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Pinocho redescubierto

Tengo un plan de lectura cronológico. Un plan implacable que a veces puede resultar pesado,
aunque en general disfruto mucho la experiencia de la lectura. Ya devoré lo que he conseguido de
literatura mesopotámica, pero no he terminado con los textos históricos. En este plan tiene una
grieta por donde irrumpen obras de literatura moderna, y en este sentido Pinocho es la primera
“anomalía en el tiempo”. Me dejaré llevar, pues.

Siento un cariño especial hacia este libro, el segundo que leí completo, cuando tenía yo unos ocho
años. Me di cuenta de que la obra escrita es diferente a la versión de Walt Disney, y tal vez eso fue
lo que me impulsó a continuar con su lectura. Ayer acabé de leer la traducción de Antonio Colinas
(cedida a Austral por Ediciones Siruela) y entiendo de nuevo por qué tiene un sitio importante
dentro de mi formación literaria.

El mensaje es claro por sí mismo, sin necesidad de recurrir a la falsa afiliación masónica de su autor,
Carlo Lorenzini, mejor conocido como Carlo Collodi (1826-1890): la persona que no se rige por una
conducta ética no merece ser considerada un ser humano de verdad, sino una marioneta. En el
desarrollo de la trama se perciben cambios en el personaje, desde la rebeldía absoluta hasta una
ética realmente interiorizada, pasando por la fragilidad de una conducta “correcta” pero sin
verdadera convicción. Esa transformación no es lineal: tiene avances y retrocesos. Es como leer las
constantes fallas del pueblo elegido, creado a partir de una esencia maravillosa, que ha recibido la
Ley de su padre amoroso y sin embargo la infringe una y otra vez.

Esta obra tiene algunos referentes que en la versión más conocida, la cinematográfica de Disney, se
han perdido. El primer aspecto que se extraña es la vestimenta del protagonista, pues esta
corresponde al teatro de títeres, espectáculo que gozaba de popularidad en el momento de la
primera publicación entre 1822 y 1823, ilustrada por Enrico Mazzanti (1850-1910). Pinocho
prácticamente es un nuevo personaje del teatro de marionetas, a quien Arlequín reconoce de
inmediato, le da la bienvenida y hasta le salva la vida.

Pero la idea se remonta aún más lejos en el tiempo: los personajes de ese espectáculo tienen su
origen en la Commedia Dellarte, cuyos actores improvisaban en gran medida a partir de ciertas
líneas generales de un argumento. A personajes tipo como Arlechino (el campesino pobre pero
galán que se desempeña como sirviente de ciudad), Pedrolino (sirviente desafortunado en amores,
por lo tanto triste) y Colombina (una de las contrapartes femeninas) se suma un nuevo tipo: el chico
impulsivo, desconsiderado y desobediente, capaz de vender el tesoro de su educación a cambio de
una satisfacción inmediata, cayendo en falta incluso cuando sus intenciones son buenas. Pero
Pinocho no tiene mal corazón, sino que hace falta instruirlo. En este libro la formación académica
es importante, pero lo primordial es una educación en valores como el amor al trabajo, la devoción
a los padres, la compasión y la sinceridad.

En contraste, la degradación moral del personaje va aún más lejos: una cosa es ser marioneta, pero
aquel que insiste en hacer de los placeres la única razón de vivir se convierte en un asno, símbolo
por excelencia de la ignorancia y la esclavitud. Para nosotros, citadinos del siglo XXI, este animal no
tiene la misma fuerza simbólica que tenía para quienes vivían en contacto con la vida del campo,
pero sigue siendo una metáfora muy efectiva. Collodi no envía a Pinocchio como animal de carga,
sino como parte de un circo para divertir a otros, a manos de un amo cruel que lo golpea y termina
por desecharlo en cuanto se lastima las patas. Es en este paralelismo con El asno de oro, de Apuleyo,
donde la masonería ha querido ver significados esotéricos, pues el personaje romano recupera su
forma humana gracias a Isis, diosa relacionada con la iniciación mistérica.

Tanto el Pinocho de Collodi como el Lucio de Apuleyo, convertidos en asnos, se sumergen en lo peor
del mundo, aunque la narración de Collodi va dirigida a un público principalmente infantil, por lo
cual no podía tener los mismos elementos que El asno de oro.

Hay otro aspecto de fácil relación literaria y simbólica: Pinocchio es engullido por el terrible Tiburón
(capítulo 34), así como el Jonás bíblico es tragado por el Gran Pez En el cristianismo primitivo sacar
al pez del agua representaba sacar al hombre de las tinieblas de la muerte (la muerte del alma, el
pecado). Para la antigua cultura hebrea, como para otras culturas semíticas, el mar representa el
caos primigenio, las fuerzas hostiles de la naturaleza. La Tiamat combatida por Marduk en el Enuma
Elish es también el lugar se halla Leviatán en Is 27, 1. Estar en el interior de un ser que habita el mar
es hallarse en la oscuridad total. Al igual que Jonás, Pinocho saldrá renovado del vientre del pez para
dar su mensaje, pues es luego de este dramático episodio cuando el niño de madera valora a su
padre y comienza a procurarlo y a trabajar gustosamente para mantenerlo.

Podríamos decir que Pinocchio tiene tres muertes metafóricas: la primera cuando los asesinos lo
cuelgan del árbol (el lector sabe todo el tiempo que se trata del Gato y la Zorra, que antes lo habían
engañado); la segunda, cuando los peces devoran su carne de asno y la tercera cuando es devorado
por el gran tiburón. Es cierto que en otros pasajes peligra su vida, pero sólo en estos se puede decir
de manera acertada que “muere”, si es que un muñeco de madera puede morir.

Por último, la niña pálida que al inicio aparece sólo como un fantasma, resulta ser el Hada de los
Cabellos Turquesa. Ya se ha hablado en otros lugares acerca de que Collodi inicialmente había
“terminado” la historia con Pinocho colgado del árbol, y es una fortuna que haya decidido dar estos
giros dramáticos para poder extenderla. También aquí, si necesidad de ponernos misteriosos, es
evidente que el Hada desempeña un papel como el de la Beatriz de Dante y la Dama del Lago de
Arturo. Salvando las diferencias, el Hada es inspiración, consejo y amparo.

No es necesario, repito, buscar influencias directas ni biografías secretas: como periodista e italiano
de su tiempo, seguramente Collodi conocía el teatro de marionetas, la Biblia, la literatura latina
clásica... El mismo nombre del titiritero Mangiafoco debió ser común en personajes temibles, primo
del nombre del matón Buttafuoco , en el cuento de Bocaccio (Jornada segunda, cuarta novela), que
Disney cambió por el volcánico Strómboli. Collodi le habla, pues, a la gente de su época y para ello
usa referentes conocidos por sus destinatarios.

Me dio un enorme gusto saber que Pinocchio tiene en Italia monumentos y un parque temático, así
como su infaltable página web oficial. Qué alegría saber que a pesar de la máquina Disney (y en
parte gracias a ella, paradójicamente), habita en el corazón de la gente y le quedan muchos años de
vida. Pienso que este libro sí se merece un lugar junto a los clásicos “para gente grande”, sin que su
objetivo moralizante suponga ningún tipo de menoscabo. Al contrario: junto con Sin familia, del
francés Héctor Mallot, es una de mis favoritas novelas de formación. ¡Gracias, Carlo! ¡Suerte,
Pinocho!

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