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Características y diferencias del concepto de «ley natural» en la filosofía tomista y

en el pensamiento de Thomas Hobbes

Ari Lázaro Maya Dávila


Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

Resumen
El objetivo del presente trabajo es develar las características y las diferencias que
existen acerca de la concepción de la «ley natural» en la filosofía tomista y en el
pensamiento de Thomas Hobbes. Para lograr el cometido del presente trabajo,
comenzaremos por revisar algunos pasajes y conceptos clave de la filosofía tomista,
presentes en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, así como de algunos otros
documentos y encíclicas oficiales eclesiásticos. Después, pasaremos a revisar la
propuesta hobbesiana de las «leyes de naturaleza», contenidas en su obra magistral
Leviatán, con el fin de desentrañar la concepción de la «ley natural» que subyace en la
filosofía política-civil de Hobbes. Finalmente, en las conclusiones, se tratará de hacer
hincapié en la peculiaridad y contraste de estas dos formas de hacer filosofía tan
disonantes entre sí.

§1. La concepción de la «ley natural» en la filosofía tomista.

Sin duda, algunos pensadores de erudición afirman que los seres humanos
tenemos la capacidad de captar, por medio de la razón, la presencia de un “mensaje
ético contenido en el ser” (Benedicto XVI, 2007) Es decir, el ser humano advierte la
presencia de leyes morales implícitas en el ser, en suma, aquello que la tradición ha
llamado lex naturalis, ley moral natural. (Cfr. Benedicto XVI, 2007).

Un acertado punto de partida para entender la concepción tradicional cristiana de


la «ley natural», es comenzar por analizar brevemente el concepto de «ley» propuesto
por Santo Tomás en su Suma Teológica. Debemos analizar el primer concepto del par
de palabras que conforman el concepto de «ley natural», es decir, el concepto de «ley»
según Santo Tomás. Respecto a la definición de «ley», Santo Tomás de Aquino dice:
“[…] se puede inferir la definición de la ley, la cual no es sino una ordenación de la
razón encaminada al bien común, promulgada por quien tiene el cuidado de la
comunidad.” (Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, q. 90, a. 4.).
Esta clásica definición de «ley» de Santo Tomás puede desglosarse de la siguiente
manera:

1. «ordenación de la razón»: para Santo Tomás la ley es una orden, una obligación.
La ordenación de la ley es una ordenación directa de la razón, y por provenir
justamente de la razón, ordena sólo aquello que es razonable. La ley es «razón
directiva de actos a un fin» (Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, q. 93, a. 3.).

2. «encaminada al bien común»: la ley no está hecha para beneficiar a una persona
ni a un determinado grupo, sino a toda la sociedad en su conjunto. El bien
común es el fin social de la ley. El bien común expresa la finalidad de toda
sociedad (Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, q. 60, a. 3, ad 2.).

3. «promulgada»: la ley no es una ordenación privada, sino pública; está hecha con
el fin de ser conocida y cumplida por todos los miembros de una determinada
sociedad (Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, q. 90, a. 4, ad 2.).

4. «por quien tiene el cuidado de la comunidad»: no cualquiera está cualificado


para dictar leyes, sino sólo una autoridad legítima y reconocida por la sociedad
como tal. El legislador será siempre un representante de la totalidad de la
sociedad (Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, q. 90, a. 3, ad 2.).

La etimología de la palabra ley la refiere como «ligar» nuestras acciones a una


regla determinada. La ley surge de la necesidad de organizar y establecer acuerdos y
horizontes de justicia dentro de una sociedad. Por el hecho de ser seres sociales
necesitamos leyes que posibiliten la armonía por medio del goce de derechos y el
establecimiento de obligaciones en la relación con el otro. Esta definición de «ley» del
Doctor Angélico tiene validez para toda clase de leyes, incluida la ley civil.

Ahora, ya teniendo claro el concepto tomista de ley, es posible pasar a analizar


uno de los más importantes tipos de ley que trata Santo Tomás: la «ley eterna». Santo
Tomás toma como inspiración el concepto de ley eterna de San Agustín y, además, le
agrega un sentido más particular al hablar de la providencia de Dios, es decir, el orden
particular de cada cosa creada. Mientras que la ley eterna es una expresión genérica del
orden con el que Dios crea las cosas, la providencia es una expresión más particular que
hace referencia al ordenamiento racional implícito de cada ser. Entonces, la ley eterna
se refiere al gobierno divino de toda la creación, en especial, de la criatura racional
humana. Por eso, para el Doctor Angélico toda regla de la razón humana deriva de la
«ley eterna», de la cual se desprenden todas las demás leyes que han de seguirse. De tal
modo que la ley eterna es el fundamento moral de toda ley (Cfr. Santo Tomás, Suma
Teológica, I-II, q. 93, a. 6.). La ley eterna es la misma razón divina por la que Dios
gobierna el mundo por medio de la racionalidad intrínseca puesta por Él en su creación.
Es así como Santo Tomás lo dice:

“Ahora bien, Dios es creador de todas las cosas por su sabiduría, y respecto de esas
cosas guarda una relación semejante a la del artífice respecto de sus artefactos […]. Él
es además quien gobierna todos los actos y movimientos de cada una de las creaturas
[…]. Por consiguiente, la razón de la sabiduría divina […] tiene naturaleza de ley en
cuanto mueve todas esas cosas a sus propios fines. Y según esto, la ley eterna no es otra
cosa que la razón de la sabiduría divina en cuanto principio directivo de todo acto y todo
movimiento.” (Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, q. 93, a. 1.).

La sabiduría divina ordena todas las cosas hacia sus respectivos fines, tal es la
definición de ley eterna: «la razón de la sabiduría divina en cuanto principio directivo de
todo acto y todo movimiento». (Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, q. 93, a. 1.). Así, la
ley eterna se conecta con la providencia divina, de la cual es su principio, pues la
providencia designa la ejecución de la ley de la sabiduría divina en cada criatura. En el
caso del ser humano, la razón percibe de manera espontánea y necesaria, o sea, natural,
los fines de esa voluntad y sabiduría divina, y, por tanto, se inclina, también de manera
natural, hacia los preceptos de la sabiduría de Dios. Dios lo dirige todo hacia Él mismo,
Fin Primero y Último, Bueno y Perfecto de todo cuanto existe.

A partir de este breve análisis de los conceptos de «ley» y «ley eterna» en la obra
tomista, podemos pasar ahora a analizar el concepto de «ley natural». Santo Tomás, con
una marcada influencia aristotélica, sostiene que el bien es naturalmente querido por el
hombre: «todo agente obra por un fin, y el fin tiene razón de bien». (Santo Tomás,
Suma Teológica, I-II, q. 94, a. 2.). De ahí que “el primer principio de la razón práctica
es el que se funda sobre la noción de bien, y se formula así: «el bien es lo que todos
apetecen»” (Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, q. 94, a. 2.). Por lo cual: “[…] el
primer precepto de la ley es éste: «El bien ha de hacerse y buscarse; el mal ha de
evitarse». Y sobre éste se fundan todos los demás preceptos de la ley natural, de suerte
que cuanto se ha de hacer o evitar caerá bajo los preceptos de esta ley en la medida en
que la razón práctica lo capte naturalmente como bien humano.” (Santo Tomás, Suma
Teológica, I-II, q. 94, a. 2.). El primer principio de la ley natural podría enunciarse así:
hacer el bien y evitar el mal. Y, a partir de este principio, la razón humana descubre,
desarrolla y enuncia todos los demás preceptos morales. De esta manera, el Doctor
Angélico concluye: “Y así, los preceptos de la ley natural, considerados en sí mismos,
son muchos, pero todos ellos coinciden en la misma raíz.” (Santo Tomás, Suma
Teológica, I-II, q. 94, a. 2.).

Ahora, Santo Tomás engloba los preceptos primarios de la razón práctica en lo


que podemos considerar tres órdenes de «inclinaciones naturales»; son, por decirlo de
otra forma, los tres órdenes generalísimos de la ley natural, que a su vez se desprenden
del primer precepto de la ley natural que manda hacer el bien y evitar el mal. Entonces,
además de la inclinación radical al bien, Santo Tomás establece tres ámbitos de
inclinaciones naturales dictados por la razón: la inclinación a la conservación del ser, la
inclinación a la conservación de la especie o inclinación sexual y la inclinación a buscar
la verdad acerca de Dios y a vivir en sociedad (Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, I-II,
q. 94, a. 2.). Es así como estas inclinaciones son la base que configura las virtudes de la
vida social.

La ley natural se deriva de la ley eterna, de lo que Santo Tomás da la siguiente


explicación y definición:

“Por tanto, como todas las cosas que se encuentran sometidas a la divina providencia
están reguladas y medidas por la ley eterna […], es manifiesto que participan en cierto
modo de la ley eterna, a saber, en la medida en que, bajo la impronta de esta ley, se ven
impulsadas a sus actos y fines propios. Por otra parte, la criatura racional se encuentra
sometida a la divina providencia de una manera muy superior a las demás […]. Por lo
mismo, hay también en ella una participación de la razón eterna en virtud de la cual se
encuentra naturalmente inclinada a los actos y fines debidos. Y esta participación de la
ley eterna en la creatura racional es lo que se llama ley natural.” (Santo Tomás, Suma
Teológica, I-II, q. 91, a. 2.)

La ley natural es «la participación de la ley eterna en la creatura racional» (Santo


Tomás, Suma Teológica, I-II, q. 91, a. 2.). Por lo tanto, si la ley eterna es la misma
inteligencia divina, la ley natural es una participación de la sabiduría de Dios y tiene el
fin de llevar a la existencia humana ultimadamente a Él, Sumo y Último Bien de todos.
El plan del Creador está en la naturaleza misma de las creaturas racionales.
Como refiere la Comisión Teológica Internacional:

“El creador no es solamente el principio de las creaturas, sino también su fin


trascendente hacia el que tienden por naturaleza. También las creaturas están animadas
por un dinamismo que les lleva a realizarse, cada una a su manera, en la unión con Dios.
[…] La ley natural de define entonces como una participación de la ley eterna. Está
medida, en un sentido, por las inclinaciones de la naturaleza, expresiones de la sabiduría
creadora, y, en otro sentido, por la luz de la razón humana que las interpreta y que es,
ella misma, una participación creada de la luz de la inteligencia divina.” (Comisión
Teológica Internacional, 2009, n.63).

Finalmente, con la intención de completar este breve, pero completo recorrido


sobre los fundamentos ontológicos y filosóficos de la ley natural tomista, hemos de
mencionar dos de sus aspectos específicos más fundamentales: su universalidad e
inmutabilidad. Para ello, será provechosa la reflexión de la Iglesia católica por medio
del Papa Juan Pablo II en su encíclica Veritatis splendor.

Universalidad de la ley natural:

“La ley natural implica la universalidad. En cuanto inscrita en la naturaleza racional de


la persona, se impone a todo ser dotado de razón y que vive en la historia. […] en la
medida en que expresa la dignidad de la persona humana y pone la base de sus derechos
y deberes fundamentales, la ley natural es universal en sus preceptos, y su autoridad se
extiende a todos los hombres.” (Juan Pablo II, Encíclica Veritatis splendor, n. 51).

La universalidad de la ley natural se fundamenta en la idea de que la única manera


de reconocer y fundamentar la dignidad humana es por medio de una base moral sólida
y aplicable a todos por igual, sin excepción. Es el esfuerzo por reconocer la existencia
de valores morales absolutos, aplicables para todos, a través de todos los tiempos y
todas las culturas. Como dice el Papa Juan Pablo II: “Esta universalidad no prescinde de
la singularidad de los seres humanos, ni se opone a la unicidad y a la irrepetibilidad de
cada persona; al contrario, abarca básicamente cada uno de sus actos libres, que deben
demostrar la universalidad del verdadero bien.” (Juan Pablo II, Encíclica Veritatis
splendor, n. 51).

Inmutabilidad de la ley natural:

“No se puede negar que el hombre existe siempre en una cultura concreta, pero tampoco
se puede negar que el hombre no se agota en esta misma cultura. Por otra parte, el
progreso mismo de las culturas demuestra que en el hombre existe algo que las
transciende. Este algo es precisamente la naturaleza del hombre […]. (Juan Pablo II,
Encíclica Veritatis splendor, n. 53).

Según la filosofía clásica tomista, existen cosas que no cambian, ya que tienen un
fundamento último y permanente ante el poder del cambio. En este caso, siendo la ley
natural procedente de la ley eterna, su fundamento último es Dios en su Inteligencia
divina y Voluntad creadora; y Dios, desde la eternidad, es el mismo ayer, hoy y
siempre. (Cfr. Juan Pablo II, Encíclica Veritatis splendor, n. 51).

§2. Las «leyes de naturaleza» en el pensamiento de Thomas Hobbes.

Una de las tesis básicas y más populares de la filosofía hobbesiana es que en el


«estado de naturaleza», los individuos estaban obligados a competir entre sí por la
búsqueda de su supervivencia, lo cual los llevaba a desarrollar un sentimiento de
desconfianza entre sí. Por tanto, este «estado de naturaleza» era de conflicto
permanente; es decir, de guerra. La igualdad de capacidades entre los hombres, según
Hobbes, es la causa de que éstos lleguen a enfrentarse, pues cada uno aprecia para sí las
mismas posibilidades de éxito en la obtención de un mismo bien deseado. Pero dado
que en diferentes circunstancias dos o más individuos pueden desear lo mismo, mas no
tenerlo simultáneamente, sucede que se convierten en enemigos:

De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a


la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la
misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutar la ambos, se vuelven enemigos, y en el
camino que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación y a veces su
delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o so juzgarse uno a otro. (Hobbes, 2005, p.
101)

Bajo las condiciones críticas del «estado de naturaleza» planteado por Hobbes, es
natural imaginar que los primeros hombres y mujeres vivieran en una situación de
miedo. Tales motivos fueron los que llevaron al fin del «estado de naturaleza» y a la
búsqueda de la autoconservación por medio de un nuevo modelo de organización
política en donde los individuos transfiriesen su derecho natural a una nueva autoridad
política. Dice Hobbes:

La causa final, fin o designio de los hombres (que naturalmente aman la libertad y el
dominio sobre los demás) al introducir esta restricción sobre sí mismos (en la que los
vemos vivir formando Estados) es el cuidado de su propia conservación y, por
añadidura, el logro de una vida más armónica; es decir, el deseo de abandonar esa
miserable condición de guerra que, tal como hemos manifestado, es consecuencia
necesaria de las pasiones naturales de los hombres, cuando no existe poder visible que
los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a la realización de sus pactos y a la
observancia de las leyes de naturaleza […]. (Hobbes, 2005, p. 137)

Hobbes pensaba que la protección efectiva de la seguridad de una colectividad


exigía que los miembros que la conformaban cedieran su fuerza y poder a otro agente.
De esta manera, el Estado surge como resultado del acuerdo mutuo entre los miembros
de una colectividad, con el objetivo asegurar y preservar la vida y el derecho a la
propiedad privada:

Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello en una
y la misma persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás, en forma tal
como si cada uno dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de
hombres mi derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que vosotros
transferiréis a él vuestro derecho, y autorizareis todos sus actos de la misma manera.
Hecho esto, la multitud así unida en una persona se denomina ESTADO, en latín,
CIVITAS. […] Porque en virtud de esta autoridad que se le confiere por cada hombre
particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por el terror que
inspira es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio
país, y para la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero. Y en ello consiste la
esencia del Estado, que podemos definir así: una persona de cuyos actos una gran
multitud, por pactos mutuos, realizados entre sí, ha sido instituida por cada uno como
autor, al objeto de que pueda utilizar la fortaleza y medios de todos, como lo juzgue
oportuno, para asegurar la paz y defensa común. El titular de esta persona se denomina
SOBERANO, Y se dice que tiene poder soberano; cada uno de los que le rodean es
SÚBDITO suyo. (Hobbes, 2005, p. 141).

Dados, pues, los impulsos y las acciones destructoras a las que por naturaleza y
voluntad somos proclives, este sometimiento hacia la autoridad soberana es un acto
racional, debido a que significa el establecimiento de un orden sin el cual no sería
posible alcanzar la paz y la seguridad. Y es en este contexto en donde se establecen para
Hobbes las «leyes de naturaleza», que no son más que la «racionalización del egoísmo»;
es decir, las normas que permiten satisfacer el instinto de autoconservación:

Ley de naturaleza (lex naturalis) es un precepto o norma general, establecida por la


razón, en virtud de la cual se prohíbe a un hombre hacer lo que puede destruir su vida o
privarle de los medios de conservarla; o bien, omitir aquello mediante lo cual piensa que
pueda quedar su vida mejor preservada. (Hobbes, 2005, p. 106).
En el Leviatán Hobbes enumera un total de diecinueve leyes de naturaleza, pero
nosotros nos centraremos sólo en las tres primeras, que son las principales; y que son la
fuente a partir de la cual se derivan todas las demás.

El primer precepto o regla general de la razón establece que: “cada hombre debe
esforzarse por la paz, mientras tiene la esperanza de lograrla; y cuando no puede
obtenerla, debe buscar y utilizar todas las ayudas y ventajas de la guerra.” (Hobbes,
2005, p. 107). El segundo precepto de la ley natural prescribe “que uno acceda, si los
demás consienten también, y mientras se considere necesario para la paz y defensa de
sí mismo, a renunciar este derecho a todas las cosas y a satisfacerse con la misma
libertad, frente a los demás hombres, que les sea concedida a los demás con respecto a
él mismo.” (Hobbes, 2005, p. 107). La tercera ley natural manda, una vez que se ha
renunciado al derecho de hacer todo, “que los hombres cumplan los pactos que han
celebrado.” (Hobbes, 2005, p. 118). Del cumplimiento o incumplimiento de esta tercera
ley de naturaleza, nace para Hobbes la justicia y la injusticia:

En esta ley de naturaleza consiste la fuente y origen de la JUSTICIA. En efecto, donde


no ha existido un pacto, no se ha transferido ningún derecho, y todos los hombres tienen
derecho a todas las cosas: por tanto, ninguna acción puede ser injusta. Pero cuando se ha
hecho un pacto, romperlo es injusto. La definición de INJUSTICIA no es otra sino ésta:
el incumplimiento de un pacto. (Hobbes, 2005, p. 118).

Es así como podemos concluir que, para Hobbes, la ley natural viene de la razón; es un
principio racional que tiene como función primordial la preservación de la vida. Esta es
una forma muy sutil de negar el derecho divino, pues, como sabemos, para el filósofo
inglés la naturaleza no tiene una finalidad, un sentido teleológico, sino que simplemente
funciona de manera regular, tal como lo habían demostrado los descubrimientos
científicos de la modernidad, de los que Hobbes era un gran admirador y conocedor.
Conclusión

Es interesante notar cómo para Hobbes el derecho natural tiene que ver con la
potencia; es decir, con lo que puedo hacer en una determinada circunstancia. En efecto,
las leyes de naturaleza son para Hobbes formas declarativas de lo que podemos
justamente llamar un «egoísmo racional», ya que, a diferencia de otras concepciones
filosóficas del hombre como la que encontramos en la ética aristotélica, en Hobbes las
expectativas acerca de la bondad natural del ser humano no son para nada idealistas,
sino que el filósofo inglés parte de la base de que, por naturaleza, el ser humano siempre
va a buscar primero, ante todo, su propio beneficio. En otras palabras, Hobbes no hace
filosofía en términos del deber ser, sino en términos del ser; y a partir de ahí, del ser que
somos, es desde donde va a buscar elaborar su propia teoría del Estado: su filosofía civil
o política al modo geométrico.

Frente a la concepción hobbesiana de las leyes de naturaleza, la concepción


tomista de la ley natural se antoja un poco rígida ‘frente a’ y hasta enajenada de las
realidades pragmáticas con las que el ser humano tiene que lidiar en su convivencia con
los otros. Parece ser que la experiencia histórica que tenemos del ser humano nos ha
demostrado que más ser regidos en última instancia por una ley eterna, una ley natural,
somos regidos, ni siquiera por un egoísmo racional, sino por un egoísmo irracional.

Bibliografía:

Benedicto XVI (2007). Discurso del 12 de febrero de 2007 al Congreso internacional


sobre la ley moral natural organizado por la Pontificia Universidad Lateranense: AAS
99. Roma.

Comisión Teológica Internacional (2009). En búsqueda de una ética universal: una


nueva mirada sobre la ley natural. Roma.

Hobbes, T. (2005). Leviatán. Buenos Aires: FCE.

Juan Pablo II (1993). Encíclica Veritatis splendor. Roma.

Santo Tomás de Aquino (1993). Suma Teológica, I-II. Madrid: Biblioteca de Autores
Cristianos.

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