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Ludd o el sesenta y ocho trascendente 

 
Reseña del libro ​La critica radicale in Italia. Ludd. 1967-1970 

 
Anselm Jappe 

Publicado en ​www.palim-psao.fr/2019/02/ludd-ou-le-soixante-huit-transcendant-par-anselm-jappe.html 
Traducción: Átopos W. 

Entre 1968 y 1978 Italia experimentó, como se sabe, el levantamiento contestatario más
duradero de todos los que tuvieron lugar en los países occidentales en ese período. En otros
lugares el “68” fue, por lo general, tan intenso como breve. Italia fue asimismo el único país
donde las protestas contaron con una importante participación obrera y popular. Allí se
produjo asimismo una elaboración teórica específicamente asociada a aquellos eventos y a sus
innovaciones: el obrerismo, cuya influencia se extiende hasta el día de hoy. En retrospectiva,
dada la poca importancia que en Italia -a diferencia de otros países europeos- tuvieron los
maoístas y trotskistas, el obrerismo y las organizaciones influídas por él (​Potere Operaio​, ​Lotta
Continua​ y ​Autonomia Operaia​) parecen haber ocupado todo el espacio a la izquierda del PCI.
De hecho, hoy existe hay una copiosa literatura sobre esa tendencia. Sin embargo, en aquellos
márgenes hubo también otras corrientes con intenciones más radicales y que se inspiraban
principalmente en los situacionistas franceses y en la tradición anti-leninista de los consejos
obreros. Este pequeño territorio de “comunistas heréticos”, que impactó más por su lucidez
que por su efecto inmediato en las luchas sociales, recibe el nombre de “crítica radical”. Su
expresión más importante fue el grupo Ludd. Pese a haber existido durante apenas unos pocos
años -desde 1969 a 1970-, a no haber contado sino con unas pocas docenas de miembros
-especialmente en Génova y Milán-, y a no haber dejado más que tres boletines y algunos
folletos, Ludd ha llegado a convertirse con el tiempo en una “leyenda” para aquellos círculos de
crítica social que reivindican las ideas situacionistas, círculos que probablemente sean más
numerosos hoy que hace cuarenta años.

Por primera vez encontramos reunida en un libro una abundante documentación sobre Ludd y
sus “precursores” (este material estaba ya estaba disponible en línea en el sitio web
nelvento.net). Una útil introducción de Leonardo Lippolis nos explica el contexto histórico.
Casi la mitad del libro está dedicada a un ensayo de Paolo Ranieri, ex miembro del grupo, en
cuyas 200 páginas mezcla recuerdos personales con comentarios sobre el estado actual del
mundo, al tiempo que proporciona una valiosa información, así como también algunos
desatinos lamentables.​1​ Lo más interesante del libro es la sección documental, que contiene
documentos (especialmente folletos) del C ​ ircolo Rosa Luxembourg ​[​Círculo Rosa
Luxemburgo], de la ​Lega degli operai et degli studenti ​[Liga de Obreros y Estudiantes] y del
Comitato di Azione de Lettere​ [Comté de Acción de Humanidades] activos en Génova, así
como los tres boletines de Ludd y sus folletos acompañados con documentos internos.
Los orígenes de Ludd se remontan a aquellos círculos que, a partir de 1960, se ubicaron a la
izquierda del PCI, distanciándose de él de forma cada vez más clara: en primer lugar los
Quaderni rossi​ [Cuadernos rojos] de Panzeri, así como ​Classe operaia​ [Clase obrera] en la que
Antonio Negri y Mario Tronti sentaron las bases del futuro obrerismo. Frente a lo que
consideraban una ruptura todavía insuficiente con el leninismo, algunos colaboradores de
Classe operaia​ como Gianfranco Faina y Riccardo d'Este, futuros animadores de Ludd, se
escindieron para fundar el C ​ ircolo Rosa Luxembourg ​en Génova. Descubrieron entonces la
revista francesa ​Socialisme ou barbarie​ (justo cuando acababa de cesar) cuya figura central
era Castoriadis, el más avanzado exponente en Europa de la crítica al leninismo y del proyecto
de una “autonomía de los trabajadores respecto de partidos y sindicatos”. Desde fines de 1967
la situación en Italia se radicalizó rápidamente y culminó en el “otoño caliente” de 1969: no
sólo en las universidades, sino también en las fábricas. La izquierda “extraparlamentaria”, que
hasta entonces había sido ultra minoritaria, pasó a ser la corriente que más hizo simbiosis con
las luchas que escapaban del control del PCI y de la CGIL,​2​ así como de las categorías
interpretativas tradicionales. Al mismo tiempo, el mayo francés electrificó los espíritus y
provocó una mayor difusión de las tesis situacionistas, en particular su “crítica de la vida
cotidiana”.

Numerosos y variados contactos llevaron entonces a la fundación en el verano de 1969 de


“Ludd - Consigli Proletari”, en una reunión realizada en el Estudio de Cine de Roma. El grupo
se constituyó con al menos cuarenta participantes venidos de Turín, Génova, Milán y Trento,
entre quienes podemos mencionar, además de Faina y D'Este, a Giorgio Cesarano, Pier Paolo
Poggo, Mario Lippolis, Piero Coppo, Eddi Ginosa, pero también Mario Perniola (todos
hombres, como recuerda Ranieri en su introducción, que también contiene muchas reflexiones
autocríticas). Una sección italiana de la Internacional Situacionista, que se había formado a
principios de ese año, mantuvo su distancia con altanería. También se formó ese año ​Potere
Operaio​ y ​Lotta Continua,​ ambos fuertemente criticados por Ludd, que les acusaba de
reintroducir una acción desde el exterior de la espontaneidad proletaria, fomentando la
existencia de “jefes” y buscando “modernizar” o “democratizar” el capitalismo. Ludd aspiraba,
por el contrario, a una “revolución total” que comprendía una ruptura existencial a nivel
individual con la forma de vida dominante: la revolución de la vida cotidiana.

El nombre del grupo era en sí mismo todo un programa: el movimiento de los luditas, esos
trabajadores ingleses que a principios del siglo XIX se habían dedicado a destruir los telares
mecánicos, eran considerados por la tradición marxista como la expresión de una tendencia
infantil o reaccionaria en el naciente movimiento obrero. El libro del historiador inglés E. P.
Thompson sobre la formación de la clase trabajadora inglesa, traducido al italiano en 1969,
puso de relieve la importancia de ese movimiento, inspirando su nombre a los jóvenes
revolucionarios italianos. En general, su horizonte osciló entre el marxismo y el anarquismo,
con un fuerte interés en el “concejismo”, tendencia herética del movimiento obrero que remite
a los primeros soviets y consejos durante la Revolución alemana de 1919, así como a las
organizaciones que dieron continuidad a su programa durante el período de entreguerras,
especialmente en Alemania y Holanda. En Italia esta tradición de auto-organización obrera,
ajena a partidos y sindicatos, había estado completamente ausente y sólo fue descubierta al
mirar hacia Francia. Tal descubrimiento se convirtió para Ludd (y para la IS) en una línea
divisoria en la polémica contra el naciente obrerismo y sus voluntariosos “políticos”. Ludd
intervino con un panfleto ostensiblemente sarcástico e influenciado por el libelo situacionista
Sobre la miseria en el medio estudiantil,​ en protesta contra el festival de San Remo. Pero su
panfleto más notorio fue ​Bombas, Sangre, Capital,​ difundido algunas semanas después de la
masacre en Piazza Fontana del 12 de diciembre de 1969,​3​ en cuyo texto los miembros de Ludd
acusaron -siendo los primeros en hacerlo desde el folleto ¿​Arde el Reichstag?,​ de la sección
italiana de la IS- al Estado como autor de la masacre, en un momento en que al interior de la
izquierda reinaba la mayor confusión sobre el tema.

Pero lo que puede resultar de mayor interés para el lector actual, pues se refieren menos al
clima específico de aquella época, son algunos aspectos de los artículos más teóricos del
boletín. En ellos destaca por sobre todo el rechazo al trabajo y a la “ideología”. Los autores, que
se reconocen como “extremistas”, consideran que el proletariado es una categoría mucho más
amplia que los trabajadores: la alienación y el despojo afectan ahora, en forma de una
“colonización de la vida cotidiana”, a la vida en su conjunto y no únicamente al trabajo.
Señalan asimismo que muchos trabajadores actúan ahora de un modo muy diferente a los
cánones del movimiento obrero tradicional. Ludd elogia las “luchas antieconómicas” del nuevo
proletariado, el “sabotaje”, la negación de la economía y la política, todo en nombre de un
rechazo a los “fetiches de la mercancía y el capital”. La lucha de clases sigue siendo un tema
omnipresente, pero se caracteriza por un enfrentamiento generalizado entre quienes defienden
el estilo de vida capitalista y los que quieren abolirlo. Lo que aparece en el horizonte no es ya la
transformación progresiva de lo existente, sino su destrucción por medio de una ruptura
insurreccional que rechaza todas las mediaciones institucionales. Son continuas las polémicas
contra la militancia y contra el espíritu de sacrificio: en la acción revolucionaria los medios y
fines, la vida personal y la acción colectiva deben coincidir (naturalmente, tal como nos lo
recuerda la introducción, los miembros de Ludd hallaron grandes dificultades para vivir esta
ruptura, o que generpo importantes frustraciones y tensiones dentro del grupo).

Otra preocupación constante para Ludd es el trabajo de los “recuperadores” (el “Movimiento
Estudiantil” de Mario Capanna es uno de sus blancos favoritos) que buscan canalizar la
energía negativa del proletariado hacia las reformas, mientras promueven su propio liderazgo:
¡no podemos negar que esos ataques poseían una gran cualidad profética! Por otra parte, las
críticas de Ludd parecen carecer de generosidad, por ejemplo cuando al polemizar sobre
psiquiatría meten a Franco Basaglia y a Ronald Laing en el saco de los “revolucionarios
limitados” de esos que solo fortalecen el sistema.

Sin perder en absouto el interés en el obrero de fábrica, Ludd exaltó las nuevas formas de
oposición al capitalismo: la revuelta estadounidense de los negros, el sabotaje, el saqueo, el
ausentismo, la ilegalidad e incluso el crimen, la enfermedad mental y la marginación. Al igual
que los situacionistas italianos, se entusiasmaron con el levantamiento popular de Battipaglia
en abril de 1969. En el Boletín número 3, de enero de 1970, Piero Coppo, futuro antropólogo y
etnopsiquiatra, expuso una crítica de la medicina y la psiquiatría como instrumentos de
dominación, extendiendo su crítica incluso a la misma antipsiquiatría. SIn embargo, a pesar de
su nombre, Ludd no expresó sino de forma muy incipiente una crítica profunda a la ciencia, la
técnica y el reinado de los expertos.

Más sorprendente, dada su evolución posterior, resulta la participación de Mario Perniola


(quien había estado en contacto directo con los situacionistas franceses entre 1966 y 1969). Su
contribución acerca de la “creatividad generalizada” fue un anticipo de su libro ​L'aliénation
artistique​.

La figura de Giorgio Cesarano tiene una importancia particular. En el 68 él tenía 40 años, era
poeta y formaba parte del mundo cultural de Milán. Su experiencia en los eventos del 68 le
marcó de forma duradera, y ello quedó plasmado en un diario que sería publicado ese mismo
año en los volúmenes ​I giorni del dissenso​ [Los días del disenso] y ​La notte delle barricate ​[La
noche de las barricadas] (obra reeditada en 2018 por la editorial Castelvechi, que también
publicó un estudio de Neil Novello sobre Cesarano titulado ​l'Oracolo senza enigma​ [El oráculo
sin enigma]). Su ensayo ​L’utopia capitalista. Tattica e strategia del capitalismo avanzato
nelle sue linee di tendenza ​[La utopía capitalista. Táctica y estrategia del capitalismo avanzado
en sus líneas de tendencia] apareció en el tercer boletín de Ludd. En un estilo a veces pesado
(hay que decir que, en general, Ludd carecía del estilo brillante, cáustico y a menudo divertido
de la IS), Cesarano expuso en ese texto una idea que más tarde habría de desarrollar en
Apocalisse e rivoluzione​ [Apocalipsis y revolución] (1973), ​Manuale di sopravvivenza
[Manual de sobreviencia] (1974), y en su inacabada ​Critica dell'Utopia Capital [​ Crítica de la
utopía capital] (1993): la idea de una “revolución biológica” que arranca desde el cuerpo para
oponerse a todas las alienaciones, incluido el lenguaje.

En su ensayo publicado en el boletín, Cesarano subraya el papel del crédito: ahora está
socializado, es decir, se le concede a los proletarios y ello facilita la invasión de la mercancía en
todo el tejido social. Por lo tanto, la explotación ya no se limita a la venta de la fuerza de
trabajo, sino que coloniza todo el espacio y la temporalidad. Debido al endeudamiento, el
proletario deviene aún más rehén de los dominadores. Cesarano escribe: “lo que en realidad el
individuo consume en la sociedad capitalista es siempre y únicamente mercancía, es decir,
capital, trabajo muerto, organizado para reproducirse y crecer, que no hace más que aumentar
y aumentar. Y aumenta precisamente en la medida en que se consume.” Le asigna así un papel
preponderante a la mercancía como categoría central de la crítica social. La lucha de clases ya
no aparece en los términos tradicionales: “La inversión ideológica efectuada por los sociólogos
obreristas​, consistente en reducir el alcance del proceso de proletarización universal a una
mera ​obrerización​ de las nuevas clases, planteada en los términos de un análisis sociológico de
la ​recomposición de clase,​ ahora se revela por lo que en realidad es: el último truco, la última
mistificación que oculta al proletariado de sí mismo.” Devenir proletario ya no significa
devenir trabajador. Reanudando los énfasis situacionistas, Cesarano afirma que “el
proletariado ya no es identificable como tal o cual entidad social parcelada y estática, sino que,
en tanto ​es revolucionario o no es nada,​ constituye en sí mismo el movimiento que tiende
hacia la totalidad.” (Tal definición “subjetivista” del proletariado comporta, ciertamente, sus
problemas, pero aún así cumplió una función importante en ese momento histórico, cuando el
obrero fabril comenzó a perder, por un lado, su centralidad, y por otro lado su aspecto
necesariamente revolucionario). Cesarano propone, de hecho, abandonar “la inmóvil
personificación del proletariado” subrayando en cambio “la heterogeneidad de las masas que
llenan los guetos de los inadaptados, las prisiones, los asilos”; es decir, de todos aquellos que
ya no soportan las condiciones de vida que les son impuestas. Pero esto supone -otra idea muy
importante- que “cuando la clase tiende a lo universal y la proletarización impuesta por el
desarrollo capitalista se vuelve universal, el terreno de la lucha de clases se extiende ahora
hasta el interior de la persona”: si (prácticamente) todos pueden ser un poco proletarios, todos
participan asimismo en la dominación, reproduciendo sus mecanismos (lo cual dio lugar a que
los grupos radicales con frecuencia persiguieran obsesivamente y denunciaran el
comportamiento “burgués” en sí mismos o en otros miembros del grupo).

Cesarano hace una crítica de la ideología que despoja de significado a cada acto de la vida y del
trabajo, pero también critica a la ciencia que pierde de vista la totalidad. Echa por tierra toda
escisión entre estructura y superestructura (ideología), oponiendo -de manera poco dialéctica
a decir verdad- el valor de uso como aspecto vivo que reivindicar, al valor de cambio como
aspecto mortífero de la producción; y llevando hasta extremos muy distantes la búsqueda del
origen último de la alienación, en términos que a veces recuerdan a la ​Dialéctica de la
Ilustración​ de Horkheimer y Adorno: encuentra ese origen en la prehistoria, en el lenguaje y
en la naturaleza. “Antes que se materialice el dinero, se materializa el valor de cambio al
sacralizarse en el sacrificio, en el mito, en el lenguaje como serie acumulativa de significados.”
La colonización del significado es tan importante como la explotación económica: “todas las
formas de esclavitud, antes de ser medidas en términos cuantitativos (en términos
económicos), es siempre calificable como subordinación de la actividad humana al estado de
las cosas; al igual que todas las formas de dominación, antes de ser cuantificables en términos
de acumulación de valor, se pueden calificar como gestión de los significados que rigen el
estado de las cosas.” Por lo tanto, es lógico que para Cesarano de lo que se trata es de llegar a la
“destrucción definitiva del reino de las cosas” (sea lo que sea lo que eso pueda significar)
mediante una “espontaneidad proletaria” alabada con efusividad.

Este intento de rastrear las causas de la no-vida contemporánea hasta su dimensión más
profunda, biológica y lingüística, lleva a Cesarano a una febril actividad de escritura en los
años siguientes, pero también a su trágico suicidio en 1975.

En el verano de 1970, Ludd decidió disolverse, sin drama. La incapacidad para ir más allá de la
teoría y participar realmente en las luchas colectivas es una de las razones expuestas. Casi todo
sus miembros más activos prosiguen la crítica social, a su manera, evitando entrar en
compromisos con el sistema capitalista y con las organizaciones “recuperadoras”.

¿Qué podemos retener hoy aparte de la pieza que complete un cuadro histórico? El 68 a lo
largo y ancho del mundo, la insurrección contra el “viejo mundo”, en retrospectiva luce muy
diferente de las intenciones de sus protagonistas: no produjo la abolición de la sociedad
burguesa y capitalista, sino su modernización: los contestatarios ayudaron, voluntaria o
involuntariamente, a la sociedad de la mercancía a liberarse de un conjunto de anacronismos y
de una superestructura obsoleta y atrofiada, justo cuando sus propios gestores se mostraban
incapaces de efectuar tal actualización. Este es un hecho que ahora en lo sucesivo todo el
mundo habría de admitir. Muchos se contentaron con los cambios -por lo demás
considerables- que el “capitalismo progresista” introdujo en los años 1970 en todas las esferas
sociales. Pero así como en toda revolución, hubo aquellos momentos de “tomar el cielo por
asalto” en los que pareció posible quererlo todo y no conformarse con migajas. La poesía de
estos momentos cumbre de la historia, y en parte también su persistente relevancia, consiste
en esa búsqueda de lo absoluto, sea o no realizable. Ludd, aunque minoritario, y con todas sus
limitaciones, formó parte de estos “momentos transcendentales” de la historia de los que
pueden seguir nutriéndose los rebeldes aún por varias generaciones.

A. Jappe
Notas 

1​
¿Cuáles son los desatinos en la introducción de Ranieri? El más serio es su defensa de Paul Rassinier,
quien habría sido “difamado”. Hay que tener en cuenta que Rassinier (1906-1967), supuestamente
anarquista, fue el “padre” de la negación “izquierdista” del Holocausto en Francia, es decir, de la
negación de la realidad histórica del Holocausto. Él inspiró por mucho tiempo a Robert Faurisson. Al
leer en la última página de la introducción algunas frases sobre la supuesta actitud victimaria de los
judios, nos damos cuenta de que algunos ultraizquierdistas nunca saldaron cuentas con la negación del
Holocausto en la que participaron muchos de sus exponentes, ni con el antisemitismo que está en su
base. Si bien esto no permite estigmatizar todo lo que hizo la extrema izquierda francesa e italiana antes
de fines de los años setenta, debería no obstante ser objeto de una crítica más que atenta. Otro desatino
de un tipo diferente es el hecho de que califica el panfleto ​¿Arde el Reichstag?,​ histórico texto de los
situacionistas italianos distribuido justo después de las bombas en la Piazza Fontana, como una
expresión ambigua e hipócrita; así como su descripción de las posiciones de Gianfranco Sanguinetti en
su texto ​Sobre el terrorismo y el Estado​ (1980) como manifestación de un “delirio conspirativo”. Todo
esto nos lleva demasiado al ajuste de viejas cuentas. [Nota de A. Jappe]

2​
Confederación General Italiana del Trabajo, sindicato controlado por el PCI.

3​
Este ataque dejó 16 muertos y 88 heridos. La policía realizó arrestos masivos en los ambientes
anarquistas. Después de muchos vuelcos, el ataque fue finalmente atribuido de forma unánime a la
extrema derecha, lo cual marca el comienzo de la “estrategia de la tensión”. [NDT]

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