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1.

EMERGENCIA DEL HOMBRE MODERNO


Hemos de dejar bien claro que ninguna época surge por generación espontánea, ni
tampoco es consecuencia de una causa exclusiva, sino que es congruencia de diversos factores
interactuantes que van configurando con el correr de los siglos lo que vendría a ser la “nueva época”. No
obstante, es posible destacar algunos de los factores que más influyeron en su formación.
a) Concepto de la modernidad
Definimos la modernidad tal como lo hace el Dr. Pedro Chinaglia:
“El mundo nuevo inaugurado por el hombre, cuando, despertado del sueño
dogmático de la Edad Media, se puso a mirar y admirar el mundo real y
concreto en que vivía. El hombre del Renacimiento y de Descartes se dio cuenta
de que Dios no intervenía en la naturaleza, que Dios dejaba al hombre libre de
hacer lo que él quería, que él y no Dios era el dueño de las cosas. El mundo
estaba disponible en sus manos como un juguete maravilloso que él podía
dominar y someter para satisfacer sus gustos y deseos. Bastaba con descubrir
el secreto de su mecanismo, las leyes naturales, para que el mundo pudiera ser
explotado sin problemas, sin límites”1.
En otras palabras, podríamos designar a la modernidad como el proceso que fue gestándose a
partir del concepto lineal del tiempo, de la mentalidad científico-técnica que ha posibilitado el progreso,
el desarrollo, secundado por los grandes descubrimientos, siendo su cristalización política la Revolución
Francesa.
b) ¿Cuándo nace la modernidad?
Convencionalmente se suele remontar la fecha inicial de los tiempos modernos a la caída de
Constantinopla, en 1453. Ciertos autores hacen coincidir el inicio de la modernidad con el
descubrimiento de América o con el Renacimiento; otros consideran como inicio de la modernidad a la
Reforma o el surgimiento de los Estados nacionales.
Lo que sí tenemos claro es su configuración paulatina a partir del desvanecimiento de la imagen
medieval en el siglo XIV, continuando el proceso en el siglo XV, XVI, cristalizándose en el siglo XVII y
llegando a su coronación en el siglo XVIII (siglo de la ilustración) y XIX (siglo de la Revolución
Industrial). Pero, lo que nos interesa por encima de la ubicación cronológica del inicio de la modernidad,
son las actitudes o comportamientos que definen o identifican al hombre moderno.
2. PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DEL HOMBRE MODERNO
2.1. Secularización
La secularización va a la par con el proceso de la modernidad.
Secularización es un término muy equívoco, de ahí que aquí la emplearemos como “el proceso
por el cual diversos ámbitos de la vida social son sustraídos a la dominación que la Iglesia venía
ejerciendo sobre ellos”2.
Bien sabemos, que la religión cristiana era el elemento de integración o cohesión de la sociedad
durante la Edad Media. Pero, con la emergencia de la modernidad que aparece con la secularización, se
produce la ruptura de este universo integrador. Esto dio lugar a una pluralización de los universos de
sentido que van configurándose con los diversos ideales de emancipación y la exigencia de la separación
o autonomía respecto a la tutela ejercida por la Iglesia.
Esta secularización debe entenderse también de manera positiva, pues por medio de ella la
Iglesia ha dejado de cumplir funciones que no la correspondía porque el hombre ha llegado a su mayoría
de edad. Por esta razón, la secularización -afirma González Carvajal-, “en la medida en que... entierra
1
Chinaglia, Pedro, Posmodernismo, en rev. Onda Joven, Asunción, julio 1995, No.21, 14-15
2
González-Carvajal Santabárbara, L.uis, Ideas y creencias del hombre actual, Sal Terrae, Santander, 1992, 47

1
esa falsa imagen de Dios y hace al hombre responsable de los problemas intramundanos, nadie puede
dudar que (...) es beneficiosa tanto para la sociedad como para la Iglesia”3. Este hecho acarrea estos
efectos:

a) Crisis de autoridad
Se refiere a una actitud que deriva del proceso de la secularización que pone en tela de juicio la
autoridad de la Iglesia y de la Revelación.
A partir de la emergencia de la modernidad se deja de considerar a los gobernantes como
representantes de Dios en la tierra, ungidos por Él y que gobiernan en nombre de Él.
El hombre moderno al dejar de considerar a la autoridad como una institución emanada de la
Voluntad Divina, sólo la tolera y soporta a partir de una real competencia otorgada por el pueblo, tal como
sostienen los configuradores de la democracia moderna (Locke, Montesquieu, etc.). Por ello, soberano ya
no es el monarca, sino el ciudadano, quien además de legitimar el poder, ejerce el control y la
demarcación de la función del gobernante.
En consecuencia, el concepto de la autoridad del hombre moderno relativiza la autoridad
tradicional. Al realizar esto, el hombre moderno que defiende la autonomía y el cuidado de los derechos y
deberes del ciudadano, no pudo evitar el surgimiento de los gobiernos dictatoriales y totalitarios más
abominables que la historia ha registrado, como por ejemplo, el nazismo, el fascismo, el stalinismo, etc.
Por esta razón, se ha acusado al hombre moderno de carecer de una verdadera y efectiva ética de
poder, pues el establecimiento del estado abstracto e incuestionable da lugar al abuso del poder, como
tantas veces se ha dado en la historia humana, llegando en la postrimería de la modernidad a que la
posibilidad del abuso del poder se torne mucho mayor.
Ante esta situación, Romano Guardini ha puesto de relieve que toda conquista humana siempre
lleva consigo el aspecto positivo y negativo, afirmando que “el aumento del poder no corrió paralelo al
aumento del poder del hombre sobre tal poder4”. Mas adelante sostiene que “una de las grandes tareas...,
no la más brillante pero sí la más urgente,... es la de marcar un límite al poder5”.
b) Voluntad emancipadora
Con la irrupción de la modernidad el hombre se despertó de su actitud pasiva frente a la sociedad
y frente a sí mismo, con ansias de ser protagonista. Ha abandonado la actitud paternalista de la sociedad
medieval: ya no acepta dogmas, ni jerarquías impuestas. Esta postura en germen en el Iluminismo
desemboca en la liberación del sujeto; más tarde con la Revolución Francesa este sujeto se convierte en
protagonista de su sociedad; posteriormente se libera la clase obrera por medio de las reivindicaciones
propugnadas por Carlos Marx; y por último, se produce la liberación femenina que tuvo lugar en nuestro
siglo.
Precisamente, la Ilustración es para Kant “la liberación del hombre de su culpable incapacidad.
La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro (...) Sapere
aude: ten el valor de servirte de tu propia razón(...)”6. En otras palabras, la Ilustración significa
“interrogarse a sí mismo, pensar por sí, elevar con entera independencia la propia razón como único
juez de la verdad;(...) significa reflexión”7.
Con la Ilustración, pues, la razón se establece como la única instancia legitimadora de todo saber,
por ello, todo lo que pueda considerarse como conocimiento cierto deberá pasar por el tamiz de la razón.

3
González-Carvajal, Luis, Ideas y creencias..., 50
4
Ídem, 160
5
Ídem, 161
6
Citado por López Gil, Marta. Filosofía, modernidad, posmodernidad. Buenos Aires: Biblos, 1990, p. 35.
7
Ibíd., p. 36.

2
De esto se deduce que el hombre moderno rechaza categóricamente los mitos, las supersticiones, las
creencias, así como también la fe religiosa.
c) Racionalismo
El hombre, a partir de la Ilustración, deja de lado la sociedad paternalista y se convierte en
artífice de su bienestar y futuro. La razón es asumida como el camino de la liberación del hombre, y es
por eso que no se acepta otro dictado o mandato que la emanada de ella misma. Es decir, la razón se
convierte en adelante en la instancia última a la cual el hombre debe recurrir para guiarse a sí mismo o,
como diría Paul Hazard, “el ser humano, sin necesitar otra inspiración que la que le venía de sí mismo,
se convertía en dueño de sus acciones; no tenía que responder de ellas más que ante su propio tribunal ”8.
Por este motivo, se podría decir que, la razón ocupa el lugar de la religión como configurador de la
existencia humana, es decir, como señala Habermas “la razón había de hacerse cargo de la función
sociointegradora ejercida antes por la religión”9. Por ello, todo cuanto pueda ser considerado certero o
verdadero deberá pasar en adelante por el tamiz de la inteligencia.
Por otra parte, este racionalismo autosuficiente, que apareció en el periodo de la Ilustración, es
una forma desviada de la racionalidad clásica del espíritu griego, porque si se considera a la razón como
la única guía del ser humano, es muy tentador concluir que la razón posibilitará todo cuanto haga
necesario para la consecución de la felicidad humana. Y, además, también origina la mentalidad
dominadora propia de la “razón instrumental”, como la denomina Horkheimer.
Esta racionalidad instrumentalizadora generó los grandes proyectos técnico-científicos que
podemos observar, orientada en una perspectiva lineal y como superación de todo, pero dificulta la
actividad intelectual que es la gran salvadora del género humano, al estar movida por la ambición del
lucro y del poder. Por ello, la razón instrumental no se presenta como fuerza liberadora, sino
simplemente como fuerza de dominio sobre la naturaleza y el hombre mismo.
d) El discurso legitimador
Este es un rasgo característico del hombre moderno, pues está constantemente legitimando su
saber, sus aspiraciones, motivaciones, proyectos, etc. Esta legitimación se realiza a partir de la razón
humana, que se considera elemento característico y privilegio exclusivo del género humano. La
legitimación quiere englobar todo en una única realidad fundante, es decir, en una unidad, por medio de la
posesión de la realidad a través de la aprehensión de las causas y principios a los que remite.
Por tanto, la historia de la modernidad aparece como un curso metafísicamente justificado y
legitimante en nombre de un orden objetivo. Por esta razón, se establecía cualquier sistema de dominio
que desembocaba en dominación y violencia de toda índole. Como ejemplo, podemos citar al nazismo y
al fascismo.
e) Nueva concepción de la historia
La emergencia del cristianismo, viene a la par con la nueva concepción lineal ascendente de la
historia. Es decir, a partir del cristianismo, la historia es entendida en sentido lineal ascendente que
comprende desde la creación hasta la consumación total con la parusía.
Aunque el concepto del tiempo haya cambiado desde una concepción cíclica hacia un futuro
escatológico, la existencia en la Edad Media se caracterizaba por ser política, económica, social y
culturalmente estática.
Con la emergencia de la modernidad, esta concepción lineal de la historia adquiere un matiz
especial. Deja de ser considerada desde el punto de vista escatológico, para entendérsela desde una
cosmovisión puramente secular, en donde el cielo ansiado por el cristiano es considerado, en adelante,
como una realización eminentemente humana. Es decir, el futuro es considerado como el tiempo de la

8
Hazard, Paul. El pensamiento europeo en el siglo XVIII. Madrid: Guadarrama, 1958, p. 447.
9
Habermas, Op. Cit., p. 441.

3
realización del paraíso terrenal, sin la intromisión o injerencia de ninguna realidad trascendente. Si antes
la historia estaba ligada a un fin escatológico, ahora está con lo inmanente.
f) Fe en el progreso
Podemos afirmar parafraseando a Eduardo Subirats que “la fe en el progreso surge cuando la
sociedad, la cultura, la historia son comprendidos como obra humana”10. Por esta razón, podríamos
considerar a la fe en el progreso, como el aspecto utópico de la modernidad, pues creía, como afirma
Lyotard, que “el progreso de las ciencias, de las artes y de las libertades políticas liberará a toda la
humanidad de la ignorancia, de la pobreza,(...) en especial gracias a la Escuela, generará ciudadanos
ilustrados, dueños de su propio destino”11.
Esta dimensión utópica, manifiesta que la modernidad ha secularizado la esperanza escatológica
del paraíso celestial. Es decir, presenta la esperanza de la construcción del paraíso terrenal dentro de la
historia humana, despojada de la trascendencia o de la injerencia de ninguna realidad absoluta. Mardones
señala que la fe en el progreso indifinido “funciona como una esperanza escatológica realizable en la
intrahistoria y desata una serie de expectativas y anhelos que pueden ser entendidos como pretensiones
de evocar y cultivar aquello... que concierne a la religión”12. De la misma manera, Ernst Bloch afirma
que la “utopía no es solo de naturaleza automáticamente religiosa, sino que es la única heredera legítima
de la religión tras la muerte de Dios”13
2.2. Mentalidad científico-técnica
La ciencia y la técnica están muy arraigadas en el ser del hombre moderno y es el lugar donde
proyecta todas sus fuerzas, motivaciones y esperanzas. El hombre moderno cree, que con estas
posibilidades se puede llegar a metas donde el bienestar y la felicidad estarán al orden del día, es decir,
donde el mundo se torne más confortable y posibilite la realización de todos los anhelos. Esta mentalidad
implica:
a) Cientificismo
La ciencia es el aspecto teórico o abstracto de la actividad de la inteligencia que se ocupa del
conocimiento en cuanto conocimiento, es decir, “la ciencia es una actividad de la inteligencia motivada
solamente por el deseo de conocer, sin que le preocupe la utilidad o falta de utilidad posterior del
conocimiento adquirido”14, como diría González-Carvajal.
La efervescencia del hombre moderno, producto de los grandes descubrimientos llevados a cabo
por la ciencia experimental, va alimentando la idea de que todo cuanto pueda ser conocido, debe pasar por
el tamiz de las de las ciencias naturales.
Esta mentalidad alimentaba la pretensión del científico positivista, de desvelar todo el misterio
que el hombre entrañaba por medio de las ciencias positivas. Por ejemplo, Noam Chomsky afirma que
“muchos creían que a finales de siglo no sólo comprenderíamos el pensamiento humano sino que
seríamos capaces de duplicarlo, e incluso superarlo, con artefactos”15.
La pretensión o convicción de que todo aquello cuanto no pueda expresarse en los términos de
las ciencias positivas, deja de existir en la realidad, es la absolutización de la ciencia. Y esto obstaculiza la
recta visión del científico y hace traspasar los límites a la ciencia, llevando consigo la mutilación del ser
humano, al ser considero únicamente como realidad natural. Por ello, Gevaert considera que “la ciencia

10
Casullo, Nicolás, El debate modernidad posmodernidad. Bernard, Anderson y otros, El Cielo por Asalto,
Buenos Aires, 1996, 218
11
Lyotard, François, Op. cit., p. 97.
12
Mardones, José M., Postmodernidad y cristianismo. El desafío del fragmento, Sal Terrae, Santander, 1988, 126
13
Calinescu, Matei, Las cinco caras de la modernidad..., 74
14
González-Carvajal, Ideas y creencias..., 68
15
Chomsky, Noam, Política y cultura a fines del siglo. Un panorama de las actuales tendencias, Espasa Calpe
Argentina /Ariel, 1995, 98

4
con su método objetivante es incapaz de captar las dimensiones humanas en cuanto tales”16. Es decir, las
dimensiones esenciales del ser humano: la dimensión espiritual y trascendente, los sentimientos, el
misterio del amor, la amistad, etc., son abandonados.
Ante los peligros que representa la ciencia, tampoco abogamos por la vuelta a un mundo
precientífico. Eso sería una actitud romántica y muy poco crítica, pues cerrando los ojos ante el
inminente peligro de una realidad, es una actitud propia de la puerilidad. Lo que sí pretendemos, es que la
ciencia y todo cuanto represente hoy día, sea considerada en su justa medida, reconociendo sus propios
límites y, por sobre todo, que esté orientada y ejercida por científicos que normativizan sus
investigaciones en códigos éticos y morales dignos de ser elogiados e imitados. De esta manera, la ciencia
no constituirá amenaza alguna a la especie humana y a la naturaleza en general.
b) Tecnologicismo
La técnica, es definida por Leonel Franca “como una aplicación de los descubrimientos
científicos a la organización material de la sociedad, su continuo desenvolvimiento es el corolario
espontáneo de la naturaleza intelectual del hombre”17. Se diferencia de la ciencia por buscar fines
prácticos, es decir, por transformar el mundo o controlar un determinado aspecto de la realidad.
La ciencia y la técnica se influencian mutuamente, pues, el desarrollo de la ciencia posibilita
mayor y mejor técnica, y la existencia de mayor y mejor técnica, posibilita el avance o desarrollo de la
ciencia, y así sucesivamente.
La técnica no es una realidad exclusiva del hombre moderno, pues sabemos que el hombre desde
los albores de la humanidad, se ha caracterizado por el uso de la técnica. Pero, esta técnica no era
uniforme, sistemática y apoyada en los descubrimientos de la ciencia, ni configuraba la existencia
humana en la misma proporción y alcance, como sucede en la modernidad hasta nuestros días.
Por esta razón, la técnica se ha constituido como presencia ubicua en la modernidad y tema de
reflexión de los filósofos. Por ejemplo, los filósofos de la Escuela de Francfort: Horkheimer, Adorno,
Benjamin, Marcuse, Habermas, entre los más representativos. También Gianni Vattimo, afirma que: “Al
igual que Bloch y Benjamín, en Heidegger está la aceptación de la técnica como destino del hombre
moderno...”18.
Más aún, se ha llegado a sostener a partir de la emergencia de la modernidad, que la ciencia y la
técnica deben tener vía libre, el primero para investigar, y el segundo para llevar a la práctica todo cuanto
pueda. Consecuentemente, toda posibilidad de investigación y realización se transforman como un deber
en la mentalidad científico-técnica moderna.
La técnica no debe constituirse en fin, pues, como ha dicho Franca “¡pobre de la civilización
que hiciese de la máquina un ídolo! ¡No tardará en experimentar la crueldad de la divinidad sin
entrañas que devora a sus propios adoradores!”19, sino que sea un conjunto de medios para la realización
de la persona humana. En otras palabras, el desarrollo de la técnica para que sea plausible, debe ir
acompañado por el progreso humano y social. Desde esta perspectiva la posibilidad de utilización de la
técnica dejará de constituirse en la amenaza para el hombre y la naturaleza en su totalidad.
Por un lado, vemos que la técnica es depositaria de las esperanzas del hombre actual, por todo lo
que ofrece, por ejemplo, Marcuse afirma que “...con las fuerzas productivas técnicamente disponibles ya
hoy es posible la eliminación material e intelectual del hambre y de la miseria...” 20. Por otro lado,
también representa una suerte de tensión o preocupación por cuanto que bien puede utilizarse para la
destrucción del hombre mismo y de la naturaleza en general, es decir, “la técnica moderna, tomada en sí

16
Gevaert, Joseph, Experiencia humana..., 30
17
Franca, Op. cit., 39.
18
Vattimo, Gianni, Las aventuras de la diferencia. Pensar después de Nietzsche y Heidegger, Península,
Barcelona, 1990, 150
19
Franca, Leonel, Op. cit., 40
20
Marcuse, Herbert, El final de la utopía, Ariel, Barcelona, 1986, 11

5
misma, puede convertirse en un medio espantoso de dominio, y hoy vemos que efectivamente se ha
convertido en eso”21, como observa Marcuse.
El hombre moderno ha pretendido desvelar todos los problemas por medio de las técnicas cada
vez más sofisticadas. Pero, entra en crisis cuando advierte que el sentido de la existencia, la felicidad, etc.,
no son realidades satisfechas por medio de explicaciones puramente técnicas. De hecho, estas realidades
requieren una visión integral y trascendente del hombre para que puedan ser saciadas. Únicamente de esta
manera, el hombre tendrá el soporte existencial que le posibilitará enfrentar cualquier situación adversa
con una consistencia propia de los héroes o mártires que la historia ha registrado.
En consecuencia, esta realidad vivencial del hombre a partir de la modernidad hasta nuestros
días, no implica la aceptación pasiva de un destino impuesto en la que ya no cabe más ninguna tarea,
pues, el hombre es el que ha posibilitado esta situación. Es tarea suya reverla, no negando o relegando la
técnica, sino encausando su orientación hacia la promoción humana. Es decir, la no-orientación del
hombre a partir de la técnica, sino la utilización de la técnica a partir de la realidad histórica y cultural del
hombre.
c) Industrialismo
La ciencia y la técnica dieron el impulso a la Revolución Industrial en el siglo XVIII. Pero ésta a
la vez, influenció sobre la ciencia y la técnica al plantear nuevos interrogantes o problemas teóricos y
prácticos. También, dio un fuerte impulso a la industria el mercado que viene aparejado con la revolución
demográfica. Por lo tanto, ciencia, técnica, industria y mercado son elementos concomitantes que
vinieron a configurar el mundo existencial del hombre moderno.
La industrialización, viene a la par con el cambio de la concepción de la producción y del
trabajo, tal como observa Leonel Franca:
“La producción pasó a ser el fin de la actividad industrial. Producir (...)
representaba el término inalcanzable de un proceso material indefinido. El
trabajo fue reducido a simple condición de instrumento para alcanzar ese
objetivo. De actividad humana, esencialmente ordenada a la expansión
jerárquica de valores humanos, el trabajo se degrada a la categoría de medio
al servicio de un bien material. La actividad del trabajador pasa a ser apenas
un camino para llegar a la riqueza (...) El gran empresario no ve en el trabajo
sino el instrumento de producción; al obrero no le considera sino como medio
de ganar miserablemente el pan de cada día”22.
Esta situación conduce a la deshumanización del trabajo, a la explotación y alienación del
obrero: sentirse extraño frente a los medios de producción, a los productos elaborados y sustraídos a su
control, pues, en la producción industrial, como afirma Erich Fromm “nadie hace el producto completo;
los dirigentes organizan el todo, pero no lo hacen, y los que hacen el trabajo específico nunca ven el
todo”23. Por esta razón, Habermas sostiene también que “la revolución del trabajo industrial se alejaba
cada vez más del modelo de un proceso de producción en que el productor pudiese guardar una relación
con la totalidad del objeto producido”24. En este mismo sentido, Eduardo Nicol observa que “el
anonimato de la producción y su mecanización apagan en el productor el sentimiento de ser auténtico
autor de una obra, de participar con ella en el bien común”25.
Marx, viendo la situación obrera, trató de rever la explotación y alienación en la que había caído
y propugnando la supresión del capitalismo, elaboró el sistema comunista. Pero, como sucede con
cualquier doctrina que radicaliza un aspecto de la realidad, fue al otro extremo. Al propugnar la
dignificación del trabajo no hizo más que absolutizarlo o divinizarlo, pues, se exalta la actividad por la
21
Ídem, 112
22
Franca, Leonel, Ob. cit., 239
23
From, Erich, La condición humana actual, Paidos, Barcelona, 1983, 99
24
Habermas, Jürgen, Ob. cit., 86
25
Nicol, Eduardo, Ob. cit., 289

6
actividad, es decir, el trabajar por el trabajar, sin subordinar a ninguna finalidad exterior. De esta manera,
se exalta el hombre productor y consumidor, lo que mutila la esencia del hombre en cuanto tal, que no
puede ser catalogado sólo como producto y consumidor.
La industrialización, conlleva la consideración del hombre desde el criterio economicista, de
acuerdo a lógica de la productividad, del lucro e intercambio comercial. El hombre sólo vale por su valor
de cambio y no por lo que es o por sus valores, es decir, el hombre es considerado como una parte más
dentro del engranaje de la producción.
La industrialización, desconoce el relacionamiento intersujetivo, pues, la producción en serie
posibilita e incentiva el anonimato como forma de relacionamiento entre los obreros. Siendo éstos
considerados como simples funcionarios reemplazables en cualquier momento por otros y, son tratados de
acuerdo al criterio de la utilidad y de la eficiencia. Los seres humanos son considerados igual que las
cosas, como simples números o cantidades dentro del proceso de producción, desconociéndose el valor de
la persona humana en cuanto tal.
Es innegable el éxito extraordinario que ha conseguido la producción tecnológica. Por ello, es
injusto pretender que por la explotación, la alienación, la injusticia social, etc., que pueda ocasionar la
mala orientación de la industrialización, volver al pasado donde se desconocía aún las posibilidades de la
producción industrial para poder solucionar los problemas de la miseria o del hambre reinante en nuestras
sociedades. Pero, debemos tener presente que no podemos dejar que el industrialismo mutile las
posibilidades de realización integral del hombre como persona humana y dejar que las máquinas decidan
lo que concierne al hombre en cuanto tal. Este será el desafío del ser humano para no hipotecar el
presente y el futuro de la humanidad.
d) Burocracia
La burocracia es una de las realidades características del hombre moderno, pues el sistema
político o público e industrial del hombre moderno requiere de una vasta organización administrativa, es
decir, de una vasta burocracia lo que posibilitará su mejor funcionamiento y desarrollo, ya que
manteniendo todo controlado de una manera estable y pareja, permitirá ofrecer la cantidad de
satisfacción material que agrada a cualquier ser humano.
Y es así que como consecuencia de esta burocracia, notamos la aparición o emergencia de un
tipo de relacionamiento entre los individuos, y ésta es la relación de anonimato o impersonalidad que se
establece como norma conductual de las personas que están desempeñándose en una oficina pública e
incluso, “toda violación que se haga de este anonimato por medio de la intrusión en la individualidad
concreta no sólo es inoportuna, sino que constituye una corrupción”26. Por lo tanto, las personas no son
consideradas en cuanto tales, sino como simples instrumentos que están al servicio público y los que
acuden a sus servicios como simples individuos abstractos o clientes, es decir, “ al burócrata no le
interesa el individuo concreto que está frente a él, sino su expediente”27.
De ahí que la función desempeñada por el burócrata dentro de una administración pública le
posibilite un actuar despersonalizado y una neutralidad afectiva, es decir, frío, calculador, metódico, etc.
Esta situación va configurando una mentalidad burocrática, llegando incluso a incidir no sólo en el lugar
de trabajo, sino también en el mismo ámbito familiar que trata de organizarlo como una oficina pública,
es decir, de una manera metódica, controlada, eficiente, etc. Por ejemplo, las familias que se manejan a
través del tablero o pizarrón de avisos.
2.3. Mentalidad Inmanentista
El hombre moderno rechaza la existencia de un Dios trascendente, personal y que actúa en el
mundo por medio de su providencia para que el hombre pueda encaminarse hacia el paraíso eterno.

26
Berger, Peter; Berger, Brigitte y Kellner, Hansfried, Un mundo sin hogar. Modernización y Conciencia, Sal
Terrae, Santander, 1979, 49
27
Ídem, 50

7
El hombre moderno considera que a partir de la revolución cultural y científico-técnica el
hombre ha llegado a la edad adulta de su humanidad y está en sus manos la posibilidad de la construcción
del paraíso terrenal sin el auxilio de Dios. De esta manera, el mundo es considerado como una realidad
autónoma que no implica ninguna creación del Absoluto, sino una cosa maleable o manipulable que está
al servicio del ingenio humano.
De ahí que el hombre moderno, al afirmar el concepto lineal del tiempo como constante
superación de todo cuanto existe sin la implicancia de Dios, conlleva la creencia de que de que todo es
posible y, consiguientemente, la esperanza de programar el futuro sin ninguna meta trascendente. Es
decir, el hombre moderno desarrolla su realidad existencial no dentro de una cosmovisión trascendente,
sino desde una perspectiva eminentemente inmanente, constituyéndose en el centro alrededor del cual
gira todo cuanto existe. El inmanentismo implica:
a) Materialismo
Es una de las concepciones inmanentes de la realidad y de la existencia humana, pues sabemos
que a partir de la modernidad se han desarrollado varias, como: el idealismo, el existencialismo ateo, etc.
La concepción materialista tiene sus raíces en la Antigüedad. Pero, desde la Revolución Francesa
y su desarrollo en el siglo XVIII, adquiere una relevancia primordial como imagen del hombre. Por ello,
podemos afirmar que es una de las concepciones más predominantes en la mentalidad del hombre
moderno.
Guardini afirma que para el materialismo:
“Lo único que existe es la materia, o sea, la energía, que existe desde siempre.
En razón de sus leyes esenciales se puso en movimiento dando origen, a partir
de la materia inorgánica, a la vida orgánica; a partir de la vida orgánica, a la
vida psíquica; a partir de ésta, a la vida espiritual (...) Para el materialismo el
hombre no es sino una materia extremadamente complicada”28.
El materialismo exalta las ciencias naturales que se ocupan de explicar la realidad natural al
descubrir las leyes que rigen en ella. Considera que el hombre es una realidad puramente material
sometido a las mismas leyes que rigen las demás realidades naturales, por lo que, sostiene que es posible
descifrar todo el misterio del hombre o dar una explicación exhaustiva de la realidad y del hombre por
medio de las ciencias naturales.
Esta doctrina, ha llevado al empobrecimiento del hombre en cuanto tal, pues, la persona no es
sino una realidad que traspasa los límites de la pura materia, es decir, el hombre además de su
materialidad es también una realidad espiritual. Por ende, no puede ser captada en toda su dimensión por
medio de las ciencias naturales.
En el ámbito axiológico, el materialismo no llega a saciar la profunda aspiración humana que es
la aspiración trascendente, al considerar sólo los valores que dan excesiva importancia al cuerpo y al
bienestar material. Tampoco colma al ser humano el materialismo humanista que pregona los valores
humanos como la libertad, la justicia, la fraternidad, la solidaridad, etc., pues están privados de un
enfoque trascendente.

28
Guardini, Ob. cit., 147-148

8
b) Esteticismo
Entrada la modernidad, la estética medieval asentada en gran medida sobre la estética griega y
orientada hacia la trascendencia sufre una profunda transformación, tal como advierte Calinescu:
“Antes del romanticismo el ideal estético era considerado como trascendente con
respecto a cualquier obra de arte: la belleza se consideraba un absoluto,
prácticamente inalcanzable, modelo y criterio de valor. Pero durante la era
romántica el ideal estético perdió todo rastro de su anterior trascendencia y llegó
a ser percibida exclusivamente en términos de su inmanencia en un número finito
y particular de obras de arte”29.
En adelante, la estética, en su vertiente artística -Arquitectura, Música, Pintura-, pasa a engrosar
la larga fila conductual -como en la esfera política, filosófica, teológica, literaria-, del hombre moderno
quien con su mentalidad autónoma y autosuficiente, niega a cualquier actividad humana toda orientación
trascendente.
Desde esta perspectiva que rompe la orientación trascendente propia de la Edad Media,
consideraremos a la Arquitectura, a la Música y a la Pintura del hombre moderno.
Con el correr de los siglos la Arquitectura incorpora las máquinas y sus construcciones serán
frías, sin vitalidad y recogimiento. Presentará edificios en bloque que no significan mayor
comunicabilidad entre las personas, pues el contacto entre ellas se reduce al mínimo y el individuo
experimenta aislamiento, soledad existencial y falta de calor del hogar. Es por ello, que la “arquitectura
del hombre autónomo ha llevado a la inhabitabilidad, las gentes sin hogar y la inhumanidad”30.
Por lo tanto, la Arquitectura para que pueda recuperar su verdadera dimensión, debe posibilitar la
expresión de profunda aspiración del ser humano y la posibilidad de la intercomunicación por medio de
las construcciones no como celdas aisladas, sino como lugar donde se puedan dar el encuentro, la
vitalidad y el calor del hogar.
* En la Música se observa el mismo cambio producido en la Arquitectura e igual que ésta desde
su inicio constituye un modo de dar culto y alabanza a la Divinidad. Se manifiesta en ella la profundidad
espiritual, el optimismo, la universalidad del pensamiento y la evolución cultural. Por ello, la música es
reflejo de su tiempo.
Tal es así que la Música en la Edad Media constituía un medio de catequesis, pues entrañaba una
profunda espiritualidad orientada hacia la trascendencia y posibilitaba la armonía, la unidad, en un plano
superior de la existencia humana tejida de dicotomías. Por ello, la Música posibilitaba la plenitud
existencial, pues estaba orientada hacia la trascendencia.
Sin embargo, con la irrupción de la modernidad, especialmente a partir de las ideas propugnadas
de la Ilustración, se produce un cambio radical en la música. Ésta deja de estar orientada hacia la
trascendencia, para centrarse en la imitación de la naturaleza y en los sentimientos. De esta manera,
entran a tallar dentro de la Música los elementos subjetivos, como la emoción, la pasión y el entusiasmo.
Esta es obra de Ludwig van Beethoven. Posteriormente, aparecerá la Música que no sólo dejará de
constituirse como alabanza Divina, sino que se convertirá en antirreligión y estará al servicio de las
ideologías nacionalistas. Por ejemplo, podemos citar aquí a Richard Wagner, pues “él es quien rehabilita
en el presente las deidades germánicas ancestrales;... sustituye lo santo verdadero por el ‘santo arte
alemán’ haciendo de éste una obra artística total de caracteres idolátricos”31.
En adelante en la Música reinará en vez del ritmo el caos. No tardarán de este modo en aparecer
las músicas que producen verdadero shock en los auditores, tal como las músicas del rock y del estilo
pop. Por ello -advierte López Quintas-, “hay formas de música que, por su ritmo electrizante y la marea

29
Calinescu, Matei, Ob. cit., 233
30
Ídem, 70
31
Ídem, 83

9
del sonido que provocan, invitan al vértigo, suscitan de modo casi coactivo. De ahí su vecindad con el
cultivo de la droga y la violencia”32.
Por un lado, estas músicas buscan el éxtasis como camino de evasión de la realidad cotidiana,
entretejida la más de las veces de problemas, sin sabores, frustraciones, etc; por otro lado, son utilizadas
como instrumento de manipulación de los jóvenes.
* En la Pintura, también se da un cambio sustancial a partir de la modernidad, pues deja de estar
al servicio divino o de las imágenes religiosas, en las cuales se presenta al hombre como imagen y
semejanza de Dios. De esta manera, se observa en la pintura, la desintegración progresiva del hombre al
perder su dignidad como imagen de Dios.
En adelante, con el cambio de mentalidad producida por la Ilustración, el hombre autónomo y
con la consiguiente autonomía del arte, el tema que ocupará a los artistas son los retratos, los paisajes, etc.
Posteriormente, se abandonará la lógica y la forma, lo que conlleva la desintegración de la imagen del
hombre al presentarle como una figura cadavérica carente de espiritualidad y, consiguientemente, la
extinción de la belleza.
Y en esta tarea de degeneración del auténtico sentido artístico, como se ha dado en la Edad
Media, la técnica tuvo también mucho que ver, pues su en el ámbito artístico posibilita la reproducción
en serie del arte y, consiguientemente con ella, como observa Gianni Vattimo:
“No solo las obras del pasado pierden su aureola (...) sino que además nacen
formas de arte en las que la reproductividad es constitutiva, como la fotografía y
el cinematógrafo; las obras no sólo no tienen original sino que aquí tiende sobre
todo a borrarse la diferencia entre los productores y quienes disfrutan la obra,
porque estas artes se resuelven en el uso técnico de máquinas y, por lo tanto,
eliminan todo discurso del genio (que en fondo es la aureola que presenta el
artista)”33.
Es claro, por tanto, que la industrialización sustrae el privilegio antes detentado por los artistas,
es decir, el privilegio de la exclusividad sobre la obra de arte, e incluso, peor aún, ya no son ellos los que
definen lo que es el arte.
Además de esto, se puede observar la gran influencia de los medios de comunicación sobre el
público para consensuar el gusto o la aceptación de tal o cual producto como “obra de arte”. Esto produce
la comercialización del arte que entra a formar parte de la cotidianidad de las personas. De este modo,
como afirma Vattimo:
...se puede hablar de la estetización general de la vida en la medida en que los
medios de difusión que distribuyen información, cultura, entretenimiento,
aunque siempre con los criterios generales de “belleza” (atractivo formal de
los productos), han adquirido en la vida de cada cual un peso infinitamente
mayor que en cualquier otra época del pasado34.
Se observa también que la belleza en sus diversas manifestaciones está librada a la suerte de la
oferta y la demanda de los consumidores, como cualquier otro producto, y, además, pasa a formar parte de
la comodidad del hombre moderno. Pero, esta forma de belleza que está en todas partes, es una belleza
falsa.
2. 4. Relatividad
El hombre en la Edad Media poseía una visión integral de la existencia humana y de la
naturaleza en general. Esta cosmovisión proporcionada por la religión cristiana constituía el elemento o

32
López Quintas, Ob. cit., 199
33
Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad. Nihilismo y Hermenéutica en la cultura Posmoderna, Gedisa,
Barcelona, 1990, 52
34
Ídem, 52

10
principio unificador, alrededor del cual giraban las relaciones sociales y todas las demás realidades. Por
ello, podríamos llegar a afirmar que la religión “monopolizaba” el universo simbólico del hombre
medieval.
Con la emergencia de la modernidad, la centralidad ofrecida por la religión cristiana, como
donadora de sentido, es sustituida progresivamente por la economía capitalista y las diversas ideologías
socio-políticas, que en adelante son las que han de configurar la cosmovisión del individuo, así como
también su sentido último. De este modo, al emerger estas realidades que compiten con la religión, como
elemento de cohesión social y donadora de sentido, ésta pierde su antiguo privilegio social y pasa a ser
una opción personal, recluida en el ámbito de la vida privada de los individuos.
Así también observamos que la racionalidad en sus diversas esferas o dimensiones: ciencia,
moral y arte, deja de legitimarse en la religión. Estas esferas adquieren autonomía, y rechazan cualquier
injerencia heterónoma, pues, cada una estas realidades deben regirse sólo por las normas establecidas por
sí mismas, desconociendo e incluso sometiendo a su criterio a las restantes, como en el caso de la
racionalidad científico-técnica (Horkheimer llama razón instrumental), que llegó a confundirse con la
misma razón.
Toda esta posibilidad de orientación de la existencia y de la realidad misma, al margen de la
religión -por medio de la coexistencia de las diversas ideologías y esferas de la racionalidad moderna,
donde cada cual pretende el privilegio de ser la única y mejor respuesta-, desemboca en la relativización
de cada una de ellas. En este sentido, José M. Mardones observa que:
“Al crecer el número de explicaciones de la realidad con pretensiones definitivas,
ocurre un fenómeno de mutua relativización. Si cada una de las diferentes visiones
del mundo es la visión que verdaderamente posee la clave del sentido y
significado de la vida y de la realidad en su dimensión última, entonces la
unicidad de cada propuesta descubre en el de otro su negación35.
a) Subjetividad
En la modernidad, el individuo abandona la sociedad paternalista y proclama su autonomía,
instaurándose libremente como protagonista de sí mismo y de su sociedad, por medio de su capacidad
reflexiva y libertad de acción. Por ende, el gran aporte de la modernidad es el reconocimiento de la
libertad subjetiva. En este aspecto, Habermas señala que:
Hegel descubre en primer lugar como principio de la Edad Moderna la
subjetividad (...) Cuando Hegel caracteriza la fisonomía de la Edad Moderna (o
del mundo moderno), explica la subjetividad por la libertad y la reflexión. (...)
En este contexto la expresión subjetividad comporta sobre todo cuatro
connotaciones: a) individualismo: en el mundo moderno la peculiaridad
infinitamente particular puede hacer valer sus pretensiones; b) derecho de
crítica: el principio del mundo moderno exige que aquello que cada cual ha de
reconocer se le muestre como justificado; c) autonomía de acción: pertenecer al
mundo moderno el que queramos salir fiadores de aquello que hacemos; d)
finalmente la propia filosofía idealista: Hegel considera como obra de la Edad
Moderna el que la filosofía aprehenda la idea que se sabe a sí misma36.
Esta subjetividad instaurada por el hombre moderno que abandona la sociedad paternalista, no
emergió espontáneamente sino que históricamente fue despertada e instaurada por tres grandes
acontecimientos decisivos:
* La Reforma: Lutero se erige contra la Autoridad de la Iglesia y de la Tradición, proclamando
la libertad y la capacidad del individuo, para atenerse a sus propias reflexiones y a su propia subjetividad,
sin tutelaje alguno en el ámbito religioso. De este modo, el supremo e inapelable juez de los principios

35
Mardones, José M., Ob. cit., 21
36
Habermas, Jürger, El discurso filosófico..., 29-30

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orientadores de la existencia es la conciencia. El sujeto -en adelante-, y a pesar de sus debilidades, es el
que organiza su propia visión del universo y, guiará libremente por ella sus actitudes. Es decir, el sujeto es
el que ve, juzga y organiza todo.
* La Ilustración: Con ella se proclama la liberación del yugo de la Autoridad y de la Tradición,
llamando al hombre a salir de su minoría de edad: incapacidad de servirse de su propia inteligencia. En
adelante, el sujeto se guía sólo por su razón o reflexión. Ya no aceptará ninguna realidad o verdad sin
antes pasar por el tamiz de la razón.
* La Revolución Francesa: Consolidará a nivel socio-político al sujeto, pues, a partir del 14 de
julio de 1789, el individuo es el artífice de su destino y de su pueblo o nación. Además, con la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, se asentarán las bases jurídicas o legales para
el respeto a la libertad y a la igualdad del sujeto. También, se instaura al pueblo como soberano el cual
delega temporalmente su poder a un gobernante. De esta manera, la Voluntad del pueblo constituye el
fundamento del Estado.
Por lo tanto, podemos afirmar con Habermas, que “en la modernidad la vida religiosa, el
Estado y la sociedad, así como la ciencia, la moral y el arte, se tornan en otras tantas encarnaciones del
principio de la subjetividad”37.
b) Individualismo
Hemos analizado que la subjetividad connota individualidad. Por ello, ésta no puede emerger con
toda su fuerza más que con la irrupción de la modernidad.
Haciendo un breve recuento histórico, vemos que en la Antigüedad y en la Edad Media, los
individuos siempre estaban en referencia a la sociedad, eran considerados miembros de ese organismo,
porque no existía una plena conciencia de que las personas están dotadas de una libertad individual. Pero
la situación cambia drásticamente en la modernidad, pues, el individuo toma conciencia de su unicidad y
de que es insustituible.
La conciencia de la individualidad de las personas ha posibilitado que en la modernidad, con la
Revolución Francesa del 26 de agosto de 1789, se proclame la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano y, más tarde, el código de Napoleón. La vida y muerte del individuo ya no depende, en
adelante, de la voluntad del Soberano, pues, se establece que todos los hombres nacen y permanecen
libres e iguales. Así también, se establece que el Soberano es el mismo ciudadano, quien delega
temporalmente su poder a un gobernante.
El individualismo del campo político (por ejemplo, las teorías de Locke y Rousseau), pasó al
campo económico, donde el sistema capitalista tuvo su cuota de responsabilidad, pues, como sabemos en
la Edad Antigua y Media, existía mucha colaboración en la producción. En cambio, con el capitalismo
que se asienta sobre los siguientes principios: propiedad privada absoluta; ley de la oferta-demanda; el
lucro como finalidad de toda producción, emerge el espíritu competitivo y los individuos se preocupan
sólo por sus intereses. De esta forma, delimita la grandeza del hombre a la capacidad de generar ingresos,
pues se trabaja sólo para vender, ganar y consumir.
Esta orientación económica propaga el individualismo en su máxima expresión, pues incentiva la
carrera por ganar, poseer y consumir. Al propagarse esta actitud en la sociedad engendra: codicia,
corrupción, violencia, destruyendo de este modo la auténtica dimensión comunitaria del hombre.
Esta orientación individualista también tiene sus secuelas en la dimensión ética, pues se deja de
lado los compromisos comunitarios, centrándose el individuo exclusivamente sobre sí mismo y su
bienestar. De la misma manera afectó la esfera religiosa, puesto que desde la modernidad la religión se
recluye al ámbito privado. Por ejemplo, la misma doctrina luterana exalta el individualismo, al
desconocer la Autoridad y la Tradición de la Iglesia. El creyente, pues, se preocupa sólo de la salvación de
su alma, descuidando de este modo el compromiso comunitario de la fe.

37
Ídem, 30-31

12
c) Pluralismo
En la Edad Media, la característica principal de la sociedad es su aspecto holista. Esto
posibilitaba la integración de todas las manifestaciones sociales, impìdiendo cualquier realidad
significativamente diferente. Esta uniformidad manifiesta era posibilitada por la religión cristiana que
ofrecía armonía, a partir de la concepción unitaria de la persona y de las instituciones. Así también, el
culto de la religión cristiana constituía una importante función de unidad dentro de esa sociedad
sacralizada.
La modernidad con su consiguiente característica: la revolución científico-técnica que posibilita
por medio del experimento, descubrir las leyes de la naturaleza para manipular y dominarla; la revolución
industrial y la irrupción del capitalismo, impregna la mentalidad productiva y competitiva y la sustitución
del hombre por la máquina; la afirmación de la razón como única instancia a la que debe recurrir el
individuo; el espíritu democrático que supone la defensa de la libertad, de la igualdad, de los derechos
humanos, etc.; la secularización que delimita el ámbito de las realidades divinas y humanas, y la
consiguiente desacralización de la sociedad; la afirmación de la subjetividad por medio de la Reforma, la
Ilustración y la Revolución Francesa. Todo esto dio lugar a la ruptura del aspecto integral, uniforme y
globalizador de la sociedad medieval. Es decir, posibilitó la irrupción de nuevas formas de
relacionamiento entre los individuos dentro de la sociedad, así como también, se observa la emergencia
de diversas ideologías, cosmovisiones, etc. Consecuentemente, la sociedad y el mundo, se tornan
eminentemente pluralista, en el cual todo, en principio, está permitido.
2.5. Secularismo
Hemos visto que la secularización es la desacralización de la actividad humana y de la naturaleza
en general. Esta es una actitud muy positiva del hombre moderno, ya que toda la realidad humana y
natural tiene sus leyes propias o su propia y legítima autonomía. En este sentido Azcona señala:
“Las cosas y la sociedad gozan de unas leyes y valores propios que el hombre
debe descubrir y respetar; están dotadas de consistencia, de verdad y de bondad
propias. Los fenómenos naturales se explican por causas naturales. Las
instituciones civiles se organizan sobre la base de normas y valores no religiosos.
La religión deja de constituir la instancia legitimadora de toda la vida social y
pierde esa función pública. El poder civil y las culturas se emancipan de las
autoridades y referencias religiosas”38.
De ahí que con esta postura -tal como sostiene el mismo autor-, “el hombre secularizado puede
vivir con gozo y realismo su dimensión trascendental, que es una manera de vivir la religión, y no
equivale a descristianización ni a ateísmo” 39
No obstante, esta sana intensión de la secularización de otorgar una legítima autonomía a las
realidades temporales degenera en el secularismo que no interpreta o no quiere interpretar que:
‘Autonomía de lo temporal’ no significa que la sociedad y la creación sean
independientes de Dios ni que los hombres puedan usarlas sin referencia al
Creado. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida40.
En consecuencia, el secularismo considera al hombre autónomo y autosuficiente, negando de
este modo, toda orientación última o trascendente de la realidad y del hombre, lo que da lugar a la
emergencia de una cultura horizontal o la intención de organizar la existencia en medio de una
inmanencia total, pues es una cosmovisión que se cierra a toda realidad trascendente, lo que conlleva la
pérdida del sentido de la existencia humana, culminando en el agnosticismo o en el ateísmo. Es decir, el
secularismo niega toda referencia religiosa o trascendente, por considerarla como producto de la minoría

38
Val, Juan Antonio del, Ob. cit., 35
39
Ídem
40
Ídem

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de edad del hombre (Ilustración); de la alienación socioeconómica (Marx); de la neurosis o falta de
madurez psicológica (Sigmund Freud).
De esta manera el hombre al negar toda trascendencia, se considera capaz de realizar la
liberación en todas las dimensiones de la existencia humana: económica, científica, política, psicológica,
técnica... Sin embargo, la historia nos ilustra que la negación absoluta de la trascendencia no es plena
garantía de liberación, tal como nos ejemplifica el comunismo y demás sistemas similares. Pues, la
consideración y utilización de la realidad con absoluta independencia de Dios conduce necesariamente a
una realidad opresiva, destruyendo todos los valores y da lugar al consumismo como estilo de vida, lo que
no ofrece motivos para vivir ni morir.
Es evidente, al menos para nosotros que con el secularismo no es sino el hombre mismo quien
sale perdiendo, pues, el trono de Dios viene a ser usurpada por realidades -dinero, confort, sexo, poder-,
que no sacian la profunda aspiración del ser humano.
No es preciso ser muy perspicaz para darse cuenta de que la falta de perspectiva trascendente,
conlleva el sinsentido y el vacío existencial del hombre. Y, además, entraña el peligro de la destrucción de
la naturaleza y del hombre mismo.

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