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Después del pontificado de Pio IX, el último Papa-Rey y después del legado del
Papa León XIII, el Papado se lanza hacia el cumplimiento de su misión eclesial en
el mundo, dejando los asuntos temporales y la lucha por el poder que tanto daño le
causó. En este ambiente, una de las tareas principales de los Papas fue la de
centrarse en la actividad diplomática conscientes de que era una necesidad la
relación con los demás estados para cumplir su misión en un mundo que
comenzaba a cambiar y que por tanto exigía y necesitaba una Iglesia que estuviera
a la ‘altura’ de los retos de entonces, en este contexto se va a desarrollar la actividad
diplomática de la Santa Sede en la primera mitad del siglo XX.
El Papa Leon XIII jugó un rol protagónico en la política de la Santa Sede durante
este periodo, es definido como “el Papa aristocrático que entabló con habilidad un
gran número de relaciones diplomáticas, dando un giro a una política exterior mucho
más profundo de final del siglo XIX” 1. Su deseo de restaurar la política cristiana
comenzó por desempeñarse como árbitro entre España y Alemania, en el conflicto
de las islas Carolinas, fallando a favor de España, su injerencia permitió que se
pusiera fin en el conflicto entre el imperio alemán y los católicos, consiguió finalizar
la permanente confrontación entre la Iglesia de Francia y el régimen de la Tercera
República, avalando definitivamente la participación de los católicos franceses con
el régimen republicano. Aunque no será hasta 1929 que se firmen los pactos
Vaticanos con la República Italiana, frecuentemente “reivindicó su soberanía sobre
la ciudad de Roma, mostrándose dispuesto a dialogar, pues sus pretensiones
en modo alguno querían dinamitar la unidad italiana”2.
Su sucesor el Papa Pío X, no fue tan abierto a una política exterior, se puede
decir por tanto que hubo un retroceso y que la política exterior sufrió un deterioro y
con muchos países se llegó a suspender definitivamente las relaciones
diplomáticas. Un ejemplo de esto fue que en junio de 1904, el presidente del
Benedicto XV, por su parte tuvo que vivir una realidad muy distinta: la de la
guerra. Los historiadores comparten una visión sobre este periodo en la historia de
la Iglesia, puesto que sin duda estuvo a la altura de la situación: su posición y la de
la Santa Sede fue de imparcialidad y neutralidad, puesto que la Iglesia se
consideraba moralmente implicada debido a la paternidad universal ejercida por el
Papa. Sin duda muchas voces le reclamaron la condena del imperio alemán y sus
invasiones y ante la entrada de la guerra por parte de Italia, siempre defendió: “una
política de máximo cuidado para evitar que jerarquía y los católicos italianos se
dejasen llevar de apasionamientos nacionalistas, comprometiendo así la
imparcialidad de la Santa Sede”4. Su prudencia se vio reflejada en que justo en este
periodo las embajadas de la Santa Sede pasaron de 14 a 27, en un contexto hostil
donde en Europa se escogía un bando, y donde la República Italiana, no quería
discutir ni siquiera la cuestión romana, es decir la autonomía del Papa.
significación política, social, económica y cultural fueron los suscritos con la Italia de
Mussolini (1883-1945) y la Alemania de Hitler (1889-1945)”5.
Pío XII, vivió por su parte muy de cerca el ascenso del nacionalismo alemán, y
aunque la muchos critiquen su política exterior frente a los excesos de los alemanes
y la persecución judía hay que decir que “el papa consideró que era preferible
actuar en silencio para no poner en peligro la ayuda a los judíos y empeorar
la situación de los cristianos alemanes y de los países ocupados. Además, el
artículo 24 del Tratado de Letrán de 1929, establecía la estricta neutralidad del el
Estado de la Ciudad del Vaticano ante cualquier conflicto bélico”.6 Por tanto, ante
esta situación no se puede hacer un juicio actual, ante la política vaticana, ya que
sería anacrónica respecto a la situación coyuntural que se vivió en situaciones
extremas.
5 Ibid, p.130
6 Ibid, p.131.