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¿Quién puede dudar ahora de que, como apuntaba el Profesor Mises hace 30
años, toda intervención por parte de una autoridad política conlleva una
posterior intervención para impedir que se produzcan las inevitables
repercusiones económicas del primer paso? ¿Quién negaría que una economía
dirigida requiere un entorno de para operar y quién no conoce hoy los funestos
efectos de la “inflación controlada”? A pesar de que algunos economistas han
inventado ahora la elogiosa expresión “inflación secular” para describir la
inflación permanente que conocemos tan bien, es improbable que engañen a
alguien. No se necesita realmente el reciente ejemplo alemán para
demostrarnos que una economía de mercado creará orden a partir del caos
“controlado administrativamente” incluso en las circunstancias más
desfavorables. Una forma de organización económica basada en la
cooperación voluntaria y el intercambio universal de conocimiento es
necesariamente superior a cualquier estructura jerárquica, incluso si en esta
última existiera un examen racional para calificar a quienes den las órdenes.
Quienes sean capaces de aprender de la razón y la experiencia ya lo sabían y
también quienes no sea improbable que lo aprendan ahora.
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Ante esta situación, los opositores a la economía de mercado han cambiado de
campo: ahora se oponen a ella sobre bases “sociales” en lugar de económicas.
La acusan de ser injusta en lugar de ineficiente. Ahora piensan en los “efectos
distorsionadores” de la propiedad de riqueza y sostienen que “el plebiscito del
mercado se ve influido por el voto plural”. Muestran cómo la distribución de
la riqueza afecta a la producción y la distribución de la renta, ya que los
propietarios de aquélla no solo reciben una “porción injusta” de la renta social,
sino que también incluyen en la composición del producto social: los lujos son
demasiados y lo necesario poco. Además, como estos propietarios realizan la
mayoría del ahorro, también determinan la tasa de acumulación de capital y
por tanto de progreso económico.
Este argumento parece ser ampliamente aceptado hoy en día, incluso por
muchos que están realmente a favor de la libertad económica. Esa gente ha
llegado a creer que una “redistribución de la riqueza”, por ejemplo, con fuertes
impuestos, sería socialmente deseable, sin resultados económicos
desfavorables. Por el contrario, como esas medidas ayudarían a liberar el
presente de la “mano muerta” del pasado, también ayudarían a ajustar las
rentas actuales a las necesidades actuales. La distribución de la riqueza es un
dato del mercado y cambiando los datos podemos cambiar los resultados sin
interferir con el mecanismo del mercado. Se esto se deduce que solo tendría el
proceso de mercado resultados “socialmente tolerables” cuando viniese
acompañado de una política diseñada para redistribuir continuamente la
riqueza existente.
Esta opinión, como hemos dicho, hoy la sostienen muchos, incluso algunos
economistas que entienden la superioridad de la economía de mercado frente a
la dirigida y las frustraciones del intervencionismo, pero no les gusta lo que
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consideran las consecuencias sociales de la economía de de mercado. Están
dispuestos a aceptar la economía de mercado solo cuando su funcionamiento
venga acompañado por esa política de redistribución.
Sin embargo, nuestra tarea principal en este trabajo será demostrar que la
distribución de la riqueza no es un “dato” en este segundo sentido. Lejos de
ser una “variable independiente” del proceso del mercado, está, por el
contrario, sujeta a una modificación continua por parte de las fuerzas del
mercado. No hace falta decir que esto no supone negar que en cualquier
momento esté entre las fuerzas que abren camino al proceso de mercado en el
futuro inmediato, pero sí supone negar que el modo de distribución como tal
pueda tener alguna influencia permanente. Aunque la riqueza se distribuye
siempre de alguna forma concreta, el modo de esta distribución se siempre
cambiante.
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En la realidad no es así. La distribución de riqueza se moldea por las fuerzas
del mercado como un objeto, no un agente, y sea cual pueda ser su modo hoy,
pronto se convertirá en un pasado irrelevante.
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bien en un mundo inmóvil (un mundo en que hoy es como ayer y mañana será
como hoy y en el que, por tanto, día tras día, año tras año, la misma renta vaya
a los mismos propietarios o a sus herederos) o bien si todos los propietarios de
recursos pueden prever perfectamente. Como ambos casos están alejados de la
realidad, podemos ignorarlos tranquilamente. Entonces, ¿qué ocurre realmente
con la riqueza en un mundo de cambios imprevistos?
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Así que el proceso de mercado se considera como un proceso nivelador. En
una economía de mercado se está produciendo todo el tiempo un proceso de
redistribución de riqueza ante el cual esos procesos en apariencia similares
que los políticos modernos tienen la costumbre de instituir, palidecen por su
insignificancia comparativa, aunque solo sea porque el mercado da riqueza a
quienes pueden mantenerla, mientras que los políticos se la dan a sus electores
que, por lo general, no pueden hacerlo.
En este proceso tiene éxito quien entienda antes que nadie que cierto recurso
que pueda producirse hoy, cuando es nuevo, o comprarse, cuando es un
recurso existente, a cierto precio A, mañana formará parte de una combinación
productiva como consecuencia de la cual valdrá A’. Esas ganancias y pérdidas
de capital, alimentadas por la posibilidad, o la necesidad, de trasladar recursos
de un uso a otro, superior o inferior al primero, forman la sustancia económica
de lo que significa la riqueza en un mundo cambiante y son el medio principal
del proceso de redistribución.
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consecuencias sociales del proceso de mercado. Ya hemos hablado de ello
como un proceso nivelador. Más apropiadamente, podemos describir estos
resultados como un ejemplo de lo que Pareto llamó “la circulación de las
élites”. Es improbable que la riqueza permanezca mucho tiempo en las
mismas manos. Pasa de mano en mano como al conferir el cambio imprevisto
valor ahora a este recurso concreto y ahora a aquél, engendrando ganancias y
pérdidas de capital. Los propietarios de riqueza, podríamos decir con
Schumpeter, son como los clientes de un hotel o los pasajeros de un tren:
Siempre están ahí, pero nunca son por mucho tiempo la misma gente.
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Podemos preguntarnos si al presentar nuestro argumento no habremos
confundido al propietario de capital con el emprendedor, adscribiendo al
primero funciones que pertenecerían más bien al último. ¿No es la decisión
acerca del uso de los recursos existentes, así como la que especifica la forma
concreta de los nuevos recursos de capital, es decir, la decisión de invertir, una
tarea típicamente emprendedora? ¿No es el emprendedor el que reagrupa y
redispone las combinaciones de bienes de capital? ¿No estamos reclamando
para los poseedores de capital las funciones económicas del emprendedor?
Aún así, hay muchos casos en que no puede hacerse esa clara distinción. En el
mundo moderno, la riqueza toma habitualmente la forma de títulos. El
propietario de riqueza es habitualmente un accionista. ¿Es el accionista un
emprendedor? El Profesor Knight afirma que sí, pero una serie de autores,
desde Walter Rathenau[2] a Burnham le han negado este estatus. La respuesta,
por supuesto, depende de nuestra definición de emprendedor. Si lo definimos
como quien soporta la incertidumbre, está claro que el accionista es un
emprendedor. Pero en años recientes parece haber una tendencia creciente a
definir al emprendedor como planificador y tomador de decisiones. Si es así,
directores y gestores son emprendedores, pero los accionistas parece que no.
Aún así, debemos tener cuidado con nuestras conclusiones. Una de las tareas
más importantes del emprendedor es especificar la forma concreta de los
recursos de capital, decir qué edificios hay que construir, que existencias hay
que mantener, etc. Si vamos a distinguir claramente entre capitalista y
emprendedor debemos asumir que un emprendedor “puro”, sin riqueza propia,
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toma prestado capital en forma de dinero, es decir, en una forma no específica,
de los propietarios “puros” de capital.[3]
¿Pero realmente toman todas las decisiones los directores y gestores en lo alto
de la escala de la organización? ¿No hay muchas de esas decisiones delegadas
en responsables, supervisores, etc.? ¿Es realmente posible en absoluto indicar
“el emprendedor” en un mundo en el que las funciones directivas están tan
ampliamente extendidas?
¿Pero qué pasa con los tenedores de bonos? Los accionistas pueden conseguir
ganancias y pérdidas de capital: su riqueza se ve visiblemente afectada por las
fuerzas del mercado. Pero los tenedores de bonos parecen estar en una
posición completamente diferente. ¿No son propietarios de riqueza que
pueden proclamar su inmunidad ante las fuerzas del mercado que hemos
descrito y por tanto ante el proceso de redistribución?
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Por supuesto, en primer lugar, la diferencia es meramente un asunto de grado.
No nos son desconocidos casos en que debido al fracaso de planes, ineficacia
en la gestión o circunstancias externas que no eran previsibles, los tenedores
de bonos han tenido que quedarse con una empresa y convertirse así en
accionistas involuntarios. Sin embrago es verdad que la mayoría de los
tenedores de bonos son propietarios de riqueza que están, por decirlo así, a un
paso del escenario que nos hemos aventurado a describir, de la fuente de
cambios que está destinada a afectar a la mayoría de los valores de los activos,
aunque esto no sea cierto para todos. La mayoría de las repercusiones que
derivan de esta fuente habrán sido, por decirlo así, interceptadas por otros
antes de que lleguen a los tenedores de bonos. Cuanto más alta sea la
“marcha” del capital de una compañía, más delgada será la capa protectora del
título, más repercusiones llegarán a los tenedores de bonos y más fuertemente
se verán afectados. Es por tanto bastante erróneo citar el caso del tenedor de
bonos para demostrar que hay propietarios de riqueza exentos de la operativa
de las fuerzas de mercado que hemos descrito. Los propietarios de riqueza
como clase nunca pueden estar exentos, aunque algunos pueden verse
relativamente más afectados que otros.
Por supuesto, los tenedores de bonos públicos, están exentos de muchas de las
repercusiones de los cambios imprevistos, pero en modo alguno de todas. Es
verdad que no necesitan la coraza protectora de la acción para defenderles
contra las fuerzas del mercado que modifican precios y costes. Pero los
cambios en intereses y la inflación son la misma amenaza para ellos que para
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los tenedores de bonos. En el mundo de inflación permanente en el que
vivimos hoy, sería ridículo considerar a la riqueza en forma de títulos públicos
como no expuesta a erosión por las fuerzas del cambio. Pero en toda caso, la
existencia de deuda pública no es el resultado de la operación de las fuerzas
del mercado. Es el resultado de la operación de los políticos, dispuestos a
ahorrar a sus electores la tarea de tener que pagar los impuestos que tendrían
que pagar de otra manera.
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Pero sospechamos que una razón igualmente fuerte es la incapacidad de los
economistas preocupados por el equilibrio de ocuparse en absoluto de las
fuerzas del desequilibrio. Toda teoría tiene que hacer uso de modelos
coherentes. Si uno solo tiene ese modelo a su disposición, muchos de los
fenómenos que no parezcan encajar en nuestro esquema probablemente
permanecerán ignorados. El olvido del proceso de redistribución no es por
tanto meramente de importancia práctica de largo alcance ya que nos impide
comprender ciertas características del mundo en que vivimos. También tiene
un significado metodológico crucial para el área central del pensamiento
económico.
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él pertenecían claramente a periodos de distinta longitud. La lección a
aprender aquí es que una vez que nos permitimos ignorar los hechos
fundamentales acerca del mercado, como el conocimiento diferencial, alguna
gente que entienda el significado de un acontecimiento antes que otros y, en
general, el patrón temporal de acontecimientos, se verá tentado a expresar
efectos “inmediatos” en términos de equilibrio a corto plazo. Y enseguida nos
permitiremos también olvidar que lo que es de interés económico real no son
los equilibrios, aunque existan, lo que es en todo caso dudoso, sino lo que
ocurre entre ellos. “un sustitutivo temporal auxiliar empleado por los
economistas lógicos como idea limitadora”[6] puede producir resultados
bastante desastrosos cuando se emplee mal.
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Este ensayo apareció originalmente en On Freedom and Free Enterprise:
Essays in Honor of Ludwig von Mises (1956).
[1]
El argumento que se presenta a continuación debe una buena parte a ideas expresadas
por primera vez por el profesor Mises en Das festangelegte Kapital. Ver Grundprobleme
der Nationaloekonomie, pp. 201-214.
[2]
Vom Aktienwesen, 1917.
[3]
Esta definición, por supuesto, tiene ciertas implicaciones sociales. Quienes la acepten
difícilmente pueden continuar considerando a los emprendedores como una clase, cuyo
acceso es imposible para quienes no tengan riqueza propia. Sea cual sea el grado de
“imperfección del mercado de capitales” que prefiramos suponer, no nos dará este
resultado.
[4]
Para una crítica más efectiva de este tipo de construcción de modelos, ver Joan Robinson
“The Model of an Expanding Economy”, Economic Journal, Marzo de 1952.
[5]
Erik Lindahl, “On Keynes' Economic System”, Economic Record, Mayo y Noviembre de
1954.
[6]
Ludwig von Mises, Human Action, Yale University Press, New Haven, Conn., p. 352.
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