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Nivel: T

EDL: 44

4
Género:
Ficción realista
Estrategia:
Atrapados en el
Número de palabras: 2.226
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Destreza:
Comprender
4 Receta

4
paraa los personajes
aprender
Número de palabras: 2,226
El regalo favorito del abuelo
campamento
4 Atrapados en el campamento

4.2.8

HOUGHTON MIFFLIN
Libritos nivelados
en línea

Lecturas niveladas
ISBN-13:978-0-547-03552-9
ISBN-10:0-547-03552-7

por Joseph Killorin Brennan


1505238 ilustrado por Daniel Powers
1033780
H O UG H T O N M IF F L IN
Atrapados en el
campamento

por Joseph Killorin Brennan


ilustrado por Daniel Powers

Copyright © por Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company


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Impreso en Chile
ISBN: 978-0-547-03552-9
ISBN Edición Chile: 978-0-547-87257-5
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Mis padres me enviaron al Campamento Delawanic,
pero debió haberse llamado “Campamento no apto para
Nico”. Ese soy yo, Nico, y ya te habrás dado cuenta que no
me hacía feliz que me enviaran a este campamento.
Mi mamá debía operarse el tobillo y mi papá tenía
que quedarse en China durante casi dos meses por
cuestiones de trabajo. No podían cuidarme, por eso me
enviaron al campamento.
Al principio la idea del campamento parecía fantástica.
Sin embargo, pensándolo bien, este lugar era un vertedero
de residuos. No quiero decir que estaba sucio, sino que era
un lugar donde los padres se deshacían de niños como yo:
“campamento Nico para deshacerse de niños”.

2
Mis padres pensaron que me encantaría estar aquí,
pero lo único que yo quería era estar en el parque con
asfalto caliente o a orillas del lago en Sandy Point, donde las
implacables tormentas azotaron un muelle de cemento hasta
arruinarlo por completo, y luego lo enterraron en la arena.
Ese era mi campamento, mi escape de las calles de la ciudad.
Con mis compinches, Rodri y Velo, solíamos andar en
nuestras bicicletas las veinte cuadras desde el centro de la
ciudad hasta la playa, y buscar entre las enormes pilas de
basura que el viento y las olas arrastraban hasta la costa.
Una vez, encontré una estatua de madera de una mujer
alada que se había desprendido de la proa de un velero.
En otra oportunidad, Rodri desenterró una red para pescar
con flotadores de corcho. Velo (su nombre verdadero es
Arnoldo, pero lo llamamos Velo, porque le gusta surcar
por todas partes a gran velocidad) una vez se nos adelantó a
toda marcha y arrancó pedazos de plástico de color violeta
y escarlata de la arena. Resultó ser que eran separadores
de poliestireno que se colocan como protección entre los
parachoques de los automóviles y en los ferrys.
¡Eso sí que era divertido! ¡Qué daría por estar acostado
en la playa, comiendo perros calientes, entretenido con
mis amigos y buscando maderos flotantes que parecieran
blancos monstruos marinos!

3
En cambio, tenía clases de tiro con arco por las mañanas,
canotaje toda la tarde y, después de las seis, tenía que modelar
figuras en arcilla en el estudio de arte. Los consejeros habían
armado un horario completo que no dejaba un momento para
que me acostara a mirar al cielo en busca de nubes con forma
de personajes de dibujos animados. Esta es una de las cosas
que más me gusta hacer en el verano con Rodri y Velo.
Rodri, Velo y yo no necesitábamos mantenernos
ocupados o buscar algo especial para entretenernos.
Solíamos escondernos en la cochera desordenada de mi tío
toda la tarde y simplemente conversar.

4
En realidad, cuanto más ocupado estaba o más
actividades recreativas hacía, más extrañaba mi hogar. Sé
que suena raro, pero a veces lo que realmente necesitaba era
estar solo, pensando.
En el campamento, todos se reían cuando hacíamos
competencias de fuerza tirando de una soga. Por
supuesto, todo parecía muy divertido, pero muy en mis
adentros estaba sufriendo. Lo único que podía hacer era
preguntarme qué estarían haciendo Rodri y Velo. Podía
ver a mi mamá corriendo conmigo para alcanzar el autobús
que iba al centro y esquivando a los desquiciados taxistas.
Podía escuchar a mi papá leyéndome el periódico mientras
les dábamos de comer a las palomas pedacitos de rosquilla.
La angustia crecía como una calabaza en mi interior. En lo
único que pensaba era en mi hogar.
Sin duda que los árboles del campamento eran mejores
que cualquier parque, y los atardeceres sobre el lago eran
más bonitos que las nubes negras de la contaminación, pero
yo extrañaba mi viejo vecindario. Extrañaba el olor de los
gases del tubo de escape del autobús en mi camino a casa
o el sol que salía sobre el concesionario de automóviles
y todos los parabrisas empañados de rocío. Realmente
odiaba el campamento. Pero antes de poder tener tiempo
para pensar, se acercaba la hora de empezar el partido de
tejo o de jugar al bádminton. Podía quedarme junto a los
otros divirtiéndome, pero por dentro me sentía muy mal.

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Luego, ¡adivinen lo que sucedió! Todo cambió porque
un oso se metió dentro del contenedor de basura y la
esparció por todas las canchas de baloncesto, ensuciándolo
todo. Se suspendieron todas las actividades al aire libre
hasta que los cuidadores del parque encontraran al oso.
Me mandaron a las cabañas de los consejeros para aprender
a tocar la guitarra con un consejero llamado Andre.
Andre me caía bien. Me hacía acordar a Rodri y Velo.
No necesitaba hablar todo el tiempo. Hablaba a través de sus
dedos cuando tomaba su guitarra. Con toda seguridad había
escuchado a personas tocar la guitarra, pero nunca así.
Andre era francés. Los otros niños le daban mucho
trabajo porque preferían andar a caballo a estar sentados
en una cabaña donde faltaba el aire. Andre nos mostró
pacientemente dónde colocar los dedos en las cuerdas para
aprender las posiciones necesarias para tocar los acordes,
o grupos de sonidos, básicos. Al rato, me dolían las yemas
de los dedos de tanto presionar las cuerdas metálicas contra
las barras, llamadas trastes. También tenía las manos
acalambradas y me sentía torpe. Aún así, fue como descubrir
repentinamente que podía respirar bajo el agua. Me enamoré
de la música y ni siquiera sabía de qué se trataba.

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Después de un par de días, Andre elogió la manera en que
estaba tocando. —Me asombra cómo aprendiste los acordes y
las posiciones correctas en tan solo un día o dos —dijo.
—También memoricé dos de las canciones más fáciles
—señalé orgulloso.
—De todas maneras, todavía tocas sonido por sonido,
como si estuvieras ensartando cuentas en un collar.
Los acordes deben fluir juntos, como un solo sonido
—me explicó—. Mira, déjame que te muestre algunas
técnicas para utilizar esta púa de plástico para rasguear y
mantener el ritmo. También puedes utilizarla para puntear
notas individuales.
Hice lo que me indicó y, si bien no sonaba tan bien
como cuando tocaba él, los sonidos realmente comenzaron
a fluir juntos. Quedé fascinado.
Comencé a practicar con Andre todo el tiempo.
Odiaba equivocarme y esto me hacía rechinar los dientes.
—Déjate llevar, Nico —Andre me decía—. No pienses en
ello. Debes sentir la música en tu estómago. ¡Deja que tus
manos hagan el resto!
Pero no le creía porque temía arruinarlo todo. Seguía
creyendo que si me concentraba y pensaba solamente en los
acordes y en nada más, de algún modo nunca cometería un
error. Fue Andre quien hizo que me diera cuenta de mi error.

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No comprendía lo que quería decir hasta que lo
escuché tocar para todo el campamento, en una noche en
la que todos cantamos al son de la música, después de una
gran celebración del Día de la Independencia.
Estábamos sentados alrededor del fuego del
campamento mientras Andre tocaba la guitarra. Lo miraba
tocar y trataba de imaginarme cómo hacía para que sus
dedos, boca y mente funcionaran todos al mismo tiempo.
Se reía y cantaba y bromeaba con los niños del
campamento, y nunca se equivocaba en una nota. Estaba
convencido de que nunca sería tan bueno como él y, de
pronto, me di cuenta que lo único que tenía que hacer era
relajarme. Tocaría como si estuviera con Rodri y Velo. Nunca
forzábamos una conversación. Surgía naturalmente. Debía
dejar que la música saliera de mí sin esforzarme demasiado.
8
Al caer la noche, después de que la mayoría de los niños
se había ido a dormir, tomé la guitarra de Andre. Estaba
demasiado oscuro para poder ver los trastes con claridad y
colocar la púa en las cuerdas. Tenía que palpar las posiciones
de los dedos para hacer los acordes. Cerré los ojos y comencé
a rasguear unos acordes que recordaba muy bien. Decidí no
intentar tocar una canción que sabía de memoria, sino tratar
de inventarme una en ese mismo momento.
Al principio eran solo sonidos, pero después de unos
minutos los sonidos comenzaron convertirse en palabras
que balbuceaba para mí mismo. Afortunadamente, nadie
me estaba prestando demasiada atención. . . y de repente
comencé a cantar acerca de un depósito de chatarra que
quedaba cerca de mi casa.
Debe haber sonado espantoso, pero traté de no
preocuparme por quién escuchaba. Solo quería escucharme
a mí mismo y sentir lo que resonaba dentro de mi cabeza.
Estaba cometiendo muchos errores, pero, por primera
vez en mi vida, no me importaba. Sentía como si estuviera
flotando por encima del campamento, como si fuera una
oleada de humo.
Luego, la canción llegó a su fin. Hablaba de maderos
blanquecinos flotantes y los cristales de la playa que
parecían monedas de colores.
Andre se quedó parado frente a mí, boquiabierto.
—Nico, ¿de dónde salió eso? ¡Fue fantástico! —me dijo.

9
Al día siguiente, le conté a Andre cuánto extrañaba mi
hogar. O supongo que, en realidad, debería decir cuánto
había extrañado mi hogar. De pronto ya no sentía como si
una enorme pelota playera creciera en mi vientre. Todavía
quería estar en casa, pero fue como si tocar música me
hubiera transportado nuevamente a mi hogar. Me sentía
a salvo y a gusto cuando creaba música, al igual que me
sentía en mi hogar. ¡Y dejé de mirarme los dedos!
Esa tarde, Andre me mostró cómo componer una
verdadera canción, con un estribillo que se repite y una
serie de versos que riman.

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Ahora podía jugar al balón quemado durante unas horas
y realmente disfrutarlo. Me empezaron a salir callos en las
yemas de los dedos de tanto presionar las cuerdas contra
los trastes. Sentía como si tuviera un nuevo poder. Mis
sentimientos se convertían en canciones.
En medio de mi descubrimiento, Andre vino hasta
mi cama y me pidió que le hiciera un favor. Tenía que
llevar a un niño del campamento que no se sentía bien
al consultorio del médico en el pueblo. Todos los demás
consejeros estaban ocupados y el niño de la cabaña vecina
no lo estaba pasando nada bien.
Andre me pidió que hablara con el niño, que quizás
le tocara algo en la guitarra hasta que él regresara.
—¿Está enfermo? —le pregunté.
—Tiene la misma enfermedad contra la que tú luchabas.
—Pero yo no estoy enfermo.
—Ahora no —me dijo Andre—. ¿Pero recuerdas cuán
nostálgico estabas? Debes ayudar a este niño de la misma
manera en que la guitarra te ayudó a ti.
En la cabaña de al lado, encontré a un niño flacucho
y pelirrojo, acostado en su cama. Afortunadamente, no
había nadie más en la cabaña. Había un festín de pescado
frito esa noche, y este pobre niño no quería participar. Las
risas y los cantos debieron haberle parecido una tortura.
Sabía cómo se sentía.

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Ni siquiera me miró cuando me acerqué hasta su cama.
Parecía perdido en un túnel que lo llevaba directamente
de regreso a su hogar. Este niño estaba a punto de estallar
en lágrimas.
—Déjame solo —dijo.
—Seguro —le respondí y comencé a alejarme. En la
puerta, volteé y le dije: —No es tan increíble, sabes.
—¿De qué estás hablando? —dijo, y sonaba enojado.
—Crees que tu hogar es tan increíble, mucho mejor
que este basurero —le dije.
—¿Qué sabes tú de mi hogar? —contestó.

12
—Nada, supongo —respondí—. Solo sé quiénes son
mis mejores amigos y de los lugares a los que solíamos ir
juntos. Si estuviera allí, estaría haciendo las mismas cosas
de siempre y nunca hubiera aprendido a tocar la guitarra.
—Te vi la otra noche. Tocaste bien —comentó.
—Gracias a Andre. La música estaba en mi interior
y yo no lo sabía.
Luego observé una pequeña estatua de arcilla junto
a la cama del niño. Era la figura sin pulir de un animal.
—¿Es esa una miniatura de tu perro? —le pregunté. El
niño asintió, mirándola fijamente. —Haz más figuras —le
sugerí—. Quizás debas hacer figuras de toda tu familia,
todos tus amigos, incluso de tu casa. De esa manera
sentirás que están aquí haciéndote compañía.
Me di la vuelta y me fui, con la esperanza de que
lo que había dicho tuviera sentido.
Unos días más tarde, mi mamá y mi papá vinieron
al campamento para llevarme a casa. Rodri y Velo vinieron
también en el asiento trasero. Verlos acercarse en el automóvil
fue uno de los momentos más espléndidos del verano.
—¿Y? ¿Qué han estado haciendo? —pregunté.
—No mucho —respondió Rodri—. Tengo que quedarme
con mi hermanita todas las mañanas y después ir a la biblioteca.
Velo se rió. —No hemos ido a la playa en todo
el verano. Mis padres decidieron hacerse miembros
de la piscina de la ciudad. ¿Puedes creerlo?

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Les conté a todos sobre Andre y las lecciones de
guitarra. Mi padre me sonrió y dijo: —Parece como si fueras
a necesitar una guitarra para seguir practicando.
—¿Pueden creerlo? ¡Mi propia guitarra! Antes
de que pudiera reaccionar, el niño que extrañaba su hogar
se acercó corriendo por el parque. En los brazos tenía una
caja con algunas figuras en arcilla. —Aquí están mi familia
completa, todos mis amigos, incluso mi perro —sonrió
orgulloso—. ¡Ahora siempre me acompañan!
Le devolví una sonrisa. Los dos aprendimos a llevar
nuestro hogar, amigos y familia en nuestro interior.
Eso podría ser una buena canción, pensé, mientras
emprendíamos el camino de regreso a casa.

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Nivel: T
EDL: 44

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Género:
Ficción realista
Estrategia:
Atrapados en el
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Comprender
4 Receta

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paraa los personajes
aprender
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El regalo favorito del abuelo
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4 Atrapados en el campamento

4.2.8

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ISBN-13:978-0-547-03552-9
ISBN-10:0-547-03552-7

por Joseph Killorin Brennan


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