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El educador como articulador de sentido social, hacia un perfil ético

del docente en Colombia

Por: Daniel Gaviria Vélez

Estudiante de Maestría en Educación con énfasis en Maestro


pensamiento, formación.

A la luz de coyunturas y cambios significativos en la forma de


relacionarnos con el conocimiento (las nuevas tecnologías, el modelo de
competencias para el mercado, la forma de relación con los distintos
entornos formativos) surge la pregunta por el docente como
tradicionalmente se ha configurado en su rol de educador.

El saber, que se desplaza y sortea entre las múltiples construcciones de


sentido social, pareciera trascender al maestro mismo como figura
formadora, proponiendo diversos retos a la labor docente en nuevos
escenarios de aprendizaje, deslocalizando el saber de la práctica escolar y
llevándolo a nuevos y difusos lugares frente a los cuales el aula no es lo
suficientemente abarcativa para este.

La ley 115 de 1994 ya ubica lo educativo en horizontes de formación más


amplios que la escuela:

“La educación es un proceso de formación permanente, personal, cultural


y social, que se fundamenta en una concepción integral de la persona
humana, de su dignidad, de sus derechos y sus deberes”.

Lo anterior propone expandir el problema de lo educativo a los distintos


entornos sociales formativos del ser humano, que está presente a lo largo de
su vida y de forma integral, mediante una construcción permanente de
entretejidos simbólicos, cívicos, políticos y culturales, que permitan
comprender el mundo y la sociedad dentro de la cual se constituyen,
conformando una triada formativa: comunidad educativa, familia y
sociedad.

Así, son articulados unos fines educativos que refieren al pleno desarrollo
de la personalidad dentro de una esfera de derechos y deberes: el respeto
por la vida, los derechos humanos y los principios democráticos, la
formación para la participación, la comprensión crítica de la cultura
nacional y el acceso al conocimiento, entre otros. Dichos fines articulan las
condiciones mínimas y valores máximos a los que un ciudadano
colombiano debe aspirar para el pleno ejercicio de su ciudadanía activa,
crítica y deliberativa, puesta en y para la relación con otros en un sentido de
comunidad.

Relocalizando la práctica docente

Entonces ¿Qué papel juega el docente en el proceso formativo de la


persona? ¿Está anclado al aula y administra la transmisión de saberes
específicos? ¿Si se relocaliza el saber se relocaliza el docente o es este
parte del inmobiliario de la escuela y no se concibe más allá de sus muros?

En el marco legal colombiano, el decreto 1278 de 2002 señala la función


docente como “Aquella que implica la realización directa de los procesos
sistemáticos de enseñanza-aprendizaje, lo cual incluye el diagnóstico, la
planificación, la ejecución y evaluación de los mismos procesos y sus
resultados”. Lo que configura al docente como educador, que integra
distintos momentos del aprendizaje para acompañar al educando en un
proceso o “viaje”, con distintos niveles por ser superados. Aquí se establece
una primera relación dialógica en un ejercicio de confianza depositada en el
sujeto que enseña.
Sin embargo, un proceso sistematizado de diseño, planeación y evaluación
debe contemplar la problematización como primordial herramienta de
formación integral, pues la escuela (y vinculado a esta, el docente)
pareciera estar llamada a ofrecer respuestas sobre lo educativo, cargando
muchas veces, como plantea Augusto Hortal, de una responsabilidad
solitaria a la labor docente de la educación del sujeto en formación,
desvinculando el resto de las funciones sociales del mismo. Esto deviene en
una carga de responsabilidad enorme para la profesión docente (entendida
ya como conjunto identitario) frente a la configuración social y política de
un Estado, lo que sería cuando menos una injusticia con aquel que enseña
al abrumarlo con las culpas de una sociedad inequitativa y desarticulada.

Aún así, es innegable que hay una responsabilidad social del docente en la
comunidad, incluso más allá de su “comunidad educativa”, trascendida a
los escenarios comunitarios, en tanto coadyuvan a la articulación y
configuración de ciudadanos autónomos, es así imposible desvincular la
práctica del educador (desde lo ético) a la construcción del tejido social.
“Si el cuerpo profesoral insiste en su reconocimiento, ello implica que
tiene la responsabilidad de ocuparse de un modo concreto de los
problemas políticos de la comunidad; y las comunidades a lo largo de todo
el país respetarían mucho más a los profesores si estos se ocuparan de sus
problemas sociales y políticos de un modo franco y concreto”. 1

Esta vinculación del docente a la práctica comunitaria como parte de un


universo formativo complejo, exige la construcción de una conciencia que
va del yo al nosotros, en palabras de Ramón Valls Plana, donde se da
forma a un entretejido de colectividad.

“En la realidad de la que dependemos, en la conciencia que de ella


tengamos educadores y educandos, buscaremos el contenido programático

1
Dewey, John. Los propósitos sociales de la educación. Editorial Universidad de Antioquia, 2011.
de la educación. El momento de esa búsqueda es lo que instaura el diálogo
de la educación como práctica de la libertad” (Freire, 1970).

La idea de libertad como práctica dialógica permite mirar la


responsabilidad ya no solo desde el maestro como individuo sino en lo
dialógico de la relación enseñanza-aprendizaje, que plantea roles mutables
más horizontales en la transformación social, pues el docente, en tanto
sujeto incompleto del lenguaje, carga al igual que el educando vacíos en la
comprensión total del conocimiento, allí aparece de nuevo el diálogo, lo
comunicativo como construcción común. A esto, Augusto Hortal también
apunta “Es ingenuo o malicioso ver al docente solo en su función de
docente, sin interferencias de las otras funcionalidades y
disfuncionalidades que proceden de su situación en el entramado en el que
ejerce su función”.

Aproximaciones a los principios del perfil ético

En su texto Ética profesional de profesores y maestros, Augusto Hortal


propone algunos principios claves para la profesión docente a partir de unas
coordenadas éticas, que vinculan la labor remunerada con la práctica
vocacional, dándole una significación mayor (y al mismo tiempo mayor
responsabilidad ética dentro del rol social) al educador:

• Principio de beneficencia: el cual demanda ejercer la profesión de


la mejor manera posible, desempeñándose plenamente como
formador de sujetos activos y participativos.
• Principio de autonomía: ligado a la pregunta por el educando, por
su capacidad de superar la relación de dependencia establecida con el
maestro, para construir conocimiento y conciencia sobre su realidad
por sí mismo.
• Principio de justicia: como responsabilidad de todos y
problematizado en la escuela como eje articulador de la sociedad.

Principios para el perfil ético:

Con base en lo anterior, y trayendo a conflictuar la idea del maestro como


articulador de sentido, propongo tres principios o conjuntos éticos a
considerar por el docente dentro de su labor formativa, trascendiendo el
aula para interrelacionar aquello escolar con las realidades sociales que se
configuran dentro y más allá del ámbito educativo formal.

• El yo docente: que contempla lo formativo y establece un puente


dialógico con el educando desde lo que Freire denominó un “aquí y
ahora del otro”, es decir, comprender su contexto, las palabras que
lo significan, su universo vocabular, pues solo así se establecerá un
principio de transformación.
Ligado a esto, también la pregunta como virtud formadora. El Yo
docente debe formar en la pregunta y evitar la trampa
reproduccionista del modelo escolar tradicional, que intenta
desesperadamente asignar respuestas inequívocas y prediseñadas a
problemas complejos y sinérgicos que configuran lo formativo.

• El otro significativo: entendido como algo más que un recipiente


sobre el que se vierte un saber preestablecido, la figura del educando
cumple un rol fundamental en la problematización de saberes, es un
sujeto activo, sentipensante en palabras de Orlando Fals Borda, que
tiene una consciencia común al docente y establece puentes de
interpelación y reconocimiento, a partir del aprendizaje en ese
camino de incompletud que nos permea.
• El entorno común abarcativo: la responsabilidad social del
educador lo obliga a establecer relaciones permanentes con el afuera
del aula, pues no se puede problematizar y formar en pensamiento
crítico desde el imaginario personal construido del mundo. Es
necesario que el docente se piense y repiense como sujeto en
formación, como educando de otros significativos en su entorno
familiar, comunitario y social, para construir (y deconstruir) posturas
políticas y éticas frente a su realidad social.
El entorno común abarcativo permite diseñar la urdimbre que
entreteje la producción de sentidos, que genera mediaciones a través
de otros sujetos, que han confiado en el educador para establecer un
viaje colectivo y colaborativo, donde el nosotros
(educador/educando) forje tales principios de beneficencia,
autonomía y justicia como escenarios posibles para la trans-
formación de la sociedad.

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