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La sexualidad humana, como muchos otros temas relacionados a la vida del ser humano, ha sido
un gran objeto de debate a lo largo de la historia y aunque durante siglos hablar de esto era un
tabú (y lo sigue siendo en algunas culturas), en los últimos dos siglos se ha dado más espacio para
hablar de la sexualidad humana, del cuerpo y el goce que puede darse en él.
Con el psicoanálisis de Freud en el siglo XX, fueron introducidos conceptos que actúan como
herramientas para explicar esto, desde allí es posible hablar de las pulsiones, del falo, y del placer
que siente un cuerpo (no únicamente de manera orgánica de manera sexual o coital).
Sin embargo, para poder entender al cuerpo y al goce que viene adherido a él, es necesario un
su totalidad, pero si con una mayor claridad, el papel del cuerpo y como se dan las marcas de goce
El ser humano tiene la particularidad de que la relación que establece con su cuerpo está
permeada por significaciones. La noción de normalidad es dada por el núcleo social en el que se
encuentra inmerso el individuo y esto incide de manera contundente en el cuerpo de cada uno.
En ese sentido, el cuerpo es moldeado por una serie de ordenamientos que lo definen y estructuran
pero además también se trata de un cuerpo sexuado, enmascarado e incluso un cuerpo que puede
Además de esto, el cuerpo se rige ampliamente por una concepción cultural, definida socialmente
y que hace del cuerpo, un factor importante para el desarrollo, desarrollo que no se ve enmarcado
únicamente por las vivencias individuales del sujeto, sino también por el encuentro de estas
vivencias, que llevan a que se generen preguntas de una manera colectiva, y que al encontrar lo
común dentro de estos cuestionamientos, entren a jugar aspectos sociales, que no solo introducen
al sujeto a un aspecto importante de su experiencia como lo es la sexualidad, sino que también le
dan pie para formar la idea de que, al tomar en cuenta las vivencias colectivas previamente
socializadas, todo aquello que marque una diferencia notoria a lo preestablecido, se vea no
solamente como un objeto de duda, sino también de temor e incluso de disgusto, remarcando la
idea de que lo diferente es monstruoso.
“La relación que el sujeto sostiene con su cuerpo, cuerpo no reductible al organismo por tratarse
de un cuerpo representado, ordenado por el lenguaje” (Gómez, 2002, pág. 75)
Al tocar el tema de la concepción cultural del cuerpo, también se hace alusión al lenguaje, como
la capacidad de representación de algo, y desde allí se parte de la idea de que nos hacemos cuerpo
y se da la satisfacción partiendo del uso del lenguaje, y desde este discurso cultural, se establecen
unas reglas mínimas que garanticen la convivencia, y en este ámbito se renuncia a un placer a
cambio de una ganancia.
La imagen del cuerpo no es el reflejo de la forma natural, sino que está cargada en cada civilización
de todas las significaciones y normas del discurso. A esa imagen construida por lo simbólico,
modelada por el discurso, se agrega además el cuerpo pulsional y por lo tanto el goce, que perturba
la homeostasis orgánica, porque para gozar hace falta un cuerpo.
Como lo indica Gómez (2002) “Al ritmo de estas formulaciones el cuerpo toma otro estatuto, no
se trata ya del cuerpo como efecto del lenguaje simbólico, sino del cuerpo de lo real, del cuerpo
que goza.”, el cuerpo es más que solo una imagen, el goce que es producido por el efecto de la
demanda, el goce pulsional, está trabajado por el significante, que trastoca un cuerpo y lo
desnaturaliza, a la vez que hace surgir un sujeto del discurso. La particularidad de la demanda
pulsional es que sus significantes están tomados del cuerpo.
El cuerpo, vaciado de ese goce primordial y trabajado por el lenguaje, ofrece sus orificios como
reductos para el goce que allí se condensa; en tanto se separa de los objetos (a), oral, anal, fálico,
escópico y vocal. Se trata del recorrido de las pulsiones, así construidas entre el cuerpo y el Otro
del decir.
“Freud indica que estos acontecimientos sexuales que dejaron su huella inconsciente en el infantil
sujeto devienen traumáticos cuando la madurez sexual, en la pubertad, permite evocar dichas
sensaciones corporales vividas en la infancia y otorgarles una significación sexual.” (Díaz
Leguizamón, pág. 65)
La sexualidad infantil planteada por Freud en sus ensayos de teoría sexual, deja ver la sexualidad
humana como una sexualidad no instintiva, una sexualidad que es fluida y es variable y en ella
principalmente se citan dos divisiones , la primera como el elemento de placer corporal, y la
segunda como la relación o intercambio con el otro, relacionados entre sí mediante situar aquello
que permite el intercambio con el otro y la experimentación, asociada a la representación y
reconocimiento del propio cuerpo. En el cuerpo de un niño y en la imagen que este tiene del mismo
no hay diferencia inicial, y desde allí se involucra la relación materna, ya que se ve como la
búsqueda de ser el centro de atención de ella, el vínculo madre e hijo es donde se empieza a hablar
del goce, ya que la principal característica del niño antes de descubrir su imagen es ser el centro
de deseo de la madre, el ser amado y deseado por ella.
Las pulsiones, formuladas por Freud, se evidencian desde una temprana edad, al hablar de la
sexualidad infantil, que pese a no tener la experiencia sexual de la misma manera que se conoce
en los adultos, la sexualidad a esta edad es de vital importancia, en una instancia previa a la
diferenciación sexual, donde un niño pequeño, se ve guiado por ciertas pulsiones, y aliadas a ellas
esta la demanda del Otro al niño. En este punto se trata su relación con el otro, ya que mediante
experimentación y representación, se da el reconocimiento de su propio cuerpo, y logra evidenciar
la aparición del concepto “falo”, y de la castración, al notar por ejemplo, en la niña, que no posee
ese apéndice que el otro si, y en el niño, se ve el fenómeno de la castración y que “todos lo tienen”,
por ende, existe la posibilidad de que ese apéndice que no esta ausente en él, pueda perderlo, ya
que el falo, se puede interpretar como el objeto, que de manera imaginaria, completa al individuo.
La castración materna como condición para la salida del complejo de castración.
En las niñas, por ejemplo, reconoce la falta de pene, así como su capacidad propia de poder tener
un hijo, y al identificarse con la madre mediante este hecho, es que se aclara el porque el hijo es
quien completa imaginariamente a la madre, es quien remplaza el falo ausente tras la “castración”
imaginaria que se interpreta tras la diferenciación sexual en la infancia, lo cual llevara al niño a
vivir su sexualidad.
“Las pulsiones se organizan como formas singulares de erotismo cuya fuente es el cuerpo, de él se
derivan las exigencias y en el se vive la satisfacción.” (Díaz Leguizamón, pág. 72)
La pulsión descrita como aquello de lo orgánico que se representa mediante lo psíquico, y se liga
con la satisfacción y el goce, definidos básicamente por la demanda del otro hacia el sujeto.
Freud describe la pulsión como algo que no es natural de la función corporal involucrada, mas bien
implica algo más, que psíquicamente y se sobrepone a un nuevo placer dado en una función vital,
de la misma manera la excede, y esta en su zona corporal erógena, su función principal es la
satisfacción propia, y ligar esta satisfacción con el cuerpo.
Sin embargo, aunque se destacan las pulsiones erógenas en el goce, de igual forma se observa que
el principio dominante del psiquismo no es el placer, ni el bien que le correspondería, sino con uno
mas elemental, relacionado con la muerte y la destrucción, allí la pulsión de muerte se vuelve casi
tan elemental e involuntaria como la pulsión libidinal planteada previamente por Freud, y busca
dominar lo traumático, y se enfoca en disminuir la excitación como producto de un trauma.
Para concluir, la asociación de los conceptos cuerpo y pulsión, dan como resultado el goce del
sujeto, que más allá de ser simplemente un placer sexual (referido al placer generado por el coito
y similares), es la satisfacción pulsional, tanto en la demanda como en lo traumático, y de ello se
puede decir que el cuerpo es productor de ese goce, aunque a la vez sea el receptor directo de este
mismo, y así mal allá del principio del placer, el cuerpo goza con su síntoma, y su imagen, que
mas allá de ser real, simbólica o imaginaria, es la que le da el goce, y de allí las marcas del mismo.
Bibliografía
Díaz Leguizamón, C. L. (s.f.). Freud, el inconsciente y la experiencia de lo corporal.