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LA TRAVIATA.

LADAMA DE LAS CAMELIAS.


Novela de

ltos Ó9uc» (fijo.)


"*º VQD4.

POR

D. f. f. Garrasco.

3.°
EDICION FECIDNIICA.

—pe=—

BARCELONA.
mºmeNTA nie n. Estrvill,
calle del Conde del Asalto n.0 65.
Es propiedad del editor.
LADAMA DE LAS CAMELIAS

I.

1 opinion es que no se deben crear per


sonoges hasta despues de haber estu
diado mucho á los hombres; como no
se puede hablar un idioma si no es sa
iéndolo bien.
Careciendo, pues, de la edad en que se inven
ta, me limito á narrar; y empiezo por suplicar
al lector que crea en la verdad de esta historia,
cuyos personages viven aun á escepcion de la
heroina.
Además, ecsisten en Paris muchos testigos de
la mayor parte de los hechos que voy á referir y
que podran confirmarlos en caso necesario.
Por una circunstancia particular, yosolo puedo
escribirlos, por haber sido el único confidente de
los últimos detalles, sin los cuales habria sido im
posible formar una narracion completa é intere
sante.
- 1 -

Veamos como llegaron á minoticia estos detalles.


El dia 12 de marzo de 1847 ví en la calle Laf
fite, un gran cartel amarillo , anunciando una
subasta de muebles y ricos objetos. Esta subasta
tenia lugar porfallecimiento del dueño; y debia
efectuarse en la calle de Antin, núm. 19. el dia
16 de doce á cinco de la tarde.
El anuncio decia además que podria visitarse la
habitacion los dias 13 y 14.
"Yo he sido siempre muy aficionado á las curio
sidades y me propuse no desperdiciar esta ocasion
de ver, ya que no de comprar, algunas. La ma
ñana siguiente me dirigí á la calle de Antin, nú
mero 1).
Era muy temprano y sin embargo encontré ya
en las habitaciones muchos caballeros y aun se
ñoras, bien que vestidas con terciopelo, cubiertas
con cachemiras y que habian dejado á la puerta
sus elegantes carruages. Aquellas señoras mira
ban con asombro, casi con admiracion , el lujo
que se desplegaba á su vista.
Mlas tarde comprendí esta admiracion; porque
habiéndome dedicado á inspeccionar el local, co
nocí que me hallaba en el aposento de una entre
tenida.
Si hay algo en el mundo que las grandes se
ñoras de Paris deseen ver, son las interioridades
de esas mugeres, cuyos trenes se cruzan diaria
mente conlos suyos, que como ellas tienen palco
en la Gran Opera, y en la Opera Italiana, y que
hacen alarde de la insolente opulencia de su be
lleza, de sus joyas y de sus escándalos.
– 5—
Como la dueña de los aposentos que inspeccioná
bamos habia fallecido, las mugeres mas virtuosas
podian penetrar en su alcoba, porque la muerte
habia purificado el aire que se respiraba en aque
lla espléndida cloaca.
Además podian alegar la escusa, en caso ne
cesario que acudian á una almoneda , sin saber
á quien pertenecian los objetos que iban á ven
derse.
Habian leido el anuncio y venian á elegir al
gunos objetos; cosa muy natural , tanto mas
cuanto que no les impedia procurar de inquirir
en medio de todas aquellas maravillas, las huellas
de esta vida de cortesana, de la que tenian noti
cias tan novelescas y várias.
Desgraciadamente los misterios habian muerto
con la diosa, y á pesar de su buena voluntad,
aquellas señoras no sorprendieron otra cosa que
lo que estaba de venta.
El mueblage era soberbio: los habia de made
ra de rosa y de Buole, jarros de Sevres y de Chi
na, estatuitas de Sajonia; saten, terciopelos, en
cajes: nada faltaba.
Paseando maquinalmente por el aposento, se
guí á las nobles curiosas que me habian tomado
la delantera y entré con ellas en una habitacion
colgada de telas de Persia.
Pero aquellas damas retrocedieron al punto
sonriendo y como si se avergonzaran de haber
dado aquel paso.
Yo por el contrario, deseaba vivamente penetrar
en aquel aposënto, que era el tocador, revestido
— 6 -
con sus mas minuciosos detalles y en los cuales pa
recia haberse desarrollado hasta su mas alto gra
do• la prodigalidad de la difunta.
Yo que no me asustaba á la vista del tocador de
una entretenida , me divertí ecsaminando cada
uno de aquellos magníficos útiles que llevaban ini
ciales y coronas diferentes entre sí.
Cada uno de aquellos obgetos me presentaba á
la vista la prostitucion de la joven, y me di je á
mí mismo que Dios habia sido misericordioso para
con ella puesto que no la •permitió llegar á la es-
piacion natural y ordinaria, dejándola espirar con
su lujo y su hermosura, antes que la sorprendie
se la vejez ; esa primera muerte de las corte
sanas.
Poco á poco se fueron marchando todos los cu
riosos hasta que quede solo con un guardian que
iíesele la puerta observaba atentamente si me
apoderaba de ahuna cosa. Entonces me acerqué
h aquel hombre, á quien tanta inquietud causaba
mi curiosidad, y le dije :
— Podeis decirme eí nombre de la muger que
vivia aqui?
— Margarita Gautier.
Yo conocia á esta joven de nombre y de vista.
—Cómo ¡-esclamé sorprendido :-Margarita Gau-
tier ha muerto?...
—Si señor.
—Y cuando ?
—Hace tres semanas.
—Y porqué dejan que entren en gus aposentos ?
—Porque ios acreedores creen que de esta ma
nera se aumentará el producto de la venta.
—Luego tenia deudas?...
—Si señor : muchas.
—Pero el importe de los muebles las cubrirá
con esceso !...
—Ya lo creo!...
—Y en quién recaerá el sobrante ?.
—En su familia.
—Luego tiene parientes?...
r• Asi parece.
—Gracias.
El guardian me saludó y salí de la casa.
—Pobre niña!-reflecsionaba yo al dirigirme á la
mia :-ha debido morir muy tristemente porque
en su círculo, solo se tiene amigos á condicion de
gozar buena salud.
Y á mi pesar me conmovió la muerte de Mar
garita Gautier.
n.

La almoneda debia tener lugar el dia diez y


seis. ....
Fuerza era dejar un dia de intérvalo, entre las
visitas de los curiosos y aquella para que los tapi
ceros tuvieran tiempo de desclavarlo y disponer
lo todo.
Por esta época acababa yo de regresar de un
viage y es muy natural que ignorase la muerte
de Margarita, aun cuando fuese uno de estos acon
tecimientos que todos los jovenes, se apresuraran
á comunicará los amigos.
Margarita era bella pero esos seres bacen tan
to ruido durante su vida, como poca causa su
muerte.
Son astros que sucumben como aparecen ; sin
brillo.
Su fallecimiento , si mueren jovenes es sabido
por todos sus amantes á la par, porque en Paris
acontecen que todos ellos son amigos y viven en
buena armonia.
–9—
Al dia siguiente ninguno pensaba en ella !
Yo me acordaba haberla visto con frecuen
cia en los Campos Elíseos, en cuyo paseo se pre
sentaba todos los dias en un lindo cupé azul, con
dos soberbios caballos bayos, chocándome en ella
su aspecto distinguido, cosa tan poco comun en
las mugeres de su clase; y cuya distincion con–
tribuia á dar realze á su belleza, realmente escep
cional.
Estas desgraciadas criaturas van acompañadas
siempre que salen, por alguna persona con quien
nada las liga , por que ningun hombre se atreve
á publicar las relaciones que con ellas mantienen
en SeCret0. -

Asi es que como la soledad las horroriza, lle


van consigo á aquellas que menos felices, carecen
de carruage; ó bien algunas de esas rancias cor
tesanas con pretensiones de elegancia y á las que
es permitido dirigirse sin temor cuando se desea
conocer alguna particularidad de la belleza que
acompañan. « .

Mas no sucedia lo propio con Margarita.


Llegaba á los Campos Elíseos, sola en su car
ruage, envuelta en una cachimira si era invierno;
ó con trage muy sencillo si verano, y desaparecia
al poco tiempo.
Cuando al pasar concedia un saludo á sus mu
chos amigos, aquella sonrisa era esclusivamente
para el favorecido: una duquesa no sonreiria de
Otro modo.
Margarita no se detenia en el paseo de los Cam
pos Elíseos: sus briosos caballos la conducian al
— 10 –
bosque , donde se apeaba, paseaba durante una
hora y regresaba á su morada al gran trote.
Al recordar todos estos detalles, que habia pre
senciado mas de una vez, me era imposible dejar
de sentir la muerte de aquella bellísima criatura.
Alta y delgada hasta la ecsageracion,poseia en
sumo grado el arte de disimular este olvido de la
naturaleza con el sencillo arreglo de las prendas
que vestia. La cachimira, cuyo estremo llegaba
al suelo, dejaba escapar por cada lado los anchos
volantes de un vestido de seda; y el manguito que
guarecia sus manos y apoyaba contra el pecho,
dejaba brotar una multitud de pliegos tan habil
mente combinados, que la mirada mas investiga
dora no encontraba nada que reprochar, por ec
sigente que fuese, en los contornos de las líneas.
Su cabeza-una maravilla-era obgeto de una
coqueteria porticalar.
Poned en un óvalo de indescriptible gracia, dos
ojos superados por cejas de tan limpia corvatura
que parecian dibujadas; velad esos ojos con gran
des pestañas, que cuando se bajaban,proyectaban
su sombra sobre la rosada tez de las megillas; tra
zad una nariz recta, fina, esperitual, con aletas
un tanto abiertas por una ardiente aspiracion há
cia la vida sensual; dibujad una boca regular,
cuyos labios se abren graciosamete sobre unos
dientes blancos como la leche; coloread la piel
con ese brillo aterciopelado del albaricoque que
ninguna mano ha tocado, y tendreis la semejanza
de aquella adorable cabeza. -

Los cabellos, negros como el azabache, forman


– 11 –
do ondas naturales se partian sobre la frente en
dos anchas bandas, perdiéndose en la parte poste
rior de la cabeza.
Margarita poseia su retrato, de admirable pa
recido, hecho por el marivilloso lápiz de Vidal, el
solo hombre cuyo talento fuera capaz de reprodu
cir sus facciones.
Despues de su fallecimiento he tenido á mi dis
posicion este retrato por espacio de algunos dias;
y me ha servido para dar algunos detalles, para
los que mi memoria era insuficiente.
Margarita asistia á todas las primeras repre
sentaciones y pasaba las noches en los teatros
ó los bailes. Cada vez que se egecutaba una pro
duccion nueva habia una seguridad de encon
trarla en el espectáculo, con tres cosas que nun
ca la abandonaban y que siempre ocupaban el
antepecho de su platea : los genelos, una bolsa
con dulces y un ramillete de camelias.
Durante veinte y cinco dias del mes, las came
lias eran blancas y los cinco restantes encarnadas.
Jamás se ha sabido la causa de esta variacion
de colores, cuyas circunstancia habian notado los
abonados á los teatros donde mas concurria y yo
entre ellos. -

Nunca se habian visto á Margarita otras flores


que camelias: asi es que en el establecimiento de
Mad. Borjon, su florista, habian concluido por lla
marla «la dama de las camelias.»
Yo sabia como todos los hombres que frecuen
tan ciertos círculos de Paris, que Margarita ha
bia sido la querida de los jóvenes mas elegantes,
— 12 –
que ello lo confesaba con la mayor franqueza y
que ellos mismos se vanagloriaban de haber alcan
zado su amor; cosa que probaba que amantes y
querida estaban contentos los unos de los otros.
Sin embargo hacía como tres años y despues
de haber hecho un viage á las aguas de Bagneres,
que solo vivia con un anciano duque estrangero,
enormemente rico, el cual habia procurado alejar
la de su vida pasada, cosa en que ella babia con
cluido por consentir con muy buena voluntad.
He aqui lo que he sabido sobre el particular:
La primavera del año 1842, Margarita estaba
tan débil y cambiada que los médicos la ordena
ron ir á tomar las aguas de Bagneres. Entre los
enfermos concurrentes se contaba la hija única de
este duque, la cual no solo se hallaba afectada de
la misma enfermedad de Margarita, sino que tam
bien tenia su mismo semblante hasta el estremo
de que muchos llegaron á creerlas hermanas.
Solo que la jóven duquesa estaba en el tercer
grado de tísis y falleció pocos dias despues de la
llegada de largarita á Bagneres.
El duque permaneció en Bagneres , como se
permanece sobre la tierra que acaba de tragarse
una parte del corazon ; y una mañana se encon
tró en el campofrente á frente con Margarita.
El desdichado creyó ver pasarla sombra de su
hija, dirijióse á ella la tomó las manos, la abra
zó y sin saber á quien hablaba, la suplicó que
le permitiese verla y amar en ella la imágen viva
de su hija muerta.
Margarita que estaba en Bagneres sola con su
— 13 -
doncella y que no tenia porqué temer compromiso
alguno, concedió al duque lo que solicitaba.
Hallábanse en las aguas gentes que conocían á
Margarita y corrieron oficiosamente á advertir
al duque sobre la verdadera posicion de la seño
rita Gautier.
Esto fué un golpe terrible para el anciano; por
que destruia la semejanza de aquella con su hi
ja pero era demasiado tarde !
Margarita habia llegado. á sor una necesidad
para su corazon y la sola escusa, el solo pretesto
que sedaba así mismo para continuar viviendo. '
Asi es que do la dirigió ninguna reconvencion,
pero la preguntó si se sentia capaz de mudar de vi
da, ofreciéndola , á trueque de este sacrificio,
cuantas compensaciones pudiera desear ; ella lo
prometió.
Preciso es decir que Margarita, naturaleza en
tusiasta, se hallaba enferma en esta época. El pa
sado se le aparecia como una de las principales
causas de su enfermedad y una especie de supers
ticion la hizo creer que Dios la conservaria la
belleza y la salud á trueque de su arrepenti
miento y su' conversion.
Efectivamente el cambio de aguas, los paseos,
el cansado natural que estos le producian y el
sueño , la habian casi restablecido á fines del
estio.
El duque acompañó á Margarita á Paris y con
tinuó visitándola como en Bagneres.
Estas relaciones, de las que se ignoraba el ver
dadero origen y la causa , produjeron una viva
– 14 –
sensacion, pues el duque, conocido por su in
mensa fortuna, se distiguió desde entonces por
su estremada prodigalidad.
Asi es que esta pura amistad del duque y Mar
garita, se calificó de libertinage, muy frecuente
por lo demás en los ancianos opulentos. El hecho
es, que se supo todo menos la verdad,
Los sentimientos paternales del duque hácia
Margarita, tenian una causa tan casta, que cual—
quiera otro pensamiento le habria parecido un
incesto: asi es que núnca la dirigió una palabra
que no hubiera podido oirla su misma hija.
Lejos de nosotros la idea de hacer de nuestra
heroina otra cosa de lo que realmente era !
Asi, pues, dirémos que interin permaneció en
Bagneres, la fué muy fácil cumplir la promesa
hecha al duque;y que la habia cumplido en efec
to; pero de regreso en Paris, le pareció á esta jó
ven, habituada á la vida desipada, á los bailes y
hasta las orgías, que su soledad, turbaba úni
camente con las visitas del duque, la haria morir
de fastidio ; y las abrasadoras ráfagas de su vida
de otros dias, pasaron á la vez por sobre su cabe
za y su corazon.
Agreguemos á esto que Margarita habia vuelto
de su viage mucho mas bella de lo que nunca lo
fuera, que tenia veínte años, y que la enferme—
dad, dormida pero no vencida, continuaba produ
ciéndola esos calenturientos deseos que son siem
pre el resultado de las afecciones de pecho.
El duque sufrió un gran dolor el dia que sus
amigos,–siempre en acecho para descubrir algun
— la —
escándalo pov parte cíe Margarita-fueron á decir
le y probarle que en las horas en que estaba se
gura de no verle, recibia algunas visitas y que
estas se prolongaban con frecuencia hasta la ma
ñana del otro dia.
El duque interrogó á Margarita, que le confesó
todo, aconsejándole lealmente que dejará de ocu
parse de ella , porque no se sentia con ánimo pa
ra cumplir sus promesas y no queria recibir por
mas tiempo los beneficion de un hombre al cual
engañaba.
Por espacio de algunos dias dejo el duque de
presentarse en casa de la joven; esto es cuan
to pudo hacer , pero el octavo , fué á suplicarla
que continuase admitiendo en su presencia , á
cambio de aceptarla él tal como fuese.
Solo pedia verla ; y aun cuando su conducta le
ocasionase la muerte, la prometió no hacerla nin
gun reproche.
En tal estado se hallaban los cosas tres meses
despues del regreso de Margarita ; es decir : en
noviembre de 1842.
III,

El dia 16 a la una, me trasladé á la calle de


Antin, número diez y nueve.
Desde la puerta. cochera se oia gritar al pre
gonero, que publicaba los objetos que se ven
dian.
La habitacion estaba llena de curiosos. Hallában
se allí todas las celebridades del mundo elegante.
ecsaminadas con disimulo por algunas grandes
señoras que habian tomado la venta como pretes-
to de su asistencia, para tener el derecho de ver
de cerca aquellas mugeres que en ninguna otra
ocasion podrian encontrar.
Esa concurrencia era estraordinaria y veianse
allí condeándose las marquesas, duquesas y prin
cesas con algunas compañeras de Margarita.
Reiase grandemente : los alguaciles publicaban
ávoz en grito; los compradores, sentados, procu
raban restablecer el silencio para terminar las
pujas y los ajustes.
Aquel espectáculo nVe entristeció. Ropas , ca
– 17 –
chemiras, joyas, todo se vendia con una rapidez
increible, pero nada de ello me convenia y es
peré.
De pronto oígritar.
—Un volúmen perfectamente encuadernado
dorado, con relieves, titulado Manon Lescaut.
Tiene algunas palabras escritas en la primera pá
gina: ¡ DIEZ FRANCos!
Hubo una pausa.
— Doce ! dijo una voz.
— Quince ! añadí.
Porqué?...Mo lo sé. Quizás porque tenia algu—
mas palabras escritas.
— Quince ! repitió el alguacil.
—Treinta! replicó el primerpostor, con acento
de desafio.
La puja se convertia en lucha.
—Treinta y cinco!grité con igual entonacion.
—Cuarenta.
— Cincuenta.
—Sesenta.
– Ciento! …" , , ,, -

Mi antogonista ó se dió por vencido, ó prefirió


abandonar un combate que solo habia servido
para hacer pagar aquel libro diez veces mas caro
de lo que valia, é inclinándose, me dijo con mu
cha cortesania, aunque un poco tarde á la verdad:
—Cedo, caballero.
El libro me fué adjudicado; y temiendo enca
pricharme con algun otro objeto, salí de la habi
tacion, dejando anotado mi nombre.
Una hora despues envié á buscarlo y sobre la
2
– 18 –
primera página leí efectivamente estas palabras
manuscritas con un elegante carácter de letra:

Manon humillada,
áMargarita.
A continuacion estaba firmado
Armando Duval.

Qué queria decir la palabra humillada? .


Reconocia Manon en Margarita, segun la opi—
nion de Armando Duval, una superioridad de
desenfreno ó de pasion ?...
Mas probable parecia la segunda interpretacion,
porque la primera no habria sido otra cosa que
una impertinente franqueza que Margarita no ha
bria aceptado.
Poco despues salí á dedicarme á mis asuntos
y no me ocupé del libro hasta la hora de acos
tarme.
Cierto que Manon Lescaut, es una dolorosa
historia, cada uno de cuyos detalles me es cono
cido y sin embargo cada vez que encuentro á
mano ese libro, la simpatia me impele á abrirlo
y sueño por sentésima vez con la heroina del abate
Prevost. Luego, la ecsistencia de esa heroina es
tan verdadera, que á veces me figuro haberla co
nocido.
En las circunstancias especiales en que me en
contraba, la especie de comparacion hecha entre
ellay Margarita, daba á mis ojos á aquella obraun
— 19 —
interes desconocido y mi indulgencia llegaba á
ser piedad, casi amor hácia la pobre jóven á quien
habia pertenecido aquel volúmen.
Es verdad que Manon, murió en un desierto,
pero en los brazos del hombre á quien amaba con
toda la energía de su alma; y ya cadáver, él
mismo cavó la fosa, que regaba con sus lágrimas
y la dió sepultura conservando el corazon; mien
tras que Margarita, pecadora como Manon y aca
so convertida como ella, habia espirado en medio
del lujo mas fastuoso, si puede darse crédito á lo
que habia presenciado; en el mismo lecho en don
de pasara sus noches; pero en el fondo de ese
desierto del corazon, mucho mas árido, vasto é
implacable que aquel donde fuera enterrada Ma
non. En efecto Margarita, segun supe por algunos
amigos impuestos en las últimas circunstancias
de su vida, no pudo ver sentarse á su cabecera
un solo consuelo, en el espacio de dos meses que
duró su lenta y dolorosa agonía.
Dos dias despues se habia terminado la almo
neda de los muebles y demas objetos, producien
do ciento cincuenta mil francos.
Los acreedores se repartieron las dos terceras
partes y la familia, compuesta de una hermana
y una sobrina, heredó el resto.
Todos estos incidentes repetidos en París, esa
ciudad madre del escándalo, empezaban á olvi
darse y yo mismo me veia sometido á la condi
cion general, cuando un nuevo incidente me hizo
conocer toda la vida de Margarita, sembrada de
tan lastimosos detalles, que me asaltó el deseo de
escribirla.
Hacia tres ó cuatro dias que habia termina
do la almoneda, cuando una mañana llamaron á
mi puerta. Abrió el criado y me entró una tarje
ta diciéndome que la persona que se la habia
dado deseaba hablarme.
Miré la vitela y leí estas dos palabras: Arman
do Duval. -
– 21 —
Este era el mismo nombre que estaba escrito
en la primera hoja del volúmen de Manon Les–
Caul.
Qué podia querer de mí el hombre que habia
dado aquel libro á Margarita ?...
Para salir de dudas le hice entrar; y ví un jó
ven rubio, alto, pálido, vestido con un trage de
viaje que no debia haberse quitado hacia tres ó
cuatro.dias, á juzgarpor el polvo que lo cubria.
Mr. Duval muy conmovido, no hizo esfuerzo
alguno para ocultar su conmocion;y me dijo con
acento tembloroso y cubiertos los ojos de lágri
II).3S ·
–0s ruego caballero, que me disimuleis la
visita y el traje; pero ademas de que entre jóve—
nes estan de mas los cumplimientos, era tal mi
deseo de yeros luego, que ni aun me he apeado
en la fonda donde he enviado mis baules.
Supliqué á Mr. Duval que se sentase cerca del
fuego, lo que él hizo sacande un pañuelo, con el
que se cubrió el rostro un momento y añadió con
tristeza: " ,,

—Vos no podeis comprender lo que desea de


V0s un hombre desconocido, á esta hora, con se
mejante traje y llorando como veis—Vengo, ca
ballero,á pediros que me hagais un gran servicio.
—Hablad-repuse-estoy á vuestra disposicion.
Habeis asistido á la almoneda del mueblage
de Margarita Gautier?
Al pronunciar estas palabras, su emocion, que
habia dominadopor un instante triunfó de él y
se vió obligado á llevarse ambas manos á los ojos.
– 22 -
—Debo pareceros muy ridículo, -añadió-per
donadne y creed que nunca olvidaré la paciencia
con que teneis á bien escucharme.
–Caballero, -le dije-si el servicio que parece
puedo haceros debe calmar un tanto el pesar que
sentís, decid desde luego en que puedo seros útil;
y quedariais complacido.
El dolor de Mr. Duval, era simpático y aun á
pesar mio habria querido complacerle.
—Habeis comprado algo en la venta de los
muebles de Margarita ? me preguntó.
—Sí, señor, un libro.
” –Manon Lescaut?
–Precisamente.
—Lo teneis aun ?
—Está en mi despacho. . -

Estas palabras parecieron aliviará Mr. Duval


de un gran peso y medió las gracias como si hu
biera empezado ya á recibir el obsequio que de
mi esperaba. -

Entonces me llevanté, fuí por el libro y se lo


entregué.
—Este es; dijo, mirando la dedicatoria y ho
jeándolo; este es ! -

Y dos gruesas lágrimas cayeron en sus pá


gnaS.
–Pues bien, caballero —prosiguió levantando
la cabeza y sin cuidarse ya de ocultarme que
habia llorado y que estabá prócsimo á llorar:
apreciais en mucho éste libro?...
–Por qué, caballero?...
–Porque vengo á solicitar que me lo cedais.
— 23 —
—Perdonad mi curiosidad : ¿ sois vos el que lo
disteis á Margarita ?...
—Si!
—En este caso, lleváoslo : os pertenece y me
considero feliz al devolvéroslo.
—Esta bien.-repuso Mr. Duval, con cierto em-
barazo;-pero no llevareis á mal que os entregue
lo que os acostado.
—Dejaos de semejante bagatela : ademas lo he
olvidado.
—Pagasteis por él cien francos.
—Es verdad, -dije cortado á mi vez pero co
mo lo sabeis ?
— Esperaba estar en Paris antes que tuviese
efecto la almoneda ; pero no he llegado hasta hoy
por la mañana. Deseando poseher algun objeto
predilecto de ella, fui á la casa del vendedor, mi
ré la lista de los muebles y de los compradores; vi
que este volumen os habia sido adjudicado y me
decidí á rogaros, que me lo cedieseis, aunque la
cantidad que habeis pagado por él, me hizo creer
que mirariais como un recuerdo querido la po
sesion de este libro.
Al espresarse en estos términos Armando, de
jaba conocer su temor de que yo hubiera tenido
relaciones íntimas con Margarita; y me apresuré
á tranquilizarlo.
—Solo he conocido de vista á la señorita Gau-
tier,-le dije:- su muerte me ha causado la impre
sion que produce siempre en un joven el falleci
miento de una muger bonita, ala que veia algu
na que otra vez, con satisfaccion. ♦Deseé comprar
– 24 –
alguna cosa en la almoneda de sus muebles y me
encapriché con este volúmen, sin motivo alguno;
quizás por el placer de hacer rabiará un caballe
ro que se encarnizaba en adquirirlo y que pa—
recia retarme sobre su adquisicion. 0s repito que
este libro está á vuestra disposicion, para que lo
recibais de mí;... como yo lo he recibido del al
guacil y para que sea entre nosotros la prenda de
una amistad dilatada y de unas relaciones íntimas.
—Está bien, caballero;-contestó Armando ten
diéndome la mano y estrechando la mia;-acepto
y por ello os quedaré eternamente reconocido.
Sentíame aguijoneado por el deseo de interro
gará Armando sobre Margarita, por que la dedi
catoria del libro, su viaje y el afan de recuperar
aquel volúmen, tenian escitada mi curiosidad;
pèro temia que mis preguntas le hicieran creer
que habia rehusado su dinero solo por tener el
derecho de mezclarme en sus asuntos, , , , ,
... Cualquiera hubiera creido que Mr. Duval, adi
vinó mis pensamientos, porque me dijo:
—Habeis leido este libro?
—Todo.
–Qué habeis pensado sobre las líneas que en
él he escrito?... -

—He adivinado al punto que la pobre jóven á


quien lo regalásteis, no era á vuestros ojos una
mujer vulgar; pues no puedo creer que seme
jante dedicatoria fuese un cumplido venal.
—Teneis razon, caballero. Esajóvenera un
ángel: tomad;-añadió-leed esta carta.
Y me alargó un papel que, por lo ajado indica
ba haber sido leido muchas veces.
– 25 –
Ile aquí su contenido: -

«Mi querido Armando: he recibido vuestra


carta; seguís bueno y por ello doy gracias al
cielo. Si, amigo mio; estoy enferma y con una
de esas enfermedades que no perdonan; pero el
interés que por mí mostrais, disminuye en gran
parte mis sufrimientos. lndudablemente no viviré
el tiempo necesario para tener la dicha de estre
char la mano que ha escrito la bondadosa carta
que acabo de recibir y cuyas palabras me ha
brian curado , si algo en el mundo pudiera al
canzar mi curacion. Ya no volveré á veros, porque
estoy prócsima á morir y nos separan setecientas
leguas. Pobre amigo mio! Vuestra Margarita de
otras veces está muy cambiada y acaso vale mas
que no volvais á verla, que la veais tal como se
encuentra. Me preguntais si os perdomo: oh! con
todo mi corazon, porque el mal, que habeis que
rido hacerme no era mas que una prueba del
amor que me teniais. llace un mes que guardo
cama : y tengo en tanto vuestro aprecio que es—
cribo para vos el diario de mi vida, desde el mo
mento en que nos separamos hasta que no tenga
fuerzas para tomar la pluma.»
«Si es verdadero el interés que me mostrais,
id á vuestro regreso á casa de mi amiga Julia Du
prat, que os entregará ese diario. En él encon–
trareis la causa y la escusa de lo que entre nos—
otros ha mediado. Julia es muy buena para con—
migo: con mucha frecuencia hablamos de vos.
Estaba á milado cuando recibí vuestra carta y
hemos llorado juntas al leerla.»
– 26 –
«Para el caso de que no me hubierais escrito
estaba ella encargada de entregaros mi manus
crito á vuestro regreso del estranjero. Mo me lo
agradezcais. El inclinarme diariamente y con pre
dileccion al recuerdo de las únicas horas felices
de mi vida, me produce un inmenso bien , y así
como vos debeis encontrar en mi diario la escusa
de lo pasado, yo encuentro un alivio continuo.»
«Desearia dejaros algo que me recordase á vos
sin cesar, pero mis acreedores se han apoderado
de todo; nada me pertenece.»
«Comprendeis esto ?... Voy á morir y desde mi
alcoba oigo lospasos del guardian que han puesto
mis acreedores para que no se estraiga nada, ni
me quedase cosa alguna en el caso de restable
CºI"I.G.)

«Rh! Los hombres son implacables !... mas no;


me equivoco... Dios es justo é inflecsible.»
«Por lo tanto, amado mio, venid á la almoneda
y comprad algun objeto, por que si ocultase algo
para vos y se descubriera, serian capaces de
acusaros de sustraer objetos embargados.»
«Triste vida es la que voy á abandonar!»
«Cuan bueno seria Dios si me permitiera veros
antes de espirar b
«Mas segun todas las probabilidades, á Dios,
amigo mio; perdonadme si no soy mas estensa;
pero los que dicen que me curarán, me aniquilan
á sangrias y mi mano se niega á continuar escri
biendo.»
- «Margarita Gautier.»
efecto las últimas palabras apenas eran le
gibles.
–Quien creeria, -dijo Armando al recuperar la
carta-que ha sido escrita por una entretenida!
Y conmovido * sus recuerdos, contempló los
carácteres por algun tiempo y concluyó por be
sar el papel.
–Cuando pienso-añadió—que ha muerto sin
que yo la viera y que nunca la volveré á ver;
cuando pienso que ha hecho por mí mas que una
hermana, no puedo perdonarme el haberla deja
do morir asi..... Muerta! Muerta, pensando en
mí! Escribiendo y pronunciando mi nombre, po
bre y querida Margarita!...
Armando dió libre curso á su pensamiento y
á sus lágrimas; y despues me dijo, tendiéndome
la mano : -

–Se me creeria un uiño si me viesen lamen


tarde este modo esa muerte; pero es porque no
saben cuanto he hecho sufrir á esa mujer; cuan
cruel he sido y ella cuan bondadosa y resignada!
Yo creia que era mi deber perdonarla y hoy me
encuentro indigno del perdon que ella me conce
de.0h! Daria diez años de mi vida por poder llo
rar una hora humillado á sus piés.
Siempre ha sido difícil consolar de un dolor que
no se conoce; mas sin embargo me sentia tan do
minado por una viva simpatía y Mr. Duval me
hacia el confidente de sus pesares con tanta fran
queza, que creí que mis palabras no le serian in
diferentes; y le dije:
—Mo teneisparientes;... amigos?... Esperad,...
vedles:... ellos os consolarán, pues yo solo puedo
compadeceros. -
— 28 —
—Es verdad:-replicó levantándose y cruzando
el aposento á largos pasos-os molesto, os impor
tuno, perdonadme; no reflecsionaba que mi dolor
debe importaros muy poca cosa; y os aburro con
un asunto que no puede interesaros. .
—0s equivocais en cuanto al sentido de mis pa
labras: yo deploro miinsuficiencia para calmar
vuestro dolor. Si mi compañía y la de mis ami
gos puede distraeros, si me necesitais para algo,
quiero que conozcais todo el placer que tendré
en poderos seros, útil.
–Perdonad; el dolor ecsagera las sensaciones.
Permitidme que permanezca aquí algunos instan
tes mas; el tiempo necesario para enjugarme
los ojos, á fin de que los necios no miren como
una curiosidad rara á un jóven que llora. Aca—
bais de hacerme muy feliz dándome este li
nunca sabré, como pagares lo que os
eD0, , , , , , , , , , , ,
—Concediéndome alguna amistad y confiándo
me la causa de vuestros pesares. Hay cierto con–
suelo en comunicar aquello por qué se sufre.
—Teneis razon; pero tengo necesidad de llo
rar y solo os diria palabras sin hilacion. Algun
dia os confiaré esa historia y conocereis si lloro
conjusticia la muerte de Margarita. En el inte
rin-agregó volviendo á enjugarse los ojos y mi
rándose en el espejo-decidme que no me encon
trais demasiado necio y permitidme que pueda
Volver á visitaros. ," " "
Era tan dulce y bondadosa la mirada de aquel
jóven, que tuve intenciones de darle un abrazo.
=
– 2) –
Al mismo tiempo se le llenaron los ojos de lá
grimas que quiso ocultarme :
—Vamos, ánimo! le dije.
—Adios-contestó.
Y haciendo un esfuerzo inaudito para no llorar,
salió de la habitacion, casi corriendo. Yo fuí á la
ventana del aposento, levanté la cortinilla y le
ví subir á un cabriolé que esperaba á la puerta
de la calle; mas apenas estuvo dentro del car—
ruaje, se deshizo en llanto y se ocultó el rostro
con el pañuelo.
V.

Trascurrió mucho tiempo sin oir hablar de Ar—


mando, mas en cambio no sucedió lo propio en
cuanto á Margarita, pues he aquí el diálogo que
sostenia con cada uno de mis amigos:
—Habeis conocido una jóven llamada Margari
ta Gautier?
–La Dama de las Camelias?
—Precisamente.
—Mucho!
—Este mucho, iba acompañado alguna que otra
vez de cierta sonrisa que no dejaba duda alguna
sobre su significado. -

—Y bien, qué clase de mujer era ?...


—Una buena muchacha.
—Mada mas ?
—Con mucho talento y quizás mas corazon que
las otras.
—Mo sabeis ninguna particularidad sobre ella?
–Que arruiñó al barón de G...
—Y nada mas?
— 31 – -

—Que ha sido querida del viejo duque de...


—Realmente era su querida?
—Así lo dicen: al menos le daba mucho di
IGI"O.

Y siempre los mismos detalles generales; co


sa que no me satisfacia, pues deseaba saber
e
las relaciones de Margarita y Armando
Ul Val.
Cierto dia encontré uno de esos hombres, ami
gos íntimos de todas las mujeres notables y le hice
algunas preguntas sobre el particular.
-Habeis conocido á Margarita Gautier?
-Mucho.
-Qué clase de mujer era ?
—Bonita y buena. Su muerte me causó un
gran pesar. -

—Mo ha tenido un amante, llamado Armando


Duval? -

—Sí! Uno alto, rubio...


–Cierto !
–Es verdad.
--Quién es ese Armando ?
—Un muchacho que segun creo, se ha comido
con ella cuanto tenia, y que se vió obligado á de
jarla. Dicen que estuvo loco.
–Y ella?...
-Segun he oido le amaba bastante; pero como
aman esas mujeres, á quienes no debe ecsigírseles
lo que no pueden dar.
—Y qué es de Armando ?
—Lo ignoro: apenas le hemos conocido. Los
cinco ó seis meses que tuvo relaciones con Mar
– 32 –
garito, los pasaron en el campo; y cuando ella
regresó á París, él se habia marchado. -

—Y despues no habeis vuelto á verle?


—Munca.
Yo que tampoco le habia vuelto á ver, llegué
á preguntarme si cuando se presentó en mi casa,
no habria ecsagerado su amor y por lo tanto su
dolor, la reciente muerte de Margarita; á la que
probablemente habria olvidado ya, juntamente
con la promesa de volver á visitarme.
Esta suposicion habria sido casi verdadera res
pecto á otro, pero habia yo oido en la desespera
cion de Armando acentos tan llenos de sinceri
dad, que—pasando de un estremo á otro-me figu
ré que el pesar se habria trocado en enfermedad
y que la causa de no haber recibido noticias su
yas, consistiria en hallarse enfermo ó tal vez
muert).
Involuntariamente , y acaso por egoismo, me
interesaba aquel jóven : quizas habia yo entrevisto
bajo su dolor una dolorosa historia de amores.
Viendo que Mr. Duval no se presentaba en mi
casa decidí ir yo á la suya: el pretestocra fácil
de encontrar, pero no sucedia lo mismo en cuan
to á lasseñas de su habitacion, que nadie supo
darme. -

Corríá la calle de Antin confiado en que e


portero de Margarita, podria decirme lo que de
seaba y me encontré con portero nuevo; solo pu
de saber que Margarita habia sido enterrada en
el cementerio de Montmartre.
Estábamos en el mes de abril, hacia un tiem
– 33 –
po magnífico, los sepulcros no tenian ya ese as
pecto sombrio y desolado que les dá el invier
no; en fin, el sol calentaba ya lo bastante para
que los vivos se acordasen de los muertos y los
visitasen. -

—La sola impresion del sepulcro de Margari


ta-me dije-me revelará si ecsiste aun el dolor de
Armando y acaso me sirva para descubrirsu pa
radero. -

Entré pues en la habitacion del guardian y le


pregunté: aquel hombre hojeó el libro en que es
tán inscritos y numerados todos los que van á mo
rar en el último asilo y me respondió que en
efecto el 22 de febrero, á medio dia, habia sido
enterrada una mujer de aquel nombre.
Roguéle que me condujese á su sepultura, sir
viéndome de guia, pues en aquella ciudad de los
muertos, que tiene sus calles como las de los vi
vos; es indispensable un cicerone; y el guardian
llamó para que me acompañase á un mozo que
contestó á sus indicaciones :
—Ya sé; ya sé.
Y dirigiéndome la palabra añadió:
—Es muy fácil encontrar su sepulcro.
—Por qué? le pregunté.
—Porque está rodeado de flores muy diferen
tes de las de los demás.
—Sois vos el que os cuidais de eso?
-Si señor; y quisiera que todas las personas
tuvieran tanto cuidado de sus parientesmuertos,
como el jóven que me ha recomendado este se
pulcro. -

3
- 34 —
Poco despues se detuvo y dijo :
—Aquí es.
En efecto , presentóseme á la vista un cuadro
de flores , que nadie tomaria por una tumba , á
no ser una lápida de mármol en la que se veia
escrito el nombre de la joven. Esta lápida es
taba colocada recta y un enverjado de hierro
encerraba el espacio comprado para la sepul
tura: este terreno estaba cubierto de Camelias
blancas.
—Qué os parece esto ?-me preguntó el jardi
nero.
—Es muy lindo.
. —Tengo órden de renovar cada Camelia que
se marchita. ..
—Quién os ha dado la órden ?
—Un caballero joven que lloró mucho la pri
mera vez que vino : un antiguo amigo de la di
funta, sin duda, pues parece que la tal era una
entretenida. La habeis conocido vos?
—Si.
—Ya ! Cómo el otro !-replicó el jardinero con
una sonrisa maliciosa.
—No ! Nunca la he hablado :-le contesté.
—Y venís á verla en este sitio !... Es muy es-
traño : por que sus amigos no se acuerdan de ella
á juzgar por las visitas que la hacen.
—Luego nadie ha venido ?
—Nadie masque ese joven, que estuvo una vez.
—Nada mas?
—Nada mas.
—Y no ha vuelto despues ?
– 35 –
—Mo: pero volverá cuando esté de regreso en
París.
—sº
—Sí!
está de viaje ?
–Sabeis dónde ?
—Creo que ha ido á ver una hermana de la
señorita Gautier.
—Y para qué?
—Para pedirla una autorizacion á fin de exhu
mar el cadáverytrasladarlo á otro sitio.
—Y por qué no lo deja aquí?
—Ya sabeis que cada uno tiene sus ideas para
con los muertos. Este terreno solo ha sido com
por cinco años y ese jóven quiere adquirir
perpetuidad un espacio mayor: en el cuartel
nuevo estará mejor. -

—Qué es eso del cuartel nuevo?


—Los terrenos que se venden á la izquierda.
—Sabeis dónde vive Mr. Armando Duval?-le
pregunté.
—Si señor:-y me dió las señas de la casa.
—Gracias amigo mio; repuse alejándome tris
te, sin saber por qué. -

—Queréisverá Mr. Duval ? me preguntó el


jardinero que me seguia.
-S1.

—Estoy seguro que aun se encuentra ausente:


de lo contrario yo le habria visto.
—Creeis que no habria olvidado á Margarita?
—No solamente no lo creo, sino que juraria
que si desea mudarla de sepultura es sclo para
volver á verla.
–36 –
–Qué decís?
—Las primeras palabras que me dijo fueron
estas-¿Qué haré para verlä?-Esto solo puede
conseguirse mudando de sepultura y yo le indi
qué todas las formalidades que habria de llenar
para alcanzarlo; pues ya sabeis que para efec–
tuar esta traslacion se reconoce el cadáver y que
solo la familia tiene derecho para autorizar esta
operacion que preside un comisario de policía.
Mr. Duval ha salido de París solo para conseguir
esa autorizacion.
En este momento llegamos á la puerta del ce
menterio y me despidí del jardinero, dándole al
gunas monedas.
Acto contínuo me dirigí á la habitacion de
Armando, aun no habia regresado; y le de
jé escritas algunas líneas que me vie
se despues de su llegada ó bien que me la noti
C13SO.
La mañana siguiente recibí una carta de Mr.
Duval, avisándome su regreso y rogándome que
pasase á su casa, pues agoviado de cansacio le
era imposible salir de ella. -
VI.

Encontré á Armando en cama; y al verme me


tendió la mano calenturienta.
—Teneis fiebre;-le dije.
-Mo es nada; efecto de un viaje rápido:-esto
es todo.
—Venís de casa de la hermana de Margarita ?
—Si: quién os lo ha dicho?
--Lo sabia: y habeis alcanzado lo que desea
bais? -

—Si! Pero quién ha podido informaros de mi


viaje y de su objeto?
—El jardinero del cementerio.
—Habeisvisto su sepulcro?
Fué tan profunda la emocion con que Arman
do me dirigió esta pregunta, que solo me atrevíá
contestarle con un movimiento de cabeza.

-1.
cuidan con esmero?

Dos lágrimas rodaron por las mejillas del enfer


mo, que volvió la cabeza á otro ladopara ocul
— 38 –
tármelas; y yo aparentando no haberlas visto,
procuré dar otro giro á la conversacion.
—Hace tres semanas -que os ausentasteis: le
diie.
ármando se pasó una mano por los ojosy con
testó:
–Si! Tres semanas justas.
–Habrá sido largo el viaje.
–0h ! Mo! He estado enfermo quince dias; de
lo contrario hace mucho tiempo que habria regre
sado. Apenas llegué se apoderò de mi la fiebre y
me fué imposible salir de la habitacion.
–Yvolvisteis á poneros en camino antes de res
tableceros completamente ?
—Me hubiera muerto quedando ocho dias mas
en aquellos lugarés. -

—Pero ahora es fuerza que os cuideis: vues


tros amigos vendrán á veros; y el primero yo, si
no lo teneis á mal.
—Dentro de dos horas me levantaré.
—Qué imprudencia l
—Es preciso.
–Qué teneis qué hacer con tanta urgencia ?
—Debo ir á buscarun comisario de policía.
–Ypor qué no encargais á algun otro esa co
mision que puede serostan perjudicial?
–Porque es la sola cosa que puede curarme.
Es presiso queyo la vea. Desde que supe su muer
te y sobre todo desde que he visto su tumba, no
he podido dormir. Mopuedo convencerme de que
haya muerto una mujer de la que me separé de
jándola tan jóven y bella. Necesito asegurarme
– 39 –
de ello por mi mismo. Es forzoso que vea lo que
ha hecho Dios de esa criatura que tanto he amado
y acaso la repugnancia del espectáculo rempla
zará la desesperacion de mis recuerdos... Vos me
acompañareis... si no os molesta... Es cierto?
–Qué os ha dicho su hermana ?
—Mada ! Se sorprendió de que un estraño se
interesase tanto por Margarita y firmó cuanto era
necesario para llenar mis deseos.
—Creedme; para efectuar la traslacion debeis
esperar á estar restablecido.
–0h ! Mo tengais cuidado !! Me vereis tranqui
loy lleno de energía. Además de que me volve
ria loco si no terminase cuanto antes la reso
lucion que he tomado; y que ha llegado á ser
una necesidad de mi dolor. 0s juro que para
mi no hay tranquilidad hasta que haya visto á
Margarita. Acaso no sea esto mas qne una sed de
la fiebre que me abrasa,un sueño de mis insom
nios; un resultado de mis delirios; pero aun
cuando debiera volverme trápense como Mr. de
Rancé, despues de haberla visto; juro que la veré
amigo mio.
—Lo comprendo y soy todo vuestro :-dije á
Armando:-häbeis visto á Julia Duprad?
—Si! la vi el primer dia de mi regreso.
—Yos entregó los papeles que Margarita le de
jó para vos?
—Vedlos aquí.
Armandosacó un paquete de debajo de su al
mohada, me lo mostró y volvió á esconderlo.
—Sé de memoria los que contiene, me dijo:
– 40 –
hace tres semanas que los leo diez veces al dia.
Vos tambien los leereis; pero mas tarde: cuando
me encuentre mas tranquilo y pueda haceros com
prender todo lo que esta revelacion encierra de
aficcion de amor.-Por el pronto tengo que pedi
ros un favor.
—Cuál ?
—Teneis
-N1
abajo un carruaje? -

—Pues bien: tomad mi pasaporte y con él l


al correo y preguntad si hay cartas para mi. Mi
padre y mi hermana han debido escribirme, pero
como salí de París precipitadamente, no tuve
tiempo de informarme de ello. Cuando volvaisire
mos juntos á avisar al comisario de policía, á fin
de que esté dispuesto para concurrir mañana á
la exhumacion del cadáver.
Dirigíme al correo, provisto del pasaporte y
efectivamente encontré dos cartas, con las que
volvíá reunirme á mi amigo, que estaba ya ves
tido y dispuesto para salir.
-Gracias, me dijo tomando las cartas :-si !
añadió despues de mirar los sobres,-son de mi
padre y de mi hermana: mucho habrán estrañado
mi silencio.
Abrió las cartas; las adivinó mas bien que las -
leyó, pues cada una de ellas era de cuatro pági
nasyá lospocos momentoslas habia vuelto á do
blar; y me dijo: -

—Vamos;—mañana contestaré.
Inmediatamente nos dirigimos á la casa del co
misario á quien Armarndo entregó los poderes de
– 41 –
la hermana de Margarita; este por su parte nos
entregó una carta de aviso para el guardian del ce
menterio y convenimos en que la traslacion se
efectuaria el siguiente dia á las diez de la mañana,
debiendo yo irá buscarle con una llora de antici
pacion para dirigirnos juntos al campo santo.
Yo mismo tenia deseos de asistir al espectáculo
y confieso que aquella noche no pude cerrar los
ojos. Ajuzgar por los pensamientos que me asal
taban, es indudable que aquella larga noche de
bió ser terrible para Armando.
A las nueve entré en su casa: estaba horrible
mente pálido, pero aparentaba hallarse tranquilo.
Soludome con una sonrisa y me tendió la
IIlàI10,

Las bugías de su habitacion estaban entera


mente consumidas y antes de que saliésemos tomó
una carta muy abultada, dirigida á su padre,
confiándole sin duda las impresiones de la noche.
Media hora despues llegábamos á Montmartre,
donde nos esperaba ya el comisario.
Dirigímonos á la tumba de Margarita, yendo
el comisario delante y Armandoy yo detrás, y de
tiempo en tiempo sentia que el brazo de es
te, apoyado en el mio, se estremecia y tem
blaba como si su cuerpo fuese presa de una
convulsion. Yo le miraba entonces; él compren
dia, el significado de mi mirada y me sonreia,
pero desde que salimos de su casa no habiamos
trocado una sola palabra.
Poco antes de llegará la tumba se detuvo Ar
mando para limpiarse el sudor que le inundaba
– 42 –
el rostro; y yo me aproveché de esta detencion
para respirar, pues me sentia el corazon, como
comprimido por unas tenazas.
De donde procede el doloroso placer que nos
produce esta clase de espectáculos?-Cuando lle
gamos al sepulcro, habia separado el jardinero
todas las macetas de flores; el enrejado de hierro
habia sido arrancado y dos hombres cavaban la
tierra. Armando se apoyó en un árbol y miró:
parecia que toda su ecsistencia se habia trasla
dado á sus ojos.
De repente una de las azadas chocó contra la
-
piedra; y este ruido hizo retroceder á Prmando
como impulsado por una conmocion eléctrica.
Al mismo tiempo me estrechó una mano, pero
con tal violencia que me hizo mal.
Uno de los entërradores asió una larga pala
y empezó á desocupar la fosa; y cuando solo que
daban en ella las piedras con que se acostumbra
cubrir el ataud, las arrojaron fuera una á una.
Yo no apartaba los ojos de Armando, temien–
do que las sensaciones que reprimia visiblemente
agotasen su energía; pues continuaba mirando,
teniendo los ojos fijos y abiertos como un demen
te; y un ligero temblor de sus mejillas y sus lá
bios, indicaba que era presa de una violenta crí
sis nerviosa.
En cuanto á mí solo puedo decir que sentia
haberido.
Cuando el ataud estuvo enteramente descubier
to, dijo el comisario á los enterradores:
—Abrid!
— 43 –
Y aquellos hombres obedecieron como si se hu
biera tratado de la cosa mas natural y sencilla.
La caja era de encina y se pusieron á dividir
la parte superior que hacia de tapa. La humedad
habia enmohecido los tornillos y costó algun tra
bajo abrir el ataud , del que se ecsaló un olor
infecto á pesar de lasplantas aromáticas que con
tenia.
—Dios mio! Dios mio!-murmuró Alberto, pa
lideciendo aun mas.
Los mismos enterradores retrocedieron.
Un gran lienzo blanco cubria el cadáver, dise
ñando algunas sinuosidades; el cual estaba casi
comido por uno de sus estremos, dejando ver uno
de los piés de la muerta.
Yo me sentia prócsimo áponerme malo, y aun
ahora mismo , me parece estar viendo aquella
escena con toda su impotente realidad.
-Apresurémonos;- dijo el comisario. Enton
ces uno de aquellos hombres alargó la mano, asió
el sudario y tirando de él, descubrió bruscamente
el rostro de Margarita.
Era terrible el ver aquello; tan terrible como el
referirlo.
Los ojos no eran mas que dos agugeros; habian
desaparecido los labios y tenia los dientes fuerte
mente cerrados. Sus largos cabellos negros y secos
caian á lo largo de las sienes, ocultando en parte
lasverdes cavidades de las mejillas; y ápesar de
esto no pude menos de reconocer el rostro blan
co, sonrosado y risueño que tantas veces habia
visto.
— 44 —
Armando, que no podia separar la mirada de
aquel semblante, se habia llevado el pañuelo á la
boca y lo mordia convulsivamente.
Por lo que á mi hace, me parecia que un cír
culo de hièrro me oprimia la cabeza; un velo cu
bria mis ojos, confusos zumbidos me llenaban los
oidos yno supe hacer otra cosa que abrir un po
mo de esencias de que iba provisto y aspirar con
ansia los perfumes que encerraba.
Entonces oí la voz del comisario que decia á
Mr. Duval :
–La reconoceis?
—Sil respondió Armando sordamente.
—Los enterradores arrojaron el sudario sobre
el rostro del cadáver, cerraron la caja, asié
ronla por los estremos y se encaminaron con ella
al sitio que se les habia indicado. ,

Armando no se movió.
Sus ojos habian permanecido clavados en aque
lla fosa vacia. Estaba pálido como el cadáver que
acababamos de ver:... Hubiérasele creido petri
ficado l -

Yo comprendí lo que iba á suceder cuando


disminuyera el sufrimiento por la ausencia del
espectáculo y me aprocsimé al comisario:
—Es necesaria aun la presencia del señor?-le
pregunté indicando á Mr. Duval.
Mo: y aun os aconsejo que os le lleveis pues
parece hallarse enfermo. - -

—Vamos; dije á Armando Duval asiéndole por


un brazo.
--- 45 -

–Qué? Esclamó mirándome como si no me re


conociese.
—Hemos concluido y es preciso que salgais de
aquí, amigo mio; porque estais pálido, teneis
frio y vais á mataros con tales emociones.
–Teneis razon; vamos;-dijo- pero sin mo
"Verse.
Yo le arrastré lejos de aquel fúnebre sitio; y él
se dejó conducir como un niño, murmurando de
vez en cuando : -

Habeis visto los ojos?...


Y se volvia como si esta vision lo llamase.
Su marcha, sin embargo, llegó á ser convul
siva; parecia que avanzaba por efecto de sacu–
didas nerviosas; crugian sus dientes al chocar,
tenia las manos heladas y una violenta agitacion
se apoderó de todo él.
Le hablé v no me contestó.
Mo podia l otra cosa que dejarse condu
cir: por último llegamos á la puerta donde nos es
peraba el carruaje.
Ya era tiempo.
Apenas sentado en él aumentósele el temblor,
sufriendo un verdadero ataque de nervios, en
medio del cual y por temor de asustarme, mur
muraba estrechándome las manos:
—Mo es nada: no es nada; pero quisiera llo—
I'31".

0í hincharsele el pecho; ví subirle la sangre á


los ojos; pero no tenia lágrimas. Hícele respirar
un pomito de sales y cuando llegamos á su casa
solo le duraba el temblor.
— 46 —
Con la ayuda de un criado le desnudé y meti
en cama; hice encendieran un gran fuego en
la chimenea del aposento y corrí en busca de mi
médico al cual referí cuanto acababa de presen
ciar:-el doctor marchó á la casa de Armando, que
estaba del color de la púrpura, deliraba, y tar—
tamudeaba palabras sin hilacion y entre las que
solo se oia con claridad el nombre de Margarita.
—Y bien ?-pregunté al doctor cuando hubo
concluido el ecsámen.
—Está atacado de una fiebre cerebral; ni mas
ni menos. Felizmente la enfermedad física mata
rá á la enfermedad moral y dentro de un mes
puede que le tengamos libre de una y otra.
VII,

Las enfermedades de esta clase ó matan en el


acto ó se dejan vencer por la ciencia en muy po
co tiempo; y quince dias despues de la visità al
cementerio, Armando estaba en plena convales
cencia ligándonos una estrecha amistad.
Durante el tiempo que duró su enfermedad
apenas me habia separado de él. -

La primavera habia derramado ya con pro


fusion sus flores, sus hojas, sus pájaros ysus can
ciones;y la ventana de mi amigo abria alegre
mente sobre un jardin cuyas sanas ecsalaciones
subian hasta él. "

Habia permitido el médico que dejara el lecho


y con mucha frecuencia nos sentábamos á hablar
delante de la ventana abierta y de dos á tres de la
es decir en las horas en que mas calienta
G.I. SOI.

Yo me abstenia de ocuparme de Margarita,


temiendo que este nombre despertase un tristé
recuerdo, adormecido bajola calma aparente del
— 48 —
enfermo; y Armando, por el contrario se com
placia en hablarme de ella, pero no como otras
veces, llenos de lágrimas los ojos, sinó con una
dulce sonrisa que me tranquilizaba respecto al
estado de su alma. -

Moté que desde su última visita al cementeri


y despues del espectáculo que le produjo la vio
lenta crisis porque acababa de pasar, parecia que
la intensidad del dolor moral se habia mitigado por
la enfermedad; y que la muerte de Margarita no
le parecia ya bajo el aspecto que anteriormente.
El resultado de la certidumbre adquirida es una
especie de consuelo y para alejar la sonbria imá
gen que se le presentaba con frecuencia, hun
díase en los felices recuerdos de sus amores con
Margarita, como sino quisiera aceptar otros que
eStOS. -

El cuerpo estaba demasiado débil para el ata—


que y la curacion de la fiebre para permitir al
espíritu una emocion violenta y la alegría de la
primavera que por dó quier rodeaba al jóven,
guiaba su pensamientoá imágenes risueñas.
Habíase negado con obstinacion á informará su
familia del peligro que corria y cuando se halló
restablecido,
de Armando aun ignoraba
e
su padre la enfermedad -

Una tarde habiamos permanecido al lado de la


ventana mas tarde que lo acostumbrado: hacía
un tiempo magnífico; el dia declinaba en un cre
púsculo brillante de azul y oro. Aunque en Pa—
ris, la verdura que nos rodeaba parecia aislarnos
del mundo; pues á penas llegaba á turbar nuestra
conversacion el ruido de alguno que otro carruage.
– 49 –
—En esta época del año y en un dia como hoy,
conocí á Margarita; me dijo Armando, escuchan
do sus pensamientos mas bien que mis palabras.
Yo no contesté ; y volviendose á mi añadió:
—Es preciso que os refiera esta historia; con la
que escrib reis un libro que nadie creera; pero
muy interesante.
—Ya me la contareis mas adelante, amigo mio:
aun no estais completamente restablecido.
—La tarde es templada, he tomado mi caldo
de pollo-dijo sonriendo, -no tengo calentura, na
da tenemos de que hablar y voyá deciroslo todo.
–Puesto que lo quereis absolutamente , os es
cucho.
—Sin embargo es una historia muy sencilla
y que os referiré siguiendo el órden de los acon
tecimientos. Si mas tarde la escribis, quedais en
libertad de hacerlo como mejor os plazca.
Y en efecto, á penas he variado algunas que
otras palabras. -

—Sí:-prosiguió Armando reclinando la cabeza


en el respaldo de su butaca;—era una noche
como la de hoy. Yo habia pasado el dia en el
campo con uno de mis amigos, Gaston de R. Por
la tarde regresamos á Paris y no sabiendo qué
hacer, habiamos entrado en el teatro de Varieda
des. Durante un entreacto salimos al corredor y
vimos pasar una muger alta á la que mi amigo hi
zo un saludo.
—A quien habeis saludado?–pregunté
—A Margarita Gautier;—me dijo.
—Pareceme que está muy cambiada, 10
— oO-
la he reconocido,-contesté con una emocion cuya
causa vais á comprender.
—Está enfermaba pobre muchacha vivirá poco.
—Recuerdo estas palabras como si las hubiera
oido ayer.—
—Es preciso sepais amigo mio , que la vista de
aquella muger, cuando por casualidad la encon
traba, hacia dos años que me producia una im
presion estraña. Sin saber por qué me ponia pálido
y el corazon me latia apresuradamente.
Muchos de mis amigos que lo notaron se rie
ron de ello , y creian que yo estaba obstinado en
enamorarme de Margarita.
La primera vez que la vi fué en la plaza de la
Bolsa. Habiase detenido delante de la• puerta de
un almacen de modas una carretela descubier
ta, de la que bajó una muger vestida de blanco,
siendo recibida a su entrada en el establecimiento
con un prolongado murmullo de admiracion. Yo
habia quedado clavado en el sitio que ocupaba,
desde el momento en que entró hasta que se hubo
marchado. A traves de los cristales la vi elegir y
comprar algunos obgetos; habria podido entrar
en el almacen y no me atrevi. Yo esperaba que
pasase aquella muger y me detenia el temor de
que adivinase la causa de mi entrada, ofendiendose
por ello. •
Sin embargo no creia que debiese volver á
verla.
Estaba vestida con mucba elegancia ; llevaba
un tragc de muselina rodeado de volantes, un
chai cuadrado de Indias , en cuyos ángulos habia
— 51 —
flores bordadas en seda y oro; un sombrero de
paja de Italia, un solo brazalete y una gruesa
cadena de oro, cuya moda comenzaba á anunciar
se. Poco despues subió á su carretela y partió ;
pero uno de los dependientes del almacen habia
quedado en la puerta mirando la elegante parro
quiana y acercándome á él le supliqué me dijese
el nombre de aquella muger.
—Es la señorita Margarita Gautier,-me contestó.
Y no atreviendome á preguntarle donde vivia,
me alejé. El recuerdo de esta vision, que tal era,
no pudo desprenderse de mi mente como me
sucedia con otras anteriores y me dediqué á
buscar por todo Paris á quella muger de tan régia
belleza.
Pocos dias despues tuvo lugar en el teatro de la
ópera Comica una gran representacion.
Asistíá ella y la primera persona que vi en un
palco de proscenio fué Margarita Gautier,
El jóven que me acompañaba la reconoció tam
bien, pues me dijo nombrándola.
—Mirad que muger mas bella.
Margarita dirigió los lentes en el momento al
sitio donde estabamos; vió á mi amigo y le in
dicó por señas que fuese á hablarla.
—Voy á darla las buenas noches y vuelvo al
instante,—me dijo.
Maquinalmente le contesté:
—Sois muy dichoso !
—De qué?
—De ir á visitarla.
—Estais enamorado de ella?
—52 –
—Mo-le dije poniéndome encarnado, -pues ig
noraba á qué atenerme sobre el particular;pero
querria tratarla.
—Venid conmigo y os presentaré.
—Pedidla antes permiso.
—Ah! Dios mio! Mo hay nececidad de tomar
se esa molestia: venid.—Estas palabras me hicie
ron daño; porque temí cerciorarme de que Mlar
garita no merecia el sentimiento que me inspiraba.
"... llay en un libro de Alfonso Karr, titulado Am
Rauchen, un hombre que sigue durante la noche
á una muger muy elegante y de la que se ena
mora á la primeravista; tanta era su hermosura.
Para llegar á besar la mano de esta muger,
siéntese con fuerzas para emprenderlo todo, con
la voluntad de alcanzarlo y él valor de hacerlo.
Apenas se atreve á mirar el nacimiento de una
ierna que deja al descubierto , levantándose
a falda para que no roce con el suelo; y mien
tras que sueña en todo lo que haria por conse
guirá esta muger, detiénese ella en un ángulo
de la calle y le ofrece su casa.
El vuelve la cabeza á otro lado, atraviesa la
calle y huye á toda prisa. -

Recordé este episodio y yo que habria querido


padecerpor aquella muger, temíque ella me acep
tase con demasiada precipitacion, concediendome
desde luego un amor que yo habria querido pagar
con una larga espera y un gran sacrificio.
Asi somos los hombres. Es una dicha que la
imaginacion deje esta poesia á los sentidos y que
los deseos del cuerpo hagan esta concension á
los sueños del alma.
– 53 –
En fin si me hubieran dicho; «esta noche po
seereis á esa muger pero morireis mañana» ha
bria aceptado ;–si me hubieran propuesto «dad
diez luises y sereis su amante» me habria negado
á ello y llorado como un niño que vé desvanecerse
sus ensueños de la noche.
Sin embargo yo queria conocerla: presentá
baseme ocasion, quizas la única, de saber á qué
debia atenerme en lo sucesivo.
Dije,pues á miamigo que deseabala pidiése per
miso para presentarme á ella y entretanto me paseé
por los corredores, pensando en que ella iba á
verme y no sabiendo bajoqué aspecto ofrecerme á
sus miradas. -

Hasta me ocupaba en coordinar las palabras que


debia derigirla!..
Que sublime niñada es el amor !... Un momento
despues se me reunió mi amigo, diciendome:
—Margarita nos espera.
—Está sola? -

—Con otra muger.


—Hay hombres ?
–Mo.
—Vamos.
Mi amigo se dirigió á la puerta del teatro.
-No es por ahí le dije.
Vanes
3C10.
á buscar dulces, pues me lo ha encar
3 Yo habria querido comprar toda la confiteria;
y miraba de que llenar el bolso, cuando mi ami
go dijo al confitero: ,
-Una libra de pasas azucaradas.
– 54 —
–Sabeis si le gustan ? -

—Es sabido que ella no come otra clase de


dulces.
—Ah!—prosiguió cuando estuvimos en la calle.
Sabeis quien es la mujer á quien os presento?...
Mo imagineis encontraros con una duquesa, pues
es simplemente una muger entretenida, lo que
hay de mas entretenida, querido mio: asi,pues,
no os violenteis y decidla cuanto ospase por las
mientes. -

—Bien ! Bien —Balbuceé, diciéndome en voz


baja que iba á curarme de aquella pasion.
Al èntrar en el palco encontramos á Margarita
riendo á carcajadas.
Yo habria querido que estuviese triste.
Gaston me presentó, contestó ella con una in
clinacion de cabeza y dijo:
–Y mis dulces?
—Vedlos aquí.
Al tomarlos me miró: yo bajé la vista son–
rojado. -

Entonces se inclinó al oido de su compañera, la


dijo algunas paladras en voz baja, y ambas sol
taron la carcajada.
Indudablemente era yo la causa de aquella hila
ridad y mi turbacion sé aumentó.
En aquella época tenia yo por querida una
muchacha menestrala muy tierna y sentimental,
cuyas cartas me hacian reir. Comprendí cuanto
mal debia hacerle mi risa por lo que yo sufria y
durante cinco minutosla amé como jamás ha sido
amada mujer alguna. -
… – 55 –
Margarita se ocupaba en comer sus pasas sin
cuidarse de mí.
Mi introductor no quiso dejarme en una posi
cion tan ridícula y la dijo :
—Margarita, no debeis estrañar que Mr. Du
val no os dirija la palabra; porque vuestra pre
sencia lo conmueve de tal manera que no atina á
coordinar una sola frase.
—Mas bien creo que este caballero os ha acom
pañado porque os disgustaba venir solo.
–Si fuese así-advertí-yo no habria rogado á
Mr. Gaston que solicitase vuestro permiso para
seros presentado.
—Acaso no era eso otra cosa que un medio pa
ra retardar el momento fatal.
Por poco que se haya frecuentado la amistad
de las jóvenes como Margarita, sábese cuanto las
complace usar de la ironia, demostrar agudeza
delante de las personas á quienes ven por prime
ra vez. Esta es sin duda una revancha de las hu
millaciones que á veces tienen que sufrir con
frecuencia de aquellas otras á quienes ven todos
los dias.
Asi es que para contestarles es preciso estar un
tanto acostumbrado á su trato; costumbre que
yo no tenia: además, la idea que me habia for
mado de Margarita aumentó á mis ojos las pro
porciones de sus burlas. Mada de ella me era in
diferente; asi es que me levanté, diciéndola con
una alteracion de voz que me fué imposible ocul
tar por completo.
—Si es eso lo que pensais de mi, señora, no
- 56 -
debo hacer otra cosa que rogaros disculpeis mi
indiscrecion y pediros permiso para retirarme,
asegurándoos que no se repetirá en adelante-
Y haciendo un saludo, salí del palco; mas
apenas hube cerrado la puerta oí una tercera
carcajada.
Hubiera dado cualquier cosa porque alguno
nr codease en aquel momento.
. .'Volví á mi butaca ; sonó la campanilla y levan
taron el telon.
Gaston se me reunió á los poces instantes.
—Os habéis conducido de un modo tal,-me dijo
al seniarse-que os creen loco.
—Qué dijo .Margarita cuando sal: del palco ?
— Se rió asegurándome que no habia visto un
hombre mas original que vos : mas no por eso os
creais derrotado; no ¡a hagais el honor de ocu
paros de ella con formalidad. Las mujeres de su
condicion no conocen la tinura : son como los
perros á quienes se perfuma; creen oler mal y
van á revolcarse en el agua del arroyo.
— Despues de todo ¿qué me importa ?•Con testé
procurando aparentar desden :-es probable que
nunca la vuelva á ver y si me gustó antes de co
nocerla , no sucede lo mismo ahora que la co
nozco.
—Bah ! No pierdo la esperanza de veros algun
dia en el fondo de su paleó y aun de oir decir
que os arruinais por ella. Por lo demás, teneis
razon : es mal educada, pero muy linda para que
rida.
Volvieron á levantar el telon y felizmente mi
— 57 —
amigo cesó de hablar : imposible me. seria querer
deciros lo que ejecutaban. Solo recuerdo que de
tiempo en tiempo levantaba la vista , la fijaba en
su palco; del que tan bruscamente saliera y en
el que á cada momento se renovaban las visitas.
Preocupábame además la idea del insulto re
cibido y del ridículo que sobre mi pesaba y de
ciame a mi mismo que aun cuando debiera gas
tar todo cuanto poseia, me baria dueño de aque
lla mujer ocupando de derecho en su palco el
puesto que con tanta pricipitacion habia abando
nado.
Margarita y su amiga salieron de él antes de
terminarse el espectáculo; y apesar mio, aban
doné la platea.
—Os vais?-me dijo Gaston.
-Sil •
— l'or qué? Y. al pronunciar estas palabras se
apercibió. de que Margarita no estaba ya en su
palco. . . "''
—Id , id •,-me dijo-y buena fortuna, ó... mejor
fortuna. r
Salí y al poco tiempo oí en la escalera el cru-
gido de la seda de los vestidos y el rumor de las
voces. Oculteme y vi pasar a ambas mujeres
con dos jovenes que las acompañaban.
Bajo el peristilo se prese otó un criadito :
—De y di al cochero que espere en la puerta
del café inglés-dijo Margarita .viremos á pié hasta
allí :-añadió.
Algunos minutos despues y mientras acechando
daba vueltas por el boulevard, vi á Margarita aso-
– 58 –
mada á una de las ventanas del Restaurant. Re
costábase en el antepecho y se entretenia en des
hojar una por una las camelias de su ramillete.
Uno de los jóvenes, inclinado sobre su hombro,
la hablaba en voz baja.
Entonces entré en la Casa de Oro, subí al pri
mer piso, acerqueme á un balcon y no perdí de
vista ni un solo instante la ventana en cuestion.
Al dar la una Margarita subió al carruaje con
sus tres amigos y partió: yo tomé un cabriolé y
la seguí. -

El carruaje se detuvo en la calle de Antin, nú


mero 9, y Margarita se apeó entrando sola en
SU1 C3.S.

Esto era una casualidad; pero casualidad que


me hizo muy feliz.
A contar desde aquel dia encontré á Margarita
con mucha frecuencia, en los espectáculos ó en
los Campos Elíseos. Siempre la misma alegría en
ella y la misma emocion en mí.
De pronto pasaron quince dias sin que la viera
en ninguna parte y encontrando á Gaston le pe
dí noticias de ella. -

—La pobre muchacha está muy enferma,-me


dijo: - ,,
–Qué tiene
-Qué está tísica y como su vida no es la mas
apropósito para curarse de esa enfermedad, está
en cama y se muere.
El corazon del hombre es muy estraño: la no
ticia de aquella enfermedad casi me causó con
tent0. -
- — 59 —
Todo el tiempo que duró fuí diariamente á sa
ber de su salud, pero sin dejar tarjeta ni inscri
bir mi nombre en la lista: de este modo supe su
convalescencia y su viaje á Bagneres.
Corrió el tiempo,y la impresion,ya que no el
recuerdo, pareció como que se borraba de mi
mente. Viajé ; amistades, hábitos y trabajos se
sucedieron en mí á aquel incidente y cuando
por casualidad recordaba aquella primera aven
tura, solo queria ver en ella una de esas pasio—
nes que atacan á los hombres muy jóvenes y
de las que con el tiempo llega uno mismo á reirse.
Por lo demas ningun mérito habria habido en
triunfar de este recuerdo; porque habia perdido
de vista á Margarita desde su partida para las
Aguas; y como os he dicho cuando pasó por mi
lado en el corredor del teatro no la reconocí.
Es verdad que llevaba hechado el velo; mas por
tupido que fuera dos años atras no habria necesi
tado ni aun verla para reconocerla: la habria
adivinado!
Todo lo dicho no impidió que mi corazon latiese
apresuradamente cuando supe que era ella; y los
dos años pasados sin verla, como los resultados que
parecia haber producido aquella separacion , se
desvanecieron en el mismo humo al solo contacto
de su vestido.
viII.

—Sin embargo,-prosiguió diciendo Armando,


á la vez que comprendia estar enamorado de
ella, me sentia mas fuerte que en la ocasion ante
rior y en mi deseo de volver á encontrarla, en
traba por mucho la voluntad de demostrala que
habia llegado á serle superior.
Cuantos caminos toma y cuantas razones se d
el corazon para llegar á lo que desea !...
Mo pudiendo continuar en el corredor volví á.
un sillon de orquesta, escudriñando el local con
: rápida mirada á fin de ver en qué palco es—
taba.

S013.
upaba uno bajo de proscenio y se hallaba
" . --- -

Como he dicho estaba muy cambiada y busqué


inútilmente en su boca aquella sonrisa deindife—
rencia que la conocia.
Aunque nos hallábamos en abril, iba vestida de
invierno y cubierta de terciopelo.
Yo la miré,pero con tanta obstinacion que mi
mirada atrajo la suya.
— 61 –
Miróme en efecto; hechóme los lentes y creyó
sin duda reconocerme, mas sin poder decirse
ositivamente quien era yo; porque cuando dejó
os gemelos, erró en sus labios una sorisa, ese
encantador saludo de las mujeres; como cor
respondiendo al que creia deber recibir de mí;
peroyo no contesté, como para tomar sobre ella
cierta superioridad, aparentando haberla olvida
do, cuando aun me acordaba de ella.
Margarita creyó haberse equivocado y volvió á
otro lado la cabeza. -

Al mismo tiempo levantaron el telon.


Muchas veceshevisto á Margarita en el teatro;
pero jamás he notado que prestase. atencion á lo
que ejecutaban.
Respecto á mí, la funcion de aquella noche me
interesaba muy poco y solo me ocupé de Mlarga
rita, pero haciendo todos los esfuerzos imagina
bles para que no se apercibiese de ello.
Con semejante maniobra la ví dirigir la vista
y saludará la persona que ocupaba el palco si
tuado frente al suyo: miré y estaba en él una
mujer gruesa con la que me trataba con bastante
confianza. -

Era una antigua entretenida-Traviata, en el


dulce idioma de los italianos;-que intentó, pero
sin conseguirlo, dedicarse al teatro; despues de
lo cual y contando con sus relaciones con los jó
venes elegantes de París, se dedicó al comercio,
poniendo un establecimiento de modas.
Maturalmente ví en ella un medio de encon
trame con Margarita y aproveché un momento
— 62 –
en que dirigió la vista al sitio yo ocupaba
para darle las buenas noches con la mirada y con
un ademan.
Lo que yo habia previsto se efectuó; fuí llama
do á su palco.
Prudencia Duvernoy, así se llamaba la mo
dista, era una de esas mujeres rollizas, de cua
renta años de edad, con las que no se necesita
usar una gran diplomacia para hacerlas decir
todo lo que de ellas se desea saber; sobre todo
cuando ese deseo se refiere á una cosa tan senci
lla como la que yo pretendia averiguar.
Así,pues; me aproveché de uno de los instan
tes en que empezaba sus señas con Margarita pa
ra decirla:
—A quién mirais?
—A Margarita Gautier.
–La conoceis?
-Si; soy su modista y su vecina.
—Luego vivís en la calle de Antinº
—Múmero siete: la ventana de su tocador esta
frente por frente de la del mio. -

—Dicen que es una jóven encantadora.


—Mo la tratais? -

—Mo;pero lo deseo.
–Quereis la diga que venga al palco?
–No: prefiero que me presenteis á ella.
—En su casa ?
—Sí!
—Eso es mas difícil.
–Por qué?
—Porque la protege un anciano duque, muy
celoso.
- 63 -
—Proteger!... Divino !
—Si ; la protege ;-repitió Prudencia.-El po
bre viejo se veria muy apurado para ser su
amante.
Y la modista me "refirio á continuacion de qué
modo conoció Margarita al duque en Bagneres.
—Y es esa la razon que esté sola en su pal
co ?-pregunté\.
—Justamente. '
—Pero quien la acompañará á la salida?
-El.
—Luego vendrá á buscarla ?
—Dentro de pocos instantes.
^—Y a vos quien os acompañará ?
—Nadie.
—Yo me ofrezco.
—Creo que habeis venido con un amigo.
—Os acompañaremos los dos.
—Qué... y quién es vuestro amigo ?
—Un joven guapísimo, lleno de talento y que
tendrá un placer en conoceros.
—Convenido pues: nos marcharemos cuando
concluya esta pieza, pues conozco la última.
—Perfectamente : voy á avisar á mi amigo.
—Id.
—Escuchad !-me dijo Prudencia cuando estaba
ya junto á la puerta del palco : ved al duque al
• lado de Margarita.
Miré y en efecto vi que acababa de sentarse
detras de la joven un hombre como de setenta
años ; el cual la presentó un bolso de dulces en
el que ella undió su bonita mano; despues de lo
—64—
cual la adelantó hácia la barandilla del palco, di
rigiendo á Prudencia un ademan que podia tra
ducirse con estas palabras:
—Queréis dulces?.
—No: la contestó Prudencia en el mismo len
guaje. -

Margarita se apoderó del bolso y volviéndose un


tanto se puso á hablar con el duque.
En la narraccion de todos estos detalles encon
trareis algo de infantil ; pero cuanto hace refe
rencia á esa jóven está tan presente en mi memo
ria, que no puedo dejar de recordarlo hoy.
Comuniqué á Gaston lo que habia convenido
con Prudencia y como lo esperaba, aceptó. En su
consecuencia dejamos los sillones para subir al
alco de aquella , mas apenas habíamos abierto
a puerta del corredor hubimos de detenernos pa
ra dejar el paso espedito á Margarita y al duque,
que se marchaban. - -

Habria dado diez años de mi vida por encon


trarme en el lugar de aquel anciano!
Gaston y yo entramos en el palco de Prudencia
y concluida la pieza que se estaba ejecutando,
tomamos un fiacre que nos condujo á la calle de
Antin número 7. Prudencia nos invitó á subir á
su aposento para que ecsaminásemos sus almace
nes, de los que se ostentaba muy orgullosa. ¡Fi
guraos con cuanto apresuramiento acepté su invi
tacion! Parecíame que de este modo me acercaba
á ella y tardé muy poco en hacer recaer la con
versacion sobre la jóven.
—Estará el duque en la casa de vuestra veci
na?-pregunté,
– 65 -
—No: debe hallarse sola.
–Pues va á fastidiarse horriblemente !-escla
mó Gaston.
—Casi todas las noches las pasanos juntas,
pues cuando vuelve del teatro me llama al ins
tante,porque nunca se acuesta antes de las dos.
No puede dormir.
–Por qué ?
Porque está enferma del pecho y casi siem
pre tiene calentura.
—Tiene amantes?pregunté.
—Cuando me retiro por las noches no veo que
nadie se quede con ella; mas no respondo de que
no entren despues de mi salida. Muchas noches
encuentro con ella al conde N... que cree avan
zar en sus asuntos visitándola á las once y en
viándola tantas joyas como ella pudiera apetecer;
pero Margarita no puede verlo ni pintado. Hace
mal, porque es un jóven riquísimo. De vez en
cuando me complazco en decirla, «Hija mia: ese
es el hombre que os conviene»:y ella que de or
dinario sigue mis consejos, contesta volviéndome
la espalda y diciendo que el tal conde es un ani
mal. Un animal l... Convengo en ello, pero rela
cionarse con él seria crearse unaposicion para el
porvenir, mientras que ese viejo duque se mo
rirá uno de estos dias. Los viejos son egoistas ysu
familia no cesa de echarle en cara el afecto que
siente por Margarita : he aquí dos razones para
que no se acuerde de ella de una manera positiva
al hacer su testamento. Yo la aconsejo en este
sentido y ella me responde que siempre estará á
—66 —
tiempo para admitir al conde, cuando muera el
duque. . - -
—Mada de eso me sucederia á mi-prosiguió
diciendo Prudencia.-Hay nada mas fastidioso que
vivir como ella? Ese viejo es insípido; la llama
su hija; la cuida como si efectivamente lo fue
ra y sin perderla nunca de vista. Estoy se
gura de que uno de sus criados estará rondan
do la calle para ver quien entra ó sale en la
C.S.
–Pobre Margarita!-esclamó Gaston sentándose
al piano y poniéndose á tocarun Wals:–yo igno
raba todo eso. Sin embargo desde hacè algun
tiempo observo que su aspecto es menos alegre
que de costumbre.
—Chit!, hizo Prudencia aplicando el oido,
Gaston cesó de tocar. • .

–Creo que me llama. *. -

Escuchamos y en efecto oimos una voz que


llamaba á Prudencia. -- "

—Vamos, señores, idos:-dijo la modista.


–0la ! de ese modo entendeis la hospitalidad?
dijo Gaston riéndose:-pues bien nos marcharemos
Cuando nos plazca. . . . . -
-Qué precision hay de que nos marchemos?
–Porque voy á casa de Margarita.
—Aquí os esperamos. .
—Esimposible.
—Entonces iremos convos.
-Menos aun. , -
—Yo conozco á Margarita-observó Gaston-y
puedo hacerla una visita.
– 67 —
–Pero Armando no la conoce. -

—Yo le presentaré.
—Mo puede ser.
En este momento volvimos à oür la voz de
Margarita que continuaba llamando á Pru
dencia. - -

Esta corrió á su tocador: Gaston y yo la segui


mos; ella abrió la ventana y ambos nos oculta
mos de manera que no fuesemos vistos desde
fuera. -

—Hace diez minutos que estoy llamándoos,


dijo Margarita, desde su ventana con acento casi
imperioso.
—Qué quereis? -
–Que vengaisinmediatamente.
—Por qué? -

–Porque el conde de M... está aquí aun y me


aburre mortalmente. --

—Mo puedo ir ahora.


–Qué os lo impide ? - -

–Que tengo en casa dos jóvenes que no quie


ren marcharse.
-Decidles que necesitais salir.
—Se los he dicho. -

—Pues bien dejadlos ahí y cuando os vean


salir, se marcharán. -

—Si; pero cuando lo hayan revuelto todo.


–Peró qué pretenden ?
—Quieren veros. - "

—Cómo se llaman ? - -
—Conoceis á uno; Mr. Gaston R...
—Ah! Si Y el otro? .
– 68 –
–Mr. Armando Duval. Creo que no le co
noceis. -

–No pero traedlos; prefiero todo á estar sola


con el conde: venid pronto que os espero.
Margarita cerró la ventana y Prudencia hizo lo
propio con la suya. Margarita que por un mo
mento recordara mi fisonomía, habia olvidado mi
nombre: yo habria preferido un recuerdo desa
gradable, á este olvido.
—Ya sabia yo que la agradaria recibirnos-dijo
Gaston.
—Agradarla;... no es esa la palabra-observó
Prudenciainterin se ponia el chal y el sombrero:
os recibe para obligar al conde á que se marche.
Prucurad estar más amables que el conde ó de
lo contrario, reñiré con Margarita: yo la co
I10ZCO.
Gaston yyo seguimos á Prudencia.
Yo caminaba temblando, pues comprendia que
esta visita iba á ejercer una gran influencia en
mi vida. Sentíame mucho mas conmovido que la
noche que me presentaron á ella en su palco del
teatro de la opera cómica. Al llegar á la puerta de
su habitacion-que ya conoceis-el corazon me la
tia con tanto apresuramiento que se me escapaban
las ideas.
Algunos acordes del piano llegaron hasta nos
otros; pero en el momento que Prudencia llamó,
dejaron de oirse.
na mujer, cuyo aspecto era mas bien de da
ma de compañia ó aya, que de doncella abrió la
puerta; entramos en el salon y de este pasamos
– 69 –
al gabinete, que en aquella época se encontraba
tal cual habeis visto mas tarde.
Un jóven estaba apoyado contra la chimenea
y Margarita, sentada delante del piano dejaba
errar sus afilados dedos por lasteclas, empezando
trozos de música, ninguno de los cuales concluia.
El aspecto de aquella escena respiraba fastidio,
dando por resultado para el hombre, el emba
razo de su nulidad y para la nuujer el de la vi
sita de aquel lúgubre personaje.
Al oir la voz de Prudencia, levantóse Marga
rita, corrió á nuestro encuentro y despues de
haber cambiado una mirada de reconocimiento
con Mad. Duvernoy, nos dijo:
—Entrad, señores, y sed bienvenidos.
–Buenas noches, querido Gaston,—dijo Mar
garita á mi compañero-tengo un placer en ve
ros: por qué no habeis subido al palco á salu
darme ?
–Temia ser indiscreto. -

–Los amigos-y Margarita recalcó esta palabra


como si hubiese querido hacer comprenderá los
que estábamos presentes, que á pesar de la fa
miliaridad con que recibia á Gaston, este no era
ni habia sido nunca mas que un amigo;-los ami
gos jamás son indiscretos.
—En este caso me permitireis que os presente
Mr. Armando Duval?...
–Ya habia autorizado á Prudencia para que lo
hiciera.
–Despues de todo, señora-dije á mi vez encli
nándome y produciendo sonidos casi inteligi
bles;-he tenido el honor de seros presentado en
otra ocasion.
La encantadora mirada de Margarita indicó
– 71 -
al fijarse en mi, que lajóven buscaba un recuer
do en su memoria, pero inutilmente. -

–Señora-continué diciendo;-os debo todo mi


agradecimiento por haber olvidado esa primera
presentacion, en la que fui mny ridículo y debí
pareceros harto fastidioso. Esto sucedió hace dos
años en el teatro de la Opera Cómica, con Mr.
Ernesto de... -

—Ah! Sí! Ya lo recuerdo:-esclamó Margarita


sonriendo.-Pero no fué ridículo por vuestra parte,
sino yo que era burlona, como aun lo soy un
poco. Creó que me habreis perdonado! -

Y me presentó una mano que besé.


–Cierto —prosiguió:-Figuraos que tengo la
maldita costumbre de turbará las personas á
quienes hablo por vez primera: es una tontería !
Mi médico lo atribuye á que soymuy nerviosa y
padezco mucho: creed al médico, caballero!
–0h! Pues teneis muy buen semblante.
–Sin embargo he estado muy enferma.
–Lo sabia.
—Quien os lo ha dicho?
—El público: además yo he venido con mu
cha frecuencia á informarne de vuestra salud; y
de este modo tuve el placer de saber que estabais
convaleciendo. - "" " " " "" -
–Nunca he recibido vuestra tarjeta.
–No la dejéjamás. %
—Acaso seriáis un jóven que venia todos los
dias durante mi enfermedad y que siempre se ne
gó á dar su nombre ?". "
—Yo mismo. . . . . . . .
- n -
—Entontes sois mas que indulgente;... sois
generoso.-No habriais hecho vos otro tanto, con
de I-añadió volviéndose á Mr. de N... , despues de
haberme lanzado una de esas miradas con las
cuales «ompletan las mujeres el concepto que for
man de un hombre•;
—Solo hace dos meses que ps conozco ;-replicó
el conde.
—Y elSr. me conoce desde hace cinco minu
tos ! Siempre contestais necedades.
Las mujeres son implacables para con los
hombres á quienes no aman. El conde se enro
jeció, mordiéndose los lahios al mismo tiempo.
Yo me senti inclinado á la compasion , pues
aquel joven parecia tan enamorado como yo y la
dura franqueza de Margarita debia hacerle muy
desgraciado; sobre todo delante de estraños.
—Creo que tocabais el piano cuando hemos
llegado;-la dije para cambiar de conversacion:-no
me hareis el gusto de tratarme como á un amigo
antiguo; continuando?
—Oh !-esclamó dejándose caer en el sofá y di-
ciéndonos por señas que nos sentásemos :-Gaston
sabe muy bien cual es el género de música que
yo ejecuto. Además qce eso es bueno para cuando
estoy sola con el conde, pues yo me guardaria
de haceros sufrir semejante suplicio.
—Me concedeis tal preferencia [...replicó Mr.
de N...con una sonrisa que intentó hacer iró
nica.
—Haceis mal en rechazarla, porque es la úni
ca; observó Margarita.
– 73 —
Estaba decidido que el pobre jóven no debia
hablaruna sola palabra;y se limitó á dirigirla
una mirada suplicante.
-Habeis hecho lo que os encargué?-preguntó
Margarita,
--1 I
dirigiéndose á Prudencia.
—Muy bien ! Mas tarde me hablareis de ello,
pues tenemos que tratar de un asunto precisa
Imente. -

—Indudablemente os estorbamos; y puesto que


habemos-ó mejor dicho-que he obtenido una se
gunda presentacion para haceros olvidar la prime
ra, Gaston y yo vamos á dejaros.
-Mada de eso no lo digo porvos: al contra
rio, deseo que permanezcais.
El conde sacó un reloj elegantísimo en el que
miró la hora que era:
—Es tiempo de ir al club;-dijo.
Margarita no contestó. "
d El conde abandonó la chimenea y aprocsimán
ose;
-Adios, señora :-la dijo.
Margarita se puso en pié.
—Adios querido l ;-respondió;-nos de
jais ya ?
-Si! Temo molestaros.
—No me molestais hoy mas que los demás
dias:—cuando se os volverá á ver?
-Cuando lo permitais.
—En este caso: á Dios.
Convenid que esto era cruel. •
Pero dichosamente el conde era un jóven muy
bien educado y de buen carácter.
– 74 –
Contentose, pues, con besarle la mano que
Margarita le tendia de bastante mala gana; y sa
lió del aposento despues de saludarnos.
En el momento de atravesar el humbral de la
puerta, miró á Prudencia; la cual se encogió de
hombros como diciéndole :
–Qué quereis?...He hecho cuanto he podido.
—Al fin!-Esclamó Margarita volviendo á la
sala:-ya se marchó: ese jóven me irrita los nér
vios de una manera terrible.
—Querida mia-la dijo Prudencia;-realmente
sois demasiado cruel para con el conde, tan bue
no y previsor para con vos. Mirad sobre la chi
meneal...0s hà regalado un reloj que cuando
menos le cuesta mil ducados.
Y Mad. Duvernoy que se habia aproximado
á la chimenea, jugäba con el reloj,fijando en él
miradas de envidia.
—Querida;—repuso Margarita sentándose al
piano-cuando peso de una parte lo que me dá y
de la otra lo que me dice, encuentro que susvi
sitas le salen muy baratas. -

—Ese pobre jóven está enamorado de vos.


—Si debiera atender á todos mis enamorados
no me quedaria tiempo ni aun para comer.
Dicho esto recorrió con sus áfilados dedos las
teclas del piano; despues de lo cual se volvió á.
nosotros diciendo:
—Queréis tomar algo?...... Yo beberia un
ponche. -
—Yo comeria un poco de pollo -añadió Pru-
dencia:-no valdria
,
mas que cenáramos?
*-
"-
– 75 –
–Eso es; vamos, á cenar -esclamó Gaston.
—Mo; no: cenemos aqui.
Llamó y se presentó Manina.
—Envia á buscar cena.
–Qué quereis tomar ?
- –Lo que quieras con tal que sea pronto.
Manina salió del aposento. - .

Eso es;-dijo Margarita , saltando como una


criatura:-vamos á cenar.
Qué imbécil y fastidioso es ese conde!
Cuando mas veia á esta mujer tanto mas me
encantaba: era admirablemente bella y hasta la
delgadez era una gracia en ella.
Difícilmente habria podido esplicar lo que por
mi pasaba. Sentíame lleno de indulgencia por su
género de vida y de admiracion por su hermo
sura. La prueba de desinterés que daba no acep
tando los obsequios de un jóven elegante y rico,
dispuesto á arruinarse por ella, disculpaba á mis
ojos todas sus faltas pasadas. , "

Habia en aquella mujer alguna cosa parecida


al candor.
Veíase que se encontraba aun en la virginidad
del vicio. Su marcha firme, su esbelto talle, su
nariz abierta y sonrosada y sus grandes ojos lije
ramentente circuidos de un tinte azulado, indica
ban una de esas naturalezas ardientes que derra
man á su alrededor un perfume de voluptuosidad,
semejantes á esos pomos de Oriente que por bien
cerrados que estén, dejan escapar el olor del licor
que Contienen, . . . . . . . . . .
En fin, fuese por naturaleza, fuese por conse
– 76 –
cuencia de su estado delicado de salud, pasaban
de vez en cuando por los ojos de esta mujer,
relámpagos de deseos, cuya espansion habria sido
una revelacion del cielo para el hombre que ella
hubiera amado. Pero se habia perdido ya la
cuenta de los hombres que amaran á Margarita y
no se conocia ninguno que hubiera sido amado
p0r ella.
En suma reconocíase en aquella jóven la vir
gen á quien un nada habia convertido en corte
sana y la cortesana de quien otro nada habria
podido hacer la vírgen mas pura y apasionada.
Ademas habia en ella altivez é independencia: "
dos sentimientos que heridos son capaces de pro
ducir lo que el pudor.
Yo no pronunciaba una sola palabra; parecia
que toda mi alma se habia trasladado á mi cora
zon y este á mis ojos.
—Luego sois vos-esclamó de pronto-el jóven
que todos los dias venia á informarse del estado
de mi salud?

–Sabeis que eso es muyhermoso!... Y qué po


dré hacer para recompensaros? -

–Permitidme que os visite de cuando en


cuando.
–Todos los dias que gusteis; de cinco á seis
y de once á doce de la noche. Oid, Gaston tocad
el preludio de este vals.
–Por qué?
—Ante todo e me gusta y despues por
que deseo aprenderlo.
– 77 —
–Qué es lo que no sabeis?
–La tercera parte.
Gaston se sentó al piano y empezó á ejecutar
una maravillosa melodía de Weber, cuyo papel de
música tenia delante.
Margarita con una mano apoyada en el piano,
miraba el cuaderno y seguia con la vista cada una
de las notas que acompañaba en voz baja: y cuan
do Gaston hubo llegado á la parte indicada por
ella tarareó haciendo jugar sus dedos sobre el
piano.
—Re, mi , re, do, re, fa , re, mi: eso es lo
que yo no sé egecutar; repetidlo.
Gaston repitió la tercera parte y cedió el pues
to á Margarita; pero sus dedos rebeldes, se equi
vocaban siempre en alguna de las notas que deja.
mos mencionadas.
–Parece increible-esclamó con verdedera en
tonacion de niño,—que no pueda yo pasar de es—
ta parte. Creereis que algunos dias estoy hasta
las dos de la tarde sin conseguir aprenderla ?
Cuando reflexiono que ese imbécil conde la toca
de memoria y admirablemente, me pongo fu
I’1OSa.

Esto dicho volvióá la carga aun que sin mejor


éxito.
–Que el diablo se lleve á Weber, la música y
lospianos, esclamó arrojando el cuaderno al otro
estremo de la habitacion.
Y se cruzó de brazos, fijando en nosotros la
mirada, al mismo tiempo que azotaba el pavi
mento con su lindo pié.
- — 78 –
La sangre coloreó sus mejillas y una lijera tos
vino á entreabrir sus labios.
—Vamos, vamos;-observó Prudencia que se
habia quitado el sombrero y se alisaba los ban
dos , delante del espejo:-no os incomodeis por
que esto os perjudica: vámonos á cenar, esto es
mucho mejor. Ademas estoy muerta de hambre.
Margarita tiró del cordon de la campanilla;
volvió á sentarse al piano y empezó á cantar á
media voz una cancion libertina, en cuyo acom
pañamiento ne se equivocó una sola vez.
Gaston que sabia esta cancion la acompañó
formando un duo.
—Mo canteis esas sociedades , -dije familiar
mente, pero en tono súplicante áMargarita.
—0h! Cuán casto sois!-esclamó sonriendo y
tendiéndome una mano.
—Mo lo digo por mi, sino por vos.-Margarita
hizo por toda contestacion una mueca que queria
decir:-Hace mucho tiempo que he reñido con la
castidad!
En este momento apareció Manina.
—l propósito, me dijo Prudencia-¿habeis
visto las habitaciones?-Venid á verlas.
Ya sabeis que el salon era una maravilla.
Margarita nos acompañó durante algun tiempo;
luego llamó á Gaston pasó con él al comedor
para cerciorarse de si la cena estaba puesta.
–Calla -esclamó Prudencia apoderándose de
una estatuita de Sajonia:–no sabia que tuvie
rais esta figurita.
–Cuál º
– 79 —
—Este pastor con su jaula y su pajarillo.
—Quedaos con él si os gusta.
–Temo privaros de él.
—Yo tenia la intencion de regalarlo á mi don
cella, porque me parece feísimo: guardadlo.
Prudencia solo vió el regalo y no el modo con
que fué hecho.
En seguida me condujo al gabinete-tocador,
donde indicándome dos miniaturas, dijo:
—Ved aqui el conde de G.... que ha estado
muy enamorado de Margarita: fué el primer
amante de esa bella niña; le conoceis?".
—Mo; y ese otro?-pregunté.
-–Es el diminuto vizconde de B.... que se ha
visto precisado á ausentarse de Paris.
–Por que?
–Porque estaba casi arruinado.
—Ese amaba mucho á Margarita.
—Y ella le correspondia sin duda?
—Es una diablilla tal, que no sabe uno á que
atenerse. La noche del dia que el vizconde salió de
Paris estuvo en el teatro como de costumbre; y sin
embargo habia llorado mucho en el momento de la
separacion. -

Aqui llegaba nuestra conversacion cuando Ma


nina vino á anunciarnos que la cena nos esperaba
y nos dirigimos al comedor.
Al entrar en él vimos á Margarita apoyada
contra la pared y á Caston que la hablaba en voz
baja teniéndola asida por las dos manos.
—Estais loco;-le respondia ella. -

—Ya sabeis que no puedo ser vuestra querida.


— 80 -
Esto no se pretende de una muger como yo des
pues de tratarla dos años : nosotros nos entrega
mos en el acto, ó nunca. Vamos, señores a ia
mesa.
Y escapándose de las manos de Gaston, le hizo
sentar á su derecha, me indico su izquierda y
dijo á JJanina:
—Antes de sentarte encarga que no habrán á
nadie, sea quien sea.
Esta recomendacion fué hecha á la una de la
madrugada.
Durante la cena se rió, bebió y comió mucho:
á los pocos instantes habia llegado la alegria á
sus últimos límites y esas frases que ciertas gen
tes encuentran graciosas, pero que afean la bo
ca que las pronuncia, sonaban de vez en cuando,
con grande aplauso de Nanina , Prudencia y
Margarita. Gaston se divertia francamente: era
un joven de corazon, pero cuyo talento habia si
do falseado en sus principios por las costumbres.
Durante un momento quise aturdirme; hacer
mi corazon y mi pensamiento indiferentes al es
pectáculo que se ofrecia á mis ojos y tomar parte
en aquella alegria que parecia uno de los manja
res de la cena; pero poco á poco me encontré
aislado en aquel bullicio; mi vaso permanecia
lleno, me sentia casi triste viendo á aquella
hermosa criatura de veinte años beber, hablar
como un libro de memorias y reír cada vez mas,
á medida que aumentaba lo escandaloso de sus
frases.
iVo obstante esta alegria, esta manera de ha
– 81 –
blar y beber que en los otros convidados me pa
recia el resultado del desenfreno y de la costum
bre, asemejábase en Margarita á una necesidad
de olvidar;á una fiebre, á una irritacion nervio
sa. A cada nuevo vaso de Champagne se cubrian
sus megillas de un carmin calenturiento y una
tos, muy lijera al empezar la cena, se habia tro
cado en frecuente y profunda, hasta el estremo de
obligarla á apoyar la cabeza en el respaldo de su
asiento, y á oprimirse el pecho con ambas manos
á cada nuevo y fuerte acceso.
Yo padecia adivinando el mal que debia cau
sará aquella débil organizacion, estos escesos de
cada dia.
Por último, sucedió una cosa que habia pre
vístos y temia. Al final de la cena se apoderó de
Margarita un acceso de tos mas violento y pro
longado que los anteriores: parecia que su pecho
se desgarraba anteriormente; púsose del color de
la púrpura; el dolor cerró sus ojos: llevóse la
servilleta á los labios y una mancha de sangre la
enrojeció. -

Entonces se puso en pié y corrió á su gabi


nete.
—Que tiene Margarita?- preguntó Gaston.
-Que ha reido demasiado y arroja sangre por
la boca;-dijo Prudencia. Pero no será nada: es
cosa que le sucede diariamente. No tardará en
volver: dejámosla sola, pues asi lo desea.
Yo no pude contenerme y con gran asombro de
Prudencia y Nanina, que me llamaban, seguí à
Margarita, yendo á reunirme con ella. (6
£1 aposento donde se refugiara soto estaba
alumbrado por una bugia, que ardia sobre una
mesa. Al entrar vi á Margarita caida sobre un
sofá, descompuesto el traje, oprimiéndose el pe
cho con una mano y dejando pender inerte la otra.
Sobre la mesa habia de plata, medio
llena de agua, en cuya superficie se veia algunos
ténues hilos de sangre.
Pálida y con la boca entre abierta procura
ba tomar aliento: su seno se hinchaba á inter
valos frecuentes con un largo suspiro que despues
de ecsalado, parecia aliviarla un tanto , dejándola
por algunos momentos una sensacion de bien
estar.
Acerquéme á ella sin que hiciese movimiento
alguno, senteme y assi aquella de sus manos que
descansaba sobre el sofá.'
—Ah ! sois vos l-me dijo con una sonrisa.
Muy alterado debia estar mi semblante porq'uo
despues de mirarme, añadió:
- 83 -
—Vos tambien estais emfermo?
—No! pero vos padeceis aun?...
—Muy poco•repuso enjugándose con el pañuelo
las lágrimas que la arrancara la violencia de la
tos: al presente-prosiguió ; -estoy acostumbrada
á esto.
—Señora,-la dije con voz conmovida;- os es
tais matando; yo querria ser vuestro amigo ó
vuestro pariente para impedir que os martiriceis
de ese modo.
—Esto no vale la pena que os alarmeis;-
me contestó con lijera amargura:- ved como los
otros no se ocupan de mi; porque saben que pa
ra esta enfermedad no hay remedio alguno que
practicar.
Dicho esto se levantó y tomando la bugia, que
puso sobre la chimenea, se miró al espejo.
—Cuan pálida estoy!- dijo arreglándose la bata
y alisándose el cabello con la mano.-Ea! Eal Vol
vamos á la mesa! Venís?
Yo no me moví der sofá y comprendiendo ella
la sensacion que me produjera aquella escena se
me aproximó tendiéndome la mano:
—'Vamos, venid!-repitió.
Yo assí su mano y la llevé á mis labios, hume
deciéndola involuntariamente con dos lágrimas,
largo tiempo contenidas.
—-Oh! Sois un níñol-esciamó volviéndose á
sentarse á mi lado : - Estais llorando ¿ qué te-
neis?...
—Muy necio debo pareceros; pero lo que aca
bo de ver me desconsuela horriblemente.
— 84 -
— Sois muy bondadoso ! Qué quereis?-Como no
puedo dormir es preciso que me distraiga un po
co. Luego tratándose de muchachas de mi con
dicion ¿qué importa una mas ó menos?... Los
médicos me dicen que la sangre que arrojo pro
cede de los bronquios y yo aparento creerlos : es
cuanto puedo hacer en su obsequio.
—Escuchadme Margarita,-la dije entonces con
una espansion que no fui dueño de reprimir ;-
ignoro que influencia debeis ejercer sobre mi •vi
da, pero sé que en este momento no existe per
sona ninguna, ni aun mi hermana, que me
interese tanto como vos. Asi sucede desde que
os conocí. Pues bien, en nombre del cielo, cui
daos y mudad de vida.
—Si me cuidara, me moriria; la vida fiebrosa
que hago es la que me sostiene. Además, eso de
cuidarse es bueno para las mujeres que tienen
una familia , y amigos * pero nosotras nos yp-
mos abandonadas desde el momento en que no
podemos ser útiles á la vanidad ó contribuir á los
placeres de los hombres ; y entonces á las noches
prolongadas se suceden dias interminables. Ten
go la esperiencia de ello , he permanecido en ra
ma por espacio de tres meses y á las tres semanas
nadie se acordaba ya de mí.
—Es cierto que nada soy para vos,-repliqué-
perp si lo toleraseis, yo os cuidaria como un her
mano, nunca os abandonaria y llegaria á curaros.
Cuando hubierais recuperado las fuerzas , volve
riais á este género de vida , si así lo queriais;
pero tengo la seguridad de que perfeririais una
– 85 –
existencia tranquila que os haria doblemente fe
liz y os conservaria la belleza.
–Esta noche pensais asi porque teneis el vino
triste; pero seguramente que en la practica no
tendriais la paciencia de que os jactais.
—Permitidme deciros, Margarita, que habeis
estado enferma durante dos meses y que en ese
tiempo, he venido dia por dia á saber del estado
de vuestra salud.
—Cierto, mas por qué no subiais?...
—Porque entonces no os conocia.
—Y quien repara en eso tratándose de una
muchacha de mi clase ?
—Los que como yo respetan siempre la mujer;
al menos, tal es mi opinion.
—ego vos me cuidariais?

-Y hasta por las noches?


-Todo el tiempo que no os fuera molesto.
—Cómo llamais á esto?...
—Afecto.
—Y de qué procede ese afecto?
—De una simpatía irresistible hácia vos.
—Luego estais enamorado de mí? Decidlo
francamente: es lo mas sencillo.
—Es posible, mas si debo confesárlo algun
dia, no será hoy cuando lo haga. -

—Mejor hareis no diciéndolo nunca.


–Por qué? -

—Porque de hacerlo solo pueden resultar dos


cosas.
—Cuáles?
– 86 -
–0 que yo no acepte vuestro amor, en cuyo
caso me aborrecereis; ó que por el contrario lo
admita, consintiendo en ser vuestra querida. Y
qué querida?-Una mujer nerviosa, enferma, tris
te ó alegre; con una alegría mas triste que el pe
sar; una mujer que arroja sangre y gasta cien
mil francos al año. Esto es bueno para un viejo
opulento como el duque; pero muy pesado para
un jóven como vos; y la prueba de ello es que
cuantos amantes jóvenes he tenido, me han aban
donado.
Yo no contesté una palabra, ocupado en escu
charla. -

Esta franqueza que rayaba en confesion; esta


vida dolorosa que yo empezaba á vislumbrar á
través del dorado velo que la cubria, y cuya
realidad huia la pobre jóven guareciéndose en la
corrupcion , la embriaguez, y el insomnio ; todo
esto me impresionaba en términos de no dejarme
articular una sola palabra.
—Ea l—Esclamó Margarita:—estamos diciendo
niñadas; dadme la mano y regresemos al come
dor, pues no es necesario que sepan el por qué
de nuestra ausencia.
—Id si así lo quereis; pormi parte os ruego
que me permitais permanecer en este sitio.
—Mas por qué?
-Porque vuestra alegría me hace daño.
–Pues bien,estaré triste.
–Mirad Margarita, voy á deciros una cosa
que habreis oido á otros muyfrecuentemente yá
la que por lo tanto no dareis crédito; aun que no
- 87 —
por eso deja de 3er cierta;-y la que no os repe
tiré jamás.
—Qué es?. ..-articuló ella con una de esas son
risas con que se adornan las madres jovenes para
escuchar una locura de su hijo.
—Que desde que os he visto, -ignoro el como y
el porqué-formais parte de mi existencia ; que
he querido arrojar vuestra imagen de mi corazon
sin poderlo lograr ; que hoy al encontraros de
nuevo, despues que no os veia en dos años , ha
beis adquirido un gran ascendiente sobre mi co
razon y mi pensamiento; es en fin , que ahora
que me habeis recibido en vuestra casa , que
ahora que os conozco y sé todo lo que hay de es-
traño en vos, habeis llegado á serme indispensa
ble y me volveré loco no solo sino me amais si
que tambien si me prohibis amaros.
—Pero desdichado! yo os diré como decia ma-
dame D...-«¿ Sois bastante rico para ello?» -Lue
go ignorais que derrocho seis ó siete mil francos
mensuales y que este gasto ba llegado á serme
indispensable; tampoco sabeis que yo os arrui
naria en un nada de tiempo , y que vuestra fa
milia se hecharia sobre vuestros bienes para im
pediros vivir con una muchacha como yo. Amad
me , si lo quereis, como un amigo ; pero no de
otro modo. Venid á verme , nos reiremos, habla
remos pero no exagereis mi valor , porque real
mente no valgo gran cosa. Teneis un bello cora
zon, necesitais ser amado, pero sois demasiado jo
ven y afectuoso para alternar con nosotras ..Bus
cad, pue9, una mujer casada.... Ya veis que soy
— 88 –
una buena muchacha y que os hablo con since—
ridad.
—ólal que diablos haceis ahí-gritó Pruden
cia á quien no habíamos oido entrar y que se
apareció en el dintel de la puerta con el peinado
descompuesto y la bata entre abierta. -

Este desórden me dió á conocer la mano de mi


amigo Gaston.
—Hablamos de cosas serias, -dijo Margarita;—
dejadnos que al punto salimos.
–Bien, bien; hablad hijos mios:-dijo Pruden
cia alejándose y cerrando la puerta como para
dar mayor intencion á sus palabras.
–Quedamos en que no me amareis!-dijo Mar
garita, cuando hubimos quedado solos.
—En ese caso, me alejaré.
—Aun eso!...
Habia avanzado demasiado para que me fuera
posible retroceder;y ademas aquella mujer me
enloquecia. Esa mezcla de alegria, de tristeza,
de candor y prostitucion; hasta aquella enfer
dad que debia desarrollar la sensibilidad de las
impresiones como la escitacion de los nervios, to
do se reunia para hacerme comprender que si no
lograba dominar aquella naturaleza olvidadiza y
ligera desde la primera vez, debia considerarla
como perdida para mí.
—Veamos: es formal todo eso que me decis?
preguntó.
—Muy formal.
—Mas por qué no me lo habeis dicho antes?
—Y cuando?
- 89 —
—El dia siguiente á aquel en que me fuisteis
presentado en el teatro de la Opera-Cómica.
—Creo que me habriais recibido harto mal en el
caso de que me hubiera presentado. .
—Por qué razon?
—Porque la víspera me conduje como un es
túpido
—Es verdad, pero sin embargo ya entonces me
amabais ? .
—Si.
—Cosa que no os impidió ir a acostaros y dor
mir tranquilamente luego de concluida la funcion.
Yo sé lo que significan esas grandes pasiones.
—Pues bien; os engañais. Sabeis lo que hiee
al salir del teatro ?
—No.
•'—Os aguardé á la puerta del café Inglés : se
guí el carruaje que os conducia juntamente con
vuestros amigos, y al veros entrar sola en vuestra
casa me sentí muy feliz.
Margarita se puso á reir.
—De qué os reís ?
—De nada.
—Os ruego que me lo digais ; de lo contrario
creeré que aun os burlais de mí.
—Os enojareis ?
—Con qué derecho?...
—Pues bien, habia una razon para que entrase
sola en mi casa.
—Cual.
—Que me esperaba alguien.
Una puñalada no me habria hecho mas daño que
- 90 -
estas palabras; y levantándome al punto la tendí
una mano.
—Adios;-d¡je á Margarita.
—Ya sabia que os enfadariais !-replicó.-Los
hombres tienen una especie de rábia por saber
todo lo qué debe entristecerles.
—Os aseguro-esclamé con acento frio , cual
si tratara de minifestarle que me hallaba radical
mente curado de mi pasion ; -os aseguro que no
estoy enojado. Natural era que alguien ós espera
se, como lo es que yo me marche á las tres de la
mañana.
—Tambien vos teneis quien os espere en vues
tra casa ?-me pregunto.
—No ; pero es forzoso que me marche.
—Adios, pues.
—Sfe despedís?...
—De ningun modo.
—Por qué me entristeceis ?...
—De qué modo os he apesadumbrado?
—Diciendome que habia quien os aguar
daba.
—No he podido dejar de reírme al oiros decir
que habiais sido feliz al verme entrar sola en mi
casa, cuando para ello me asistia una tan justa
razon.
—A veces nos hacemos un placer de una ni
ñada ; y es perverso destruir esa alegria, cuando
dejándola subsistir , se hace la felicidad de al
guien.
—Pero con quién creeis que traíais?-Yo no
soy ni una virgen ni una duquesa : solo os conoz
– 91 –
co desde hoy y no os debo cuenta de mis accio
nes. Aun admitiendo que un dia llegue á ser
vuestra querida, es preciso sepais que he tenido
otros muchos amantes. Si va empezais por
ser celoso qué es lo que deberé esperar para des
pues, en el caso de que ese despues llegue á ecsis
tir?... Mo he visto ningun hombre que os pa
rezca !
—Es que nadie os ha amado como os amo yo.
—Pero francamente, me amais mucho?
—Tanto como es posible amar; así al menos
lo creo.
—Y esto dura desde ?...
–Desde un dia que os víapearos del carrua
je y entrar en el almacen de Sune, tres años
hace.
–Sabeis que eso es muy bello ?... Pues bien,
qué debo hacer para mostrar mi reconocimiento
por tan grande amor?
—Amarme un poco;-dije con una tan violenta
palpitacion de corazon que me impedia hablar;
porque á despecho de las sonrisas semi-burlonas
con que Margarita acompañara toda esta conver
sacion, me parecia que empezaba á participar de
mi turbación d que se aprocsimaba la hora tanto
tiempo esperada.
—Bueno:pero y el duque ?
—Qué duque ?
—Mi viejo celoso.
—Mada sabrá.
—Y si lo sabe ?
—0s perdonará.
– 92 –
–0h, no !! Me abandonaria y en ese caso qué
sucederia ?
—Mo os esponeis á ese riesgo por otro hom
bre?
–Cómo lo sabeis?
—Por la órden que habeis dado para que no se
permita entrar á nadie esta noche. -

—Es verdad; pero ese es un amigo formal.


-Al que sin embargo no quereis, puesto que
le cerrais la puerta á esta hora.
—Mo debeis reconvenirme por ello, puesto
que lo he hecho para poder cenar con Gaston y
COIl VOS. • ,

Yo me habia acercado poco á poco á Margari


ta, pasándola el brazo al rededor del talle, y su
cuerpo descansaba ligeramente sobre mis manos
que tenia cruzadas. -

–Si supierais cuanto os amo!–la dije en voz


baja.
—De veras?
—0s lo juro.
–Pues bien, si me ofreceis cumplir en todo mi
voluntad, sin oponer una palabra; sin hacer una
observacion ni una pregunta, puede ser que yo
tambien os ame.
—0s ofrezco todo lo que querais.
—Pero os prevengo que quiero ser libre y ha
cer cuanto me parezca, sin que necesite daros el
menor detalle sobre mi ecsistencia. Hace mucho
tiempo que busco un amante jóven, sin voluntad,
enamorado sin desconfianza y amado sin dere
chos. Jamas he podido encontrarlo. Los hombres
– 93 –
en lugar de quedar satisfechos cuando se les con
cede por mucho tiempo lo que apenas se atrevie
ron á esperar que alcanzarian una sola vez, piden
cuentas á su querida del presente, del pasado y
aun del porvenir. A medida que se habituan à
ellas intentan dominarlas y se vuelven tanto mas
ecsigentes segun que se les concede cuanto piden.
Si ahora me decido á admitir un nuevo amante,
quiero que reuna tres cualidades muy raras; con
fianza, sumision y discrecion.
–Pues bien; yo seré todo lo que vos querais.
-Veremos.
–Y cuando lo veremos?
—Mas tarde.
–Por qué? -

–Porque, —dijo Margarita desasiéndose de mis


brazos y tomando de un gran ramo de camelias
encarnadas una que colocó en un ojal de mi frac;
por que no siempre pueden efectuarse los conve
nios el mismo dia que se firman.
Estas palabras eran fáciles de comprender.
—Y cuando volveré á veros?–la pregunté es
trechándola en mis brazos.
—Cuando esa camelia ya mudado de color.
-Y cuando sucederá eso
… –Mañana, de once á doce de la noche; estais
contento ?. .
-Y me lo preguntais !... " -

—Mi una palabra de esto á Gaston, á Pruden


cia, ni á nadie !... -

—0s lo prometo.
—Abrazádme y volvamos al comedor.
– 94 –
Margarita me presentó los labios; volvió ali
sarse los cabellos y salimos del gabinete; ella can
tando; yo medio loco.
Ya en el salon me dijo en media voz, detenién
dome : -

—Debe pareceros estraño el verme dispuesta


á admitiros de repente; sabeis de dónde proce
de esto ?...
—Procede-continuó, asiéndome una mano y co
locándola sobre su corazon, cuyas violentas y rei
teradas palpitaciones sentí;-de que debiendo ec
sistir menos tiempo que las demás personas, me
he prometidovivir mas de prisa que las demas.
—Mo hableis así, os lo suplico ! - .

–0h l Consolaos!-prosiguió riendo:-por poco


tiempo que me quede de vida, aun será mas del
que me ameis.
Y entró cantando en el comedor.
Diez minutos depues salimos de su casa, Gaston
y yo: Margarita me apretó la mano al despedir
nos, quedándose con Prudencia.
--Y bien,-me preguntó Gaston cuando estuvi
mos en la calle;-que decis de Margarita ?
—Que es un ángel y que estoy loco.
I
–SI
lo esperaba; se lo habeis dicho?...
—Y os ha ofrecido creeros?...
—Mo
—No hace como Prudencia!
—Cómo ! Ella os lo ha ofrecido?...
—Aun mas,querido; me lo ha probado .. Y no
es despreciable esa jamona; crecdlo.
XI.

Armando se detuvo al llegar á este punto de


su narracion y me dijo :
—Empiezo á tener frio; ¿quereis cerrar la ven
tana?
flícelo así y Armando que estaba muy débil
aun se despojo de la bata y metió en cama, des
cansando un momento ; semejante al hombre ani
quilado por una larga carrera, ó agitado por pe
nosos recuerdos.
—Acaso habeis hablado demasiado ;-le dije :-
quereis que me vaya y os deje dormir ? Otro dia
me referireis el final de esa historia.
—Os fastidia oiria ?
—Al contrario.
—Entonces voy á continuar aun cuando os
marcheis-añadió ;-no podré dormir.
. —Cuando hube regresado á mi casa,-continuó
sin necesidad de detenerse á coordinar sus ideas;
tan presentes estaban en su memoria todos los
detalles,•-me puse á reflexionar sobre los acon
– 96 –
tecimientos de aquel dia. El encuentro , la pre
sentacion y micompromiso con Margarita, habian
sido cosas tan rápidas é inesperadas, que en
ciertos momentos creia soñar. Sin embargo, no
era aquella la primera vez que una muchacha
como Margarita, se ligaba á un hombre desde el
dia siguiente de verse. -

Yo me complacia en acariciar la idea de que


la primera impresion que me produjo mi querida
habia sido tan violenta , que ecsistiria aun. Me
obstinaba en no ver en Margarita una mujer co
mo las demás de su clase y estaba dispuesto á
creer queparticipaba de la atraccion que por ella
sentia. -

A pesar de esto yo recordaba ejemplos harto


contrarios; y además habia oido decir que el
amor de Margarita habia pasado á ser un género
mas ó menos caro; segun la estacion. -
Mas por otra parte ¿cómo conciliar esta opi
nion con las contínuas negativas dirigidas al jóven
conde que habíamos encontrado en su casa ?...
Me direis que no era de su gusto y que encon–
trándose espléndidamente mantenida por el du
que,para en el caso de elegir un amante preferia
un hombre que la agradase. Pero entonces por
qué desechaba á Gaston; un jóven encantador,
espiritual, y rico; dejando comprender que se
inclinaba á mí, á pesar de haberme encontra
do tan ridículo cuando mi primera presenta
cion ?...
Esverdad que hay incidentes de un minuto que
dan mas resultados que el trascurso de un año.
– 97 –
De cuantos tomábamos parte en la escena,yo
fuí el único que se inquietó al verla abandonar la
mesa. Yo la habia seguido á su tocador, no pu
de ocultarla mi commocion, y habia humedecido
su mano con mis lágrimas. Esta circunstancia
unida á mis visitas diarias durante los dos meses
de su enfermedad, acaso la habia hecho ver en
mí un hombre diferente de los que hasta entonces
conociera; en cuyo caso se habria dicho á sí mis
ma que bien podia hacer por un amor que se re
velaba en estos términos lo que hiciera por otros
tantas veces, que habia dejado de poder temer
para ella consecuencia alguna. Todas estas supo
siciones eran bastante probables; pero cualquiera
que fuese la causa de su asentimiento, habia una
cosa cierta ; que habia consentido.
Asípues, comoyo estaba enamorado de Marga
rita, y debia verla, no podia ecsigirla mas. Sin
embargo, os repito que aun cuando se tratase de
una entretenida , acaso para poetizarla, me ha
bia acostumbrado á considerar mi pasion como
un amor sin esperanza , hasta un punto tal, que
cuanto mas se acercaba el momento en que no
debia quedarme nada que desear, tant0 mas du
daba de que llegase.
En toda la noche no pude cerrar los ojos.
Yo mismo no me reconocia ya: estaba medio
loco.
Tan pronto me consideraba poco guapo, rico y
elegante para merecer semejante mujer; como
me sentia lleno de vanidad por aquella posesion.
Despues temia que Margarita solo sin por mí
– 98 –
un capricho de algunos dias, y presintiendo una
desgracia en una ruptura prócsima, reflecsionaba
que acaso habria obrado muy mas cuerdamente
no yendo á su casa; y que debia alejarme de París,
escribiéndola al mismo tiempo mis dudas y temo
res. De este estado de abatimiento pasaba á espe
ranzas sin fin, á una confianza ilimitada. Imagi
naba un porvenir increible; me decia que aquella
mujer llegaria á serme deudora de su curacion
física y moral; que pasaría con ella toda mi vida
y que su amor me haria mas dichoso de lo que
podria serlo con los mas virginales amores.
En fin, nosabré deciros todos los pensamientos
que subian de mi corazon á mi cabeza y que fue
ron á disiparse en el sueño que pude conciliar ya
entrado el dia.
Cuando me desperté eran las dos: hacia un
tiempo magnífico y recuerdo que nunca me habia
parecido la vida tan bella y tan ocupada. Los re
cuerdos de la víspera ocupaban mi mente, sin
sombras, sin obstáculos, escoltados por las alegres
esperanzas que me brindaba la noche prócsima.
Vestime á toda prisa: estába alegre y satisfecho;
el corazon me saltaba de amor y júbilo dentro del
pecho. Agitábame una dulce fiebre; pero ya no
me preocupaban las ideas de la noche anterior;
solo miraba al resultado pensando únicamente en
la hora en que debia verá Margarita.
Imposiblème fué permanecer en casa; aquel
aposento me parecia harto reducido para contener
mi felicidad: necesitaba la naturaleza entera pa—
ra respirar.
– 99 –
Sali y pase por la calle de "Antin. El carruaje
esperaba á Margarita parado delante de su casa
y al punto me dirijí á los Campos Elíseos. Aun
sin conocerlas, amaba á todas las personas que
iba encontrando en mi camino.
Cuán buenos nos hace el amor!...
Una hora hacia que paseaba cuando ví al lejos
la berlina de Margarita : no la conocí, sino que
la adiviné.
En el momento de dar la vuelta mandó parar;
y un jóven alto que hablaba en un grupo, se di
rigió á ella.
La conversacion duró algunos instantes sola
mente: el jóven volvió á reunirse con sus ami
gos; el carruaje se alejó y yo que me habia
aprocsimado al grupo, reconocí en el que hablara
con Margarita al conde de G... cuyo retrato ha
bia visto en la casa de aquella y que segun Pru
dencia me indicó, era el hombre á quien Marga
rita debia su posicion.
El era precisamente el hombre á quien cerrara
su puerta la noche anterior y congeturé que ha
bria encontrado algun otro pretesto paro no reci
birle tampoco aquella noche.
Ignoro como pasé el resto del dia: paseé, fu
mé, hablé, pero á las diez de la noche no conser
vaba recuerdo alguno de lo que habia dicho ni de
las personas que habia encontrado. Solo tengo
presente que regresé á mi casa; que pasé tres
horas haciéndome la toilete ; que miré cien veces
el reló de péndula y el del bolsillo, siempre acor
des por desdicha mia, y que á las diez y media
creí que era hora de salir. -
– 100 –
En aquella época habitaba, yo en la calle de
Provenza; seguí pues la de Mont-Blanc, el bou
levard, crucé las de Louis-le Grand, la de Port
Mahon á la de Antin. Miré á las venta
nas de Margarita y habia luz en su aposento.
Entonces llamé y pregunté al portero si la se
ñorita Gautier estaba en casa.
El portero me contestó que Margarita nunca se
recogia antes de las once ú once y cuarto.
Miré mi reló y ví que aun cuando estaba en la
persuacion de haber marchado lentamente, solo
habia invertido cinco minutos en llegar desde mi
habitacion á la calle de Antin.
En su consecuencia me puse á pasear por las
aceras, desiertas á tal hora por no haber en toda
la calle tienda alguna. -

Media hora despues llegó Margarita, se apeó


del carruaje y miró á su alrededor como si bus
case á alguien. -

La berlina se alejó al paso; pues la cochera y


caballeriza estaban en otra calle; y en el mo
mento en que la jóven llamaba á la puerta me
aprocsimé saludándola:
—Buenas noches;—la dije.
—Ah! Sois vos!-Me contestó de un modo el
menos apropósito para hacer creer que se alegra
ba de verme. -

—Mo me disteis permiso para que os visitara


hoy ?... -

verdad, lo habia olvidado.


Estas palabras destruian todas mis reflecsio
nes de la mañana y todas mis esperanzas del dia;
– 101 —
pero sin embargo, empezaba ya á habituarme á
aquellas maneras y no me retiré, como lo habria
hecho en otra ocasion.
Entramos.
—Ha vuelto Prudencia ?–preguntó Margarita á
Manina.
–Mo señora.
—Ve á decir que venga á verme tan luego
como esté de vuelta; y si llega alguno que di
gan que estoy fuera y no me retiraré en toda la
noche.
Todo esto revelaba claramente una mujer preo
cupada con alguna cosa, ó fastidiada por un im
portuno. Así pues, me encontraba sin saber qué
hacer ni qué decir.
Margarita se dirigió á su alcoba y yo perma
necí en el sitio en que me encontraba.
—Venid;-me dijo.
Quitóse el sombrero y el abrigo de terciopelo y
los arrojó sobre su lecho , despues de lo cual se
dejó caer en un gran sillon, cerca del fuego de
la chimenea, que se hacia encender hasta el prin
cipio del estio; y me dijo, jugando con la cade
na de su reló:
—Y bien;¿qué me decís de nuevo?...
—Mada mas sino que he hecho mal en venir
esta noche.
–Por qué?
-Porque me pareceis contrariada y es sin du
da, que os soy molesto.
—Mo haytal; sino que estoy enferma, que he
sufrido durante todo el dia, que no he dormid
tengo una jaqueca horrible.
– 102 –
–Queréis que me retire y os deje descansar? .
—Mo , no: quedaos: si quiero acostarme lo
haré aunque esteis aquí.
Al decir esto se oyó la campanilla.
–Quién vendrá ahora?-esclamó con un movi
miento de impaciencia. -

Poco despues volvieron á llamar.


–Mo habrá quien abra y tendré que ir yo
misma. •

Y se levantó en efecto, diciéndome:


—Esperad aqui:
Salió del aposento y oí que abria la puerta de
la escalera.
El recien llegado se detuvo en el comedor y á.
las primeras palabras reconocí por la voz al jóven
conde de M...
–Como os encontrais esta noche?-la dijo.
—Mal!-respondió Margarita con sequedad.
* --Acaso os estorbo?
–Puede ser. -

–Como me recibís!... Pero que os he hecho yo,


querida Margarita?
—Amigo mio, no me habeis hecho nada;pero
estoy enferma y es preciso que me acueste:-por
lo tanto vais á hacerme el placer de iros. Es ter
rible no poder entrar en mi casa sin veros Ilegar
cinco minutos despues. Que es lo que quereis?...
Que sea vuestra querida? Pues bien; ya os he
dicho cien veces que nó; que me fastidiais horri
blemente y que podeis dirigiros á otra parte. 0s
lo repito hoy por última vez: no os quiero;—
• o entendido así y á Dios. Ya está aquí Na
ue 0s hará luz: buenas noches.
– 103--
Ysin añadir una palabra, ni escuchar lo que
balbuceaba el pobre jóven, volvió á entrar en la
alcoba cerrando la puerta con violencia–Manina
entró detras de ella. -

—Ya lo has oido;—la dijo:-siempre que venga,


dirás á ese imbecil que he salido ó que no quiero
recibirle. Ya estoy cansada de ver sin cesargen
tes y gentes que vienen á solicitar la misma cosa;
que me pagan y creen haberse desquitado así. Si
las que empiezan este vergonzoso género de vida
supiesen lo que es, preferirian ponerse á servir.
—Vamos, señora, calmaos;—dijo Manina;-pues
estais afectada de los nervios.
—Este traje me molestal-esclamó Margarita
haciendo saltar las corchetas del corpiño:-dame
un peinador.—Y Prudencia?...
Aun no ha vuelto; pero vendrá al mo
Iment0.
—Esa es otra,-prosiguió diciendo Margarita,
interin se ponia el peinador; que sabe encontrar
me siempre que me necesita y no puede hacerme
un solo servicio sin recibir el precio. Le consta
que espero esta noche la contestacion; que estoy
inquieta y habrá ido á divertirse de seca en meca
sin acordarse de mí. .
—Puede que la hayan hecho aguardar.
—Sírvenos ponche.
-Quereis poneros peor?-dijo Manina.
—Tanto, mejor l Trae tambien frutas, pastel,
y un alon de pollo; alguna cosa, pero en seguida,
pues tengo hambre. - ,

Inútil es que intente deciros la impresion que


me causó esta escena, pues vos la adivinareis.
— 104 -
—Vais á cenar conmigo-me dijo;-y entretanto
tomad un libro ; yo voy un momento á mi to
cador.
Al decir esto encendió una bugia y desapare
ció por una puertecilla inmediata, practicada al
lado de .la cama.
Por mi parte empecé á reflecsionar sobre la ec-
sistencia de esta muchacha y mi amor hacia ella
se aumentó.
Poco despues entró Prudencia, interrumpiendo
mis reflecsiones.
—Ola ! Estais aquí !... Y Margarita ?
—En su tocador.
—Esperaré: Sabeis que os encuentra encan
tador ?
—No!
—No os lo ha dejado comprender ?
—Absolutamente.
—Pues como estais aquí ?
—Be venido á visitarla.
—A media noche ?...
—Por que no?...
—Trapalon !
—Pues me ha recibido muy mal. ¡
—Ahora se enmendará.
—Lo creeis ?
r—La traigo una buena noticia.
—Eso es bueno : luego os ha hablado de mi?
—Si: ayer noche s ó por mejor decir; es
ta noche , cuando os marchasteis con vuestro
amigo... apropósito como está M. Gaston R...
No es ese su nombre ?
— 105 –
-Si!-la contesté no pudiendo dejar de son
reirme, pues recordé las confidencias da Gaston,
ver que Prudencia á penas ni sabia su nom
I"O.

—Es unjóven muyguapo: en qué se ocupa ?


–Tiene veinte y cinco mil francos de renta.
—Ah! De veras?-En fin, volviendo á vos,Mar
garita me preguntó mil cosas; quién erais, qué
haceis; que queridas habeis tenido; por último
todo lo que puede preguntarse sobre un hombre
de vuetra edad. Yo la dije todo lo que sé y añadí
que sois un muchacho encantador.
–Mil gracias !... pero decidme qué comision
os confió ayer.
—Minguna ! Todo lo que dijo no tenia otro ob
jeto que hacer marchar al conde ;... pero en cam
bio me hizo un encargo para hoy y esta noche
traigo la respuestá.
En este momento salió Margarita de su toca
dor, coquetamente prendida con una gorrita de
noche adornada con lazos de cinta amarilla: es
taba encantadora.
Habíase descalzado y se abrigaba los pies con
unas babuchas de saten.
—Habeis visto al duque ?–preguntó á Pru
dencia.
–Pues no !
–Qué os ha dicho?
—Me ha dado.
—Cuanto.
—Seis mil.
—Los traeis ?
– 106 –
–Si. . . ... ",

–Ha aparecido contrariado? • -

–Mo.
–Pobre hombre !
Este ¡pobre hombre! fué pronunciado con una
entonación imposible de describir.
aria tomó los seis billetes de mil francos
y dijo: - -

—Ya era tiempo ! Necesitais dinero, querida


Prudencia º - . -

—Ya sabeis, hija mia, que dentro de dos dia


estamosá 15, y que si podeis prestarme tres ó
cuatrocientos francos para entonces, me habreis
hecho un gran favor.
—Enviadlos á buscar mañana por la mañana,
porque ahora es demasiado tarde para enviar á
buscar cambio.
—Mo me olvideis.
-Descuidad: cenais con nosotros?
-No: Cárlos me espera en casa.
–Luego decididamente estais loca?
—Tocada, hija mia. Hasta mañana: á Dios,
Armando. -

Mad. Duvernoy salió y Margarita guardó los


billetes de banco.
—Mle permitís que me acueste ?-preguntóson
riendo al mismotiempo que se dirigia á la cama.
—Mo solo os lo permito, sino que os lo ruego..
Hízolo en el acto y cuando se hubo arropado,
me dijo:
—Ahora venid á sentaros á mi lado y ha
blemos.
— 107 —
Prudencia tenia razon: la respuesta que trajo
á Margarita la habia alegrado.
—Me perdonareis el mal humor que he tenido
esta noche ?-me preguntó haciéndome una mano.
—Estoy dispuesto á perdonaros ese y otros
muchos.
–Pero me amais?
–Con locura.
—A pesar de mi mal carácter?
—A pesar de todo. . .
—Lo jurais? " -

—Si;-la dije en voz queda.


Manina entró al mismo tiempo llevando platos,
un pollo fiambre, una botella de bourdeaux, fre
sas y dos cubiertos. -

—Mo os he hecho ponche-dijo á su dueña ;


porque el bourdeaux os es mas provechoso: no es
verdad caballero?
—Positivamente:-contesté muy conmovido aun
por las últimas palabras de Margarita; de cuyo
rostro no p0dia apartar la mirada.
—Bueno;-dijo;-coloca todo eso sobre la mesita,
acércala á la camay nosotros mismos nos servire
mos. He aquí tres noches seguidas que velas: de
bes tener sueño,... puedes acostarte, pues ya no
tenecesit0. - "

—Cerraré la puerta con llave ? -

—Ya lo creo;... y sobre todo encarga que no


dejen entrará nadie antes de medio dià.
-
- ".

-, ",
A las cinco de la mañana hora en que empe
zaba á amanecer, me dijo Margarita:
–Perdóname por que te despido, pues es
preciso. El duque viene todas las mañanas; cuan
do llegue le dirán que estoy durmiendoy acaso se
decida á esperar que me dispierte.
Yo estreché entre mis manos la cabeza de
Margarita, cuyos cabellos serpenteavan en desór
den al rededor de ella y le dí un último beso,
diciéndola:
–Cuando te volveré á ver?
-Escucha-añadió;-toma esa llavecita dorada
que hay sobre la chimenea, abre la puerta con
ella, vuelve á traérmela y vete. Durante el dia
recibirás una carta con mis órdenes; porque ya
sabes que debes obedecerme ciegamente.
–Si; pero y si te pidiera ya alguna cosa?...
–Cual?
—Que me dejes esa llave.
— 10) —
–No he concedido á nadie semejante favor.
—Pues bien; hazlo por mi, pues te juro que
yo no te amo como los demas. -

–Pues bien, guárdala; pero te prevengo que


solo depende de mi que esa llave no te sirve de
nada.
—Como? -

–Porque la puerta tiene cerrojos por la parte


del interior. -

–Pícara!
—Los hare quitar.
—Luego me amas un poco?
—Yo no sé como ha sido pero creo que si. Aho
ra vete... me muero de sueño.
Permanecimos abrazados algunos segundos: era
la despedida; y partí.
Las calles estaban desiertas; la gran ciudad
dormia aun; un fresco agradable reinaba por
aquellos barrios que dentro de algunas horas iba
á invadir el ruido de los hombres. Parecíame que
aquella ciudad dormida me pertenecia: buscaba
en mi memoria el nombre de aquello cuya feli
cidad envidiara hasta entonces y no recordaba
uno solo sin conceptuarme mucho mas venturoso
que él.
Ser amado por una jóven pura, ser el prime
ro á revelarla ese estraño misterio del amor, es,
á no dudarlo, una gran dicha; pero tambien la
cosa mas sencilla del mundo. Apoderarse de un
corazon que no estaba habituado á esos ataques,
es lo mismo queposesionarse de una ciudad abier
ta y sin guarnicion. La educacion, el sentimiento
- – 110 –
de los deberes y la familia, son muy fuertes
centinelas, pero no lo son tales que no sepa bur
larlos una jóven de diez y seis años á quien la
naturaleza dá sus primeros consejos sobre el
amor, por la voz del hombre que ama; voz cu
yas palabras son tanto mas ardientes cuanto mas
puras parecen. -

Cuanto mas cree en el bien la jóven, con tanta


mayor facilidad se abandona, sino al amante,
al amor, porque no teniendo desconfianza care
ce de fuerzas; y hacerse amar por ella es un
triunfo que podrá conseguir cualquier hombre
de veinte y cinco años el dia que así lo apetezca.
Y si no, ved como se vigila á las jóvenes ! Los
conventos no tienen muros bastante elevados, las
madres cerraduras tan fuertes como quisieran; ni
la religion deberes tan continuados como se ne
cesitan, para encerrar esos encantadores paja
rillos en sus jaulas; sobre las que ni aun se toman
la molestia de arrojar algunas flores. Así, pues;
¡ cuánto no deben desear ese mundo que les ocul
tan; cuanto tentador deben creerle; con quéánsia
deben escuchar el primer acento que á través de
las rejas, viene á contarlas esos secretos ; y
con qué gratitud bendeciran la primera mano
que levante á sus ojos una punta de ese velo del
misterio !...
Por ser verdaderamente amado por una cor
tesana es victoria harto mas difícil. En ellas el
cuerpo ha gastado el alma; los sentidos han abra
sado el corazon; la orgía ha revestido de una
coraza sus sentimientos. Las palabras que se les
- 111 -
dirigen las saben desde hace mucho tiempo ; los
medios de que se hace uso, las son peculiares; y
hasta el mismo amor que inspiran , lo han ven
dido. Aman por costumbre y no por impulso.
Sus cálculos las guardan mucho mejor que á una
vírgen su madre ó su convento; así es que han
inventado la palabra Capricho para calificar esos
amores sin utilidad, que se permiten de tiempo
ën tiempo como un descanso, como una escusa ó
un consuelo; semejantes á aquellos ususeros que
desuellan á mil personas y creen repararlo todo
prestando un dia veinte francos á algun pobre
diablo que se muere de hambre; sin ecsigirle in
terés ni pedirle recibo de la cantidad.
Cuando Dios permite que una cortesana ame,
este amor que en su principioparece un perdon,
degenera casi siempre en un castigo. Mo hay ab
solucion sin penitencia. Cuando una criatura tiene
que arrepentirse de toda su vida pasada, se
siente de improviso presa de un amor profundo,
síncero, irresistible, del que nunca se creyerá
capaz; y ya confesado este amor ¡hasta qué pun
to llega á dominarla el hombre amado !... Y cuan
fuerte se siente él con el cruel derecho que tiene
de decirla :
—Mo haceis por el amor mas de lo que habeis
hecho por el,dinero !
En ese caso ignoran ellas qué pruebas dar de
su pasion. Pero han mentido tantas veces que es
casi imposible llegar á creerlas; y en medio de
los remordimientos se sienten devoradas por el
MIOI".
— 112 —
Tal es el origen de esas grandes afecciones; de
esos austeros arrepentimientos de que se han vis
to algunos ejemplos.
Pero cuando el hombre que ha inspirado este
amor , suficiente á redimir todas las faltas, tiene
una alma bastante generosa para aceptarlo sin
acordarse del pasado; cuando se entrega, en fin,
cuando ama del mismo modo que es amado, es
te hombre apura de una vez todas las emociones
del mundo y su corazon queda imposible para
todo otro amor.
Cuando entré en mi casa estaba loco de ale
gria. Al pensar que habian desaparecido todas las
barreras que mi imaginacion creara entre Mar
garita y yo ; que la poseia ; que ocupaba una par
te de su pensamiento, quelenia en el bolsillo la
llave de su habitacion, con el derecho de servirme
de aquella llave, estaba satisfecho de la vida, or
gulloso de mi mismo y amaba á Dios que todo es
to permitia.
un joven, pasando cualquier dia por una calle,
tropieza con una muger , la mira , se vuelve y
pasa. No conoce á aquella mujer que tiene place
res , pesares y amores en los que él no tiene
participacion alguna. El no ecsiste para ella y si
la hablase , acaso se burlaria del joven como
Margarita se habia burlado de mí. Pasan sema
nas, meses y años y de repente , cuando ambos
han seguido en la vida el rumbo diferente que les
estaba marcado, la lógica de la casualidad los
coloca frente á frente.
La mujer llega á ser querida de aquel hombre
– 113 –
y le ama. Cómo? Porqué?... Esas dos ecsistencias
no son ya mas que una ;á penas ecsiste la inti
midad creen que ha ecsistido siempre y todo
cuanto á ella precedió se borrará de la memoria,
de ambos amantes. Convengamos en que esto es
muy curioso.
Por lo que á mí hace ya no me acordaba como
habia vivido hasta la víspera. Todo miser se ec–
saltaba de alegría al recuerdo de las palabras
cambiadas durante aquella primera noche de
amor. 0 Mlargarita era muy diestra en engañar
ósentia por mí una de esas pasiones que se re
velan desde el primer beso y que por lo demás,
mueren alguna que otra vez del mismo modo que
han nacido.
Cuanto mas reflecsionaba convenia conmigo
mismo en que á Mlargarita no asistia razon algu
na para fingir un amor que no hubiera senti
do; diciéndome además que las mujeres tie
nen dos modos de amar, que pueden resultar el
del otro: amar con el corazon ó con la ca
-.
eza. , ""

Sucede confrecuencia que una mujer toma un


amante solo para obedecer á sus sentidos y llega
á conocer, sin apercibirse de ello, el misterio del
amor inmaterial, no viviendo mas que por su
corazon: ó bien una jóven, no buscando en el
matrimonio otra cosa que la reunion de dos afec
ciones puras, recibe esa repentina revelacion del
amor físico; esa enérgica conclusion de las mas
castas impresiones del alma.
a Yo me dormí enmedio de todo se -
– 114 –
mientos y al despertar me encontré con una carta
de Margárita, concebida en estos términos: -

«He aquí mis órdenes: esta noche al teatro


del Vaudeville: visitadme durante el tercer en
treact0.
M. G.»

Yo guardé este billete en un cajon á fin de


tener siempre á mano la realidad para en el caso
de que dudase de ella como me acontecia en cier
tá8 mÓmentOS. "
Margarita no me decia que fuese áverla du
rante el dia y yo no osaba presentarme en su ca
sa; pero tan grande era mi deseo de verla antes
de la noche que fuíá los Campos–Elíseos, donde,
como la vispera, la ví dar dos vueltas.
A las siete entré en el Vaudeville.
Nunca me habia presentado tan tempránó en
un teatró. - -

Todos los palcos, escepto uno de proscenio, se


fueron poblando poco á poco; pero al empezar el
tercer acto oí abrirse la puerta de aquel palco,
del que no p6dia separar la vista y ví entrar á
Margarita, la cual se dirigió al antepecho, ecsa
minó los sillones de orquesta, vióme en uno de
ellos y me dió las gracias con una mirada.
Aquella noche estaba maravillosamente bella.
Era yo la causa de su coquetería?...
Me amabá ya lo bastante para creer que cuan
tomas bella la encontrase tanto mayor seria mi
felicidad?... Aun lo ignoro; pero si tál fué su
intencion debo confesar que logró su objeto, por
– 115 –
que al aparecer en el palco todas las cabezas se
volvieron en direccion á ella y el actor que en
aquél momento ocupaba la escena no pudo im
pedirse el mirar á la persona que de tal modo
distraia la atencion de los espectadores con su
aparición. "
Y yo temia la llave de la habitacion de esta
mujer, que debia volver á pertenecerme dentro
de tres ó cuatro horas !...
Zahiérese á aquellos quese arruinan por las ac
trices ó por las mujeres entretenidas; pero si
algo me admira es que esos hombres no cometan
por ellas veinte veces mas locuras de las que ha
cen. Es preciso haber hecho, cual yo, aquella
vida para conocer como se apoderan del corazon
las pequeñas vanidades que nos hacen disfrutar
diariamente. -

Despues de Margarita entró Prudencia en el


palco, siguiéndola de cerca un hombre en quien
reconocí al conde de G... Este se sentó en el fon
do del palco,
"A su vista sentí helárseme el corazon. "
Estoy seguro de que Margarita se apercibió de
la impresion que me produjo la presencia de aquel
hombre en el palco, porque médirigió una nue
va sonrisa y volviéndose de espaldas al conde
aparentó ocuparse atentamente de la pieza que
se ejecutaba. Al tercer entreacto varió de posi
cion , pronunció algunas palabras, el conde sa
lió del palco y Margarita me indicó por señas que
subiese.
-Buenas noches;—me dijo cuandó entré; y
me alargó una mano.
– 116 - • .

–Buenas noches;— repliqué dirigiéndome á


largarita y á Prudencia. ,

–Sentaos.
–Pero voyá ocupar el puesto de otro: acaso
no volvera el conde G...?
–Si: le he hecho irá buscarme dulces paraque
podamos hablar algunos instantes. Mad. Duver
noy está en el secreto. -

–Si, hijos mios;-dijo esta:-pero vivid tran


quilos que nada diré -

–Que teneis esta noche;-me preguntó Marga


rita, levantándose y llevándome á un rincon del
palco para besarme en la frente.
—Estoy algoindispuesto. -

.—Es preciso que vayais, á acostaros,-me dijo


con cierta entonacion de ironia que tan perfecta
mente se amoldaba á su espirituál fisonomía.
–Donde? ,
—En vuestra casa. -

—Sabeis que no podriadormir.


—En ese caso no debeis venir à hacernos el
sério porque habeis visto un hombre en el palco.
—Mo es por eso. .

—Sital; yo lo conozco y os digo que haceis


mal: con que no hablemos mas de esto. Despues
de la funcion ireis á la casa de Prudencia, donde
permanecereis hasta que os llame. Lo oís?
-Si.
Podia yo desobedecerla?
.—Me amais siempre?-prosiguió.
—Y me lo preguntais!...
, -Habeis pensado en mí?
– 117 –
–Todo el dia. - -

–Sabeis que decididamente temo enamorarme


de vos ?... Preguntadlo á Prudencial
–0h!-hizo esta: es asombroso.
—Ahora os volveis á vuestro sillon; porque
el conde va á regresar y es inútil que os vea
aquí.
–Porqué?
–Porque os desagrada verle.
–No es eso; sino que si me hubierais dicho
que deseabais venir esta noche al Vaudeville,
yo ra haberos enviado un palco lo mismo
—Desdichadamente
q U10, G1, me lo llevó el conde sin que
yo tuviera necesidad de pedírsele, ofreciéndose
además á acompañarme. Ya sabeis que yo no
odia rehusar su invitacion. Todo lo que podia
acer era escribiros donde iria á pasar la noche
para que me vierais y para tener yo misma el
placer de veros, mas toda vez que mé lo agrede
ceis de ese modo, aprovecharé la leccion.
—He hecho mal; perdonadme.
–En hora buena: volved alegramenteá vuestro
sitio y no hagais mas el celoso.
Besome de nuevo y salí del palco. En el corre
dor encontré al conde que regresaba;y fuí ásen
tarme en mi sillon.
Despues de todo la presencia del conde de G..
en el palco de Margarita era la cosa mas sencilla
del mundo. Habiendo sido su amante, la rega
laba un palco y la acompañaba del teatro: todo
esto era muy natural y desde el momento en
– 118 –
que aceptaba por querida á una muger como
aria,
itos.
fuerza me era someterme ásus há
El resto de la funcion no fué menos penoso
para mí la tristeza que sentia se aumentó al
ver subirá un mismo carruaje á Margarita, Pru
dencia y el conde. - .
Un cuarto de hora despues llegué á la casa de
cuando esta acababa de entrar en
e
"

–Habeis venido casi tan pronto como nos


otras;—me dijo Prudencia.
–Si!-repliqué maquinalmente:—donde está
Margarita ?... "
-En su casa.
-Sola? "

... –Con el conde.


lo Yo empecé á pasearme rápidamente por el sa
0I).
–Y bien; ¿qué teneis?... -

-Creeis que encuentro divertido tener que es


aquí que el conde salga de casa de Marga
rita
-No teneis razon. Comprended que Margarita
no puede despedir al conde, que ha sido su amante
durante mucho tiempo y que ha continuado dán
dola siempre mucho dinero. Aun hoy dia la dá.
Margarita gasta mas de cien mil francos al año
y tiene muchas deudas. El duque la envia cuan
to ella pide, pero Margarita no se atreve á ec
— 120 – -

sigirle todo lo que necesita. Por lo tanto no hay


necesidad de que rompa con el conde que le dá
una docena de mil francos al año, cuando menos.
Margarita os ama mucho, querido amigo; pero
vuestro compromiso con ella no puede ser for
mal : así lo ecsigen su interés y el vuestro. Con
vuestros siete mil francos de pension no podeis
mantener el lujo de esa querida niña; pues á pe
nas si teniais con ellos para los gastos de car
ruaje. Tomad á Margarita por lo que realmente
es; una jóven alegre y bonita: regaladla rami
lletes, dulces y palcos, pero no os propongais
ninguna otra cosa ni le hagais escenas ridículas
de celos. Es chistoso veros hacer el descontenta
dizo, cuando teneis por querida la mujer mas
linda de París; queos recibe en una habitacion
magnífica; que la veis cubierta de diamantes y
ue no habrá de costaros un cuarto, si lo quereis.
diablo !! Aun no estais contento? Eso es pedir
demasiado !... - •

—Teneis razon, pero es mas fuerte que mira


zon la idea de que ese hombre es su amante.
–Y quién dice que sea su amante ?–Es un
hombre de quien necesita y nada mas. Hace dos
dias que le cerraba la puerta; pero esta mañana
la ha visitado y Margarita no ha tenido otro re
medio que el palco y consentir en que la
acompañara. Lo ha hecho así y sube un momen
tóá casa de Margarita donde no debe quedarse,
puesto que vos estais aquí esperando, Me parece
que todo ello es muy natural. Además ¿no acep
tais al duque ?,

– 121 –
–Si; pero ese es un anciano y estoy seguro
de que Margarita no es su querida. Además pue
de uno avenirse á un compromiso y no querer
tolerar dos.
–Sois un jóven encantador á quien quiero con
todo mi corazon. Hace veinte años que vivo entre
las mujeres entretenidas; por lo tanto sé lo que
son y lo que valen; y no deseo que tomeis por
el lado formal el capricho que una muchacha bo
nita tiene por vos.
—En fin, admitamos—continuó Prudencia;-que
Margarita os ama lo bastante para renunciar al
conde y al duqué en el caso de que este se aper
cibiese de vuestras relaciones y la diese á elegir
entre vos y él: el sacrificio que en tal caso os
haria es enorme. Cuál podriais hacer vos que le
igualase ? Cuando estuvierais cansado de ella
¿qué podriais hacer para recompensarla de los
: que la habriais irrogado? Mada. La
abriais aislado de ese mundo donde residen su
fortuna y su porvenir; os habria sacrificado sus
mas hermosos años y estaria olvidada.
En todo esto habia una lógica de la que yo no
habia creido capaz á Prudencia. Así es que no
supe contestarle otra cosa que decirla tenia ra
zon; y darle gracias por sus consejos.
—Vamos! Vamos!–me dijo:–deshechad esas
malas teorías y reid: la vida es encantadora,pe
ro segun á través de qué cristal se mire.
-Consultadávuestro amigo Gaston, yo creo que
ese jóven la comprende del mismo modo que yo.
Así pues, esforzoso que vivais convencido de que
ecsiste una bella muchacha que espera impacien
te que se retire el hombre que está en su casa;
una muchaeha que piensa en vos; que os reserva
sus noches y os ama: estoy cierto de todo ello.
Ahora venid conmigo á la ventana y veremos
marcharse al conde, que no puede tardar en ce
deros el puesto. - * ,

Prudencia abrió la ventana y nos asomamos á


ella, apoyando los brazos en la barandilla.
Ella miraba los pocos transeuntes que pasaban
por la calle : yo soñaba.
Todo cuanto me acababa de decirme zumbaba
en la cabeza y no podia negarme que Prudencia
tenia razon; pero el verdadero amor que sentia
por Margarita no podia avenirse á tales racioci
mios. Así es que de cuando en cuando se me es
capaban hondos suspiros, cada uno de los cuales
producia en mi compañera, un movimiento de
hombros y cabeza, tal como podria hacerlos un
médico que perdiese la esperanza de salvará uno
de sus enfermos. - "

A penas hacia dos dias que trataba á Margari


ta; solo era mi querida desde el dia anterior y
sin embargo se habia posesionado de tal modo de
mi pensamiento, de mi corazon y mi vida, que
la visita del conde de G... era para mí una ver
dadera desgracia. - -

Tales eran mis reflecsiones.


Por último vimos aparecer al conde en la ca
lle, montar en su carruaje y alejarse este.
Prudencia cerró la ventana y al propio tiempo
oimos que Margarita nos llamaba.
- 123 –
-Venid-decia;—están cubriendo la mesa, pues
vamos á cenar.
Cuando entré en su habitacion corrió á mí,
saltóme al cuello y me abrazó con todas sus
fuerzas.
–Seguimos enojados?-me preguntó.
—Mo;—repuso Prudencia:-aquello se ha ter
minado: le he hecho un sermon y me ha ofrecido
ser razonable.
—Enhorabuena l
Margarita estaba ya cubierta con un peinador
Acto contínuo nos sentamos á la mesa.
Gracia, dulzura, espansion; todo lo reunia
Margarita: yo me veia obligado á reconocerlo y
Confesarme que no me asistia derecho alguno
para ecsigirla ninguna otra cosa; que muchos
hombres, puestos en mi lugar, se conceptuarian
felicísimos y que semejante al pastor de que nos
habla Virgilio, mi mision estabà reducida á sabo
rear los goces que un Dios ó mas bien, que una
Diosa me
Por lo tanto probéá poner en práctica las teo
rías de Prudencia, mostrándome tan alegre como
mis dos compañeras, pero lo que en ellas era
natural solo era en mí resultado de un esfuerzo
la risa nerviosa que crispaba mis labios, y so
bre la que ambas se engañaron, estaba mas próc.
sima á las lágrimas que aljúbilo. .
Concluyóse la cená y quedé solo con Margari
ta, que como lo tenia por costumbre, se sentó en
la alfombra delante del fuego, mirando contris
tes ojos la llama de la chimenea.
— 124 -
Reflecsionaba. ¿Sobre qué? Lo ignoro. Yo la
contemplé con amor, casi con terror pensando en
lo que debia padecer por ella.
—Ven á sentarte á mi lado;-me dijo:-ven
pronto.
Yo la obedecí.
—Sabes lo qué pensaba?
-Mo. -

-En una combinacion que he encontrado.


-Y qué combinacion es esa ?
-No puedo confiártela aun; pero sí lo que de
ella resultará. Resultará que dèntro de un mes
seré libre, que nada deberé á mis acreedores y
que pasarjuntos en el campo todo el
verano prócsimo.
-Y no podeis decirme el medio con que logra
mOS todo es0.
-No. Solo se necesita que tu amor iguale al
mio vtodo saldrá bien.
=
-NI,
sola habeis imaginado esa combinacion?
- -

—Y sola la llevareis á cabo ?


—Yo sola sufriré los inconvenientes que ofrece
el proyecto;—dijo Margarita con una sonrisa que
nunca podré olvidar; pero ambos participamos
de los beneficios.
La * beneficios me ruborizó; pues recor
dé á Manon Lescaut comiéndose con Desgrieux
el dinero de Mr. de B...
En su consecuencia contesté con tono algo du
ro y levantándome :
-Permitidme querida Margarita que solo par
— 125 —
ticipe de los beneficios de empresas que combino
y —Qué
espiote significa
yo mismo.eso ? • .
• —Eso significa qué tengo vivas sospechas de
que el conde de G... sea vuestro consocio en esa
feliz combinacion , de la que yo rehuso aceptar
las cargas y los beneficios.
—Sois un chiquillo. Creí que me amabais y
veo que me he equivocado : está bien.
Al pronunciar estas palabras se puso en pié,
abrió el piano y empezo á tocar la introduccion
del vals, hasta ¡legar al famoso pasaje que la de
tenia siempre.
Era esto efecto de la costumbre ó tenia por ob
jeto recordarme el dia que nos habiamos conoci
do ? Solo sé que con aquella melodia se me re
produjeron los recuerdos ; con lo que me acerqué
a ella, la cogí la cabeza entre ambas manos y besé
su frente.
—Me perdonais?-la dije :
—Bien lo veis ; - me contestó ; - pero observad
que solo estamos en el segundo dia y que ya he
tenido que perdonaros alguna falta. Cuan mal
cumplís vuestras promesas de ciega obediencia.
— Qué quereis?... Os amo demasiado y tengo
celos del mas insignificante de vuestros pensamien
tos. Lo que acabais de proponerme , me llenaba
de alegria, pero el misterio que precede á la eje
cucion de «se proyecto, me oprime el corazoB.|
—Veamos : hablemos con formalidad-prosi
guió apoderándose de mis manos y mirándome al
par que se sonreia con aquella encantadora sonri
— 126 –
sa que me era imposible resistir-vos me amais y
os tendriais por feliz con tal de pasar tres ó cua
tro meses en el campo á solas conmigo. Yo tam
bien, no solo seria dichosa con semejante vida sino
ue conozco, reclamarlo así mi salud. Pero yo no
abandonar París por tanto tiempo, sin po
mer antes en órden mis negocios; y los de una
mujer como yo están siempre muy embrollados.
Pues bien; he encontrado el medio de conciliar
lo todo; mis asuntos y mi amor hácia vos; sí,
mi amor; no os riais, pues cometo la locura de
amaros. Ea! Ya veo que os erguís; que tomais
aires de gran señor y vais á dirigirme palabras
retumbantes. Niño !! Tres veces niño! Pensadúni
camente que os amo y no os inquieteis por ló de
más. Quedamos conforme con esto?
eis.
convensº en cuanto querais: bien lo sa
, "

—En tal caso antes de un mes estaremos en una


aldea, paseándonos por la orilla de un rio y be
biendo"leche. Estrañais que yo, Margarita 6au
tier, os hable en estos términós!... Esto consiste
en que cuando la vida de París, que parece ha
cerme tan feliz, no me tiene escitada , me fasti
dia, y entonces concibo aspiraciones repentinas
hácia una ecsistencia mas tranquila que me re
étiérde los dias de mi infancia. cualquiera cosa
que lleguemos á ser en el mnndo, se ha pasado
por la niñez.0h! Tranquilizaos Novoy à deci
ros que soy la hija de un coronel retirado y que
he sido educada en Saint-Denis. Soy una pobre
cañpesiña que hace seis años no sabía escribir ni
– 127 –
aún su nombre. Mas por qué soisvos el primero
á quien me dirijo para que participe de la alegría
de este deseo ? Sin duda por que he reconocido
que me amais por mí y no por vos; interin que
los demás solo me querían por sí mismos. Muchas
veces he vivido en el campo, pero nunca del
modo que yo lo apetecia; y cuento con vos para
realizar esa apacible felicidad: así, pues, sed
bondadoso y complaciente. Para esto bastará que
ös digais: - - -

—Ella no debe llegar á la vejez y algun dia


me arrepentiria de haberla rehusado la primera
cosa qué me pidió y que tan fácil de hacer era.
Una hora despues estaba Margarita en mis bra
zos y aun cuando me hubiera pedido que come
tiese un crímen la habria obedecido.
A las seis de la mañana me separé de ella; pe
ro antes de salir la dije : "
—Hasta la noche.
Ella me abrazó con mayor ternura y no cón
testó. " -
Durante el dia recibí la carta siguiente:
«Querido mio, estoy algo indispuesta y el fa
cultativo me ha ordenado descanso y quietud.
Así, pues, me acostaré temprano y no os veré es
ta noche; mas para recompensaros, os espero
mañana á mediodía: Yo osàmo.»
La primera palabra que subióá ni labios fué:
«fine éngaña» y un sudor glacial inundó mi
frente; pues amaba ya demasiado à Margari.
tà que esta sospecha no me llenase de am
gustia. , ,, • , ,
– 128 –
Y sin embargo yo debia esperar que me acon
teciese esto casi todos los dias con Margarita, co
mo me habia sucedido frecuentemente con mis
queridas anteriores, sin que me causase grande
impresion. Cuál era el orígen del gran imperio
que sobre mí ejercia aquella mujer?... -

Entonces me ocurria ir á visitarla como de or


dinario, puesto que tenia en mi poder la llave de
su habitacion ; pues de este modo descubriria la
verdad, decidido á abofetearla si la encontraba
acompañada por un hombre.
Entretanto me dirigí á los Campos-Eliseos, don
de permanecí cuatro horas. Mlargarita no se pre
sentó en ellos. Por la noche entré en todos los tea
tros que ella acostumbraba frecuentar y no esta
ba en ninguno.
A las once me dirigí á la calle de Antin. En
ninguna de las ventanas de Margarita habia luz
y sin embargo llamé. "

El portero me preguntó donde iba.


* la habitacion de la señorita Gautier;
lJe. -

-Aun no ha entrado;-me contestó.


-No importa; arriba la esperaré.
—Mo hay nadie en la habitacion.
Evidentemente esto era una consigna que me
era fácil forzar toda vez que tenia la llave,pero
temí dar un escándalo ridículo y salí de la casa;
aunque sin dirigirme á la mia, pues me era im
posible alejarme de la calle, niperder de vista la
casa de Margarita. Parecíame que me faltaba sa
ber alguna cosa ó cuando menos que iban á con
firmarse mis sospechas.
— m -
A eso de las doce se detuvo delante del nume
ro 9, una berlina que me era muy conocida: el
conde de G... bajo de ella y entró en la casa des
pues de despedir el carruaje.
Al pronto creí que iban á decirle, como á mí,
que Margarita no estaba en su casa y que tar
daria muy poco en verle salir; pero dieron las
cuatro de la madrugada y yo continuaba esperan
do en vano. » . . „^
Mucho he padecido de tres semanas á esta par
te, pero me parece que no es nada en compara
cion de lo que sufri aquella noche.
De vuelta en mi casa púseme á llorar como un
niño. No hay hombre que no haya sido engañado
al menos una vez en la vida y por lo tanto todos
sabemos lo que se sufre en tales casos. Bajo la
impresion de esas resoluciones hijas de la calen
tura que en casos tales nos creemos capaces de
llevará cabo,díjeme que eraindispensable rom
er en el acto este amor, y esperé el nuevo dia
leno de impaciencia para ir á tomar un asiento
en la diligencia, regresar al lado de mi padre y
de mi hermana, doble amor cuya vérdad me era
conocida y que no llegaria á faltarme ni enga
ñarme nunca. Sin embargo no queria alejarme
de París sin que Margarita conociese la causa de
aquel viaje, pues solo un hombre que ha dejado
de amará su querida, es capaz de ausentarse sin
escribirla.
En su consecuencia medité veinte cartas dife
rentes encaminadas á aquel solo objeto.
Habia tenido que habérmelas con una jóven
– 131–
parecida á todas las muchachas entretenidas, pe
ro la habia poetizado demasiado, ella me habia
tratado como á un estudiante, hechando mano,
para burlarme, de una ardid de una sencillez in
sultante: esto era claro como la luz del dia. Mli
amor propio se sublevaba por efecto de esta con
sideracion y me decia que, debia abandonar
aquella mujer sin darla la satisfaccion de saber
cuanto me hacia padecer aquella ruptura; y he
aquí el billele que la escribí con mi mas elegante
carácter de letra, pero bañados los ojos con lá
grimas de cólera y dolor.
, «lli querida Margarita:
«Espero que,vuestra indisposicion de ayer
habrá sido de pocagravedad. A las once fuí á
saber devos y me contestaron que habiais sali
do; pero Mr. de G.., fué mas dichoso que yo,
pues que se presentó algunos minutos despues
y á las cuatro de la madrugada quedaba aun en
Vuestra Casa» , , -

«Perdonadme las pocas horas de aburrimiento


que por mi causa hayais pasado y vivid segura de
que no olvidaré los momentos felices de que os
80 y deudor.» ".

Hoy iria á saber como seguis pero cuento mar


char al lado de mi padre y de mi hermana.»
«Adios, mi querida Margarita: ni soy bastan
te rico para amaros del modo que yo habria que
rido, ni tan pobre que haya de amaros de la ma
mera que vos quereis, o * .. . . . -

«Olvidemos, pues, vos, un hombre que debe


seros casi indiferente y yo una felicidad que ha
llegado á ser imposible para mí.»
– 132—
«0s devuelvo la llave de vuestra habitacion,
de la que no he hecho uso alguno y que podrá
seros útil si con frecuencia os veis acometida de
la enfermedad de ayer.»
Ya veis que no tuve valor para concluir la car
ta sin hacer alarde de una ironía impertinente,
: una prueba de lo muy enamorado que es
taba. . -, s

Leí y releí esta carta diez vecesy la idea de


que su lectura apesadumbraria á Margarita me
tranquilizó un tanto. Procuré alentarme en el sen
tido en que estaba escrita y cuando á las ocho se
me presentó mi criado, se la entregué para que
inmediatamente la llevase á su destino.
—Habré de esperar respuesta?-me preguntó
José, (por que mi criado se llamaba José como
todos los de su condicion).
–Si os preguntasen si hay respuesta, direis
que lo ignorais y esperareis. -

Como veis me aferré á esta última esperanza


para creer que me contestaria.
Cuán pobres y débiles somos!... -

Todo el tiempo que José estuvo fuera perma


necípresa de una agitacion estraordinaria y tan
pronto, recordando de que manera se me habia
entregado Margarita, me preguntaba que dere
cho me asistia para escribirla una carta tan im
pertinente cuando ella podia contestarme que no
era Mr. de G... quien me burlaba; sino yo el
que engañaba á Mr. de G...;-modo de discur
rir que permite á varias mujeres el tener muchos
amantes,–como recordando los juramentos de
– 133 –
Margarita, intentaba convencerme de mi car
ta era demasiado dulce para lo que ella merecia;
no habiendo espresiones suficientemente fuertes
para lastimar á la mujer que se mofaba de un
amor tan sincero como el mio. Luego me decia
que habria hecho mejor en no escribirla é ir á su
casa durante el dia, pues de este modo hubiera
podido gozarme en el llanto que la habria hecho
verter. Finalmente me pregunté que iba ella á
contestarme, dispuesto á creer las disculpas que
debia darme. -

Volvió José.
—Y bien?-le dije.
—Señor,–me contestó;—la señora estaba acos
tada y dormia aun, pero tan luego como llame la
entregarán vuestra carta y si tiene respuesta la
traerán al punto. -

Estaba durmiendo !...


Veinte veces estuve tentado á retirar la carta;
pero otras tantas me dije :
–Puede que se la hayan entregado ya y en
tonces apareceria que me arrepiento de haberla
escrito. -

Y sin embargo á medida que se aprocsimaba la


hora en que era probable me respondiera, mi ar
repentimiento era mayor.
Sonaron las diez, las once y las doce. -

A esta hora estuveá punto de concurrir á la ci


ta, como si no hubiera mediado nada: en suma,
y0 no sabia qué imaginar para evadirme de
aquel círculo de fuego que me oprimia.
A la una aun esperaba. -
- 134 -
A esta hora crel, con esa supersticion propia de
las gentes que esperan algo , que si salia á dar
una vuelta, al regreso encontraria la contesta
cion. Las respuestas que se aguardan con impa
ciencia llegan siempre á casa cuando uno está
fuera.
Así, pues, salí con el pretesto de desayunar
me; y envez de hacerlo en el café de Foy, en
el ángulo del boulevard , como to tenia por cos
tumbre, perferí ir á Palais-Royal, pasando por
la calle de Antin. En cada mujer que apercibia al
lejos creia ver á Manina, que me llevaba una
carta; pero pasé la calle de Antin sin encontrar
la doncella. - -

Llegado al Palais-Royal, entré en casa de Vé


ry y el mozo me hizo comer ó por mejor decir,
me sirvió lo que quiso, pues nada comí.
A mi pesar érame imposible separar los ojos
del reló.
Poco despues regresé á casa firmemente per
suadido de que iba á encontrar en ella la contes
tacion de Margarita.
El portero no habia recibido cosa alguna y
creí que la tendria mi criado: vana esperanza!
Si Margarita debia responderme lo habria he
cho ya mucho tiempo hacia. .
Entonces me reconvine por los términos en que
estaba concebida mi carta: yo debia haber guar
dado un silencio completo, cosa que indudable
mente la hubiera inquietado, porque viendo que
no acudia á la cita que me diëra la víspera, ha
bria preguntado cuales eran las causas de aque
– 135 -
lla ausencia, en cuyo único caso deberia habér
selas manifestado, 0brando asi ella no habria po
dido hacer, otra cosa que disculparse, que es
precisamente lo que yo deseaba. En ciertos mo
mentos creí que ella misma vendria á mi casa,
pero las horas pasaron y Margarita no se pre
sentó.
Decididamente diferia ella de las demas muje
res, pues, pocas habria que recibiendo una carta
parecida á la que yo habia escrito, no contestasen
alguna cosa.
A las cinco corríá los Campos-Elíseos,
-Si la encuentro:-pensaba por el camino;
afectaré cierto aire de indiferencia y quedará
convencida de que ya no me ocupo de ella.
Al entrar en la calle Real la ví pasar en su
carruaje y tan brusco fué el encuentro que pa
lidecí." ".
Ignoro si ella vió ó no mi emocion; por lo que
á mi hace, tan turbado me hallaba qué solo dis
tinguí la berlina.
En el momento renunciéá ir á los Campos
Elíseos y leí los anuncios de los teatros, cón la
esperanza de volverla á ver. En el de Palais-Ro
tenia lugar una primera representacion, á
d Margarita era casi evidente que asistiria.
las siete entré en el coliseo y todos los palcos
se llenaron de gente: Margarita no estaba en nin
guno. Cuando me hube cerciorado de ello recor
rá los del Vaudeville, Variedades, 0pera-Có
mica; en fin, cuantos frecuentaba Margarita.
Todo en vano.
0 mi carta la habia apesadumbrado demasiado
para ocuparse en pensar en la funcion del teatro,
ó bien temia encontrarse conmigo y queria evitar
una esplicacion. Todas estas ideas lisonjeaban mi
amor propio, cuando encontré á Gaston que pa
saba por el boulevard.
-De donde venís? me dijo.
-Del Palais-Royal. -

-Yyo del teatro de la 0pera , donde creí


V010S.

–Porqué?
-Porque allí estaba Margarita.
-Ah! Estaba!
-Sí.
–Sola?
-Nol Con una de sus amigas.
-Y nadie mas?
—El conde de G... subió un momento al palco:
á’a salida la acompañaba el duque. A cada mo
mento esperaba veros aparecer, tanto mas cuanto
que me obstiné en creér que tendriais alquilado
un sillon de orquesta que permanecia desocupado
á mi derecha.
-Y por qué habia yo de ir con Marga
rita ?
-Tomal Porque sois su amante.
-Y quién os ha dicho eso?
-Prudencia;á la que encontré ayer-Así pues
os felicito por ello, amigo mio, pues es una lin
dísima querida que no consiente en serlo de to
dos aquellos qué lo pretenden. Conservadla, que
0s hará honor.
- 137 -
Estas palabras pronunciadas por Gaston me
demostraron cuan ridiculas eran mis susceptibi
lidades. Tal diálogo , tenido el dia antes , me
habria editado dirigir a Margarita la estúpida car
ta de aquella mañana.
Mi primera idea fué correr á casa de Pruden
cia, para que esta digese á Margarita , en mi
nombre , que necesitaba hablarla ; pero temí

gresé á mi casa despues de pasar por la calle de


Antin.
Al entrar pregunté al portero si me babian
traido alguna carta y me contestó, como antes,
negativamente.
Aquella noche me arrepentí de todo co
razon de cuanto habia hecho. Encontrábame
solo en casa , sin poder dormir , devorado de
inquietud y de celos , cuando si hubiese dejado
á las cosas seguir su curso natural, habria esta
do al lado de Margarita , recogiendo de sus la
bios palabras de amor que solo habia oido dos
veces y que en mi soledad , me abrasaban los
oidos.
•Y lo mas horroroso de mi situacion era que
reflecsionando sobre lo pasado , me encontraba
culpable; pues todo me indicaba que Margarita
me amaba realmente.
Así debia creerlo ante el proyecto de pasar el
estio sola conmigo en el campo ; y la certidum
bre de que nada la obligaba á ser mi querida,
puesto que mi fortuna era insuficiente á sus ne
cesidades y hasta á sus caprichos. Luego solo la
– 138 –
guiaba la esperanza de encontrar en mí una afec
cion síncerà capaz de hacerla olvidar aquellos
amores mercenarios en cuyo centro vivia; y al
segundo dia, destruia yo aquella esperanza y pa
gaba con una impertinente ironia el amor acepta
do dos noches. Semejante proceder era en mí mas
bien que ridiculez, falta de delicadeza. Qué tenia
yo que reprocharla?Nada! Me habia escrito que
se hallaba indispuesta, cuando podia haberme
manifestado con la odiosa franqueza de cierta
clase de mujeres, que no me recibiria porque
debia visitarla su amante; y en vez de dar cré
dito á su carta, en vez de irme á pasear por todas
las calles de París, menos la de Antin; en lugar
de pasar la noche con mis amigos, presentándo
me á Margarita la mañana siguiente á la ho
ra que me tenia indicada, me pongo á hacer el
0telo, la espío y creo castigarla no volviendo
á verla, siendo así que ella debia estar con
tentísima de esta ruptura, por ser yo un ton
to, significando su silencio no rencor, sino
desden. . . . . -

En esta ocasion debia yo haber hecho á Mar


garita un regalo que no la dejase duda alguna so
bre mi generosidad y que me hubiera permitido
creer quedaba en paz con ella, al mismo tiempo
que la trataba como á una entretenida; pero ha
bria creido ofender con la menor apariencia
de trafico, sino el amor que me tenia, el que
ella me inspiraba; y puesto que este amor era
tan puro que no toleraba ni su division no me
eradable pagar, con un regalo, por crecido
– 139 – -

e fuese, la felicidad que me habia depara–"


por corta que hubiera sido aquella feli
cidad. -

Eso es todo lo que me dije durante toda aquella


noche y lo que estaba dispuesto á ir á decir á
Margarita. Cuando amanecia aun no habia podido
conciliar el sueño: tenia calentura y me era im
posible pensar en ninguna otra cosa que en llar
garita. ·

Yo comprendia que me era forzoso tomar un


partido decisivo, y así, no pudiendo perma
necer en mi casa, ni osando en la
de Margarita, ensayé un medio de aprocsimar
me á ella; medio que mi amor propio podria
atribuirá la casualidad en el caso de que fra
C3 SSº. . ... "

Eran las nueve y voléá casa de Prudencia ; la


cual me preguntó la causa de una visita tan de
mañana, y yo no osando decírsela francamente,
la contesté que habia salido de casa muy tempra
no para tomar un asiento en la diligencia de C...
en cuya ciudad habitaba mi padre.
-Sois muy dichoso en poder dejar á París en
tan bella estacion-me contestó.
-Yo miré á Prudencia preguntándome si se
ba de
1'10.
mí; pero su semblante permaneció
,, , , " -

—Ireisá despediros de Margarita º-me pregun


tó con la misma formalidad.
" • 0. .

—Haceis bien.
-Lo creeis así?
– 140 –
–Maturalmente. Puesto que habeis roto con
ella para qué volver á verla?
—Luego sabeis ya nuestra ruptura.
—Margarita me dió á leer vuestra carta.
-Y qué os dijo ?
—Me dijo: «Querida Prudencia, vuestro pro
tegido es muy poco político: estas cartas se pien
san pero no se escriben.» -

—Y con qué tono os dijo estas palabras? 3


—Riéndose;y añadió:
-Cenó dos veces en mi casa y no le he mere—
cido ni aun la visita de digestion !... -

Talfué el efecto que le hicieron micarta y mis


celos:ya veis que la vanidad de mi amor propio
quedaba cruelmente humillada.
-Y qué hizo ayer noche?
-Fué al teatro de la Opera.
—Ya lo sé; y despues?
-Cenó en su casa
–Sola?
—Creo que con el conde de G...
Luego mi ruptura no habia alteradoen nada las
costumbres de Margarita; circunstancia por lo
cual os dicen ciertas personas:
-No penseis mas en esa muger, que no os
amaba.
-Pláceme que Margarita no padezca por mi
Causa;-repuse con sonrisa forzada.
-Tiene mucha razon. Vos habeis hecho lo que
os conviene: habeis sido el mas juicioso de los
dos, pues ella os amaba, no cesabà de hablarme
de vos y habria sido capaz de cometer cualquiera
locura.
– 141 -
-Si me amaba, por qué no contestó á mi
carta? •
-Porque comprendió que hacia mal en ama
ros. Ademas las mujeres permiten algunas veces
que se las engañe en su amor; pero nunca que
hieran su amor propio; y esto sucede siempre
que se las abandona á los dos dias de ser su
amante, por poderosas que sean las razones con
que se motive la ruptura. Yo conozco mucho á
Margarita y se que moriria primero que contes
tarOS.
—Entonces qué debo hacer?
—Mada: ella os olvidará, vos la olvida
reis y ni uno ni otro tendreis de qué reconve
niros.
–Pero y si yo la escribiese pidiéndola per
don? ·

—Guardaos de hacerlo, por que os perdo


maria.
Trabajo me costó no saltar al cuello de Pru
dencia y darla un fuerte abrazo.
Un cuarto de hora despues entré en mi casa y
escribí á Margarita:
«Cierto sugeto que se arrepiente de una car
ta que escribió ayer y que partirá mañana si
vos no le perdonais, querria saber á que hora le
permitireis irá deponerá vuestros pies su arre
pentimiento.»
«Cuando os encontrará sola?... Porque bien
sabeis que las confesiones no deben hacerse ante
testigos.»
Cerré este madrigal en prosa y lo enviépor
José, que lo entregó á Margarita en persona , la
cual le dijo que contestaria mas tarde. Así es
que solo salí de casa el tiempo preciso para
comer: á las once de la noche aun no habia
llegado la contestacion , y •en su consecuencia
resolví no sufrir mas y alejarme de Pari* la
mañana siguiente. Por consecuencia de esta revo?
lucion y convencido de que aun cuando me acos
tase me seria imposible dormir, púsome á ha
cer los baules. . •. •• i ¡ Ki. ¡
Una hora hacia que José y yo nos ocupábamos
en los preparativos del viaje , cuando llamaron á
lapuertacon violencia. ¡ ^ í ' ¡ J —
—Abro ?-pregunló José.
—'ftbrfrl-le contesté, preguntándome quien
podria visitarme á tal hora y no osando creer que
fuese Margarita. •' •
—Señor ,-me dijo José volviendo ;-son dos se
ñoras.
—Somos nosotras, Armando; gritó una voz
que reconocí serla de Prudencia.
Salí de mí alcoba y encontré á esta en pié,
mirando algunas curiosidades de mi sala , y á
Margarita, sentada en el sofá y meditabunda.
Acto continuo me dirigí á ella , arrodílleme k
sus pies, la así ambas manos y lleno de commo-
ctoü la dije: : í : i
—Perdon •1 ' "• '•• »• '•i •'••<• i •'
Margarita me besó en la frente.
¡ —Esta e» la tercera vez que os perdono.
– 144 –
—Mañana me marchaba de París.
—Y como puede cambiar mi visita esta determi
nacion? No he venido para impedir vuestro viaje,
sinó por que no habiendo tenido tiempo durante
el dia pará contestaros, no he querido que al ale
jaros creyerais que estaba enojada con vos.
rudencia no queria que viniera, asegurándome
que os estorbaria.
—Estorbarme vos, Margarita; pero cómo?
–Toma ! Podiais tener una mujer en vuestra
casa, -contestó Prudencia;-y la habria sido poco
grata la llegada de otras dos.
Interin Prudencia hacia esta observación, me
ecsaminaba Margarita fijamente, a
-Querida Prudencia,-contesté ;-no sabeis lo
que os decís.
–Qué linda es vuestra habitacion;-replicó:
ene ver la alcoba?, 1. . . . . .

-Sl. ,

Y Prudencia se dirigióá ella no tanto por ver


la cuanto por reparar la necedad que acababa de
decir y dejarme á solas con Margarita. --
–Por qué habeis traido á Prudencia?-la pre
gunté y - , , ,
–Porque estaba conmigo en el teatro y por
que queria tener alguna persona que me acom
pañase al salir de aquí.
-Pues y yo? , , ,
-Ademas de que no queria estorbaros, estaba
segura de que acompañándome hasta la puerta
de mi casa, me pediriais queos permitiese su
bir; y como me seria imposible concedéroslo, no
— 145 -
quefia que nos separásemos teniendo derecho pa
ra echarme en cara una negativa.
—Y porqué no podríais recibirme 7
' — Porque estoy muy vigilada y la menor sos
pecha podria acarrearme grandes perjuicios. i
—Solo por esa razon ?
—Si hubiera otra os la diria : no estamos en el
caso de deber tener secretos el uno para el otro.
—Veamos, Margarita; yo no deseo usar de gran
des rodeos para deciros lo que tengo que mani
festaros ; así pues, hablemos con franqueza.
—Me amais un poco ?
^Mucbo.
—Entonces, ¿ por qué me habeis engañado ?
—Amigo mio ; si yo fuese la duquesa tal ó
cual, con doscientas mil libras de renta "y fuese
vuestra querida, al admitir otro amante tendriais
el derecho de preguntarme por qué os engañaba;
pero soy la señorita Margarita Gautier , debo
cuarenta mil francos, no tengo un solo sueldo de
renta, gasto cien mil francos al año y por lo tan*
to vuestra pregunta es tan ociosa, como inútil mi
respuesta.
^-Teneis razon, -dije dejando caer la cabeza
sobre las rodillas de Margarita ;*pero yo os amo
como un loco. ••
—Pues bien , amigo miú ; es preciso ó amar
me un poco menos ó comprenderme un poco
mejor. Vuestra carta me ha causado mucha pe
na. A ser yo libre , habria empezado por no
recibir al conde anteayer, ó de lo contrario,
hubiera venido á solicitar el perdon qué hacepo-
— 146 –
co me pediais; y no habria tenido en lo sucesivo
otro amante que vos. Por un momento he creido
que podria permitidme esta felicidad por espacio
de seis meses, pero no lo habeis querido. 0s obs
tinasteis en conocer los medios para realizarlo...
Dios mio! Eran bien fácil de adivinar! Al emplear
los creed que hacia un sacrificio mucho mas
grande de lo que imaginais. Yo habria podido
deciros «necesito veinte mil francos» y enamorado
de mi, como lo estais, los habriais encontrado,
aun á riesgo de reprochármelo mas tarde. Yo he
preferido no deberos nada, y vos no habeis com
rendido esta delicadeza; porque realmente lo es.
osotras, cuando aun nos resta algo de corazon,
damos á las palabras y á las cosas una estension
y un desarrollo que no conocen las demás muje
res; así pues, os repito que el medio encontrado
por largarita Gautier para pagar sus deudas,
era una delicadeza, de la que debiais oprovecha
ros sin hablar una palabra sobre el particular.
Si no me hubierais conocido hasta hoy, os lle
naria de felicidad tal ofertay no os habriais cui
dado de preguntarme lo que hice anteayer. Al
gunas veces nos vemos forzadas á comprar una
satisfaccion para el alma.á costa del cuerpo y su
frimos cruelmente cuando vemos que esa satisfac
cion nos huye antes de disfrutarla.
Yo escuchaba y miraba á Margarita, lleno de
admiracion. do pensaba que aquella maravi
llosa criatura, cuyos pies habria deseado besar
en otro tiempo, consentia en hacerme entrar por
algo en su pensamiento, dándome á desempeñar
— 147 –
un papel en su vida, y que yo no me contentaba
con lo que me concedia; preguntábame á mi mis
mo si tiene límites el deseo del hombre, toda vez
que satisfecho con la prontitud que lo habia sido
el mio, anhelaba aun otra cosa.
—Es verdad,–prosiguió ;—que nosotras, hijas
de la casualidad, tenemos deseos fantásticos y
amores inconcebibles. Tan pronto nos inclinamos
á una cosa como á otra. Hay hombres que se ar
ruinarian sin llegar á merecernos nada y otros
que nos consiguen con solo un ramo de flores.
-
Nuestro corazon abriga caprichos: esta es su sola
distraccion , su única escusa. Yo me entregué á
tímas pronto que á ningun otro hombre ; te lo
juro: Y por qué ?-Porque viéndome arrojar san
gre me tomaste la mano; porque lloraste; por
que eres la única criatura humana que me haya
compadecido. Voy à decirte una locura: en otro
tiempo tenia yo un perrito que me miraba con
danta tristeza cuando me oia toser!... El es la
única cosa que haya amado. Cuando murió lloré
mas que el dia que perdí á mi madre. Es verdad
que ella me habia castigado cruelmente durante
doce años de mi vida. Pues bien; en el acto de
conocerte te amé tanto como habia amado á mi
perrito ! Si los hombres supieran todo lo que pue
den conseguir con una lágrima, ellos serian mas
queridos y nosotras menos ruinosas.
Tu carta te ha desmentido revelándome que
no pesecs todas las inteligencias de corazon, así
que ella te ha perjudicado en el amor que te te
nia mas de lo que podria haberlo hecho tu pre
– 148 –
ceder, cualquiera que fuese. Estabas celoso, es
verdad; pero eran celos irónicos é impertinentes.
Yo me encontraba triste y cuando recibí tu carta,
contaba verte á medio dia , almorzar contigo,
borrar en fin, con tu presencia, una idea que me
acosa sin cesar, y que antes de conocerte admi
tia sin esfuerzo. -

-Luego-prosiguió Margarita ;-tu eres la sola


persona ante la cual he comprendido que podia
pensar y hablar con sinceridad. -

–Todos los hombres que rodean á las mujeres


de mi clase, tienen un interes en vestigar sus
mas insignificantes palabras y en deducir una
consecuencia de su mas sencilla accion.
–Nosotras carecemos de amigos. Tenemos
amantes egoistas que gastan su fortuna no por
nosotras, como dicen ellos inismos, sino por su
vanidad. . "" ,

—Para esos hombres es forzoso que seamos


alegres si ellos lo están, dispuestas á todo cuando
aparecen cenar, y escépticas como ellos lo son:
en suma; nos está prohibido tener corazon, sope
na de ser silvadas y ver arruinado nuestro cré
dito, -

—Mosotras nonos pertenecemos; nosomos seres,


sino cosas: somos la primera cosa para su amor
propio, la última para su aprecio.Tenemos ami
gas, pero amigas como Prudencia; mujeres entre
tenidas en otra época y que conservan inclinacio
mes á un lujo que su edad no les permite ya. En
este caso se convierten en amigas ó mejor dicho,
encomensales nuestras. Su amistad llega hasta la
– 149 - -

servidumbre , pero nunca al desinterés: nunca


nos dan otra cosa que un consejo lucrativo y poco
las importa que tengamos diez amantes mas, siem
pre que á ellas les produzca esto un vestido, ó un
brazalete y puedan alguna que otra vez pasear
en nuestro carruaje ó acompañarnos á nuestr
palco en el teatro.
—A ellas pertenece nuestro ramillete de la vís
pera; nos toman prestadas las cachemiras y jamás
nos hacen un favor, por pequeño que sea, sin
que se lo paguemos per el doble de su valor.
—Así, pues, nosotros no podíamos tener, ó por
mejor decir, yo no podia, triste como lo estoy
con frecuencia , enferma como me encuentro
siempre, tener mas que una felicidad: la de en
contrar un hombre bastante superior para que no
me pidiera cuenta de mis actos y ser el amante
mas bien de mis impresiones que de mi cuerpo.
Yo habia encontrado ese hombre en el duque,
pero el duque esviejo y la vejez niprotege nicon
suela. Yo habia creido poder aceptar de él la vida
que me trazara; pero ¿qué quieres?... me mue-.
ro de fastidio y si al fin ha de morir una con
sumida, tantovale arrojarse en un incendio como
asficsiarse con carbon.
—Entonces te encontré á tí, jóven , ardiente,
feliz y ensayé á hacerte el hombre que mi cora
Zon llamara en medio de su ruidosa soledad. Yo
amaba en tí, no precisamente el hombre que eras
si no el hombre que debias llegar á ser, pero tú
no aceptaste este papel; lo rechazaste como in–
digno de tí: eres un amante vulgar y debes hacer
– 150 –
lo que los otros: págame y no hablemos mas de
ello.
Fatigada Margarita por esta larga confesion se
recostó en el respaldo del sofá y como para apa
gar un débil acceso de tos, se llevó el pañuelo á.
la boca y á los ojos. -

—Perdon, perdon;–murmuré;—yo habia com


prendido todo eso, pero queria oírtelo decir, mi
adorada Margarita. Ah! 0ividemos lo demás y no
pensemos mas que en una sola cosa; que nos
pertenecemos el uno al otro, que somos jóvenes
y nos amamos. .
–Mlargarita, haz de mí todo lo que quieras;
soy tu esclavo, tu perro; pero en nombre del
cielo, desgarra la carta que te he escrito y no me
dejes partir mañana; de lo contrario moriria.
Margarita sacó mi carta del seno y al entre
gármela, me dijo con una sonrisa de inefable
dulzura :
–Toma; te la traia. -

Yo desgarré la carta y besé con lágrimas de


alegría en los ojos, la mano que me devolvia
aquel papel.
En el mismo instante apareció Prudencia.
—0id, Prudencia; sabéis lo qué me pide ?
-Que le perdoneis? - .

—Justamente. . " -

–Y accedeis?
-Preciso es que lo haga así;pero quiere aun
Otra COSa. -
—Cuál ?
—Irá cenar con nosotras.
– 151 -
—Y lo consentis?
–Qué os parece ?
—Me parece que sois dos criaturas y que ni el
uno ni el otro teneis juicio. Pero al mismo tiempo
pienso que tengo hambre y que cuanto antes con
sintais, mas pronto cenaremos.
Vamos, dijo Margarita;—los tres cabremos
en mi carruaje. Mirad-añadió volviéndose á mí
Nanina estará
ta: tomad ya acostada,
la llave de ella yvos abrireisnola volver
procurad puer
á perderla.
"Yo abrazé á Margarita hasta casi sofocarla, al
tiempo que entraba José.
Señor —me dijo con el aspecto de un hombre
encantado de sí mismo;-los báules están hechos.
–Del todo? - )
–Sí, señor. -

–Púes bien; vuelve á deshacerlos, porque ya


no marcho.
XVI.

—Habria podido , me dijo Armando , referiros


en algunas líneas los principios de estas relacio
nes, pero quiero que veais punto por punto poi
qué acontecimientos y por qué gradacion hemos
llegado, yo á consentir en todo lo que Maganta
queria y ella á no poder vivir sin mi. • ...
La mañana siguiente á la noche que estuvo á
buscarme , fué cuando la envié el ejemplar de
Manon Leseaut.
A partir desde entonces , no pudiendo variar
en nada el género de vida de mi querida, cambié
la mia. Ante todo queria no dejar á mi espíritu el
tiempo de reflecsionar sobre el papel que acaba
ba de aceptar , porque á mi pesar habria conce
bido una gran tristeza ; así es que mi ecsistencia,
tan tranquila de ordinario, revistióse de pronto de
nna apariencia de estrépito y desorden. Ño vayais
á creer que el amor de una mujer entretenida,
por mas desinteresado que pueda ser, no os cues
te nada. No hay cosa mas cara que los mil capri
— 153 –
chos de flores,palcos, cenas, ypartidas de cam
po, que nunca se pueden negar á una querida.
, Como os tengo dicho yo carecia de fortuna. Mi
padre era y es aun recaudador general de C...
disfrutando de una gran reputacion de hombre
probo, gracias á la cual encontró la fianza que
le era necesaria presentar para entrar en el ejer
cicio de sus funciones. Estas le Cuarenta
mil francos anuales y en el espácio de diez años
que obtiene este empleo, ha devuelto la fianza y
economizado además la dote de mi hermana. Mi
padre es el hombre mas honrado que pueda en
contrarse. Al morir mi madre dejó seis mil francos
de renta que aquel dividió entre mi hermana y yo
el dia que obtuvo la plaza que solicitaba y cuan
do cumplí veinte y un años añadió á esta peque
ña renta una pension de cinco mil francos, ase
gurándome que con ocho mil, que suman ambas
podria vivir feliz en París, si además de
a renta, queria crearme una posicion sea en la
abogacía sea en la medicina. -

En su consecuencia vine á París, estudié de


recho, me recibí de abogado y como hay muchos
yjóvenes, me he guardado el diploma en el bol
sillo, entregándome un tanto á la vida ociosa de
París. Mis gastos eran muy modestos; pero esto
no quita que gastase mi renta en ocho meses,
yendo á pasar los cuatro restantes del año al la
do de mi padre, lo cual representaba doce mil
francos anuales y lo que me produjo el ser con
siderado como un buen hijo; por lo demás, niun
cuarto de deudas.
– 154 –
Tal era mi estado cuando conocí á Marga
rita. - “

Bien comprendereis que mis gastos aumenta


ron á pesar mio: Margarita era muy caprichosa;
formando parte de esas mujeres que nunca han
mirado como un gasto sério las mil distracciones
que componen su ecsistencia. Resultaba de esto
que queriendo pasar á mi lado el mayor tiempo
posible, me escribia por las mañanas que come
ria conmigo, no en casa, sino en algun restaurant
de París ó de la campiña. Iba á buscarla, co
míamos, entrábamos en el teatro, cenábamos con
frecuencia, y por la noche me encontraba con
un gasto de cuatro ó cinco luises, que al cabo
del mes sumaban dos mil quinientos ó tres mil
francos: así es que mi anualidad quedaba redu
cida á tres meses y medio, obligándome á con
traer deudas ó abandonará Margarita.
Yo estaba dispuesto á aceptarlo todo, acepté
esto último.
Dispensadme de que os relate todos estos de
talles, pues ya vereis que ellos fueron la causa
de todos los acontecimientos que van á seguir;
os refiero una historia verdadera, sencilla y á
la que dejo toda la simplicidad de sus porme
IOTeS, •

Empecé por tomar prestados cinco ó seis mil


francos sobre la garantía de mi pequeño capital
y me dediqué á jugar, pues desde que se han
prohibido las casas de juego, se juega en todas
artes. En otro tiempo, cuando se entraba en
rascati, habia la posibilidad de hacer fortuna;
— f55 –
jugábase contra dinero y si se perdia quedaba el
eonsuelo de decir que se podria haber ganado; al
paso que ahora, esceptuando los círculos, don
de aun se conserva cierta severidad en los pagos,
se tiene la certidumbre , desde el momento en
que se llega á ganar una suma de alguna impor
tancia, de no recibirla. Fácilmente se compren
derá el por qué.
El juego solo puede practicarse por jóvenes
sugetos á grandes necesidades y que carecen del
dinero necesario para ocurrirá todos sus gastos:
de esto resulta naturalmente : que ó ganan, en
cuyo caso el perdidóso contribuye á pagar los ca
ballos y las queridas de aquellos señores —cosa
harto ridícula-; ó pierden y como les falta dinero
para sus mas perentorias necesidades con tanta
mayor razon les faltará para pagar lo que pier
den. En su consecuencia no pagan, cosa que es
muy desagradable. -

Contráense deudas, y las relaciones empezadas


al rededor de un tapizverde, concluyen con cues
tiones en que se pierde algo del honor y de la
vida, resultando que el hombre honrado se en
cuentra arruinado con frecuencia por otros cuyo
único defecto consiste en no tener doscientos mil
francos de renta.
Yo me arrojé á esa vida rápida, agitada, vol
cánica , cuya sola idea me aterraba en otros
tiempos; y que habia llegado á ser para mí el
complemento inevitable de mi amorá Marga
rita. -

Qué quereis que hiciese.


– 156 –
Las noches que no pasaba en la calle de An
tin, me eran insoportables: los celos me habrian
despertado y abrasado el pensamiento y la san
gre, interin que el juego distraia por un momento
la fiebre que habria invadido mi corazon, cifran
do mi dicha en una pasion que empezaba á inte
resarme á mi pesar.
Así, pues, me quedaba en el juego hasta la ho
ra en que debia ir á casa de mi querida. Enton
ces y en esto es en lo que yo reconocia la vio
lencia de mi amor, abandonaba la mesa implaca
blemente, ganase ó perdiese, compadeciendo á
los que se quedaban allí sin ir como yo, á encon
trar la felicidad al abandonarlos.
Para la generalidad el juego era una necesidad,
como para mí un remedio. .

Curado de Margarita, lo estaria tambien de


aquel vicio.
Así es que conservaba una sangre fria estraor
dinaria : nunca perdia mas de lo que podia pa—
, ni ganaba mas de lo que podria haber per
JC10.
Por lo demás la suerte me era favorable. Mo
contraia deudas, y gastaba tres veces mas dinero
que antes de jugar. Ya veis que no era fácil re
sistirá un método de vida que me permitia sa
tisfacer sin obstáculos los mil caprichos de Mar
garita. Esta me amaba siempre lo mismo ó aun
mas, si era posible. -

Como os llevo dicho empecé por no ser recibido


mas que desde media noche á las seis de la ma
ñana; despues fuí admitido en el palco de tiempo
– 157 —
en tiempo, y mas tarde vino á comer conmigo
alguna que otra vez. Una mañana no salí de su
casa hasta las ocho y llegó cierto dia que perma
necí en ella hasta las doce.
Interin se efectuaba la metamórfosis moral,
operose en Margarita otra física. Yo habia em
prendido su curacion y la pobre jóven adivinando .
mi objeto, me obedecia para probarme su grati
tud. Sin sacudidas y sin esfuerzos, habia llegado
casi á alejarla completamente de sus antiguas
costumbres. Mi médico, con quien combiné un
encuentro que apareció como casual, me habia
dicho que solo el reposo y la tranquilidad podian
conservarla la salud, en términos de que á las
cenas y á losinsomnios habia llegado á sustituir
un régimen higiénico y regularizado el sueño.
Margarita se habia acostumbrado sin quererlo á
este nuevo método de vida cuyos saludables efec
tos esperimentaba. Empezaba á pasar en la casa
algunas noches ó bien, si hacia buen tiempo,se
envolvia en una cachemira, cubríase con un velo
y salíamos á pié yendo á corretear como dos ni
ños por las oscuras avenidas de los Campos-Eli
seos. Regresaba á su casa cansada, tomaba una
ligera cena, y se acostaba despues de haber leido
ó bien tocado el piano durante algun tiempo, co
sa enteramente nueva para ella. Así es que re
cuperaba la salud rápidamente. La tos, que cada
vez que la oia me destrozaba el corazon, habia
desaparecido casi del todo.
A las seissemanas no se trataba ya del conde
ue me habia sido sacrificado; solo el duque era
— 158 –
causa de que ocultase mis relaciones con Marga
rita y este habia sido despedido muchas veces,
interin yo estaba allí, bajo el pretesto de que la
señora dormia y habia prohibido que se la des
pertase. - -

Resultó de la costumbre ó de la necesidad que


de verme habia contraido Margarita, que aban
doné el juego precisamente en los momentos que
para hacerlo habria elegido un diestro jugador;
pues echadas mis cuentas, encontreme por efec
to de lasganancias con una docena de miles de
francos, que me parecian un capital inagotable.
Llegó la época en que yo acostumbraba ir á
reunirme con mi padre y mi hermana y no par
tí, así es que recibia frecuentemente carta de
uno y otro rogándome que fuese á verlos. "
A todas estas instancias contestaba del mejor
modo posible, repitiendo siempre que estaba bue
no y no necesitaba dinero; dos cosas que en mi
concepto, debian consolar un tanto á mipadre
del retardo que notaba en mi visita anual.
Sucedió por entonces que Margarita, habiéndo
se despertado un dia magnífico de sol, saltó de
la cama y me preguntó si la queria acompañará
pasar todo el dia en el campo. En su consecuen
cia hicimos llamará Prudencia y salimos los tres
de París, dejando dicho Margarita, que si se
presentaba el duque le dijese Nanina, que de
: el dia habia ido al campo con
madame Duvernoy. Ademas de que la presencia
de esta era necesaria para tranquilizar al buen
sañor, era Prudencia una de esas mujeres que
— 150 –
parecen nacidas espresamente para las partidas
de campo. Con su inalterable alegria y su eterno
apetito, no podia ser que se fastidiasen un solo
momento las personas á quienes acompañaba y
era la única para disponer que se sirviesen hue
bos, cerezas, leche, conejo, en fin, todo lo que
constituye el desayuno tradicional de las inme
diaciones de París.
Solo nos faltaba saber donde iríamos y fué ella
tambien la que lo decidió.
-Es verdaderamente al campo dónde debemos
ir?-preguntó.
-1. " , "

–Pues bien, vayamos á Bougival, á la granja


de la viuda de Arnould.
—flrmando; id á alquilar una calesa.
Hora y media despues estábamos en la casa de
la viuda de Arnould. Acaso conozcais esa espe
cie de fonda, desde cuyo jardin, que está al nivel
del primer piso, se descubre una vista magnífica.
A la izquierda cierra el horizonte el acueducto de
Marly;á la derecha se derraman una infinidad
de colinas; el rio, casi sin corriente en aquel
sitio, se desata como una ancha cinta de moaré
blanco entre la llanura des Gabillons y la isla de
Croissy. Al fondo, en medio de un ancho rayo de
sol, se elevan pequeñas casas con techos rojos y
fábricas que perdiendo por efecto de la distan
cia, su carácter duro y comercial, completan el
paisaje de una manera admirable. /
En el fondo, vese á París entre la niebla !.../
Asi como lo habia dicho Prudencia estábamos
--
' - – 160 –
en una verdadera casa de campo y yo debo aña
dir que tuvimos un sobervio desayuno.
Mad. Arnould nos propuso dar un paseo por el
rio y Margarita y Prudencia aceptaron la propo-
sicion con alegría.
Siempre se ha asociado el amor á la campiña;
y con razon: nada favorece á la mujer que se
āma, tanto como el cielo azul, los perfumes, las
flores, las brisas y la resplandeciente soledad del
campo ó del bosque. Por mucho que se ame á una
mujer, por grande que sea la confianza que nos
inspire, cualquiera que sea la seguridad que nos
infunda el pasado respecto al porvenir, siempre
sentimos alguna parte de celos. Si habeis estado
enamorado, formalmente enamorado, habeis de
bido sentir de aislaros de la socie—
dad con el ser en quien deseais vivir por entero,
Por indiferente que sea la mujerá cuanto la ro
dea, parécenos que la mujer querida pierde algo
de su perfume y de su unidad, con el contacto
de los hombres y de las cosas. Por mi parte lo sen
tia mucho mas que ningun otro. Mi amor no era
un afecto ordinario; hallábame tan enamorado
como puede estarlo una criatura humana, pero de
Margarita Gautiery en París; es decir, donde à
cada paso podia tropezar con un hombre que ha-
bia sido su amante ó que lo seria con el tiempo.
En el campo, en medio de gentes que nunca ha
bíamos visto y que no se ocupaban de nosotros;
rodeados de una naturaleza adornada con todas
las galas de la primavera y separada del bullicio
de las ciudades, yo podia manifestar mi pasion
y amarla sin ruborizarme y sin zozobras.
– 161 —
La cortesana desaparecia poco á poco: tenia á
milado una mujer jóven, bella, amada, de la
que era amado y que se llamaba Margarita; el
carecia de formas como el porvenir de nu
bes. El sol iluminaria á mi querida como habria
iluminado á la mas casta doncella. Ambos nos
paseábamos por aquellos lugares encantadores que
parecen hechos espresamente para recordar los
versos de Lamartine ó cantar las melodías de
Said. Margarita estaba vestida de blanco, apoyá
base en mi brazo, repetíame por las noches bajo
el cielo estrellado las palabras que me habia di
rigido la víspera; y la sociedad proseguia al lejos
en su habitual ecsistencia, sin empañar con su
sombra el risueño cuadro de nuestra juventud y
nuestrO amOr.
Tal es el sueño que me producia el ardiente sol
del dia, llegando hasta mí á través del follaje, in
terin que tendido sobre la yerba de la isla á don
de habíamos abordado, dejaba que mi pensa
miento libre de todas las vanas trabas formulase
y recogiese todas las esperanzas que pudiera en
COntrar. - - -
Añadid á todo esto que desde el sitio en que
me encontraba apercibia sobre la orilla del rio
una lindísima casa de dos pisos, con su enverja
do semicircular. A través del enrejado veíase el
cesped verde y espeso como terciopelo; y detrás
del edificio un bosquecillo lleno de misteriosos
claros. Las flores subian cubriendo hasta el pri
mer piso, las paredes de aquella casa deshabitada.
A fuerza de mirarla concluípor conmine de
– 162 –
que me pertenecia; tan perfectamente se adop
taba á las aspiraciones de mi sueño l Creia verme
con Margarita, recorriendo el bosque durante el
dia, sentados sobre el cesped durante la noche y
me preguntaba si nadie en el mundo habia sido
tan dichoso como lo.éramos nosotros.
-Qué linda casa —dijo Margarita que siguiera
con sus ojos la direccion de mi mirada y que
quizás adivinaba mi pensamiento.
–Dónde ?–preguntó Prudencia.
-Allá bajo;—y señalaba con el dedo el edificio
en cuestion. -

—Encantador -esclamó Prudencia:–os gusta?


-Mucho. " •

-Pues bien, decid al duque que os la alquile


y lo hará : si quereis, yo me encargo de ello.
Margarita me miró como pidiendo mi opinion
sobre el particular.
Mi sueño se habia desvanecido con las últimas
palabras de Prudencia, lanzándome tan brutal
mente á la realidad que me sentia aturdido por
la caida:
-En efecto, es una idea escelente;—balbuceé
sin saber lo que decia.
–Pues bien, yo lo arreglaré todo;-dijo Marga
rita estrechándome las manos; habiendo inter
pretado mis palabras conforme á sus deseos.-Va
mos á ver si se alquila.
Pedian dos mil francos por el alquiler de un
IO.
—Seréis dichoso aquí?-me dijo en voz baja.
CaSa?
no la seguridad de venir á habitar esta
1
—Y por quién si no por vos me enterraria yo
en este sitio?
–Pues bien Margarita : dejad que alquile yo
eSta CaSa.
—Estais loco ? Mo solo es inútil sino que seria
peligroso, sabeis que nada puedo aceptar sino es
de un solo hombre; con que dejadme hacer y no
seais niño.
—Es decir que cuando, tenga dos dias libres
y . ... ". --

vendré á pasarlos en vuestra compañía: dijo Pru


dencia.
Poco despues salimos de la casa y nos dirigi
mos áParís hablando por el camino de este nue
vo proyecto Yo estrechaba á Margarita entre mis
brazos en términos de que cuandonos apeamos
ldel carruaje, empezaba ya ámirar sin escrúpu
os la nueva combinacion de mi querida. : la
: p e» si
. er" ) - no ; ; ni ,
y sin : lo
oto ir o
lí -; fris y -
r" - ,, , Impl -
firietº -
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..., ; ..i.
bit - f
xVII.

La mañana siguiente me despidió Margarita


muy temprano, diciéndome que esperaba al du
que y ofreciéndome escribirme tan pronto como
éste la dejase, á fin de darme cita para la no
che: y en efecto escribió las siguientes líneas:
«Voy á Bougival con el duque; encontraos
«esta noche à las ocho en casa defrudencia»
Acudí puntualmente: Margarita estaba ya de
regreso y vino áreunirse conmigo.
–Todo está ya arreglado;-dijo al entrar.
—Y alquilada la casa?-preguntó Prudencia.
–Sí; consintió en el acto.
Yo no conocia al duque, pero me sentia aver
gonzado de engañarle como lo hacia.
—Aun hay mas;-añadió Margarita.
–Qué?
—Empecé á inquietarme no encontrando una
habitacion para Armando...
—En la misma casa?–preguntó Prudencia
riendo.
– 165 –
—Mo: en el establecimiento de Mad. Arnould;
la cual me dijo, que tenia un aposento compuesto
de salon, recibimiento y alcoba. Esto es todo lo
que necesitamos y lo hemos encontrado á razon
de sesenta francos por mes.Todo ello está bellísi
mamente amueblado: he hecho bien en apala
brarlo?
Por toda contestacion salté al cuello de Mar–
garita. -

–Será encantador;-prosiguió diciendo esta:


vos tendreis una llave de la puerta escusada y al
duque le ofreceré otra de la verja, que no acep
tará, pues solo me visitará durante el dia.
Aquí para entre nosotros, creo que está con
tentísimo de este capricho que me aleja de París
por algunos meses y que impondrá silencio á su
familia.
Esto no obstante, me ha preguntado cómo yo,
que amo tanto á París, podia decidirme á enter
rarme en el campo y le contesté que estando
muy delicada de salud deseaba reponerme y des
cansar. La verdad es que mis palabras no le han
merecido entero crédito; pero tomaremos mu
chas precauciones, mi querido Armando; por
que estoy cierta de que me hará espiar y no con–
siste todo en que me alquile la casa, es preciso
tambien quepague mis deudas que no son pocas.
0s conformais con todo eso?
-Si-respondí intentando imponer silencio á
mis escrúpulos; quesemejante género de vida des
pertaba de vez en cuando.
–Hemos visitado la casa muy detenidamente
–166-.
y estaremos en ella perfectamente. El duque se
inquieta de todo ,,...,
-Y cuando es la mudanza?-interrumpió Pru-.
dencia. . . . ,
---Lo mas pronto posible,
+-0s llevais, el carruaje y los caballos
—Todo; y vos cuidareis de la habitacion d -
rante mi ausencia. … , , , , ,,
0cho diasdespues, Margarita tomóposesion de
la casita de campo y yo me instaté en la de Mad.
Arnould, , , , , , , ,
Entonces empezó para nosotros una ecsistencia
que difícilmentente podré describiros.
"Margarita no pudo romper completamente con
sus amigas desde el principio de su estancia en
Bougival y la visitaban sin desar: durante el pri
mer mes no hubo un dia que no fuesen ocho ó
mas personas á sentarse á la mesa. Prudencia por
su parte llevaba sus amigos y les hacia los hono
res como si fuera la dueñá de la casa.
El dinero del duque pagaba todos estos gastos,
ro sin embargo de vez en cuando me pedia
rudencia, alguno que otro billete de mil francos,
en nombre de Margarita. Yo, que como sabeis
había ganado en el juego, me apresuraba á en
tregará Mad. Duvernoy, lo que por su conducto
me pedia Margarita, y temeroso de que sus ne
cesidades importasen mas de lo, que poseia, en
la actualidad vine, á París y tomé presada una
suma igualá la quepidiera
habia devuelto religiosamente. Así es, que volviá
encontrarme con una docena de mil francos, sin
contar con mi pension. -
– 167 –
Sin embargo, el placer que sentia Margarita al
recibir las visitas de sus amigas se mitigó un
tanto ante los grandes gastos que la pruducian y
mas principalmente por la necesidad en que se
veia alguna, que otra vez de pedirme dinero. El
duque que alquilara la casita para que Margari
ta se repusiera y descansase, no osaba presen
tarse en ella temeroso de encontrarse con una
concurrencia demasiado alegre y numerosa, de
la que no queria servisto. Esto consistia en que
yendo cierto dia á comer mano á mano con Mar
garita, habia llegado á, la mitad de un desayuno
de quince personas, desayuno que no habia con
cluido á la hora en que él contaba sentarse á la
mesa. Mosospechandonada, habia abierto la puer
tal del comedor y una carcajada general saludó
su entrada, obligándole á retirarse bruscamente
ante la impertinente alegría de las jóvenes que se
encontraban presentes. " •

Margarita se levantó de la mesa, fué á reunir


se con el duque en su salon y procuró hacerle
olvidar, en cuanto la fué posible, aquella desagra
dable escena; pero herido el anciano en su amor
propio, se mantuvo encolerizado y declaró con
harta crueldad á Margarita que estaba cansado de
pagar las locuras de una mujer, que no sabia
hacerlo respetar ni aun en su misma casa; y re
gresó á París lleno de rencor. -

Desde este dia no se volvió á oir hablar de él;


y Margarita tuvo que cerrar la puerta á sus con
vidados y variar de vida, pero sin que el duque
se ablandase por ello. Yo habia ganado en este
cambio, pues mi querida me pertenecia por com
pleto y mi sueño empezaba á realizarse. "
Margarita no podia pasarse sin mí y sininquie
tarse por los resultados, declaró públicamente
nuestras relaciones: desde entonces no salí de su
casa; los criados empezaron á llamarme señor y
á mirarme como su dueño.
Prudencia se esforzó en predicary aconsejará
Margarita, en vista de tales acontecimientos; pe-
ro esta la contestó que me amaba, que no podia
vivir sin mí y que cualquiera que fuese su por
venir no renunciaria á la felicidad de verme
siempre á su lado; añadiendo, que todas aquellas
personas á quienes esto desagradase que estaban
en libertad de no volver á verla.
. Tales fueron suspalabras, que escuché desde
una puerta, cierto dia que Prudencia se presen
tó diciendo á Margarita que tenia que hablarla de
un asunto de mucha importancia.
Algun tiempo despues volvió á visitarnos Pru—
dencia; cuando entró me encontraba yo en el fon
do deljardin, así es que no me vió. Yo no dudé
al ver el aspecto con que Margarita salió á reci
birla, que iban á tener una conversacion pareci
da á la que anteriormente sorprendiera y quise
oirla. Encerráronse en un tocador y yo me puse
en acecho. .
—Y bien?–preguntó Margarita.
—He visto :
—Qué os ha dicho?
-Que os perdonaria gustoso la primera ocur
rencia, pero que ha sabido vivís públicamente
–169 –
con Mr. Armando Duval, y que esto no os lo per
dona. Que Margarita rompa con ese jóven-mè ha
dicho,-y la daré como en otro tiempo cuanto
necesite; de lo centrario que renuncie á pedirme
nada. - -

-Y qué habeis contestado? --

–Que os comunicaria su resolucion, ofrecién


dole haceros entrar en razon. Reflecsionad que
rida amiga, en la posicion queperdeis y que Ar
mando no podrá devolveros nunca. Es verdad que
os ama con toda su alma, pero no tiene bastante
caudal para acudir á todas vuestras necesidades
y llegará un dia en que le seráforzoso dejaros,
ese dia será demasiado tarde y el duque no querrá
ya hacer nada por vos. Quereis que hable yo á
Armando?" - · -

Margarita debia reflecsionar, pues no contes


tabay el corazon me latia violentamente esperan
do una respuesta.
-No, -dijo al fin ;-ni dejaré Armando ni me
ocultaré para vivir con él. Acaso sea una locura;
pero qué quereis?... Le amo! Ademas, ahora que
está habituado á amarme sin obstáculos, sufriria
demasiado si tuviera que separarse de mí aun
cuando no fuera mas que una hora cada dia.
Luego, no me queda tanto tiempo que vivir, que
me vea precisada á hacerme infeliz sugetándome
á los caprichos de un anciano cuya sola vista me
hace envejecer. Que se guarde su dinero, pues sa
bré pasarme sin él. ·
–Pero cómo lo hareis?
–Mo lo sé ! "
Prudencia iba indudablemente á contestar al
guna cosa, pero entré bruscamente en el aposento,
corríá hecharme á los pies de Margarita, cuyas
manos cubrí de lágrimas que me arrancaba el
júvilo de ser tan prufundamente amado y la dije:
-Margarita, mi vida tepertenece; desde hoy
no necesitas á ese hombre para nada; no estoy yo
aquí?Jamaste abandonaré y quiera el cielo que
me sea, dado pagarte la dicha que medas. Nada
de temores; y puesto que nos amamos; ¿qué im
porta lo demas?
-0h! si!si! Yo te amo, Armando mio ;mur
muró ella enlazando sus brazos alrededor de mi
cuello, yo te amo, como no creia que se pudiera
amar. Juntos seremos felices, viviremos tranqui
losy me despediré para siempre y con placer de
ese género de vida, del que me avergüenzo hoy.
Pero tu nome reconvendrás nunca por lo pasado:
es verdad?
El llanto me embargaba la voz y por toda
contestacion estreché á Margarita contra mico
1’70I)
Vamos jo dirigiéndose á Prudencia y con
la voz conmovida;-referid al duque esta escena
y añadid que no le necesitamos,
Desde aquel dia no volvimos á ocuparnos del
duque y Margarita empezóá ser una mujer di
ferente, de lo que hasta entonces. Evitaba todo
aquello que podia recordarme su vida pasada; y
no ha ecsistido hermana ni esposa que tuviese
para con su esposo ó su hermana el amor y los
cuidados que tenia ella por mí. Aquella natura
- 171 –
leza enfermiza estaba dispuesta árecibir toda cla
se de impresiones y era accesible á todos los sen
timientos. Habia roto por entero con todas sus
amigas como con sus antiguas costumbres; con
su lenguaje habitual como con los gastos locos de
otro tiempo. Cuando saliamos de casa para irá
dar un paseo en un botecillo que habíamos com
prado, nadie hubiera creido que aquella, mujer
vestida de blanco, cubierta la cabeza con un gran
sombrero de pája y que llevaba doblado sobre el
brazo un sencillo abrigo de seda para resguar
darse del fresco húmedo del rio, fuese aque
lla Margarita Gautier que cuatro meses antes lla
maba la atencion de París con su lujo y sus es
cándalos. . . .
Ay! Ambos nos *: ser felices
camó si adivinásemos que no podríamos serlo du
rante mucho tiemp0!,
Dos meses hacia que ni habiamos estado en
París, ni nadie habia ido ávisitarnos, esceptó
Prudencia y esa Julia Duprat, de quien oshe ha
blado y á la que andando él tiempo, debia confiar
arita el lamentable relato que os he ense
ll (0,
Yo pasaba los diasenteros sentado á los pies de
mi querida: abríamos las ventanas que "daban
sobre el jardin y mirando como el estío descendia
alegramente hasta las flores que hace brotará la
sombra de los árboles, respirábamos el uno al la
do del otro esa ecsistencia : que ni Mar
garita ni yo habíamos comprendido hasta en
tonces.
– 172 –
Yo advertia en Margarita admiraciones de niño
hácia las menores cosas. Habia dias en que cor
reteaba por el jardin como una criatura de diez
años, persiguiendo una mariposa ó cualquiera
otro insecto. Aquella cortesana que habia hecho
gastar en ramilletes, mas dinero del necesario pa
ra que una familia entera viviese comodamente,
se sentaba algunas veces sobre el musgo y pasaba
horas enteras ecsaminando una sencilla cuyo
nombre llevaba ella.
Durante este tiempo, fué cuando leyó Manon
Lescaut. Muchas veces la sorprendí haciendo ano
taciones en este libro y entonces me repetia que
cuando una mujer ama de veras no puede proce
der de distinto modo que Manon.
El duque la escribió dos ó tres veces, ella cono
ció la letra y me entregó las cartas cerradas; al
gunas de ellas estaban concebidas en tales térmi
nos que me hicieron llorar.
Al cerrar su bolsillo á Masgarita habia creido
obligarla á cederá sus ecsigencias,pero al ver lo
estéril de aquel medio, no pudo menos de cedery
cscribió, solicitando que se le concediera como
otras veces, el permiso de visitarla cualquiera
que fuesen las condiciones que se le quisieran im
poner. -

Yo habia leido estas cartas reiteradas y apre


miantes y desgarrádolas sin decir á Margarita
cual era su contenido, niaconsejarla que volviese
áver al anciano, aunque me dominaba un sen
timiento de piedad por el dolor de aquel pobre
hombre; pero temí que ella creyese por tal con
– 173 –
sejo que lo deseaba, haciendovolver al duque á
sus antiguas costumbres y al pago de todos los
gast0S.
Por este esceso de delicadeza me abstuve de
calmar el dolor del anciano duque. De esto re
sultó que él, no recibiendo respuesta alguna cesó
de escribir y Margarita y yo continuamos vivien
do juntos sin ocuparnos de él.

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XVIII.

Difícil me seria detallaros aquel nuevo género


de vida, compuesta de una séria de miradas,
llenas de encanto para nosotros, pero insignifi
cantes ó pueriles para el que las escuchase; vos
sabeis lo que es amar á una mujer, como se
abrevian los dias y con que indolencia se aplaza
todo para el dia siguiente. Tampoco ignorais ese
olvido de todo, que nace de un amor violen
to, confiado y correspondido. Todo ser que no
· sea la mujer amada nos parece un ente mental.
MJos arrepentimos de haber dado una parte de
nuestro corazon á otras mujeres y no creemos po
sible que lleguemos á estrechar, andando el tiem
p0, otra mano que la que en aquel momento te
memos entre las nuestras. La mente no admite ni
el trabajo ni el recuerdo; nada de aquello que
podria distraerla del único pensamiento que la
tiraniza sin tregua. Cada día descubrimos en nues
tra querida un encanto nuevo, una voluptuosidad
ignorada.
— 175 —
La exsistencia no es desde entonces otra cosa,
que la satisfaccion reiterada de un deseo conti
nuo, como el alma no es mas que la vestal en
cargada de mantener vivo el fuego sagrado del
3.10I". -
Con frecuencia solíamos ir, ya entrada la no
che, á sentarnos bajo los bosquecillos que domi
nan la casa y escuchábamos las alegres melodias
de la noche, ambos pensando en la hora prócsi
ma, que debia dejarnos al uno en brazos del otro,
hasta el dia siguiente.
"0tras veces permanecíamos acostadostodo el
dia sin permitir que llegase á nosotros ni un so
lo rayo de sol. Cortinas y ventanas interceptaban
el paso de la luz:y él mundo estérior * a de
ecsistir para nosotros.
Sin embargo, solia sorprender algunos momen
tos de tristeza en ocasiones hubo en
que la ví con los ojos llenos de lágrimas: pregun
taba cual era la repentina causa de aquél pesar
y me decia por única contestacion. " "
—El nuestro, querido Armando, no es un afec
to ordinario. Tu me amas como si nunca hubiese
yo pertenecido á otro hombre y tiemblo que mas
tarde, arrepintiéndote de tu pasion y hechán
dome en cara mi pasado, me obligues á volve
á la vida de donde me has sacado. Reflexioná
que ahora que he gustado los placeres de otra
ecsistencia, me costaria la vida de haber de volver
á aquella; dime pues, que nunca me abando
narás. "" "
–Te lo juro. ""
- 176 –
Al oir ella estas palabras me miraba fijamen
te, como si tratase de leer en mis ojos la sinceri
dad de aquel juramento, y despues se arrojaba
en mis brazos ocultando la cabeza en mi seno:
—Es que tu no conoces cuanto te amol
decia. .. . . . .
Una noche estábamos reclinados en el antepe
cho de la ventana, contemplando la luna que
parecia salir con dificultad de su lecho de nubes
y escuchábamos el viento que agitaba ruidosa
mente el follaje de los árboles: estábamos, asidos
de las manos y hacia un cuarto de hora que
guardábamos silencio, cuando Margarita me
dijo: "

—Ya estamos en invierno: ¿quieres que, nos


marchemos?
—A donde "

—A Italia.
—Te fastidia, pues? , , , ,
—Tengo miedo al inviernoy sobre todo á re
gresar á Paris. r
-Porqué?.
-Por muchas cosas.
Y : bruscamente sin comunicarme
aquellos temores:
—Si quieres que nos marchemos, venderé to
do cuanto poseo y nosiremos á vivirá una parte
donde no quede en mí nada de lo que he sido y
donde nadie sabra quien soy: ¿lo quieres?
-Partamos si eso te place, Margarita: haga
mos un viage, -la dije;- pero no veo la necesidad
de vender todas esas cosas que al regreso volve
— l77 –
rasà encontrar con mucho placer. Cierto que no
poseo una gran fortuna, pero tengo lo suficiente
paraque podamos viajar cómodamente por espar
cio de cinco óseis meses sienesto encuentras dis
traccionó placer i, , , , ,
.--Pero nol-prosiguió alejándose de la venta
na para ir á sentarse en el sofá, que se hallaba á
la sombra; para qué irá derrochar el dinero en
viajes? Hartógravosa tesoy aquía .
-0h, Margarital. Es poca generosidad de tu
parte semejante reproche. p y a l
+-Perdóname, amigo mio;-replicó tendién
dome una mano-este tiempo borrascoso me atar
ca los nervios: no es eso lo que quiero decir,
Y despues de abrazarme se sumió en una pro
longada meditacion.- oil
Muchas veces se reprodujeron estas ósemer
jantes escenas y si bienignoraba su origen, no
por eso dejaba de advertir en Margarita un sen
timiento por looque respectaba al
porvenir. Ella no podia dudar de mi amor, que
cada dia se aumentaba, y sin embargo veiala con
frecuéncia llena detristeza sin que consintiese en
comunicarme el por qué de los pesares que la
atormentaban; y que yo ratribuia á causas f
Sl C3.S. bio si aia ap-:
- Femeroso de quedMargaritasebastiase, denna
esistencia demasiado monótona, la propuserer
gresar á París, pero ella rechazó siempre esta
proposicion, asegurándome que en ningunapar
te itia ser tanfelia como en el campo. til
rudencia solo nos visitaba ya de nde
– 178 –
en tarde, pero en revancha escribia cartas que
nunca solicité leerá pesar de que cada una de
tellas preocupaba profundamente ámi querida.
Yo no sabia que pensar.
Un dia que Margàrita habiapermanecido en su
aposento, entré en él y la encontré escribiendo.
"-A quien escribes?-la pregunté.
f-A Prudencia: quieres que te lea la carta?
Yo, que miraba con horror todo lo que pudie
ra parecerla una sospecha, contestéque no necesi
taba saber lo que ella escribia; y sin embargo
estaba convencido de que aquella cartame-ha
bria impuesto en la verdadera causa de aquellas
frecuentes tristezas. : o
- La mañana siguiente hacia un tiempo magni
fico y Margarita me propuso darun paséo por el
rio é irá visitar la isla de Crussy. Parecía éstar
muy alegre y cuando regresamos á casa eranya
las cinco
-Mad. Duvernoy ha estado aquí;—nos dijo
Ndmina. ... , " " e "".
-Y se ha márchado?-preguntó Margarita.
f-Si; en el carruage de la señora, diciendo que
era cosa convenida la o
---Muy bien-interrumpió vivamenteMargari
ta:-que sirvan la comida: . . . .
Dódias despues trajeron una carta de Pru
dencia y durante los quince siguientes, parecia
que Margarita habia deshechado aquellas miste
riosas melancolias, por las que no cesaba de pe
dirme perdon, desde el momento en que desapa
recieron. y ofo ol

·
— 170 -
Sin embargo, el carruaje no volvia." "
–Por qué no te devuelve Prudencia tu berli
na pregunté cierto día. ---

–Porque está enfermo uno de los caballos y


hay que hacer algunas composturas en el carrua
jefe creido preferible que todo esto se hiciese
interin permanecemos en el campo, donde para
nada necesitamos la berlina.
Pocos dias despues nos visitó Prudencia, la cual
: ó cuanto, Margarita
particular" "
me dijera sobré el
"
Ambas se pasearon solas por el jardin durante
* y cuandofui á reunirme con ellas,
cambiaron de conversacion, Al marcharse Pru
dencia por la tarde, se quejó del frio y suplicó
á Margarita que le prestase su cachemira. "
De este modo trascurrió un mes durante el
cual encontré á Margarita mas alegre" y enamo
rada que nunca, pero el carruaje no volvia; la
cachemira no habia sido devueltá y todo ello me
inquietaba áuinámipesarº Como sabia cual
era el cajon donde mi amante guardaba las car
tadernidenciante aprecie de un momento
en q éjardin, corrí al cita
do cajon y probé de ábrirlo, aunque inútilmente:
estaba cerrado cóndo vueltas de llave
Entonces me inclinëá aquellos donde de ordi
nario estaban las halajas y los diamantes; y se
abrieron sin resistencia; los estüches y lo que con-
tenian, habían desaparecido -
e añgustioso reelomeoprimia eleórazon
áfguntará Margariticausa de aquí
acontecimiento, pero conocí que me la ocul
taria. \ ", - ... ",

ui querida Margarita -la dije entonces;


vengo á pedirte que mè permitas ir à París. En mi
casa se ignora donde estoy, deben haber recibi
do cartas de mi padre y mihermana, que estarán
teste.
el con misilencio
. . .
y es precisó que les con
. . . . .

norme replic0- mismo perº vuelve enri


, , , , , , , , , ,, , ,
Llegado
à París corrí á la habitacion deru
denc * , “... . . . . lí 5df.
-Veamos—la dije sin otros, periminares -
: franqueza: dondë entán, los ca
ballos Margarita? , , , ,
—Vendidos. ..." f , f
, -Y era ,

or— Venuida. . , , , , , ,
al – los diamantes? ,, , , ":
- , , ..." , - .
:
—quien ha hecho las ventas y los empeños?
--0: , , , , , , , ,
o-Pero por qué no me advertisteis primero?
---Porqué Margarita melo habia prohibido,
-Y porqué no me pedisteis dinero o l
- orque Margarita se 0pu0-o, ,
it-para qué ha servido ese dinero?
+Para 3.I., a" oir
-1 go debe mucho ;..,... a 3.
-Treinta mil francosá corta diferencia.
-Ahlquerido mio lBien os lo dije y no
teis creerñe; ahora estareis convencido. El ta
= 481 –
picero,: fiador el duque, fué
* presentó á este; el cual le
escribió la mañana siguiente que nada haria en
obsequio de la señorita Gautier. Este hombre re
clamó algun dineróá cuenta y para él fueron los
billetes de banco que os pedí; mas tarde algunas
almas caritativas le avisaron que el duque la ha
bia abandonado y que vivia con un jóven sinfor
tuna: los demas acreedores recibieron igual ad
vertencia y ecsigieron que se les pagäsen sus
cuentas. Margarita quiso venderlo "todo, pero
ademas de que ya era tarde, yo me habria ópues
to. Preciso era pagar y párá no pediros dinero,
ha vendido sus caballos y sus cachemiras y em
peñado sus alhajas. Quereis los recibos de los
acreedores y la cédula del Monte-de-Piedad?
Prudencià abrió un cajon y me presentó aque
los papeles.
-Creiais,–prosiguió con la persistencia de la
mujer que se cree con derecho para deciros;—yo
tenia rāzon!–Creiais que basta amarse é irá ha
cer en el campo una vida pastoral y vaporosa?
No, amigo mio, no: al lado de la vida ideal,
está la material” y las mas castas resoluciones
: con los hilos ridículos, pero hilos de
hierro y que no se rompen con facilidad. Si Mar
garitaño os ha engañado veinte veces, es porque
tiene un caracter escepcional; cuidado que yo
la he aconsejado con insistencia, porque me ape
sadumbraba ver que la pobre muchacha se iba
deshaciendó poco á poco de todo cuanto poseia.
Pero no quisó oirme, contestándome siempre que
– 182 -
os amaba y no os haria traicion por nada de este,
mundo. Todo esto es muy bonito, muy poético,
pero con esa moneda no se paga á los acreedores,
de cuyas garras solo podrá escaparse hoy por me,
dio de una treintena de mil francos. , , ,
-Está bien; yo os traeré esa suma, , , , , , ,
+-Vais átomarla prestada ? , , , , , ,
-Dios mio, si l
-Buena cosa vais á hacer l. Reñir con vuestro
padre, agotar yuestros recursos... y luego, que
treinta mil francos, no se encuentran así como se
uiera y de la noche á la mañana ! Mi querido
\rmando, yo conozco las mujeres mejor que vos,
creedme, pues: no consumeis esa locura, de la que
os arrepentiriais mas tarde. Tenedjuicio. Yo no
os pido que rompais con Margarita, sino que con
tinueis viviendo con ella como al principio de
vuestros amores; y dejadla, que ella encontrará
los medios para salir de su apuro, El duque vol
verá á ella poco á poco; el conde, M... si Mar
garita se decide á admitirle, la pagará todas sus
deudas, pues asi me lo decia ayer, dándola ader
mas cuatro ó cinco mil francos mensuales; pues
to que tiene una renta de doscientos mil,Marga
rita recuperará de este modo su antigua posicion,
Continuando el mismo pie de hoy ha de lle
gar un dia que la dejeis; por lo tanto no espereis
para hacerlo á que esté arruinada, tanto mas
cuando que el conde de N... esunimbécil y nada
os impedirá verá Margarita. Esta llorará un poco
al principio, pero concluirá por acostumbrarse
y llegará el dia en que os dé las gracias por lo que
sr m -
en su obsequio habreis hecho. Suponed que está
casada y que engañais á su marido, pues no se
trata de otra cosa.
—En otra ocasion os he dicho lo mismo, pero
entonces no era mas que un consejo lo que hoy ha
llegado á ser una necesidad.
Prudencia estaba cruel, pero tenia razon.
—Las mujeres de su clase,-prosiguió encer
rando los papeles ;-preveen que serán amadas,
pero noque ellas llegaran á amar; pues en este
caso economizarian dinero y á los treinta años de
edad podrian pagarse por sí mismas el lujo de te
ner un amante gratis. En fin, nada digais á Mar
garita y conducidla á Paris: habeis vivido cuatro
ó cinco meses solo con ella , esto está puesto en
razon; pero desde ahora , haceos el corto de vis
ta : no se os pide otra cosa. Al cabo de quince
dias admitirá Margarita los obsequios del conde
de N... , economizará este invierno cuanto la
sea posible y el verano próesimo volvereis á mar
charos al campo con ella. Así es como deben-
manejarse estos asuntos, amigo mio.
Prudencia pareció quedar encantada de su con
sejo que yo rechazó con indignacion. No solo me
inducian á ello mi amor y mi dignidad , sino
que estaba convencido deque en el punto á que
habian llegado las cosas , la misma Margarita
preferiria la muerte á haber de partir sus cari
cias con otro.
—Basta de bromas;-dije á Prudencia :-en defi
nitiva cuanto necesita Margarita?
—Ya os lo he dicho; treinta mil francos.
hipn gar d
meses
—Los tendrá .
Prudencia se encogió de hombros.
-Yo os los remi ro juradme que no di
reis á Margarita, ser yo el que los ha dado.
-Descui
-Y si llega a enviaros al una otra cosa para
ue la vendaisó emp
--
aVis *:
smada le restaya.
gíá la mía
nn BIIUII ntra ca s e mi

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í• ii.¡ •..¿ / ¡ .. \ '¡{•.' : i:• 'A'i'i • i ¡ •'.i•;i K.''; •
XIX. 1 ..Vi i.-
''•.•¡•.í"i. ¡/; ••i ' i ii•'i: H •

En las tres primeras se mostraba mi padre: in


quieto por mi silencio y preguntaba lacaüsa de
el: en la última dejaba traslucir que habia sido
informado del cambio que se operara en nfryida
y me anunciaba su prócsimallegadav ;
' iYo be tenido • siempre un' gran respeto y típ
verdadero cariño á mi padre; y le respondí' iqné
un pequeño viaje á Bougival habia sido la causa
de aquel silencio; y le rogaba que me noticiase
con anticipacion el dia de su llegada á; París, con
objeto de salirle al encuentro. T" •
Di á .mi criadoi las señas de la cásitá de Bougí-
vaí y" lerecibiese
encarguécon
qüeel me
sellollevase¡ la primer^ car
ta que déeóíteos dé la■ciu-
dad'de€...;y regresé á Bougival. • ¡ ' i u
Margarita me esperaba en la püiertá dél.'jardin:
su mirada era inquieta: sallóme al cúéllo.y es-
clamo^ casi á' su pesar: ' '•í•;l• '•'••
—Has visto á Prudencia? '
—No. "•'T'i " ' ' '•m
- – 186 – -

–Mucho tiempo has estado en=París===


–He encontrado allí cartas de mi padre á las
que me ha sido fuerza contestar.
Algunos instantes despues se presentó Manina,
muy acalorada: Margarita la salió al encuentro
y habló con ella en voz baja.
Cuando volvimos á quedar solos, se sentó á mi
lado y tomándome una mano me dijo.
–Porqué me has engañado ?... Tu has ido á
casa de Prudencia! .
–Quien te lo ha dicho?
—Manina.
- como lo sabe ella an
-Porque le ha seguido, o
—Se lo habías mandado tú?
-Sil. Creí que solo una causa muy poderosa
podía obligarte.á irá París, tu que no me has
lejado solo un hace; y
temiendo que te hubiera obrevenido alguna des
aó que fueras ávisitará otra muger, la
hire
I: estos tran . a pues ini
-

lo que
hecho; péronó lo que te han dicho,
Yo presentéáMargarita las cartas de mi padre.
—M0 es eso lo que te pregunto: lo que deseo
saber es para qué hasido"á casa de Prudencia.
—Para verla. .de
—Mientes, amigo mio,
-Pues bien; he ido á preguntarla si estaba cu
rado ya el caballo; y si necesitaba aun tu cache
mira y tus joyas. --
— 187 —
Margarita, se ruborizó, per no contestó nada,
En su consecuencia-continué-he sabido el
uso que has hecho de tus caballos, tus cachemi
ras y tus diamantes. " ;;
*: a 1. -
-Enojado de que no me hayas pedido lo que
necesitabas, , :,
—En unas relaciones como las nuestras, si la
muger conserva alguna dignidad, debe imponer
se todos los sacrificios imaginables antes qüe pe
dir, dinero á su amante, dando una apariencia
de venalidad á su cariño. Yo sé queme amas,
pero tu ignoras cuan débil :
al corazon el amor que se siente por las mucha
chas de mi clase. Quién sabe? Acaso, un_dia
de displicencia ó fastidio, te habrias figurado ver
*: un cálculó habilmente combinado.
Prudencia es una charlatanal , , , ,, ,
-Tenia yo necesidad de los caballos.
-Al venderlos he hecho una economia, puesto
que puedo pasarme sin ellos, y ahorrar lo que me
costaban: que continuesamándome es lo único
que pido y necesito; y tu me amarás tanto con ca
ballos como sin ellös, como sin cachemiras y
diamantes. .i
Margarita me decia todo esto como una cosa tan
natural, que yo la escuchaba, con los ojos llenos
de lágrimas. e: -
—Pero querida Margarita,-respondí estrechan
do amorosamente las manos de mi querida,-de
bias saber que llegaria un dia en que me fuera
conocido tu sacrificio, y que no podria tolerarlo,
– 188 –
- ".
–Y porqué? . , -

–Porquèyo no puedo consentir, niña que


rida, que por el cariño que me tienes te prives
de una sola halaja. .
–Yo tampoco quiero que en momento de
enojo ófastidio puedes reflexionar que si hubie
ras amado á otro hombre no ecsistirian esos mo
mentos; ni que te arrepintieras, aun que solo
fuese por un minuto, de vivir conmigo. Dentro de
algunos diaste serán devueltos tus caballos, tus
diamantes y tus cachemiras que te son tan nece
sarias como el aire que respiras; aun que sea ri
diculo, te amo massuntuosa que sencilla.
—Entonces es que ya no mè quieres.
-Local
-Sinequisieras dejarias que yo te amase á
mi modo; más por el contrario continuas novien
do en mí mas que una muchacha á la que es
indispensable este lujoy á la que te crees obligado
ápagar toda vez que te averguenzas de aceptar
las pruebas de mi ámor. »
—A tu pesar, piensas en abandonarme un dia
y cuidas de poner tu delicadeza al abrigo de toda
sospecha. Tienes razon, amigo mio; yo esperaba
otra cosa de tí. -

Y Margarita hizo un movimiento para levan


tarse; pero yo la detuve diciéndola:
-Quiero que seas feliz y no tengas nada que
reprocharme; esto es todo.
–Y vamos á separarnos!
–Separarnos, Margarita, y porque? Quien
puede separarnos? csclamé.
- 489 -
-Tu, que no quieres permitirme que compren
da tu posiciony tienes lavanidad de conservarme
la mia; tu, que conservándome ese lujo en cuyo
centro he vivido, quieres que subsista la distan
cia moral que nos separa; tu, en fin, que no
crees mi afecto bastante desinteresado para ha
cerme participar de tu fortuna, con la cual po
dríamos vivir felices y unidos, y prefieres arrui
marte, esclavo de una preocupacion ridícula
¿Crees que yo comparo un carruaje y algunas
alhajas á tu amor? ¿Crees que la dicha consiste
para mí en las vanidades con que se dá por sa
tisfecha la mujer cuando no ama nada; pero que
llegan á parecerle algo mezquinas desde el mo
mento en que ama? Pagarás mis deudas, derro
charástufortuna, en fin, metratarás comoá
una entretenida. ¿Y cuanto tiempo durará esto?
Dos ó tres meses y entonces será tarde para re
currirá la ecsistencia quete propongo, porque
entonces habrias de aceptarlo todo de mí, y esto
no le es permitido á un hombre de honor.
-Por el contrario ahora tienes ocho ó diez mil
os derenta, con losguales *:
-Yo venderé lo supérfluodelo que poseo,
con el producto me crearé una renta de
libras anuales
-Alquilaremos una bonita, pero reducida ha
bitación en la que viviremos ambos, y el estío
residiremos en la campiña, pero no en una casa
como esta, sino en otra pequeñita y suficiente
para los dos. Tu eres independiente, yo soy li
bre, ambos jóvenes; Armándo, en nombre del
cielote suplico que no me arrojes de nuevo en
ese género de vida que me veia obligada á hacer
en otro tiempo.
Yo no podía contestar: lágrimas de amor y re
conocimiento inundaban mis ojos y me precipité
en los brazos de Margarita, la cual prosiguió:
–Yo queria arreglarlo todo sin dècirtelo,pa
garmis deudas y preparar la nueva habitación.
En el mes de octubre habríamos regresado áPa
rís y todo lo habrias sabido mas ya que has
vistó a Prudencia y que esta no supo callar, es
preciso que consientas en ello antés en vez de
consentir después Me amas bastante para ha
cerlo así por
Era imposible resistirá tánto cariño; besé;
pues, con efusion las manos de Margarita y la dije
—Haré cuanto quieras. "
- Entonces, su alegría rayó en delirio; bailó
cantó, llenose de júvilo cón la proyectadasen
cillez de su nueva morada y sobre el barrio don
de la elegiríanos, o obin en
Veiálayofeliz y órgullosa de esta resolucion
queiparecia deber unirnos definitivamente yn
zaga, tomé mi partid
jé el estado de mi fortuna y abandoné à Ma
garita la renta que procedia de mi madre y que
me pareció haitó insuficiente para recompensa
el sacrificio que de ella aceptaba Quedábamme
para mis necesidades, los cinco mil francos de
pension que me pasaba mi padre y con los
sucedierá lo que sucediera tendria sie
bastante para vivir míniodni
— 191 -
Pero no dije nada á Margarita de lo que habia
resuelto, convencido de que ella habria rechaza
do la donacion.
Esta renta procedia de una hipoteca de sesen
ta mil francos sobre una casa que yo mismo no
habia •visto nunca. Yo no sabia mas, sino que,
cada trimestre, bastaba un simple recibo mio
paraque el notario de mi padre, antiguo amigo
de la familia, me entregase setecientos cincuenta
francos.
Eldia en que yo y Margarita estuvimos en Pa
ris para büscar casa, fui á casa del notario y le
pregunté que es lo que debia hacer para traspa
sar aquella renta á otra persona.
El buen hombre, creyéndome arruinado, me
interrogó sobre la causa de tal resolucion; y co
mo tarde ó• temprano habría de decirle en favor
de quien hacia aquella donacion, preferi confiar
le en el acto toda la verdad.
El, no me hizo otras objeciones que aquellas á
que le autorizaba su doble posicion de amigo y
notario, y me aseguro que se encargaba de ar
reglarlo todo del mejor modo posible. Natural
mente le recomendé la mayor discrecion respec
to á mi. padre y fui á reunirmecon Margarita que
meri esperaba en casa de su Smlgá¡ Julia Duprat.
• Eri seguida' Mlimos á buscar habitacion, pero
Margarita encontraba demasiado caras todas cuan
tas veiamos. al par que á mi me parecian dema
siado sencillas. Por último estuvimos de
y nos fijamos en un pequeño pabellon ais
i'asa principal y situado en uno de los "
tanquilos de París. Detrás de este pabello» se
estendialunbonito jardin, dependiente de él y
rodeado de tapias bastante altas para separarnos
ne nuestros vecinos y lo suficientemente bajas
lintern,
: casai
mº dirigia amcasa parades
0. áverse con un corredor y
volvió : llena de alegría, en la calle
de Provenza a , fir,
Aquel hombre, le habia ofrecido pagar todas
sus deudas y entregarla veinte mil francos, me
diante elabándono de todos sus muebles, a
Por lo que ha producido la almoneda de
de aque
llos muebles veis que ..." : ,88
contentaba con ganartreinta mil francos en el ne
0io, lo
llenos de alegría, regresa áBougival y
cultu **
enir,
**: el
ctos que graciasánuestra, frivo
idad y sobre todoá estro amor, veíamos bajo
a vio p
es dur nte el desayuno,
º ady preguntaba por
si bien
le entrarneo isla lo
Senor, Vuestrº padre, tales íS
Ossup
Weslracasa dondeos esperano, ji
Esta notic erá la cosa mas sencil mun
do, y sin embargó al oirlanos mir arga
rilay yo adivinando una desgracia en estein
cidente Asis que sin darla tiempoáfue me
– 193 –
comunicase aquella impresion de que yo parti
cipaba, la estreché una mano diciendo :
-Mada temas.
—Vuelve lo mas pronto que puedas, murmu
ró Margarita abrazándome, yo te esperaré aso
mada á la ventana.
Dos horas despues, llegué á la calle de Pro
V81Z2.
Mi padre con la bata puesta, estaba sentado en
la sala y escribia.
Tan luego como hube entrado , conocí por el
modo con que me miró que íbamos á tratar
de cosas sérias. Sin embargo me acerqué á él co
mo si nada hubiera adivinado, y le abrazó.
—Cuando habeis llegado padre mio ?
—Ayer noche.
—Y os apeasteis en mi casa como de cos
tumbre ?
—Si.
—Mucho siento no haberme encontrado aquí
para recibiros.
Yo esperaba ver surgir de estas palabras el
sermon que me ofrecia el frio semblante de mi
padre; pero en vez de contestar cerró la carta
que acababa de escribir y la entregó á José para
que la llevase al correo.
Guando hubimos quedado solos se levantó y
apoyándose en la chimenea me dijo :
— m—
—Querido Armando, tenemos que hablar de
cosas graves. .•
—0s escucho, padre mio. '"
—Me prometes ser franco ?
—Es mi costumbre.
—Es verdad que vives con una mujer llama
da Margarita Gautier ? . .. • —
—Si.
—Sabes lo que era esa mujer ?.
"—Una entretenida.
—Y es por ella por quien te has olvidado
este año de ir á visitarnos á tu hermana v a
mí?
—Si, padre, oslo confieso.
—Luego, amas mucho á esa mujer ?
—Ya lo veis, puesto que me ha hecho faltar á
un deber sagrado y por cuya falta os pido hoy,•
humildemente perdon.
Sin duda que mi padre no esperaba que le dre* .
ra respuestas tan categóricas, porque despues de
reflecsionar un instante, añadió :
—Evidentemente habrás comprendido que no
podías vivir siempre así.
—Lo temo , padre mio , pero no lo he com
prendido.
—Pero habeis debido comprender,-añadió mi
padre en tono algo mas seco,-que yo no lo tole
raria !
—Me he repetido que interin yo no diese paso
alguno contrario al respeto que debo á vuestro
nombre, y á la probidad tradicional de la fami
lia, podria vivir como vivo ; y esto me ha tran-
- – 196 - -

quilizado un tanto, respecto á los temores que


abrigaba.
Las pasiones nos hacen fuertes contra los sen
timientos; así es que me sentia con fuerzas para
luchar hastá con mi padre, para no separarme
de Margarita -

–Pues bien; ha llegado el momento de variar


de conducta.
–Y por qué, padre mio? -

–Porque estais á punto de hacer cosas que


lastimen el respeto que creeis tener para con
vuestra familia.
–No comprendo estas palabras.
–Voy á esplicároslas.
—Está muy bien que tengais una querida y
que la pagueis como todo hombre fino debe pagar
el amor de una entretenida, puesto que no hay
otro medio; pero lo que no puede ser, y lo que
no será en lo sucesivo, es que por ella olvideis
las cosas mas santas y consintais en que los ru
mores de la escandalosa vida que llevais, lleguen
hasta el fondo de mi provincia y arrojen la sombra
de una mancha sobre el honrado nombre que os
he dado. "

–Permitidme deciros padre mio, cuan inesac


tos son los informes que sobre mí os han dado.
Soy el amante de la señorita Gautier y vivo con
ella, pero no la doy el nombre que de vos he re
cibido.
—Gasto con ella tanto como mis medios me per
miten gastar, pero ni tengo una deuda, ni me
he encontradojamas en ninguna de esas situacio
– 197 –
nes que autorizan á un padre á decir á su hijo,
lo que acabais de decirme.
--Un padre está siempre autorizado para se
arar á su hijo del mal camino : nada de malo
hecho hasta ahora, pero llegariais á ha
cerlo.
–Padre !
—Caballero, yo conozco el mundo mejor que
vos, y me consta que solo hay sentimientos ente
ramente puros en las mujeresenteramente cas–
tas. Toda Manon puede hacer un Des Grieux: pero
los tiempos y las costumbres han variado, y se
ria inútil que el mundo envejeciese, sino ha–
de corregirse. 0s separareis de vuestra que
I"IC3.

—Siento mucho desobedeceros, padre mio,


pero lo que me pedís, es imposible. "
–Yo os obligaré á ello.
—Desgraciadamente no hay ya Islas de Santa
Margarita donde embiar las cortesanas, y si las
hubiera aun,y alcanzáseis su destierro, yo se
guiria á la señorita Gautier. .

—Qué quereis, acaso obro mal, pero no puedo


ser feliz sino á condicion de continuar siendo el
amante de esa mujer.
—Vamos, Armando, sed razonable; recono
ced en mí á un padre que siempre os ha amado,
y que no desea mas que vuestra felicidad. ¿Es
honroso para vos, el vivir maritalmente con una
mujerá quien todos han poseido?
—Qué importa, padre mio, si eso novolverá á
suceder,
– 198 —
-Que importa, si esa muger me ama, y se ha
regenerado por el amor que mutuamente nos
profesamos? , , , , , , , , , ,
–Que importa, en fin, si se ha convertido?
Y creeis, caballero, que la mision de un hom
bre honrado sea la de convertir cortesanas?
–Creis que Dios haya dado ese grotesco objeto
á la vida, y que el corazon no debe llenarse de
otro entusiasmo diferente? Cual será la conclusion
de esa cura maravillosa, y qué pensareis de vues
tras palabras de hoy, cuando tengais cuarenta
años? 0s reiriais de vuestro amor, si os es per
mitido reiraun, y si no habia d huellas de
masiado profundas en vuestra vida anterior.
¿Qué seriais á esta hora, si vuestro padre hubie
ra tenido las mismas ideas que vos, ocupándose
de todas esas intrigas amorosas en lugar de crear
se una alta reputacion de honradez y lealtad?
—Reflexionad, Armando, y no volvais,á decir
me semejantes necedades. " , , ,
--Vamos, abandonad esa mujer; vuestro padre
os lo ruega. -

o Yo no contesté, , , , ,
—Armando, -continuó mi padre;r en nombre
de vuestra santa madre, creedme; renunciad ese
género de vida que olvidareis mas pronto de lo
que imaginais, y al que os encadena una teoría
imposible. Teneis veinte y cuatro años; pensad en
el porvenir. Vos no podeis amar siempre á esa
mujer que tambien dejará de amaros un dia:
ambosos ecsajerais vuestro amor y vosos cerrais
toda carrera. Un paso mas y os será imposible
abandonar la senda que : pa
ra el resto de vuestros dias el remordimiento de
vuestra juventud. Venid á pasar uno ó dos meses
al lado de vuestra hermana; la tranquilidad uni
da al piadoso amor de la familia Oscurarán muy
pronto de esa fiebre, porque vuestro amor no es
otra cosa. Durünte este tiempo se consolará vue
tra querida, tomará otro amante y cuando véais
por qué mujer estuvisteis á punto de romper con
vuestro padre y romper su cariño, convendreis
en que bice bien en venirá buscaros y me ben
decireis. - " " - - " --
–No es cierto que me seguirás, Armando?
Yo conocia que mi padre tenia razon por lo que
hace á las mugeres en general; pero al mismo
tiempo estaba convencido de que era injusto res
pecto á largarita. Sin embargo, había pronun
ciado sus últimas palabras con tanta ternura, con
una entonacion tan llena de súplica, que no osaba
Contestarle. . . . . . . . . . ..
-Y bien? añadió con voz conmovida.
-Y bien padre mio;-no puedo ofreceros nada,
porque lo que me ecsigíses superior á mis
"...,

—Creedme-continué apercibiendo en él un mo
vimiento de impaciencia, vos ecsagerais los re
sultados de los lazos que á Margarita me unen.
Ellano es lo que creeis. y
—El amor que nos profesamos, lejos de arrojar
me al mal camino, es susceptible, por el con
trario, desarrollar en mí los mas honrosos senti
mientos. El verdadero amor nos hace mejores de
- – 200–
lo que somos, cualquiera : sea la mujer que
loinspira. Si conocierais á Margarita, comprende
riais que al amarla no me espongo á nada, por
que estan noble como la muger mas virtuosa.
–Y sin embargo todo eso no se opone á que
acepte toda vuestra fortuna; por que los sesenta
mil francos que os dejó vuestra madre y que dais
áMargárita, son-recordado bien-vuestra única
" -

fortuna. "
. ".

Probablemente mi padre habia reservado esta


perorata y esta amenaza para darme el último
golpe; pero yo me sentí mas fuerte ante sus ame
nazas que ante sus ruegos. "»
–Quien os ha dicho que yo debia darla esa
suma? , , , , , ""

–Mi notario. Un hombre honrado no podia


ayudaros á cometer semejante accion sin avisar
me de antemano. Sabedlo, pues; solo para impe
dir que os arruineis por una muchacha cualquie
ra he venido á París. Al morir vuestra madre os
dejo los medios suficientes para que pudierais vi
vir con decencia, pero no para que la hecheis de
generoso con vuestras queridas:
—Padre mio; osjuro que Margarita ignoraba
esadonacion. -
—Entonces por qué la haciais?
-Porque Margarita, esta muger que calumniais
y quereis que abandone, ha hecho el sacrificio
de todo cuanto poseia, para vivir conmigo.
-Yvos aceptais esè sacrificio?-Qué clase de
hombre sois, caballero, para permitirá una se
fiorita Margarita, que séárruinase por vos?-Bas
– 201 —
ta ya! Rompereis con esa mujer. Hace un momen
to que os lo suplicaba; ahora os lo mando; no
quiero semejantes fealdades en mi familia.
– Haced vuestros cofres y disponeos á seguirme.
—Perdonadme, padre mio, -le dije;-no par—
tiré.
–Por qué?
–Porque he llegadoá la edad en que no se obe
dece una órden. , ,

Mi padre palideció al oír estas palabras.


—Esta bien, caballero;-replicó; sé lo que me
resta hacer.
Llamó y se presentó José:
Haced trasportar mis cofres á la fonda de Pa
rís, -dijo á mi criado-y entró en su aposento
donde acabó de vestirse. Cuando apareció de mue
vo, fuíá su encuentro y le dije:
-Padre me ofreceis no intentar nada que pue
da apesadumbrar á Margarita?
Mi padre se detuvo, me miró con desden y se
limitóá contestarme: .

-–Creo que estais loco. -


Despues de la cual se marchó, cerrando con
violencia la puerta de la sala.
Yo bajé la escalera detrás de él, tomé mi ca
briolé y corrí á Bougival. , "

Margarita me esperaba asomada á la ventana.


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—Al fin has venido-exclamó saltándome al


cuello.-Pero cuan pálido estás!... . . . . .
Entonces la referí la escena que habiao tenido
con mi padre.
—Dios mio ;-esclamó: - losospechaba!Cuando
vino José á anunciarnos la llegada de tu padre,
me estremecí comó si recibiera la noticia de una
desgracia. Pobre amigo mio! Yo soy la causa de
tus pesares: acaso obrariais mejor abandonándo
me, que indisponiéndote con tu padre. Sin em
bargo yo nada le he hecho. Hemos vivido muy
tranquilamente y aun mas pacífica iba á ser nues
tra ecsistencia. Harto sabe él que tu has de tener
una querida y debe sentirse feliz con que losea
yo, toda vez que teamo y no ambiciononada
mas que lo qué tu posicion me permite tener. Le
has confiado de qué modo lo habíamos arreglado
porvenir?...
es precisamente lo que ha aumen
jon, pues ha visto en ello un prue
ba festy mútuo amor.
– 203 –
-Y qué vamos á hacer?
—Continuarunidos, mi buena Margarita, y de
jar que pase la tempestad.
—Crees que pasará?
—Por fuerza. -

—Pero y si tu padre se obstina?...


-Y qué puede hacer? .

—Quien sabe ! Todó lo que está en el poder


de un padre para que su hijo le obedezca. Te
recordará mi vida pasada ; quizás me haga el
honor de inventar alguna nueva historia, en la
que figuraré como heroina, á fin de que te sepa
res de mí. - ", , , -

-Pero tu sabes que yo te amo.


-Sí; pero tambien sé que tarde ó temprano
obedecemos á nuestros padres; y acaso concluiras
por dejarte convencer.
–0h ! No ! Por el contrario, soy yo quien sa
bré convencerle. Todo esto es el resultado de las
habladurías de algunos de sus amigos; pero su
corazon es bueno y justo y olvidará esa prime
ra impresion. Y si no sucede así ¿qué me im
porta?
—No digas eso, Armando; prefiero todo mas
bien que creer que romperás contu familia: deja
* el dia de hoy y mañana regresa á París.
Tu padre habrá reflexionado, como tu, y puede
que llegueis á entenderse. Mo choques con sus
principios, aparenta hacer alguna concesioná
sus deseos, hazle comprender que no es tan gran
de como cree la inclinacion que me tienes; y
concluirá por dejar las cosas en el estado en que
– 904 – -

se encuentran.Ten confianza, amigo mio y so


bre todo vive seguro de que suceda lo que quiera
nunca te abandonará tu Margarita.
—Me lo juras?
—Mecesito jurarlo para ser creida?
Cuan dulce es dejarnos tranquilizar por la voz
de una mujer amada! Margarita y yo pasamos
lo que restaba del dia repitiéndonos nuestros pro
yectos, cual si comprendiéramos que habia una
necesidad de anticipar su realizacion; y á ca
da minuto esperábamos que sobreviniese algun
acontecimiento, pero felizmente llegó la noche
sin que ocurriese novedad alguna. -

El dia siguiente á las diez me puse en camino;


y dos horas despues entré en la fonda de Paris.
Mi padre habia salido y por lo tanto me dirigí
á mi casa, imaginando que acaso le encontraria
en ella, pero no sucedió así. --

Fuí á la casa de mi notario. Mada!


Regresé á la fonda y esperé hasta las seis, á
cuya hora aun no habia regresado Mr. Duval.
- En su consecuencia tomé el camino de Bougi
val y encontré á Mlargarita, no esperándome á la
ventana como el dia anterior, sino sentada de
lante de la chimenea, en la que ardia un gran
fuego ecsijido ya por la estacion. -

Tan sumergida estaba en sus reflexiones que


entré en el aposento ehasta su butaca sin
que se percibiera de mi presencia; y cuando
posé mis labios sobre su frente, se estremeció
como si aquel beso la hubiera despertado con so
bre salto.
– 205 –
—Me has asustado; dijo:- y tu padre?
–No le hevisto é ignoro lo que esto signifi
ca: no estaba en su casa ni en ninguno de los
sitios donde creia probable encontrarle.
—En ese caso habrás de volver mañana.
—Estoy tentado á esperará que él me llame,
pues creo haber hecho ya cuanto debia.
—Mo, no, amigo mio: es preciso que vuel
vas mañana, mañana mismo, á buscar á tu
padre.
—Y por qué ha de ser mañana precisamente?..
—Porque-replicó ella enrojeciendo un tanto;
porque esa insistencia aparecerá mas viva y nos
haremos perdonar mas pronto.
Todo el resto del dia èncontré á Margarita
muy preocupada, distraida, triste. Cada vez que
la dirigia la palabra meveia precisado á repe
tir la frase para obtener una respuesta; y ella
atribuyó esta preocupacion al recelo que"sobre
el porvenir la babian hecho concebir los acon
tecimientos de los dos últimos dias.
Así fué que pasé la noche tranquilizándola y la
mañana siguiente me obligó á regresar á París
llena de una inquietud que yo no sabia espli
C3"RO. ,"

Mi padre continuaba ausente como el dia an


terior; pero al salir me habia dejado una carta
concebida en estos términos:
«Si venís á verme hoy, esperadme hasta las
cuatro y si á esta hora no estoy en casa, volved
mañana á comer conmigo; es preciso que ha
blemos.» -
– 206 –
Esperé hasta las cuatro y no pareciendo mi pa
dre, regresé á Bougival. -

- La noche anterior habia encontrado á Marga


rita triste; este dia la hallé calenturienta y agi
tada. Al verme entrar, saltome al cuello y lloró
largo rato en mis brazos. ---

Hícela varias preguntas respecto á aquelsúbito


dolor cuya gradacion me alarmaba y ella no
supo alegar razon alguna plausible : solo me dijo
todo lo que una mujer acostumbra decir cuando
no quiere contestará las preguntas que se la di
Tigen. -

Luego que se hubo tranquilizado un tanto la


impuse en los resultados de mi viaje; la leí la car
ta de mi padre para que viese que de su conteni
do podíamos augurar algo de bueno y la vista de
aquella carta y las reflecsiones que la hice au
mentaron su llanto hasta tal estremo, que te
miendo la sobrecogiese una crísis nerviosa, llamé
á Manina y acostamos á la pobre enferma , que
continuba vertiendo silenciosas lágrimas; pero
teniéndome asidas ambas manos y besándolas
con frecuencia.
Pregunté á Manina si durante mi ausencia ha
bia tenido Margarita alguna visita, ó recibido
alguna carta que pudiera motivar el estado
en que la encontraba y me contestó negativa
Imente. -

Sin embargo, era evidente que desde la víspe


ra ocurria alguna cosa , tanto mas inquietante
" cuanto Margarita que me la ocultaba.
Durante la noche pareció hallarse un poco mas
tranquila y haciéndone sentar al lado de su ca
ma, me reiteró nuevamente la seguridad de su
amor. Luego me sonrió, pero con esfuerzo, por
que á su pesar se le llenaron los ojos de lágri
IIl3.S.

Yo heché mano de todos los recursos imagina


bles para hacerla confesar la verdadera causa de
sus pesares, pero ella se obstinó en darme siem
pre las mismas vagas razones que ya os he dicho.
Finalmente concluyó por dormirse en mis bra
zos, pero con ese sueño que destroza el cuerpo
en vez de proporcionarle reposo: de vez en cuan
do daba un grito, se despertaba sobresaltada y
despues de asegurarse de que me tenia á su la
do, me hacia jurar que la amaria siempre.
Yo no comprendia nada absolutamente de estas
intermitencias de dolor que se prolongaron hasta
que llegó el dia; en cuya hora cayó Margarita
en un sueño profundo,pues hacia dos noches que
no dormia.
Despertóse á las once y viéndome levantado,
miró á su alrededor esclamando:
–Te vas yá? -

—No-dije estrechándola ambas manos;-pero


he querido dejarte descansar. Es muy temprano
aun. " ... ". "

—A qué hora irás á París ?


–A las cuatro. -

—Tan pronto! Hasta esa hora te quedarás á


milado; ¿no es cierto?
—Sin duda : no es esa mi costumbre ?
–Qué felicidad!
– 208 –
–Vamos á, almorzar? prosiguió con aire de
distraccion. -

—Como quieras.
–Y luego me abrazarás hasta el mometo de
marcharte ? -

-Sí;y volveré lo mas pronto posible.


—Volverás!-esclamó mirándome con ojos es
traviados. - - -

—Naturalmente. ... " - "


-Eso eso; volverás esta noche y yo te espera
ré, como de ordinario: tu me amarás y seremos
felices, como lo somos desde que nos conoce
IIOS.

Todas estas palabras eran proferidas con unavoz


tan seca, que parecian ocultar un pensamiento
doloroso, tan continuado, que á cada instante te
mia verla empezará delirar.
-0yeme,–la dije;-estás enferma y yo no
puedo dejarte así: voy á escribir á mi padre que
no me espere. "

—Mo, no !! esclamó bruscamente ;–no hagas


eso. Tu padre me acusaria aun de impedirte irá
su casa cuando desea verte : no, no: es preciso
que vayas; es preciso: ademas que no estoy en
ferma como dices. He tenido un mal ensueño
y estaba aun dispierta del todo; no tengo
I1803.
A contar desde este momento, Margarita pro
curó estar mas alegre y dejó de llorar.
Cuando hubo llegado la hora en que debiase
pararme de ella la besé, y pregunté si queria
acompañarme hasta la estacion del ferro-carril,
– 209 –
esperando que aquel paseo la seria provechoso.
Ademas queria estará su lado el mayor tiempo
posible.
Veinteveces estuve á punto de quedarme, pe
ro la esperanza de regresar muy pronto y el te
mor de indisponerme de nuevo con mi padre me
fortalecieron y salí para París.
Margarita y Manina me acompañaron hasta la
estacion.
—Hasta la noche;-dije á Margarita cuando el
convoy empezaba á moverse.;-pero ella no con–
testó.
En otra ocasion tampoco me respondió á igua
les palabras, y el conde de G..., como lo recor
dareis, pasó la noche en su casa, pero aquella
época estaba tan distante que parecia borrada de
mi memoria y si algun temor podia yo abrigar, no
era ciertamente el de que Margarita me enga
ñase.
Llegado á París corríá casa dePrudencia, pa
ra suplicarla que fuese á verá Margarita, espe
rando que su verbosidad y sus chistes la dis
traerian.
Entré sin ser anunciado y la encontré hacién
dose la toilette.
—Vos aquí! esclamó con inquietud.
—0s acompaña Margarita?
—Mo. -

–Como está?
—Enferma.
—Luego no vendrá?
—Acaso debia venir? 4
1
– 210 –
Mad. Duvernoy se ruborizó y me contestó con
cierto embarazo. .
–Quise decir, viéndoos en París, si vendria á
reunirse con v0s.
—Mo.
Miré á Prudencia y ella bajó los ojos. -

Entonces creí ver en su semblante el temor de


que se prolongase mi visita.
—Venia á suplicaros, querida Prudencia, que
si estais desocupada vayais á visitará Margarita
esta noche: la hareis compañía y dormireis en
Bougival.
–Nunca la he visto como hoy y temo que en
ferme. - " - -

–Estoy convidada á comer, —me respondió


Prudencia, —y no podré ir esta noche á visitará
Margarita; pero la veré mañana. -

Acto contínuo me despedí de Prudencia , que


me pareció tan preocupada como Margarita y
fuí á reunirme con mi padre.
Al entrar, me ecsaminó detenidamente y lue—
g0 me dió la mano.
—He sabido con placer que habeis venido á.
visitarme dos veces Armando;-pues esto me indi
ca que habeis reflecsionado sobre el particular,
como lo he hecho yo tambien.
—Puedo preguntaros padre mio, cual ha sido
el resultado de nuestras reflecsiones?
—Ha sido, amigo mio; conocer que yo me ha
bia ecsagerado la importancia de las noticias que
se me habian dado y que me he ofrecido ser me—
nos severo en lo sucesivo.
– 211– -

que decis, padre mio!-esclamé lleno de ale


*
grla. * ,, , " , ,,

—Digo, mi querido hijo,que es preciso que to


do jóven tengä una queridà y que en virtud de
nuevas noticias, prefiero que tu amante sea la
señorita Gautier, que no otra cualquiera. —
- —Escelente padre! Cuan dichoso me haceis !
Continuamos hablando en este sentido durante
algun tiempo y poco despues nos sentamos á la
mesa: mi padre estuvo amabilísimo durante toda
la comida. . . . ..."

Yo estaba impaciente por regresará Bougival


para noticiar á Margarita tan feliz variacion y á
cada momento miraba el reló.
—Miras la hora;—me decia mi padre ;—tienes
prisa por dejarme... 0h ! juventud ! Siempre has
de sacrificar los verdaderos afectos á los dudosos!
—Mo digais eso, padre; estoy seguro de que
Margarita me ama.
Mi padre no contestó : su aspecto no revelaba
dudar ni creer.
Insistió mucho en hacerme pasar con él la no
che, quedándome en París hasta la mañana si
guiente; pero yo habia dejado á Margarita en
ferma; dijeselo y le supliqué me permitiese irá
reunirme con ella lo mas temprano posible, ofre
ciéndole volver al otro dia.
Como hacia un tiempo magnífico quiso mi pa
dre acompañarme hasta el embarcadero.
Yo no habia sido nunca mas dichoso: presen
tábaseme el porvenir tal como yo habia deseado
que fuese.
- – 212 –
Así es que el cariño que sentia por mi padre
Gra que el que hasta entonces le profesara.
En el momento de separarnos insistió por úl
tima vez en que me quedase, pero yo me negué.
—Luego la amas mucho?... me preguntó.
–Con locura !
—En ese caso, vete :- y al pronunciarse estas
palabras se pasó una mano por la frente, cual si
intentara rechazar un pensamiento importuno;
despues entreabrió la boca como para decirme
algo, pero se contentó con apretarme la mano, y
se alejó de mí bruscamente, gritándome :
-Hasta mañana,pues!...
un.

Pareciame que el tren no marchaba.


A las once llegué á Bougival : no habia luz en
ninguna ventana de la casa ; llamé y nadie con
testó.
Era la primera vez que me sucedia tal cosa:
por último apareció el jardinero y entré , reu-
niéndoseme Kanina. que llevaba una luz y me
siguió hasta el aposento de Margarita.
—Dónde está la señora ?
—La señora ha ido á Paris.
—A Paris!
—Sí, señor.
—Cuándo ?
—Una hora despues que vos.
—Y no ha dejado dicho nada para mí?
—Nada.
—Es particular : ha encargado que se la espe
rase?
—No!
– 214 – - -
"Namina, salió del aposento.
–Quizás ha sospechado algo-pensaba yo-y ha
ido á París con el objeto de averiguar si la vi
sita á mi padre seria un pretesto para tener un
dia de libertad.—Puede tambien que Prudencia
la haya escrito sobre algun asunto de interés.
Pero yo habia visto á Mad. Duvernoy al llegar
á Parísynada me dijo quepudiera hacérme creer
que mas tarde la escribiria.
De pronto recordé una de las preguntas que
me dirigió Mad. Duvernoy:—«No vendrá hoy?»
Al propio tiempo recordé el aspecto cortado de
Prudencia, cuando la miré despues de oirla esta
pregunta que daba á entender la ecsistencia de
una cita. A todo esto reuníase la memoria de las
-lágrimas de Margarita, durante el dia y que ol—
vidara gracias á la buena acogida que mi padre
me habia hecho. " " "
- Desde entonces todos los incidentes del dia se
agolparon alrededor de mi primera sospecha y
tan sólidamente la fijaron en mi mente, que todo
me la confirmó: hasta la clemencia de mi padre.
Margarita habia casi cesigido mi ida á París,
y efectó serenarse cuando la propuse quedarme
en Bougival, alarmado por su ecsaltación:
Habia yo caido en un lazo ? " -
Me engañaba Margarita º —
Acaso habia contado regresar á tiempo para
que yo no me apercibiese de su ausencia, y la
- casualidad la habia detenido?... *
Porqué al partir no dijo nada á Nanina, ó no
me escribió?"Qué significaban aquellas lágrimas,
aquella ausencia, aquel misterio?...
– 215 –
He aquí lo que yo me preguntaba en medio
de aquel aposento vacío,fijaba la mirada en el re
ló de péndulo, que marcaba la media noche,
como si hubiera queridó decirme que era ya de
masiado tarde para que esperase ver regresar á
mi querida. -

Sin embargo despues de las medidas que aca


bábamos de adoptar y del sacrificio ofrecido y
aceptado era imposible creer que ella me enga
ñase? No. - -

Así, pues, intenté rechazar mis primeras sos


pechas. " -

—La pobre muchacha habrá encontrado un


buen comprador para su movilario é ido á Pa
ris para cerrar el trato. No habrá querido avisár
melo por que sabe que aun cuando acepto esa
venta, necesaria á nuestra felicidad futura, me
es sensible y creeria herir mi delicadeza y mi
amor propio hablándome de ello. Acaso prefiere
presentárseme luego de llevada á efecto. Es evi
dente que Prudencia la esperaba con este objeto,
pero no supo disimular en mi presencia. Marga
rita no habrá podido terminar hoy la venta, dor
mirá en su casa de París, ó acaso regresará muy .
pronto, por que no se le ocultará la inquietud
que debe causarme su ausencia y no querrá ha
cerme padecer. - - *

Pero entonces ¿por qué esas lágrimas?......


Mo hay duda de que á pèsar del cariño que me
tiene no habrá podido resolverse á abandonar
sin sentirlo, el lujo con que ha vivido hasta aho
ra; lujo que la hacia feliz y envidiada.
– 216 —
Yo perdonaba estos pesares á Margarita y la
esperaba lleno de impaciencia, para decirla, al
mismo tiempo que la cubria de besos, haber adi
vinado la causa de su misteriosa ausencia.
Pero la noche abanzaba y Margarita no parecia.
La inquietud iba estrechando poco á poco
su círculo y me oprimia la cabeza y el cora
zon. La habria sucedido alguna cosa? Estaria
herida, enferma, muerta?.... lba á llegar algun
mensajero, anunciándome un incidente dolo
roso?.... -

Me encontraria el dia presa de la misma


incertidumbre y víctima de los propios te
mores?...
La idea de que Margarita me engañaba, preci
samente en el instante en que yo la esperaba
lleno del terror que me causaba su ausencia, no
volvió á presentarse en mi mente. -

Era preciso una causa independiente de su vo


luntad para retenerla lejos de mí y cuanto mas
lo reflexionaba tanto mas me convencia de que
esta causa no podia ser otra que una desgracia.
0h, vanidad del hombré!.... Tu te apareces
bajo todas las formas!, - • .

Al dar la una, dijeme que aguardaria otra ho


ramas, pero que siMargarita no habia regresado
á las dos, marcharia yo á París.
Para hacer tiempo busqué un libro, pues no
osaba entregarme á mis pensamientos: Manon
Lescaud estaba abierto sobre la mesa y ecsami
nándolo me pareció que las páginas estaban mo- ,
jadas con lágrimas en ciertos sitios,ydespues de
– 217 -
ojearlo cerré aquel libro cuyos caractéres me
parecian vacíos de sentido, considerado á través
de mis dudas.
El tiempo pasaba lentamente: estaba nublado:
una lluvia de otoño azotaba los cristales y aquella
cama, vacía, parecíame que en ciertos momen
tos tomaba el aspecto de una tumba.
Tenia miedo.
Abrí la puerta , escuché y solo oí el ruido
del viento en los árboles; ni un solo carruaje
pasaba por el camino. Las doce y media sona
ron tristemente en el reló de la iglesia de Bou
gival.
Parecíame que solo una desgracia podia sobre-.
venirme á aquella hora y con un tiempo tan
sombrío.
Dieron las dos y esperé aun algunos mi
nutos. Solo el péndulo turbaba el silencio de
la oche con su ruido monótono y acompa
SCO.

Por último salí de aquella habitacion, cuyos


menores objetos se habian revestido á mis ojos
de ese aspecto triste que apresta á todo cuanto
le rodea la inquieta soledad del corazon. -

En el aposento inmediato encontré á Nanina


dormida el labor, pero al ruido que hizo la
puerta, se despertó y me preguntó si habia re
gresado su señora. -

—Mo, pero si regresa la direis que no pudien


do resistir la inquietud, he ido á París.
—A esta hora? -.
– 218 –
–Pero como, si ya no encontrareis ningun
carruage? -

—Iré á pié.
–Pero si está lloviendo.
–Qué me importa?
-La señora no puede tardar y en el caso de
que no regrese, cuando amanezca podreis irá
saber la causa de su detencion: de lo contrario
vais á haceros asesinar en el camino.
—Mada temas, querida Nanina; hasta ma
ñana. . -

La pobre muchacha fué á buscar mi capa, he


chónela sobre los hombros, yse ofreció para irá
despertar la vieja Arnould, á fin de saber por
ella si seria posible encontrar un carruaje; pero
yo me opuse á todo, convencido de que invertiria
en estas tentativas, acaso infructuosas, mas tiem
po del que necesitaba para andar la mitad del
camino. ,
Ademas yo tenia necesidad de aire y de un
cansancio físico, que temperase la sobreescita
ción que padecia. -

Por lo tanto tomé la llave de la habitacion de


la calle de Antin y heché á andar, seguido por
Nanina que me acompañó hasta la verja.
* En un principio heché á correr, pero la tierra
estaba recientemente mojada y me cansaba de
masiado. Asi fué que á la media hora hube de
suspender la carrera: estaba sudando.
Tomé aliento yproseguími camino.
Tan oscura estába la noche que á cada paso
temia chocar contra los árboles de la carretera,
– 219 –
los cuales presentándose bruscamente á mis ojos,
parecían me grandes fantasmas que me perse
guian. -

Durante el camino encontré dos carretas que


á los pocos minutos dejé á la espalda.
Uná calesa se dirigia al gran trote á Bougival
-y al pasar por mi lado me ocurrió la idea de que
Margarita iba. quizás en ella. Detúveme, pues, y
grité: . . . - •

—Margarita! Margarita!
- Pero nadie me contestó y la calesa continuó
corriendo: yo la miré alejarse y seguí ade
lante.
Dos horas despues de salir de Bougival, llegué
á la barrera de la Estrella: la vista de París me
devolvió las fuerzas y bajé corriendo por aquella
de árboles que tantasveces habia recor
r O. -

Aquella noche, estaba desierta.


Hubiérase dicho que era el paseo de una ciu
dad muerta.
Empezaba á amanecer, y cuando llegué á la
calle de Antin, empezaba á removerse la gran
ciudad antes de despertarse del todo.
Las cinco daban en el reló de la iglesía de San
Roque cuando entré en la casa de Margarita. Al
pasar dije mi nombre al portero, que tenia reci
bidas de mi mano bastantes monedas de veinte
francos para saber qué me era permitido subirá
cualquiera hora del dia y de la noche; y aun
cuando hubiera podido preguntarle si habia en
trado Margarita, temiendo que me contestase en
— 220 —
sentido negativo, y prefiriendo continuar en mis
dudas aun que solo fuese por dos minutos, subí
rápidamente.
Abri la puerta y entré.
Las cortinas estaban bermélicamete corri
das; abri las de la puerta del comedor y me di
rigí á la alcoba cuya vidriera empujé.
Descorri las cortinas de la ventana, y un de
bil rayo de luz llegó hasta la cama.
Estaba vacia.
Entonces abri todas las puertas, recorri todas
las" habitaciones.
Nadie!
Aquello era para volverse loco.
Entré en el locador, abri la ventana y lla
mé á liad. Duvernoy, pero nadie me con
testó.
Viendo esto bajé á la porteria y pregunté si
Mlle. Gautier babia estado en casa durante el
dia.
Si, señor,-respondió el portero;- con madame
Duvernoy.
—Y no ha dejado dicho nada para mí?
—Nada.
—Sabeis lo que han hecho despues ?
—Han salido en carruaje.
—Qué clase de carruaje?
—Uno particular.
Qué queria decir este?
Corri á la porteria inmediata.
—Donde vais , caballero ,-me preguntó el con-
serge despues que hubo abierto.
– 221 – ---

—A la casa de Mad. Duvernoy.


-Está fuera.
-Positivamente ?
–Sí, señor: he aquí una carta que han traido
á noche para ella y que aun no la he podido en
tregar. -

Y el portero me presentó una carta, en la que


fijé la vista maquinalmente y reconocí la letra
de Margarita. .
Tomé la carta y leí el sobre :
«AMad. Duvernoy, para que la remita á
«Mr. Duval.»
—Esta carta es para mí, dije al portero ha
ciéndole leer el sobre escrito. -

—–Sí! Mr. Duval?-me preguntó.

—Ah! Ya os reconozco: vosvisitais con fre


cuencia á Mad. Duvermoy.
Ya en la calle rompí la nema y leí aquella
Carta :
Un rayo caido á mispiés no me hubiera ater
rado tanto como su lectura :
«Cuando leais esta, Armando, seré ya la que
«rida de otro hombre : todo ha concluido entre
«{InOSOtrOS.X -

«Volved al lado de vuestro padre, amigo mio;


«id á verá vuestra hermana, niña casta y pu
«ra, ignorante de todas vuestras miserias y á cu
«yo lado olvidareis los pesares que os haya cau
«sado esta muchacha perdida que se llama Mar
«garita Gautier, á la que habeis querido amar
«algun tiempo y os es deudora de los únicos mo
– 922 –
«mentos felices de una vida que-lo espero-no se
«rá larga. -

Cuando hube leido la última palabra creí que


iba á volverme loco; por un momento me pareció
qué iba á caer sin sentido en medio de la calle:
oscurecióseme la vista y las sienes me empezaron
á latir violentamente. .. . . "
, Hice un esfuerzo para dominarme y miré á mi
alrededor, admirado de que la vida del resto del
mundo continuase su curso natural, sin detener
se ante el espectáculo de mi desgracia, "
Yo no me sentia con fuerzas bastantes par
soportar, solo, el golpe que me diera Margari
ta: entonces recordé que mi padre se hallaba en
la misma ciudad, que en diez minutos podia en
contrarme á su lado y que, cualquiera que fue
se ia causa de mi dolor, participaria de él.
Corrí, pues, corrí como un loco, como un la
dron á quien persiguen, llegué á la fonda de Pa
rís; la llave estaba puesta en la cerradura; abrí
la puerta y entré. - -

Mi padre estaba leyendo. " ,


Por la poca sorpresa que le causó mi llegada
habríase podido creer que me esperaba. -

Yo me precipité en sus brazos sin decirle una


palabra, le dí la carta de Margarita y dejándo
me caer delante de su cama, lloré desespera
damente.
Cuando todas las cosas de la vida hubieron
vuelto á tomar un curso natural, haciaseme imj
posible creer que el nuevo dia no fuese para mi
igual á los anteriores.
Babia momentos en que me figuraba que una
circunstancia cualquiera , que no recordaba, me
habia hecho pasar la noche lejos de Margarita,
pero que si regresaba á Bougival la encontraria
inquieta , como lo estuviera yo , y que me pre
guntaria la causa de mi ausencia:
Así es que de tiempo en tiempo me veia obli
gado á leer la carta de Margarita , para conven
cerme de que todo aquello no era un sueño.
«Cuando la ecsistencia se ha habituado & un
amor como el mio, parece imposible que pueda
destruirse ese habito sin que se rompan a la vez
todos los resortes de la vida.»
Sucumbiendo mi cuerpo bajo el peso de aque
lla sacudida moral, habia quedado falto de me-
– 224 – -

vimiento. La inquietud, los acontecimientos de la


noche y la noticia de la mañana, me habian pos
trado y mi padre aprovechó ésta postracion de
todas mis fuerzas para arrancarme la promesa de
partir con él.
Yo ofrecí todo lo que quiso. -

Hallábameimposibilitado de sostener una dis


cusion y necesitaba de una afeccion verdadera
para que me ayudase á vivir. ... -

Solo recuerdo que aquel mismo dia, á eso de


las cinco, me hizo subirá una silla de posta: sin
advertirme de ello habia hecho arreglar mi equi
Je. " - -

Yo solo tuve la conciencia de lo que hacia,


cuande hubimos dejado atras la ciudad y cuando
la soledad del camino, me recordó la vida de mi
C0TaZOI). •

Los ojos se me llenaron de lágrimas. Durante


la noche dormí un poco y soñé con Margarita; en
tonces me desperté sobresaltado no comprendien
do por qué me hallaba dentro de un carruaje,pe
ro recobré la memoria y dejé caer la cabeza sobre
el pecho, no atreviéndome á hablar á mi padre,
temeroso de que me contestase :
—Yaves cuanta razon tenia al dudar del amor
de esa mujer. -

Pero él se abstuvo de abusar de sus ventajas y


llegamos á C... sin que me hubiera hablado mas
que de cosas enteramente ajenas al aconteci
miento que me alejaba de París.
Rl abrazará mi hermana recordé las palabras
de la carta de Margarita, referentes à ella; y
– 225 –
comprendí en el acto que por buena quefuese mi
hermana, no podria hacerme olvidar á mi que
rida. -

Creyendo mi padre que la caza seria una dis


tracción provechosa para mí, organizó con sus
amigos yvecinos algunas partidas, á las que yo
concurria sin entusiasmo y sin repugnancia; con
esa especie de apatía que caracterizaba todos mis
actos desde que me puse en camino.
Mada de esto se ocultaba á la penetracion de
mi padre, que no se dejaba engañar por mi cal
ma esterior, adivinando que por abatido que es
tuviera , debia llegar un dia que se operara en
mi corazon una reaccion temible, quizás peli
grosa.
Maturalmente mi hermana lo ignoraba todo y
no podia esplicarse , como yo tan alegre en otro
tiempo, me habia vuelto tan triste y pensativo.
A veces,sorprendido en medio de mis tristezas
por la mirada inquieta de mi padre, tendíale la
mano y estrechaba la suya, como pidiéndole per
don por el pesar que le causaba.
De este modo pasó un mes que fué todo lo que
pude soportar.
El recuerdo de Margarita me perseguia sin ce
sar : habia amado y amaba aun demasiado á
aquella mujer para que pudiera serme indiferen
te de pronto. -

Era preciso que la amase ó que la aborrecie


se: era necesario, sobre todo, que un sentimien
to cualquiera llenara mi corazon ; que la volviese
á ver, y esto inmediatamente. 1.
10
– 226 -
Así pues, dije á mipadre que me veia preci
sado á ir á París, donde me llamaban algunos
asuntos, pero que le daba mi palabra de regre
sar poco tiempo despues.
Sin duda adivinó la causa que me impelia,
porque insistió en que me quedase, pero viendo
que la inejecucion de aquel deseo, podria tener
fatales consecuencias para mí, atendido el estado
de irritacion en que me encontraba, me abrazó y
suplicó llorando que regresase inmediatamente.
P Yo no pude dormir hasta despues de entrar en
8I'IS. - *. -

Una vez llegado ¿ que iba á hacer? Lo ignora


ba: pero era indispensable que me ocupase de
Mlargarita.
Vestime ; el dia era bellísimo y me dirigí á
los Campos–Elíseos. -
Media hora despues ví llegar el carruaje de
Margarita; pero ella no iba dentro. -

A penas habia notado su ausencia, y al mirar


ámi alrededor, víá Margarita, paseando á pié,
acompañada por una mujer que me era desco
nocida.
Al pasar á mi lado palideció; una sonrisa ner
viosa y crispó sus lábios: en cuanto á mí, una vio
lenta palpitacion me desgarró el pecho; pero lo
gré dará mi semblante una espresion de frialdad,
y saludé del mismo modo á mi antigua querida,
que inmediatamente subió á su carruaje.
Yo conocia á Margarita: mi inesperado encuen
tro debia haberla trastornado.
Quizás habia tenido noticias de mi viaje, cosa
– 227 –
que la debia, haber tranquilizado respecto á la
ruptura de nuestras relaciones; pero al verme de
regreso. frente á frente, y ante mi palidez, habia
comprendido que mi vuelta á París debia tener
un objeto.
Si la hubiera encontrado desgraciada ypara
vengarme debiera haberla socorrido, acaso la ha
bria perdonado, olvidando todos mis propósitos;
pero la veia feliz, al menos en la apariencia:
otro hombre le habia devuelto el lujo que yo no
pudiera sostenerle; nuestra ruptura, ocasionada
por ella, tumaba á mis ojos el carácter del mas
mezquino interés; me sentia humillado en mi
amor propio como en mi amor y era preciso, in
dispensable, que me pagase todo lo que me habia
hecho sufrir.
Yo no podia ser indiferente á Margarita ypor
lo tanto lo que mas daño debia hacerla era mi
indiferencia. Este era pues el sentimiento de que
se debia hacer alarde, no solo á sus ojos sí que
tambien á los de los demás.
En su consecuencia procuré dará mi semblan
te un aspecto risueño y me trasladé á casa de
Prudencia.
Su doncella me anunció ; y hube de esperar
algunos minutos en el salor. Por último apareció
Mad. Duvernoy, hízome entrar en su tocador y
al tiempo de sentarme oí abrirse la puerta de
aquel, sonó el ruido de unos pasos lijeros y últi
mamente cerrose la puerta de la escalera.
—Acaso os estorbo?-pregunté á Prudencia.
—De ninguna manera : Margarita estaba aqui
– 228 –
cuando ha oido anunciaros, se marchó : ella es
a que acaba de salir.
—Acaso la hago miedo ?
—Mo; pero teme que su presencia os sea de
sagradable.
—Ypor qué razon ! esclamé haciendo un es—
fuerzo para respirar con libertad, porque la emo
cion me ahogaba;—la pobre muchacha me ha
abandonado para recuperar su carruaje, sus
muebles y sus diamantes: hizo bien y no la guar
do rencor por ello. Hoy la he visto;-añadí, con
cierta negligencia. -

–Donde ?-dijo Prudencia, mirándome y como


: si era yo aquel mismo hombre que
abia visto tan locamente enamorado.
—En los Campos-Eliseos: iba con otra jóven
muy linda: quién es?
—Dadme sus señas. -

—Rubia, delgada , ojos azules, y muy ele


gante.
—Es 0limpia; una jóven muy bonita por
cierto.
–Con quien vive ?
—Sola y con todo el mundo.
—En qué calle ?
–Callè de Tronchet, nº... 0lá ! Queréis hacer
la la corte ? -

—Verémos lo que sucede.


—Y Margarita ?
—Mentiria si os dijese que ni aun me acuerdo
de ella; pero soy uno de esos hombres en quienes
influye mucho el modo de romper.
– 229 –
–Luego, Margarita me despidió de un mo
do tan lijero, qué conocí seruna tontería de mi
parte el estar tan enamorado como realmente lo
estaba.
Ya comprendereis con que entonacion procu
raba yo decir todo esto; pero el sudor me corria
por la frente.
–Pues ella os amaba mucho y os ama aun; y
la prueba de ello es que inmediatamente despues
de vuestro encuentro con ella, ha venido corrien
do á participármelo. Al entrarestaba temblando,
casi enferma.
—Y que os dijo?...
–Que indudablemente vendriais á verme... y
me ha suplicado que en tal caso osimplore su
perdon.
–Podeis decirla que la he perdonado.
–Es una buena muchacha, pero al fin... una
muchacha y yo debia haber estado preparado
para lo que hizo conmigo. Sin embargo hoy casi
se lo agradezco,pues mas de una vez me he pre
guntado donde nos habria conducido la continua
cion de aquellos amores:Era una verdadera locura.
–Creed que se alegrará mucho de saber la
resolucion que habéis tomado: ademas de que ya
era tiempo de que os dejase, querido mio. El
truhan que debia comprar los muebles fué á
verse con los acreedores de Margarita; estos tu
vieron miedo y dos dias despues debian vendér
Selo todo. -

—Y ahora está ya pagado?...


Casi todo.
– 230 –
-Quien ha facilitado losfondos?
—El conde de M... amigo mio, hay hombres
que han nacido espresamente pasa esto. En una
palabra, ha dado veinte mil francos, pero logran
do lo que queria. El sabe que Alargarita no le
ama, pero esto no le impide ser muy galante pa
ra con ella. Ya lo habeis visto; la ha devuelto
sus caballos, su carruaje y sus diamantes; la dá
tanto dinero como la daba el duque y si quiere
ser juiciosa ese hombre continuará con ella por
mucho tiempo. -

—Y que hace Margarita? Reside continuamen


te en París?
—Munca ha querido regresar á Bougival desde
que salisteis de él y yo he tenido que ir para to
dos sus asuntos y aun para los vuestros. He hecho
un paquete de todo lo que os pertenece y podeis
enviará buscarlo. En él encontrareis todo, es
cepto una pequeña cartera con vuestra cifra.
Margarita se lá quedó queriendo conservar una
memoria vuestra y la tiene en su casa; pero si os
hace falta, se la reclamaré. -

–Puede quedársela-balbuceé sintiendo que las


lägrimas me subian del corazon á los ojos, al re
cuerdo de aquella aldea donde tan dichoso habia
sido y á la idea de que Mlargarita tenia cierto in
terés en conservar, como una memoria, algo que
me hubiera pertenecido.
Si hubiera entrado ella en aquel instante en el
aposento, se hubieran desvanecido mis proyectos
de venganza y habria caido á sus pies.
—Por lo demas-prosiguió Prudencia;-nunca
– 231 -
la hé visto tal como se encuentra en la actuali
dad. Apenas duerme, asiste á todos los bailes, á
todas las cenas; se embriaga, en fin. Ultimamente
tuvo que quedarse en la cama por espacio de ocho
dias de resultas de una cena y cuando el mé
dico la permitió levantarse, continuó el mismo
género de vida,á riesgo de matarse.
–Ireis á visitarla? -

—A qué fin ? He venido á veros porque os co


nocia de mucho antes que á Margarita; porque
á vos debo el haber sido su amante y probable
mente á quien debo no serlo ya. - "

—Francamente; he hecho cuanto pude para


que os dejase y creo que dentro de algun tiempo
no me guardareis rencor por ello. , "
—0s estoy doblemente reconocido-dije levan
tándome, porque me repugnaba ver aquella mu
jer—0s
que vais?
daba éntera féá todas mispalabras.
•, -

–Si. .

Ya sabia cuanto necesitaba.


–Cuando os volveré á ver?,
–Pronto. A Dios. -
—A Dios. ”,

Prudencia me acompañó hasta la puerta y yo


regresé á mi casa, llenos de lágrimas de furor
los ojos y de venganza el corazon.
Luego Margarita era una muchacha como to
das las de su clase : luego el profundo amor que
me tenia ni aun habia luchado con el deseo de
volverá su antigua vida, ni con la necesidad de
e

tener un carruaje y orgías?...


- 232 –
Esto es lo que yo me decia enmedio de misin
somnios, cuando si hubiera reflecsionado tan fria
mente como afectaba reflexionar, habria visto
en aquel método de vida desordenada y ardien
te, la esperanza de imponer silencio á un pen
samiento contínuo, áun sentimiento lleno de per
severancia. -

Mas por desdicha me dominaban las malas pa


siones y solo me ocupaba en encontrar un medio
para torturar á aquella pobre criatura.
0h! el hombre es muy pequeño y muy vil
cuando se siente herido en una de sus malas pa
siones! -

Aquella 0limpia, que habia visto, era, sinó


la amiga de Margarita, al menos aquella cuya
compañía frecuentaba mas desde su regreso á
París. Iba á dar un baile y como yo suponia que
Margarita concurria á él hice de modo quo se
me invitase y lo conseguí. - -

Cuando lleno de mis dolorosas emociones lle


gué al baile, estaba ya animadísimo. Se bailaba,
se gritaba; y en una de las cuadrillas apercibíá
Margarita bailando con el conde de M..., el cual
parecia orgulloso de poderla enseñar, y como si
dijese á toda la concurrencia:
—Esta mujer me pertenece. -

Púseme de espaldâs contra la chimenea, frente


á frente de Margarita y la miré bailar. A penas se
apercibió de mi frecuencia se turbó. Muestras
miradas se encontraron y la saludé distraidamen
te con un ademan.
Cuando reflexioné que concluido el baile, no
– 233 –
seria conmigo, sino con aquel conde tan imbécil
como rico, con quien se marcharia; cuando me
representé lo que probablemente debia seguirse
al regreso á su casa, subióme la sangre á la cabe
za y surgió en mí la necesidad de turbar aquellos
IIOI'OS.
Concluida la contradanza me acerqué á saludar
á la dueña de la casa, que hacia gala de unas her
mosísimas espaldas y de la mitad de una garganta
deslumbradora. Aquella jóven era hermosa y ba
jo el punto de vista de las formas, mas bella que
Margarita. Yo comprendí esto mucho mejorá cau
sa de ciertas miradas que la dirigió Margarita
interin yo la hablaba. El hombre que llegase á
ser el amante de 0limpia podria estar tan hueco
como lo estaba el conde de M...; pues era bastan
te seductora para poderinspirar una pasion igual
á la que me inspirara Margarita. -

En aquella época carecia de amante y no debia


ser difícil llegar á serlo.
Todo ello consistia en presentar bastante dine
r0 para atraer sus miradas.
Al punto tomé mi resolucion:
—Esta mujer será mi querida; dije.
Y empecé mi papel de pretendiente, bailando
con ella.
Media hora despues, Margarita, pálida como
una muerta, se puso la piel y salió del baile.
XXIV.

Esto era ya algo, pero no lo bastante.


. Comprendí el imperio que sobre ella tenia y
abusé c!e él vilmente.
Cuando recuerdo que ha muerto , pregunto á
Dios si llegará á perdonarme el daño que la hice.
Despues de la cena , que fué de las mas anima
das, nos pusimos á jugar.
Yo me senté al lado de Olimpia y arriesgué mi
dinero con tanto atrevimiento que no pude me
nos de llamar su atencion.
En un momento gané ciento cincuenta 6 dos
cientos luises , que dejé colocados delante de mí
y sobre los cuales fijaba ella una mirada ar
diente.
Yo era de todos losconcurrentes el único á quien
no preocupaba el juego por completo y por lo tan
to el solo que de ella se ocupaba.
Todo el resto de la noche continué ganando y
me anticipé á darla dinero, habiendo perdido to
- 235 —
do el que sacó y probablemente lo único que po
seia^
A las cinco nos dispusimos á salir : yo ganaba
trescientos luises.
Cuando ya todos los jugadores habian bajado la
escalera . yo solo quedaba arriba, sin que de ello
se apercibieran, por no ser amigo de ninguno de
ellos.
Olimpia salió hasta la puerta de la escalera y
ya me disponia á seguir á los demás , cuando
mudando de intencion , me dirijí á ella y la
dije :
—Necesito hablaros.
— Mañana /-contestó.
—No ; ahora.
. —Qué tenéis que decirme? •'
— Ya lo vereis.
Y entramos en las habitaciones.
—Habeis perdido ¿ es .verdad ?-la pregunté.
—Sí.
—Todo cuanto teneis en casa ?-01impia va
ciló. .
—Sed franca.
—Pues bien, sí.
—Yo he ganado trescientos luises ; helos aquí
si consentís en que pase el resto de la noche en
vuestra casa.
Y al pronunciar estas palabras arrojé el oro
sobre una mesa.
—Porqué me haceis esta proposicion?
—Toma! porque os amo!
—No: porque estais enamorado de Margarita
— 236 –
y quereis vengaros de ella haciéndoos mi aman
te. Es difícil engañará una mujer como yo, ami
go mio. Desgraciadamente soy harto jóven y
bastante bella para aceptar semejantes papeles.
=es
•=»),
reusais? -

—Preferís amarme de balde?


—En ese caso soyyo quien no aceptará. Pensad,
querida 0limpia, que si yo os hubiera echo esa
proposicion por medio de una persona cualquie
ra, la habriais aceptado. Aceptad, pues sin querer
descubrir, las causas que me impelen á obrar
así; y decios que sois bastante hermosa pa
ra que yo os ame sin necesidad de ningun otro
móvil. -

0limpia concluyó por aceptar y salí de su casa


á las doce del dia, siendo su āmante; pero la
verdad es que me separé de su lado sin llevar el
recuerdo de sus caricias y de las palabras de
amor que se habia creido ca á prodigarme
á trueque de los seis mil francos que la dejaba.
Ysin embargo algunos hombres se habian ar
ruinado por aquella mujer! -.

A contar desde este dia hice sufrirá Margari


ta una persecucion de todos los instantes.0limpia
y lla cesaron de verse:ya comprendereis el por
que. - .

Yo díá ninueva querida un carruaje y alha


jas; en fin; hice todas las locuras propias de un
hombre enamorado de una mujer como 0limpia.
La noticia de minueva pasion se generalizó in
mediatamente.
– 237 –
La misma Prudencia llegó á creer que yo ha
bia olvidado completamente á Margarita. Esta,
sea que hubiese adivinado las causas de mi con
ducta, sea que se engañase como los demas, con
testaba con una gran dignidad á las heridas que
diariamente la hacía yo. Solo que parecia hallar
se enferma, por que donde quiera que la encon
traba la veia cada vez mas pálida, cada vez mas
triste. Mi amor hácia ella, ecsaltado hasta el pun
to de ser tenido por ódio, se regocijaba con la
vista de aquel cotodiano. Muchas veces y
en ocasiones en que mi crueldad llegó á ser in
fame, fijaba Margarita en mí miradas suplican
tes que me hacian avergonzar del papel que esta
ba desempeñando.
En aquellos momentos estaba prócsimo á pe
dirla perdon de mi proceder.
Pero estos arepentimientos tenian la duracion
del relámpagoy0limpia que habia concluido por
dejará un ladó todo amorpropio y comprendia
que perjudicando á Margarita obtendria de mí
cuanto quisiera, me incitaba sin cesar contra
aquella, y la insultaba siempre que para ella en
Contraba ocasion, con la infame persistencia de la
mujer que se vé autorizada por un hombre.
argarita habia concluido por no concurrir á
bailes ni espectáculos por temor de encontrarme
en ellos; y entonces se sucedieron los anónimos
ó las impertinencias directas: y no habia cosa
por vergonzosa que fuese, que no propaláse
mos mi querida y yo, atribuyéndolas á Marga
rita. -
==

- 238 –
l Para llegar á tal estremo era preciso estar
OCO. *,

Yo me encontraba en el estado del hombre


que habiéndose embriagado con vino del mas
inferior cae en una de esas ecsaltaciones ner
viosas durante los cuales la mano es capaz de co
meter un crímen sin que el pensamiento tome
parte en él. Pero en medio de todo esto sufria yo
un martirio horrendo. La tranquilidad sin des
den, sin indignacion, sin desprecio, con que
Margarita contestaba á todos mis ataques, hacién
dola superior á mí, aun á mis propios ojos, me
irritaban mas y mas.
Una noche, habiendo ido 0limpia no sé donde
se encontró con Mlargarita: esta vez, lejos de
perdonará la necia que la insultaba la obligó á
cederla el puesto. -" " .

0limpia volvió á su casa furiosay á Margarita


la condujeroná la suya desmayada. • ,

A su regreso, me refirió 0limpia todo lo pasa


do; me dijo que Margarita al verla sola, se ha
bia querido vengar de que fuese mi querida y
que era preciso la escribiese yo una carta á fin de
que respetase siempre,presente ó ausente, á la
mujer que yo amaba. , , , , -

Mo necesito deciros que consentí en ello yque


cuanto se puede imaginar de amargo, de vergon
zoso y cruel lo escribí en aquella carta. -

Esta vez era el golpe demasiado fuerte para


que la desventurada lo soportase en silencio.
Tanta era mi seguridad de recibir una con–
testacion que permanecí en mi casa todo el dia:á


las dos llamaron á la puerta y entró Pruden
Cl3. " -

Al verla procuré aparentar un aire indiferente


para preguntarla la causa de su visita, pero este
dia Mld. Duvernoy no estaba de buen humor y con
acento grave y conmovido me dijo que desde mi
regreso á París, es decir, desde tres semanas
hacia, no habia dejado pasar una sola ocasion
ara apesadumbrará Mlargarita : que esta se ha
laba enferma y que la escena de la víspera, jun
tamente con mi carta de aquella mañana la ha
bian obligado á meterse en cama.
En una palabra, sin hacerme reconvencion
alguna Mlargarita, pedia gracia y me manifestaba
faltarle las fuerzas físicas y morales para soportar
lo que yo hacia. . . ..
–Que la señorita Gautier me despidiese, está
bien, era su derecho; pero que insulte á la mu
jer que amo bajo el pretesto de que esa mujer es
mi querida, es una cosa que no puedo permitir.
–Amigo mio-me dijo Prudencia-estais some
tido á la influencia de una muchacha sin talento
ni corazon ; cierto que la amais; pero esta no es
una razón para torturar á una mujer inde
fensa. . -

–La señorita Gautier puede enviarme su con


de de M... y la partida será igual.
–Harto sabeis que Mlargarita no lo hará : por
lo tanto, querido Armando, dejadla en paz; si
la vieseis os avergonzaria la conducta que para
con ella observais. Está pálida, tose y esta vez no
vivirá mucho tiempo. ".
– 240 –
Y Prudencia me alargó la mano añadiendo :
—Venid á verla, vuestra visita la hará feliz.
tengo deseos de encontrarme con el conde
de M... -

—El conde no está nunca en la casa de Mar


garita, que le detesta.
—Si Margarita desea verme, sabe muy bien
donde habito; que venga, pues: por lo que á mí
hace no volveré á pisar su casa.
–La recibireis bien ?
–Perfectamente.
–Saldreis hoy ?
—Estaré en casa toda la noche.
—Voy á decírselo. -

Prudencia salió : yo ni aun escribí á 0limpia


que no iría á verla: nada me importaba que se
enfadase ó nó.
Creo que se consolaba de mis ausencias con un
actor de no sé que teatro.
A la hora acostumbrada salí á comer y re
gresé á casa inmediatamente; en seguida hice
encender fuego en todas las habitaciones y envié
á José á pearse.
Imposible me seria dar cuenta de las impre
siones que me agitaron durante una hora de es—
pera, pero cuando á las nueve oí llamar á la
puerta, todas ellas se reasumieron en una, tan
intensa, que al irá abrir tuve que apoyarme en
la pared para no caer al suelo.
Felizmente estaba casi á oscuras la antesala
alteracion de mi fisonomia fué menos vi
S1010. -
– 241 -
Margarita entró: iba vestida de negro y he
chado el velo: á penas pude reconocer su sem
blante á traves del encaje.
Pasó al salon y se levantó el velo. -

Estaba pálida como el marmol.


—Vedme aquí, Armando;-dijo;-habeis desea
do verme y he venido.
Y dejando caer la cabeza entre sus manos se
deshizo en llanto.
Yo me aprocsimé á ella.
—Qué teneis?–pregunté con voz alterada.
Ella me estrechóla manosin contestar, por que
las lágrimas ahogaban su voz; pero algunos ins
tantes despues, habiéndose tranquilizado un tan
to, me dijo:
—Me habeis hecho mucho mal, Armando; á
mí que en nada os he ofendido. "

—En nada ?-repliqué con amarga sonrisa.


—En nada mas que en lo que las circunstancias
me han obligado á hacer.
Ignoro si en toda vuestra vida habreis sentid
ó sentireis la emocion que me producia la pre
sencia de Margarita.
La última vez que viniera á mi casa se habia
sentado en el mismo sitio que ocupaba; solo que
desde entonces habia sido la querida de otro hom
bre; otros besos que los mios habian desflorado
sus labios, hácia los cuales se enclinaban los mios
á mi pesar; y no obstante yo conocia que amaba
á aquella mujer tanto ó mas de lo que la habia
amado. i" ,

Sin embargo era difícil entablar la cer


– 242 -
cion sobre el objeto que la condujera á mi ca
sa: asi lo debió comprender Margarita, pues
añadió:
—Vengo á molestaros, Armando; porque ten
go dos cosas que pediros: perdon por lo que dije
ayerá la señorita 0limpia y gracia por lo que
aun proyecteis contra mí. Desde vuestro regreso,
voluntariamente ó no, me habeis hecho tanto mal
que en la actualidad me seria imposible soportar
una cuarta parte de la emociones que he sopor
tado hasta esta mañana.
–Vos tendreis piedad de mí y comprendereis
que un hombre de corazon tiene algunas cosas
que hacer mas nobles que vengarse de una mu
jer enferma y triste como yo lo estoy. Mirad; to
madme la mano; tengo fiebre y he dejado la ca
ma para venir á pediros, no vuestra amistad,
sinó vuestra indiferencia.
Así la mano de Margarita y en efecto estaba
ardiendo ; la pobre mujer tiritaba bajo su abrigo
de terciopelo.
Hice rodar hasta cerca de la chimenea el sillon
en que estaba sentada y la dije :
—Creeis, pues, que no sufrí yo la noche en
que despues de esperaros en nuestra casita de
Bougival, vine á buscaros en París y encontré
una carta cuya lectura estuvo á punto de vol
verme loco ?
-¡Cómo habeis podido engañarme, Margarita,
á mí que os amaba tanto !!!...
—Mo hablemos de eso Armando; no he venido
áverospara que nos ocupemos de eso. He queri
– 243 –
do encontraros de otro modo que enemigo; y es
trecharos la mano aun una vez; esto es todo.
—Teneis una querida jóven, bonita, que os
ama, segun dicen: sed feliz con ella y olvidadme.
—Yvos, sois dichosa sin duda ?
-Tengo el semblante de una mujer que vive
feliz, Armando ?... Mo os burleis de mi dolor,vos
que conoceis su causa y estension.
—Solo de vos depende el no ser nunca desgra
ciada, si es que realmente lo sois, como decís.
—Mo, no, amigo mio: las circunstancias han
sido mas fuertes que mi voluntad. He obedecido,
no á mis instintos de muchacha perdida, como
parece quereis decirlo, sino á una necesidad
grave y á razones que en su dia sabreisy os for
zaran á perdonarme.
-Por qué no me decís hoy esas razones?...
-Porque no restablecerian unas relaciones
imposibles ya entre mosotros y acaso os aleja
rian de personas con las que no debeisindispo
IOITOS.

-Quienes son esaspersonas?


—Mo puedo decíroslo.
-Entonces mentís.
Margarita se puso en pié, y se dirigió á la
puerta.
Yo no podia presenciar aquel mudo y elocuen
te dolor sin sentirme conmovido, al comparar
mentalmente á aquella mujer pálida y llorosa con
la jóven atolondrada que se burlara de mí en el
teatro de la 0pera Cómica. ,

—Mo os irëis,-la dije colocándome delante de


la puerta.
– 244 –
–Por qué? -

–Porque á pesar de lo que has hecho te amo


siempre y quiero que te quedes conmigo.
—Para arrojarme mañana; no es esto?
—Mo! Imposible ! Muestros destinos están se
parados: no intentemos reunirlos: vos me des—
preciariais quizás, al paso que ahora me odiais.
Mo, Margarita;—esclamé sintiendo desper
tarse todo mi amor y todos mis deseos al contac
to de aquella mujer;–no ! lo olvidaré todo y
seremos felices como nos habíamos propuesto
serlo.
Margarita movió la cabeza con espresion de
duda
—Mo soy ya vuestra esclava, vuestro perro?...
Haced de mi lo que querais; aquí me teneis;
disponed de mí.
Y despojándose del abrigo y del sombrero, que
arrojó sobre el sofá , empezó á deshacerse brus
camente los corchetes del corpiño de su vestido,
porque por una de esas reacciones tan frecuentes
en su enfermedad , la sangre le subió del cora–
zon à la cabeza y la ahogaba.
b Una tos seca y ronca se siguió á aquel arre
at0.
—Manda decir que se marche mi carruaje.
Yo mismo bajé y dí la órden al cochero: cuan
do volví á subir estaba Margarita recostada de
lante del fuego y temblando de frio.
Entonces la cogí entre mis brazos, la despojé
de sus vestidos sin que ella hiciese movimiento
alguno, púsela en la cama, senteme á la cabe
– 245 –
zera y procuré hacerla recuperar el calorá fuer
za de caricias, pues estaba helada.
Ella me sonreia sin pronunciar una sola pa
labra.
0h ! Aquella fué una noche estraña.
Toda la vida de Margarita parecia haberse
trasladado á los besos con que me cubria y yo
la amaba tanto, que aun enmedio de los tras
portes de su fiebroso amor me preguntaba á mí
mismo si debiera matarla para que no volviera á
pertenecer á otro hombre.
Un mes de amor, semejante á aquella noche,
bastaria á aniquilar cuerpo y corazon, no dejan
do mas que un cadáver.
El dia nos sorprendió despiertos.
Margarita estaba lívida: no proferia palabra
alguna: gruesas lágrimas , brillantes como dia
mantes, corrian de tiempo en tiempo por sus
mejillas.
Agotados sus brazos se abrian de vez en cuan
do para estrecharme y volvian á caer ecsánimes
sobre la cama.
Por un momento creí que me seria dado olvi
dar todo lo que habia mediado desde mi partida
de Bougival y dije á Margarita.
-Quereis que partamos; que nos alejamos de
París º
—Mo, no-contestó con espanto;–seriamos des
graciados: yo no puedo hacer ya tu felicidad,
pero interin me quede un soplo de vida seré la
esclava de sus caprichos. A cualquier hora del
dia ó de la noche que me desees, ven y te perte
– 246 –
neceré, pero no asocies tu porvenir al mio, por
que serias muy infeliz y esto causaria mi des
gracia. Durante algun tiempo seré aun una mu
jer bonita; aprovéchate de ello, pero no me ec
sijas ninguna otra cosa.
Cuando Margarita hubo salido, me aterró la
soledad en que me dejaba y dos horas despues
aun permanecia sentado sobre la cama que ella
acababa de dejar, mirando la almohada que
conservaba marcada la forma de su cabeza y pre
guntándome que iba á ser de mí entre mi amor
y mis celos.
A las cinco, me dirigí á la calle de Antin, casi
sin saber lo que hacia.
Manina me abrió la puerta.
-La señora no puede recibiros , me dijo con
cierto embarazo.
–Por qué?
–Porque el conde de M... está con la señora y
me ha prohibido que deje entrará nadie.
—Eso es-balbuceé;—lo habia olvidado.
Regresé á mi casa ébrio de celos y sabeis lo
que hice durante el minuto de delirio que nece
sité para ejecutar la accion vergonzosa que iba
á cometer?... Sabeis lo que hice ?...
Dijeme que aquella mujer se burlaba de mí;
figurémela en se inviolable conferencia con el
conde repitiéndole las palabras de amor que me
dirigiera durante aquella noche y tomando un
billete de quinientos francos, se lo incluí en la
carta siguiente:
«Contanta prisa os marchasteis esta mañana,
«que olvidé pagaros.»
– 247 –
«Adjunto es el precio.»
Cuando la hube enviado este escrito salí de mi
casa como para sustraerme á los instantáneos
remordimientos de tal infamia y fuí á visitará
0limpia que se probaba algunos vestidos nuevos
y la que luego que estuvimos solos, me cantó
algunas nuevas obscenidades para distraerme.
0limpia era el verdadero tipo de la cortesana
sin vergüenza, "sin corazon ni talento, para mí
al menos-pues acaso otro hombre habia encon
trado en ella lo que yo encontraba en Margarita.
Pidióme dinero, díselo y libre ya, regresé á
mi casa.
Margarita no me habia contestado.
Inútil es deciros cuan agitado pasé toda la ma
ñana siguiente. -

A las seisy media se me presentó un manda


dero con un sobre, dentro del cual encontré mi
carta y el billete de quinientos francos: ni una
palabra de contestacion.
—Quién os ha entregado esto? pregunté al
mandadero.
-Una señora que con su doncella marchaba en
la mala de Boulogne, encargándome no os lo traje
se hasta que la diligencia hubiera salido de París.
r á la casa de Margarita, y el portero me
lJ0:
–La señora ha partido para Inglaterra, esta
tarde á las seis.
Mada me retenia ya en París: ni odio ni amor.
Tantas sacudidas habian agotado misfuerzas y
mi energía y como uno de mis amigos empren
— 248 —
diese un viaje á oriente, corri á decir á mi padre
el deseo de acompañar á aquel en su escursion.
Mi padre me dió todo lo necesario y ocho dias
despues salí de Francia, embarcándome en Mar
sella.
En Alejandria, supe por un agregado á la em
bajada, á quien habia visto alguna vez en la casa
de Margarita , la enfermedad de la pobre joven
y entonces fué cuando la escribi esa carta, cuya
respuesta conoceis y que recibí en Tolon.
Regresé inmediatamente á Francia y ya sabeis
lo demas.
Ahora solo os falta leer algunas páginas que
Julia Duprat me entregó y son el complemento in
dispensable delo que acabo de contaros.
XXV.

Fatigado Armando. por esta larga narracioni


frencuentemente interrumpida por las lágrimas,
llevóse ambas manos á la frente y cerró los ojos,
ora fuese para pensar ó para intentar dormir;
despues de haberme entregado las páginas escri
tas por Margarita. " " u
Algunos minutos despues, el ruido de una
respiracion algo mas rápida me anunció que Ar
mando dormia , pero con ese sueño tan lijero,
que el mas leve rumor lo ahuyenta.
He aquí lo que leí y que ahora trasncribo sin
variar una sola síliba :
«Hoy 15 de diciembre. Hace tres ó cuatro dias
que estoy enferma : esta mañana he guardado
cama: el tiempo esta sombrio ; yo estoy triste;
encuéntrome sola y pienso en vos , Armando.
Donde estais en los momentos en que escribo es
tas líneas? Lejos de Paris , muy lejos segun me
han dicho ; y acaso habeis olvidado á Margarita.
Sed feliz , vos , á quien soy deudora de las bre
ves alegrias que han iluminado mi.vida.
— 250 -
«Yo no podia resistir al deseo de daros la es-
plicacion de mi conducta y os tenia escrita una
carta ; pero procediendo de una muchacha como
yo, esta carta podia ser mirada como una fábula,
a menos que la santificase la muerte con su au
toridad , haciendo de este escrito, una confesion.
«Hoy me hallo enferma y puedo morir de esta
enfermedad , pues siempre he tenido el presen
timiento de que moriria joven. Mi madre murió
de una tisis y la vida que he llevado hasta ahora
no ha podido hacer otra cosa que agravar esta
afeccion , la sola herencia que aquella me dejo.
Pero no quiero morir sin que sepais á qué ate
neros respecto á mí, si cuando regreseis os acor-
dais aun de la pobre joven que amabais antes de
partir.
«He aquí el contenido de esa carta, que vuel
vo á escribir con gran placer , por ser ella una
prueba de mi purificacion.
«Recordais Armando que la llegada de vues
tro padre nos sorprendió en Bougival y las tris
tes escenas que le siguieron.
«El dia siguiente , interin habiais ido á Paris
y esperabais inutilmente ver á vuestro padre,
presentóseme un hombre con una carta de Mr.
Duval.
«En esta carta-que es abjunta-me rogaba con
los términos mas graves que os alejase de mí el si
guiente dia bajo un pretesto cualquiera y que
tuviese la bondad de recibirle : decia tener que
hablarme y sobre todo me encargaba encarecida
mente que nada os dijese sobre el particular.
—• 251 —
«No habreis olvidado con cuanta insistencia os
aconsejé á vuestro regreso que volvieseis á Paris
la mañana siguiente.
«Una hora hacia que os hahriais marchado
cuando se me presentó vuestro padre. Os calla
ré la impresion que me produjo «1 severo aspecto
de su semblante. Vuestro padre estaba imbuido en
esas viejas teorias , segun las cuales, toda corte
sana es una muchacha sin corazon ni inteligen
cia ; una especie de máquinafpara sacar oro,
siempre pronta á morder la mano que le pre
senta alguna cosa y á cebarse sin piedad ni con
sideracion en aquel que la facilita los medios de
subsistir.
«Vuestro padre me habia escrito una carta
muy sensata á fin de que consintiera en recibirle;
pero él se presentó de una manera muy diferen
te. Mostrose altivo , impertinente y aun llegó á
verter ciertas amenazas que me obligaron á re
cordarle que se hallaba en mi casa y que no es
taba obligada á darle cuenta de mi vida pasada
sino á causa del sincero amor que profesaba á
su hijo.
« Mr. Duval se calmó un tanto , pero sin em
bargo me dijo que él no podia permitir por mas
tiempo que su hijo se arruinase por mí ; que in
dudablemente era yo muy bella, pero que por
mucho que lo fuese no debia valerme de esta
casualidad para anular su porvenir por medio de
gastos tales como los que yo hacia.
«A todo esto no habia otra contestacion que
presentarle las pruebas de que desde que yo era
— 252 —
vuestra querida, ningun sacrificio de mi parte me
habia impedido seros fiel , sin pediros un dinero
que no habriais podido darme. Presentóle, pues,
los recibos del Monte-de-Piedad, los de los com
pradores á quienes habia vendido la mayor parte
de mis objetos de valor ; túcele saber la resolu
cion tomada de deshacerme de mi moviliario para
pagar mis deudas y vivir con vos sin seros una
carga demasiado pesada; le impuse en nuestra
felicidad; en la revelacion que os debia de un
nuevo género de vida mas tranquila y dichosa y
concluyó por rendirse á la evidencia, por presen
tarme la mano y pedirme perdon por la manera
con que se me presentara en un principio.
«Despues, añadió:
«—En ese caso , señora , no es con amenazas
sino con súplicas el modo con que intentaré al
canzar de vos un sacrificio mayor que todos los
que habeis hecho por mi hijo.
«Este preámbulo me hizo temblar.
- «Vuestro padre se me aprocsimó , estrechó
entre las suyas mis dos manos y continuó con voz
afectuosa :
«—Hija mia, no tomeis á mal lo que voy á de
ciros : comprended que la vida tiene á veces ec-
sigencias crueles para el corazon, pero á las que
es fuerza someterse. Sois buena y vuestra alma
tiene delicadezas que no conocen muchas mujeres
que acaso os desprecian y no valen tanto como
vos.
«Pero reflecsionad que al lado de la querida es
tá la familia ; que ademas del amor ecsisten los
— 253 —
deberes; que á la edad de las pasiones se sucede
la edad en que el hombre necesita de una posi
cion social para ser respetado. Mi hijo no es rico
y sin embargo está pronto á abandonaros lo que
ha heredado de su madre. Si él aceptase de vos el
sacrificio que estais á punto de hacerle, su honor
y su dignidad le obligarian á haceros en cambio
esa cesion que os pondria á cubierto para siem
pre de una adversidad completa. Pero él no pue
de aceptar ese sacrificio, por que la sociedad,
que no os conoce, atribuiria este consentimiento
á una causa desleal que no debe recaer sobre el
nombre honrado que llevamos. No se mirará si
Armando os ama ni si le amais; si ese doble
amor es una felicidad para él y una rehabilita
cion para vos; solo se verá una cosa:-que Ar
mando ha permitido que una entretenida,-per-
donadme hija mia lo que me veo forzado á de-
ciros-vendiese por él cuanto poseia. Ademas,
llegará el dia de las reconvenciones y del arre
pentimiento, para vos como para los demas,
estad segura de ello—y arrastrareis ambos una
cadena que no podreis romper. Qué hariais en
tonces? Vuestra juventud estará perdida; des
truido el porvenir de mi hijo, y yo,-su padre-yo
no alcanzaré de uno de mis hijos la recompensa
que espero de ambos.
«Sois joven y bella; la vida os consolará; sois
noble y el recuerdo de una buena accion borrará
mucha parte de vuestro pasado. Desde hace seis
meses que os conoce, Armando me olvida. Le he
escrito cuatro cartas sin que haya pensado en
– 254 –
contestar ninguna de ellas; yo habria podido
morirsin que él llegase á saberlo.
«Cualquiera que sea vuestra resolucion de
mudar método de vida, Armando no con–
sentirá puesos ama, -en la reclusion á que os con
dena su modesta posiciony que no está conforme
con vuestra belleza. Quien sabe lo que hará en
tonces!.... Ha jugado; lo he sabido; aun cuando
vos lo ignorabais: pero en un momento de em
briaguez pudo haber perdido una parte de lo que
yo economizo desde hace muchos años, para do
tará mi hija, para él y para los dias postreros
de mi vejez. Lo que pudo suceder entonces, pue
de suceder aun.
«Ademas, estais segura de que el género de
vida que ibais á abandonar por él no volveria á
atraeros?... Estais segura, que vos le habeis amado
de no llegará amar á otro? Por último, no sufri
reis con las trabas que vuestras relaciones habrán
de poner en la ecsistencia de vuestro amante, y de
las que acaso no podreis consolarle, si con la
edad se suceden las ideas ambiciosas á las ideas
del amor?... Reflecsionad en todo esto señora,
probádselo por el solo medio que para ello os res
ta; haciendo á su porvenir el sacrificio de vues—
trO amOr.
«Aun no ha sobrevenido ninguna desgracia,
pero sobrevendrá y acaso mayor de lo que pre
veeis. Armando puede llegar á tener celos de un
hombre que os haya amado, provocarle, batirse,
y recibir la muerte: pensad, pues, en cuanto
Sufririais ante este padre que vendria á pediros .
cuenta de la vida de su hijo.
– 255 –
«Finalmente, hija mia, sabedlo todo: todo lo
que me conduce á París. Como os lo he dicho ten
go una hija jóven, bella y pura como un angel.
Mi hija ama: ella tambien cifra en su amor la
felicidad de toda su vida. Yo lo habia escrito á
Armando, pero él ocupado de vuestro amor no
me contestól
«Pues bien! Mi hija va á casarse con el hom
bre que ama, entrando á formar parte de una
familia distinguida y honrada que quiere que to
do sea honroso en la mia. Esa familia ha sabido
como vive Armando en París, y me ha declarado
que retirará su palabra si Armando continua
del mismo modo que hasta aquí. El porvenir de
una jóven que nada os ha hecho y que tiene de
recho para contar con este porvenir, está en vues
traS manos.
«Teneis el derecho ni os sentís con el valor
de romperlo? En nombre de vuestro amor y de
vuestro arrepentimiento, Margarita, conceded—
me la felicidad de mi hija.»
«Yo lloraba en silencio, amigo mio, escuchan
do todas esas reflecsiones-que yo misma ha
bia hecho mas de una vez en boca de vuestro pa
dre que no osaba decírmelas y que veinte veces
las habia tenido en los labios; esto es; que despues
de todo, yo no era mas que una muchacha en
tretenida, y que cualquiera razon que yo diese
parajustificar mis relaciones, no por éso dejarian
de ser tenidas como un cálculo; que mi vida pa
sada no me daba el derecho de pensar en tal por
venir; y que yo aceptaba responsabilidades que
– 256 —
no podian garantir mis costumbres ni mi reputa
cion. En fin, yo os amaba, Armando. El modo
paternal con que me hablaba Mr. Duval, los cas
tos sentimientos que en mí evocaba, la estimacion
que habia conquistado de aquel noble anciano,
la vuestra que estaba segura de alcanzar mas
tarde; todo esto se despertaba en mí elevados pen
samientos, pensamientos que me engrandecian
á mis propios ojos, haciéndome oir el misterioso
lenguaje de santas vanidades que hasta entonces
me fueran desconocidas. Cuando pensaba que
aquel anciano que me imploraba el porvenir de
su hijo, diria un dia á su hija que mezclase mi
nombre en sus oraciones, como el nombre de una
amiga misteriosa, me trasformaba y sentia orgullo
de mí misma.
«Quizás la ecsaltacion del momento ecsagera
ba la verdad de estas impresiones; pero ellas se
habian apoderado de mí é imponian silencio á los
consejos que me daba el recuerdo de los felices
dias pasados á vuestro lado.
—«Está bien, caballero;-dije á vuestro padre,
enjugándome las lágrimas;creeis que amo ávues
tro hijo? . -

«–Si, dijo Mr. Duval. - -


—n un amor desinteresado?
(–S1. -

«- Creeis que yo habia cifrado en este amor,


la esperanza, el delirio y el perdon de mi vida?
«—Decididamente.
«-Pues bien, caballero; abrazadme una so
la vez como abrazariais á vuestra hija y yo os
- 257 —
juro que este beso,-el único verdaderamente cas
to que habré recibido-me dará fortaleza contra
mi amor y que antes de ocho diasvuestro hijo ha
brá ido á reunírseos; quizás desgraciado, pero
tambien curado para siempre del amor que me
tiene. -

«–Sois una noble jóven, -replicó vuestro pa


dre besándome en la frente-y tentais una cosa
que Dios os tomará en cuenta, pero temo que na
da alcanceis de mi hijo.
«—Estad tranquilo, caballero: me odiará.
«Era preciso levantar entre ambos una barrera
tan imposible de salvar, para el uno como para
el otro; y escribí á Prudencia que aceptaba las
proposiciones del conde de M... y que podia de-
cirle que iria á cenar con él. ". .

«Cerré la carta y sin decir á vuestro padre lo


que contenia, le supliqué que al llegar á París, la
hiciese llegar á su destino.
«Sin embargo Mr. Duval me preguntó su con
tenido. - .
«–La felicidad de vuestro hijo;-le dije :
«Vuestro padre me abrazó por última vez. Yo
sentí que dos lágrimas de reconocimiento hume
decian mi frente ; dos lágrimas que fueron el
bautismo de mis, faltas pasadas y en el momento
mismo en que acababa de consentir en entregar
me á un hombre, resplandecia de orgullo pensando
en lo que conquistaba con aquella nueva falta.
«Era esto muy natural, Armando: vos me ha
biais dicho que vuestro padre era el hombre mas
honrado que se podia encontrar. 17
– 258 –
«Mr. Duval subió-á su carruaje y partió.
«Sin embargo yo era mujer y cuando volvíá
veros no pude contener el llanto; pero tampoco
vacilé. -

«Hice lo que debia?...


«He aquí lo que me pregunto hoy, al colocar
me enferma en una cama , de la que acaso solo
saldré muerta. -

«Wos fuisteis testigo de mis sufrimientos á me


dida que se aprocsimaba la hora de nuestra ine
vitable separacion; vuestro padre no se hallaba
presente para alentarme y hubo un momento que
estuve á punto de confesarlo todo; tanto me ater
raba la idea de que vos ibais á odiarme yá des
preciarme.
«Acaso no creereis Armando, que yo rogaba á
Dios me diese fuerzas y la pruebà de que aceptó
mi sacrificio es que en efecto me concedióla for
taleza que le pedia.
«Quién me habria dicho á mí, á Margarita
Gautier, todo lo que debia sufrir á la sola idea
de admitir un nuevo amante?
«Durante aquella cena, bebí para olvidar y al
despertarme la mañana siguiente me encontré al
lado del conde. - -

«He aquí la verdad entera, amigo mio; juzgad


y perdonadme como yo os he perdonado todo el
mal que me habeis hecho desde aquel dia.
- .

·
- - . -
-
- --. - ·

"... . . . . .

«Sabeis tan bien como yo lo que se siguióá es


ta noche fatal, pero lo que ignorais, lo que no
p0deis sospechar es cuanto he sufrido desde nues
tra separacion.
«Supe que habiais salido de París con vuestro
padre, pero no dudaba que os seria imposible
permanecer mucho tiempo en provincia, lejos de
mí y el dia que os encontré en los Campos-Elí
seos, me sentí conmovida, pero nó admirada.
«Entonces empezó esa série de dias, cada uno
de los cuales me valia algun nuevo insulto de
vuestra parte; insulto que yo recibia casi con
júvilo porque ademas de ser una prueba de que
seguiais amándome, parecíame qüe cuanto mas
me persiguierais, tánto mas ne realzaria á vues
tros ojos el dia que llegaseis á saberla verdad.
«Nöos admirëis de ese alegre martirio, Ar
mando; el amor que os inspirara habia abierto
mi corazonálos mas nobles sentimientos. "
*.
— 266 -
«Sin embargo no llegué á tener al pronto esa
fortaleza.
«Entre la ejecucion de mi sacrificio y vuestro
* regreso, babia mediado un largo periodo durante
el cual hube de recurrir á medios físicos para no
volverme loca y aturdirme respecto á la ecsís-
tencia a que me lanzara. Prudencia, os habrá di
cho que yo asistia á todas las fiestas, á todos los
bailes, á todas las orgias.
«Yo alimentaba la esperanza de matarme rá
pidamente á fuerza de escesos y creo que esta es
peranza no tardará en realizarse. Mi salud se al
teró necesariamente de mas en mas y el dia que
envié á Mad. Duvernoy á pediros gracia, me sen
tia agotadas todas las fuerzas del cuerpo y la
energía del alma.
«No os recordaré Armando de qué manera re
compensasteis la última prueba de amor que os
di ; ni con que ultraje arrojasteis de París á la
mujer que moribunda , no habia sabido resitir á
vuestra voz cuando la pediais una noche de amor;
y creyó como una insensata que podria resolver
el pasado en el presente.
«Teniais el derecho de obrar como lo hicisteis,
Armando ; pero no siempre me han pagado tan
caras mis noches 1 ...
«Entonces lo abandoné todo, Olimpia me reem
plazó para con el conde de RJ... encargándose de
noticiarle, segun me han dicho , la causa de mi
viaje. El conde de G... estaba en Londres. Es uno
de esos hombres que no concediendo al amor ha
cia las muchachas como yo, otra importancia que
— 261 —
la indispensable para hacer de él un pasatiempo
agradable , quedan siempre amigos ele las mu
jeres que les han pertenecido, pues no odiándolas
nunca han sentido celos por ellas. Es en fin uno
de esos grandes señores que no nos abren mas
que una parte de su corazon, pero si toda la bol
sa. Así es que desde luego pensé en él y fui á
buscarle. El conde me recibió perfectamente,
pero era el amante de una dama del gran tono y
temió comprometerse ligándose á mi. Sin embar
go medió una cena, durante la cual me pre
sentó á sus amigos , relacionándome con uno de
ellos.
«Qué quereis que hiciese, amigo mio?
«Matarme ? Esto habria sido cargar vuestra
vida, que debe ser dichosa, con un remordimien
to inútil : y luego, para qué matarse estando tan
próesima á morir ?
«Entonces pasé al estado de cuerpo sin alma,
de cosa sin pensamiento: vivi durante algun tiem
po esa vida de autómata y regresé á Paris ; pre
gunté por vos y supe que habiais emprendido un
dilatado viaje. Nada me sostenia ya y mi ecsis-
tencia volvió á ser lo que dos años antes de cono
ceros. Intenté atraerme de nuevo al duque, pero
le babia herido harto rudamente y los ancianos
tienen por lo general poca paciencia , sin duda
porque se aperciben de que no deben ser eter
nos. La enfermedad se apoderaba de mí dia por
dia: estaba pálida, triste y cada ves mas flaca.
Los hombres que compran el amor ecsamínan la
mercancia antes de adquirirla y como se encon
- 262 –
traban en París mujeres con mas salud, alegríá
y robustez, que yo , empezaron á olvidarme un
tanto. Tal ha sido mi pasado hasta ayer.
«Ahora estoy realmente enferma: he escrito
al duque pidiéndole dinero, porque carezco de
él y los acreedores, vuelven á presentarme sus
cuentas con un encarnizamiento cruel. Me con
testará el duque ? Por qué no estais en París, Ar
mando?... Vendriaisávisitarme y vuestras visi
tas meconsolarian. " . " , -
-. . «20 de diciembre.
se ... ". , -.

«Hace un tiempo horroroso: nieva y estoy so


la en mi casa. Durante tres dias hetenido una
fiebre tal, que me fué imposible escribiros. Nada
de nuevo, amigo mio; cada dia que pasa espero
Yagamente una carta vuestra , pero no llega ni
robablemente llegará. Solo los hombres tienen
a energía necesaria para no perdonar. El duque
no me ha contestado o .
e«Prudencia ha vuelto á empezar sus visitas al
Monte-de-Piedad, - , ,, , ,
—«Noceso de arrojar sangre: ahlos entristece
ria el verme. Sois muy feliz habitando un clima
templado; y no teniendo delante, comoyo, todo
uninvierno que nos gravita sobre el pechó. Hoy
me he levantado un momento: algunos jóvenes
han llegado á informarse del estado de mi salud,
Otra vez estuveenferma y vosque no habialis ob
tenido de mí, nada mas que una impertinenciá,
veniaisá saber noticias mias todas las mañanas.
Vedme enferma de nuevo: hémos vivido juntos
– 263 -
seis meses; he sentido hácia vos tanto amor como
una mujer puede sentir y dar; y estais ausente
y acaso me maldecís y no recibo de vos ni una
palabra de consuelo. Pero de ese abandono es
érigen la casualidad, porque si os hallaseis en
Paris, no os apartariais de mi lecho de dolor.
«25 de diciembre.

«El médico me prohibe escribir diariamente


hace bien, por que mis recuerdos me
la fiebre; pero ayer recibí una carta que me ha
hecho mucho bien, mas por los sentimientos que
espresa, que por el socorro material que me ha
traido. Así pues, puedo escribiros hoy. Esta carta
era de vuestro padre: ved lo que contenia.
«Señora: al de saber que estais enferma. A
hallarme en París, iria personalmente á informar
me de vuestro estado: si mi hijo estuviese ámi
lado, él lo haria por mi órden; pero ni puedo
dejará C.... ni Armando se halla aquí; sino á seis
ó setecientas leguas: permitid pues que me limi
te á escribiros, manifestándoos, señora, la mucha
pena que me causa vuestra enfermedad y creed
en los sínceros votos que hago por vuestro alivio.»
«Uno de mis mejores amigos, Mr. H. ... se pre
«sentará á visitaros en mi nonbre, encargado de
«una comision cuyo resultado espero con impa
«ciencia.
«Vuestro afectísimo etc. etc.»
«En tales términos estaba redactada la carta
que recibí. Vuestropadre tiene un noble corazon;
— – 264 –
amadle mucho , porque hay en el mundo muy
pocos hombres tan dignos de ser amados. Este
papel firmado por él me hizomas provecho que
todas las recetas del médico.
«Esta mañana me visitó Mr. H... el cual pare
cia muy preocupado con la delicada mision que 1
le confiara vuestro padre ; reducida á entregarme
tres mil francos en nombre de Mr. Duval. En un
principio quise rehusarlos, pero Mr. H. me hizo
observar aquella negativa ofenderia á Mr. Du
val, que le habia autorizado para que me entre
gara primeramente aquella suma y despues todo
cuanto necesitase. Acepté,pues, porque aquella
suma procediendo de vuestro padre no podria
ser considerada como una limosna. Si he sucum
bido cuando regreseis, mostrad á vuestro padre
lo que sobre élos escribo y decidle que al tra
zar estas líneas, la pobre muchacha á quien se
dignó dirigir una carta consoladora, vertia lágri
mas de reconocimiento y rogaba á Dios por él.
«4 de enero.
, ..." . . . . . -

«Acabo de pasaruna série de dias muy dolo


rosos:yo ignoraba que el cuerpo pudiera hacer
nos sufrir así.0h ! Como pago por duplicado los
escesos de mi vida pasada! y
«Me han velado todas las noches: yo no podia
respirar: el delirio y la tos se dividian los restos
de mi ecsistencia. "
«Mi comedor está lleno de dulces y de regalos
de todas clases, hechos por mis amigos. Entre
– 265 –
estos hay algunos que esperan que con el tiempo
llegaré á ser su querida. Si alcanzaran á ver lo
que la enfermedad ha operado en mí,huirian es
pantados.
«Está nevando: el doctor me ha dicho que
podré salir dentro de algunos dias, si hace buen
tiempo.
«8 de enero.

«Ayer salí en mi carruaje: hacia un tiempo


magnifico; los Campos–Elísèos, estaban llenos de
gente; hubiérase dicho que era la primera son
risa de la primavera. ¡Cuantas personas felices
que ignoran serlo !
«0limpia pasó por delante de mí en una ber
lina que le ha regalado el conde de N.; é inten
tó insultarme mirándome. Ignora cuan distante
e de todas esas vanidades.
«Un apreciable jóven á quien conozco desde
hace mucho tiempo me ha preguntado si queria
irá cenar con él y algunos de sus amigos, que
segun dice, desean vivamente conocerme.
«Yo me sonreí con tristeza y le tendí una ma
no abrasada por la fiebre : jamás he visto rostro
mas admirado. -

«A las cuatro me retiré á casa y he comido con


bastante apetito.
«Este paseo me ha hecho mucho bien.
«Si llegara á curar l...
«Como el aspecto de lavida y de la felicidad
de los demás, hace desear la ecsistencia á los
que la víspera, enmedio de la soledad de su al
- 266 -
may en la sombra de su alcoba, deseaban morir
prontamente !
«10 de enero.

«Aquella esperanza de salud no era otra cosa


que un sueño. Heme de nuevo en la cama, cu-.
bierto el cuerpo de pegados que abrasan. Espre
ciso que háyamos hecho mucho mal antes de na
cer, ó que debemos gozar de una suprema feli
cidad despues de la muerte, para que Dios per
mita que este sufra todos los tormentos de la es
piacion y todos los dolores de la prueba.
«13 de enero.

«Continuo padeciendo.
«El conde de M... me envió ayer dinero , pero
no lo he aceptado. Mo quiero nada de ese hom
que es la causa de que no esteis á mi
ad0. " "

Donde están nuestros bellos dias de Bou


gVal 7... . -
«Si salgo viva de esta alcoba, haré una pere
grinacion á la casa que habitábamos juntos; pe
ro no saldré sino muerta. --

¿Quién sabe si os escribiré mañana ?


. «25 de enero.

«Hace once dias que no duermo; que me aho


go y que á cada instante creo llegado el de mo
pir. El médico ha ordenado que no me permitan
-
– 267 –
tocar una pluma; pero Julia Duprat, que me
vela, consiente que os escriba algunas líneas. Mo
volvereis antes de que yo muera?. Luego todoha
concluido eternamente para nosotros? Paréceme
que si vinierais, curaria. Mas para qué curar?...
s -

- -
; . «28 de enero.
--

".
-
. .

«Esta mañana me dispertó un gran ruido


y Julia , que dormia en mi alcoba se preci
pitó al comedor. Oí que mantenia un altercado
con algunos hombres y poco despues volvió llo
rando. -

«Venian á apoderarse de mis muebles; y el


alguacil entró en la alcoba sin quitarse el som
brero. Abrió los cajones, inventarió todo y apa
rentó no ver que habia una agonizante en el le
cho, que felizmente me deja la ley.
«Antes de marcharse tuvo á bien decirme que
yo podia reclamar en contra antes de nueve dias,
salió dejando un guardian. Qué va á ser de mí,
Dios mio? Esta escena ha agravado mimal.
«Prudencia, queria pedir dinero al amigo de
vuestro padre, pero yo me he opuesto á ello.
... , , ,, , , , ...". " " - 1

• 1, .
- «4" de febrero.
- . ... "

- «Esta mañana he recibido vuestra carta:


mucho la necesitaba. Llegará á tiempo mi res
puesta ? Me volvereis á ver? He aquí un dia fe
liz que me hace olvidartodo lo que he sufrido du
rante las últimas seis semanas. Paréceme que es:
- 268 -
toy mejor , á pesar del sentimiento de tristeza,
bajo cuya impresion os he contestado.
«Por lo demás , no se debe ser siempre des
graciado.
«Guando pienso que puede suceder que yo no
faHezca , que llegueis vos , que vuelva á ver la
primavera, que me ameis aun y que volvamos á
empezar nuestra vida del año anterior, cuan loca
soy !... • .
«Loca, porque á penas puedo sostener la plu
ma con que os escribo este sueño insensato de mi
corazon.
«Suceda lo que quiera , yo os amo, Armando;
y hace mucho tiempo que habria muerto si no
me fortaleciese el recuerdo de este amor y una
vaga esperanza de volveros á ver á mi lado.

«4 de febrero.

«El conde de G... está de vuelta : su querida


le ha engañado y está triste porque la amaba pro
fundamente. ¡ • í • - '•' • '
«Vino á verme y me confió todo ello. Sus
asuntos están muy embrollados , pero esto no le
ha impedido pagar al alguacil y despedir al guar
dian.
«Le hablé de vos y ofreció hablaros de mí. Có
mo olvidaba yo en aquellos momentos que he si
do su querida y cómo intentaba él hacérmelo ol
vidar ! Es un noble corazon.
«El duque ha enviado á preguntar por el es
tado de mi salud y él mismo vino á verme esta
— 269 -
mañana. Ignoro lo que aun hace vivir á este an
ciano: tres horas permaneció á mi lado y durante
ellas no me ha dirigido veinte palabras. Al ver
cuan pálida estoy dos gruesas lágrimas cayeron
de sus ojos ; sin duda le hacia llorar el recuerdo
de la muerte de su bija. La habrá visto morir
dos veces. Su espalda está encorbada, su cabeza
inclinada hacia el suelo , su mirada casi estin-
gu ida. La edad y el dolor gravitan con su doble
peso . sobre su cuerpo ya agotado. No me ha di
rigido una reconvencion : hubiérase dicho que
gozaba en secreto con el estrago que ha obrado
en mí la enfermedad. Parecia orgulloso de ha
llarse en pié, cuando yo, joven aun, estoy ani
quilada por el sufrimiento.
«Ha vuelto á reinar el mal tiempo y nadie me
visita ya : Julia me vela tantas noches cuantas
puede. Prudencia , á quien no puedo dar tanto
dinero como otras veces , empieza á pretestar
asuntos para dejarme.
«Ahora que estoy prócsima á morir , á pesar
de cuanto dicen los médicos,-porque me asisten
muchos como una prueba de que la enfermedad
va agravándose,-casi me arrepiento de haber
dado oidos á vuestro padre ; si yo me hubiera
decidido á tomaros un año de vuestro porve
nir, no habria resistido al deseo de pasarlo con
vos, y hubiera muerto estrechando la mano de
un amigo. Es verdad que si hubiéramos vi
vidos juntos ese año yo no habria muerto tan
pronto. '
«Pero.. .; cúmplase la voluntad de Dios !
– 270 –
«0h! Venid! Venid, Armando: sufro horri
blemente : ¡Dios mio! Voy á morir l... Ayerme
encontraba tan triste que no he querido pasar la
noche en casa. El duque me habia visitado por la
mañana. Paréceme que la vista de este anciano,
olvidado por la muerte, apresura la mia.
«a pesar de la ardiente fiebre que me devo
raba, me hice vestir y conducir al teatro del
Vaudeville. Julia me habia puesto colorete, pues
de lo contrario habria tenido el aspecto de un ca
dáver. Estuve en aquel palco para donde os dí
mi primera cita y durante toda la funcion, tuve
los ojosfijos en la butaca que vos ocupasteis
aquel dia y que esta noche lo estaba por una es
pecie de rústico, que se reia estrepitosamente de
todas las sandeces que decian los actores. Tragé
ronme á casa medio muerta y he pasado la noche
tosiendo y arrojando sangre. Hoy no puedo ya
hablar ni casi mover los brazos. Dios miol Dios
mio! Voy á morir ! Yo lo esperaba y sin embargo
no puedo acostubrarme á la idea de haber de
sufrir mas de lo que sufro y si !!...
«l contar desde estas palabras los caractéres
trazados por Margarita eran ilegibles y Julia
Duprad, habia continuado el diario. , º ",
. " , l ,
, « 18 de febrero

«Caballero Armando; "-


Desde la nóche que Margarita quiso ir al
teatro ha estado siempre enferma. Primero per
dió completamente la voz y despues el uso de los
– 271 –
miembros. Es imposible decir lo que sufre nues
tra pobre amiga : yo que no estoy acostumbrada
á esta clase de emociones, sufro espantos contí
IUIOS.

«Cuanto daria yo porque os hallaseis aquí!


Margarita, delira casi sin cesar, pero delirante ó
lúcida, solo pronuncia vuestro nombre cuando
puede articular una palabra. "
«El médico me ha dicho que la quedan muy
pocos dias de vida: desde que se ha agravado
tanto su enfermedad no ha vuelto á parecer el
anciano duque; el cual ha dicho al doctor que
semejante espectáculo le afecta demasiado.
«Mad. Duvernoy no se conduce bien. Esta
mujer que creia sacar mas dinero de Margarita,
á cuyas espensas puede decirse que vivia, ha
adquirido compromisos que no puede cumplir
y viendo que su vecina no la era ya útil,
ni aun viene á verla. Mr. de G... hostigado por
sus acreedores, ha marchado á Londres, pero
enviándonos antes algun dinero: él ha hecho
cuando le era dable, pero han vuelto á embar
gar los muebles y los acreedores soloesperan que
espire, para apoderarse de ellos.
«Yo quise hechar mano de los últimos recur
sos.para impedir todos estos embargos, pero el
alguacil, me ha dicho ser inútil porque habia
otros pendientes. No podeis formaros idea de la
dorada miseria en que vá á morir Margarita.
Ayer no tenia dinero alguno; cubiertos, joyas,
cachemiras; todo está empeñado; lo demas ha
sido vendido ó embargado. Margarita tiene la con
— 272 –
ciencia de cuanto pasa ir á su alrededorypade
cen su cuerpo, su espíritu y su corazon: gruesas
lágrimas corren por sus mejillas, tan descarna
das y pálidas, que no reconoceriais ya el sem
blante de la que tanto amabais. Me ha obligado á
ofrecerla que os escriba cuando ella no pudie—
ra hacerlo y escribo en su presencia: sus ojos se
fijan en mí, pero nada vé: su mirada está ve—.
lada por una muerte cercana: sin embargo son
rie y estoy cierta que os pertenecen por entero
su pensamiento y su alma.
«Cada vez que habren la puerta se iluminan sus
ojos, creyendo que vais á entrar; mas cuando
advierte que no sois vos, su semblante recobra
la espresion dolorosa que le es habitual,se cubre
de un sudor frio y los pomos de sus mejillas se
tiñen de color de púrpura.
«19 de febrero. .

«Cuan triste ha sido el dia de hoy, mi querido


Mr. Armando! Esta mañana Margarita se ahoga
ba, el médico la sangró y recuperó un poco la
voz. El doctor la aconsejó que mandase á buscar
un sacerdote y como consintiese, él mismo fué á.
llamar el cura de San Roque.
«Durante este tiempo me llamó Margarita, ro
gome que abriese un armario y enseguida me
indicó una gorrita y una camisa muy larga, cu
bierta de encajes; y me dijo:
«-Voy á morir despues de confesarme y en
tonces deseo que me vistan esos objetos: es una
coquetería de moribunda.
— 273 —
«En seguida me besó llorando y añadió:
«Puedo hablar, pero me ahogo cuando hablo:
me ahogo !... aire!!...
«Yo me deshice en lágrimas, abrí la ventana
y algunos instantes despues llegó el sacerdote á
cuyo encuentro salí.
«Cuando supo en qué casa estaba temió ser
mal recibido, pero yo le dije:
«—Entrad resueltamente; padre mio!
«Muy poco tiempo permaneció al lado de la en
ferma y al salir de la alcoba me dijo:
«–Ha vivido como una pecadora, pero mori
rá como una cristiana»
«Pocos minutos despues volvió á presentarse
acompañado por un monacillo que llevaba un
crucifijo y un sacristan que marchaba delante
tocando una campanilla, para anunciar que Dios
iba al encuentro de la moribunda.
«Los tres penetraron en esta alcoba donde tan
tas veces han resonado palabras estrañas y que
en tal momento se hallaba convertida en un San
to tabernáculo.
«Yo caí de rodillas é ignoro cuanto tiempo du
rará la impresion que me produjo tal espectáculo,
pero creo que hasta que llegue para mí seme
jante trance, ninguna cosa del mundo me con
moverá tan profundamente. -

«El sacerdote ungió con el óleo Santo los pies,


las manos y la frente de la agonizante, recitó una
plegaria, y Margarita se halló pranta á partir
para el cielo, donde sin duda irá su alma, si Dios
tiene en cuenta las penalidades de su vida y la
santidad de su muerte. 18
— 274 -
«Desde entonces no ha pronunciado una pala
bra ni hecho un movimiento : y veinte veces la
habría creido muerta á no ser por el ruido de su
respiracion.

« 20 de febrero á las cinco de la tarde.

ce Todo ha concluido.
«Margarita entró en la agonia á las dos de la
madrugada. Nunca mártir alguno ha sufrido ma
yores torturas, á juzgar por los gritos que la
arrancaba el dolor. Dos ó tres veces se ha le
vantado en el lecho cual si intentase unirse á la
vida que se escapaba de su cuerpo.
« Dos 6 tres veces tambien ha pronunciado
vuestro nombre; despues ha reinado el mayor si
lencio y vuelto á caer eesánime en su lecho.
«Dos lágrimas silenciosas brotaron de sus ojos;
y espiró.
«Entonces me'aprocsimé , la llamé y como no
me respondiese , la cerré los ojos y deposité un
beso en su frente.
«Pobre querida Margarita! Yo hubiera queri
do ser una santa mujer para que aquel beso le
fuera una recomendacion hacia Dios!...
e. Despues la vestí del modo que me habia en
cargado, fui á buscar el cura de San Roque, en
cendí dos cirios blancos y oré durante una hora.
« Todo el dinero que le quedaba lo he dado pa
ra los pobres.
« Estoy poco impuesta en los deberes religiosos
pero creo que Dios habrá reconocido que mis
– 975 –
lágrimas eran verdaderas, mis oraciones fervo
rosas, mi limosna síncera, y habrá tenido
piedad de la que, muerta joven y bella, no ha
tenido mas que á mí para cerrarle los ojos y
amortajarla.
«92 de febrero.

( Hoy ha tenido lugar el entierro, asistiendo á


la iglesia muchos amigos de Margarita. Algunos
lloraban sinceramente. Cuando el cortejo tomó el
camino de Montmartre, solo dos hombres lo se
guian: el conde de G... que vino de Londres es
OS.
amente, y el duque , sostenido por dos cria
«Todos estos detalles os “los escribo desde la
casa de Margarita, inundada en llanto y á la
triste luz de una lámpara que arde, al lado de una
comida, que no me atrevo á tocar, y que me ha
no Manina, porque hace veinte y cuatro
oras que no he tomado alimento alguno.
«Yo no podré conservar mucho tiempo estas
tristes impresiones; porque mi vida no me perte
nece, como tampoco les pertenecia la suya, y por
esta razon escribo estos detalles en el mismo lu
gar donde han pasado, temiendo que si tardais
mucho tiempo en regresar, no sabria dároslos
con toda su triste ecsactitud.»
XVI.

–Habeis leido?... me dijo Armando, cuando


hube terminado. la lectura de este manuscrito.
—Comprendo, amigo mio , todo lo que debeis
haber sufrido, á ser cierto cuanto aquí dice.
—Mi padre me lo ha confirmado en una carta.
Continuamos hablando durante algunos minutos.
de aquellos acontecimientos y en seguida me re
tiré á descansar.
Armando siempre triste, pero un tanto ali
viado por la narracion de esta historia, se resta
bleció muy pronto y fuimos ambos á visitará
Mad. Duvernoy y á u Duprat.
Prudencia acababa de declararse en quiebra y
nos dijo ser Margarita la causa de ello, en aten
cion á que durante su enfermedad la habia pres
tado mucho dinero, firmando pagarés que luego
no habia podido satisfacer, por haber fallecido
aquella, sin darla un recibo que presentar con
los demas acreedores.
Con ayuda de esta fábula que Mad. Duvernoy
— 277 –
referia por todas partes para escusar el mal es
tado de sus asuntos, sacó á Armando un billete
de mil francos, á pesar de no creer una palabra
de todo ello; pero era tanto su respeto á la me
moria de Margarita, que aparentó no dudar de
nada.
En seguida nos dirigimos á la habitacion de
Julia Duprad, la cual nos refirió llorando, los
tristes acontecimientos de que fuera testigo.
Ultimamente nos dirigimos al sepulcro de Mar
garita, que empezaba á cubrirse de flores á iIn
pulso de losprimeros dias de abril.
Quedábale á Armando un último deber que
cumplir:visitará su padre ; y quiso que yo le
acompanase.
Llegados á C... ví á Mr. Duval, tal como le ha
bia imaginado: alto, digno, benévolo.
Recibió á Armando llorando de felicidad y
me estrechó afectuosamente la mano. En el acto
me apercibí de que el sentimiento paternal era el
que imperaba en él.
Su hija, llamada Blanca, tenia esa trasparen
cia de los ojos y de la mirada, y esa serenidad
de la boca, que prueba que el alma solo concibe
santos pensamientos y que los labios no articulan
mas que palabras piadosas. Sonriose al regreso de
Su hermano , ignorando en su castidad, que le
jos de ella , habia bastado la invocacion de su
nombre, para que una cortesana la sacrificae su
felicidad. 3 ,
Poco tiempo despues regresé á Parísy escribí
esta historia en los términos que figahäljan
— 278 —
referido. Su solo mérito consiste en ser verda
dera.
De su conclusion no deduzco la consecuencia
de que todas las muchachas como Margarita,
sean capaces de hacer lo que ella hizo ; muy por
el contrario; pero he sabido que una de ellas llegó
á sentir un amor sério , que le produjo graves
pesares y de resultas del cual murió. Refiero,
pues , al lector lo que he sabido , cumpliendo
con mi deber.
Yo no soy el apóstol del vicio , pero sí me haré
el eco de la noble desventura donde quiera que la
oiga gemir.
Repito que la historia de Margarita es una es-
cepcion ; porque si fuese una generalidad , no
mereceria ser relatada.
BIBLOTECA DE CATALUNYA
III.S.
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1001061379

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