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Gabriele

Aprende a rezar Aprende


Es preciso
aprender a rezar de verdad,
pues rezar de forma adecuada,
rezar en uno mismo,
a rezar
es un diálogo con Dios. Gabriele

ve
Cristo, la lla
del portal la vida
de
Vida Universal

En la verdadera oración experimentas a Dios


ISBN 978-84-8251-088-0 La verdadera oración hace feliz
Aprende a rezar.
En la verdadera oración experimentas a Dios.
La verdadera oración hace feliz

1
2
Aprende
a rezar
En la verdadera oración experimentas a Dios.
La verdadera oración hace feliz

Gabriele

Cristo, la llave
del portal de la vida
Vida Universal

3
1ª edición: 2013
Spanisch
Editado por
Vida Universal - Apartado 8458
28080 Madrid - España
© Gabriele-Verlag Das Wort GmbH
Max-Braun-Str. 2, 97828 Marktheidenfeld
Tel. 09391/504-135, Fax 09391/504-133
www.gabriele-verlag.de
Traducido del alemán.

Traducción autorizada por


la editorial Gabriele-Verlag Das Wort GmbH
el 10 de septiembre de 2013

Título del original en alemán:


«Lerne beten»

En todas las cuestiones relativas al sentido,


la edición original en alemán tiene validez última
Reservados todos los derechos

Imprime: KlarDruck GmbH, Marktheidenfeld, Alemania

ISBN: 978-84-8251-088-0

4
A modo de prólogo
En una serie de seminarios, Gabriele, la profeta
y enviada de Dios en nuestro tiempo, impartió
enseñanzas provenientes de la Sabiduría divi-
na, dando muchas indicaciones y ejercicios
concretos y prácticos que pueden ser aplicados
en la vida diaria, y en los que se encuentra la
oportunidad para alcanzar un crecimiento espi-
ritual paulatino.

En este libro se exponen las explicaciones de


Gabriele, que formaron la base del seminario
«Aprende a rezar. En la verdadera oración ex-
perimentas a Dios. La verdadera oración hace
feliz».

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Los seres humanos rezan.
Los seres humanos piden.
Los seres humanos tienen
esperanza.

Muchas personas preguntan por Dios. ¿Dónde


está Dios? ¿Me escucha Dios? ¿Me entiende
Dios? ¿Me ama Él? ¿Existe en realidad un Dios?
Si Dios existe, ¿por qué no se hace notar? ¿Por
qué no me responde?

Preguntas y más preguntas.

Hagámonos conscientes:
El Cristo de Dios, y por tanto también el Espíri-
tu de nuestro Padre eterno, está más cerca de
nosotros que nuestros brazos y piernas.

Si Él está en verdad tan cerca de nosotros –


¿por qué no Le escuchamos?
7
Quien plantea estas preguntas, tiene que pre-
guntarse a sí mismo: ¿Se dirige él a Dios o se
ha apartado de Dios a causa de sus asuntos
personales, de sus aspectos egoístas?

¿Por qué muchos se lamentan de que rezan a


Dios, pero apenas si reciben de Él una respues­
ta? –y de ser este el caso, no saben si la respues­
ta ha venido del gran Espíritu de la vida.
La pregunta del «por qué» la planteamos la
mayoría de las veces a nuestros semejantes o
a un teólogo. ¿Pueden nuestros semejantes o
los teólogos darnos respuesta, si ellos mismos
no están en condiciones de percibir a Dios en
su interior?
El «por qué» que se plantea a muchas per-
sonas conduce siempre a otros enigmas, pues
más de uno al que se le pregunta se encoge de
hombros y dice: «Yo no sé por qué no escucha-
mos a Dios».

Y el teólogo nos responderá en el sentido de:


«No deberíamos ser altaneros. La pregunta de
8
por qué no percibimos a Dios pertenece al ám-
bito de la teología. Esos son precisamente los
secretos de Dios».

¡Por qué, por qué, por qué! La respuesta a


nues­tro «por qué» es muy sencilla. En lugar de
acudir a Dios, huimos de Él.

Jesús nos enseñó: «Pedid y se os dará; buscad


y encontraréis; llamad y se os abrirá».
¿Hacia dónde deberíamos dirigir nuestras peti-
ciones?
¿Dónde deberíamos buscar y dónde llamar?

Nunca donde otras personas, tampoco donde


un teólogo, pues también él es solo un ser hu-
mano. Tan pronto como cada uno en particular
se haga consciente de que él mismo es el tem-
plo de Dios y de que Dios vive en él, sabrá a
dónde puede dirigirse.

9
Debemos aprender a dirigirnos hacia el
interior, para encontrar a Dios en nosotros.

En la oración, pronunciada en el propio interior,


experimentamos a Dios.

Pero es preciso aprender a rezar de verdad,


pues rezar de forma adecuada, rezar en uno
mismo, es un diálogo con Dios.
Muchas personas parlotean sus oraciones, pero
sus pensamientos están en otro lugar, es decir,
no en la oración. Esas son oraciones que están
dirigidas al exterior.

Jesús dijo: «Pedid y se os dará (...)». No obstan-


te, muchas personas se dirigen a Dios men-
digando diferentes cosas, y la mayoría de las
veces se trata de asuntos personales. Se quiere
que Dios cumpla nuestros deseos humanos, los
que a menudo se contraponen a la sanación de
nuestra alma.

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Solo cuando la persona encuentra el cami-
no a la correcta oración, que incita a la acción,
determina esta su vida terrenal. Oraciones de
acción son oraciones basadas en una fe firme,
que nos hacen sentirnos felices.

¿Cómo encontramos el camino a la oración que


incita a la acción?
A la verdadera oración de acción llegamos solo
cuando cuestionamos nuestras oraciones de
petición y de agradecimiento, cuando exami-
namos si somos como aquello por lo que pe-
dimos.
Solo cuando nuestra oración es una oración fer-
viente, cuando hemos aprendido a rezar en el
centro de la fuerza del Cristo de Dios y vivimos
nuestras oraciones, sentimos que de repente
nos sostiene una fuerza que siempre está pre-
sente.

Si entonces cumplimos nuestras oraciones en


la vida diaria, llenando con ello nuestra vida y
cumpliendo por tanto la voluntad de Dios, nos
11
acercamos al centro del amor que está en no-
sotros. Nos dirigimos a Dios.
El ir caminando paulatinamente hacia el eterno
Espíritu del amor, pronto nos hace sentir que
Dios, nuestro Padre en Cristo, nuestro Redentor,
se nos acerca dando más pasos hacia nosotros.
Oraciones de acción, que cumplimos en la vida
diaria, se convierten poco a poco en oraciones
de experiencia.
Vivimos, sentimos y experimentamos cómo la
cercanía de Dios se nos hace paso a paso más
consciente.
Hacemos en nuestra vida diaria la experiencia
de que el amor de Dios nos asiste, nos ayuda;
y en nuestras sensaciones experimentamos Su
presencia.
Nos volvemos más pacíficos.
Alcanzamos seguridad y confianza en Dios.
Vamos cada vez más con Dios a nuestro traba-
jo, trabajamos más y más con Su fuerza y Le
experimentamos en nuestro quehacer diario.
De pronto entendemos p. ej. a nuestros com-
pañeros de trabajo y podemos ayudarles, sin
12
querer sobresalir. En muchas situaciones nos
damos cuenta y reconocemos que Dios existe.
Dios nos da respuesta a través de muchos ca-
minos, que por de pronto nos son desconoci-
dos.
Aprendamos por tanto primero a liberarnos
de nosotros, de nuestros esquemas de pensa-
miento que trepan como ramas en torno a la
pasión, al odio, a la envidia, a los deseos, a la
codicia y mucho más.
Este ramaje traspasa nuestros sentimientos y
nuestros pensamientos.
Nuestras palabras están por lo tanto también
marcadas por aquello que pensamos, sentimos
y queremos. De ello resulta la intranquilidad
en el sistema nervioso, que se traspasa a toda
la persona, la que entonces gira una y otra vez
en torno a aquello que se mueve en su cabe-
za. Esto es, como se mencionó al comienzo, el
apartarse de Dios.
A partir de este «ser así», planteamos las mu­
chas preguntas: « ¿Dónde está Dios?». «¿Por
qué Él no me oye?». «¿O tal vez sí me entien­
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de?». «¿Quizás no me ama?». «¿O tal vez sí que
me ama?».
Quien se enreda en su propio ramaje, va de ca-
mino a la desdicha que él mismo se ha creado.

Un refrán dice:
«¡Cada cual es el forjador de su propio desti-
no!». Si ampliamos esta afirmación, podría de-
cirse que cada uno es el forjador de su propia
desdicha, y al fin y al cabo el causante de todo
lo que le sucede.
La mayoría de las personas que mencionan
una y otra vez que rezan tanto, están ocupa-
das consigo mismas, se encuentran por tanto
girando en torno a sus asuntos personales, de
modo que apenas se dan cuenta de cómo le va
al prójimo.

Comencemos por nosotros mismos con la pre­


gunta: ¿puedo comprender en mí, en mi fuero
interno, aquello por lo que rezo?
Y: ¿soy yo la persona que en la vida diaria hace
aquello por lo que reza?
14
Seamos conscientes de que:
sin tener comprensión por lo ajeno y compar-
tirlo, sin sentir dentro de aquello por lo que
rezamos, no alcanzamos a Dios.

Para acercarnos a Dios en la oración, debemos


volvernos silenciosos poco a poco. Silenciosos
nos volvemos solo cuando, con la fuerza de
Cristo, nos vencemos a nosotros mismos, apar-
tando lo que está entre Dios y nosotros.

Si con el Espíritu de Cristo estamos dispuestos


a trabajar nuestros aspectos humanos, nos vol-
veremos más tranquilos.

Nuestra oración se convertirá entonces en una


oración de contemplación, esto significa que
contemplamos todas nuestras peticiones de
oración preguntándonos:
¿Me comporto en la vida diaria
de acuerdo con mis oraciones?

15
Sor ejemplo, si rezamos por personas, ani-
males, es más, por la madre Tierra, nos plan-
teamos la pregunta:
¿Qué opinamos sobre nuestros semejantes?
¿Qué clase de sentimientos tenemos por nues­
tros hermanos animales?
¿Y cómo sentimos a la madre Tierra en noso-
tros?

Debemos aprender a estar con nuestros senti-


mientos en nuestras oraciones, a alcanzar una
capacidad de comprensión y compartir para
sentir cómo le va p. ej. a la persona por la que
rezamos, cómo les va a los animales o incluso
a la madre Tierra.

Todas nuestras peticiones que presentamos a


Dios, deberíamos hacerlas resonar primero en
nuestro interior, sentir dentro de las situacio­
nes, en la consciencia de que lo que no quie-
ro que me hagan a mí, no hay que hacérselo
tampoco a nadie, ni por mi parte ni por la de
mi prójimo.
16
De esta manera me pongo con mis sentimien-
tos en las situaciones y me digo: «Yo no deseo
vivirlo de este modo». Con motivo de esto po-
demos rezar por el prójimo con un cierto senti-
miento de comprensión y compartiendo con él.

Así encontramos muy paulatinamente el cami-


no a la verdadera oración.
En la verdadera oración, en ese profundo sen-
timiento de comprender y compartir que se
vuelve vivo en nosotros, nos damos cuenta
muy pronto de que nos eleva una fuerza que
hasta entonces nos era desconocida. Sentimos
que esa es una respuesta de Dios.
Es el Espíritu, que nos toca.

Nuestras oraciones de petición y agradecimien-


to son entonces oraciones de vivencia. Ya no
luchamos por conseguir las palabras adecua-
das. Sentimos como las oraciones vienen muy
lentamente desde el interior; es nuestra alma
que nos ayuda acompañándonos; ella comien-
za a rezar con nosotros.
17
Si permitimos que el rezo surja desde el
interior, nuestras oraciones serán oraciones de
petición cada vez más desinteresadas y autén-
ticas, o peticiones profundas a favor de nuestro
prójimo, a favor de la madre Tierra.

Oraciones que solo giran en torno a nuestros


asuntos personales y humanos, a conseguir fa-
vores y ventajas para nosotros, muestran una
falta de confianza en Dios, que es el que sabe
acerca de todas las cosas.

Las oraciones de corazón, las oraciones de vi-


vencia u oraciones de experiencia, las oracio­
nes que van acompañadas por el sentimiento
de compartir lo que vive el otro, no se mueven
en la estrechez de lo humano y de lo pura-
mente humano. Ellas están orientadas por lo
general a la gran totalidad.

Se trata de oraciones por otras personas, por


almas en los ámbitos de purificación, por
aquellos que fallecen, por los que nacen, por la
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naturaleza –lo que son muchas peticiones por
la gran totalidad, en la consciencia de que la
fuerza omniabarcante y universal de Dios, Su
poderosa irradiación, siempre produce lo que
es bueno.

Hagámonos conscientes: cada oración,


como medio para conseguir un fin, procede de
la naturaleza inferior, de lo que es netamente
humano, a lo que Dios no presta oídos.

Las muchas preguntas sobre Dios que plantean


los seres humanos que rezan y no reciben nin-
guna respuesta, son «oraciones a distancia», lo
que significa que para esas personas Dios está
muy lejos, a mucha distancia.
Tales oraciones no encuentran ninguna reso-
nancia en el corazón, porque están dichas ha-
cia afuera, por lo que los pensamientos están
en un mundo muy distinto, en el mundo del Yo
de la persona.
19
Si aprendemos a apreciarnos como un ser cós-
mico, de una forma más elevada que nuestro
yo inferior, conseguiremos distanciarnos de
nosotros, de nuestro comportamiento egoísta.
Entonces nuestras oraciones se tornarán más
profundas y entrañables.

Lo que es excesivamente humano nos sepa-


ra de Dios. Solo cuando hemos aprendido a
prescindir de los reproches y de la autocensu-
ra, sentimos que Dios está cerca de nosotros.
Si le pedimos a Él de corazón que nos ayude a
vencer nuestros aspectos de carácter que son
excesivamente humanos, de algún modo se
hará presente la ayuda.

La fuerza del Espíritu nos ayuda a vencernos.


Nos volvemos más tranquilos y nos dirigimos
cada vez más profundamente hacia el interior,
hasta que permanecemos en el centro del Cris­
to de Dios, que brilla cerca de nuestro corazón
físico. Entonces nuestras oraciones están sos­
tenidas por el espíritu del amor, y nos damos
20
cuenta cada vez más de que nuestra alma reza,
el ser interno que somos en Dios.
Muchas personas hacen reproches a Dios; es
la autocensura que procede de estar insatis-
fecho consigo mismo. La autocensura es siem-
pre falta de confianza en Dios, lo que tiene por
consecuencia que la asistencia de Dios se hace
esperar.

Suchas personas rezan para que Dios asis­


ta a nuestros semejantes en su sufrimiento, en
su desdicha. Los que rezan se preguntan po-
cas veces cuán grande es su sentimiento de
comprensión y apoyo por aquellos por quienes
rezan.

Solo cuando el ser humano ha aprendido a sen-


tir en sí el sufrimiento de su prójimo, cuan-
do ha aprendido a sentir ese sufrimiento en el
centro del Cristo de Dios en sí mismo, entonces
está rezando.
21
En la medida en que sentimos cómo les va a
nuestros semejantes por los que rezamos, pen-
sando en lo que tienen que soportar, cuando
por tanto dejamos resonar en nosotros la pena
y el dolor del otro, entonces podemos decir
que estamos rezando.
Una oración sin participación interna no es nin-
guna oración, es solo un balbuceo de palabras
de oración.
Por tanto, rezar por otros significa sentir den-
tro de su sufrimiento, de su necesidad, de su
enfermedad. Tiene que dolernos en el corazón
que al otro le vaya de esa manera. Solo enton-
ces se nos concederá el que podamos enviar
impulsos de fuerza.
Estos auténticos y profundos impulsos de
fuerza que fluyen desde nuestra oración, las
energías de pensamientos positivas y desinte-
resadas, en determinadas situaciones son para
nuestro prójimo una ayuda para que pueda
entender su dolor, o bien le ayudan a que en la
oración encuentre a Cristo, que es el Ayudante,
Consejero y Sanador.
22
Quien aprende a confiar en Dios, en tanto se
encomienda a sí mismo y a su prójimo a Él, a
rezar por tanto acompañando la oración con el
corazón y el sentimiento de compartir lo que
vive el otro, siente también en su propio cora-
zón que la fuerza de Cristo, el Médico y Sana-
dor interno se comunica con el propio mal o
con el mal del prójimo.
El consuelo en el propio corazón y en el de
nuestro prójimo nos hace felices. Estas son ver-
daderas y profundas oraciones de experiencia.

Tan pronto como nos sintamos incorporados al


amor y a la sabiduría de Dios, no pediremos
nada más por nosotros mismos, pues la ora-
ción del alma es adorar a Dios; de ello fluyen
impulsos de fuerza para nuestros semejantes.

El amor a Dios y al prójimo es la oración más


elevada. «Ama a tu prójimo» significa com­
prenderle, sentir en su interior para experimen-
tar cómo le va. De esta forma desinteresada de
rezar se desarrolla un diálogo con Dios.
23
Rezar de verdad conduce también a la
madurez espiritual. Pues solo cuando expe-
rimentamos el silencio del interior y la dicha
sublime que viene de nuestra alma, sabemos
que esta es la respuesta de Dios.

Hasta que hayamos logrado que la oración sea


desinteresada, tenemos que aprender una y
otra vez.

En la oración también tenemos que sentir la


gran unidad que crece del amor a Dios.

¡Vayamos a la naturaleza, abramos bien los ojos


y dejemos que la naturaleza entre en nues­tro
interior!

Sintamos que cada brote de hierba, cada arbus­


to, cada árbol majestuoso, cada animalito y
cada mineral vive.
El sentir la vida es una vez más la respuesta
de Dios.

24
Si aprendemos a vivir en esta gran unidad, sen-
tiremos que estamos unidos con todas las cria-
turas, estando liberados –que es lo mismo que
independientes– de tiempo y espacio, siendo
eterno SER, Existencia eterna que florece cada
vez más bajo el sol del amor.
Esto es vida presente. Esto da alegría y libertad.
Esto es rezar de verdad.
Por tanto, si aprendemos a rezar, aprendemos a
vivir, siendo así una parte de la gran totalidad.
Con ello vivimos de múltiples formas y mane-
ras la presencia de Dios así como Su respuesta.

En tanto seamos de corazón vehemente,


mientras nuestras oraciones sean solo oracio­
nes parloteadas, estaremos rezando hacia afue-
ra y sentiremos a fin de cuentas la insipidez de
la existencia que nos rodea, porque Dios no
nos habla. Es más, Él no nos puede tocar, por-
que nosotros en verdad no nos dirigimos a Él,
no habiendo establecido, no habiendo conse-
guido el nexo de unión con Él.
25
Dios se nos acerca solo en el interior, en nues­
tra oración verdadera y profunda.

Hagámonos por tanto conscientes que cual-


quier tipo de búsqueda de Dios en lo externo
es en vano. Tampoco la oración expresada solo
de la boca para afuera encuentra asentimiento
en el corazón.

Solo cuando al rezar nos encontramos con


Dios en nosotros, sentimos ese gran y cósmico
ser-uno, y entonces viviremos a Dios en todas
partes –pero no en lo externo, sino en todo lo
que nos sale al encuentro.

Con frecuencia los seres humanos tienen


miedo a todo lo que podría sucederles. Esto
les pone intranquilos y les saca hacia el exte­
rior. Hagámonos conscientes de que a nosotros
no nos puede suceder nada que no hayamos
emitido antes nosotros mismos, con lo que por
tanto nosotros hicimos que les sucediera antes
26
algo a otros. El cielo y el infierno nos los prepa-
ramos nosotros mismos. Los dos son un adqui-
rir consciencia interna, de lo que deberíamos
tomar conocimiento a tiempo para renunciar al
«infierno». Depende de nosotros lo que haga-
mos de nuestra vida.

Nuestra consigna diaria podría ser: Mantente


tranquilo. Combate tu intranquilidad con la
fuer­za del Cristo de Dios, purificando lo que
su­cede en ti; pues cualquier tipo de agitación
de nuestros pensamientos y sensaciones nos
pone intranquilos, nos hace faltos de libertad,
no nos deja volvernos silenciosos ni rezar con-
scientes de nuestras sensaciones.
Nuestra alma solo puede descansar en Dios si
no la excitamos con nuestros aspectos demasia­
do humanos.
Si el Espíritu de Dios puede alimentar nuestra
alma, porque nos hemos vuelto silenciosos,
sentimos entonces el «valor nutritivo» de lo
interno; es la tranquilidad en la persona, el si-
lencio, el ser-uno con el infinito. Eso es nuestro
27
verdadero ser. Esto nos resulta solo cuando
cada día aprendemos, aprendemos y aprende-
mos –cuando aprendemos a rezar.

Muchos de los cristianos de Iglesia han


olvidado cómo se reza. ¿Nos sucede esto tam-
bién a nosotros? Si miramos nuestro mundo,
hemos de admitir que muchos habitantes del
mundo occidental, aunque dicen ser cristianos,
están muy lejos de ser cristianos de verdad.
Los denominados cristianos se han convertido
en general en oradores maquinales. Oran me-
cánicamente y sin reflexionar lo que p. ej. los
dignatarios eclesiásticos les determinan. Han
olvidado cómo vivir sus oraciones.

En el tiempo actual vivimos los excesos de un


cristianismo de apariencia, la denominada xe­
no­fobia en lugar del amor fraternal. El cristia-
nismo de apariencia exige que se haga profe-
sión de fe en lugar de reconocerse, para seguir
así los pasos de Jesús, el Cristo.
28
En la oración de experiencia, de sentir
con el otro y compartir en sentimientos lo que
este vive, nos volvemos más sensitivos. Ex-
tendemos a las personas, si estas lo desean, la
mano que auxilia, para ayudarlas y estar a su
servicio a partir de la propia experiencia espi-
ritual.
Si esto no nos es aún posible, porque tal vez
estamos en contra de nuestro prójimo, no de-
beríamos darle ningún buen consejo, ni a él ni
tampoco a otros semejantes.

Quien no es capaz de expender consuelo inter-


no desde la propia sustancia de vida interna,
espiritual, tampoco puede guiar a ninguna per-
sona para que encuentre el camino del silencio
interno, donde le espera el Conductor, Conseje-
ro y Ayudante interno.

Reflexionemos sobre lo que significa:


La oración y la vida deberían formar una uni-
dad.

29
Muchas personas se apoyan en otras per-
sonas y se decepcionan una y otra vez.
Quien no cuenta con seres humanos ni se
entrega a ellos, y por el contrario pide ayuda,
consejo y apoyo al Eterno, tampoco será aban-
donado por ninguna persona, porque él no se
apoya en seres humanos, sino en Cristo, el Es-
píritu eterno que está presente en todo.

Precisamente en el tiempo actual deberíamos


hacernos conscientes de que en todo está Dios,
que en todo palpita el corazón de Dios, y que
nosotros debemos vivir y estar enraizados en
el fondo primario del Eterno.
Si aspiramos a esto en la oración, nos volve-
mos felices desde el interior y nos sentimos
unidos con el gran Espíritu.

Quien se dirige hacia el interior en la oración


y siente en el corazón a su prójimo, es más,
a toda la inmensidad, tiene el poder de abrir
el portal interno hacia el Reino del Espíritu de
Dios.
30
Si hemos encontrado a Dios en nuestro cora-
zón por medio de la verdadera oración, que
deberíamos practicar y cultivar, Le sentiremos
en todo lugar como el Omnipresente, el Bonda-
doso, el Amistoso, el Amoroso, el Espíritu del
amor.
Entonces haremos la experiencia de que Dios
nos contempla desde cada ser humano, desde
cada flor, desde cada arbusto y árbol, desde
cada mineral.

Desde cada sonido que emite un animal, del


viento, de los rayos del sol, de cada gota de
agua y desde cada grano de arena experimen-
tamos entonces la irradiación todopoderosa,
al Todopoderoso, y no estamos solos; estamos
unidos a Él y rodeados por el poder del amor.

¡Aprendamos a rezar en el interior, en la ver-


dadera oración de experiencia, sintiendo con
el otro y compartiendo en sentimientos lo que
este vive, participando de todo lo que nos ro-
dea, en lo que vemos y no vemos, y con to-
31
dos los seres humanos, seres y formas de vida!
Entonces recorremos el camino hacia la vida,
pues Dios es la Vida Universal. Nuestros días
son entonces luminosos, están traspasados por
el sol interno. Vivimos a Dios al despertar – Él
está con nosotros.
A cada instante sentimos que Dios está con no-
sotros. Al anochecer, cuando vamos a descan-
sar, sentimos que el gran silencio está con no-
sotros, Dios.
Cuando aprendamos a vivir como seres inmor-
tales, solo entonces estaremos viviendo.

Más de uno se plantea la pregunta:


¿Rezo correctamente?
¿Rezo de modo que Cristo me escucha, me
comprende?
Podríamos hacer un ejercicio para aprender a
encontrarnos a nosotros mismos.
32
Ante todo: ¿qué haríamos p. ej. si en nuestro
televisor la imagen estuviera distorsionada? El
primer pensamiento sería seguramente: ¿Se
habrá torcido tal vez la antena? ¿Es que la ante-
na parabólica no está orientada correctamente?
Entonces llamaríamos rápidamente a un técni-
co y dejaríamos que este orientara la antena
de la televisión, la antena parabólica, para que
en la pantalla se vea nuevamente una imagen
buena y clara.

Cada uno de nosotros es también un emisor


y un receptor. Y en cada uno de nosotros sur-
gen las imágenes correspondientes, según sea
nues­tra orientación interna, nuestra actitud
ante la vida.
Los seres humanos somos por tanto iguales a
una antena que es preciso orientar. En lo ex-
terno podemos aceptar una ayuda para ello: se
trata de tener una postura corporal meditativa
erguida.
Si p. ej. nos dejamos caer cómodamente en
una silla o en un sillón, en ese caso la antena
33
no está orientada a Dios. Para dirigirnos hacia
el interior, debemos adoptar una postura ante
la vida interna; así sentimos que algo se orde-
na en nosotros.
Esta postura corporal cristiana deberíamos
adop­tarla en la vida diaria de modo habitual,
pero de forma muy consciente en la oración.
Deberíamos hacer que nuestro cuerpo sea tan
ligero como sea posible, para poder recibir los
impulsos de la vida interna. Por ello este ejer-
cicio.
Estamos acostumbrados a reclinarnos en la sil-
la; en realidad para eso está el respaldo; ¿pero
qué sucede si nos apoyamos solo con el coxis,
es decir, si nos sentamos erguidos?

Intenten por tanto apoyar solo el coxis en el


respaldo de la silla. Ambos pies están juntos
en el suelo. Nuestra columna vertebral sostiene
nuestra cabeza, erguida y derecha.
Y ahora sintamos dentro de nosotros.

Nos damos cuenta de que algo cambia.


34
Ahora orientamos nuestra atención a nuestra
mano derecha. Ponemos la palma de la mano
izquierda sobre el dorso de la mano derecha.
Muchos de nosotros sabemos dónde palpita el
centro del Orden. Este late cerca del coxis. Di-
rigimos nuestras dos manos sobrepuestas, la
palma de la mano izquierda sobre el dorso de
la mano derecha, hacia el centro del Orden, es
decir hacia el cuerpo.
En esta postura rezamos para nosotros perso-
nalmente. Tomamos contacto con el gran Es-
píritu de Dios en nosotros.

Podemos cerrar los ojos para sentir mejor nues­


tro cuerpo.

Sentimos que nuestra postura externa, y de ahí


que también la interna, es diferente a la de
costumbre. Sentimos que estamos preparados
para la oración.

Ahora nos dirigimos hacia el interior.


Nos dirigimos al Cristo de Dios en nosotros, a la
35
luz de Cristo en la cercanía de nuestro corazón
físico.

Volvemos los sentidos hacia adentro, para per-


cibir cómo nuestros pensamientos se distan­
cian de nosotros.
Sentimos también que nuestra respiración se
hace más profunda.
Sentimos que nos volvemos más tranquilos.
Sentimos que la cabeza y el corazón se vuelven
una unidad, pues en nosotros hay sosiego.

No acogemos ningún pensamiento.


Nuestra respiración se mueve ahora tranquila
y profunda.

Ahora rezamos por lo que queremos pedir.


No buscamos palabras de oración.

Dejamos que vengan pensamientos de oración


y los llevamos a la luz de Cristo, que brilla cer-
ca de nuestro corazón físico.
Se desarrollan pensamientos de oración.
36
Ahora intentamos rezar en la luz de Cristo, en
el centro de Cristo.

Nos tomamos tiempo. Aprendemos a rezar.

Sentimos que nuestro cuerpo se vuelve ahora


mucho más ligero, por una parte debido a la
postura meditativa al estar sentados, la postu-
ra de oración, por otra parte por medio de la
oración en la luz de Cristo en nosotros.

Me permito sacarles de nuevo de este ejercicio


para hacer el siguiente:

Permanecemos en esta postura de ora­


ción.

En nuestros pensamientos queremos ahora re-


zar por nuestros semejantes, por los animales,
por la naturaleza.
37
Hagámonos nuevamente conscientes de que
somos emisores y receptores.
Acabamos de recibir para nosotros, ahora reza-
mos por nuestros semejantes y por la natura-
leza y los animales, por aquello que llevamos
en el corazón.

Para ello nos abrimos.


Colocamos ambos dorsos de las manos sobre
nuestros muslos y las acercamos algo a nues­
tro cuerpo.

Sentimos otra vez la ligereza de nuestro cuer-


po. Nuestras palmas de las manos comienzan
ahora a vibrar muy suavemente. Esto significa
que el alma desea dar. La luz en nosotros y
nuestra alma quieren llevar la oración a nues­
tros hermanos y hermanas, hacia todas las for-
mas de vida.

Nos dirigimos de nuevo hacia el interior.


Volvemos nuestros sentidos hacia el interior y
nos imaginamos la luz de Cristo en la cercanía
38
de nuestro corazón. Esta palpita y brilla armo-
niosamente.

Ahora presentamos al Cristo de Dios nuestras


peticiones de oración por nuestro prójimo, por
la naturaleza, por la madre Tierra.

Pedimos a Cristo por otras personas, por las


diferentes formas de vida.
Ponemos estas oraciones de petición en la fuer-
za pulsante de Cristo y permanecemos rezando
en esta fuerza interna.

Ahora está rezando, pues están viniendo pen-


samientos de oración. No busquemos palabras
para rezar; dejemos que estas vengan.

A través de nuestro cuerpo fluyen oraciones de


petición. Estas fluyen hacia el exterior. Pasan
por nuestras palmas de las manos, por las ye-
mas de los dedos hacia las personas por las
que rezamos, hacia las formas de vida en las
que hemos pensado al rezar.
39
A través del centro del Cristo de Dios en noso-
tros fluye la fuerza a través de nosotros hacia
nuestro prójimo.

Adondequiera que dirijamos nuestras oracio­


nes –en tanto sean una petición auténtica–, la
recibirán nuestros semejantes o las formas de
vida por las que hemos rezado.

Me permito sacarnos también de este ejercicio


de oración.

Cerramos nuevamente el círculo de ora­


ción, colocando otra vez la palma de la mano
izquierda sobre el dorso de la mano derecha.

Nuestras dos manos, que hemos colocado una


en la otra, las orientamos nuevamente hacia el
centro del Orden.

En nosotros comienza a fluir un circuito ener-


gético.
40
Este circuito de fuerza espiritual se hace sentir:
respiramos más tranquilos. Estamos más con-
centrados. Nos sentimos más ligeros y frescos.
Sentimos la cercanía del Cristo de Dios.

Me permito volver a sacarles del ejercicio.

A alguno de nosotros le han llegado pen-


samientos de los que no se ha podido liberar
y que le han apremiado también durante la
oración. Si es posible, deberíamos analizar,
es decir cuestionar esos pensamientos antes
de la oración, para purificarlos. Debido a ello
nos volvemos más tranquilos y encontramos
después cada vez más la oración profunda, la
oración de experiencia, que es lo mismo que
de reconocimiento.
Si rezamos durante una oración tranquila y sen-
sata, experimentamos una profundidad inter-
na. No luchamos por tener palabras para rezar;
desde nuestra alma fluyen finos sentimientos
de oración que circulan a través del cerebro
41
y activan por ejemplo determinadas peticiones
o pensamientos de oración por el prójimo. Si
por el contrario nos mueve algo, si sentimos
la intranquilidad también en la oración, nota-
mos con ello que nuestro subconsciente está
activo, que quieren llegar pensamientos que
quizás antes oprimimos. La intranquilidad que
se hace notar cuando nos sentamos para hacer
la ora­ción, cuando queremos por tanto rezar,
muestra siempre que hay –tal vez desde hace
tiempo– algo que está pendiente de ser purifi-
cado.

En el fondo es positivo que precisamente cuan-


do queremos rezar, nos apremien tales pensa-
mientos; estos indican que hace tiempo que
habría que haber purificado algunas cosas.
Durante nuestro trabajo o nuestras actividades,
los pensamientos corren automáticamente, a
menudo sin que esto nos sea consciente. Pero
si nos retiramos a rezar, estos literalmente nos
asedian. Esto indica que nuestra alma desea
liberarse de ese mal.
42
Pero también es posible que precisamente
cuando queremos ir a rezar, se haga notar el
subconsciente y perturbe todas nuestras bu-
enas intenciones. Entonces no debería decirse:
«¡Ahora dejaré a un lado estos pensamientos,
pues en estos momentos quiero rezar!», sino
que decimos: «¡Vaya! ¿Qué hay todavía pen-
diente? ¡Esto lo analizaré enseguida y lo puri-
ficaré!».
No sería aconsejable apuntar simplemente
nuestros pensamientos apremiantes y al mis-
mo tiempo opresivos, dejando después a un
lado lo que hemos anotado, para orientarnos
de nuevo y proponernos diciendo: «¡ahora voy
a rezar de modo impersonal!».
Antes que nada deberíamos hacernos más bien
presente de cuáles son los contenidos de esos
pensamientos, esforzándonos en subsanar con
Cristo lo que hemos reconocido en nosotros.
Adoptamos nuestra postura de oración, sen-
tándonos de forma erguida, pero esta vez con
la intención de rezar ahora por nosotros. En la
oración pedimos entonces a Cristo que nos ayu­
43
de a purificar esos pensamientos que hemos
cuestionado, en los que reconocemos nuestros
componentes del ego –pero solo si queremos
hacerlo.
¡Esto es importante! Tenemos que querer hacer-
lo y lo que hemos reconocido nos tiene que
doler. Tiene que haber un cierto dolor de que
aún todavía seamos como nos lo muestran los
contenidos de nuestros pensamientos. Si esto
es así, entonces también sentiremos la ayuda.
Puede que lo expuesto también transcurra del
siguiente modo: Queremos rezar. Una intran-
quilidad aún difusa no deja que nos volvamos
verdaderamente silenciosos. Permitimos cons­
cientemente que lo negativo que ahora nos
mueve, tome forma en pensamientos que po-
damos captar. Si nuestras sensaciones y pen-
samientos perturbadores no son graves, no son
opresivos, entonces los anotamos. Estos se
mantendrán a distancia si nos dirigimos a Cris­
to y Le pedimos por ello. Nos tranquilizamos y
podemos rezar fervorosamente, así como está
previsto.
44
A continuación, después de nuestra oración,
deberíamos purificar lo que estaba en nues­
tros pensamientos, en nuestros pensamientos
apremiantes, por ejemplo contra nuestros se-
mejantes. Si hemos pecado contra aspectos
de la naturaleza, lo purificamos con el gran
Espíritu, el Espíritu creador de la naturaleza.
Después de esto nos proponemos firmemente
no cultivar más tales pensamientos, o no hacer
más aquello a lo que nuestros pensamientos
nos han impulsado y apremiado una y otra vez.

Esencial es una y otra vez la oración,


el pedir ayuda a Cristo, que vive en nosotros.
Él nos apoya, siempre y cuando queramos li-
berarnos de esos comportamientos erróneos.
Esto es lo decisivo.
Para aprender a rezar verdaderamente, es
necesario que seamos sinceros con nosotros
mismos. No cada día es igual al otro. Observé-
monos de forma crítica: en el instante en que
buscamos pensamientos de oración, buscamos
45
en nuestra cabeza, en nuestro subconsciente.
Entonces deberíamos reconocer que estamos
oprimiendo pensamientos y que así nos pone-
mos tensos.
Si por tanto al rezar les sobrevienen pensa-
mientos problemáticos, ¡no los repriman! Ob-
sérvenlos con atención, pues ellos se muestran
en imágenes. Escríbanlos también, y luego –
cuando ustedes se hayan tranquilizado– co-
miencen a rezar.
Pídanle a Cristo apoyo y ayuda para recono-
cer y purificar eso que es puramente humano,
también diríamos, el pecado o los comporta-
mientos equivocados.

Aspiramos a volvernos más tranquilos.


Queremos encontrar el silencio interno para po-
der rezar de corazón, pues la verdadera oración
es un diálogo con Dios. Esto nos hace felices,
nos hace fuertes en la fe, nos hace seguros en
el quehacer diario. ¿Por qué? Porque sentimos
Su presencia.
46
¿Por qué a menudo irrumpen en nosotros mu-
chos, muchísimos pensamientos, justo cuando
queremos rezar?

Hagámonos presente que en nuestro subcons­


ciente hay muchos deseos, pretensiones y am-
biciones –también culpabilidades y otras cosas
que nos cargan– que hemos oprimido, porque
no los queremos reconocer de forma conscien­
te. Estas energías negativas están grabadas en
nuestro subconsciente y tienen efecto desde
allí en nuestra forma de sentir, percibir, pensar
y obrar. Deberíamos indagar profundamente
en aquello que hemos introducido en nuestro
interior, para poder trabajarlo, purificarlo y li-
berarnos de ello.

Si ahora nos proponemos rezar, si aspiramos


por tanto a volvernos más tranquilos, nuestro
subconsciente reaccionará inmediatamente.
Este aprovecha la oportunidad para asaltar-
nos –con aquello que él quiere, pues nuestro
subconsciente quiere llevar adelante bajo toda
47
circunstancia ese deseo que llevamos en no-
sotros de querer algo puramente humano, sin
que queramos confesarlo.

Si por tanto nos asaltan pensamientos, escribá-


moslos.
Le pedimos al Espíritu ayuda y apoyo para po-
der purificarlos.
Repito: si queremos hacerlo –y cumplimos lo
que hemos reconocido. En el caso de que apa-
rezcan de nuevo esos pensamientos, no lo per-
mitimos.
Pedimos ayuda una vez más: «Señor, te he pe-
dido que transformes estos aspectos. Ahora
pongo esos pensamientos a Tus pies y Te pido:
¡ayúdame a no cultivar más estos pensamien-
tos!».
Si nos interiorizamos una y otra vez, si entra-
mos en una oración meditativa, experimenta-
mos que Cristo nos asiste. Sentimos al Espíritu
en nosotros. El hecho de percibir y sentir esto
nos hace felices y nos pone contentos desde el
interior. Podemos dirigirnos a nuestros seme-
48
jantes mucho más tranquilos y equilibrados, y
también rendir más en el quehacer diario. A
quien esté dispuesto y preparado para subsa-
nar con Su ayuda lo que es puramente huma-
no, cada día le irá mejor.
Primero viene por tanto la oración de reconoci-
miento y después la oración de acción.
La oración de acción significa que sentimos
en el corazón que para nosotros es un deseo
verdadero que les vaya bien a todos los seres
humanos, a la naturaleza y a los animales. En-
tonces haremos cada vez menos juicios de va-
loración, es decir, no despreciaremos a otros ni
seremos envidiosos. Estas ambiciones de obrar
de modo puramente humano se retiran cada
vez más, porque trabajamos con la fuerza del
Cristo de Dios. Nuestra alma se vuelve más lu-
minosa, el ser humano más libre. Esto significa
con el tiempo que el alma reza.

La oración que surge desde lo profundo de


nuestra alma es una fervorosa oración de agra-
decimiento, una oración desinteresada que al
49
venir del alma nos hace felices y nos pone con-
tentos. Es una alegría interna, porque también
como ser humano sentimos que nos hemos
acercado a Dios.
Pero esto requiere práctica; se trata de apren­
der constantemente. ¡Por favor, no hay que de-
sistir! Es preciso practicar siempre, una y otra
vez, hasta que el comportarnos en la vida diaria
tal y como son nuestras oraciones, constituya
un deseo muy profundo en nosotros. De este
modo nos volveremos creativos, y recibiremos
de la fuerza de la vida, que está en nosotros.

Quien está verdaderamente animado por


el deseo de encontrarse a sí mismo y de acer-
carse a Cristo, también está dispuesto a apren­
der.

Quien lo desee, puede hacer la experiencia de


qué efecto tienen en él y en su interior las di-
ferentes posturas al sentarse.
50
Por ejemplo, al tumbarse en una silla –¿qué
pensamientos vienen? ¿Y cómo les va a ustedes
si se mantienen erguidos conscientemente,
apoyados en el coxis? Obsérvense a ustedes
mismos y acuérdense de esto a menudo.

La postura de oración que hemos mencionado


ya –el sentarse erguido, los dos pies puestos
en el suelo–, también es preciso aprenderla. Yo
puedo decir por propia experiencia que si tam-
bién en las conversaciones ustedes adoptan
esta postura al sentarse, les resultará mucho
más fácil escuchar atentamente a su prójimo,
para darle la respuesta correcta. Así encon-
trarán entonces mucho más rápidamente y con
más seguridad la respuesta legítima, también
en su ámbito de trabajo.
Un reclinarse p. ej. en la pared o en los marcos
de las puertas, nos muestra igualmente que
estamos desconcentrados. No podemos en ab-
soluto atender del todo a nuestro prójimo o
una situación concreta, porque detrás del re-
costarse en los marcos de las puertas o en la
51
pared hay ya pensamientos de fondo que nos
han conducido a adoptar esa posición.

Hemos aprendido una postura de oración que


es útil y favorable para concentrar nuestras
fuerzas de consciencia.

Más de uno ha notado que de buena gana


volvemos a caer en la actitud anterior, a pesar
de habernos propuesto otra cosa.

No obstante, deberíamos hacer también la ex-


periencia de cómo es cuando nos tumbamos
abandonándonos en una silla y qué pensa-
mientos surgen. ¿Son estos los fervientes pen-
samientos de oración que nos unen a Dios? Así
aprendemos que de ese modo nunca podre-
mos rezar de manera intensa.
Tenemos quizás pensamientos de oración,
pero como nosotros mismos nos damos cuen-
ta, estos vienen de fuera. Estas son entonces
las oraciones que se dirigen a lo externo –las
oracio­nes parloteadas. Entre estos tratados de
52
oración están nuestros deseos, pensamientos
que se apoderan del todo de nosotros. Haga-
mos la prueba; hagamos nuestras propias ex-
periencias; así aprendemos.

No sin motivo nos dijo Cristo en muchas ma-


nifestaciones en las que se trataba de recibir
Su irradiación: «Adoptad una postura interna y
externa».
La postura corporal consciente, orientada, al fin
y al cabo disciplinada, es una ayuda muy, muy
grande en el Camino Interno, el camino hacia
la vida interna. Por una parte para encontrarse
a sí mismo, por otra para reconocer más clara
y rápidamente qué pensamientos salen de no-
sotros en el transcurso del día que estamos
viviendo. Lo negativo que reconocemos clara-
mente de nosotros y en nosotros, lo podemos
superar también mediante la fuerza de nuestro
Redentor.

La postura espiritual consciente, erguida, da fe


de respeto, rectitud y una cierta fortaleza inter-
53
na. Esta postura es una muestra de humildad
interna ante el gran Espíritu, de agradecimiento
a Él.

Pensemos siempre en la antena. El ser humano


es también emisor y receptor. Sería una ganan-
cia para nosotros si fuésemos más disciplina-
dos y aplicáramos esta postura espiritual ergui-
da también a nosotros mismos, haciéndonos
una y otra vez conscientes de quiénes somos
verdaderamente. Por ejemplo: ¿Soy solo la per-
sona laxa? ¿O hay en mí una fuerza ante la
que debo guardar compostura? Si somos con-
scientes de esto, también lo haremos.

H
¡ agamos nosotros mismos la experien-
cia!
En el quehacer diario, p. ej. al conversar o al
telefonear, podemos notarlo claramente: si ori-
entamos nuestra antena, sentimos cómo reci-
bimos ayuda desde el interior. Si estábamos p.
ej. cansados, nos fluye de repente más ener-
54
gía. Esto sucede con motivo de la orientación,
que con el tiempo mantendremos de la forma
más natural –siempre que la hayamos aprendi-
do. Nos convertiremos en personas completa-
mente diferentes. Aprendemos así a rezar de
verdad. Aprendemos a tratar al prójimo de ma-
nera justa. Somos más alegres. Nos acercamos
desde el interior a nuestro prójimo –y mucho
más.

La postura erguida ayuda. Por medio de la ori-


entación consciente a Cristo, damos verdadera-
mente un gran paso hacia adelante.
Sentimos lo que significa: «El Reino de Dios está
en nosotros» o «Yo soy el templo de Dios».
De ahí crece el deseo de purificar nuestro tem-
plo, para ser libres, para alcanzar la sensación
interna de que «Dios está presente».
Hagámonos conscientes una y otra vez de que
el ser humano es solo la envoltura del gran
ser luminoso. El ser luminoso en nosotros debe
transmitir su irradiación a la envoltura.

55
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el día de hoy. virle a Él como profeta, como
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briele es la prueba viviente de de Dios * La lucha por aceptar
que Dios tampoco hoy, en el la misión divina * En constan-
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que se Le haga callar, pues mensaje divino de la unidad *
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