donde observa al
capitalismo no solo como la secularización de la fe protestante sino como una religión cultual
de la Modernidad32:

En su forma extrema, la religión capitalista realiza la pura forma de la separación,


sin que haya nada que separar. Una profanación absoluta y sin residuos coincide
ahora con una consagración igualmente vacua e integral. Y como en la mercancía la
separación es inherente a la forma misma del objeto, que se escinde en valor de uso
y valor de cambio y se transforma en un fetiche inaprensible, así ahora todo lo que
es actuado, producido y vivido incluso el cuerpo humano, incluso la sexualidad,
incluso el lenguaje son divididos de sí mismos y desplazados en una esfera
separada que ya no define alguna división sustancial y en la cual cada uso se vuelve
duraderamente imposible. (Agamben, 107).

El capitalismo como potente secularizador da lo divino prohibido, santo y sacralizado, a los


hombres para que lo usen, sin que las cosas sacras pierdan su consagración. Esa esfera,

30
Ibíd.
31
Agamben, 106.
32
Ibíd.
esa práctica cultual de la religión del capital se llama consumo. En el capitalismo, lo sagrado
no deja de serlo y aunque los hombres puedan emplearlo, no es un verdadero libre uso
porque no pertenece a su cotidianidad. El consumo hace improfanable33 a lo sagrado y por
más que los hombres lo reclamen para su posesión siempre lo sagrado seguirá siendo
pertenencia de los dioses; así que “el capitalismo no es más que un gigantesco dispositivo
de captura de los medios puros, es decir de los comportamientos profanatorios” (Agamben,
114).

El consumismo capitalista aniquila la sexualidad e introduce la pornografía34. Lo


obsceno en el porno no es erótico porque pertenece a lo sexual secularizado por el
consumismo capitalista. La pornografía aleja el misterio de lo genital y lo erótico para
convertirlo en exhibición35, “el capitalismo intensifica el progreso de lo pornográfico en la
sociedad, en cuanto lo expone todo como mercancía y lo exhibe” (Han, 52). La
secularización de lo sexual ha desbordado en una gran difusión de la pornografía volviendo
rancia toda representación meramente simbólica de la sexualidad36, ya no existe deseo
porque se ha perdido el misterio en la exhibición y lo prohibido ha dejado de serlo para
secularizarse en manos de los humanos sin pertenecerles por completo. Tal vez con razón
hablan los personajes de Porno cuando describen una escena pornográfica:

«Cierto», dice Rab, […] «tenemos que recordar que se trata de una puesta en escena
del sexo, no de sexo real, y que sólo es un número de feria. A ver, ¿en la vida real
quién tiene penetraciones triples en su vida sexual?» (Welsh, 228).

Queda, pues, ilustrado como el consumismo mantiene la dicotomía entre los órganos
genitales y lo erótico, lo natural y el placer, lo sexual y el misterio. Esta disolución que
ocasiona la pornografía ya no es sexo, la pornografía ha vuelto banal el proceso de
profanación de los órganos genitales. En el capitalismo ya no es posible arrancarle los
órganos genitales a la divinidad para uso común de los hombres y los ha hecho
improfanables37. De tal manera que parece, además, que el sexo real ha tomado una

33
Ibíd., p. 107.
34
Han, 47.
35
Ibíd., p. 52.
36
Perniola, 163.
37
Agamben, 118.
modalidad porno38 haciendo que el consumo solitario y desesperado de la imagen
pornográfica sustituya la promesa de un nuevo uso de los órganos sexuales39.

Todo dispositivo de poder es siempre doble: él resulta, por un lado, de un


comportamiento individual de subjetivación y, por el otro, de su captura en una
esfera separada. […] Por esto es necesario arrancarles a los dispositivos a cada
dispositivo la posibilidad de uso que ellos han capturado. La profanación de lo
improfanable es la tarea política de la generación que viene. (Agamben, 118 -119).

En otras palabras, la pornografía es el dispositivo del consumismo para el control de lo


sexual. Por eso nuestra actualidad está rodeada de una sacralización del ano, porque es lo
que ha dictado la pornografía, la obsesión anal se debe a que cuando “la pornografía
estornuda, al día siguiente la cultura popular anda refriada”.

La única salida de la secularización de lo sexual por parte del consumismo es la


desacralización. La separación de lo sexual, de lo erótico, de lo anal con respecto al ritual
que los rodea. El aura y los espacios rituales deben ser destruidos para que la ola
pornográfica invasora se desprenda del control de lo sagrado y lo erótico. La forma más
clara que se nos aparece para acabar con esos rituales y desacralizar los órganos genitales
es haciéndonos de un cuerpo sin órganos.

Deleuze y Guattari proponen hacerse un cuerpo sin órganos en el que no haya un o


unos órganos exclusivos para el placer y órganos cuyas funciones son susceptibles de ser
determinadas. Un cuerpo sin órganos no puede estropearse por las directrices
funcionalistas,

[…] el organismo humano es escandalosamente ineficaz; en lugar de una boca y de


un ano, que corren el riesgo de estropearse, ¿por qué no podría haber un sólo orificio
polivalente para la alimentación y la defecación? (Deleuze & Guattari, 156).

Un cuerpo sin órganos es un continuo de placer, dolor, o sensaciones y no depende de


funciones especificadas, que caracterizan lo litúrgico y al rito,

[…] el masoquista se hace coser por su sádico o su puta, coser los ojos, el ano, el
uréter, los pechos, la nariz; se hace inmovilizar para detener el ejercicio de los

38
Han, 48.
39
Agamben, 118.
órganos, despellejar como si los órganos dependieran de la piel, sodomizar, asfixiar
para que todo quede herméticamente cerrado. (Deleuze & Guattari, 156).

El cuerpo sin órganos suprime a lo fantasmagórico y el fantasma en la escena sexual y de


la escena cotidiana. Los significados y subjetivaciones desaparecen y son contenidos en el
cuerpo sin órganos. “Los órganos pierden toda constancia, ya se trate de su emplazamiento
o de su función, [...] por todas partes aparecen órganos sexuales, brotan anos, se abren
para defecar, luego se cierran, [...]” (Deleuze & Guattari, 159).

El problema que plantea la sacralización del ano es su exclusividad, por eso es


venerado, y se debate entre su función excretora y sexual; nótese que de ambas funciones
se obtiene placer y ya eso por sí mismo representa una sensación común entre lo múltiple
de su sustancia.

El problema ya no es el de lo Uno y el de lo Múltiple, sino el de la multiplicidad de


fusión que desborda efectivamente cualquier oposición entre lo uno y lo múltiple.
Multiplicidad formal de los atributos sustanciales que como tal constituye la unidad
ontológica de la sustancia. Continuum de todos los atributos o géneros de intensidad
bajo una misma sustancia, y continuum de las intensidades de un cierto género bajo
un mismo tipo o atributo. Continuum de todas las sustancias en intensidad, pero
también de todas las intensidades en sustancia. (Deleuze & Guattari, 159).

De tal manera que desaparece la dicotomía característica del dispositivo que causaba la
disolución entre lo natural y el placer, los órganos y lo sexual. Ahora, en el cuerpo sin
órganos todo es sexual, nada es deificado y nada es consagrado a una sola función. El uso
libre es la norma siempre que sea bajo un cuerpo sin órganos, la profanación y la
secularización que son conceptos ligados a lo sagrado se suprimen en el cuerpo sin órganos
porque desaparece la consagración y ya no hay nada que separar ni nada que profanar. La
oreja puede erotizar, recibir y dar placer como cualquier otra parte del cuerpo sin órganos.
El deseo ya no es producto de lo prohibido y su relación con lo divino sino una positividad
de la licencia permisiva40. En el cuerpo sin órganos el placer y el deseo no emanan de una
carencia sino una permisión. Si desaparece lo prohibido se abre una gama de posibilidades

40
Deleuze & Guattari, 162.
y lo sacralizado y separado en santificación a lo divino es desritualizado y desacralizado por
ya no existir la noción de exclusividad.

Referencias

Agamben, Giorgio. Profanaciones. Traducido por Flavia Costa y Edgardo Castro. Adriana
Hidalgo Editora: Buenos Aires, 2005.

Deleuze, Gilles & Guattari, Félix. Mil mesetas. Traducido por José Vazquéz. Pre-Texto:
Valencia, 2004.

Foucault, Michel. “Qué es la Ilustración”. Daimon. Revista Internacional de Filosofía, (7),


1993. 5 – 18.

--------------------. Historia de la sexualidad IV. Traducido por Horacio Pons. Siglo XXI
Editores: México, 2003. [Solo encontré una versión que no tiene paginación y por
esa razón presenté dificultades en la citación dentro del cuerpo del ensayo].

Freud, Sigmund. “Carácter y erotismo anal”. Obras Completas. Traducido por José L.
Etcheverry. (9). Amorrortu Editores: Buenos Aires, 1976.

Han, Byung-Chul. La agonía del Eros. Traducido por Raúl Gabás. Herder Editorial: Barcelona,
2014.

La Palabra de Dios para Todos (PDT). Centro Mundial de Traducción de La Biblia: New York,
2012.

Perniola, Mario. “El iconoclasma erótico de George Bataille”. Andamios, (11), 24. 1998. Pp.
151 – 164.

Welsh, Irvine. Porno. Traducido por Federico Corriente. Editorial Anagrama: Barcelona,
2005.

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