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Palabras clave
Índice
1. Introducción
2. La construcción de la subjetividad femenina
3. El fantasma de género parental
4. El significado sexual: feminidad primaria y secundaria
4.1. Feminidad primaria
4.2. El significado sexual
Revisión de dos conceptos: complejo de castración y envidia de pene
5. El cuerpo
5.1. Sexualización de la feminidad
5.2. Vergüenza y culpa
6. Comentario final
7. Bibliografía
Introducción
A lo largo de esta monografía voy a tratar de explicar cómo las mujeres vamos
construyendo nuestra identidad femenina desde las etapas preedípicas a
través de la intersubjetividad y cómo las atribuciones de género afectan
directamente a este proceso. Para ello me he basado en las obra escrita por
Emilce Dio Bleichmar “La sexualidad Femenina. De la niña a la mujer” (1997),
y me he apoyado en otras obras escritas por autoras y autores
contemporáneos (como Jessica Benjamin, Jean Laplanche, Judith Buttler, Nora
Levinton y otros) junto con autoras que han desarrollado el pensamiento
feminista en los últimos tiempos (como Alda Facio, Kate Miller y otras).
Hasta hace pocos años, las diferencias entre hombres y mujeres eran
atribuidas a un componente biológico como era el sexo y, por tanto,
consideradas como algo inmutable. Pero fue Money en 1956 quien introdujo el
concepto de identidad de género, concepto que puso el foco de atención sobre
la importancia de la construcción social de esas diferencias sexuales. Y,
gracias a este concepto, las mujeres encontraron la forma de luchar contra la
desigualdad promovida entre los géneros. La pregunta es ¿por qué una simple
diferencia se ha convertido (o la hemos convertido) en una desigualdad? Alda
Facio explica a lo largo de su texto Feminismo, Género y Patriarcado que es
Las niñas y los niños, desde que nacen, identifican como figura de apego al
progenitor que sea el dispensador principal de cuidados, quien satisfaga sus
necesidades y regule sus ansiedades. Esto se produce independientemente de
si es el padre o la madre quien personifica ese papel; si bien es cierto que en
nuestra cultura tradicionalmente ha sido la madre, en los últimos tiempos cada
vez más padres se hacen cargo de los cuidados y la regulación emocional de
sus hijos. Sea quien sea la figura principal de apego, la niña o el niño querrán
ser su preferido y a quien ésta se dedique de forma exclusiva.
Por lo tanto, aunque este proceso de identificación sea igual para niñas como
para niños, el contexto en el que nos hemos encontrado las mujeres ha hecho
que para las mujeres encontrar una valoración narcisista en nuestra identidad
femenina sea mucho más complicado que para los hombres.
Por tanto, desde el momento en el que sabemos que vamos a ser padres y
descubrimos el sexo del bebé que esperamos, vamos a empezar a proyectar
sobre el nuevo niño o niña todas estas representaciones conscientes y
preconscientes que nos hemos formado sobre el género así como nuestro
fantasma de género.
Esto hará que muchas veces nuestras hijas reciban mensajes contradictorios
por nuestra parte, sobre todo en este momento en el que se entremezclan las
construcciones conscientes sobre lo que nosotras y nosotros consideramos
que es una mujer, el fantasma transmitido por nuestros propios padres, y los
mensajes que portan las instituciones de lo simbólico en las que estamos
inmersos
Así por ejemplo podemos querer que nuestra hija se convierta en una mujer
fuerte, independiente, decidida; que no tenga por qué considerar el matrimonio
y la maternidad como el fin último de su vida, su máxima expresión de
feminidad; que sea libre de hacer y de pensar lo que quiera… Pero al mismo
tiempo nos asusta si de pequeña tiene comportamientos considerados
tradicionalmente masculinos: nos asusta que sea más agresiva que las otras
niñas, nos parece raro que no quiera llevar vestidos, que prefiera jugar con
otros niños o que le guste más un camión que una muñequita; y, sobre todo,
nos asusta que la niña se relacione de manera natural con el sexo. Y todo esto
se lo vamos a transmitir desde el lenguaje y desde nuestro comportamiento.
Feminidad primaria
Los códigos y reglas de significación mediante los que el sujeto interpreta los
acontecimientos internos y externos que le van acaeciendo a lo largo de la vida. Estos
códigos los genera el discurso del otro significativo y, posteriormente las experiencias
azarosas en la vida del sujeto o el puro juego de las diferentes reglas de lo inconsciente
en el procesamiento de representaciones, en cuanto al significado y la operatoria, van a
ir particularizando en cada caso el modo de inscripción de esos códigos (Méndez Ruiz,
J.A, Ingelmo Fernandez, J., 2011).
Aplicado a lo que nos concierne, estas creencias matrices sobre el género irán
configurando los contenidos del psiquismo de la niña. Los padres son los que
implantarán en la niña, mediante su discurso, cómo tiene que comportarse y
qué tiene que hacer para ser una niña y, por oposición al otro género,
establecerán la complementariedad de lo que no le es propio por su género
sino que pertenece al género contrario (Levinton, 2000, p. 111). Estas
creencias matrices condicionarán por tanto los contenidos del superyó que se
está construyendo en este momento en la niña.
Toda esta articulación entre el Ideal del yo, que en este momento se
personifica en la madre, y el género nacerá tanto del discurso de los padres
como de las acciones de los mismos. Por ejemplo serán también los padres
quienes ofrecerán a la niña los juegos a los que deberá jugar, que son distintos
que los del niño. Con estos ensayará el papel que se le da como mujer en el
mundo: jugará con las muñecas a quedarse embarazada, tener hijos,
cuidarles…jugará a las cocinitas o a otros juegos de cuidado como a ser
enfermera.
El significado sexual
Los niños y las niñas integran en sus identidades la diferencia genital, pasando
a concebirse como seres sexuados. ¿Qué implicaciones tendrá para el niño y
la niña esta incorporación de la representación de su órgano genital a su
identidad? Como bien explica Dio Bleichmar, la teoría psicoanalítica clásica se
ha quedado insuficiente al proponer como teoría sexual infantil principal la
teoría del sexo único y la universalidad del complejo de castración (1997, p.
325).
Mientras que el ser sexuado del niño parece que tiene su base en el pene,
descubrimos cómo el ser sexuado de la niña parece ser su cuerpo entero, ya
que en una mujer lo que se valora es su belleza. Como apunta Dio Bleichmar,
ser “la guapa” es el ser sexuado de la niña, constituye un atributo de su
identidad total (1997, p. 327). Las implicaciones que tiene esto en la
construcción de la identidad femenina las desarrollaré en el apartado siguiente.
Así pues, ¿no será más bien que el género ha hecho que ya en el niño se
implante la idea de la posesión del órgano genital como un elemento esencial
de la identidad masculina, símbolo de poder, de independencia, por lo que
teme que, si se identifica con la mujer, perderá ese poder y tendrá que asumir
la posición de género asociada tradicionalmente a la mujer como un ser débil y
dependiente? Esto supondrá una amenaza narcisista para su identidad
masculina, lo que le llevará a alejarse de todo signo de feminidad.
Por lo tanto, no todas las niñas tienen porqué desarrollar la envidia de pene ya
que dependerá de la valoración que de la feminidad hagan el padre y la madre
y, secundariamente, de la cualidad de la relación intersubjetiva con los adultos
y hermanos (Dio Bleichmar, 1997, p. 327).
Para ilustrar este epígrafe voy a mencionar brevemente el caso de Marta, una
pacientita mía de 7 años. Llegó a mi consulta hace un año acompañada de su
madre. Sus padres están separados desde que ella tiene 4 años, y tiene una
hermanita 3 años menos que ella. Los padres de Marta no mantienen buena
relación, ya que se separaron porque el padre no trataba bien a la madre.
Según lo que ella me ha contado, la humillaba y minusvaloraba. Esta situación
hace que la niña no vea a su padre a menudo.
De esta manera, Marta, cuando descubre algo nuevo que le gusta a su padre,
lo incorpora como su mayor afición e intenta aprender a hacerlo lo mejor
posible. Por ejemplo recuerdo una sesión en la que vino de pasar con él las
navidades, e insistió en enseñarme a jugar al béisbol. Le pregunté dónde había
aprendido a jugar, ya que nunca antes había hablado del béisbol. Y me dijo que
lo había estado viendo con su padre por la televisión todas las navidades.
Por lo tanto, el niño encuentra en el padre esa identificación con otro sujeto
distinto del primer objeto, fuente de lo bueno, en el que encontrará el vehículo
para establecer su identidad masculina y ser confirmado como sujeto de deseo.
Este proceso sólo puede tener éxito cuando es recíproco. Y para los padres
resulta mucho más fácil responder a esta necesidad con sus hijos que con sus
hijas.
Pero, como Benjamin apunta, la niña que en este momento también lucha por
individuarse, busca otro objeto distinto a la madre que le permita el
reconocimiento del propio deseo. En muchas ocasiones ese otro será el padre,
pero, como hemos dicho en el párrafo anterior, los padres responden más
positivamente a la identificación con sus hijos que con sus hijas. Para
Benjamin, la envidia de pene responderá al anhelo frustrado de la niña cuando
su padre resulte inaccesible (1997, p. 150).
El cuerpo
Durante mucho tiempo, las niñas han tenido un desconocimiento total sobre su
vagina. La explicación es este hecho la podemos encontrar en que hasta hace
pocos años, el conocimiento y el discurso sobre el sexo por parte de las
mujeres no gozaba de investimiento narcisista. (Dio Bleichmar, 1997, p. 339).
Es más, a las mujeres se las ha dividido, hecho que hoy en día en muchos
círculos se sigue haciendo, en dos clases, monjas o putas. Y el criterio
diferencial ha sido su sexualidad, que legitimaba la identidad para aquellas que
mostraban recato, en detrimento de las que gozaban de su sexualidad. Es
decir, hasta hace poco ha sido la cultura patriarcal la que ha definido qué es
válido como mujer y qué no, siendo la hegemonía masculina la que ha
silenciado y marginado el saber sobre la sexualidad femenina. Como expresa
Emilce Dio Bleichmar: “¿Podemos sostener que el pene es más deseable por
su carácter “provocante”, o por su proximidad al cetro que se ha tomado como
símbolo de poder?” (1997, p. 343).
Así el pene no sirve solo para designar una parte corporal del hombre, sino que
se convierte en símbolo del poder masculino. A esta simbolización se la ha
denominado en la teoría psicoanalítica como el falo, que se inició como
configuración del fantasma del órgano que debiera poseer la madre. Pero este
concepto se ha extendido y ha pasado a convertirse en un símbolo universal de
poder, legitimando la autoridad masculina, mientras que la potencia femenina
del vientre y el pecho, símbolos de la fecundidad, se han relegado a un
segundo plano. Desde este segundo significado dado al falo es que vemos que
se produce una asimetría en la valoración del poder femenino y masculino. Y
es desde esta postura desde la que podemos entender la “envidia” de las
mujeres, la necesidad de llegar a compartir ese lugar de poder que desde hace
siglos se nos ha prohibido.
Como vengo diciendo a lo largo de todo el texto, desde que la niña nace se van
a implantar en ella unos esquemas preexistentes que van a ir estructurando su
feminidad. Estos esquemas, influidos directamente por el sistema sexo-género,
suponen una hipersexualización de su cuerpo desde pequeña,
hipersexualización que se constituye en ella desde fuera, siendo independiente
de su deseo. Así, la niña se convierte en objeto de deseo. Pero sin embargo,
no llega a convertirse en un sujeto de deseo que reconozca y subjetivice su
propio deseo. Como explica Emilce Dio Bleichmar:
Vergüenza y culpa
En los últimos años hemos sido testigos de un cambio progresivo de los ideales
de género que, si bien han supuesto un avance, no han logrado desbancar a
los estereotipos tradicionales sobre lo femenino y lo masculino. Por ello las
mujeres de hoy en día, en muchas ocasiones, reciben un doble mensaje: por
un lado se encuentran con el fantasma de la madre, en muchas ocasiones
todavía impregnado de los valores tradicionales sobre lo normativamente
femenino; y por otro lado, se encuentran con unos nuevos valores distintos,
esgrimidos por su grupo de pares, a los que querrán amoldarse para ser
socialmente aceptadas. Esto generará un conflicto interno entre lo que han
aprendido desde pequeñas y lo que el entorno les exige en el momento de la
adolescencia.
Como explica Nora Levinton, si bien en esta época podemos acceder más
fácilmente a una sexualidad menos traumática, las asimetrías de género en
cuanto a la legitimación de la sexualidad no han desaparecido (2000, p. 174).
Mientras que a los hombres se les legitima la seducción, en muchas ocasiones
a una mujer seductora se la tacha de ser una mujer “fácil”, es decir, en el
imaginario femenino sigue existiendo la división del universal femenino en
prostitutas y mujeres.
Por lo tanto, el significado sexual que genera el cuerpo no es algo que se haya
constituido desde la propia subjetividad, sino que es algo que ha sido generado
desde el exterior. Por ello las mujeres acudirán a mecanismos de escisión y
aislamiento para poder desvincularse de ese significado intrusivo que es
permanentemente implantado (Dio Bleichmar, 1997; Levinton, 2000). Esta
desconexión del significado sexual nos permite comprender cómo una mujer
puede tener comportamientos seductores y sin embargo no darse cuenta.
Comentario final
“el simbolismo del futuro será aquel en el que la feminidad tenga múltiples
posibilidades, cuando sea liberada de la exigencia de ser una sola cosa o de cumplir
una sola norma, la norma creada para ella a través de medios falocéntricos” (p. 70).
Sin embargo, habremos de tener en cuenta el apunte que hace Dio Bleichmar
(2010) donde explica que a pesar de las restricciones que suponen el tener que
adaptarse a identidades normativizadas, todavía para muchas personas esto
supone una necesidad para lograr un cierto sentimiento de cohesión del Self (p.
20).
BIBLIOGRAFÍA
Dio Bleichmar, E. (2010) Otra vuelta más sobre las teorías implícitas del
psicoanalista sobre el género. Aperturas psicoanalíticas, 36. Recuperado
desde: www.aperturas.org/revistas.php?n=039.
Elise, D. (2008) “Sexo y vergüenza: la inhibición de los deseos femeninos” Journal of American
Psychoanalytic Association, 56 (1): 73-98. Traducido por Gonzalez Baz, M. Aperturas
Psicoanalíticas, 32. Recuperado desde: www.aperturas.org/articulos.php?id=0000604&a=Sexo-
y-verguenza-la-inhibicion-de-los-deseos-femeninos