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|Es triste saber que, a pesar de todos los adelantos, la humanidad sigue agrediéndose; y la
agresión que más duele es la que se produce en el hogar. Es una concepción equivocada de lo que
significa la familia, y no poner límites es lo que hace que el abuso y la agresión crezcan.
La violencia no se puede dejar pasar, no importa cómo se presente. Nadie debería sufrir
humillaciones, agresiones físicas, ser forzado a mantener relaciones sexuales, recibir críticas
constantes, silencios que manipulan o palabras que culpabilizan y denigran.
La especialista en violencia intrafamiliar Leonor Walker fue quien propuso el llamado ciclo de la
violencia, que inicia con una primera fase de tensión, donde la persona agresora tiene pequeños
estallidos de furia y peleas que son justificadas por la persona agredida; una segunda fase, donde
hay un estallido fuerte de violencia en la cual la víctima suele pedir ayuda; y una tercera fase, en la
cual la persona agresora pide perdón a la víctima y se torna dulce y atenta, haciendo que esta
última crea que estas actitudes agradables son el verdadero “yo” de la persona agresora, y que
necesita de su ayuda para lograr cambiar.
Normalmente, un agresor es una persona con complejos de inferioridad que busca compensar su
falta de valor imponiéndose a los más débiles y abusando de ellos. O bien, la agresión es resultado
de un enojo no canalizado y la forma de mitigar el dolor que lleva internamente es descargar su ira
sobre los demás.
La violencia lo único que manifiesta es que hay una persona afectada emocionalmente. Pero
normalmente, el agresor no reconoce que necesita ayuda, sino después de haber dañado a
muchos en su caminar por la vida.
¿Quién es la persona agredida?
El problema más serio que enfrenta una persona abusada es que se siente desorientada, asustada,
temerosa y dominada, y cree que la otra persona actúa así porque ella lo provoca. En algunos
casos, la persona agredida ya ha sufrido violencia en su familia de origen, depende
económicamente de la persona agresora o sufre de baja autoestima; esto puede contribuir a que
la víctima continúe dentro del ciclo de violencia.
Sin embargo, con la intervención adecuada, las personas víctimas de agresión pueden salir
adelante, y fortalecer sus habilidades personales para afrontar este tipo de situaciones. El primer
paso es reconocer las señales de agresión en la familia y aceptar que se necesita la ayuda:
Desconfianza y celos: La persona agresora tiene dudas irracionales sobre la fidelidad se su pareja.
Actúa con celos descontrolados porque “le ama demasiado”.
Control y sobreprotección desmedida: Debido a los celos irracionales, la persona agresora tiende
a llamar excesivamente a su pareja, y le indica que debe contestar las llamadas inmediatamente
con la excusa de que, si no lo hace, “se preocupa”. Le dice cómo vestir y le obliga a cambiarse de
ropa, y controla sus correos y mensajes de texto.
Relaciones sociales limitadas: La persona agresora supervisa quiénes son los amigos y las amigas
de su pareja, y decide a quiénes de su familia puede o no frecuentar. La persona abusada corta
vínculos con su familia y amigos para evitar que le digan algo negativo sobre la relación que vive
con su cónyuge.
Crítica constante: La persona agresora tiende a menospreciar y a humillar en público. Señala todos
los defectos que ve en su cónyuge cada vez que tiene oportunidad de hacerlo, y habla mal a sus
espaldas, magnificando cualquier error que haya competido.
Ambiente tenso: Existe una contante necesidad, por parte de la víctima y de los otros miembros
de la familia, de actuar con cautela y prudencia para no estimular el enojo o la agresión.
Posiblemente presente síntomas de ansiedad, nerviosismo o inseguridad.
Maltrato físico: La persona agresora maltrata, empuja y golpea, aunque “no fuera su intención”.
Amenaza con hacerle daño o suicidarse si la relación se termina.
La violencia dentro de la familia es un mal que daña a todos los involucrados y deja huellas
negativas. El hogar es un refugio; no una fuente de maltrato. Nada justifica la agresión. Abramos
los ojos ante las señales de advertencia y salgamos de este tipo de relaciones destructivas.
Nacimos para amar y ser amados, no para lastimar.