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LOS MEDIOS GLOBALES Y

LOS INFLUENCERS QUE


AVALARON LA
SIMULACIÓN DE CÚCUTA
TAMBIÉN FUERON
DERROTADOS
Febrero 27, 2019 -
La operación de simulación perpetrada en la frontera colombo-venezolana
fracasó, pero ni sus grandes planificadores (los gobiernos de Estados Unidos
y Colombia) ni sus mediocres ejecutores (la derecha venezolana) quieren
aceptar su parte de la debacle.

Es algo típico de las derrotas que, como siempre se ha dicho, son huérfanas.
También es un clásico de la clase política opositora venezolana, experta en
eludir las culpas.

Pero junto a esos dos actores de la fallida operación de bandera falsa debe
identificarse a otro, no menos importante, que jugó un papel primordial en el
intento de construir un acontecimiento que sirviera de casus belli, de
detonante de una agresión militar. Se trata de los medios de comunicación
social y los influencer de las redes sociales que se metieron hasta el fondo
en ese pantanoso terreno. Igual que sus pares políticos, ahora se hacen los
desentendidos, miran para otro lado o pretenden –ya en el colmo de la
desvergüenza- seguir alimentando las deshilachadas fake news que lanzaron
el sábado.

Para hacer el análisis, caractericemos con cuidado este actor


comunicacional, pues tiene unas peculiaridades que merecen estudio.

Lo primero que salta a la vista es que los medios que se encuentran en acción
actualmente son de dos tipos: los medios globales extranjeros y los medios
digitales que postulan un periodismo independiente.

En tanto, los medios convencionales venezolanos (prensa, radio y TV) están


sumamente disminuidos, sobre todo si se les compara con aquellos que
tuvieron la voz de mando en el golpe de Estado de 2002, el circo de la plaza
Altamira, el paro petrolero, las guarimbas de 2004, el rechazo a la reforma
constitucional de 2007, las infames campañas relacionadas con la
enfermedad del comandante Hugo Chávez entre 2011 y 2013, y la “calentera”
caprilista de ese último año.

Los medios extranjeros mintieron sin rubor

Los medios globales extranjeros han convertido a Venezuela en una obsesión durante los
últimos años. Quizá el más claro ejemplo es el de la prensa española, que dedica portadas y
numerosas páginas todos los días al tema Venezuela, incluso en detrimento de sus propios
asuntos domésticos y los de entornos mucho más inmediatos para ellos, como el resto de
Europa, África y el Medio Oriente.

Las portadas de esos medios globales, tanto los españoles como los
estadounidenses, otros europeos y los latinoamericanos correspondientes a
los hechos del sábado 23 son un monumento al antiperiodismo. Contra toda
la evidencia que sus corresponsales y enviados especiales observaron
directamente y la que se difundió a través de numerosos testimonios de
videos y fotografías, esos medios cumplieron al pie de la letra con su parte
del plan macabro: decir al mundo que fue el gobierno venezolano el autor de
la quema de los camiones con ayuda humanitaria.

En su prepotencia, los dueños y directivos de estos medios consideraron que


si todos difundían esta versión de los hechos, por más que fuera
palmariamente falsa, el mundo la aceptaría sin chistar y, en consecuencia,
estaría legitimada la violencia contra un tirano tan depravado que quema la
comida y las medicinas que una partida de gente buena está tratando de
regalarle a su pueblo.

Pero, un primer balance de lo acontecido parece demostrar que la operación


de bandera falsa fracasó y el intento de los grandes medios de hacer ver lo
contrario también falló.

Habría que realizar encuestas y grupos de enfoque para comprobarlo, pero


algunos indicios permiten implicar que la gran matriz de los supemedios
globales solo fue tragada por las audiencias extremadamente radicalizadas,
que claman por creer ese tipo de especies, sin importar cuán alejadas de los
hechos estén.

Es evidente que los grandes medios fueron cómplices de un grave intento de


crear un motivo de guerra contra Venezuela. Eso debería conducir a la
aplicación de sanciones inclusive penales, sobre todo si se toma en cuenta la
jurisprudencia mundial existente. Por ejemplo, luego del genocidio de
Ruanda, la Corte Penal especial que lo juzgó, castigó con severas penas a
los autores de la parte mediática de esa desgracia, pues se demostró que, de
manera dolosa, incitaron a una de las etnias a agredir y matar a los
integrantes de la otra.

Claro que sería mucho pedir que se llegara a ese nivel. Pero las personas
que intencionalmente mintieron a sus públicos respecto a estos hechos
deberían ser reprendidos al menos moralmente. Sabemos que eso no
ocurrirá porque uno de los efectos de las vueltas de tuerca que capitalismo
hegemónico ha dado al ámbito de las comunicaciones en las últimas décadas
ha sido el borrar todos los preceptos deontológicos que alguna vez tuvieron
vigencia y que servían de barrera de contención para los desmanes de los
oligopolios mediáticos. ¿Qué puede esperarse de un mundo en el que la
mayor parte de los medios de comunicación con grandes audiencias son
propiedad de los mismos dueños de las industrias de las armas, la energía,
la alimentación y la banca?

Los medios globales, por supuesto, no han aceptado su parte de culpa en el


fracaso de la operación de la frontera. Algunos, como se dijo antes, han
optado por seguir repitiendo las fake news, con la esperanza de que se
cumpla el principio goebeliano ,y alguna vez se convierta en la verdad
aceptada por todos.

Otra parte ha recurrido a uno de sus viejos trucos: actuar como si esos medios
no hubiesen estado involucrados en el acto de cometer un hecho punible y
atribuírselo a un adversario. Algunos hasta se dedican a criticar a los políticos
involucrados en el hecho, obviando el hecho de que estas noticias fueron
desenmascaradas muy pronto y, a pesar de eso, los medios insistieron en
publicar la versión falsa.

En aplicación rigurosa de los códigos de ética periodística y hasta de los libros


de estilo de los medios (que son normativa internas autoimpuestas), deberían
haber publicado un desmentido eficaz tan pronto se desmontó la operación.
Es más, deberían haber pedido perdón por tan mala praxis periodística. Pero,
una vez más, sabemos que eso no va a ocurrir.

Nuevos medios, viejos procedimientos


El otro componente de la nueva realidad mediática venezolana son los
medios digitales que se postulan como impulsores de un periodismo
independiente y de investigación.
En vista de su condición de órganos no oligárquicos, en general dirigidos por
comunicadores sociales que antes fueron empleados de los medios
tradicionales, era de esperarse que se comportaran distinto a como lo hicieron
estos en 2002. Pero, lastimosamente, en la actual coyuntura han tenido la
misma actitud de servir de sostén a una serie de acciones preparatorias de
guerra psicológica y, de manera concreta, a la gran simulación del pasado
sábado, que pretendía detonar el derrocamiento del gobierno nacional.

Los medios independientes cumplieron con las mismas páginas del libreto
que tuvieron los medios globales y los pocos medios tradicionales
venezolanos que aún tienen público.

Frente a los órganos globales, los medios digitales opositores tienen un


agravante: sus directivos y reporteros son venezolanos. Atizar un casus belli
es grave en cualquier caso, pero hacerlo en contra del propio país llega a ser
incalificable.

Estos medios tampoco han querido aceptar la parte del fracaso que les
corresponde. Tampoco han asumido, salvo honrosas excepciones, la
responsabilidad de desmentirse o de hacer aclaratorias. En varios casos se
ha notado la misma conducta de los medios globales: seguir insistiendo en
la fake news, lo cual ya no es un simple pecado, sino una absoluta aberración.

¿Y los influencers? ¡…También!

El tercer actor de la nueva dinámica comunicacional son las individualidades


que, por su número de seguidores en las redes, son
considerados influencers, un status al que muchos aspiran en estos tiempos.

Pues bien, durante las diversas etapas del intento de derrocamiento desde el
extranjero del presidente Nicolás Maduro, buena parte de los influencers de
tendencia opositora han actuado de manera idéntica a los grandes medios
globales y a los medios digitales autoproclamados independientes.

Esto fue muy evidente en casos de inventos como el reclutamiento forzoso


de jóvenes o el secuestro de niños, en días previos a los sucesos del 23 de
febrero. Pero ese día, varios de los influenciadores de la derecha se
prodigaron en la viralización de las fake news que se intentaron a lo largo de
la jornada y, especialmente, se afincaron en difundir la operación de falsa
bandera de la quema de los camiones.

Como gurúes de la comunicación 2.0, muchos influencers se caracterizan por


la misma prepotencia de los grandes medios. En su fuero interno están
convencidos de que cualquier cosa que difundan será creída,
independientemente de que se haya puesto en evidencia su absoluta
falsedad.

Tal vez es por eso que los influencers tampoco suelen desmentirse ni aclarar
nada. Se escabullen, aprovechando una de las características de las redes
sociales, que es lo efímero que resultan los temas. Buena parte de ellos utilizó
otro montaje, el del periodista Jorge Ramos, para irse por la tangente y seguir
hablado de la “dictadura”.

Ninguno de los infuencers ha aceptado su tajada del fracaso de la matriz de


opinión que se lanzó desde Cúcuta para criminalizar al gobierno de
Venezuela y justificar una invasión. Pero sí que les toca su parte. Por el bien
de su credibilidad, no deberían hacerse los locos.

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