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Es algo típico de las derrotas que, como siempre se ha dicho, son huérfanas.
También es un clásico de la clase política opositora venezolana, experta en
eludir las culpas.
Pero junto a esos dos actores de la fallida operación de bandera falsa debe
identificarse a otro, no menos importante, que jugó un papel primordial en el
intento de construir un acontecimiento que sirviera de casus belli, de
detonante de una agresión militar. Se trata de los medios de comunicación
social y los influencer de las redes sociales que se metieron hasta el fondo
en ese pantanoso terreno. Igual que sus pares políticos, ahora se hacen los
desentendidos, miran para otro lado o pretenden –ya en el colmo de la
desvergüenza- seguir alimentando las deshilachadas fake news que lanzaron
el sábado.
Lo primero que salta a la vista es que los medios que se encuentran en acción
actualmente son de dos tipos: los medios globales extranjeros y los medios
digitales que postulan un periodismo independiente.
Los medios globales extranjeros han convertido a Venezuela en una obsesión durante los
últimos años. Quizá el más claro ejemplo es el de la prensa española, que dedica portadas y
numerosas páginas todos los días al tema Venezuela, incluso en detrimento de sus propios
asuntos domésticos y los de entornos mucho más inmediatos para ellos, como el resto de
Europa, África y el Medio Oriente.
Las portadas de esos medios globales, tanto los españoles como los
estadounidenses, otros europeos y los latinoamericanos correspondientes a
los hechos del sábado 23 son un monumento al antiperiodismo. Contra toda
la evidencia que sus corresponsales y enviados especiales observaron
directamente y la que se difundió a través de numerosos testimonios de
videos y fotografías, esos medios cumplieron al pie de la letra con su parte
del plan macabro: decir al mundo que fue el gobierno venezolano el autor de
la quema de los camiones con ayuda humanitaria.
Claro que sería mucho pedir que se llegara a ese nivel. Pero las personas
que intencionalmente mintieron a sus públicos respecto a estos hechos
deberían ser reprendidos al menos moralmente. Sabemos que eso no
ocurrirá porque uno de los efectos de las vueltas de tuerca que capitalismo
hegemónico ha dado al ámbito de las comunicaciones en las últimas décadas
ha sido el borrar todos los preceptos deontológicos que alguna vez tuvieron
vigencia y que servían de barrera de contención para los desmanes de los
oligopolios mediáticos. ¿Qué puede esperarse de un mundo en el que la
mayor parte de los medios de comunicación con grandes audiencias son
propiedad de los mismos dueños de las industrias de las armas, la energía,
la alimentación y la banca?
Otra parte ha recurrido a uno de sus viejos trucos: actuar como si esos medios
no hubiesen estado involucrados en el acto de cometer un hecho punible y
atribuírselo a un adversario. Algunos hasta se dedican a criticar a los políticos
involucrados en el hecho, obviando el hecho de que estas noticias fueron
desenmascaradas muy pronto y, a pesar de eso, los medios insistieron en
publicar la versión falsa.
Los medios independientes cumplieron con las mismas páginas del libreto
que tuvieron los medios globales y los pocos medios tradicionales
venezolanos que aún tienen público.
Estos medios tampoco han querido aceptar la parte del fracaso que les
corresponde. Tampoco han asumido, salvo honrosas excepciones, la
responsabilidad de desmentirse o de hacer aclaratorias. En varios casos se
ha notado la misma conducta de los medios globales: seguir insistiendo en
la fake news, lo cual ya no es un simple pecado, sino una absoluta aberración.
Pues bien, durante las diversas etapas del intento de derrocamiento desde el
extranjero del presidente Nicolás Maduro, buena parte de los influencers de
tendencia opositora han actuado de manera idéntica a los grandes medios
globales y a los medios digitales autoproclamados independientes.
Tal vez es por eso que los influencers tampoco suelen desmentirse ni aclarar
nada. Se escabullen, aprovechando una de las características de las redes
sociales, que es lo efímero que resultan los temas. Buena parte de ellos utilizó
otro montaje, el del periodista Jorge Ramos, para irse por la tangente y seguir
hablado de la “dictadura”.