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11/5/2019 Pensamiento y Acción: la Apuesta de Wittgenstein

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Pensamiento y Acción:
la Apuesta de Wittgenstein [1]

Joaquín Jareño Alarcón


Jjareno@arrakis.es
UCAM

Cómo surgen los conceptos, y la relación de los


mismos con el lenguaje humano fue una de las
principales preocupaciones de Wittgenstein en lo que
se ha venido denominando su Segunda Filosofía. El
giro lingüístico protagonizado por el filósofo
austríaco atrajo los problemas de significado como eje
de la reflexión filosófica, dejando tras de sí como
recuerdo una larga tradición de pensamiento, que
resultaba obsoleta con la aparición de nuevos motivos
para la atención escolar. Primero fue el Tractatus la
obra que dio un aldabonazo serio en una
intelectualidad de posguerra, planteando la exigencia
de entender el lenguaje como reflejo preciso de los
hechos, pero manifestando así la profundidad de sus
limitaciones a la hora de tratar aquellos asuntos que,
por su profundidad, más interesaban al ser humano.
Cuando Wittgenstein apostó por lo que se ha llamado
silencio místico, la mayor parte de sus seguidores
anclados en el positivismo lógico, se escandalizaron
de lo que consideraban la excentricidad de un genio.

Con las Investigaciones Filosóficas llevó a cabo


Wittgenstein un acercamiento distinto al mismo
problema de fondo, planteando su reflexión en los
términos de la relación entre lenguaje y acción. En el
tema que nos ocupa, es particularmente relevante
determinar qué tipo de conexión se establece entre
ambos. Para hablar de conceptos tenemos que hablar
del lenguaje donde se expresan, y entender éste como
acción lingüística. El análisis de aquéllos sólo puede
establecerse en razón de nuestro análisis del lenguaje,
de cómo usamos el lenguaje. Es preciso recordar que
ha quedado como un tópico del pensamiento
wittgensteiniano considerar el significado de una
palabra en función de los usos que puedan hacerse de
ella. Decir que sabemos qué significa una palabra
concreta es lo mismo que decir qué usos la
caracterizan, esto es, en qué juegos de lenguaje
aparece y cómo lo hace. Algunos de los términos más
problemáticos en el trabajo de Wittgenstein son los
que reflejan los conceptos psicológicos. Entre ellos, el
propio concepto “pensar” ocupa un lugar
particularmente destacado. La reflexión acerca del
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valor de dicho término es lo que centra el presente


trabajo, donde se tratará de debatir la importancia que
posee en la filosofía de Wittgenstein.

Para poder entender el papel que juegan los conceptos


psicológicos debemos acercarnos a la comprensión de
su gramática, es decir, aquellos elementos que
componen las pautas a seguir durante su utilización.
Se trata de conceptos particularmente complejos y
ambiguos, dado el singular lugar que ocupan en
relación con el resto. De algún modo, el propio
sentido común nos los sitúa en un terreno
sustancialmente distintivo, y ya antes de profundizar
en el tipo de análisis que Wittgenstein despliega al
respecto, nos encontramos con la dificultad de acotar
el dominio en el que podamos tratarlos con un cierto
grado de rigor. “Alegría”, “temor”, o cualesquiera
estados de ánimo, difícilmente pueden medirse con
cierta objetividad o determinar sus contornos de
manera precisa, o siquiera estereotipada. Solemos
decir que su significado adquiere formas y fórmulas
diversas en dependencia de los individuos
particulares. Llegados a un extremo crítico,
podríamos preguntarnos si los términos en los que
dichos conceptos son expresados poseen realmente
significado. ¿A partir de qué momento una vivencia
es alegre o triste? ¿Existe coincidencia en los grados
de “alegría” de los diferentes individuos, como para
que podamos hablar de algún tipo de identificación o
identidad subyacente? Las respuestas de Wittgenstein
proceden de un terreno en el que un cierto
pragmatismo y algunos –aunque no excesivos-
resabios conductistas se dan de la mano.

Wittgenstein nunca defendió un behaviorismo al


modo skinneriano, en el que lo “subjetivo” era tabú, y
había que comprender a la idea de lo interior propia
de la psicología tradicional como denominación de
una especie de “caja negra” en la que todo nos
quedaba oculto. Cuando Wittgenstein afirma que los
conceptos carecen de entidad mental, está tratando de
configurar el carácter público tanto de su
reconocimiento como de su comprensión. Y el
elemento público que utiliza para explorar el
significado es la actividad lingüística. Actividad
típicamente pública que se caracteriza por su
funcionamiento pautado y regular. Con su célebre
argumento acerca del lenguaje privado, Wittgenstein
dejaba clara la importancia de lo que él denominaba
"externo" para referirse a lo "interno", puesto que para
él no había forma lógica posible de configurar las
múltiples posibilidades del significado si no era
recurriendo a dicha relación. La pregunta acerca del
acceso a los, por así llamarlos, "estados mentales" de
los individuos, únicamente obtiene respuesta a partir
de la comprensión del comportamiento de los demás;
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comportamiento simbólico a cuyo entendimiento


accedemos merced al carácter reglado de nuestras
coincidencias en las reacciones conductuales.

Una afirmación de Wittgenstein nos puede situar


perfectamente frente al problema de nuestro interés, a
la vez que reflejar de modo gráfico el particular
sentimiento que puede acompañar a una duda bastante
singular, planteable desde el punto de vista filosófico
en nuestra relación con los demás: quienes nos
rodean, ¿son simplemente máquinas? ¿Poseen vida
interior? ¿Piensan? Por resumirlo en una frase
altamente significativa: ¿tienen alma? [2]
Habitualmente tratamos con nuestros interlocutores
sin que, por así decirlo, se despierte en nosotros
sospecha filosófica alguna. Pero el reto queda ahí; el
problema de las otras mentes ha suscitado una
controversia a la que un filósofo como Wittgenstein
no fue ajeno. ¿Cómo justificar, pues, que los otros
piensan? La propuesta wittgensteiniana transformaba
esta cuestión en otra bastante relacionada: ¿qué
significa el término "pensar"? Para poder conocerlo
habremos de fijarnos en los usos que hacemos del
mismo, y descubrir a través de ellos los elementos que
nos permiten codificar dichos usos en lugar de otros.

La gramática del término "pensar" es compleja. Lo es


en tanto que dicho concepto está dentro del terreno de
los conceptos psicológicos, con los cuales
experimentamos la dificultad inevitable de acercarnos
a un estudio pormenorizado de los mismos. Decimos
de las personas que piensan, pero no lo decimos de las
sillas o los automóviles. ¿Por qué no podríamos
descubrir un día que estamos rodeados de máquinas?
Para Wittgenstein, no podría existir tal
descubrimiento. La gramática de estos conceptos está
en relación con determinadas actitudes
fundamentales. La consideración de un ser humano
como tal, con alma, no es cuestión de justificación o
demostración empíricas. Es algo que se fundamenta
en nosotros de un modo muy particular, pues es a
partir de ello que podemos hablar de "estados
mentales" de un tipo u otro. La idea de Wittgenstein
en este sentido, es la de que a través de la relación con
los demás se incardina en nosotros una actitud
peculiar hacia los seres humanos, que no tenemos
hacia el resto de los seres. Dos son los asuntos
fundamentales para determinar el alcance de la
cuestión central en relación con los intereses de este
artículo. Uno es aclarar en qué consiste dicha actitud;
qué la caracteriza y qué implicaciones tiene. El otro es
ver cómo en la gramática de los conceptos
desarrollamos sus usos y las relaciones que se
establecen entre ellos, destacando el papel de la
acción en todo el asunto.

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Como señalamos anteriormente, "pensar" es algo


humano. ¿Por qué no podemos decir que un muñeco
piensa? En realidad, este uso es posible, y la propia
gramática del concepto "pensar" nos indica el valor
derivado de dicho uso. Para Wittgenstein, no lo
olvidemos, pensar es algo que forma parte de la
historia natural de los seres humanos. El que los
individuos de nuestra especie podamos pensar es el
fondo sobre el que se erigen las consideraciones de
que sea o no posible y cómo lo sería para otros seres,
terrestres o alienígenas. Precisamente aprendemos el
significado del término en cuestión merced a que
vivimos con otra gente. De una forma muy gráfica, no
exenta de ironía, escribe Wittgenstein:

"'Los seres humanos algunas veces piensan'. ¿Cómo


aprendí lo que significa "pensar"? -Parece que sólo
puedo haberlo aprendido al vivir con gente" [3] .

De alguna manera, aprendemos que los seres


humanos piensan. Se arraiga en nosotros la certeza de
que esto es así al relacionarnos con los demás, en ese
proceso de aprendizaje en el que se sitúan como
fundamento de nuestra acción usos lingüísticos
centrales. Uno de ellos es precisamente el de la
palabra "pensar" como apropiada sólo para individuos
de la especie humana. La regularidad que se nos
ofrece en este uso concreto actúa como patrón de
comportamiento para perpetuarlo, así como para
justificar el valor de usos derivados. El aprendizaje
presupone la confianza, e igualmente, como
aprendizaje humano y de lo humano que es, lleva
consigo esa incardinación de actitudes básicas que se
manifiestan en los usos lingüísticos que hacemos. A
través de dichos usos podemos reconocer el alcance
de tales actitudes. Por decirlo de alguna forma, el
acuerdo sobre el concepto "pensar" es fundamental.
Es un acuerdo que no se da en las opiniones.

El propio uso del término nos da la clave para


entender su importancia y el tipo de compromiso al
que pertenece. Nosotros aprendemos aquellas
actividades lingüísticas en las que tiene sentido
utilizarlo, donde se manifiesta la actitud general que
tenemos hacia los demás, pero podríamos, incluso,
decir que quien no jugara nuestro juego de lenguaje a
tal efecto, sería un tipo de individuo radicalmente
distinto a nosotros, porque no se trata de un término
trivial. Es cierto que entre los usos del término pensar
incluimos usos ficticios, fantásticos, imaginarios, etc.
Pero en las reglas de uso de dicho término aparecen
las posibilidades de usos derivados con respecto al
valor sustancialmente humano de dicha actividad:

"¡Pero seguro que una máquina no puede pensar! -¿Es


ésa una proposición empírica? No. Decimos sólo de

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seres humanos, y de lo que se les asemeja, que


piensan. Lo decimos también de muñecas y sin duda
también de espíritus. ¡Mira la palabra "pensar" como
un instrumento!" [4]

En esta afirmación destaca Wittgenstein el carácter


instrumental de las palabras indicando, no obstante,
que la regulación del uso de dichos instrumentos
determina el valor de lo que es central con respecto a
lo que es derivado o secundario. En este sentido,
podemos preguntarnos por qué el que una máquina no
pueda pensar no es una proposición empírica. ¿Quiere
decir eso que el significado de las palabras no atiende
a ningún tipo de realidad que les pueda garantizar su
valor? ¿Qué todo se reduce al tipo de conexiones
lingüísticas que se den, con independencia de que
ocurra algo al margen de dichas conexiones?
¿Desaparece la realidad para beneficio de las
construcciones lingüísticas? Nada de eso se deriva de
las palabras de Wittgenstein. Lo único que el autor
quiere resaltar es que nuestro acercamiento a dicha
realidad es lingüístico, y que sólo a través del
conocimiento de cómo funciona dicho acercamiento
podemos hablar de la realidad y saber lo que ésta
supone para nosotros.

¿Es, por tanto, un descubrimiento el que sólo los seres


humanos (en principio) "piensen"? Determinar la
circunstancia del pensar humano no es resultado de
descubrimiento ninguno. Si ya en su obra Sobre la
Certeza Wittgenstein señalaba la importancia de
aquellas certezas básicas que, en forma de
proposiciones, caracterizaban de modos
fundamentales la acción humana, aquí nos
encontramos con una certeza de valor bastante
especial. En el juego de lenguaje con dicho término,
ocupa un lugar singular. Expresa, como dijimos, la
actitud que tenemos hacia los demás en tanto que
humanos. Detengámonos ya en la reflexión acerca de
en qué consiste dicha actitud, y si Wittgenstein le
adjudicó un sitio importante en su trabajo.

La obra Últimos Escritos sobre Filosofía de la


Psicología [5] resulta de particular interés en este
momento. Precisamente el subtítulo del volumen 2
reza de una forma muy expresiva: "Lo Interno y lo
Externo". Recordemos que la adecuada comprensión
de la relación que existe entre dichos términos es la
que nos puede ayudar a entrar en la psicología
humana, lo cual es lo mismo que decir saber cómo
usar, comprender y justificar los conceptos
psicológicos.

Wittgenstein diferencia entre actitud y opinión,


resultando esta distinción una clave no circunstancial
para poder llegar a alguna claridad en relación con lo

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que estamos discutiendo. Wittgenstein llama actitud a


una disposición general de comportamiento.
Disposición que, de alguna manera, establece el
marco de reconocimiento de los conceptos que se
usan en relación con dicha disposición. Se trata, en el
sentido de Sobre la Certeza, de una certeza básica. En
términos lingüísticos decimos que se trata de un uso
central de los conceptos a partir del cual
desarrollamos nuestras reflexiones en relación con
ellos. Sólo a partir de la certeza podemos comprender
la existencia y significado de la duda. Ésta viene
siempre después de aquélla y, en relación con la
discusión que nos ocupa, "el ser capaces de atribuir
vida interior a los demás es el prerrequisito de su
comprensión (...). Allí donde no podemos atribuir
vida interior a los demás, simplemente no somos
capaces de entenderlos" [6] . De este modo, la
proposición "el ser humano posee alma", es el punto
de partida para todo tipo de reflexiones acerca de los
seres humanos, sus emociones, sentimientos,
expectativas, etc. No hay razón alguna para explicar
por qué tenemos dicha certeza a la base de nuestro
comportamiento en relación con los demás. Es verdad
que su valor está en estrecha conexión con el resto de
posibilidades para jugar con el concepto "pensar",
pero la fuerza del arraigo de dicha certeza tiene que
ver con, por así decirlo, nuestras inevitables
necesidades naturales de entendernos con otros y vivir
con ellos.

En nuestro aprendizaje aceptamos de un modo


particularmente irracional la regularidad del uso de
este singular concepto. No es algo que busquemos;
simplemente se da y, en términos generales, no
podemos evitarlo. No ponemos dicho uso
fundamental en cuestión, puesto que la duda tiene que
alcanzar un término y, haciendo uso de terminología
cartesiana, dicho término es la certeza de que
pensamos. Certeza que refleja una actitud, no una
opinión. En la diferencia entre actitud y opinión
señala Wittgenstein que una precede a la otra, "la
actitud viene antes de la opinión" [7] . Es el
fundamento sobre el cual ésta se levanta. La duda
presupone la certeza, la opinión requiere fundamentos
para poder expresarse.

A través de cómo actuamos, por tanto, podemos


analizar el significado de las palabras y el valor que
les damos. Cuando Wittgenstein relacionó uso y
significado, estaba tratando de devolver el alcance de
la reflexión filosófica a la práctica cotidiana. El
resultado de su análisis abocaba a la consideración de
los elementos, por así decirlo, fundamentales para
justificar el propio proceso de construcción y fluidez
semánticas. Dichos elementos, en tanto que
fundamentales, daban pie a Wittgenstein para hablar
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de forma de vida. La forma de vida humana,


caracterizada por el lenguaje. Esa conducta común de
la humanidad [8] , ese comportamiento típico del ser
humano, tiene entre sus caracteres el hecho de que los
seres humanos piensan, de que conceden sentido a sus
actos. Aquello que, como resultado de nuestra
relación con los demás [9] , acabamos asimilando y
asumiendo sin crítica, es lo que precisamente nos
permite tratarlos como seres humanos. No podemos,
por así decirlo, entrar en el "interior" de los demás.
Pero, en realidad, tampoco es algo que necesitemos.
Dicho "interior" es algo público, en tanto que su
contenido está determinado por la existencia de reglas
para que pueda poseer significado; y las reglas tienen
carácter público. ¿Cómo, si no, sabríamos si alguien
nos engaña o está fingiendo? La conducta de los
demás es la que nos permite acceder a ese "interior";
y una conducta cuyo sometimiento a reglas en el
plano de su expresión lingüística -para determinarla,
para hablar de ella, para codificarla- nos hace
accesible lo que a priori pudiera resultarnos oculto.
Esta accesibilidad se manifiesta en el modo como
usamos los conceptos psicológicos. Wittgenstein se
pregunta: "¿No ha de ser reconocible en absoluto el
hecho de tener un alma?" [10]

A las reacciones básicas y naturales en relación con


sentimientos elementales -dolor, tristeza, alegría- se le
suman reacciones más complejas que desarrollan el
simbolismo de las mismas, pudiendo dar lugar, por
ejemplo, incluso al fingimiento como parte de un
lenguaje más elaborado en relación con tales
sentimientos.

Al aprender los usos estamos aprendiendo la


distinción. No se trata de que tengamos evidencia al
respecto. Ésa no es la cuestión, ya que no podemos
entrar lógicamente en los demás. No podemos medir
su interior. Esto es lo que hace que los conceptos
psicológicos sean vagos e imprecisos. Pero, a partir de
nuestra reflexión acerca del uso que hacemos de ellos
-y, en cierto modo, precisamente por su uso-, sacamos
a la luz aquellos elementos que estamos dando por
sentados en nuestra relación con los demás en tanto
que seres humanos. Este fundamento humano es el
que nos permite concebir una cierta lógica en la
fluidez con la que concebimos el significado. No
sabemos si los demás piensan o no; pero tampoco
dudamos de que lo hagan; y esto es algo que queda
muy claro en la acción lingüística, en la manera
como hacemos uso de nuestro lenguaje.

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[1] Este artículo está en relación con un trabajo más


extenso patrocinado por la Fundación Caja de
Madrid.

[2] Investigaciones Filosóficas *420: "¿Pero acaso no


puedo imaginarme que los hombres a mi alrededor
son autómatas, no tienen ninguna conciencia, aun
cuando su modo de actuar sea el mismo siempre? -
Cuando me lo imagino ahora -solo en mi habitación-,
veo que la gente hace sus cosas con una mirada fija
(como en un trance)- la idea es quizás un poco
siniestra".

[3] Remarks on the Philosophy of Psychology, vol.II


*29. Edición de G. H. Von Wright y H. Nyman. Basil
Blackwell, Oxford 1990.

[4] Investigaciones Filosóficas *360.

[5] Tecnos, Madrid 1996.

[6] Luis Ml. Valdés. Estudio preliminar a la obra


Últimos Escritos sobre Filosofía de la Psicología, vol.
II, p.XXV.

[7] Últimos Escritos sobre Filosofía de la Psicología,


vol. II, p.53.

[8] Cf. Investigaciones Filosóficas *206.

[9] Con los que nos rodean, y de quienes recibimos el


acuerdo acerca del funcionamiento del lenguaje.

[10] Últimos Escritos sobre Filosofía de la


Psicología, vol. II, p.94.

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