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Antropología Política

Trabajo Final
Laura Miranda Galvis
09/05/19

Fotografías para hacer memoria en transición. Un acercamiento desde la reportería gráfica


Este escrito es el resultado del análisis político sobre las formas y mecanismos para hacer, recrear,
encontrar y validar memorias sobre las vivencias del conflicto armado en Colombia, que han sido
narradas en territorios entendidos como márgenes y con presencia diferenciadas del Estado, que
además vive un transición política debido a la firma e incipiente implementación del acuerdo de
paz entre el gobierno nacional encabezado por Juan Manuel Santos y guerrilla de las FARC-EP en
el año 2016. El objeto de análisis para este caso fue el fotoreportaje “De la selva a la vida civil: la
transición del Bloque Sur de las Farc” de la autoría de Andrés Cardona y Óscar Neira, publicado en
el Proyecto Semana Rural el nueve de diciembre del 2018.
La motivación y justificación para tomar como referencia un fotoreportaje radica en la cualidad
que tiene este formato de reunir y hacer dialogar dos formas distintas de expresar y representar
la realidad cargada de sentidos, significados y emociones, con la capacidad de dar visibilidad en la
fotografía y la palabra escrita en forma de crónica periodística a distintos elementos valiosos para
para pensar y cambiar la realidad social. Si bien el fotoreportaje son ambas cosas (Fotografía y
texto) yo he querido concentrarme en las fotografías por tres razones. Primeramente por
compartir un quehacer y práctica fotográfica cotidiana, es un asunto afinidad temática y
vocacional. Para un acercamiento teórico me interesa la imagen desde la propuesta del
antropólogo e historiador Hans Belting que reconoce el potencial de la imagen más allá de la
representación y le da lugar a la fotografía como un medio portador, que me permitirá finalmente
dilucidar la relación entre fotografía y memoria en un contexto de política transicional.
Cunado mencionó la potencialidad de la imagen me refiero a que “una imagen es más que un
producto de la percepción. Se manifiesta como resultado de una simbolización personal o colectiva.
Todo lo que pasa por la mirada o frente al ojo interior puede entenderse así como una imagen, o
transformarse en una imagen” (Belting, 2007, p. 14) El concepto imagen radica en el doble
significado de interior y exterior, las imágenes mentales y físicas de una época determinada están
interrelacionadas en tantos sentidos que sus componentes difícilmente pueden separarse. La
producción de imágenes ha tenido por efecto una estandarización de las imágenes individuales a
partir de un mundo de imágenes contemporáneo de sus observadores, el que solo entonces hizo
posible el efecto colectivo. Las imágenes colectivas significan que no sólo percibimos el mundo
como individuos, sino que lo hacemos de forma colectiva, lo que supedita nuestra percepción a una
forma que está determinada por la época. Cada percepción de las imágenes se transforma
cualitativamente. Además las imágenes fundamentan significados, que como artefactos ocupan su
lugar en cada espacio social, llegan al mundo como imágenes mediales. Una imagen está sujeta a la
“ley de las apariencias” pero se afirma ontológicamente, a través del medio que la proyecta y le da
forma en el mundo social y cultural, pero pierden su autoridad simbólica cada vez que presentan
más ficciones. (Korstanje, 2008, p. 5).
Para Belting, el medio es comprendido como la forma (transmisión) físico-técnica y temporal-
histórica de la imagen de las cosas que se distinguen como obras de arte y objetos estéticos. Puesto
que una imagen carece de cuerpo, esta requiere de un medio en el cual puede corporizarse. La
fotografía es entonces un medio portador y no un tipo de imagen, en tanto “surgió de la protesta
en contra del concepto de imagen de la pintura, captura el cuerpo en el rastro de la luz de manera
similar a como en la antigüedad lo había hecho el dibujo de contornos en el rastro de las sombras.
Se trata de un medio del cuerpo, que creaba su sombra real y permanente, pero en el transcurso
del tiempo esta sombra se separa del cuerpo como lo hacen todas las imágenes” (Belting, 2007, p.
263).

A pesar de la crisis de representación de la imágenes iniciada en el renacimiento y acentuada en la


modernidad, caracterizada por ser una duda en cuanto a la referencia, se ha dejado de confiar en
la imágenes, fracasan únicamente cuando ya no encontramos en ella ninguna analogía con aquello
que las precede y con lo que se las puede relacionar en el mundo (Belting, 2007, p. 28) La imagen
fotográfica se ha convertido en una herramienta que permite que lo inimaginable sea posible y
como Didi-Huberman enuncia al principio de su texto Imágenes pese a todo (2004) para hacer
memoria hay que imaginar, para recordar hay que construir imágenes. De manera que se deben
pensar las imágenes como un acontecimiento visual que muestran el momento, el tiempo y las
condiciones en que son construidas las fotografías, así se convierten en un objeto y documento
histórico, puesto que la imagen contiene en sí misma las condiciones para su creación y “la idea de
una existencia, presencia-ausencia de un hecho a veces imperceptible en el caos de relaciones que
son los fenómenos de la realidad” (Olaya & Herrera, 2014, p.93) La pertinencia de considerar la
fotografía como una forma de construcción de la memoria está dada por la sobre posición de
tiempo, es el testimonio directo de la existencia de un referente y simultáneamente su expiración,
la enunciación de un algo en el ahora sobre el cual dirigir la mirada pero que se pierde en lo que ha
sido. En síntesis la imagen nos permite la construcción de un saber en tanto deja rememorar,
reconstruir, comprender, acercarnos, ya que posibilita la constitución de una serie de relaciones
entre lo que sabemos, lo que vemos y lo que podemos imaginar. (Olaya & Herrera, 2014)

Lo anterior no remite a la memoria entendida como “esa operación colectiva de los


acontecimientos y de las interpretaciones del pasado que se quiere salvaguardar” (Pollak, 2006),
que se constituye bajo complejos procesos y con la participación activa de diversos actores. La
memoria colectiva se torna indispensable para brindar cohesión social en los grupos y demarcar
con claridad los límites imaginarios entre lo nuestro y lo de aquellos, para lo cual posee dos
condiciones. La memoria colectiva social, la de la sociedad mayoritaria que tiene como respaldo
toda la institucionalidad oficial, cuyo discurso busca recrear e imponer una versión particular de
la historia. Y la memoria colectiva subterránea, transmitida informalmente, limitada de vías y
recursos para su comunicación. Es la tensión entre el silencio y el recuerdo, la palabra y el olvido,
se plantea el principal desafío a largo plazo para las memorias subterráneas: “el de su transmisión
intacta hasta el día en que puedan aprovechar una ocasión para invadir el espacio público y pasar
de lo “no-dicho” a la contestación y la reivindicación” (Pollak, 2006).

Para ampliar la relación entre fotografía y me memoria voy a remitirme al concepto retomado de
Henri Rousso por Pollak, el encuadramiento de la memoria es decir, para encuadrar la memoria
misma, ponerla bajo un marco, determinar sus límites y establecer su trasfondo. Entonces se
comprende este proceso como una analogía, pues la fotografía se sustenta en un encuadre que
selecciona y fragmenta la realidad presente en algo perdurable en imagen hasta el punto de
instalarlo en el imaginario social. De ahí que el historiador Serge Gruzinski (1994) prefiera hablar
de una guerra de Imágenes como forma efectiva de colonización de América por parte los
españoles desde la autoridad religiosa del cristianismo, las imágenes fueron la apertura para la
imposición de otro orden, porque la memoria colectiva no da cuenta del pasado en sí mismo, sino
del pasado compartido, de la experiencia social de la vida, de manera que lo que perdura es aquello
que se inscribe en una trama narrativa de conjunto que posibilita la construcción social de
significaciones y simbolizaciones mutuamente reconocidas. (Montoya & Arango, 2008) teniendo
en cuenta que las implicaciones de la memoria en la vida colectiva, logrando articular la memoria
con la capacidad del individuo para conocer el mundo y situarse al interior de su grupo social.
Según Halbwachs (2004), la memoria está ligada a la percepción, de manera que el recuerdo remite
necesariamente a la vida colectiva y cualquier acto de percepción entraña en sí mismo una
rememoración.

Justamente esta última frase es la razón para tomar como objeto principal el fotoreportaje
realizado como parte de un cubrimiento especial de Semana Rural con motivo del cumplimiento
de dos años de la firma del acuerdo y puesta en archas de las zonas veredales; compuesto por 35
fotografías del fotógrafo y licenciado en artes Andrés Cardona, quien además ha documentado a
Colombia y Latinoamérica en las experiencias de vida de las víctimas del conflicto, grupos armados,
comunidades campesinas y problemáticas socio ambientales desde hace cinco años. Ha trabajado
con medios como Revista Bocas, Vice Colombia, Revista Semana, Proyecto Semana Rural, Diario el
Colombiano, Diario El Mundo y LFI Leica Fotografie International. Su devenir profesional pone en
evidencia la necesidad de posicionarse dentro del mundo periodístico para lograr una exitosa
difusión de un trabajo fotográfico relacionado con temas de interés social o medioambiental,
dentro de un formato informativo como el fotoreportaje, entendido como una narración
periodística que desarrolla un tema según los criterios de actualidad, objetividad, narrativa y
estética que se desarrolla principalmente para formatos online bajo etiquetas de diferenciación de
los artículos y otras fotografías. Dado que el paso a la imagen supone un acceso a esta imagen como
resultante de una negociación, de una transacción entre los agentes de su fabricación y de su
difusión, es decir, de su utilización. (Piault, 2000, p. 323).

Las fotografías corresponden al cubrimiento de momentos específicos, tales como el último día de
los excombatientes en sus campamentos de carácter guerrillero, lugares que podrían considerarse
como una margen estatal, entendida como “las practicas, acciones y discursos que despliegan
actores determinados en los espacios que se traslapa lo legal e ilegal” (Das & Poole, 2008), ya que
la ubicación de dicho campamento se correspondía con la jurisdicción de las cuatro unidades del
Fuerte Militar Larandia ubicado en el municipio de Florencia. Además se tienen en cuenta los
momentos de reconocimiento y entrega de caletas con dinero y armamento, y en su mayoría
imágenes sobre actividades y prácticas cotidianas en los nuevos campamentos relacionadas con
actividades productivas en los cultivos y emergentes agencias de turismo ecológico.

Analizar estas fotografías en conjunto y como creadoras de un discurso histórico es pertinente


partiendo de lo anteriormente mencionado sobre el encuadramiento de la memoria, puesto que
permite ver otra manera de proveer un imaginario -distinto al de la institucionalidad- sobre el
proceso de transición que han emprendido los excombatientes del bloque sur de las Farc,
compuesto por los frentes 3, 14, 15 y la Columna Móvil Teófilo Forero, radicados en los Espacios
Territoriales de Capacitación y Reincorporación, ETCR, en Agua Bonita (La Montañita) y Miravalle
(San Vicente del Caguán) en el departamento de Caquetá. Lugar que incluso hasta el día de hoy
también podría considerarse un margen estatal, a pesar de que ya no sean los frentes los que son
ilegibles ante al Estado en aspectos como COMPLETAR, persiste una ilegibilidad estatal al tener de
manera compartida el control y administración de estas zonas de transición, que permiten
entender la presencia diferenciada del Estado.

Igualmente estas imágenes son valiosas en la medida que como cualquier otra fotografía, nos
muestra dos tiempos, el del acontecimiento visual y el del fotógrafo, quien en este caso logar hacer
dialogar la labor de reportar con la posibilidad de creación sensible sobre un acontecimiento. La
cercanía es casi plausible en sus fotografías, la humanidad que reflejan en las fotografías
correspondientes a los últimos dos años fuera de la lucha armada denotan mucha más empatía que
las realizadas en el último día entre montañas y ríos como combatientes en proceso de duelo por
la subsiguiente entrega de sus tres files compañeras: una arma larga tipo fusil como el AR-15 o AK-
47, u otros de asalto como el SG 550, un arma corta, y munición suficiente como para hacerle frente
a 10 soldados. Esa cercanía o distancia que transmite cada fotografía da cuenta de la postura ética
e instalan un modo de lo político en tanto posibilitan unas formas del ver y del comprender el
fenómeno violento (Olaya & Herrera, 2014) Aunque más que referencias un fenómeno violento,
estas imagen son la puesta visual de un momento de transición política vivida por personas
participativas de forma directa como generadoras de los actos violentos que ha sufrido la sociedad
colombiana. Es una transición que debe entender como el proceso de cambio hacia otro lugar
distinto con nuevas posibilidades, en el que hay múltiples apreciaciones sobre lo factible y
realizable de cada una de las proyecciones, porque a pesar de que para algunos excombatientes la
mejor forma de lucha es la organización armada desde la selva, hay otros que tienen férreas
convicciones de encontrar amparo y descanso en la tranquilidad de conlleva la vida civil. Así, las
transiciones son un prospecto del futuro imaginado lleno de ilusiones, porque “si bien es cierto se
plantean rupturas en ciertos registro de la violencia, hay otros que sencillamente son una
continuidad, lo que llamo "violencias de larga temporalidad" (Castillejo, 2017). Es la ilusión es
alimentada por un campo de fuerzas que entreteje lo inimaginable, lo posible y lo realizable. Quizá
lo inimaginable se encuentre en la diferencia que se da en el campo estatal entre la imagen que
proyecta el Estado sobre sí mismo como un Estado que construye paz y propicia los espacios para
la verdad y memoria, y las prácticas de los burócratas y la sociedad civil en general que en
ocasiones controvierten dicha imagen, tal es caso de los incumplimientos en desarrollo de
infraestructura para los campamentos, falta de asesoría y apoyo económico para la
implementación de proyectos empresariales y educativos. Es la tensión entre lo que se piensa que
debe hacerse, y lo que realmente se hace, es la lucha propia del campo estatal que señala Migdal
(citado en Suaza & Martínez, 2012) apoyándose en la idea de Pierre Bourdieu de campo de fuerzas
o de lucha que responde a una racionalidad histórica como una construcción y reconstrucción
mediante la interacción de las partes. (Citado en Alonso, 2014)

Por otro lado las transiciones políticas están compuestas por órdenes y mecanismos transicionales,
tales como la justicia transicional, la verdad, la memoria y la reparación, dada la importancia de las
formas de vivir el pasado desde una experiencia en el presente, entonces, es necesario contar con
la proyección de un futuro posible y con la capacidad de recordar para obtener justicia. Y en
palabras de Alejandro Castillejo “La idea de la justicia está fundamentada en dos promesas de una
nueva nación imaginada y asignar a la violencia un lugar en el pasado” (2017, p.3) construido y
recreado desde el presente tanto en las memorias colectivas sociales y subterráneas. Y en esta
perspectiva retomo a Michonneau (citado en Montoya & Arango, 2008) quien postula la
imposibilidad de que exista una sociedad en la que los individuos compartan exactamente los
mismos recuerdos sobre los acontecimientos vividos, pues más bien existen múltiples sujetos
colectivos con múltiples memorias. Por tanto las imágenes fotográficas de Andrés ponen en
evidencias otros recuerdos y apreciaciones sobre lo que significaba ser combatiente de las Farc en
el sur de Colombia, igualmente desde ellas puede verse la relación que posibilita la memoria entre
las gentes y sus espacios vividos, ente sus recuerdos y sus olvidos y sus imaginaciones del porvenir
(Pérez & Arango, 2008) , es decir, el componente inimaginable de la ilusión de la transición y
realizable en la medida que evidencian un tiempo social fragmentado, que permite nuevas
relaciones de sentido que cuestionan la historia oficial, construyendo nuevos presentes y futuros
a partir de la relación con el pasado. Porque realmente han sido pocos los trabajos fotográficos
realizados en Colombia sobre los rostros y cuerpos que hacen la guerra en comparación con el
registro que se tienen de los acontecimientos violentos que estos han causado, y quizá menos sobre
los procesos transitorios que estamos viviendo.

Al terminar de generar de visualizar el fotoreportaje se genera la sensación de que también existe


cierta selectividad, constituyente de la memoria sin importar que sea subterránea, es precisamente
la tensión entre la conservación y la supresión de fragmentos del pasado que atraviesa las
imágenes al no hacer referencia alguna a las personas disidentes de este proceso de tránsito y que
han preferido retornar a otros grupo armados ilegales. Dicha selectividad está dada por la posición
y mirada del fotógrafo, Susan Sontag apunta que “cuando los fotógrafos se proponen sobre todo
reflejar la realidad, siguen acechados por imperativos tácitos de gusto y conciencia, (...) aunque en
cierto sentido la cámara si captura la realidad y no solo la interpreta, las fotografías son una
interpretación del mundo tanto como las pinturas o dibujos a partir de nuestra propia imaginería”
(p. 51 en Sánchez, 2006). En ese sentido la construcción de las memorias depende en un primera
instancian del sujeto que enuncia, a razón de que a la visibilidad que adquieren las imágenes a
través de su medio se le valora como una expresión de presencia en relación con la invisibilidad de
la ausencia, es decir, la realidad se torna difícil de atrapar en un primer momento, es invisible,
donde el fabricante de imágenes inscribe en sus producciones una versión de lo real que es, en
todo sentido, una manipulación del mundo visible. (Pérez & Arango ,2008). Otros agentes en la
construcción de estas memorias son los sujetos que han sido capturados, ya que ellos disponen de
otras formas y estrategias para presentarse ante la cámara con la intención de compartir
fragmentos de sus vidas para que sean congelados, perpetuados y por ende capacidad de ser
remembrados. También está el papel de los espectadores que consumen las imágenes, ya que al
mirar la mirada del otro se constituye una relación que deja ver una mirada, y al mismo tiempo
propone un lugar desde donde ver. Y es que cuando miramos cualquier retrato, éste nos perturba,
nos señala un espacio, una escena: nos interpela, nos lleva a tomar una postura frente a lo que
estamos viviendo en un tiempo presente sobre lo que sucedió en un momento determinado. Los
espectadores nunca son realmente pasivos, pues como lo mencionaba con Gruzinski, el éxito de la
instauración de un nuevo orden o memoria colectiva está puesto en la colonización de lo
imaginario.

Finalmente a modo de conclusión quiero resaltar que el carácter antropológico de una imagen se
encuentra ligado a su contenido y principalmente al contexto en el que es producida, por tanto el
ejercicio de tomar a las imágenes como fuente de análisis es poner en consideración todo lo que
las hace posibles y lo que ellas permiten. Para este contexto transicional ilusorio, la construcción y
validación de las memorias tiene muchas formas, donde la fotografía se revela y constituye como
una expresión fecunda para reunir múltiples posiciones y perspectivas de otros actores no
convencionales en trabajos académicos sobre la violencia, el conflicto y la memoria.
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