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Anita Anota.

El antropólogo en al aldea
(penal y burocrática)

DEBORAH DAICH E MARIANA SIRIMARCO

resumo Frequentemente, as anotações de cam- bu y ante el propio antropólogo. Podría decirse


po são produto tanto daquilo que o antropólogo que remeda el hacer del antropólogo, que copia
considera importante anotar quanto daquilo que o lo que el otro hace. Mejor dicho: que copia lo
outro acha importante ser anotado pelo antropólo- que ve en el otro como fuente de prestigio y de
go. Este trabalho visa refletir acerca desse processo poder. Que disputa, él que al fin de cuentas es
específico do trabalho de campo. Não necessaria- el jefe, el campo de las actuaciones y las com-
mente para investigar as questões epistemológicas petencias (Lévi-Strauss, 1973).
relativas à construção de tais anotações, mas para Ese gesto mimético – seguramente serio –
ensaiar algumas considerações sobre a relação que a esconde, sin embargo, el bosquejo de una paro-
própria ação de anotar configura entre o observador dia. Lo esconde tal vez para nosotros: es difícil
e o observado. Este trabalho propõe uma trajetória no ver, en el trazo de esos garabatos, una dis-
pelos âmbitos de pesquisa das autoras – o judiciário tancia crítica. Los dibujos sin sentido del jefe
e o policial – e pelas questões levantadas por essa actúan exageradamente la norma – exagerada-
atividade em tais âmbitos. Trata-se de pôr em diálo- mente porque el antropólogo nos dice que él la
go os nossos trabalhos de campo e de experimentar, norma no la sabe – y la ponen, de este modo,
a partir do contraste entre distintas experiências, o en evidencia. Sus dibujos valen tanto como las
esboço de uma leitura a respeito do tom que, nes- palabras escritas del antropólogo. Ambas son
ses domínios, adquire o próprio ato de registrar no formas de escritura, si entendemos que lo que
papel. el jefe hace no apunta a lo escrito sino a su acto:
palavras-chave Trabalho de campo. Registros al ejercicio de un mecanismo. Justamente por-
de campo. Anotar. Âmbito judiciário. Âmbito po- que no le resulta necesario saber para escribir,
licial. la imitación se vuelve parodia. Anclada en un
vacío de conocimiento gráfico, la repetición
se instala fácilmente como inversión irónica
Sobre el escribir y el anotar (Hutcheon apud Nagore, 1997). El jefe escri-
be. O al menos desnuda una faceta clave de la
La anécdota es ampliamente conocida en escritura etnográfica: aquella que la inviste de
el ambiente antropológico. Después de mucho autoridad.
ver al antropólogo tomar apuntes en su cua- Es en torno a este sentido que se desenvuel-
derno de campo, el jefe nhambiquara aparece, ve el presente artículo. En torno a la escritura
ante su grupo, también con lápiz y papel. No etnográfica y sus implicancias en el contexto
sabe escribir (el antropólogo que refiere la his- del trabajo de campo. Ya Geertz (2000) dijo
toria dice que no sabe), pero garabatea signos que lo que el antropólogo principalmente hace
en la hoja en blanco. Luego los lee, ante la tri- es escribir o, más precisamente, “inscribir” dis-

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cursos sociales. Así, la escritura antropológica se trata de una escritura diferente, el escribir
es capaz de fijar “lo dicho” de forma tal que estando ahí también encierra – creemos – una
aquellos discursos sociales recogidos en el cam- importancia significativa a la hora de pensar y
po adquieran, por medio de su inscripción, un de pensarse – a uno mismo, a los otros – en
carácter permanente que los hace pasibles de el campo. Nos interesa entonces detenernos en
ser consultados una y otra vez. Y en dicha ins- esa otra instancia de escritura: aquella ligada a
cripción, la “descripción etnográfica” – sugiere las instancias mismas de las situaciones en el
Geertz – la observación, el registro y el análisis/ terreno. A ese territorio, tal vez no demasiado
interpretación aparecen íntimamente ligados explorado, que se configura cuando se abre la
puesto que no pueden considerarse operacio- libreta de campo. Cuando se abre, sobre todo,
nes autónomas. en medio de la aldea, en medio de la ceremo-
Siguiendo a Geertz, Cardoso de Oliveira nia, de frente a los nativos, en el instante mis-
distingue dos etapas de la investigación: el an- mo de estar ahí.
tropólogo estando ahí y el antropólogo traba- Si las categorías con que aludimos a los ac-
jando estando aquí. En esos términos, sugiere tos no son ingenuas, entonces tal vez no se trate
el autor, el mirar y oír serían parte de la prime- tanto de escribir como de anotar. Esto es, de
ra etapa y el escribir de la segunda; el escribir fijar lo significativo. De elegir, de entre todo lo
estando aquí, fuera de la situación de campo, que se dice – de entre todo lo que podría escri-
cumpliría su más alta función cognitiva, reali- birse –, aquello capaz de resultar revelador. En
zando el proceso de textualización de los fenó- otras palabras: de saber escuchar, en medio de
menos socio-culturales observados estando ahí. distintos acordes, la riqueza de un matiz. Pero
La función de escribir el texto sería más que no sólo se trata de una elección. También se
una simple exposición de un saber, se trataría trata, muchas veces, de un mandato. Las notas
de una forma de pensar o, para decirlo de otro de campo a menudo cabalgan entre esa volun-
modo, el acto de escribir es simultáneo al acto tad, más o menos propia, y esa suerte de su-
de pensar (Cardoso de Oliveira, 2000). gerencia, más o menos explícita. Entre aquello
Así, al preguntarse por el trabajo del antro- que el antropólogo considera importante ano-
pólogo, este autor enfatiza el carácter constituti- tar y aquello que el otro cree importante que el
vo del mirar, el oír y el escribir en la elaboración antropólogo anote. Este trabajo busca reflexio-
del conocimiento antropológico. Estas tres eta- nar acerca de ese proceso puntual del trabajo
pas: mirar, oír, escribir, son actos cognitivos que de campo. No necesariamente para sondear en
constituyen una unidad irreductible. Nuestro las cuestiones epistemológicas que hacen a la
mirar y oír no son ingenuos, antes bien, están construcción de dichas notas, sino para ensa-
disciplinados por nuestra propia disciplina – yar algunas consideraciones sobre la relación
formadora de nuestra manera de ver la realidad. que la acción misma de anotar configura entre
Nuestra disciplina, entonces, condiciona las observador y observado (donde el antropólogo
posibilidades de observación, de escucha y de no puede estancarse, a priori, en uno u otro
textualización – a través de la escritura – siem- término).1
pre de conformidad con un horizonte que le es Este trabajo se propone entonces un reco-
propio (Cardoso de Oliveira, 2000). rrido por nuestros ámbitos de análisis – el judi-
Al decir de este antropólogo, la escritura cial y el policial –2 y por lo que en ellos suscita
etnográfica alcanza su más alta función cog- tal actividad. Si las semejanzas entre ambos
nitiva en el estar aquí. Sin embargo, y si bien ámbitos resultan significativas, las diferencias

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no lo serán menos. Se trata entonces de poner hechos – escritos – en materia de prueba. Por
en diálogo nuestros trabajos de campo y de en- ello, quizás no estemos erradas si sugerimos
sayar, a partir del contraste de distintas expe- que anotar puede asemejarse, en ciertos casos,
riencias, el esbozo de una lectura sobre el tono a construir un panóptico desde el papel. A ci-
que adquiere, en estos terrenos, el acto mismo mentar la advertencia de una mirada siempre
de registrar en el papel. presente y siempre inquisidora, que disciplina
a quienes están sometidos a observación (Ro-
saldo, 1991). O mejor dicho: que ratifica, a
La antropología, el anotar y la partir de su existencia, la condición misma de
sospecha ser observado.
Que el anotar pueda volverse una forma si-
Uno llega al lugar donde hace su trabajo lenciosa de la inquisición requiere algunas con-
de campo. Trata, los primeros momentos, de sideraciones. Sería ingenuo, en este sentido,
pasar desapercibido. Trata de no molestar. Me- creer que la autoridad que reposa en el anotar
jor dicho: consciente de que “molestar” es tan obedece al solo hecho de plasmar ideas en un
seguro como inevitable, trata al menos de que papel o se deriva de nuestra mera presencia de
su intención de no disturbar le quede a todos individuos. Si el anotar adquiere las connota-
clara. Luego, por ejemplo, se sienta. Presencia ciones que adquiere se debe, en primera instan-
alguna situación. Si presa de estos devaneos cia, a un hecho insoslayable: somos científicos
disciplinares se queda, los primeros tiempos, sociales. Es decir, somos, para las personas que
un poco lejos o un poco aparte, pronto descu- conforman nuestro campo, científicos avalados
bre los riesgos -en términos de observación- de institucionalmente (universidades, programas,
este prurito. Los riesgos y la inutilidad, pues agencias de investigación). Encarnamos la au-
ciertas presencias, sobre todo la de un antropó- toridad de la ciencia en general. De esa ciencia
logo en medio de la aldea, no tienen por qué que instaura distancias cuasi-epistemológicas,
ocupar el primer plano para ser insoslayables. al demarcar la existencia de un otro que se con-
Y entonces, ya en el centro de la escena, ya en vierte en objeto, al recortarlo como universo de
sus contornos, pero siempre presente, el antro- análisis y al elaborar, finalmente, sobre ese otro,
pólogo añade algo más a su presencia: anota. un discurso autorizado (Tiscornia, 1992).
Si los antropólogos resultamos ser, como Pues si la ciencia da lugar a un saber asenta-
alguien dijo, intrusos profesionales, la intromi- do en conceptos, técnicas y objetos, engendra
sión no se agota en esta mera presencia, en el además, en ese mismo movimiento, sujetos de
solo estar, escuchar y observar. Hacemos algo conocimiento y formas de verdad. Esto es, dis-
más que estar ahí: registramos.3 Las notas de cursos de saber investidos de poder (Foucault,
campo nacen desde el adentro, pero se inclinan 1998). De aquí entonces que el proclamar-
también hacia el afuera: comunican al exterior se una ciencia sea, de hecho, un ejercicio de
lo que sucede al interior de un espacio. Divul- poder, ya que, al reivindicar para sí la cienti-
gan. Son, si se quiere, la confirmación última ficidad, otros saberes resultan descalificados
de saberse observado. No sólo visto u oído; (Smart, 1995).
también aprehendido, fijado por largo tiempo Pero no solamente. Podríamos ir más allá
en un instante. La escritura parece añadir algo y sostener que la autoridad que se deriva del
de verdad irrefutable al proceso de observa- ejercicio de la antropología le añade, al discur-
ción, al convertir las palabras en hechos y los so de la ciencia, otro cariz. Cariz tal vez no ne-

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cesariamente propio de la antropología como D: No lo conocía, lo conocí ahora.


de las ciencias del hombre, nacidas en estrecha EJ: ¿Y él te dijo que vengas acá?, ¿para hacer
vinculación a la temática del poder y el mante- qué?
nimiento del orden. Y, por lo tanto, al estudio D: No, él no me dijo, yo le pedí.
del otro como un objeto a indagar. En la cons-
trucción de ese otro como necesario de control La pregunta no dicha pero sugerida –
y hasta de disciplinamiento, el saber de estas ¿quién te manda? – parece sobrevolar los prime-
ciencias se instaura entonces como un espacio ros contactos en el campo. Actitudes similares
de intervención (Tiscornia, 1992; Pita, 1994). tuvieron lugar en el ámbito policial:
Sin embargo, no escapa a nadie que, en el
contexto de este surgimiento disciplinar, la an- Durante mi estadía en la Escuela, mi presencia
tropología ha jugado un papel especial. Nacida en sus aulas era, para los ojos de los alumnos,
en vinculación al interés imperialista mayor- de por sí extraña. El hecho de ser mujer y no
mente británico y francés, nuestra disciplina ha portar uniforme ni ser profesora revestía cierto
quedado ligada a la empresa colonialista y a una carácter inusual. Pues en el espacio de estas es-
expansión no sólo territorial sino ideológica, cuelas, lo cerrado de la institución se intensifica.
atada a una forma particular de conocimien- Por sus pasillos sólo circulan alumnos, profeso-
to y de construcción de la información. So- res, instructores, directivos. Todos ellos, en su
breimprimiendo a esta figura del antropólogo amplia mayoría, policías. Los pocos “civiles” son
clásico la del funcionario colonial, la disciplina indefectiblemente docentes y guardan, general-
antropológica parece haber quedado asociada, mente, algún punto de contacto con la agencia
en virtud a esta conjunción casi siempre poco policial. Circulan también, por estos espacios
sutil, al poder examinador, al escrutinio, a la educativos, pocas mujeres. Unos y otras resultan,
auditoria y hasta al espionaje. en estos contextos, visibles por minoritarios.
Algo de todo esto parece sobrevolar la sen- Pero al extrañamiento derivado de mi condición
sibilidad de las personas que nos reciben en el de mujer-civil-no profesora, se le sumaba un
campo: dato que no hacía sino multiplicarlo: yo insistía
en presentarme en cada clase como una antro-
A los pocos días de frecuentar un juzgado penal póloga haciendo trabajo de campo para su tesis
en particular, uno de los empleados judiciales de doctorado. Lo cual no era más que otra ma-
me preguntó: “¿qué es lo que sos vos?”. Le res- nera -exótica- de mantener abierta la sospecha.
pondí que era antropóloga e intenté explicarle Pues si la institución no acostumbra a tener “ex-
brevemente lo que me interesaba investigar, traños” en su interior, menos aun acostumbra a
pero ello no parecía tan importante como des- tener académicos. ¿Qué era, en primer término,
cubrir las “razones ocultas” de mi presencia: la antropología? ¿Y qué hacía, finalmente, una
EJ: ¿Pero vos qué estás haciendo acá? antropóloga, en medio de las aulas de la Policía?
D: Bueno, yo quiero ver cómo se tramitan cier-
tos conflictos familiares… No queremos sostener, con todo lo dicho,
EJ: ¿Pero cómo hiciste para estar acá? que este resabio que anuda el saber antropo-
D: Le pedí permiso al Juez. lógico con cierto ejercicio inquisidor resulte
EJ: Ah, ¿vos lo conocés? evidente para las personas en el campo. No se
D: Sí, claro. trata tanto de una cualidad atribuible a la an-
EJ: Pero ¿de dónde lo conoces? tropología como a las ciencias sociales en gene-

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ral. Lo importante, creemos, no reposa así en la comenté sobre el problema que estaba investi-
delimitación disciplinar sino en los efectos per- gando; habiéndome presentado entonces, acce-
cibidos del ejercicio de esta ciencia: la interro- dió a recibirme. Una vez en su despacho y en
gación. Y aquí tal vez el antropólogo corra con medio de la conversación, me sorprendió una
suerte dispar, habituado como está a ser visto, pregunta: ¿vos estás en derecho o en psicología?
ante los ojos de sus informantes, como aquel “Soy antropóloga”, respondí. Reflexionó en si-
que curiosea, que busca información algunas lencio unos segundos y prosiguió su explicación
veces incomprensible,4 que se entromete. Y que sobre las especificidades de los delitos depen-
quizás por ello, suela ser visto por los otros no dientes de instancia privada.
sólo como “intruso profesional” sino también Del mismo modo, las primeras veces que con-
como aquello que, alguna vez, le endilgaron a currí a algún juzgado penal, las personas que
Viñuales sus informantes: “vampiro de expe- allí trabajaban asumían que era abogada, así, en
riencias” (2000, p. 32). ocasiones se dirigían a mí llamándome “Docto-
Mucho se ha llamado la atención sobre la ra”. Cuando había concertado alguna entrevista
importancia que revisten, a la hora de entender y llegaba al juzgado preguntando por ese agente
el papel que juega el antropólogo en el campo, judicial en particular, me respondían “Por aquí,
las particularidades del ingreso a él. Sin dete- Doctora.”,“Pase, Doctora.”,“Aguarde aquí por
nernos largamente en este punto, sí nos inte- favor, Doctora.” Me llamaba la atención que se
resa señalar que tales sensaciones de “sospecha” me asignara a priori tal identidad, puesto que si
no pueden ser sino una compleja conjunción bien en los juzgados abundan los letrados, no
entre la presencia de alguien ajeno al campo son ellos los únicos que los frecuentan, constan-
y, tal vez más importante, el hecho de que tal temente aparecen en las mesas de entradas tan-
presencia venga “habilitada” por aquel que, en to denunciados como denunciantes, así como
la mayor parte de los casos, reviste algún tipo también asistentes sociales y otros profesionales.
de autoridad. Así, y en lo que a nuestros ám-
bitos de análisis se refiere, el haber ingresado En el contexto de la Escuela policial, lo “sos-
a tales burocracias a partir de la anuencia de pechoso” de la presencia del investigador se re-
sus máximas autoridades, convertía nuestras solvía apelando a una identidad que rozaba, con
presencias en doblemente autorizadas: la auto- absoluta literalidad, los visos del espionaje:5
ridad del juez o del director de la escuela (o tal
vez de alguien aún más arriba) parecía no po- Aula 7, en la hora de Psicología. De repente,
der despegarse de nuestro deambular por aulas mediada la clase, G. se vuelve hacia la profesora
u oficinas. La llevábamos donde fuéramos. y le pregunta qué era realmente lo yo hacía, si yo
De este modo, a mitad de camino entre la hacía realmente lo que había dicho que hacía.
“sospecha” y el desconocimiento respecto de lo Lo miro directamente:
que hace un antropólogo, las personas con las M: ¿Cuál es concretamente la pregunta?
que nos relacionábamos en el campo, ensaya- G.: ¿Cuál es su función, señorita? – me dice, en
ban para nosotras, durante los primeros tiem- abierto tono intimidatorio.
pos, distintas identidades: Le contesto lo que ya les había dicho, que es-
taba haciendo trabajo de campo para mi tesis
Había concertado telefónicamente una entrevis- de Doctorado en Antropología. Vuelve con la
ta con un Juez penal. Durante la comunicación pregunta de si los estaba investigando a ellos. Al
telefónica, le expliqué que era antropóloga y le rato me dice que había venido alguien haciendo

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comentarios sobre mí, diciendo que yo hacía una Si nos resulta interesante traer a colación
investigación, pero para el Ministerio. Los demás estas reflexiones es porque habilitan un mejor
apoyaron lo que decía, adhiriendo a la existencia entendimiento no sólo del papel del antropó-
del rumor. Les aclaro nuevamente que eso no era logo en la aldea y de la particularidad de las
cierto, que yo ya les había dicho lo que hacía y vinculaciones que en ella establece, sino, fi-
que no trabajaba para ningún Ministerio. nalmente, de la compleja relación que llevan a
El clima se pone tenso. Muchos empiezan a de- éste y a la aldea a construirse mutuamente. Por
cirme que no le hiciera caso a G., otros le sugie- ello, lejos de considerar que tales actitudes de
ren que deje la botella. Otro luego me explica recelo y adjudicación de identidades obedecen,
que G. se sentía perseguido porque era Jefe de en mayor o en menor medida, a una actitud
Destacamento y le tenía miedo al Ministerio. de franca paranoia o de extrema desconfianza,
Me confirma también que fue un rumor de pa- conviene no olvidar que todos los sujetos –
sillo, surgido tal vez de ellos mismos, de charlar “inocentes” antropólogos incluidos – estamos
y comentarse: “mirá si va a ser cierto que está (o somos) políticamente situados. Es decir, que
viniendo acá para hacer un trabajo, debe ser del en un obvio deseo de explicarse quiénes somos,
Ministerio”. y siguiendo un propio marco de significación
y entendimiento, somos continuamente posi-
Así, cualquier presencia no fácilmente cate- cionados por los otros. Esto es, continuamen-
gorizable sólo parece poder resolverse a través te tanteados, contrastados y entendidos. Así,
de la apelación al propio ámbito. En el ámbito el papel del antropólogo en el campo resulta,
policial, tal vez a causa de esa separación tajan- como sugiere Owens, “una empresa en colabo-
te que la fuerza policial despliega entre ella y la ración, no completamente bajo el control indi-
sociedad civil, la circulación de éstos al interior vidual del etnógrafo” (2003, p. 124). Es decir,
de la fuerza – de aquellos que no guardan con la figura del antropólogo es también producto
ella ninguna relación de dependencia laboral de las construcciones culturales, tanto propias
o de parentesco – se ha consolidado como un como ajenas, que se producen en el campo.
hábito desacostumbrado. En este contexto, Sin embargo, tal vez esta “duda” por quién
cualquier individuo que no porte uniforme es, uno es y por lo que uno hace, siempre presente
cuanto menos, pasible de ser vinculado, de al- en el trabajo etnográfico, adquiera, en el ámbito
guna u otra manera, a lo policial. judicial y policial en el que discurre nuestro tra-
Así, si se declara no ser policía y se viste de bajo de campo, un cariz más acentuado. Señala
“civil”, lo más probable es que no se lo sea, sino van Maanen que en este tipo de organizaciones
que se lo aparente. Después de todo, ¿cuándo la sospecha es una creencia ocupacional induci-
se ha visto que la institución policial avale – o da tan fuerte, que “el principal problema para
promueva- que alguien perteneciente a la so- una persona ajena (…) es evitar ser tomado
ciedad civil, alguien que no tiene con ella nin- como espía”. Tan arraigado es este sentido de
guna ligazón profesional ni política, deambule sospecha – ilustra el autor – que muchas veces
por su interior? La remisión a la “familia poli- ha escuchado a los policías británicos decir, sólo
cial” queda entonces formulada: lo que parece en parte en broma, que “siempre que haya más
quedar de manifiesto es que, al interior de la de cinco canas juntos, podés estar seguro de que
agencia, todo civil puede ser, en realidad, al- uno de ellos es un soplón” (1978, p. 317).
guien que – como el personal del Ministerio Comprender esto quizás requiera recordar
– pertenece. que se trata, principalmente, de espacios es-

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tatales que combinan, de manera muy espe- 2004).6 Y tal vez por ello, en tales ámbitos y
cial, una función punitiva con un alto índice en determinadas circunstancias, el antropólogo
burocrático. Son burocracias que ejercen, de mismo sea sospechado de ser un jefe nhambi-
manera legítima, la violencia y el castigo es- quara, un disputador de autoridades y compe-
tatal. Sus operadores están, en primer lugar, tencias.
habituados a la indagación. Esto es, a inqui- Así, si en dichos espacios el antropólogo
rir como herramienta de trabajo y a tomar, en observa y anota, es también él, a causa de este
base a esas inquisiciones, decisiones acerca del anotar, atentamente observado. En otras pala-
destino de las personas. Están también habi- bras, el anotar se vuelve una marca ineludible
tuados a comerciar con la culpa y la sospecha, del trabajo del antropólogo, un rasgo que lo
transformadas, sobre todo en el caso policial, señala y que, en ocasiones, los otros no dudan
en herramientas legitimadoras de la interven- en hacerle notar:
ción (Eilbaum, 2004; Sirimarco, 2007).
En estos ámbitos, además, no sólo reina la Luego de un mes de circular por los tribunales y
indagación sino que el examen, basado en el hacer trabajo de campo en los juzgados, recibí mi
análisis de los individuos y sus conductas antes primer sobrenombre. Estaba tomando notas de
que en la determinación de acontecimientos, un expediente judicial cuando un empleado me
está a la orden del día. Este es un saber que interrumpió para pedirme que cambiara de es-
intenta determinar si los individuos se com- critorio: “Anita, ¿podés sentarte allá?”. Mientras
portan “como se debe” – es decir, de acuerdo asentía con la cabeza y cambiaba de ubicación,
a las “normas” – y corregir sus comportamien- pregunté: “¿Cómo me dijiste?”. “Anita, Anita
tos. No creemos exagerar si decimos que están anota”, me respondió. A partir de entonces los
habituados, por lo tanto, a hacer del otro un empleados de ese juzgado penal comenzaron a
objeto de control. llamarme “Anita, anota” y cuando pregunté por
Sumadas a estas características inherentes qué me llamaban así, me respondieron: “porque
a la construcción de su función, no hay que anotas y anotás”.7
olvidar que tales espacios se encuentran regi-
dos, en tanto burocracias, por un alto grado de El anotar nos posiciona como antropólogos,
escriturización formal, signada por el uso espe- como representantes de un saber-poder habili-
cializado de un lenguaje técnico y normativo. tado para la indagación y el conocimiento. La
No hay que olvidar, a este respecto, que fueron libreta de campo se transforma, por esto, en
los procedimientos de examen los que, acom- un objeto que condensa recelos y curiosidades.
pañados de un minucioso sistema de registro, Desde preguntas directas por aquello que ano-
hicieron entrar a la individualidad en un “cam- tamos hasta intentos solapados por descubrir-
po documental”, en el mundo de los archivos, lo, la libreta del antropólogo parece delimitar
las fichas y los informes. El examen colocó a el espacio de un enigma que los involucra pero
las personas en un “campo de vigilancia” y al que se les niega: qué anotamos, de todo lo que
mismo tiempo en una “red de escritura”, lo vemos y todo lo que pasa, pero sobre todo: para
cual redundó en su constitución como objetos qué. Así pues, el cuaderno de campo, con sus
analizables, como objetos y efectos de poder y anotaciones varias, pareciera ser el locus don-
saber (Foucault, 1989). de se cristaliza (¿o el fetiche que representa?) la
Toda burocracia registra cada detalle de lo autoridad y competencia que los jefes nhambi-
que hace (Tiscornia y Sarrabayrouse Oliveira, quara se disputan:

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Cierta vez un empleado judicial aprovechó mi al devolver una imagen de autoridad no hace
ida al baño para tomar mi libreta de campo e más que (re)crearla. Y como aquel que puede
intentar descifrarla. Cuando regresé a la ofici- subvertir, gracias a la construcción de una red
na, lo encontré sosteniendo con una mano mi de interrogación y de escritura, el campo mis-
cuaderno y antes de que pudiera decir algo, él mo de vigilancia, haciendo que los otros, cuyo
me preguntó: métier es el control y la sospecha, se sientan asi-
EJ: ¿Qué anotas acá? No te entiendo la letra. mismo controlados.
D: ¡Ah! ¿Me estabas leyendo el cuadernito?
EJ: Sí, quería ver qué escribís, pero no te entien- Los alumnos de la Escuela, luego de una jornada
do la letra, por ejemplo acá: ¿qué dice? de copiosas notas de campo, solían increpar a
Le expliqué que se trataban de notas sobre una los profesores en una difusa manera de increpar-
audiencia que acaba de presenciar y entonces me a mí: “¿La chica nos va a decir después qué
comenzó a listarme una serie de cuestiones que opina? Porque ella anota, anota”. Y remataban
creía debía consignar en mi libreta. con la suspicacia de rigor: “a ver si después es
del Ministerio”.
La obligación a cierta reciprocidad parece
envolver el acto de leer, sin más, las notas re- Las palabras de estos alumnos nos devuelven
gistradas en el cuaderno de campo. Después de al tema del espionaje. Y nos permiten volver a
todo, si uno como antropólogo tiene acceso a detenernos en la manera en que se decodifica,
documentación y expedientes, ¿por qué aquel al menos desde las agencias analizadas, la labor
que los facilita no podría tener acceso a la li- del antropólogo en el campo: sus interrogacio-
breta del antropólogo? Vinculada a sentidos de nes, sus anotaciones, sus preguntas. Cierto epi-
curiosidad, competencia y sospecha, la libre- sodio merece rescatarse en tal sentido:
ta de campo resulta, muchas veces, objeto de
complicadas operaciones, que van desde espiar Charlaba con un par de alumnos luego de ter-
lo escrito por encima del hombro hasta -como minada una clase. Uno de ellos parecía no en-
ilustra el anterior extracto de campo- aprove- tender la vinculación entre la Antropología y mi
char ausencias para intentar descifrarlo. A veces trabajo de campo en la Escuela. No terminaba
las operaciones se tornan menos sutiles. Valga de entender a qué me dedicaba, qué quería ver
si no un ejemplo de lo sucedido durante el tra- ahí. Mis muchas – y se conoce que no muy bue-
bajo de Herbert en el Departamento de Policía nas – explicaciones no contribuían demasiado
de Los Ángeles. Éste relata que, cierta vez, “dos a su comprensión. Entonces el compañero a su
oficiales conspiraron para sacarme la libreta que lado, que hasta ese momento había permaneci-
usaba para registrar mis impresiones. Uno vino do escuchando en silencio, lo ayudó a entender
desde atrás e inmovilizó mis brazos mientras el con una analogía: “como si fuera Inteligencia
otro arrancaba de mis manos la libreta” (2001, nuestra”.
p. 306). Ésta se había transformado, parece, en
un objeto tan amenazador como misterioso.8 Tal vez la antropología – su visualización en
En aldeas tan particulares como las men- tanto práctica en el campo – no esté tan aleja-
cionadas, el anotar puede transformarnos -de- da, para muchos (sobre todo informantes), de
cíamos- en un jefe nhambiquara. Esto es, en un sentido de investigación guiado por algún
aquel que puede pasar de observador a observa- afán de vigilancia y de control. Pero no sola-
do, como en un infinito juego de espejos, que mente. Muchas veces, la labor antropológica es

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vinculada también a otros sentidos, más cerca- determinar la responsabilidad en las disputas y
nos a una actitud de denuncia y acusación. dirigir la acción que corrija, castigue, cambie
En toda presentación en el campo los an- o recompense el daño, la antropología busca
tropólogos solemos resaltar el hecho de que explicaciones por fuera de la responsabilidad
nuestras anotaciones tienen sujetos anónimos de los individuos particulares, su propósito es
puesto que lo que nos interesa tiene que ver proveer de una comprensión explicativa de la
con problemáticas sociales y no con personas realidad sociocultural.
particulares. Si bien la aclaración es importan- Si abogados, jueces, policías y antropólogos
te, no sólo porque es cierta sino porque las más tenemos diferentes intereses y miradas sobre
de las veces es la que asegura nuestra perma- los hechos, esas diferencias, en tanto formas
nencia en el lugar, no siempre resulta del todo de hacer y actuar, juegan en la interpretación
suficiente: que los informantes realizan respecto de la pre-
sencia del antropólogo en el campo. Decíamos
Aún cuando no gozaba de un “libre acceso” en más arriba que antes de considerar las actitu-
los juzgados, siempre recaía en mí una cierta des – generalmente de recelo – ocasionadas
sospecha, cuando no una recomendación: “si te por nuestra presencia en el campo como sim-
llegás a encontrar con una “bomba”, te pido que ples respuestas paranoides o de desconfianza,
me avises”. A primera vista dicha recomenda- ellas nos hablan de algo más, forman parte de
ción de no revelar aquello que podría poner a la construcción del papel del antropólogo que,
un juzgado en falta, podría tener más sentido, como otras formas de producción cultural de
tal vez, para un colega, un auditor, un enviado significado, es también una empresa colectiva
del Ministerio de Justicia o un evaluador de una (Owens, 2003). Estas actitudes tienen que ver
ONG que para un antropólogo comprometido entonces con el lugar que, siguiendo el propio
con el anonimato de sus datos y preocupado por marco de significación, nos asignan nuestros
problemáticas sociales que trascienden a sujetos interlocutores en el campo y responden, en
particulares. Vista más de cerca, la recomenda- parte, al propio horizonte de sentido, al mun-
ción no hacía más que poner de relieve, una vez do particular del que participan; al ámbito que,
más, la decodificación de mi presencia según la a través de sus prácticas y saberes, crean y re-
propia matriz de significación de los actores; es crean.
decir, la advertencia tenía sentido en relación En estos ámbitos, cuestiones relacionadas
con el propio ámbito del derecho. con el secreto, el silencio y el manejo de la in-
formación cobran especial importancia. Así, a
Así pues, la sospecha que puede despertar la manera de un velo que esconde aquello que
el antropólogo en el campo (de la burocracia no se puede ver (que no se puede conocer),
penal) puede que esté relacionada también la existencia/presencia del secreto comunica la
con cuestiones que hacen a las distinciones existencia de un conocimiento que no resul-
entre la práctica de los antropólogos y la de ta universalmente disponible sino que, por el
sus informantes, donde unos y otros tienen contrario, privilegia la particularización de su
diferentes miradas e intereses respecto de los acceso y la exclusividad de su información.
hechos. Como sugiere Kandel (1992), el dere- El secreto y el silencio se convierten así en la
cho deriva su razón de ser de la necesidad de exaltación suprema de la situación de aparta-
asignar responsabilidad social, la antropología miento, separando los legos de los arcanos, ais-
no; mientras que el propósito del derecho es lando un adentro recóndito e impenetrable de

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22 | Deborah Daich e Mariana Sirimarco

un afuera tan ignorante como ofensivo (Weber, de la exclusión, los límites mismos de la auto-
1964; Simmel, 1977). definición del cuerpo social (Ferguson, 2000;
Quizás por ello en estos espacios el antro- Butler, 2002).
pólogo, y especialmente cuando anota, cuando
fija los hechos a través de la escritura, despier-
te tantas suspicacias. No sólo porque disputa El antropólogo en la aldea de la
autoridad y competencia, alejándose -aunque burocracia penal9
nunca del todo- del simple “lego”, sino tam-
bién porque parece amenazar, por su sola pre- Decíamos que “estar ahí” despierta en los
sencia, el mantenimiento del secreto. Porque que cotidianamente están allí la curiosidad,
no pertenece y, sin embargo, está ahí, y por ello cuando no la sospecha y el recelo. Si ello es así
también, por no pertenecer, algunos espacios le en cualquier “aldea”, en la penal y burocráti-
están vedados: ca, acostumbrados, como están, a sospechar, el
antropólogo es objeto de cercano escrutinio,
Presenciaba un juicio oral y público por un caso despierta suspicacias y dispara el interrogante
de incumplimiento de los deberes de asistencia acerca del “intruso profesional”: ¿quién es?,
familiar cuando sorpresivamente el juez dijo: ¿qué está haciendo aquí?, ¿por qué está aquí?
“quiero hablar a solas con el fiscal y la defensa”. Nos gustaría matizar esta afirmación. Pues
“A solas” era sin mi presencia puesto que la úni- si esto que decíamos puede ser válido en los
ca persona a la que se le requirió que se retirara primeros tiempos del trabajo de campo, no es
fue a mí. Imputado, víctima, defensa, fiscal, juez menos cierto que, cuando al investigar una de-
y secretario permanecieron en el recinto. Minu- terminada problemática el antropólogo perma-
tos después hicieron salir al imputado, quien nece un tiempo más o menos prolongado en
apenas media hora después volvió a ingresar a una aldea en particular, su permanencia impli-
la sala. ca, entre otras cosas, el establecimiento de dis-
tintas y cambiantes relaciones con los sujetos
Y es que tales ámbitos, el policial tanto como con los que interactúa. Así, la construcción co-
el judicial, no son sólo burocracias penales. lectiva del papel del antropólogo en una aldea
Son también -como mucho se ha enfatizado- determinada no es un proceso cerrado y abso-
espacios cerrados sobre sí mismos, más o me- luto, al igual que no lo son las relaciones que
nos autónomos, con intereses particularizados, el etnógrafo va tejiendo en la construcción de
aglutinados en torno a metáforas de comunidad su campo. Y justamente debido a ellas, dicha
(la “familia judicial”, el “cuerpo policial”). En construcción sufre modificaciones, es puesta a
ellos, sus miembros se vuelven cuerpos corpo- prueba y adquiere nuevos matices.
rados: cuerpos atravesados y modelados por las
directrices de una determinada corporación, de Pasada la novedad de mi práctica [en las Escue-
una determinada diagramación social de la rea- las policiales], me convertí, para ellos, y según
lidad, donde la producción de cuerpos corpo- sus propias palabras, en la agenda: el locus ante
rados resulta así indisociable de la delimitación el cual contrastar lo dicho o no dicho por el
de un “afuera”. Esto es, de la demarcación de profesor. Ya se tratara de refrescar lo visto la cla-
un dominio de abyección – en su sentido de se anterior, o de corroborar si el docente había
rechazo – representado por personas no incor- hecho referencia o no a cierta temática, yo pa-
poradas, que marcan, en virtud a esta semiótica recía ser, para ellos, una suerte de registro vivo.

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Anita Anota | 23

Si se quiere, una especie de amanuense. Pero no de campo son eso que, de manera simultánea,
sólo de las cuestiones curriculares. Antes bien, sumerge a los antropólogos profundamente en
de todo aquello que hacía a la cotidianeidad del una comunidad y en el self en que ahí se trans-
curso. Bastaba que un chiste asomara, o que forman. Pues si el estar ahí no alude simplemen-
alguien dijera algo (que se creyera) comprome- te a una presencia física (sino a la aceptación
tido, para que uno de los alumnos me mirara, que vuelve posible esa presencia), idéntico ca-
desde su rincón del aula, y me dijera, como con mino recorren las notas de campo. Es el hecho
un guiño: “anote, Doctora”.10 de estar ahí, de manera continua y cotidiana,
lo que finalmente nos posiciona ahí.11 En este
Puede creerse que esta suerte de mandato sentido, las construcciones cambiantes del pa-
implica, de manera unívoca, la confirmación pel del antropólogo en el campo hablan de las
más directa del lugar del antropólogo-espía. distintas relaciones que aquél establece con sus
Es decir, de aquel que está allí para observar, interlocutores, relaciones que junto con el co-
controlar, calibrar lo dicho y lo callado y, final- nocimiento local adquirido, creemos, permiten
mente, tomar debida nota de lo sucedido. Pero una cierta “incorporación” del investigador a la
semejante apelación al registro guarda otros aldea en cuestión. Así, y sobre todo en ámbitos
sentidos. Con el correr del tiempo compartido, como los que trabajamos, tal vez no sea arries-
tal requerimiento se volvía, más bien, el otor- gado proponer que cuando las notas de campo
gamiento de un permiso. O, en el mejor de viran de intrusión a chanza, uno está finalmente
los casos, la asunción de una tarea ya revelada ahí (o por lo menos cerca):
como “inofensiva”. No era sólo el antropólogo
el que anotaba: eran ellos los que, señalándole Luego de un cierto tiempo de trabajo de cam-
aquellos puntos salientes de discursos o actitu- po en un juzgado penal (donde me llamaban
des, lo consentían y, por lo tanto, lo propicia- Anita Anota) me familiaricé con el trabajo que
ban. Lo amenazante, creemos, se había vuelto allí se realizaba, con el espacio de las oficinas,
cotidiano; lo sospechoso, esperable. las personas que trabajaban en ellas. Dejaba mi
Y es en este pasaje de lo amenazante a lo cuaderno de campo en algún escritorio mientras
cotidiano -de la sospecha a la aceptación- don- realizaba alguna otra actividad y, a diferencia de
de se revela el tiempo transcurrido en la al- unos meses atrás, ya a nadie parecía importarle,
dea. Donde se revela el cómo de la presencia ni el cuaderno, ni mis anotaciones. Sin embar-
en el terreno y de las relaciones que se tienen go, importaba, aunque de una manera diferen-
con unos y otros. Donde se revela, en suma, te. Un día encontré en mi cuaderno de apuntes
la construcción del campo. Así, tal vez no sea una nota: “Anita, anotá, cuidate, te estoy vigi-
fortuito que tal aceptación del antropólogo en lando. Reitero, cuidate”.
la aldea se ratifique a partir de una de sus acti-
vidades representativas: el anotar. Se ha dicho – afirma García Canclini –
Sostiene Rapport (1991) que el acto de es-
cribir notas de campo no debe describirse como que el antropólogo es un espía chismoso, y en
algo que simplemente abstrae a los antropólo- este sentido se aproxima al hacker, pero su co-
gos del campo y los liga a una actividad en la nocimiento no deriva de la obtención astuta de
academia (podríamos decir: a un desempeño de una clave sino de la familiarización prolongada
carrera profesional donde las notas podrían con- con redes complejas de interacciones y signifi-
siderarse materia prima). Antes bien, las notas cados (2006).

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Incorporado a la rutina cotidiana, el antro- Es ahí donde se anuda la riqueza de ser


pólogo se torna objeto de pedidos (“la agenda”) Anita. En demostrarnos que si la comprensión
y hasta de chistes como el reseñado más arriba, del otro tal vez pueda prescindir de la afinidad,
en el que, en clave de amenaza, la broma viene no puede lograrse desde la distancia. Pero este
a subvertir el lugar del antropólogo-jefe nham- proceso de incorporación, común a todo cam-
biquara: el intruso profesional no parece ya ser po, tiene, en las instituciones que analizamos,
amenazante, ni tampoco sospechoso. algunos otros ribetes que nos gustaría destacar.
Mencionábamos en el apartado anterior Mucho se ha enfatizado, en el análisis de es-
que, al comienzo de su investigación sobre tas burocracias, sobre su extremo hermetismo
identidades lésbicas, Viñuales era tildada, por y su resistencia a la hora de conceder informa-
sus informantes, de “vampiro de experiencias”. ción. Estos rasgos, vinculados al alcance y po-
Sólo luego de muchos meses de participación der que revisten estas agencias en la sociedad,
y trabajo voluntario pasó de ser el “ojo exte- se han conjugado para hacer de ellas un locus de
rior” a ser la “presunta heterosexual”, “la rici- investigación casi siempre exotizado. En parte
tos” y, finalmente, a ser simplemente “Olga”. porque los campos policial y judicial son visua-
Lo gradual de la incorporación se refleja en los lizados, muchas veces, como espacios de cierta
apelativos. También nosotras pasamos de ser “peligrosidad” (Eilbaum y Sirimarco, 2006).
“la antropóloga” o “la doctora” a ser Anita o Llegar a ser Anita se vuelve, en tales casos, una
ser la agenda. Lo que va de uno a otro apodo empresa importante, que permite desmitificar
es la paulatina aceptación de la presencia del esta aura de espacio secreto y cerrado que los
antropólogo en la aldea. O mejor dicho: lo que rodea. Taussig (1996) nos recordaría que el fe-
se pierde de uno a otro apodo es esa aura de tichismo del poder esconde un vacío, pues su
desconfianza y distancia que la figura del an- sacralidad no se ubica en el centro mismo sino
tropólogo suscita. más bien en las fantasías de los marginados so-
Si antes éramos un “otro”, el tiempo y las bre el secreto del centro. Tal vez porque sólo se
relaciones nos van acercando a la conforma- puede reconocer al centro desde un lugar que
ción de un núcleo de pertenencia donde ya no no lo sea: no puede haber centro sin que medie
somos tan ajenos. No se trata, es claro, de un la distancia. La comprensión del otro implica
“nosotros”; esto es, de una asimilación com- tanto acortar ese trayecto como esa sacralidad,
pleta. Se trata, más bien, de esa cuota de in- pues pareciera no poder existir ese lugar inac-
clusión que permite equilibrar la distancia. Es cesible si en el proceso de entendimiento se in-
decir, que permite minimizar ese intervalo que volucra el acercarse.
nos separa de la comprensión de los otros. Que Llegar a ser Anita implica, además, dejar
permite, en palabras de Geertz, de sobrevalorar, en estas instituciones, lo penal
por sobre lo burocrático:
producir una interpretación de la forma en que
vive un pueblo que no sea prisionera de sus ho- En la marcha por los treinta años pasados des-
rizontes mentales, como una etnografía de la de la última dictadura militar, tratábamos, un
brujería escrita por una bruja (1994, p. 75). grupo de personas, de llegar a la Plaza de Mayo
por una de las calles laterales. Carros blindados,
En este sentido, el éxito del trabajo de cam- patrulleros y policías descansaban, apostados,
po no es volvernos nativos, sino dejar de ser sobre la calle Bartolomé Mitre. A unos metros,
extraños. a una distancia digamos que prudencial – dis-

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tancia que era tanto espacial como simbólica –, pólogo a esa cotidianeidad. ¿De qué nos habla
varios hombres charlaban en rueda. A ninguno todo esto? Si estos tipos de reacciones son las
de los transeúntes se le escapaba que se trataba que la acción misma de anotar implica en casi
de personal de Brigadas. Escucho, mientras los cualquier campo, el presente trabajo pretende
pasábamos, el comentario de una mujer delante colocar una pregunta adicional: ¿qué particula-
mío: “éstos deben estar fichando a todo el que ridades adquiere, este anotar, en campos como
pasa”. Una amiga, también escuchándolo, (le) los nuestros?
replica: “deben estar hablando del partido de
River”.
Anita Anota. The anthropologist in the pe-
Este mínimo hecho condensa lo que in- nal and bureaucratic village
tentamos presentar en estas páginas: la cons-
trucción de una determinada imagen del otro abstract Field notes often fluctuate between
mediada – y construida – desde la distancia. what the anthropologist considers important to
Al primer comentario, surcado por sospechas write and what others believe is important for him
de permanente control y espionaje, el segundo to write. This article intends to reflect on this spe-
le devuelve una imagen menos aprensiva. Si se cific process of fieldwork. Not necessarily to inquire
quiere, menos claustrofóbica. Lo que se dirime, about the epistemological issues that are related
entre uno y otro, no es un simple intercambio with the act of taking notes, but to try out some
de opiniones. Es, antes bien, el despliegue de considerations about the relation that this very act
dos modalidades distintas de mirar al otro. Lo shapes between the observer and the observed. This
que se dirime, mejor dicho, es la posibilidad article proposes a trajectory into the authors’ fields
misma de diferentes miradas -una conspirativa, of research – the judicial and police fields – and
una cotidiana – y la posibilidad, por ende, de through the questions raised by such act of taking
distintos entendimientos. notes in these contexts. The purpose is to establish
Si algo intentamos plantear en estas páginas a dialogue between both fieldworks and to sketch a
es, entonces, la importancia de intentar una certain interpretation of the impact caused by the
mirada que no resulte opacada por la distancia. very act of taking notes in these fields by contrast-
De intentar ver más allá de los prototipos: de ing different experiences.
investigar qué hay del otro lado de la imagen keywords Fieldwork. Field notes. Taking
que se construye del otro. De vencer el espacio, notes. Judicial field. Police field.
en suma, que nos separa de ese otro y de su
entendimiento.
Ser aceptado e incorporado en el ahí Notas
es lo que permite finalmente el buen trabajo
antropológico; si se quiere, la buena etnografía. 1
La autoridad y la autoría etnográfica fueron temas
De aquí entonces la importancia de pregun- ampliamente trabajados desde la antropología pos-
moderna, con la exploración de nuevas formas de
tarnos por los sentidos y las relaciones que el
escritura que reflejaran la polivocalidad y la relación
anotar – en tanto instancia de escritura privile- entre autor, escritor, lector y asunto; formas de escri-
giada en el ahí – desencadena en el campo. El tura experimentales que pudieran asimismo mostrar
rechazo que suscita, la sospecha y la curiosidad las relaciones de poder contenidas en cualquier tra-
que despierta y, por último, las particularida- bajo etnográfico (Marcus & Fischer, 1986; Clifford
des que conlleva la incorporación del antro- & Marcus, 1986). Si bien desde estos lineamientos

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26 | Deborah Daich e Mariana Sirimarco

existe una amplia producción académica que no des- pueden transformarse en la descripción y la prueba
conocemos, no es nuestra intención, en este trabajo, precisa de los crímenes del dominio totalitario” (Tis-
entablar un diálogo con las reflexiones de la antropo- cornia y Sarrabayrouse Oliveira, 2004, p.65). Así, si
logía posmoderna. la obsesión burocrática por el registro se traduce en
2
Lo presentado en este trabajo se enmarca en nues- una arista opresiva de las sociedades, es también ella
tros respectivos proyectos de investigación doctoral. la responsable de crear las pruebas que puedan desa-
Deborah Daich investiga la administración judicial fiarla así como los materiales de análisis disponibles
penal de conflictos familiares. Mariana Sirimarco tra- para las ciencias sociales.
baja con cuestiones ligadas a la formación policial en 7
“Anita, anote” era una frase que utilizaba uno de los
las Escuelas de ingreso a la institución policial y con personajes encarnados por el cómico argentino Pepe
la construcción, en tales períodos formativos, de un Biondi en el programa televisivo “Viendo a Biondi”
determinado sujeto policial. Los extractos relativos a emitido en los años 60 y repetido en las décadas si-
cada investigación se señalan diferencialmente en el guientes. Cuando una colega, María Victoria Pita,
texto y corresponden a trabajos de campo realizados me recordó este hecho, pregunté, a los que así me
entre el año 2004 y 2007. Hemos elegido mantener, apodaron, si el sobrenombre era en homenaje a ese
en ellos, la narración desde la primera persona, para viejo sketch y, mostrando cierta sorpresa, me respon-
conservar su calidad de registros de campo. Hemos dieron: “No, no, es porque no parás de anotar”.
optado asimismo por no dar detalles de los lugares 8
Si la libreta de campo puede volverse un objeto de
institucionales donde transcurren tales situaciones. recelo, lo mismo (o tal vez más) puede decirse del
Esto por entender que, si bien los eventos transcur- grabador. Si bien su utilización no es motivo de este
rieron en aulas y oficinas puntuales, bien hubieran trabajo, por entender que ésta implica contextos y
podido ocurrir en cualquier Juzgado o en cualquier momentos un tanto distintos del trabajo de campo,
Escuela. Para una profundización de las investigacio- nos gustaría contar una pequeña anécdota que ilustra
nes mencionadas pueden consultarse: Daich (2008, claramente hasta qué punto estos elementos se en-
2008b, 2008c), Sirimarco (2004, 2005, 2006). tienden como herramientas profesionales, y delimitan,
3
No se trata de reducir la labor antropológica al mero por lo tanto, complejos juegos de intimidaciones,
hecho de anotar. Tampoco de soslayar, en el traba- atribuciones y competencias: “Recreo en la Escuela.
jo de campo, otras capacidades distintivas ligadas Vuelvo al aula 2, a pedir voluntarios para una charla.
por ejemplo al escuchar, hablar o preguntar (como Luego de un silencio tan largo como incómodo, B.
mencionábamos en el apartado anterior). Sin dejar se ofrece. No faltan las risas y los chistes, al mejor
de considerar estas habilidades como una totalidad estilo de colegio secundario. Llueven las recomenda-
interrelacionada, se trata de focalizar el eje de este ar- ciones para el candidato: al menos, que yo le pague
tículo en uno de los componentes de dicho trabajo de el almuerzo. En medio de las bromas, le pregunto si
campo. no tiene problemas en que la charla sea con grabador.
4
Nos referimos con esto a ese tipo de información que, Me contesta algo que suscita la carcajada general: “¿y
relevante para el antropólogo, el informante no ter- yo puedo ir con una pistola con silenciador?”.
mina de considerar demasiado importante. 9
Es hora de explicitar que el uso del término “aldea”
5
Respecto de la identidad del antropólogo en relación para referirnos al campo judicial-policial no intenta
con la sospecha de espionaje y la imagen de antro- ser una transposición literal de las categorías de la
pólogo-espía, ver Guber 2001 y 2004. Para otras de- antropología clásica, sino más bien la utilización de
rivaciones de la conjunción antropología-espionaje, sus herramientas para pensar y dar cuenta de dis-
sobre todo en contextos políticamente complejos, ver tintas situaciones y problemáticas. En este sentido,
Owens 2003 y Wright 2007. vale la pena recordar, siguiendo a Geertz (2000), que
los antropólogos no estudiamos aldeas, sino en alde-
6
Es interesante destacar, como sugieren las autoras,
as. Es decir, estudiamos lo que construimos como
que “si Michel Foucault descubrió la opresión que la
problemas que corresponden a “campos” también
“sociedad del expediente” inflinge sobre los habitan-
construidos, donde el uso de conceptos propios de
tes de un estado, al espiar y registrar sus más nimias
la antropología clásica puede ser útil para pensar pro-
acciones, Stanley Cohen advierte, en cambio, que
blemas característicos de sociedades con una orga-
esos mismos registros al convertirse en documentos,
nización estatal y burocrática desarrollada (Eilbaum

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Anita Anota | 27

& Sirimarco, 2006). En una línea similar de aclara- EILBAUM, Lucía; SIRIMARCO, Mariana. Estudios
ciones, cabe mencionar que el término “informante” sobre la burocracia policial y judicial, desde una
juega claramente con el uso antropológico clásico y el perspectiva etnográfica. In: WILDE, Guillermo;
uso que presenta en el ámbito judicial-policial, alu- SCHAMBER, Pablo (Comps.), Culturas, comunida-
diendo así a los varios sentidos con que, en el campo, des y procesos urbanos contemporáneos. Buenos Aires:
se teje la construcción del otro. Paradigma Indicial, 2006. p. 103-124.
10
El tratamiento de “doctora” implica, es claro, una FERGUSON, Dean. The body, the corporate idiom, and
deferencia. En el ámbito policial las profesiones son the police of the unincorporated worker in Early Mo-
debidamente jerarquizadas, y el ejercicio del derecho dern Lyon. French Historical Studies, vol.23, n.4, p.
se convierte en la posesión de un status privilegiado. 545-575, 2000.
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11
No se trata de afirmar, por supuesto, que la mera pre-
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sencia física en el terreno conlleva, con el tiempo, la
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autoras Déborah Daich


Licenciada em Ciências Antropológicas da Universidade de Buenos Aires

Mariana Sirimarco
Doutora em Ciências Antropológicas da Universidade de Buenos Aires

Recebido em 15/02/2009
Aceito para publicação em 06/11/2009

cadernos de campo, São Paulo, n. 18, p. 13-28, 2009

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