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Gran Enciclopedia Rialp (GER), voz: “Amistad”, vol. II, Rialp, Madrid, 1971, p. 98-101

AMISTAD

SOCIOLOGÍA. 1. Definición. Relación social privada, normalmente entre dos personas, de carácter
afectivo y desinteresado, basada en una atracción y afinidad espiritual y tendente a una colaboración
vital. Se deriva etimológicamente de la palabra del bajo latín amicitia, y esta del vocablo latino amicus,
que viene, a su vez, del latín amor. Comúnmente, la amistad se suele definir como afecto recíproco
desinteresado1. Esta definición expresa preferentemente el contenido de la amistad, el sentimiento en
que se funda, pasando por alto su naturaleza radical, es decir, el ser una relación social de carácter
específico. En esencia, no es propiamente un afecto, sino una relación social que supone el afecto. En
dicha definición ha influido, sin duda, la íntima conexión, incluso etimológica, entre amor y amistad.
Sin embargo, el amor no exige necesariamente la reciprocidad y la amistad sí; de aquí que esta no sea
simplemente un afecto, sino una relación social afectiva.
2. Naturaleza y elementos de la amistad. La relación en que se basa la amistad es
esencialmente social. Además del yo, supone un “otro” y no se puede dar sin el “otro”. No obstante, en
ella lo social, aunque esencial, conserva todavía muchos rasgos individuales. Como sucede en la
naturaleza, donde no existen compartimentos estancos, el paso de lo individual a lo social es gradual y
progresivo, de tal modo que las primeras formas sociales conservan muchas notas individuales e
incluso parece que este elemento predomina en ellas. Esto ocurre en la amistad. En ella, la relación
social es eminentemente personal y concreta, basada en las cualidades individuales peculiares de cada
amigo. De aquí que, desde un punto de vista sociológico, la relación amistosa sea para L. Recaséns
Siches –Tratado General de Sociolgía, 5 ed., México 1963, 377– una relación “interindividual”,
fundada en lo que cada uno tiene de “característicamente individual como persona irreduciblemente
singular”, y para García Morente –Ensayos, p. 166-167– una relación privada que, como tal, se basa en
el conocimiento mutuo, íntimo, en oposición a la relación pública, que se da entre dos hombres cuando
uno no conoce personalmente al otro. Según la terminología comúnmente aceptada, la amistad es
relación social personal.
Este carácter social, tan cercano aún a lo individual, se encuentra también en sus elementos. El
primero de ellos son los individuos o personas. A la amistad le ocurre, como a todos los conceptos, que
el uso los amplifica y hace elásticos, y así se aplica corrientemente el nombre de amistad a relaciones
de más de dos individuos, incluso relativamente numerosas, que en sentido estricto y propio no lo son.
La amistad verdadera, íntima y profunda, sólo se puede dar entre dos e incluso excluye el tercero, sin
descartar que, en la práctica y en casos muy señalados, puedan existir excepciones. Pero la relación
[de] dos, o pareja social, conforme ha puesto de manifiesto G. Simmel (Sociología, vol. 1, Madrid,
1939, 86), es indudablemente social, mas conserva al mismo tiempo un fuerte carácter individual.
Puede aparecer ante los otros como una unidad transindividual, pero, dentro de la unión amistosa, cada
uno de sus miembros se halla frente al otro y no frente a una colectividad superior a ambos. Además, la
formación social que supone depende inmediatamente de uno cualquiera de ellos, de tal modo que
desaparece al desaparecer uno de los dos amigos.
El segundo elemento de la amistad es su origen, o causa de que se produzca. Para que surja la
amistad no basta con poner frente a frente a dos personas, incluso que se relacionan personalmente. Es
necesario que se dé en ellas una afinidad espiritual en gustos y aficiones, sentimientos e ideas, que no
necesita ser total para producirse, puesto que pueden reforzarla divergencias accesorias
complementarias. Esto significa, en términos sociológicos, la necesidad de un amplio consenso o

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Amistad: “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”
(DRAE).
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acuerdo que, sin dejar de ser social, es todavía, en gran manera, individual, pues no se realiza alrededor
de ideas y valores generales, sino en relación a convicciones y cualidades individuales muy concretas.
Al tercer elemento se le puede llamar formal porque es el que tipifica o distingue la relación amistosa
de otras relaciones. Lo peculiar de la amistad no es el sexo, como en la unión conyugal, la ganancia o el
interés, como en la lucrativa, o una empresa común, como en otro tipo de sociedad, sino el afecto
desinteresado, o el amor de benevolencia, según el cual la define Tomás de Aquino (Suma Teológica
II-II q. 23, a. 1) como amor que quiere simple y puramente el amor del amigo. Este amor es, por
oposición al egoísmo y dirigido al otro, esencialmente social, pero, al mismo tiempo, hace relación a
una persona muy determinada y se apoya en sus cualidades individuales específicas.
Aristóteles (Ética Nicomaquea, lib. 8, cap. 8-9) parece considerar también que lo específico de la
amistad es el afecto desinteresado, pues, por una parte, declara que la amistad “consiste sobre todo en
los sentimientos afectuosos” y, por otra, afirma que es enormemente exacto que “entre amigos todo es
común”; dentro de esta concepción, distingue la amistad fundada en la semejanza en la virtud, de la
basada en la semejanza en el vicio y, ambas, de la amistad que se funda en la utilidad y nace, sobre
todo, de la oposición o del hecho de carecer uno de lo que otro tiene.
La amistad es vida. No puede quedarse en un bienquerer platónico. Otro elemento esencial es su
fin, indudablemente de carácter social, pero también individual y concreto, que consiste, como dice
García Morente –o. c., 185– en una “colaboración vital”, es decir, en la ayuda mutua en orden al pleno
desarrollo del ser y de la personalidad de los amigos. La amistad implica, pues, esencialmente, algo tan
social como la comunicación recíproca de los dones individuales y el cambio mutuo de servicios. En
este sentido, Tomás de Aquino enseña que “la amistad con una persona sería imposible si no se creyera
o no se esperara tener alguna comunicación o coloquio familiar con ella” (o. c., I-II q. 65, a. 5). Se ha
de tener en cuenta que la comunicación que supone la amistad es genérica y se extiende, en principio, a
todos los aspectos de la personalidad y a todos los bienes poseídos que se puedan comunicar
lícitamente.
3. Valor humano y social de la amistad. La amistad tiene un valor humano y social muy
destacado. Representa en sí uno de los aspectos más nobles de la vida humana y uno de sus goces más
puros y elevados. La amistad rodea al hombre de una atmósfera de cariño e influye en todas las facetas
de su personalidad. El hombre aparece sin secretos ante el amigo y la función esencial de aquel es
ayudarle a corregirse y superarse en todos los aspectos. De aquí que sea un factor de primer orden en la
formación humana. Se puede afirmar que la autoformación es siempre imperfecta, de donde se deriva
que, a este respecto, la función de amigo sea insustituible. Este valor humano de la amistad representa
su mejor contribución a la sociedad, pues el hombre es el origen, el fundamento y el fin de la misma.
Pero, además, presupone y fomenta virtudes eminentemente sociales: el desinterés, la beneficencia, la
comprensión, la condescendencia, el don de sí, el espíritu de colaboración, la unión social. En este
sentido, se la puede calificar de germen y raíz de la vida social humana, pero no de una vida social
impersonal, según patrones abstractos, como impera en nuestra sociedad masificada, sino de una vida
social personal, íntima, vital, creadora, que refleja una vez más la naturaleza social e individual de la
amistad.
Hay que señalar, por último, siguiendo a García Morente, otro aspecto importante del valor social
de la amistad: su influjo social como fuente de esfuerzo creador y renovación social y cultural. Frente a
la vida social “pública” que se desarrolla según modelos culturales fijos, ya hechos, que sólo exigen la
conformidad del individuo y no su esfuerzo creador, en la amistad, el amor y la soledad, que son
formas radicales de la vida privada basadas en lo peculiar e íntimo de cada persona, se manifiesta la
autenticidad y originalidad del espíritu humano y su capacidad de creación. “La especie, escribe García
Morente –o. c., 164– se renueva por los individuos. En la soledad insobornable de cada cual es donde
tiene su origen todo empuje y aliento, que transforma la faz de las cosas para cumplir el eterno destino
del hombre: hacerse y deshacerse en la duración del tiempo, en la historia”.
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4. Normatividad de la amistad. Si bien es cierto que la amistad –en el ámbito natural– no es


normativa en cuanto que no está exigida ni determinada por ninguna ley positiva, no lo es menos que la
amistad, una vez establecida, engendra la exigencia del cumplimiento de unos deberes recíprocos.
Estos deberes (fidelidad, lealtad, sinceridad, etc.) obligan en la medida en que es normativa la práctica
de las virtudes morales exigidas por la amistad. El amigo verdadero no puede tener, para su amigo, dos
caras: la amistad, si ha de ser leal y sincera, exige renuncias, rectitud, intercambio de favores, de
servicios nobles y lícitos. El amigo es fuerte y sincero en la medida en que, de acuerdo con la
prudencia, piensa generosamente en los demás, con personal sacrificio. Del amigo se espera la
correspondencia al clima de confianza, que se establece con la verdadera amistad; se espera el
reconocimiento de lo que somos y, cuando sea necesaria, también la defensa clara y sin paliativos.

BIBLIOGRAFÍA: M. GARCÍA MORENTE, Ensayo sobre la vida privada, en Ensayos, Madrid, 1945;
W. AKEN, Los jóvenes y la amistad, Madrid, 1965; A. G. BIRLAN, El amor y la amistad, Bilbao, 1966;
P. PHILIPPE, Papel de la amistad en la vida cristiana según S. Tomás, Roma, 1938; A. VÁZQUEZ DE
PRADA, Estudio sobre la amistad, Madrid, 1956; A. ODDONE, L’Amicizia, Milán, 1937; J. GUITTON,
Sobre el amor humano, 4 ed., Madrid, 1965.

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