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Historia de las telecomunicaciones en

Argentina (Parte 1)
(http://papel.revistafibra.info/historia-
de-las-telecomunicaciones-en-
argentina-parte-1/)

Origen y desarrollo de la telefonía como negocio privado (1878-1946)

Por Gustavo Fontanals

Se ha escrito muy poco sobre el origen y la evolución de las


telecomunicaciones en Argentina. Quizá reflejo del escaso interés público en
el sector, quizá agravado por una notoria falta de fuentes y datos sobre su
evolución. Como sea, existe un vacío, que no se da en otros países, ni en
otros sectores en el país. Si se indaga con atención es posible hallar uno u
otro texto, sobre un período determinado, sobre una empresa en particular,
sobre cierta coyuntura política-sectorial, y en general refieren la dificultad de
dar con fuentes y documentos primarios. Extrañado, interesado, procuré por
largo tiempo recopilar, por aquí y por allá, textos, documentos, datos,
testimonios con el fin de contrastarlos y homogeneizarlos para hilar una
historia. Fibra me da ahora la oportunidad de difundirla en una serie de
notas, simplificadas para no agobiar, que intentarán interesar al lector
casual.

Esta primera entrega parte por el principio: el origen de la telefonía en


Argentina, su evolución durante una larga primera etapa caracterizada
por la gestión privada del negocio (1878-1946). Se da cuenta de la
progresiva emergencia de numerosas operadoras privadas
independientes, en su mayoría de propiedad extranjera, que brindaban
el servicio en áreas delimitadas. Así como del escaso involucramiento
del Estado, no sólo en la prestación del servicio, sino también en su
control. A lo largo de esa etapa fue básicamente el interés comercial de
las empresas el principal factor de desarrollo del sector. Lo que,
veremos, resultó en efectos de largo plazo para la estructura del
negocio y de las redes de telecomunicaciones en el país.

Los orígenes de la telefonía en Argentina: la multiplicación de


operadoras y redes fragmentadas

Los orígenes de la telefonía, sobre los que escribimos en el número


anterior de Fibra, conforman una historia intrigante, con efectos que se
prolongaron durante décadas no sólo en su país de origen (Estados
Unidos), sino también a nivel mundial. Eso incluyó muy pronto a la
Argentina, un país fértil y pujante que se convirtió en terreno de puja
por parte de compañías internacionales.

La primera comunicación telefónica en el país se realizó en Buenos


Aires en 1878, tan sólo dos años después de que la tecnología fuera
patentada. Se trató de un experimento público desarrollado por dos
ingenieros argentinos que ya venían trabajando en el telégrafo, Carlos
Cayol y Fernando Newman, que con aparatos fabricados por ellos
mismos e instalados sobre la red telegráfica conectaron el diario La
Prensa con la Administración de Telégrafos del Estado. Siguieron a eso
nuevas demostraciones e incluso servicios para la Policía Federal.
Finalmente conformaron una sociedad para comercializar el producto, y
solicitaron al Gobierno una concesión que les diera el privilegio
exclusivo, en virtud de su desarrollo nacional. Pero no la obtuvieron y
nunca llegaron a prestar servicios comerciales. Pronto se vieron
enfrentados a la fuerte competencia de empresas de capital extranjero,
que desembarcaron en la receptiva Argentina de fines del siglo XIX,
buscando quedarse con un negocio que ya mostraba enorme
potencialidad (Tesler, 1990).
(http://papel.revistafibra.info/wp-content/uploads/2015/11/Carlos-
Cayol-y-Fernando-Newman-Fibra-7.jpg)

Los orígenes de la telefonía conforman una historia intrigante, con efectos


que se prolongaron durante décadas no sólo en su país de origen (Estados
Unidos), sino también a nivel mundial.

A principios de 1881, mediante tres decretos firmados por el presidente


Julio Argentino Roca, se otorgaron permisos oficiales a tres empresas
para la prestación de servicios telefónicos: la Compañía de Teléfonos
Gower-Bell de origen inglés, la Société du Pantéléphone L. de Locht de
procedencia belga, y la Compañía Telefónica del Río de la Plata,
subsidiaria de la estadounidense Bell. Dichos permisos eran de carácter
local, dado que autorizaban la prestación del servicio y la instalación de
redes en “la Capital y sus suburbios”. Y no establecían “privilegios de
ningún tipo” entre las compañías, que quedaban en un régimen de
competencia (se iniciaba el negocio con varias empresas o quedaba
abierta la posibilidad de ingreso de nuevas operadoras). Como veremos,
tampoco fijaban un plazo para la autorización, ni establecían
obligaciones de ningún tipo en la prestación, determinando desde el
inicio la nula intervención pública sobre el desarrollo y el desempeño
del servicio, que quedaba librado a los objetivos comerciales de las
firmas (Berthold, 1921). La autorización de carácter local, la posibilidad
de competencia y la falta de obligaciones explícitas pueden ser
contrastados con la legislación que afectó al telégrafo en Argentina casi
desde sus orígenes, que quedó sujeto a control federal, bajo derechos
monopólicos y obligaciones públicas para cada línea (con la intención de
no duplicar tendidos y favorecer su expansión a lo largo del territorio).
Se debe tener en cuenta, sin embargo, que el telégrafo, capaz de
brindar comunicaciones de larga distancia, era considerado como una
herramienta fundamental para fomentar la integración nacional y su
vinculación con el mundo (de ahí el ambicioso programa de expansión
desarrollado durante la Presidencia de Sarmiento); mientras que el
teléfono se originó como una tecnología meramente urbana, orientada
a satisfacer usos sociales de las clases acomodadas o servicios
comerciales o profesionales locales. Desarrollos posteriores hicieron
posible comunicaciones de más largo alcance, primero interurbanas y
luego internacionales, lo que pronto modificó la actitud de los Estados
hacia el servicio, aunque se recogió de manera precaria en el caso
argentino.

Por otro lado, también se diferenció de lo sucedido con otros servicios


públicos o de uso difundido en el país, como ferrocarriles, tranvías o
electricidad, que quedaron sujetos a regímenes de concesión, que
debían ser aprobados en forma expresa por el Congreso Nacional —no
por el Ejecutivo—, y solían incluir el pago de un canon, pero también
una garantía de ganancia, además de ciertas obligaciones de
prestación. Como veremos, más allá de ciertos intentos, las simples
autorizaciones o permisos por empresa (del gobierno federal o de los
municipales o provinciales) subsistieron por décadas, conformando un
marco legal precario, fragmentado y heterogéneo sobre el sector.

Las tres operadoras iniciaron servicios de inmediato en Buenos Aires,


que pronto se convirtió en la ciudad con más líneas telefónicas de
América Latina. Y la competencia entre las empresas se volvió feroz,
incluyendo la destrucción cruzada de equipamiento. La situación derivó
en 1882 en un acuerdo que comprendió la fusión de la Pantéléphone
con la Telefónica del Río de la Plata, dando origen a una nueva firma
denominada The United Telephone Company of the River Plate, con
sede en Londres y con la incorporación de capital británico. En 1886,
esta concretó la compra de su competidora Gower Bell, dando origen a
The United River Plate Telephone Company o Unión Telefónica (UT), la
empresa que durante los siguientes 43 años mantuvo el dominio del
negocio en Buenos Aires y lo extendió por buena parte de la fértil región
pampeana.

(http://papel.revistafibra.info/wp-content/uploads/2015/11/Red-UT-
1927-Fibra-7.jpg)

El otorgamiento de autorizaciones específicas por compañía fue durante


décadas la única intervención pública sobre el sector.

Durante el primer año de control monopólico, la UT incrementó


fuertemente las tarifas, a la vez que la calidad del servicio se vio
degradada. Eso dio lugar a la emergencia en 1887 de una nueva
empresa, la Sociedad Cooperativa Telefónica, creada por un grupo de
usuarios disconformes de la UT (Berthold, 1921). Sobre la base de
menores tarifas para el servicio, la cooperativa tuvo un rápido
crecimiento y logró consolidarse, y se mantuvo por treinta años como la
única alternativa a la UT en la zona más rentable del país,
usufructuando el descontento con la dominante. En 1926, tras la
sanción de la Ley de Cooperativas, cambió su estatuto a Compañía
Telefónica Argentina.

Por su parte, allí donde la UT no encontró motivaciones comerciales


para prestar servicios (esto es, más allá de las principales ciudades de
Buenos aires, Santa Fe y Córdoba), se siguió durante años sin teléfonos
(Mulleady, 1956). Recién progresivamente con el nuevo siglo y con más
fuerza en las décadas de 1910 y 1920, fueron surgiendo nuevas
operadoras locales o regionales en el interior del país. Por un lado,
emergieron nuevas empresas que buscaban ingresar bajo motivaciones
comerciales, concentrándose primero en las principales ciudades y
extendiéndose luego hacia zonas aún no cubiertas que ofrecieran
perspectivas de negocio. Paralelamente, fueron apareciendo algunas
empresas cooperativas, orientadas a brindar el servicio en localidades
específicas, en general no lo suficientemente atractivas desde el punto
de vista comercial. Esto dio lugar a una estructura de servicio integrada
por redes locales o zonales de tecnología heterogénea, algunas
superpuestas entre sí en las áreas más rentables, con tendidos
interurbanos y troncales que durante años conectaron sólo a las redes
pertenecientes a la misma compañía (es decir, sin interconexión entre
las diversas empresas). Esta heterogeneidad de redes se fue
replicando, conllevando efectos de larga duración en el desarrollo del
sector, afectando la eficiencia en la provisión del servicio (Giuliano,
2008).

Para 1913 ya existían 87 empresas telefónicas en todo el país, que


aumentaron a 94 para 1922. Sin embargo, más del 90% de las líneas
seguían correspondiendo a la región pampeana, principalmente a
Buenos Aires, y la UT seguía siendo la empresa claramente dominante.
Entre las nuevas operadoras se destacan la Compañía Entrerriana de
Teléfonos (CET), creada en 1916 a partir de la compra de una red
existente con la intención de prestar servicios en la región
mesopotámica; y la Compañía Argentina de Teléfonos (CAT), creada en
1927 para operar en la provincia de Mendoza y extenderse luego por la
región cuyana. Ambas empresas entablaron una relación para la
provisión de equipamiento y tendido de redes con la compañía sueca
Ericsson, que paulatinamente fue tomando participación accionaria y
terminó controlándolas en forma total. Esas operadoras llegaron a
captar cerca del 7% de las líneas totales del país, expandiéndose
mediante la compra de pequeñas empresas locales y el desarrollo de
nuevos tendidos, siempre en regiones en las que no estaba presente la
UT y buscando operar bajo un esquema de empresa única o
monopólica.

En 1927 se dio el desembarco en el país de la International Telephone


and Telegraph Corporation (ITT), una compañía estadounidense creada
para participar del negocio de prestación de servicios y provisión de
equipamiento a nivel mundial, que ya había puesto sus ojos en América
Latina (véase Fibra 6). La ITT adquirió primero a la Compañía Telefónica
Argentina, que estaba sufriendo problemas financieros, y a otras tres
operadoras menores de la región pampeana. Y en 1929 concretó el
salto con la compra a los británicos de la Unión Telefónica, fusionando a
todas sus controladas en una nueva empresa que siguió operando bajo
el nombre de UT. Por los siguientes 17 años, esa compañía de capitales
estadounidenses ejerció un monopolio en la ciudad de Buenos Aires y
buena parte de la región pampeana, y mantuvo el control de cerca del
90% de las líneas del país.
Durante esos años, la expansión de la UT, así como de la CET y la CAT,
implicó un proceso de concentración relativa del negocio, reduciendo el
número de operadoras a 89 para 1936, y a sólo 43 para 1941. Por otro
lado, se registró una notable expansión de las líneas, que pasaron de
205 000 en 1927 a 460 587 en 1941, lo que representaba cerca del
40% de las líneas totales de América Latina (superando a países como
México y Brasil). A pesar de la fuerte expansión, la integración nacional
de las redes siguió durante años sin ser obligatoria, a la vez que no
estaba en el interés comercial de las empresas competidoras. Se llegó
así a una situación en la cual, por ejemplo, abonados de la CAT en el
norte argentino no podían comunicarse con abonados de la UT en la
región pampeana, aunque sí podían realizar llamadas a Europa,
mientras que abonados de la UT no podían conectarse con otros en
Mendoza, pero sí con Europa o Estados Unidos.
(http://papel.revistafibra.info/wp-content/uploads/2015/11/f3.png)

La primera etapa de desarrollo de los servicios telefónicos en Argentina


comprendió sesenta y cinco años de gestión privada en un contexto de
escasa regulación pública, en los que el interés comercial de las empresas
participantes operó como principal factor de desarrollo.

El control público sobre la telefonía: tardío, poco efectivo


El otorgamiento de autorizaciones específicas por compañía fue
durante décadas la única intervención pública sobre el sector. Estos
permisos variaban sus términos caso a caso, pero fue regla general la
ausencia de obligaciones explícitas: no se fijaba plazo, ni pago de canon,
ni control tarifario, ni requerimientos de calidad o cobertura. Eso resultó
en un marco legal precario, que fue aprovechado por las empresas,
principalmente las más grandes, para reforzar su poder de mercado y
sus atribuciones sobre los abonados (Belini, 2013).

La intervención pública sobre el sector fue emergiendo con el paso del


tiempo, bajo un esquema de golpes incrementales, producto de
reacciones específicas ante la evidencia de problemas concretos, o
como respuesta a planteos que daban cuenta de las tendencias
internacionales. No haremos acá más que una enumeración sucinta,
pero nos apresuramos a advertir que el Estado contó siempre con
serias dificultades para hacer efectivo su cumplimiento.

La expansión fragmentada del servicio, junto a los crecientes


problemas de jurisdicción para redes que se volvían cada vez más
interurbanas y/o interprovinciales, atrajo finalmente la atención de las
autoridades nacionales en 1904, con la sanción de la Ley 4408. Allí se
declaró “comprendidas en las disposiciones de la Ley de Telégrafos
Nacionales […] a las empresas de teléfonos y de radiotelegrafía que
liguen un territorio federal con una provincia, dos provincias entre sí o
un punto cualquiera de la Nación con un Estado extranjero”. Más allá de
eso, no se incorporaba ningún tipo de regulación específica sobre el
servicio telefónico.

En 1907, ante nuevas protestas por la política de precios de la UT, el


presidente Figueroa Alcorta estableció por Decreto la fijación de la
tarifa, que correspondía a un abono mensual fijo con un número
ilimitado de comunicaciones (diferenciado para familias y comercios, y
con un precio más elevado para la ciudad de Buenos Aires sobre el
interior del país). No obstante, las compañías podían solicitar la
actualización de la tarifa mediante informes de su situación financiera,
y repetidamente se denunció la manipulación de sus estados contables
con ese fin (Sánchez de Bustamante, 1942).

Entre 1910 y 1912 se dio un intento de mayor intervención pública,


probablemente influenciado por las tendencias que se registraban a
nivel mundial. Como vimos en Fibra 3 al considerar la evolución de las
políticas de regulación a nivel mundial, en esos años se emprendió la
nacionalización y unificación de los servicios telefónicos en grandes
monopolios estatales en varios países de Europa, así como la
instauración de un monopolio privado bajo observación pública en
Estados Unidos. En 1910 se sancionó la Ley 7501, que comandaba “la
ejecución de los estudios necesarios para la construcción de una red de
comunicaciones telefónicas en todo el territorio de la Nación”, y que
resultó en un proyecto para la compra de las redes troncales de las
operadoras privadas. Y en 1912 el presidente Sáenz Peña sancionó dos
decretos que establecían “las Bases para las concesiones telefónicas”.
En una regulación severa, se establecía el carácter precario de las
autorizaciones vigentes, sometiendo a las operadoras existentes y
futuras a un régimen de concesión con un límite temporal de 30 años,
tras lo cual debían revertir la propiedad de las redes al Estado Nacional
(que además se reservaba el derecho de rescatarlas con anterioridad).
También se ratificaba la potestad de control tarifario, se introducían
obligaciones de cobertura y de interconexión de redes para las
operadoras, y se establecía que en adelante sólo se concesionaría a una
empresa por localidad (sin afectar a aquellas donde ya hubiera más de
una).

Los decretos recibieron la dura crítica de las compañías, y las crónicas


relatan que ya para 1913 el gobierno había flexibilizado su posición,
depreciando el cumplimiento de esas normas (Berthold, 1921). Acorde
con ello, en 1920 el presidente Yrigoyen emitió un nuevo decreto
suspendiendo a los anteriores por resultar “parcialmente inaplicables y
en la práctica inconvenientes”, y el servicio volvió a quedar sujeto a la
ley de Telégrafos “hasta que se dictase oportunamente una nueva
reglamentación”.
Lo que recién ocurrió en 1935, cuando ante la evidencia de los
problemas que causaba la falta de interconexión de las redes, el
presidente Justo sancionó un decreto para hacerla obligatoria,
impulsando además un proceso de intercambio de redes entre
compañías con el fin de avanzar en la unificación por regiones. Lo que
se complementó con otro decreto de 1936 que establecía la
“Reglamentación completa del servicio público telefónico nacional”,
dirigido a “dar fin a una anarquía de regímenes de todo punto
inconveniente […] en perjuicio del servicio mismo, que necesariamente
debe realizarse dentro de una unidad de concepto que permita sea tan
eficaz como las necesidades públicas lo exigen”. Allí se declaraba a la
telefonía como un servicio público sujeto a jurisdicción nacional, fijando
como autoridad de contralor a la Dirección Nacional de Correos y
Telégrafos, estableciendo condiciones para su explotación y desarrollo,
así como la aplicación de tarifas de abono “razonables y justas”.
Asimismo, se ratificaba que los permisos con los que las empresas
venían operando eran de carácter precario, remarcando que podían ser
cancelados por la autoridad nacional. El decreto, que también recibió la
dura crítica de las operadoras, encontró no obstante serias dificultades
para su aplicación efectiva: aunque gradualmente se procedió a la
interconexión de las redes, persistieron las resistencias a la regulación
tarifaria, y se mantuvo por décadas la operación sobre la base de a los
precarios permisos locales.

Conclusión. La tendencia a la concentración y al monopolio en


telefonía

La primera etapa de desarrollo de los servicios telefónicos en Argentina


comprendió sesenta y cinco años de gestión privada en un contexto de
escasa regulación pública, en los que el interés comercial de las
empresas participantes operó como principal factor de desarrollo. En
ese marco, se fue consolidando una empresa claramente dominante a
nivel nacional y que alcanzó una posición monopólica allí donde sus
intereses de negocios lo dictaron: la UT mantuvo desde el comienzo un
fuerte dominio sobre la región más rentable del país, el área
metropolitana de Buenos Aires y las principales localidades de la región
pampeana, y a partir del ingreso de la ITT lo consolidó como monopolio,
convirtiéndose en operadora única en la mayor parte de esa zona.
Durante esos años, su participación se mantuvo siempre cercana al 90%
del total de las líneas. Por otro lado, allí donde la UT, o la CET o la CAT,
no se propusieron brindar servicios, se establecieron y persistieron
otras operadoras privadas de menor tamaño o emergieron pequeñas
cooperativas en localidades específicas. En general, se replicó también
un esquema de empresa única, o en todo caso de empresa dominante.

Esa dinámica del negocio estaría vinculada a una característica de la


que ya se estaba dando cuenta institucionalmente a nivel internacional:
rasgos como el peso de las economías de red y de escala determinaban
las condiciones de monopolio natural del mercado telefónico, al menos
durante su extensa etapa electromecánica. Consideraciones de ese
tipo, en conjunción con argumentos políticos como soberanía, defensa
e independencia nacional habían alentado la formación de grandes
monopolios estatales en la Europa de entreguerras. Esa orientación de
política no se implementó en el país (ni aclaremos fuera de Europa en
general), sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se
puso en marcha un proceso de difusión internacional que fue tornando
al monopolio público como la práctica usual para el sector (veáse Fibra
3).

En el país, esa política fue puesta en marcha por el primer gobierno de


Perón en 1946, en un proceso que comprendió primero la
nacionalización de la compañía dominante UT, y se extendió
progresivamente mediante la adquisición de otras operadoras en el
interior. Pero esa ya es otra historia, sobre la que trataremos en el
próximo número de Revista Fibra.

Referencias:

– Belini, C. (2013): Peronismo, nacionalizaciones y sociedades mixtas.


El fracaso de EMTA, HIB.

– Berthold, M. (1921): History of the telephone and telegraph in the


Argentine Republic 1857-1921.

– Giulinao, G (2008): Redes de información: Las telecomunicaciones en


la Argentina de 1855 a 1936.

– Mulleady, R. (1956): Breve Historia de la Telefonía Argentina (1886-


1956), Kraft.

– Sánchez de Bustamante, T. (1942): Los servicios públicos de


teléfonos en la Argentina, FCE-UBA.

– Szymanczyk, O. (2011): Historia de las telecomunicaciones en la


República Argentina, Dunken.

– Tesler, M. (1999): Teléfonos en la Argentina. Su etapa inicial, Eds.


Biblioteca Nacional y Página/12.
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