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Peter Mc Phee

La Revolución
Francesa , 1789-1799

U na nueva historia

Traducción castellana de
Silvia Furió

C r ít ic a
BARCELONA
IX. LA TRASCENDENCIA
DE LA REVOLUCIÓN

Una revolución que había comenzado en 1789 con ilimitadas esperanzas


en una era dorada de libertad política y cambio social había terminado en
1799 con un golpe militar. No fue posible estabilizar la revolución des­
pués del derrocamiento inicial del antiguo régimen y de la proclamación de
la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en agosto
de 1789. Por el contrario, el pueblo francés tuvo que soportar una década de
inestabilidad política, de guerra civil y de conflicto armado con el resto
de Europa.
En 1889, en el centenario de la Revolución Francesa, Samuel Langhome
Clemens —el autor, bajo el pseudónimo de MarkTwain, de Huckleberry
Finn y de Las-'aventuras de Tom Sawyer— publicó Un yanqui en la corte
del rey Arturo. La vigorosa novela imagina la visita de un americano del
siglo XDC a la Gran Bretaña del siglo vi como pretexto para analizar el pro­
greso humano e incluye una llamativa justificación de la Revolución
Francesa y del Terror:

Había dos «Reinos del Terror», si queremos recordarlo y reflexionar sobre


ello; uno provocó crímenes con acalorada pasión, el otro con despiadada
sangre fría; uno duró unos cuantos meses, el otro había durado mil años;
uno causó la muerte de diez mil personas, el otro de cien millones; pero nos
estremecemos por los horrores del menor de los Terrores.®

Por supuesto, cualquier juicio sobre si la Revolución Francesa fue, te­


niendo en cuenta todos los factores, beneficiosa para la humanidad ha de
ser más matizado que el de Twain. No cabe duda de que los 300.000 no-

1. Mark Twain, Un yanqui en la corte del rey Arturo (Alianza Editorial, Madrid
2000).
LA REVOLUCION FRANCESA. NS9N799

bles y clérigos considerarían aquellos días como desastrosos en todos los


aspectos. También opinarían así quienes dependían de los privilegiados
para obtener empleo o caridad, y las familias de decenas de miles de jó ­
venes que perdieron la vida prematuramente en el campo de batalla o en
los hospitales. ¿Murieron en vano? Demasiadas veces las discusiones
sobre las consecuencias de la revolución han quedado reducidas a juicios
personales acerca de si fiie o no «algo bueno». No es lo mismo que eva­
luar sus consecuencias para el mundo en el que vivían los franceses.
¿Hasta qué punto fue «revolucionaria» la experiencia de veinticinco años
de Revolución e Imperio?
Las respuestas a estas cuestiones van al corazón mismo de las insalva­
bles y a menudo mordaces divisiones entre los historiadores. Desde la re­
volución, muchos historiadores han argumentado que, para bien o para
mal, aquélla alteró profundamente la mayoría de los aspectos de la vida en
Francia. Sin embargo, en las últimas décadas, algunos estudiosos insisten
en que las consecuencias de la revolución fueron mínimas en lo que se
refiere a un verdadero cambio social. Frangois Furet, por ejemplo, argu­
menta que hasta bien entrado el siglo xix la sociedad francesa permane­
ció prácticamente igual que bajo el antiguo régimen.^ Según su razona­
miento, hasta que Francia no pasó por su propia revolución industrial en
la década de 1830, las pautas de trabajo y de vida cotidiana eran muy
similares a las de antes de la revolución.
Evidentemente, estos historiadores «minimalistas» coinciden con sus
adversarios en que la vida política francesa sufrió una profunda transfor­
mación. Por primera vez, un enorme y laborioso país se transformaba
siguiendo pautas republicanas y democráticas. Ni siquiera la restauración
de la monarquía en 1814 fue capaz de invertir el cambio revolucionario de
un absolutismo monárquico a un gobierno constitucional y representati­
vo. Por otra parte, la experiencia de años de debate político, de campañas
electorales y nuevos derechos políticos significaba que la idea de ciuda­
danía estaba ahora profundamente arraigada. Aquellas nuevas ideas se
habían ido extendiendo de boca en boca, a través de la palabra impresa
y de la imaginería, en lo que podría describirse como una revolución en
«la cultura política». Los años de libertad después de 1788 dieron rienda

2. Frangois Furet, The French Revohition ¡774-1S84 (Oxford, !992),

41(
LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCION 2i ■

suelta a una efusión sin precedentes de la palabra escrita; cientos de perió­


dicos, quizá un millar de obras de teatro, y miles de folletos y octavillas.
Pero esta revolución de ideas fue mucho más allá, ya que este material
impreso iba acompañado de un florecimiento del arte popular revolucio­
nario en forma de grabados en madera y pinturas. Millones de personas
se acostumbraron a la idea de que una forma de gobierno sólo podía ser
legítima si estaba basada en algún tipo de soberanía popular. Malcolm
Crook calcula que unos tres millones de hombres se vieron involucrados
en votaciones a lo largo de la década de la revolución; efectivamente,
hubo tantas elecciones (varias por año) e interminables procedimientos
de votación que provocaron un cierto hartazgo. La Constitución de 1793
estableció disposiciones para realizar elecciones directas, pero nunca se
llevaron a cabo.
Los historiadores también coinciden acerca de la importancia ideoló­
gica de la revolución. Veinticinco años de agitación política y divisiones
dejaron un legado de recuerdos, buenos y malos, y de ideologías en con­
flicto que han perdurado hasta nuestros tiempos. La revolución fue un
rico semillero de ideologías que abarcan desde el comunismo ai realismo
autoritario pasando por el constitucionalismo liberal y la democracia
social. El pueblo francés permanecería dividido acerca de qué sistema
político podía reconciliar mejor la autoridad, la libertad y la igualdad. ¿El
Jefe del gobierno había de ser un rey, un emperador o un ejecutivo electo?
¿«Libertad» se refería a las libertades cívicas y políticas o también a la
libertad económica (una economía de libre empresa)? ¿Y cómo había que
entender la «igualdad»; como igualdad ante la ley, de derechos políticos,
de estatus social, de bienestar económico, de razas, de sexos? Estas cues­
tiones estaban en el meollo de las divisiones sociales y políticas durante
la revolución; hoy en día siguen sin resolver.
Ninguna de las ideologías que se desarrollaron durante la revolución
podía pretender representar las opiniones de la mayoría del pueblo francés.
A pesar de que el bonapartismo y el jacobinismo presumían de estar fun­
damentados en la soberanía popular, ambos eran ambiguos acerca de la
forma que había de adoptar el gobierno democrático. La memoria de
Napoleón proyectaría una larga sombra del hombre fuerte que restauró el
orden y la estabilidad pero a costa de un gobierno militar y una guerra
casi continua. Retrospectivamente el período de mandato jacobino resul­
ta atractivo por su énfasis en la democracia y la igualdad social y por su

de 19
214 LA REVOLUCÍON FRANCESA, 1789-1799

defensa heroica de la revolución en 1793-1794, pero al mismo tiempo


evoca imágenes negativas del Terror y los controles sobre las libertades
civiles. En zonas del sur con una significativa población protestante las
terribles divisiones políticas de 1793-1795 siguieron a menudo una línea
confesional, dejando un legado de odio que en lo sucesivo garantizó el
apoyo de los protestantes a partidos políticos laicos y de izquierdas. Un
siglo después, un jornalero del campo protestante, Jean Fontane de Anduze
(departamento del Gard), recordaba que, «si la mayoría de nosotros fui­
mos republicanos, fue en memoria de nuestra hermosa revolución de
1793, cuyos principios que aún sobreviven en nuestros corazones nos
inculcaron nuestros padres. Ante todo, fuimos hijos de la revolución».^
Por otro lado, en cambio, habría cantidad de personas para las que el
recuerdo de la revolución evocaba imágenes negativas de sufiimienío y
horror. Los numerosos nobles y la gran masa de sacerdotes de parroquia
que se unieron al tercer estado en 1789 experimentaron una interminable
pesadilla cuando la revolución abolió los privilegios y títulos de los no­
bles y llevó a cabo cambios devastadores en la Iglesia. La mayoría de los
diputados clericales llegaron a los Estados Generales de 1789 siendo muy
críticos con la monarquía y con sus propios obispos, y estaban ansiosos
por participar en un proyecto de regeneración del país. Sus esperanzas
fueron barridas por programas de reforma mucho más radicales para la
Iglesia, que culminaron en la Constitución Civil del Clero. La implicación
—tanto activa como de complicidad— del clero refractario en la contrarre­
volución y la consiguiente proscripción y descristianización durante el
Terror acabaría uniendo a Iglesia y monarquía en una ideología realista
de derechas, uno de los principales movimientos políticos de Francia de
los 150 años siguientes.
Los recuerdos del Terror, de las levas masivas y de la guerra estaban
grabados en los más hondo de la memoria de cada individuo y de cada
comunidad. En el oeste, donde la guerra civil de la Vendée había costado
unas 400.000 vidas, hubo un rechazo general del republicanismo durante
un siglo o más. En el pueblo de Chanzeaux, por ejemplo, la iglesia cons­
truida en el siglo xix sobre las ruinas de la vieja destaca en sus vitrales

3. Peter McPhee, The Politics o f Rural Life: Polilical Mobilizaiion in the French
Countryside 1846-1852{Oxíoíá, 1992), p. I6Í.

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LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCION 215

una lista de nombres de los muertos en 1793 y ofrece imágenes visuales


que hasta hoy en día han enseñado a generaciones de lugareños que el
levantamiento por parte de los devotos campesinos fue en defensa de sus
queridos sacerdotes. Asimismo, el descubrimiento de montones de hue­
sos en Lucs-Vendée por el párroco de la iglesia en 1860 acabó convirtién­
dose en otro mito, que todavía hoy sigue vigente, el del «Belén de la Ven-
dée», según el cual 564 mujeres, 107 niños y muchos hombres fueron
asesinados en un solo día, el 28 de febrero de 1794. En 1804, La Roche-
sur-Yon, destruida por los ejércitos jacobinos en 1794 fue reconstruida
con el nombre de Napoléonville. La ciudad estaba organizada en tomo a
tres grandes espacios abiertos; para el mercado, frente a la Prefectura, y
para la revista de las tropas."* No hay quizá mejor exhibición de los valores
que sustentaban la visión napoleónica del orden social en la Francia pos­
revolucionaria: no obstante, su conquista del espacio no podía borrar ios
recuerdos de su anterior papel en el corazón de la rebelión de la Vendée.
Doscientos años después, la insurrección sigue siendo el elemento cen­
tral de la identidad colectiva de los habitantes del oeste de Francia.
Sin embrago, fuera cual fuese la importancia de estos cambios para el
gobierno, las ideas políticas y los recuerdos, los «minimalisías» argumen­
tan que los elementos básicos de la vida cotidiana permanecieron prácti­
camente invariables; especialmente las pautas de trabajo, la posición de los
pobres, las desigualdades sociales y el estatus inferior de las mujeres.
En primer lugar, la gran masa de gente trabajadora en las ciudades y
en el campo continuó trabajando y subsistiendo del mismo modo que lo
había hecho antes de 1789. Muchos franceses siguieron siendo, como sus
padres, propietarios o arrendatarios de pequeñas parcelas de tierra. La
abolición de los tributos de señorío, finalmente alcanzada con las refor­
mas de 1792-1793, y la compra de pequeñas porciones de propiedades de
la Iglesia y de los emigrados hizo posible que millones de campesinos
terratenientes permaneciesen en sus tierras. Francia siguió siendo una

4. Entre 300 y 500 de los 2.320 habitantes de Luc murieron en las luchas de la insurrec­
ción de la Vendée: Jean-Clément Martin y Xavier Lardiére, Le Massacre des Lúes- Vendée
1794 (Vouillé, 1992). Sobre Chamzeaux, véase Lawrence Wylie, Ckanzeaux: A Village in
Anjou (Cambridge, Mass., 1966), Sobre La Roche-sur-Yon, véase John M, Merriman, The
Margins o f City Life: Explorations on the Prendí Urhan Frontier, 1815-1851 (Oxford,
1991),pp. 101-112.
216 LA REVOLUCIÓN FRANCESA, 1789-1799

sociedad eminentemente rural dominada por pequeñas granjas en cuyos


hogares se utilizaban antiguos métodos y técnicas para la propia subsis­
tencia. En las áreas urbanas gran parte del trabajo continuó llevándose a
cabo en pequeños talleres, donde los maestros artesanos trabajaban junto
a tres o cuatro obreros cualificados y aprendices. Tendrían que pasar va­
rias décadas antes de que una minoría sustancial de asalariados encontra­
sen empleo en grandes talleres mecanizados como los que empezaban a
fiorecer en las nuevas ciudades industriales del norte de Inglaterra.
En segundo lugar, fueran cuales fueren los grandes proyectos de los
jacobinos en 1793-1794, los desposeídos continuaron siendo una nutrida
clase urbana y rural a la que en tiempos de crisis se unían ios jornaleros
del campo y obreros urbanos en paro. La posición de los pobres había
sido siempre espantosa, pues dependían de la asistencia azarosa y a me­
nudo poco adecuada de la Iglesia. Pero lo peor aún tenía que llegar. En
1791, la Asamblea Nacional privó a la Iglesia de la capacidad de dispen­
sar caridad al abolir el diezmo y vedar las propiedades eclasiásticas. Al
darse cuenta de que el gobierno local no podía ofrecer alivio a los pobres,
el gobierno estableció una serie de programas de trabajo y'medidas provi­
sionales poco sistemáticas y nunca adecuadamente financiadas por los
gobiernos siempre preocupados por la guerra. Después de 1794 la situa­
ción de los pobres se hizo verdaderamente desesperada cuando los go­
biernos conservadores eliminaron los controles de los precios y las medi­
das de bienestar social de los jacobinos. A ello hay que añadir varias
malas cosechas y rigurosos inviernos. En el invierno de 1795-1796 el río
Sena se heló hasta solidificarse y, según informes, lobos hambrientos
merodeaban por las calles de París entre los cuerpos de los indigentes que
habían muerto de inanición. Incluso después de ser restaurada en su
puesto como religión estatal por parte de Napoleón, la Iglesia católica
nunca pudo recuperar sus recursos materiales para administrar consuelo a
Jas necesidades de los pobres ni siquiera de la forma limitada en que lo
había hecho antes de 1789.
Entre los primeros partidarios de la revolución, quizá la población
obrera urbana fue la que más sacrificó y la que menos ganó. Los sans-
culottes de París, Marsella y otras ciudades constituyeron la espina dorsal
de la revolución pero obtuvieron muy pocos beneficios tangibles. Sus
exigencias en 1793 por una redistribución de la propiedad no consiguie­
ron alcanzar resultado alguno, al contrario, en 1789 se introdujo de nuevo

6(
LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCION 217

un importante gravamen, un impuesto indirecto, y se volvieron a erigir


las casas de aduanas en torno a las ciudades y pueblos. No hay duda algu­
na de que los momentos de poder popular y de esperanza dejaron huellas
indelebles en la memoria colectiva de los descendientes de los sans-
culottes y en parte del campesinado. A pesar de ello, podríamos discutir
que, para los obreros, los recuerdos agradables de 1792-1794 de poco
consuelo iban a servir ante las frustradas expectativas de un verdadero
cambio social. Los descendientes de los radicales de la década de 1790
tuvieron que esperar varias décadas antes de ver realizadas sus esperan­
zas: hasta 1848 para la aplicación definitiva del sufi'agio masculino (para
las mujeres habría que aguardar hasta 1944), hasta 1864 para el derecho
de huelga y veinte años más para el derecho a formar sindicatos hasta
la década de 1880 para una educación laica, obligatoria y gratuita, y has­
ta bien entrado el siglo xx para la implantación de un impuesto sobre la
renta y disposiciones de bienestar social para los enfermos, los ancianos
y los desempleados.
En tercer lugar, Francia siguió siendo una sociedad jerárquica y pro­
fundamente desigual, aunque en la nueva jerarquía el mejor indicador de
mérito personal fuese la riqueza más que el apellido familiar. En el perío­
do revolucionario se libraron muchas batallas por la cuestión de qué sig­
nificaba en la práctica la palabra «igualdad», pero las campañas de los
sans-culottes y de los campesinos más pobres por conseguir medidas
concretas para reducir las desigualdades económicas fracasaron. La
Constitución de 1793 fue la primera en asumir la responsabilidad pública
del bienestar social y de la educación, pero nunca se llevó a la práctica.
También en las colonias las jerarquías prerrevolucionarias de raza se
impusieron nuevamente, con una sola excepción. En enero de 1802,
12.000 soldados franceses desembarcaron en Santo Domingo para reins­
taurar el control colonial; tras dos años de sangrientas luchas nacía la pri­
mera nación negra poscolonial, Haití. Sin embargo, Napoleón canceló en
todas partes la abolición jacobina de la esclavitud de 1794 y en 1802 vol­
vió a introducir el «Código Negro» de 1685, que despojaba a los esclavos
de recurso legal y concedía la propiedad de sus hijos a! dueño. El comer­
cio de esclavos no quedaría definitivamente abolido hasta 1815-1818,
pero la esclavitud persistiría hasta 1848.
Además, en la nueva jerarquía basada en la riqueza que dominaría el
país a partir de 1799, la mayoría de nobles del antiguo régimen siguió

de 19
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ocupando puestos preeminentes. Según Donald Greer, 13.925 hombres


pertenecientes a la nobleza mayores de 12 años habían emigrado; en to­
tal, 1.158 nobles, hombres y mujeres, fueron ejecutados durante el Terror.
Añora los historiadores piensan que quizá no había más de 125.000 no­
bles en la década de 1780, muchos menos de lo que antes se pensó. Por
consiguiente, prácticamente todas las familias nobles se vieron direc­
tamente afectadas por la emigración, el encarcelamiento o la ejecución.
A pesar de todo, queda claro que la revolución no fue un holocausto de
la nobleza. Aquellos nobles que esquivaron los problemas políticos y
conservaron intactas sus tierras durante la revolución pudieron continuar
desempeñando un papel económico y político preponderante en el siglo xix.
De los 281 hombres que Napoleón nombró como «prefectos» para admi­
nistrar sus provincias, el 41 por ciento procedían de antiguas familias
nobles. En 1830, dos terceras partes de los 387 hombres más ricos de
Francia eran nobles, y en 1846, el 25 por ciento de los diputados del Par­
lamento eran nobles de familias del antiguo régimen.
El 28 Pluvioso del año VIII (16 de febrero de 1800), sólo tres meses
después de su subida al poder. Napoleón hizo público un nuevo decreto
administrativo que reducía drásticamente el gobierno local a un sello de
goma. A partir de aquel momento, los consejos tuvieron que limitarse al
manejo de las finanzas comunales y de los recursos en el marco de una
rígida fórmula de administración. Los alcaldes y los tenientes de alcalde
de ciudades con más de 5.000 habitantes habían de ser nombrados direc­
tamente por el primer Cónsul, mientras que los demás podían ser nombra­
dos por el prefecto del departamento. De este modo los prefectos tenían
el poder de los intendants prerrevolucionarios, y los consejos locales, ele­
gidos por veinte años teniendo en cuenta requisitos de propiedad, eran
obviamente menos democráticos y tenían menos trabas que antes. Tam­
bién ios jueces volvieron a ser nombrados en vez de ser elegidos.
Por último, los «minimalistas» argumentan que el estatus inferior de
la mujer apenas experimentó cambio alguno, ai contrario, se afianzó. Las
mujeres habían sido siempre el eje de la frágil economía familiar y, como
tal, dotaron a la revolución de una extraordinaria fuerza y esperanza
durante los primeros años. Sin embargo, como mujeres, parece que obtu­
vieron muy pocos beneficios: sólo el derecho a heredar en términos de
igualdad con sus hermanos varones y de firmar contratos legales, si estaban
solteras, sobrevivió al Imperio. Las leyes liberales de divorcio de 1792,

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LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCION 219

Utilizadas por unas treinta mil mujeres, fueron drásticamente recortadas y


modificadas en 1804 por Napoleón y finalmente abolidas por completo
en 1816. A pesar de las enérgicas campañas de feministas individuales en
los primeros años de la revolución, de la repetida intervención de las mu-
jeres trabajadoras en las acciones colectivas en París y su presencia en
clubes y sociedades, la inmensa mayoría de políticos de cualquier signo
se oponía firmemente a conceder derechos políticos a las mujeres. Durante
el Terror, el periódico del gobierno, La Feuille du salut public, preguntaba:

Mujeres, ¿queréis ser republicanas? Amad, respetad y enseñad las leyes


que conminan a vuestros maridos y a vuestros hijos a ejercer sus derechos
... nunca asistáis a las asambleas populares con el deseo de hablar allí.

Efectivamente, la fuerza que representaba el desafío político de las muje­


res puede calcularse por los frecuentes y violentos ataques que sobre
ellas se desencadenaban. Todos los políticos desde los monárquicos hasta
Napoleón habrían estado de acuerdo con el jacobino Amar, del Comité de
Seguridad General, que justificaba la prohibición y disolución de la orga­
nización de mujeres militantes, Ciudadanas Republicanas Revoluciona­
rias, ante la Convención el 30 de octubre de 1793 describiendo así a los
hombres

fuertes, robustos, provistos de una gran energía, audacia y coraje ... desti­
nados a la agricultura, al comercio, a la navegación, a los viajes, a la
guerra ... tan sólo él parece apto para el pensamiento serio y profundo ...
la mujeres no están hechas para pensamientos superiores ni reflexiones
serias ... más expuestas al error y al júbilo, cosa que sería desastrosa en la
vida pública.^

Las arnbigüedades en las actitudes de los hombres respecto a las mujeres


—inspiradas en arraigados supuestos acerca de la «naturaleza de las mu­
jeres»— son también evidentes en la iconografía revolucionaria: la imagen
protectora de la Virgen María del antiguo régimen dio paso a ia Marianne

5. La Feuille du salut public, noviembre de 1793. Sobre la participación de las muje­


res en ia revolución, véase Rose, Tnbunes andAmazons; Landes, Women and the Public
Sphere, cap. 6, Conclusión; Huñon, The Frospect befare Her, cap. 12.
Z2G LA REVOLUCION FRANCESA, I7S9-1799

de la república, ahora vistiendo nn atuendo clásico y el gorro de la liber­


tad, pero aun así una alegoría fernenina vigilando protectora aunque pa­
sivamente a los hombres activos. Lynn Hunt argumenta que a pesar, o
a causa, del desafío político de las mujeres radicales, la transición del ab­
solutismo —^bajo el que todos eran súbditos del rey— a una fraternidad
republicana de ciudadanos varones reforzó la posición política subordi­
nada de las mujeres.
La implicación de esta visión «minimalista» de la trascendencia de la
revolución es que los pocos cambios que implantó en la política y socie­
dad francesa no merecieron el sacrificio realizado. El terrible legado de la
revolución, según Simón Schama, fiie la violenta e ingenua certeza de
que «relacionó el desencanto social con el cambio político»; el gran error
de Luis XVI fue pedir a las masas sus cahiers de doléances en un mo­
mento de hambruna y de inestabilidad política. A partir de aquel momen­
to la revolución estaba «condenada a la autodesírucción a causa de sus
desmesuradas expectativas». Para Schama, el único cambio social signi­
ficativo fue la muerte de inocentes a manos de demagogos sin escrúpulos
y de turbas enloquecidas.®
Otros historiadores, como Albert Soboul y Gwynne Lewis insisten en
que la revolución fue profundamente transformadora. Aunque recono­
cen que se produjeron importantes continuidades en la sociedad france­
sa, aseguran que los «minimalistas» han ignorado otras consecuencias
fundamentales. Para Soboul, la perspectiva «minimalista» surgió de una
antipatía política hacia las posibilidades de la transformación revolucio­
naria: «los vanos intentos por negar a la Revolución Francesa —aquel
peligroso antecedente— su realidad histórica». Para Soboul, la revolu­
ción fue profundamente revolucionaria en sus resultados a corto y a largo
plazo: «Una clásica revolución burguesa, su intransigente abolición del
sistema feudal y del régimen señorial hacen de ella el punto de partida
hacia la sociedad capitalista y el sistema representativo liberal en la histo­
ria de Francia».^

6. Schama, Citizens, p. 906, Epílogo. Conclusiones divergentes acerca de k trascen­


dencia de la revolución tas encontramos en Doyle, Oxford Histoiy o f ihe French Revolti-
tion, cap. 17; y en Martyn Lyons, Napoleón Bonaparte and the Legacy o f the French
Revohition {Londres, 1994), cap. 5.
7. Soboul, Frsnch Revolution ¡787-1799, p, 19.

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LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCION 22i

Estos historiadores «maxímalisías» aducen que la revolución fue un


triunfo para la burguesía y para los campesinos terratenientes. Por otro
lado, la revolución transformó las estructuras institucionales de Francia;
es más, el significado mismo de la propia «Francia». Condujo también a
cambios perdurables en la naturaleza de la Iglesia y de la familia.
La revolución representó un abrupto cambio en las estructuras de
identidad cultural e institucional, Francia en 1789 era una sociedad en la
que las personas expresaban lealtad casi exclusivamente a su propia re­
gión: la unidad de Francia se debía tan sólo a la pretensión de la monar­
quía de que aquél era su territorio y los habitantes sus súbditos. La mayor
parte de la gente no hablaba francés en la vida diaria y recurría a las élites
de las ciudades de provincias como Toulouse, Rennes y Grenoble para que
les defendiesen contra las crecientes exigencias de la corona en lo relativo
a impuestos y reclutamientos. La fuerza de las lealtades locales estaba
afianzada por prácticas económicas que trataban de solventar las necesi­
dades de los hogares intercambiando productos principalmente dentro de
los mercados locales. Desde el siglo xii, el coste que la monarquía había
tenido que pagar por el establecimiento de un control territorial sobre
Francia había sido la aceptación de un mosaico de privilegios locales y re­
gionales, exenciones y derechos. En vísperas de la revolución, todos y cada
uno de los aspectos de las instituciones de la vida pública —en la admi­
nistración, en las costumbres y medidas, en las leyes, en los impuestos y
en la Iglesia— estaban marcados por exenciones regionales y privilegios.
No sólo se beneficiaban de privilegios legales y contributivos el clero, la
nobleza y ciertas organizaciones corporativas como los gremios, sino
que las provincias tenían también sus propios códigos legales, grados de
autogobierno, niveles de contribución, y sistemas de moneda, pesos y
medidas.
En 1789-1791 los revolucionarios remodelaron los distintos aspectos
de la vida pública e institucional de acuerdo con los principios de racio­
nalidad, uniformidad y eficiencia. Un sistema administrativo de departa­
mentos, distritos, cantones y comunas respaldaba esta demoledora refor­
ma. Aquellos 83 departamentos (hoy 96), a partir de entonces, iban a ser
administrados exactamente de! mismo modo: tendrían una idéntica es­
tructura de responsabilidades, de personal, y de poder. Las fronteras dio­
cesanas coincidían con los límites de los departamentos, y las catedrales
solían ubicarse en las capitales de los departamentos. La uniformidad de

de 19
222 LA REVOLUCION FRANCESA, 1789-1799

las estructuras administrativas se reflejaba también en la imposición de


un sistema nacional de pesos, medidas y moneda basado en las nuevas
medidas decimales. Por ejemplo, el departamento del Lot-et-Garonne en
el suroeste abarcaba un área en la que antes de 1789 existían más de
sesenta y cinco formas diferentes de medir la longitud y veintiséis medi­
das para pesar el grano: ahora habia sólo una forma nacional de medir.
Estas mejoras evidentes para los negocios y el comercio se acentuaron
con la abolición de los peajes que se pagaban a las ciudades y a los nobles
y la supresión de las aduanas internas. Antes de 1789, por ejemplo, un co­
merciante que transportase una carga de madera desde la Lorena hasta
Séte en el Mediterráneo tenía que atravesar treinta y cuatro distintas
barreras de peaje en veintiún lugares diferentes. A partir de entonces los
gobiernos legislaron en base a un libre comercio dentro de un mercado
nacional.
Desde 1789, todos ¡os ciudadanos franceses, fuera cual fuese su ex­
tracción social y su residencia, serían juzgados según un único y uniforme
código legal, y obligados a pagar impuestos proporcionales a su riqueza,
especialmente sobre sus propiedades en tierras. Éste es uno de los signifi­
cados clave de la palabra «fraternidad» y «unidad nacional». Los años
de la revolución y dei imperio intensificaron la unidad administrativa de
Francia, sustentada por una nueva cultura política de ciudadanía y por la
veneración de héroes nacionales sacados de la antigüedad o de la propia
lucha revolucionaria. La revolución no sólo supuso un punto de inflexión
en la uniformidad de las instituciones estatales, sino que por primera vez
se entendía el estado como representante de una entidad emocional, «la
nación», basada en la ciudadanía. Por esta razón los historiadores consi­
deran que la Revolución Francesa actuó como semillero del nacionalismo
moderno, im ejemplo clásico del concepto de Benedict Anderson de
«comunidad imaginada» como base de la identidad nacional.®
La unidad nacional no sólo se alcanzó a expensas de ios privilegios
inherentes a los órdenes sociales, puestos y localidades, sino que también
asumió que todos ios individuos eran ahora en primer lugar y ante todo
ciudadanos franceses, miembros de la nueva nación. Antes de 1789, la

S. Benedict Anderson, Imagined Cominunitíes: Refiections on the Origin and Spread


ofNationalisin (Londiss, 1983).

9 de 1
LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCION 223

principal forma de redistribución de la riqueza o excedente era el pago


del «tributo» o «excedentes» de diversa índole al Estado, la Iglesia y a los
señores en forma de impuestos, arbitrios o diezmos. Hacia 1800 las pre­
tensiones de los órdenes privilegiados estaban irremediablemente muer­
tas; ahora el Estado obtenía la riqueza directamente de los productores a
través de estructuras económicas (rentas, mercado y trabajo). Siguiendo
el razonamiento de Eric Wolf, ahora solamente el Estado podía recaudar el
pago de los impuestos, reclutar hombres y reclamar obediencia, estable­
ciendo su creciente poder y preeminencia como agente de control social.^
El poder emocional del Estado-nación llevó con frecuencia a los revo­
lucionarios de París a proclamar que solamente el francés era la «lengua
de la libertad» y que las lenguas minoritarias eran parte del arcaico anti­
guo régimen que habían derrocado. De hecho, las actitudes populares
respecto a la revolución entre las minorías étnicas que en total constituían
la mayor parte de la población variaban desde el entusiasmo hasta la más
rotunda hostilidad en todo el territorio y durante todo el período. Pero la
revolución y el imperio tuvieron en todas partes un profundo impacto en
la identidad colectiva, en la francisation (afrancesamiento) de los ciuda­
danos de una nueva sociedad, tanto porque participaban en elecciones y
referéndums ,,denfro de un contexto nacional como porque, durante los
años de las guerras revolucionarias, millones de jóvenes fueron reclu­
tados para luchar por la patrie, para defender a la revolución y a la repú­
blica. En el año III, el general KJéber pidió que su compatriota alsaciano
Ney le acompañase al Ejército del Rin «para que ... por lo menos pueda
hablar enseguida con alguien que sepa mi lengua». El propio Napoleón,
que no tenía gran soltura en francés, quizá pensaba en ellos cuando dijo
bromeando: «Dejad que estos hombres valientes hablen su dialecto alsa­
ciano; siempre pelean en francés».'®
En sus memorias, el eminente noble catalán Jaubert de Passa recorda­
ba con nostalgia los años anteriores a 1789 cuando «ignoraba por com­
pleto el francés e ... incluso sentía una alegre repulsión por esta lengua».
Dos parientes cercanos de Jaubert habían sido guillotinados por cola­
borar con los ejércitos españoles en 1793-1794. Ahora, en 1830, escribía

9. Eric Woif, Europe and the People without History (Berkeíey, Calif., 1982), cap. 3.
10. Martyn Lyons, «Politics and Patois; The Linguistic Policy of the French Revolu-
tion», Austmlian Journal o f French Studies, 18 (1981), pp. 264-28 i .
>24 REVOLUCION FRANCESA, Í7S9-1799

sus memorias en perfecto ffancésR Tanto si los hablantes de lenguas mi­


noritarias eran entusiastas como si eran hostiles a los cambios revolucio­
narios, los años posteriores a 1789 representaron una aceleración del pro­
ceso ás: fmncisation, por el que acabaron sientiéndose ciudadanos de la
nación francesa y al mismo tiempo bretones, catalanes o vascos. Sin em­
bargo, este cambio de identidad no debería exagerarse. Esta «doble iden­
tidad» se limitaba a la aceptación de las instituciones nacionales y al
vocabulario de una nueva política francesa. Hay pocas evidencias de que
las culturas populares y las lenguas minoritarias sufriesen erosión alguna
por ello. El francés siguió siendo la lengua cotidiana de una minoría de per­
sonas y Francia una gran tierra de gran diversidad cultural y lingüística.
El argumento fundamental para la perspectiva «minimalista» acerca de
la trascendencia de la revolución es que, como victoria del campesinado
terrateniente y a causa de las décadas perdidas de comercio con ultramar
debido a la prolongada guerra, aquellos años retardaron el desarrollo de
una economía capitalista o de mercado. Del mismo modo podría argüirse
que muchos de aquellos burgueses a los que Soboul considera vencedo­
res de la revolución de hecho sufrieron mientras duró. «
Ciertamente hubo muchos burgueses para los que la revolución y el
imperio fueron períodos económicamente difíciles. Este fue concreta­
mente el caso de las grandes ciudades costeras donde la incertidumbre
causada por las guerras y bloqueos y la temporal abolición de la escla­
vitud (1794-1802) asestaron un duro golpe al comercio con ultramar:
hacia 1815, el comercio externo francés era tan sólo la mitad del volumen
de 1789 y no recuperó ios niveles prerrevolucionarios hasta 1830. Entre
1790 y 1806, el deterioro del comercio provocó una caída de la población
de Marsella de 120.000 a 99,000, de la de Nantes de unos 90.000 a
77.000 y de la Burdeos de 110.000 a 92.000. En el Languedoc, las ciuda­
des textiles de Lodéve, Carcasona y Sommieres habían ya sufrido una
crisis en la década de 1780, en gran parte debido a la competencia indus­
trial inglesa, y los decenios de guerra proporcionaron tan sólo una tregua
temporal a través de los suministros del ejército antes de que se hundie­
sen por completo.

! í . Peter McPliee, «A Case-Stiidy of Interna! Colonization; The Frandsation of Nor­


thern Catalonia», Review: A Journal o f íhe French Brande! Center, 3 (1980), pp. 399-428.

10
LA TRANSCENDENCIA DE LA REVOLUCIÓ.N i25

Sin embargo, a pesar de las dificultades económicas que padecieron


los empresarios y comerciantes de estas ciudades, hubo otras donde las
industrias del algodón, de) hierro y del carbón se vieron favorecidas
durante el periodo napoleónico por el papel de Francia en el sistema con­
tinental y por la protección contra los importadores británicos. Una de
ellas era la pequeña ciudad textil normanda de Elbeuf. Allí la burguesía
fabricante había sido muy precisa en sus quejas en los cahiers de 1789,
tronando contra:
la ineficaz administración de hacienda... estas limitaciones, estos impedi­
mentos al comercio; barreras que alcanzan hasta el mismo corazón del
reino; interminables obstáculos a la circulación de mercancías ... los
representantes de las industrias de fabricación y las Cámaras de Comer­
cio totalmente ignorados y despreciados; una indiferencia por parte del
gobierno hacia los fabricantes ...

La «indiferencia» que tanto dolía a aquellos hombres se refería al tratado


de 1786 de libre comercio con Gran Bretaña que los había dejado a mer­
ced de una competencia barata. Después de 1789, aquellos industriales
en ciernes alcanzaron sus objetivos, incluyendo el nuevo reconocimiento
de su propia importancia; en el año V, se les pidió por primera vez la opi­
nión sobre una serie de tratados comerciales, y en el año IX el papel ase­
sor de la Cámara de Comercio quedó formalmente institucionalizado.
Aunque Elbeuf experimentó el duro golpe de ios bloqueos comerciales y
la escasez de alimentos, las décadas posteriores a 1789 marcan una
importante fase en la mecanización y concentración de la industria textil
en la ciudad más que en el trabajo rural a destajo. Hacia 1815 la pobla­
ción había aumentado un 50 por ciento y el número de empresas se había
duplicado. El poder político estaba ahora totalmente concentrado en
manos de aquellos fabricantes locales.'*
La esencia del capitalismo es una producción orientada al mercado
por grandes y pequeños empresarios en la ciudad y en el campo para ob­
tener beneficios. Aunque muchos empresarios, especialmente en los puer­
tos de mar, sufrieron verdaderamente durante la revolución, en un sentido

i 2. Jeffrey tCaplow, Elbeuf during ihe Revoiiuionaiy Period: Histoiy and Social
Structwe (Baltimore, 1964), pp. 193-209, y caps. 3, 5.

de 19
226 LA REVOLUCIÓN FRANCESA, 1789-1799

más general, ésta aceleró cambios fundamentales para la naturaleza de la


economía francesa, cambios que facilitarían las prácticas capitalistas.
Desde 1789 hubo una serie de cambios institucionales, legales y sociales
que crearon el ambiente propicio en el que prosperaría la industria y ia
agricultura capitalista. La ley de libre empresa y libre comercio {laissez
faire, laissez passer) de ia revolución garantizó a los fabricantes, granje­
ros y comerciantes el poder dedicarse a la economía de mercado sabiendo
que podían comerciar sin los impedimentos de ¡as aduanas internas y los
peajes, ni los diferentes sistemas de medidas y una infinidad de códigos
legales. La posición de los empresarios se vio fortalecida por ia ley de Le
Chapelier de junio de 1791, que declaraba ilegales las asociaciones de
trabajadores, y por el restablecimiento por parte de Napoleón del livret,
una práctica del antiguo régimen que exigía que los trabajadores lleva­
sen una cartilla en la que se detallaba su historia laboral y su conducta.
El cambio económico en el campo pudo verse acelerado por la venta
de tierras. Las investigaciones sobre la repercusión e incidencia social de
aquellas ventas durante la revolución son poco sistemáticas, pero no hay
duda de que fue significativa en muchas zonas. Un cálculo estimado con­
cluiría que un 20 por ciento de las tierras cambió de manos a consecuencia
de la expropiación de la iglesia y de los emigrados. En 1786, por ejemplo,
ia familia Thomassin de Puiseux-Pontoise (justo al norte de Menucourt)
poseía 3,86 hectáreas y arrendaba 180 más al señor marqués de Girardin.
Más tarde compraron grandes extensiones de propiedades nacionalizadas
arrebatadas durante la revolución a la abadía de St.-Martin-de-Pontoise, a
las Hermanas de la Caridad y a otros ocho propietarios eclesiásticos: en
1822 eran dueños de 150,64 hectáreas, el 27,5 por ciento de las tierras del
municipio, incluyendo gran parte de las propiedades del marqués. Estas
tierras se utilizaron para el cultivo comercial de cereales y, finalmente, se
dedicaron a la remolacha azucarera y a una destilería de azúcar.
Las tierras de la Iglesia solían ser de primera calidad, se vendían en
grandes lotes mediante subasta y las compraban burgueses urbanos y
rurales — y muchos nobles— con capital para así expandir las propieda­
des ya existentes. En Angers y alrededores, por ejemplo, las extensas pro­

ís. Aíbert Soboul, «Concentrations agraire en pays de grande culture: Puiseux-


Pontoise (Seine-et-Oise) et la propriété Thomassin», en Soboul, Pmblémes paysans de la
Révolutian, 1739-1348 (Peris, 1976), cap. 11.

11 de
LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCIÓN 221

piedades eclesiásticas fueron subastadas lo más pronto que se pudo, y la


ansiosa burguesía local pagó el 40 por ciento más de su valor estimado.
Además, a pesar de que la mayoría de nobles conservaron intactas sus
tierras (Robert Forster calcula que aproximadamente una quinta parte de
las propiedades de los nobles fueron requisadas y vendidas), su método
de explotación del suelo tuvo que cambiar radicalmente. La abolición
final de los tributos feudales en 1793 hizo que los ingresos que los nobles
obtenían de sus propiedades procedieran a partir de entonces de los alqui­
leres que imponían, a los arrendatarios y aparceros o de la explotación
directa de las tierras de los nobles por parte de capataces que contrataban
jornaleros. Ahora la base de la riqueza rural era el uso eficiente de los
recursos agrícolas más que el control sobre las personas.
Los campesinos que eran dueños de sus tierras fueron los beneficiarios
directos y más sustanciales de la revolución. Tras la abolición de los tribu­
ios feudales y del diezmo eclesiástico, ambos normalmente pagados en
especie, los granjeros se vieron en una posición inmejorable para concen­
trarse en el uso de las tierras para cultivos más productivos. Por ejemplo,
en el campo de los alrededores de Bayeux, eJ suelo duro y húmedo fue
rápidamente convertido en pasto una vez concluida la exigencia de la Igle­
sia de obtener un diezmo fijo en grano. En Gabian, los campesinos empe­
zaron a extender sus viñedos a campos antes utilizados para el cultivo de
cereales. A consecuencia de la venta de tierras, las propiedades de los
campesinos aumentaron aproximadamente de un tercio a dos quintas par­
tes del total de las tierras de Francia (por ejemplo, del 31 al 42 por ciento
en el departamento de Nord estudiado por Georges Lefebvre), y ya no es­
taban sujetas a diezmos ni a los tributos de señorío. El peso de tales exac­
ciones variaba enormemente, pero en el oeste de Francia era habitual que
el peso total alcanzase el 20-25 por ciento del producto de los campesinos
propietarios (por no mencionar la corvée, los monopolios señoriales y los
pagos irregulares). Ahora los productores consevaban una parte extra de
su producción que a menudo era directamente consumida por una pobla­
ción mejor alimentada; en 1792, sólo uno de cada siete reclutas del empo­
brecido pueblo de montaña de Pont-de-Montvert (Lozére) medía más de
1,60 metros; en 1830 ésta era la estatura media de los reclutas.''*

14. Patries Higonnet, Pont-de-Montvert: Social Síructure and Poiitics in a Frenck


Village, 1700-1914 {Cambridge, Mass., 1971), p. 97.

19
22S LA REVOLUCIÓN FRANCESA, ¡789-1799

Las reformas y las guerras del período revolucionario tuvieron efectos


dispares en las economías rurales. En el extremo norte del país, en Mon-
íigny y su región de Cambrésis, este período vio el desmoronamiento de la
característica economía textil rural. El tratado de libre comercio con
Inglaterra en 1786 supuso un fuerte revés para la industria textil; ahora las
girerras revolucionarias e imperiales de 1792-1815, que barrieron una y
otra vez la región, destruirían también el mercado del lino. Cuando las
vastas tierras de la Iglesia se vendieron como propiedad nacional después
de 1790, los tejedores comerciantes se apresuraron a comprarlas como un
refugio de la industria que se desmoronaba por momentos. Así pues, hacia
1815 el campo era nuevamente tan rural como lo había sido un siglo antes,
y la reconstrucción de la industria textil se centró en las ciudades. En cam­
bio, en el departamento del Aude, en el sur, el fin de las exacciones seño­
riales y de la Iglesia, junto con la caída de la industria textil, animó a los
campesinos a regresar al vino como cultivo comercial. En los treinta años
posteriores a 1789, los cálculos de los viñedos, proporcionados por los al­
caldes de la zona, en el departamento mostraron un aumento del 75 por
ciento, de 29.300 a 51.100 hectáreas. El volumen de vino producido llegó a
triplicarse hasta 900.000 hectólitros en el transcurso de aquellos años.
Esta primera revolución del cultivo vinícola «desde abajo» constituye
una importante prueba para el debate en curso acerca del alcance y natu­
raleza del cambio económico aportado por la revolución. Haciéndose eco
de la famosa afirmación de Georges Lefebvre de que el campesinado
«destruyó el régimen feudal, pero consolidó la estructura agraria de Fran­
cia», Peter Jones concluye que «los sumamente pobres, es decir el cam­
pesinado sin tierras o prácticamente sin ellas, casi siempre reclamaban la
total restauración de los derechos colectivos...» y que «la revolución es­
timuló el “peso muerto” o el sector de subsistencia de la economía
ru ral ». La inexactitud de semejante argumento para un análisis marxista
de la revolución como momento decisivo en la transformación del feuda­
lismo al capitalismo resulta evidente.
Obviamente, hay muchas evidencias de que los sectores más pobres
de las comunidades rurales se aferraban a los derechos colectivos como

15. Jones, Peasantry, pp. 255-259; Georges Lefebvre, «La Révolution fran?aise et Ies
paysans», Études sur la Révolution frangaise {París, 1954), p. 257.

12
LA TRASCENDENCíA DE LA REVOLUCION 229

freno contra la destitución. No obstante, el historiador ruso Anatolí Ado


esgrime que las coacciones hacia una transición más rápida al capitalis­
mo agrario en la Francia posrevolucionaria no provenían tanto de la conso­
lidación de la propiedad de los pequeños campesinos como de la supervi­
vencia de las grandes propiedades arrendadas en alquileres a corto plazo o
por aparceros. Evidentemente, en algunas zonas cercanas a las ciudades
o con buenos medios de transporte la retención de una mayor parte del
producto incrementaba el margen de seguridad de los medianos y gran­
des terratenientes y facilitaba la visión de los riesgos de una especializa-
ción de mercado. De este modo la revolución pudo haber acelerado tam­
bién la expansión del capitalismo en el campo.
No todos los sectores de la población rural se beneficiaron del mismo
modo. Napoleón se sirvió del amplio apoyo que le brindaron quienes
valoraban tanto la imposición del orden social como la garantía de los
logros revolucionarios. Así, por ejemplo, la familia Chartier de Gonesse,
justo al norte de París, habían sido terratenientes pero se aprovecharon de
la venta de las tierras de la iglesia en 1791 para adquirir grandes ex­
tensiones. Uno de los miembros de esta familia fue alcalde en 1802, dan­
do comienzo a una ascendencia en el cargo que duraría hasta 1940. Apar­
te de aquellos que pudieron beneficiarse de la desenfrenada inflación de
1795-1797 para librarse de los arriendos o para comprar tierras, los terra­
tenientes y aparceros experimentaron con la revolución unas limitadas
mejoras materiales. No obstante, como cualquier otro grupo de la comu­
nidad rural, se habían visto afectados por las banalités (monopolios de
molinos, panaderías y prensas de vino y aceite) y las corvées (trabajo no
remunerado) y, junto con los jornaleros, habían sido los más vulnerables
a los a menudo arbitrarios tribunales de justicia señoriales. El exhaus­
tivo estudio de John MarkofF sobre los orígenes y curso de la revolución
campesina le lleva a concluir que los «revisionistas» anglófonos, es­
pecialmente Alffed Cobban, William Doyle y George Taylor, están fun­
damentalmente equivocados al minimizar o malinterpretar el alcance de
la iniciativa política campesina y la trascendencia de la abolición del feu­
dalismo.

16. Anatoli Ado, Paysans en Révolution (París, 1996), 6, Conclusión; McPhee, Revo-
lution andEnvironment, cap. 7.

de 19
230 LA REVOLUCION FRANCESA, 1789-1799

Los beneficios directos que la población rural, especialmente los


campesinos terratenientes, extrajo de la revolución no fueron solamente
a expensas de la Iglesia y de la nobleza. En muchos aspectos las ciudades
provinciales, centros de las instituciones del antiguo régimen, eran pará­
sitos del campo. En ciudades como Bayeux, Dijon y Angers los ingresos
procedentes de los tributos feudales y del diezmo los gastaban el cabil­
do catedralicio, las órdenes religiosas y los nobles residentes en la con­
tratación de criados domésticos, compras a maestros artesanos, especial­
mente artículos de lujo, y en proporcionar caridad. Como consecuencia
directa de la revolución, el campo se liberó en gran medida de este con­
trol por parte de las ciudades, manteniendo con ellas tan sólo relaciones
de mercado y administración. Esto fue lo que tanto exasperó ai conjun­
to de desposeídos en estas ciudades y que causó el empobrecimiento de
aquellos que directa o indirectamente dependían de las élites nobles o
eclesiásticas. Por ejemplo, antes de la revolución, el obispo de Mende, al
sur del Macizo Central, daba cada año pan a los pobres por valor de
10.000 libras, procedentes del diezmo recaudado en el campo; después
de 1789, el campesinado consumía aquella parte de su producto y los
indigentes de la ciudad se encontraban en una situación mucho más
precaria.
Las ganancias del campesinado fueron más allá de los beneficios tan­
gibles. La abolición del señorío favoreció un cambio revolucionario en
las relaciones sociales rurales, expresadas en la conducta política después
de 1789. La autoridad social que machos nobles conservaban en la comu­
nidad rural estaba ahora basada en la estima personal y el poder económi­
co directo sobre los subordinados más que en las pretensiones de defe­
rencia debidas a un orden social superior. Tampoco se aceptó dócilmente
a nivel local el refuerzo del poder de los notables impuesto por Napoleón:
como el prefecto del Aisne, en el noreste, le escribió en 1811: «los princi­
pios subversivos de todo orden público tan arraigados en el pueblo duran­
te la revolución no son fáciles de eliminar». En 1822, durante la prolon­
gada pelea con el alcalde, que había heredado las propiedades de los
nobles en Rennes-les-Bains (departamento del Aude), los lugareños
informaron al Prefecto de que ellos:

consideraban al M. de Fleury sólo como su alcalde, que no puede ostentar


ningún poder especial, siendo únicamente responsable de los gastos del

13 de 1
LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCION 231

m unicipio según las asignaciones presupuestarias, y no su antiguo señor


dotado de poder feudal, el arbitrario adm inistrador del producto de su
sudor.

Estos «principios subversivos» eran habitualmente utilizados por los


administradores para justificar su incapacidad para controlar «la torpe
avaricia de los campesinos» al apoderarse y desbrozar las inmensas áreas
de vacants o «tierras baldías» que pasaron a ser tierras comunales duran­
te la revolución. En este punto da comienzo la leyenda negra de la revo­
lución campesina, de que el período revolucionario fue un auténtico de­
sastre para el entorno natural hasta el resurgimiento de una autoridad
efectiva bajo Napoleón y la restauración. No hay duda alguna de que se
produjo un desbrozo masivo durante el período revolucionario; en el de­
partamento sureño del Aude, por ejemplo, se desbrozó y limpió el 20 por
ciento de la superficie de las tierras. Sin embargo, esto no hizo más que
acelerar las presiones medioambientales desencadenadas en 1760 por tos
decretos de Luis XV animando al desbrozo. En las décadas posteriores a
1750, se calcula que se desbrozaron unas 600.000 arpenís (250.000 hec­
táreas) de suelo francés, un 3 por ciento del total del suelo. Pero tampoco
fueron solamente los campesinos quienes destruyeron más bosques de
los que plantaron: la pérdida de la mitad de la flota francesa en la batalla
de Trafalgar acabaría destruyendo unos 80.000 robles de más de 150 años.
No obstante, el régimen napoleónico permitió que se promulgase una
serie de leyes que favorecían la reorganización del personal de la admi­
nistración forestal y el restablecimiento de una política de bosques cen­
tralizada en una línea muy similar a la de Colbert de 1669. Estas leyes
representaban una inversión del liberalismo de los primeros años de la re­
volución, cuando los propietarios de bosques privados fueron autorizados
de forma explícita a utilizar sus recursos a su antojo. Los bosques perte­
necientes a los municipios fiieron sometidos a los mismos controles que
los bosques estatales. Sin embargo, ai crear un sistema de controles centra­
lizado y obligatorio sobre los recursos forestales, el Estado se granjeó dé­
cadas de resentimiento por sus intentos de acabar con el uso colectivo
de los bosques.

17, McPhee, Revohition and Envíronment, p. 168.


232 LA REVOLUCION FRANCESA, 17S9N799

Hay pruebas, por lo tanto, de que la revolución creó los fundamentos


institucionales sobre los que se desarrolló el capitalsimo. No obstante,
¿hasta qué punto representó también el acceso al poder de una nueva clase?
A primera vista, la persistente preminencia económica de la vieja nobleza
es significativa: un elemento fundamental de la visión «minimalista» de la
revolución parece innegable. A pesar de la pérdida de los derechos de
señorío y de tierras, en el caso de los emigrados, los nobles permanecie­
ron en la cúspide de la posesión de tierras y la posesión de tierras siguió
siendo la mayor fuente de riqueza en Francia. Según un estudio recopilado
en 1802, en la mitad del país la mayoría de los terratenientes más ricos eran
nobles, y dominaban algunas de las regiones agrícolas más ricas, como la
cuenca de París, el valle del Ródano, Borgoña, Picardía, Normandía, y
partes de Bretaña.
Sin embargo, los acaudalados supervivientes de la élite de terratenien­
tes del antiguo régimen eran ahora sólo una parte de una élite mucho más
amplia que incluía a todos los ricos, fuera cual fuese su extracción social,
y abarcaba a los burgueses de la agricultura, negocios y administración.
La rápida expansión de la burocracia después de 1789 derribó barreras en
el reclutamiento y ofreció oportunidades a los jóvenes burgueses capa­
ces. Más que en las décadas de 1780 y 1790, la clase gobernante a princi­
pios del siglo XIX unió a los que se encontraban en la cima del poder eco­
nómico, social y político. David Garrioch describe a la burguesía parisina
que surgió de la revolución como mucho más poderosa y orgullosa. Era
una amalgama de los viejos «notables» de parroquia del antiguo régimen
y de los nuevos hombres que habían aprovechado las oportunidades que
la venta de las tierras de la Iglesia les brindó, la disponibilidad de contra­
tos con el ejército, y las nuevas libertades que la abolición de los gremios
les ofreció.
Aquellos que tomaron la iniciativa en la creación de la nueva Francia
después de 1789 fueron los burgueses, ya fueran profesionales, adminis­
trativos, comerciales, terratenientes o fabricantes. Para ellos la revolu­
ción representó los cambios necesarios en las estructuras políticas y en
los valores sociales dominantes para que se reconociese su importancia
en la vida de la nación. La revolución fue su triunfo. Los valores cultura­
les de la Francia posrevohicionaria se caracterizarían por ser una amalga­
ma de valores burgueses y aristocráticos en una cultura de «notables».
Esto quedó reflejado en infinidad de maneras. Por ejemplo, los primeros

14
LA TRASCENDENCIA D£ LA REVOLUCION 23]

restaurantes o «casas de salud» de París databan de antes de la revolu­


ción: desde la década de 1760 se anunciaban como lugares para «restau­
rar» el apetito con pequeñas raciones y proporcionaban pequeños espa­
cios privados para mayor intimidad. Sin embargo, durante la revolución
empezaron a servir comidas completas en comedores para la clase media,
una función que ya nunca perderían. La más punzante articulación de un
mundo de «esferas separadas» para hombres y mujeres de la clase media
se puso de manifiesto a través de un acusado contraste entre la indumen­
taria masculina y la femenina. Los colores sobrios y el diseño liso del
amendo burgués masculino representaban un mundo de esfuerzo y serie­
dad; los trajes de sus esposas habían de ser ultrafemeninos, mostrando a
través del tejido la riqueza del esposo.'®
Muchos nobles fueron lo suficientemente pragmáticos como para reti­
rarse de la vida pública y aceptar, aunque a regañadientes, los cambios
institucionales de la revolución. No obstante, a pesar de la importancia
que aún conservaba la nobleza más rica, sus pérdidas habían sido consi­
derables. La opinión de Robert Forster, si bien basada en un estudio ca­
suístico disperso y lleno de contrastes, es que, en términos’reales, los
ingresos de una familia media noble de provincias descendieron de 8.000
a 5.200 francos. Los tribuios señoriales habían representado tan sólo un
5 por ciento de los ingresos de los nobles cerca de Burdeos, mientras que
inmediatamente hacia el norte, en Aunis y Saintonge, alcanzaban hasta
el 60 por ciento. Mientras que muchas familias nobles sobrevivieron con
sus tierras intactas, unas 12,500 —la mitad del total de familias— perdie­
ron algunas tierras y unas pocas lo perdieron prácticamente todo. En
total, aproximadamente una quinta parte de las tierras de la nobleza cam­
biaron de manos. Hasta cierto punto, la pérdida de tierras y tributos fue
compensada por un aumento en los alquileres a los arrendatarios y apar­
ceros, pero los nobles ya no podían eludir el pagar los mismos impuestos
que los demás. Mientras que el 5 por ciento como máximo de las riquezas
de la nobleza se las llevaba el Estado antes de 1789, a partir de entonces el
impuesto uniforme sobre las tierras recaudaba aproximadamente el 16 por
ciento del producto anual estimado de la tierra.

] 8. Rebecca Spang, The Invention o f the Resíaiiraní (Cambridge, Mass., 2000); Amy
Trubeck, Haute Ciiisine: How the French invented the Culínmy Profession (Phifadelphia,
2000); Ríbeiro, Faskion in the French Revohnion, p. 141.

de 19
234 LA REVOLUCION FRANCESA, 1789-1799

Por otro lado, nada podía compensar a los nobles por la pérdida de los
derechos judiciales y de poder — desde los tribunales señoriales hasta
los parlamentos— o la incalculable pérdida de prestigio y deferencia cau­
sada por la práctica de la igualdad legal. El noble emigrado regresó a un
mundo transformado, de litigios con acreedores y campesinos, de erosión
de la mística de la nobleza, y a la necesidad de gobernar un Estado como
si fuera un negocio. Lucy de La Tour du Pin, que había huido a Estados
Unidos en la década de 1790, contemplaba retrospectivamente en 1820 la
abolición del feudalismo durante la revolución. Aseguraba que:

Este decreto arruinó a mi suegro y nuestra familia nunca recuperó su for­


tuna ... Fue una verdadera orgía de iniquidades ... Desde entonces, nos
hemos visto obligados a buscar un modo de ganamos la vida, unas veces
vendiendo algunas de las pocas propiedades que nos quedan, otras acep­
tando trabajos remunerados ... Y asi, pulgada a pulgada, durante largo
tiempo hemos ido descendiendo gradualmente hasta el fondo de un abis­
mo del que no saldremos en nuestra generación.

La pérdida de los tributos feudales, de las rentas y de los peajes (uno


de ellos proporcionaba 12.000 francos al año) fue enorme: la marquesa
calculaba que su familia había perdido 58.000 francos de sus ingresos
anuales originales de 80,000 francos.^®
Incluso los nobles que lograron sobrevivir a la revolución con todas
sus tierras intactas, en sus relaciones con los demás experimentaron un
considerable cambio. En Lourmarin, un pueblo de la Provenza, Jean-
Baptiste Jérome de Bruny, antiguo miembro del Parlamento de Aix, con­
servó sus inmensas propiedades pero se convirtió en el mayor contribu­
yente, sus impuestos ascendían a un 14 por ciento de todas las tasas que
pagaba la comunidad. Sus tributos señoriales (la tasque de una octava
parte de la cosecha de grano y de aceite de oliva), monopolios, y otros
impuestos habían desaparecido. El valor anual estimado de su señorío
había llegado a alcanzar las 16,000 libras, pero hacia 1791 la renta impo­
nible procedente de sus tierras se calculaba en sólo 4.696 libras, una caí­
da del 71 por ciento. Sus relaciones con el pueblo se equipararon rápida-

19. Felice Harcourt (ed.), Escape from the Terror: The Journal o f Madame la Tour du
Pin (Londres, 1979), pp. 93-94, 243-244. Esta mujer noble es la heroína de la conclusión
de Schama: Citizens, pp. 861-866.

15 de 1
LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCION 235

mente a las de ua ciudadano rico con un ciudadano pobre, no eran ya las


de un campesino con su señor; y todo ello debido a la velocidad con que
los lugareños empezaron a litigar con el «ciudadano Bruny» después de
1789. En las décadas posteriores a 1800, libraron una prolongada y victo-
riosa batalla con Bruny por tratar de ignorar los antiguos derechos colec­
tivos en sus bosques: en palabras de Thomas Sheppard, «no trataban con
su señor sino simplemente con otro ciudadano francés».^®
Una razón del entusiasmo con que los habitantes de Lourmarin respal­
daron la revolución —aunque estuvieron temporalmente divididos duran­
te la revuelta «federalista» de 1793— era que un 80 por ciento de ellos
era protestante. Recuerdos orales de anteriores atrocidades religiosas
contra ellos todavía seguían vivos en su comunidad. La construcción de
una iglesia protestante en 1805 sería el recordatorio tangible del signifi­
cado de la revolución para las minorías religiosas. También para los revo­
lucionarios, la libertad religiosa ejemplificaba sus logros; en una versión
de 1790 del juego «serpientes y escaleras», la emancipación de los judíos
se representaba a los niños como una de las escaleras que conducían a la
nueva Francia. Para los protestantes y judíos, la legislación de 1789-1791
representaba la emancipación legal, la igualdad civil y la libertad de cul­
to. Sólo más tarde algunos de ellos lamentarían que el precio de la eman­
cipación hubiera sido la presión para asimilarse a un amplio concepto de
«francesismo» subordinando su identidad religiosa.
La revolución marca el fin de la práctica casi universal entre los católi­
cos franceses de ir a la iglesia los domingos. Como muchos sacerdotes se
negaron a aceptar las reformas de la Iglesia de 1790, miles de pueblos se
encontraron sin sacerdote y sin educación eclesiástica. Una vez declarada
la guerra en 1792, el respaldo que el papa dio a los ejércitos contrarrevo­
lucionarios hizo que la Iglesia fuera objeto de sospecha, e incluso de
odio, por parte de los revolucionarios. La Iglesia católica fue devastada
en plena guerra y durante el Terror de 1793-1794. Las frecuentes renun­
cias diezmaron las filas del clero constitucional, dejando una tierra casi
desprovista de sacerdotes: en efecto, miles de parroquias carecieron de
sacerdote durante una década después de 1791. Entre las 3.000 muertes

20. Sheppard, Lourmarin, p. 211 y cap. 8. El propio Sheppard prefiere hacer hincapié
en las continuidades de la vida cotidiana en Lourmarin.
LA REVOLUCIÓN FRANCESA, í 789-i 799

violentas de clérigos en aquellos años, como mínimo 920 sacerdotes fue­


ron ejecutados públicamente acusados de ser contrarrevolucionarios, y
probablemente entre 30.000 y 40.000 (un 25 por ciento) emigraron. El
antiguo primer estado se vio pues más directamente afectado que la no­
bleza: el número de nobles emigrados (16.431) era aproximadamente el
15 por ciento del segundo estado. La adopción de nombres revoluciona­
rios para las personas y para las comunidades fue temporal, pero expresa­
ba una corrosiva antipatía hacia el estatus de autoridad eclesiástica.
En 1789, la gran masa de párrocos apoyó las reivindicaciones del ter­
cer estado mientras exigía con vehemencia el monopolio católico de la
moralidad y del culto. En cambio, la Iglesia católica emergió de la revo­
lución sin sus vastas propiedades, internamente dividida entre aquellos
que aceptaron la revolución y los que huyeron al exilio durante años, y
con varios miles de clérigos muertos prematuramente. La revolución ha­
bía creado un estado laico, y aunque la restauración proclamara que el
catolicismo era la religión estatal, un importante legado de la revolución
fue la creación de una escala de valores entre los funcionarios según la
cual su primordial lealtad era para e! ideal de un Estado laico que trascen­
día los intereses particulares. La Iglesia católica ya no podría reclamar
nunca más sus niveles prerrevolucionarios de obediencia y aceptación
entre el pueblo. Por consiguiente, la mayoría de sacerdotes —y muchos
feligreses devotos— se opondría implacablemente al republicanismo y al
laicismo. Ni tampoco lograría recuperar su antiguo monopolio de la
moralidad: por ejemplo, Napoleón prosiguió con la abolición revolucio­
naria de las leyes contra la homosexualidad, aunque la policía continuaba
hostigando a los homosexuales con otros cargos, como el de «escándalo
contra la decencia moral».
A pesar de ello, los seglares —especialmente las mujeres— demostra­
ron su compromiso religioso en amplias zonas del campo; y también de
las mujeres surgió una corriente cada vez mayor de reclutas para las órde­
nes religiosas en el siglo xix. El impacto devastador de la Revolución
Francesa en las estructuras constitucionales de la Iglesia católica y la ini­
ciativa que las mujeres tomaron de reconstruir la Iglesia «desde abajo»
después de 1794 cimentó las bases para unas relaciones menos autorita­
rias entre el clero y el laicado en el siglo xix. En palabras de un ciudada­
no de Sens al Abbé Grégoire en enero de 1795;

16
LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCION 237

Creo que será difícil contener al campo nuevamente en los estrechos cau­
ces de la sociedad si no es devolviéndoles sus iglesias y la libertad de
practicar la religión en la que fueron criados y alimentados.^’

Una Iglesia católica reconciliada sería uno de los puntales del nuevo régi­
men napoleónico, el restablecimiento de la autoridad familiar sería el
otro. La simpatía del nuevo régimen por los derechos del padre y de la
propiedad privada como base del orden social se puso de manifiesto en
los intentos por modificar los cambios revolucionarios de la transmisión
de la propiedad mediante testamento. El derecho de primogenitura en las
familias nobles había sido abolido el 15 de marzo de 1790 en un intento
de socavar el poder econóirdco y social de las grandes familias. A conti­
nuación, en una ley de herencias aprobada por la Convención Nacional
el 7 de marzo de 1793, este principio se extendió a todos los testamentos,
obligando a que todos los hijos heredasen por igual, disposición que a
finales de aquel mismo año se hizo extensiva a los hijos nacidos fuera del
matrimonio. El régimen napoleónico trató de modificar lo que consideraba
una amenaza a la autoridad paterna, así como a las propiedades de tierras
económicamente viables. El 4 Germinal VIII (25 de marzo de 1800) se
aprobó una ley que introducía una «parte disponible» que un padre podía
dejar a su hijo favorito aumentando así su herencia. Esta disposición
quedó englobada más tarde en el Código Civil napoleónico del mes de
marzo de 1804, que puso fin a las reclamaciones de los hijos nacidos fue­
ra del matrimonio: a partir de entonces se inscribirían en los registros de
nacimiento como «nacido de padre desconocido» y sin derecho a iniciar
reclamaciones de paternidad.
Sin embargo, ningún gobierno —ni siquiera la restauración— interfi­
rió con el principio de igualdad de herencia. Si un hijo tenía que heredar
las propiedades familiares, los demás tenían que renunciar a su parte o
recibir compensación por otros medios. El hecho de poder transmitir sus
propiedades en cualquier momento dotaba a los padres de una importante
medida de control sobre su prole. Sin embargo, no podían amenazar con
desheredar a un hijo, por ejemplo, por una elección matrimonial. En cual­
quier caso, la consecuencia social de esta legislación fue la de concentrar

21. Suzanne Desan, Rechiming the Sacred (Ithaca, NY, 1990), p. 225.

de 19
238 LA REVOLUCÍÓN FRANCESA, 1789-1799

la atención en los derechos de los hijos y en la propiedad familiar, espe­


cialmente en Normandía y en el sur, donde la ley prerrevolucionaria
había concedido plena libertad testamentaria a los padres. En innumera­
bles hogares después de 1790, los derechos de las hijas se convirtieron en
un asunto familiar —-al igual que la ley de divorcio atribuía poderes a las
esposas—- y éste es el cambio más significativo en el estatus de las muje­
res en aquellos años. Un estudio de 83 casos judiciales de Caen sobre tes­
tamentos impugnados entre hermanos entre 1790 y 1796 muestra que
45 los ganaron las hermanas. La ciudadana Montffeulle declaró en los tri­
bunales en 1795: «Me casaron en 1773 ‘por un ramo de rosas’, para usar
la expresión normanda. Así era cómo casaban entonces a las muchachas.
La avaricia se respiraba en el aire y a menudo se sacrificaba a las hijas por
la felicidad de un hijo».^^ Puede que las mujeres no obtuvieran derechos
políticos con la revolución, y tan sólo derechos legales limitados, pero los
efectos de la nueva ley de herencias y la abolición del señorío depararon a
la mujer una mejor alimentación y una posición más fuerte dentro de la
familia. Otra consecuencia de esta legislación fue la repentina caída de
las tasas de natalidad, del 38,8 por mil en 1789 al 32,9 en 1804, pues los
padres trataban de limitar el tamaño de su familia y con ello la probabili­
dad de que la hacienda familiar se viera subdividida.
Aunque no hay duda de que la revolución afianzó el poder político a
manos de los hombres, la causa primordial fue el malestar, y luego la
rabia, que muchos clubes políticos de mujeres en París y en las provincias
provocaron en los hombres. Napoleón también trató de estabilizar esto en
el Código Civil de 1804. El Código había de ser la piedra angular de la
administración de la sociedad civil del régimen y trataba tanto de garanti­
zar los principios revolucionarios básicos como de consolidar im orden
social basado en la riqueza y el patriarcado. La imposición autoritaria de
Napoleón del orden público quedó equilibrada por el imperio de la ley y
la tolerancia religiosa en el seno de una fluida jerarquía social de «talen­
to». En palabras del propio Napoleón, fue «la gran gloria de mi reinado».
El Código es extraordinario por la yuxtaposición de los principios
básicos de la revolución con la consolidación de la jerarquía y el paíriar-

22. Suzaime Desan, «War between Brothers and Sisters: Inheritance Law and Gender
Politics in Revolutionary France», French Historical Stiidies, 20 (1997), p. 628.

17 de 1
LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCION 239

cado. Por un lado, el código estaba basado en el supuesto revolucionario


de una sociedad laica de ciudadanos iguales ante la ley: el «talento» se
consideraba la base de la jerarquía social, y el éxito en el uso de la pro­
piedad privada individual era muestra de dicho talento. Por otro lado, el
ejercicio del talento se convertiría en el dominio del hombre: las mujeres
casadas no tenían ya derecho a firmar contratos legales independiente­
mente. Estaban sometidas como antes de 1789 a la autoridad del padre, y
después a la del marido. En lo sucesivo, las esposas tan sólo podrían so­
licitar el divorcio si la amante del marido entraba en el hogar conyugal.
En cambio, el simple acto de adulterio por parte de la esposa bastaba para
que el marido pudiera presentar una demanda, y la mujer adúltera podía
incluso ser encarcelada durante dos años. Esta ideología de la autoridad
patriarcal se extendía a los hijos, pues los padres estaban autorizados a re­
damar la detención de los hijos durante un mes si eran menores de 16 años,
y durante seis meses, si tenían entre 16 y 21 años.
Sin embargo, a pesar dei conservadurismo del Código, ningún francés
adulto vivo en 1804 tenía duda alguna de que habían pasado por un
levantamiento revolucionario, A pesar de que los historiadores «minima­
listas» insisten en que estaban equivocados, un examen de las consecuen­
cias sociales, políticas y económicas de la revolución nos indica que no
era una ilusión. La vida ya no podía volver a ser la misma. Como revo­
lución por la libertad, igualdad y fraternidad, serviría de inspiración a
otras tan distintas como las luchas por la independencia nacional del líder
latinoamericano, Simón Bolívar (que asistió a la coronación de Napo­
león en 1804), a uno de los primeros nacionalistas indios de la década de
1830, Ram Mohán Roy, e incluso a los estudiantes chinos de la plaza
de Tiananmen en 1989.
El mejor indicador de los resultados de la revolución es comparar ios
cahiers de doléances de 1789 con la naturaleza de la política y sociedad
francesa en 1795 o 1804. Por último, los cambios sociales que acarreó la
revolución perduraron porque correspondían a algunas de las más pro­
fundas reivindicaciones de la burguesía y del campesinado en sus cuader­
nos: la soberanía popular (aun sin alcanzar la plena democracia), la igual­
dad civil, las profesiones abiertas al «talento», y la abolición del sistema
de señorío, A pesar del resentimiento popular manifestado en relación a
las guerras, al reclutamiento y a la reforma de la Iglesia en muchas regio­
nes, especialmente en 1795-1799, nunca hubo la menor posibilidad de
240 LA REVOLUCIÓN FRANCESA, Í789-I799

que las masas apoyasen un retomo al antiguo régimen. Al mismo tiempo,


las frustradas aspiraciones de la clase trabajadora en 1795, y la potencia
de la tradición revolucionaria que habían creado, hicieron que el nuevo
régimen no se instalara sin oposición, como muestran las revoluciones de MAPAS
1830, 1848, y 1870-1871.
Este libro empezó en el pequeño pueblecito de Menucourí, al norte de
París, y allí es donde debería terminar. Aunque hoy en día Menucourt
haya sido prácticamente absorbido por la extensión de los barrios perifé­
ricos de Cergy-Pontoise, entonces estaba lo bastante lejos de París como
para evitar verse directamente implicado en los alborotos de la capital.
Mientras que ei resto de su familia emigró, Chassepot de Beaumont y
su esposa se quedaron en el castillo de Menucourt, aceptando la pérdida
de sus tributos señoriales y prerrogativas, pero conservando intactas sus
tierras. Fueron encarcelados como «sospechosos» en Pontoise a finales
de 1793, pero la voluntad del municipio de responder en favor de su bue­
na conducta fue fundamental para su liberación poco después. Chassepot
murió en 1803, a la edad de 90 años. Sin embargo, la revolución había
cambiado drásticamente la vida en Menucourt. Ya no se pagaban tributos
señoriales, los gastos de la Iglesia se recaudaban de la contribución gene­
ral, y los habitantes de Menucourt ya no pagaban el diezmo a un priorato
de Evecquemont. No obstante, aun siendo una revolución por la igualdad
civil, no había alterado fundamentalmente la posición vulnerable de la
mayoría asalariada de la población. Igual que antes de 1789, gran parte
de los hogares de Menucourt sobrevivían trabajando como jornaleros,
extrayendo piedra en las canteras, cortando madera y labrando pequeñas
parcelas. En palabras de tres de sus descendientes, que escribieron la his­
toria de este pueblo para el bicentenario de la revolución en 1989: «Los
jornaleros tendrían que esperar casi dos siglos y vivir otras revoluciones
—^políticas, industriales y, sobre todo, culturales— para que las desigualda­
des se redujesen significativamente y para.que la libertad tuviese autén­
tico sentido»,

23. Denise, Maurice, and Roben Bréant, Menucourt (Menucourt, 1989).

18 de 19
INDICE

In tro d u c c ió n ............................................................................................ 7

I. Francia durante la década de 1780 a 1789........................ 1i


II. La crisis del Antiguo R é g im e n ........................................ 33
III. La revolución de 1789 ....................................................... 63
IV La reconstrucción de Francia, 1789-1791 .......................... 79
V Una segunda revolución, 1792 107
VI. La revolución pendiente de un hilo, 1793 .......................... 131
VIL El Terror: ¿defensa revolucionaria o paranoia? . . . . 157
VIII. Concluyendo la revolución, 1795-1799............................... 183
IX. La trascendencia de la re v o lu c ió n .................................... 211

Mapas
1. Mapa físico de Francia................................................... 243
2. La Francia p rerrev o lu cio n aria............................................... 244
3. Los departamentos de la Francia revolucionaria . . . . . 245
4. París revolucionario................................................................... 246
5. La «Vendée m iiitaire».............................................................. 247
6. Número de condenas a la pena capital dictadas
por d e p a rta m e n to ................................................................... 248

C ro n o lo g ía ................................................................................... 249
Apéndice: el calendario re v o lu c io n a rio .................................... 257
Guía b ib lio g ráfic a........................................................................ 259
índice alfabético.............................................................................. 265

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