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Mauro Benente
(compilador)
Editorial Universitaria
La Constitución maldita
La Constitución maldita
Estudios sobre la reforma de 1949
Mauro Benente
(compilador)
ISBN: 978-987-4110-25-1
Epílogo
Enrique del Percio 315
Anexos 323
Constitución de la Nación Argentina (1949) 325
Discurso del miembro informante
de la mayoría de la Comisión Revisora 357
Discurso del miembro informante de la minoría
de la Comisión Revisora 409
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Federico G. Thea y Mauro Benente
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Prólogo: la Constitución maldita
si, pues, uno ordena o desea el mal de otro en cuanto es un mal, queriendo este
mal por sí mismo, maldecir de una u otra forma será ilícito, y ésta es la maldi-
ción rigurosamente hablando. Pero si uno ordena o desea el mal de otro bajo la
razón de bien, entonces es lícito, y no habrá maldición en sentido propio, sino
materialmente, ya que la intención principal del que habla no se orienta al mal,
sino al bien (Tomás de Aquino, 1990: C.76-a.1)
Para Tomás, un mal puede ser ordenado o deseado por dos razones: por
una razón de justicia “y así un juez maldice lícitamente a aquel a quien manda
le sea aplicado un justo castigo” y también por una razón de utilidad “como
cuando alguien desea que un pecador padezca alguna enfermedad o impedi-
mento cualquiera para que se haga mejor o al menos para que cese de perju-
dicar a otros” (Tomás de Aquino, 1990: C.76-a.1).
Si la Constitución de 1949 se encuentra maldita es porque hay quienes la
maldijeron y la maldicen. La primera maldición fue predicada por el bloque de
la Unión Cívica Radical, cuando el 8 de marzo de 1949, en la tercera sesión
ordinaria, abandonó la Convención Nacional Constituyente. La segunda mal-
dición, sin dudas la más potente, duradera y jamás reparada, fue la propinada
el 27 de abril de 1956, cuando una proclama firmada por el gobierno de facto
encabezado por Pedro Eugenio Aramburu dejó a la Constitución de 1949 sin
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Prólogo: la Constitución maldita
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Prólogo: la Constitución maldita
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Prólogo: la Constitución maldita
catorce que dieron luz a la Constitución de 1853, cuanto en las provincias que
se fueron creando durante el peronismo. En este plano, destaca que algunos
textos constitucionales reprodujeron los artículos que la Constitución Nacional
había dedicado a los derechos sociales y a los derechos económicos, mientras
que otros avanzaron y precisaron con más detalle los alcances de los derechos
del trabajador, e incluyeron otros derechos como los del niño.
En “Por un constitucionalismo de izquierdas. El legado, bueno y malo,
de la Constitución de 1949”, Mauro Benente intenta hacer un uso emanci-
patorio de la historia del proceso constituyente. Por una parte, retomando los
desarrollos de Jacques Rancière, muestra que –al menos parcialmente– en la
Convención Constituyente participaron quienes no tenían título para parti-
cipar, luciendo así un notable gesto democrático. En segundo lugar, plantea
que la Constitución no deja un legado interesante para pensar la democracia,
puesto que no se ha avanzado en la democratización del régimen democráti-
co. Finalmente, reivindica el gesto de regular al poder económico, movimien-
to fundamental para (re)pensar un constitucionalismo de izquierdas.
La Constitución maldita se cierra con un epílogo escrito por Enrique Del
Percio. Mejor dicho, no se cierra, sino que sus palabras suponen una apertura
e invitación a leer nuevamente los capítulos de este libro. Si el gobierno de
facto de 1955 y buena parte de los autores y autoras más leídos y leídas del de-
recho constitucional maldicen la Constitución de 1949 para conjurar el peligro
que ella encarna, los trabajos que componen este libro pretenden conjurar esa
maldición. No en vistas de transformarla en una bendición, sino de remover
los obstáculos que nos impiden revisar críticamente qué parte de aquello que
se considera peligroso es, o puede ser, esperanzador para nuestros pueblos.
Referencias
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Federico G. Thea y Mauro Benente
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La reforma negada: la
interpretación de la doctrina
constitucional argentina
contemporánea sobre la
Constitución de 1949
Leticia Vita
1. Introducción
1. Recordemos que en la primera mitad del siglo XX, ya habían incorporado disposiciones de constitucionalismo
social varios textos provinciales, como el de Mendoza (1916), San Juan (1927), Entre Ríos (1933) y Buenos
Aires (1934), mientras que en la región ya lo habían hecho, entre otras, las Constituciones de México (1917),
Perú (1933), Uruguay (1934, 1942), Bolivia (1938, 1945, 1947), Brasil (1934, 1937, 1946), Colombia (1936),
Cuba (1940) y Paraguay (1940).
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La reforma negada
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Leticia Vita
3. Los programas de la materia Derecho Constitucional que se dicta en la Facultad de Derecho de la Universidad
de Buenos Aires se encuentran disponibles online en el sitio http://portalacademico.derecho.uba.ar/catedras/
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La reforma negada
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Leticia Vita
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La reforma negada
4. Joaquín Díaz de Vivar, convencional constituyente por el partido peronista, critica la posición del partido radical
respecto de la interpretación del artículo 30 de la Constitución Nacional a partir del pensamiento del jurista
alemán Carl Schmitt. Sostiene que una Constitución es siempre una decisión política, esto la diferencia de una
ley constitucional, y entonces el poder constituyente de un pueblo “no se agota en la simple creación de su
constitución” (Convención Constituyente de 1949, 1949: 183) sino que tendría un carácter ilimitado. Lo que Díaz
de Vivar intentaba señalar –respondiendo al radicalismo– es que la Asamblea Constituyente estaba legitimada
para reformar la Constitución en todas sus partes, porque ella representaba ese poder constituyente del pueblo.
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Leticia Vita
5. Me refiero particularmente al caso caratulado “Fayt Carlos Santiago c/ Estado Nacional s/ proceso de
conocimiento”, resuelto por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el año 1999, por medio del cual
el antiguo integrante del máximo tribunal cuestionó las facultades de la Asamblea Constituyente de 1994
sosteniendo que era nulo el artículo 99, inciso 4°, tercer párrafo, introducido por ella, ya que no se encontraba
dentro de los puntos objeto de reforma establecidos en la declaración de necesidad de reforma del Congreso
de la Nación. El párrafo señalado exige que los jueces que pretendan seguir en funciones después de cumplir
la edad de 75 años deben obtener un nuevo acuerdo del Senado de la Nación y un nuevo nombramiento del
presidente de la Nación. En 2017, la Corte Suprema, en su nueva composición, revisó este criterio en la causa
“Schiffrin Leopoldo Héctor c/ Poder Ejecutivo Nacional”, y entre otras cuestiones argumentó que el control
judicial de la actuación de una Convención Constituyente debe adoptar la máxima deferencia hacia el órgano
reformador, acorde al alto grado de legitimidad y representatividad que tiene la voluntad soberana del pueblo
expresada a través de la Convención Constituyente. En caso de duda debe optarse por la plenitud de poderes
de esa Convención (p. 29).
Al revocar la doctrina del caso “Fayt”, la decisión del caso “Schiffrin” devolvió la validez a la única norma de la
Constitución Nacional que fue declarada nula –en toda la historia constitucional de la Argentina– por la Corte
Suprema de Justicia de la Nación.
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La reforma negada
Esta expresión hace referencia a uno de los “sentidos comunes” que la doc-
trina mayoritaria ha sentado respecto de la reforma de 1949: la idea de que la
misma se instrumentó con el objetivo único de garantizar la reelección del en-
tonces presidente Juan Domingo Perón. Recordemos que el texto constitucio-
nal de 1853 no permitía la reelección presidencial inmediata y que la duración
de los mandatos presidenciales era de seis años, con lo cual, el mandato de Pe-
rón concluía en 1952. El proyecto presentado por el partido peronista proponía
la remoción de esta traba constitucional, y habilitaba al entonces presidente a
presentarse para un nuevo período. Se trató, en efecto, de una de las enmiendas
propuestas por el oficialismo, pero claramente no de la única.
A los ojos de la doctrina, sin embargo, este fue el principal fin de la re-
forma, hasta el punto de insinuar que el constitucionalismo social era solo
una pantalla, ya que en ella se volcarían “aparentemente los contenidos del
constitucionalismo social; pero, en verdad, las declaraciones se esfuman en
7. Sobre este aspecto habría mucho para problematizar. El artículo 4º de la Ley N° 13010 establecía que dentro
de los dieciocho meses de su promulgación, el Poder Ejecutivo procederá a “empadronar, confeccionar e
imprimir el padrón electoral femenino de la Nación, en la misma forma que se ha hecho el padrón de varones”
y que el Poder Ejecutivo “podrá ampliar este plazo en seis meses”. Las mujeres votaron por primera vez el 11
de noviembre de 1951, las elecciones para convencionales constituyentes fueron en diciembre de 1948, habían
pasado dieciséis meses. Es interesante notar que llegaron numerosas peticiones de grupos de mujeres a la
Convención Constituyente de 1949, todas ellas, solicitando se incorporaran al texto constitucional la igualdad
de derechos de hombres y mujeres, dentro de las cuales, se encontraba la igualdad civil, que no fue agregada
ni modificada hasta 1968, cuando se modifica el Código Civil. El texto sancionado, además, corresponde a una
visión maternalista de la mujer, propia de cierto modelo de Estado social y muy característico de la visión que la
propia Eva Perón tenía respecto de la mujer. Ver, entre otros, Perrig, 2008, 2011.
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La reforma negada
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(Badeni, 2006: 185), o bien destacan que en septiembre de 1955 “una multi-
tud, tan elocuente como las que durante el régimen vitoreaban a su conductor
ya caído, asiste a la asunción del poder por el general Lonardi” y escucha “un
discurso mesurado, pacífico, valiente y honesto, que hacía resaltar en mucho el
contraste con la oratoria entonces en boga” (Bidart Campos, 1977: 166).
De manera similar, los relatos doctrinales plantean cierta mirada acrítica
respecto de la derogación por proclama del texto de 1949. Salvo algunas excep-
ciones que destacan que la abolición de la Constitución de 1949 fue “inconsti-
tucional” aunque “tuvo eficacia jurídica” (Ferreyra, 2007: 132), predomina una
mirada acrítica respecto a estos hechos o bien el relato descontextualizado y en
apariencia avalorativo de los mismos. En esta última línea, por ejemplo, sim-
plemente se informa que el texto quedó derogado por la proclama del gobierno
militar (Calandrino, 2001; Rosatti, 2010) o bien se destaca que la misma ha
sido “un acto definitivo y novedoso” (Sagüés, 2012: 113), ya que era la primera
vez que un movimiento de facto decidía algo de tal naturaleza.
Entre las miradas más claramente legitimantes se expresa que el golpe
“que conforme a las expresiones de su jefe, General Eduardo Lonardi, se llevó
a cabo para restaurar el ‘imperio del derecho’” puso sobre el tapete la cuestión
de la nulidad de la reforma de 1949 y que “resultaba indudable que dicho
gobierno no podía seguir ejerciendo el poder con sujeción a la Constitución
que había sido expresión del régimen depuesto” (Bidart Campos, 1986: 116).
Así, justificando la derogación del texto de 1949 se argumenta que como la
“revolución no se había hecho solamente contra los titulares del poder, sino
principalmente contra el régimen”, era necesario “eliminar la Constitución de
ese régimen” (Bidart Campos, 1986: 116).
De esta manera, la derogación del texto constitucional por parte de un
gobierno de facto es descripta “con base en el derecho de la revolución triunfan-
te” como perfectamente legítima y válida, “en la medida en que la emergencia
confería al gobierno de facto la competencia de derogar todas las normas to-
talitarias y de depurar las instituciones viciadas” (Bidart Campos, 1986: 116).
Nuevamente nos topamos con el argumento de que el gobierno de facto que
surge en 1955 viene a “depurar” o a “limpiar” a las instituciones y al derecho de
contenido “autoritario”, incluso cuando estaba actuando en contra de la misma
Constitución. En efecto, para estas interpretaciones el “ejercicio del derecho de
resistencia a la opresión no quedaba agotado con la destitución de los gobernan-
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Leticia Vita
tes en 1955”, sino que además precisaba de “la supresión de los instrumentos
fundamentales del régimen instaurado por ellos” (Bidart Campos, 1986: 116).
Asimismo, en este aspecto, una de las cuestiones fundamentales para la
doctrina mayoritaria es la de determinar si por medio de la derogación del
texto de 1949 el gobierno de facto ejercía o no el poder constituyente. Para
algún autor, esta derogación “no significó ejercicio ‘formal’” del mismo, sino
que “se limitó a restituir la vigencia de la constitución válidamente establecida
en 1853 con sus ulteriores reformas también válidas” (Bidart Campos, 1986:
116), dando por supuesto que la reforma de 1949 no estaba “válidamente
establecida” o que lo que hizo el gobierno de facto fue simplemente “devolver
al pueblo su estatuto normal y originario” (Bidart Campos, 1986: 116).
En lo que respecta a la convocatoria a la Asamblea Constituyente de 1957,
en cambio, la mirada parece ser claramente condenatoria. La mayoría de los
doctrinarios cuestiona –de manera genérica– la falta de cumplimiento de los
requisitos del artículo 30 (Bidart Campos, 1986; Ziulu, 1997; Hernández,
2012 y Sagüés, 2012), algunos menos también mencionan la proscripción del
partido peronista en el llamado a elecciones de constituyentes (Ziulu, 1997;
Hernández, 2012 y Sagüés, 2012), mientras que otro grupo tan solo destaca
que el hecho de que la convocatoria fuera realizada por un gobierno de facto
era algo “inédito” (Ekmedkdjian, 2008: 63) o consumado por primera vez
en nuestra historia (Badeni, 2006) pero sin realizar cuestionamiento alguno.
Uno de los autores juzga a la reforma como “inválida e inconstitucional”
porque el gobierno de facto habría obrado “fuera de sus competencias” al
declarar la necesidad de la reforma. Sin embargo, aunque entiende que el
gobierno de facto debió haber dejado ahí su actuar constituyente y someterse
al texto de 1853, ya que “sus fines eran perfectamente asequibles dentro de
la observancia de la constitución”, argumenta que este régimen, “surgido de
una revolución legítima pero constituido con carácter de facto”, pudo abolir
la reforma del 49 “porque ese acto era necesario para los fines de la revolución
triunfante” (Bidart Campos, 1986: 117).
Un último aspecto que llama la atención de la valoración que realiza la
doctrina de la reforma constitucional de 1957 respecto de la de 1949, es que
la primera es considerada en su contenido como mucho más válida, legítima o
auténticamente inserta dentro del movimiento del constitucionalismo social
que la segunda. No olvidemos que el resultado de esta reforma, pese a que se
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La reforma negada
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8. Cabe señalar que los lineamientos de la reforma habían sido sugeridos por un grupo de juristas, cercanos
a la autoproclamada Revolución Libertadora, que conformaron una Comisión de Estudios Constitucionales. La
integraban Juan A. González Calderón, Sebastián Soler y Carlos Sánchez Viamonte. Parte de estas objeciones
son tratadas por Alfredo Palacios en Palacios, 1958.
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La reforma negada
menos legítima o válida que la reforma de 1957, pese a que esta última fue
objeto también de fuertes cuestionamientos desde el punto de vista de su
procedimiento o de la legitimidad democrática.
Se planteó también que este tipo de discurso es propio de los textos que
se han analizado. La doctrina busca transmitir cierta idea de discontinuidad
con el pasado: la reforma de 1949 no sigue lo actuado en otras reformas, aun
cuando no se prueben estas afirmaciones a partir de fuentes o citas. El pero-
nismo habría roto una tradición constitucional y por eso “su Constitución”
no sería válida. Asimismo, se trata de un discurso que hace un uso descon-
textualizado y vago de los conceptos “democracia” y “autoritarismo”, legiti-
mando las atribuciones inconstitucionales que se tomó el gobierno de facto
iniciado en 1955. Lo importante es legitimar el derecho vigente, no sembrar
dudas respecto de su seguridad jurídica. Aunque esto signifique reducir todo
el constitucionalismo social a un solo artículo, negando la serie de disposicio-
nes que por primera vez se introducían a nivel constitucional en 1949.
Ante este balance respecto de la doctrina constitucional contemporánea,
caben realizarse al menos dos preguntas: ¿es posible una doctrina diferente? Y
si no lo es, ¿qué podemos hacer con ella? Como se señaló, la doctrina jurídica,
por definición y por su propia naturaleza, necesita presentar una cara fría e
incuestionable del derecho. Requiere de la inmutabilidad y la neutralidad en
su relato para transmitir seguridad en la interpretación de sus reglas. Pareciera
poco probable que el lenguaje de la doctrina incorpore ciertas dimensiones
que escapan a las reglas de su discurso.
Sin embargo, en este punto cobra relevancia la forma en que enseñamos
el derecho y, por ende, la forma en que dialogan las disciplinas dogmáticas
con la investigación jurídica. Posiblemente nuestra enseñanza precise ampliar
y problematizar los recursos con los que se enseña el derecho constitucional a
partir de traer esos textos y disciplinas que suelen ser ubicadas en la “periferia”
del derecho (Kennedy, 2012): la historia, la sociología, la antropología, la teo-
ría política son necesarias para poder mirar críticamente el tipo de discursos
que la dogmática produce y reproduce sistemáticamente.
En ese sentido, el caso de la reforma de 1949 plantea un especial desafío
para la historia del derecho en Argentina. Necesitamos más investigación y
trabajos desde una mirada histórica crítica (Garriga, 2004). En otras palabras,
precisamos de una historia “que sirva para una representación del derecho
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Leticia Vita
5. Bibliografía
Aguiló Regla, J. (2010). Sobre las contradicciones (tensiones) del constitucionalismo y las con-
cepciones de la Constitución. En M. Carbonell y L. García Jaramillo (edit.), El canon neocons-
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La reforma negada
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de Madrid.
Documentos
Argentina. Convención Constituyente (1949). Diario de Sesiones. Buenos Aires: Imprenta del
Congreso de la Nación.
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La economía política
de la Constitución de 1949
Ariel Lieutier y Diego Rubinzal
1. Introducción
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Ariel Lieutier y Diego Rubinzal
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La economía política de la Constitución de 1949
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La economía política de la Constitución de 1949
si, por el contrario, la crisis del 29, aunque profunda, tenía un carácter transi-
torio y, por lo tanto, era posible recomponer un proceso de crecimiento eco-
nómico sobre bases similares a las que habían estado vigentes hasta entonces.1
No es el objetivo del presente trabajo profundizar sobre dicho debate,
pero sí interesa destacar que aquella controversia conserva aún hoy una vigen-
cia llamativa, cuestión que no está motivada exclusivamente por un interés
académico, sino que sus corolarios tienen consecuencias en debates, reco-
mendaciones y políticas que llegan a nuestros días.
La emergencia del peronismo zanjó definitivamente esta cuestión y puso
fin a esa etapa de transición desde un modelo agroexportador a otro basado
en la industrialización por sustitución de importaciones (ISI). Junto a ello,
el ascenso del peronismo implicó una redefinición del rol del Estado en la
economía. Pasar de un patrón de acumulación basado en la exportación de
materias primas a otro motorizado por el mercado interno no es neutral en
términos distributivos. Dado que durante el MAE el mercado interno cons-
tituía un destino marginal de la producción, no había incentivos para que el
salario se ubicara en niveles elevados; en cambio, bajo la ISI el salario cumplía
un rol fundamental como fuente de demanda. Ello derivó, como veremos
más adelante, no solo en niveles de ingresos más altos, sino también en el
desarrollo de una serie de instituciones protectoras y derechos que fueron
consagrados en el texto constitucional del 49.
1. Incluso en las Memorias del Banco Central 1944-1947 se encuentran menciones a la posible inconveniencia
de que firmas industriales radicadas durante la guerra continuaran produciendo, ya que se consideraba que
solamente había sido una solución temporaria.
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Ariel Lieutier y Diego Rubinzal
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160.0 11,1%
150.0 8,9%
7,1%
140.0
5,5% 5,3%
4,1%
130.0 3,9%
120.0 1,2%
110.0
-1,3%
100.0
-5,0%
90.0
1945
1953
1946
1947
1948
1949
1950
1951
1952
1954
1955
Variación índice anual PIB (eje derecho) PIB a precios de mercado
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160
140
120
100
80
60
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1931
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1937
1939
1941
1943
1945
1947
1949
1951
1953
1955
Gobiernos peronistas
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50 Mín. Máx.
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40
35
30
25
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1941
1943
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1947
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1953
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1957
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Gobiernos peronistas
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Ariel Lieutier y Diego Rubinzal
Agricultura, Industrias
caza, silvicultura Manufactureras;
y pesca; 1935: 1955: 28,16
22,73
Agricultura,
Industrias caza, silvicultura
Manufactureras; y pesca; 1955:
1935: 13,03 14,89
1935
1937
1939
1941
1943
1945
1947
1949
1951
1953
1955
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La economía política de la Constitución de 1949
6. La Constitución de 1949
2. El peronismo obtuvo 1.590.634 votos, el radicalismo 834.436, los comunistas 85.355, los nacionalistas
2.109 y 180.000 ciudadanos votaron en blanco.
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Ariel Lieutier y Diego Rubinzal
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La economía política de la Constitución de 1949
3. Susana Novick (1986) estima que el IAPI concentró la exportación del 80% de la cosecha triguera y el 50%
del resto de los cereales.
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Ariel Lieutier y Diego Rubinzal
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Ariel Lieutier y Diego Rubinzal
siendo la riqueza, la renta y el interés del capital frutos exclusivos del trabajo huma-
no, la comunidad debe organizar y reactivar las fuentes de producción en forma
de posibilitar y garantizar al trabajador una retribución moral y material que
satisfaga sus necesidades (el destacado es propio).
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La economía política de la Constitución de 1949
9. Comentarios finales
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Ariel Lieutier y Diego Rubinzal
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La economía política de la Constitución de 1949
Bibliografía
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éxitos y fracasos. Buenos Aires: Flacso.
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Rubinzal, D. (2010). Historia Económica Argentina (1880-2009). Desde los tiempos de Julio
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L’aporie du
constitutionnalisme social
Justicia social y legitimidad democrática
en la Constitución Nacional de 1949
1. Agradezco a E. F. Llamosas, M. Moroni, M. Benente, L. Vita y M. A. Medici por sus generosos comentarios
efectuados a una versión preliminar de este trabajo de investigación posdoctoral.
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Nicolás Emanuel Olivares
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L’aporie du constitutionnalisme social
la justicia social es la virtud que requiere del propietario la gestión y el uso co-
rrecto de sus bienes; el proyecto de reforma limita el derecho de propiedad, y crea
obligaciones en la medida que las requiere la justicia social. Por tanto la justicia
social es el fiel que balancea el uso personal de la propiedad con las exigencias del
bien común (Sampay, 1999: 174-175).2
2. En definitiva, conforme a Sampay, “por justicia social debe entenderse la justicia que ordena las relaciones
recíprocas de los grupos sociales, los estamentos profesionales y las clases, con las obligaciones individuales,
moviendo a cada uno a dar a los otros la participación en el bienestar general a que tienen derecho en la
medida en que contribuyeron a su realización” (Sampay, 1999: 176).
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Nicolás Emanuel Olivares
dar a cada uno lo suyo significa la obligación de promover en conjunto las con-
diciones para que cada uno de los miembros de la comunidad reciba lo que
necesita para desarrollarse integralmente, y esto es, lo suyo que a cada uno le es
debido (González Arzac, 1999: 49).
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L’aporie du constitutionnalisme social
El rasgo teleológico del ser humano, o mejor dicho, el bien final hacia el
cual tiende es la felicidad o bienestar. En este sentido, A. Sampay señala que
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el afán de ser feliz es un impulso inexorable del ser humano. Mas no puede
proveerse de los bienes que lo hacen feliz en el aislamiento, por lo que su propia
naturaleza, pues, lo impele a formar comunidades que tienen por objeto contri-
buir, en el orden su felicidad (Sampay, 1999: 117).
la justicia es la virtud que regla los actos externos cuyo objeto son los cambios de
bienes. Ahora bien: esta virtud es la única factible de ser impuesta por la coerción
externa, pero como la libertad del hombre no soporta una violencia generalizada
y permanente, el Estado, mediante la educación, debe tender a que sus miem-
bros adhieran habitualmente a esta virtud (Sampay, 1999: 118).
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una democracia […] no como modo de elegir los sujetos del poder político sino
como forma de Estado que hace de la felicidad del hombre su causa final, y que,
para lograrla, reconoce su libertad de acción –implica un acuerdo profundo de
los espíritus y de las voluntades sobre la base de una vida común–; entraña una
comunidad fundada sobre una concepción del mundo que excluya a las demás,
como la verdad repele al error (1999: 190).
Por otro lado, con relación a la definición negativa, sostenía que “el yerro
esencial del liberalismo burgués fue concebir la sociedad democrática como un
campo abierto a todas las concepciones básicas de la vida común, sin tomar en
consideración que fuesen destructoras de la libertad y del derecho” (1999: 190).
El enfoque comunitarista teleológico del constitucionalismo social de A.
Sampay se evidencia cuando señala que el análisis a fondo de cualquier ente
debe estar antecedido por el conocimiento de su máxima perfección, es decir,
de su fin último, lo cual a su vez justifica su origen mismo (1999: 65).
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de gobierno democrático señala que debe ser el pueblo quien decida cuál debe
ser su representante, a lo cual no se puede oponer una norma constitucional,
la que a su vez se define como la norma emanada de la soberanía popular; 2)
argumento sociológico: la sociedad argentina no posee los defectos sociales de
formación y comportamiento que sí padecen otras sociedades latinoamericanas;
3) argumento electivo: las reelecciones aportan estabilidad y continuidad en las
políticas de Estado contextualizadas en un plan sostenible a largo plazo y 4) ar-
gumento revolucionario: la sociedad argentina vive un momento de excepción
política en el cual un movimiento popular sostiene y defiende a un líder político
que se preocupa especialmente por las más desaventajados (1999: 209-210).
En primer lugar, contra el argumento democrático, corresponde seña-
lar que los cuatro argumentos allí señalados son nítidamente antirrepublica-
nos, entendiendo por republicanismo aquella perspectiva política conforme
la cual se tiene por meta última el valor libertad política entendida como
no dominación pública ni privada (Pettit, 2012; Martí, 2006, 2007; Ove-
jero Lucas, 2008, 2016). La dominación pública implica que el Estado en
general, o un agente o representante del Estado, impida arbitrariamente en
ciertas ocasiones seguir a ciertos ciudadanos ciertos cursos morales de acción
legales razonables. La dominación privada conlleva que un particular impida
arbitrariamente a otro particular, en ciertas ocasiones, seguir ciertos cursos
morales de acción legales razonables (Pettit, 2012: 1-8). De este modo, desde
la perspectiva republicana cívica, si otorgamos el poder a un supremo líder,
líder de movimiento o presidente de deliberar y decidir en toda cuestión po-
lítica relevante en reemplazo de las y los ciudadanos, ello implica dominación
pública. En otros términos, el argumento democrático no debiera ser tenido
simplemente por tal, sino que en precisión de conceptos comporta un argu-
mento democrático populista.
En segundo lugar, contra el argumento sociológico, A. Sampay no apor-
ta datos empíricos, ni datos cualitativos culturales explícitos, específicos, lo
suficientemente claros y notorios como para sostener su argumento de que
la sociedad argentina es superior a sus pares latinoamericanas. Peor aún, si
no existen dichos elementos de prueba, el argumento simplemente termina
en transformarse en un segundo argumento basado en la excepción, solo
que sin probar las razones de dicha excepcionalidad social. En contra de
esta tesitura, numerosos y destacados autores han enfatizado que los indica-
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3. Desde luego, el análisis de los desplazamientos ocurridos en los usos semánticos del término justicia social
en la Argentina contemporánea (1970-2000) excede con creces los objetivos de este trabajo, razón por la cual
será analizado debidamente en un trabajo de investigación científica ulterior.
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Mismas instituciones, otros
usos y sentidos: la Constitución
Nacional de 1949
Sabrina Ajmechet
Arturo Sampay presentó el informe por la mayoría en la Asamblea Cons-
tituyente de 1949. En su discurso inicial, explicó que todas las Constitu-
ciones tienen dos partes: la orgánica y la dogmática. La parte orgánica es
aquella que monta el aparato gubernativo y ajusta el funcionamiento de
sus mecanismos, mientras que la parte dogmática plantea los objetivos que
ese mecanismo debe lograr, que constituyen la propia razón de ser de todo
el aparato gubernamental. Es decir, en la parte dogmática se establece la
concepción sobre la sociedad y sobre la política del texto constitucional y
en la parte orgánica se ajustan las instituciones políticas a aquellas concep-
ciones. La Constitución de 1949 significó un cambio sustantivo en ambas
dimensiones. En la parte dogmática, se reemplazaron los ideales liberales
consagrados por la Constitución de 1853 por concepciones inspiradas en
el mundo católico y en el nacionalismo. En la parte orgánica se produjeron
modificaciones tales como la introducción de la reelección presidencial, la
modificación del tiempo de duración de los mandatos de senadores y dipu-
tados y la eliminación del Colegio Electoral.
Arturo Sampay aseguró que los cambios que se incorporaban eran mayo-
res en la parte dogmática que en la parte orgánica. La oposición, en cambio,
consideró que la reforma constituyente perseguía cambios estrictamente or-
gánicos, ya que el objetivo era habilitar la reelección de Perón.
En este texto nos interesa explorar la cuestión desde una dimensión dife-
rente, que tiene que ver con las concepciones y los usos de las instituciones.
En su clásico libro Mañana es San Perón, Mariano Plotkin pensó al pero-
nismo como una respuesta a la crisis del mundo liberal. Luego de décadas
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1. Si bien Alberdi consideró como necesario dotar de gran poder al PEN, la división de poderes y las funciones
de contrapeso tuvieron gran importancia en su esquema. Alberdi estaba convencido de que en aquel
momento se necesitaba un poder central fuerte capaz de ordenar y dar las bases al desarrollo futuro. Una vez
cumplida esa tarea, sí serían imprescindibles poderes más equilibrados que se controlaran y se balancearan
los unos a los otros (Halperin Donghi, 2005; Botana, 2013).
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Mismas instituciones, otros usos y sentidos: la Constitución Nacional de 1949
2. Para ver las críticas del peronismo a la concepción liberal de la sociedad, se recomienda el libro Perón y y
el mito de la nación católica (Zanatta, 1999). Estas ideas no fueron nuevas ni exclusivas de los constituyentes
peronistas. Desde el siglo XIX se expresaron rechazos a estas posturas, provenientes de diversos sectores,
algunos incluso identificados con el liberalismo (Zimmermann, 1995).
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Las libertades individuales, que no son más que un fin en sí mismas, no cons-
tituyen ya un bien independiente, ellas están limitadas y condicionadas por el
deber de colaborar al bienestar y al desarrollo de la colectividad, ellas no tienen
valor, ellas no son protegidas sino en la medida que sirven al cumplimiento de
ese deber social (Valenzuela en Diario de Sesiones, 08/03/1949: 314).
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reforma, quien propuso una serie de normas que contemplaran los problemas
del hombre, no como individuo, sino como integrante de una sociedad labo-
riosa, progresista y viril (Valenzuela en Diario de Sesiones, 08/03/1949: 312).
Además de reemplazar al individuo abstracto, la nueva Constitución de-
rribó otro de los pilares del liberalismo al establecer que no existen esferas de
la vida que no estén regidas por la política. Se promovió una idea opuesta:
toda la interacción humana es política.
En el nuevo orden, los hombres estaban subordinados al Estado para, de esa ma-
nera, resultar coordinados para un mismo fin: el bien común (Altamirano, 2007:
236). Era la idea de Todo en el Estado, nada por fuera del Estado, nada contra el
Estado. Esta sociedad organizada, esta sociedad perfecta, perfecta porque se basta
a sí misma, porque no necesita de otro poder temporal superior, es el Estado
(Lascano en Diario de Sesiones, 10/03/1949: 473).
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3. Los ciudadanos, mediante su voto, elegían una junta de electores, igual al duplo del total de diputados y
senadores que enviaba al Congreso, con las mismas calidades y bajo las mismas formas prescriptas para la
elección de diputados. Estos electores no tenían mandato obligatorio de sus electores. Cuatro meses antes
de la conclusión del mandato, se reunían en la Capital y en sus respectivas provincias y constituían en cada
lugar los Colegios Electorales. Se elegía presidente y vicepresidente por medio de cédulas firmadas. En una
se volcaba la elección para presidente y en otra distinta la de vicepresidente. De este modo, se elaboraban
dos listas de todos los individuos electos para presidente y otras dos de los nombrados para vicepresidente,
con el número de votos que cada uno de ellos hubiese obtenido. Estas listas eran firmadas por los electores
y remitidas cerradas y selladas. Una copia era enviada al presidente de la legislatura provincial y, en el caso
de la Capital, al presidente del Consejo Deliberante y la otra copia era enviada al presidente del Senado. Del
escrutinio final salían los nombres de quienes serían presidente y vicepresidente.
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4. Según la Constitución de 1853, luego de que una ley era sancionada por el Congreso, pasaba al Poder
Ejecutivo, que tenía diez días para promulgarla, vetarla parcialmente o de forma completa. De vetarla, el
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proyecto pasaba automáticamente al Congreso, que debía reunir dos tercios de los votos para poder insistir
con este. La Constitución de 1949 le quitó al Congreso la capacidad de insistir. Si el Poder Ejecutivo vetaba
una ley de modo completo, el Congreso debía esperar hasta el siguiente período legislativo y presentarla
nuevamente si lo que deseaba era insistir con ese proyecto. En el caso de que el Poder Ejecutivo vetara
una ley parcialmente, los artículos no vetados se promulgaban directamente, sin que tuviera el Congreso la
posibilidad de insistir sobre aquello que el Ejecutivo vetó. La práctica legislativa de la primera mitad del siglo
XX muestra que eran muy pocos los casos en los que el Congreso insistía con la sanción de una ley vetada
parcialmente o de forma completa. De este modo, esta modificación que introduce la Constitución de 1949
debe ser entendida como una capacidad que antes tenía el Congreso y que ahora se le quita pero sin perder
de vista que, en la práctica, era muy inusual su utilización.
5. Mientras que en la Constitución de 1853 la interpelación era dirigida directamente por los legisladores a los
ministros, con la reforma, cualquier petición del Congreso debía dirigirse al presidente, quien era libre de decidir
la forma de la respuesta. Se decidió que lo que podían hacer las Cámaras era solicitarle informes o explicaciones
al Poder Ejecutivo y este decidiría responder por escrito, personalmente o mediante uno de sus ministros.
6. La existencia de elecciones de forma permanente tenía un costo muy alto, tanto económico como simbólico.
Cada acto y cada campaña electoral conllevaban un gasto significativo de dinero, tanto para el oficialismo
como para la oposición (Kindgard, 2013; Lichtmajer, 2013). Además, en el plano simbólico, cada elección
horadaba la pretensión del gobierno de mostrarse como el representante de todo el pueblo. Casi un tercio
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de la ciudadanía se expresaba en cada oportunidad, haciendo evidente que el peronismo era elegido por la
mayor parte de la población pero no por todos. Para un gobierno con la concepción política que sostenía el
peronismo, esto era un problema, ya que se volvía difícil intentar mostrarse como el intérprete de los deseos
y las necesidades de todos los argentinos cuando una porción tan importante de habitantes prefería otras
opciones. En este sentido, ordenar el llamado a elecciones y lograr que hubiera menos jornadas electorales
significaba disminuir la cantidad de oportunidades en las que el tercio opositor se hacía visible, reducir las
veces en las que algo tan concreto como los votos rompía el ideal de pueblo unánime.
7. Estas ideas no eran novedosas a mediados del siglo XX. Las mismas ya habían sido sostenidas por los
teóricos que criticaron el parlamentarismo y el presidencialismo débil por considerar que un buen sistema
de gobierno necesitaba de un poder centralizado en una persona que contara con capacidades completas. La
idea era que, en un régimen parlamentario o en uno en el que los poderes estaban muy divididos, no había
quién se hiciera responsable de las posibles crisis. Al haber problemas económicos, políticos o sociales, cada
rama del gobierno se exculpaba al plantear que no tenía las capacidades suficientes, al tiempo que culpaba de
la situación a los otros poderes. Para profundizar sobre las críticas al parlamentarismo y a un Poder Ejecutivo
débil, se recomienda especialmente Sobre el parlamentarismo de Carl Schmitt. Para un análisis histórico, ver
La democracia inconclusa, Historia de la soberanía del pueblo en Francia de Pierre Rosanvallon, en particular
los capítulos: “La cultura de la insurrección” y “La democracia iliberal” o Eric Hobsbawm Historia del siglo XX.
En todos los casos encontramos la idea de que es más virtuoso un PEN fuerte, especialmente en situaciones
de crisis, ya que esta figura hace que haya un responsable claro. En cambio, en sistemas parlamentarios o en
los que el manejo del gobierno está más dividido sucede que los diferentes actores políticos buscan deslindar
sus responsabilidades.
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El sistema actual para la elaboración estatal de las normas jurídicas exige la inter-
vención de la rama legislativa cuyo movimiento es lento y complicado. El pro-
cedimiento está pensado y estructurado para un Estado interdicto de intervenir
en los procesos cultural y económico-social de la colectividad. Pero el Estado
actual cuya función es múltiple, necesita de un sistema más ágil y dinámico que
le permita cumplir sus actuales funciones. Por esa razón, las modificaciones que
el proyecto introduce trasladando algunas facultades del Poder Legislativo al Po-
der Ejecutivo, no tienen por finalidad robustecer el sistema presidencialista, que
por otra parte es tradición histórico constitucional en nuestro país, sino dotar al
Estado de los instrumentos y de las técnicas necesarias para que pueda cumplir
con sus actuales fines (Luder en Diario de Sesiones, 08/03/1949: 343).
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blico. ¿Quién definía qué hecho constituía una alteración del orden público?
El mismo Poder Ejecutivo, que establecía el estado de prevención y alarma.
Esta ambigüedad fue denunciada por la oposición, que temía una potencial
limitación arbitraria de los derechos civiles fundamentales.8
Como se muestra, la reforma constitucional de 1949 instauró la lógica de
un Estado cuya figura central era el presidente. En el nuevo esquema insti-
tucional, el sistema de pesos y contrapesos fue modificado con el objetivo de
crear un PEN más fuerte. Su necesidad fue explicada por los constituyentes
peronistas a partir del liderazgo concreto de Perón, a quien consideraban no
solo la cabeza del PEN sino también “el primer argentino”, “el alma y el ner-
vio de la nación”, “el jefe de la liberación nacional”, “el realizador de grandes
obras”, “el intérprete de la voluntad popular”, “el salvador del pueblo argenti-
no”, “el primer trabajador” y “el símbolo viviente de la Nueva Argentina”, en-
tre tantas otras cosas. Así se justificaba modificar la Constitución por Perón.
Mientras que los radicales consideraban que el texto constitucional no debía
ser diseñado para un gobernante en particular, los peronistas, orgullosos, lla-
maban al texto reformado “La Constitución de Perón”.
Perón debía ser reelegido y seguir al frente del PEN para que todas las
reformas que se implementaron en la nueva Constitución tuvieran sentido.
Esto tenía que ver con que él no era solo la cabeza del PEN, sino que su li-
8. Hubo otro artículo que también generó la denuncia de la oposición sobre una potencial limitación de los
derechos civiles. Decía que “el Estado no reconoce libertad para atentar contra la libertad”. El radicalismo
calificó a esta normativa como un “dislate jurídico” y planteó que su objetivo era “construir un Estado
autocrático, en el que nada quedara fuera de su control y voluntad” (Informe de la Minoría ante la Comisión
Revisora, DSCNC, 15/02/1949: 119). Según los radicales, el Estado de derecho estaba siendo reemplazado
por un presidencialismo que dejaba “la suerte de los habitantes librada a la arbitrariedad y a la voluntad
caprichosa o enfermiza de los funcionarios encargados de cumplir la ley que vendrá a reglamentar esta
disposición respecto a qué se entiende por actos atentatorios a la libertad […] Quiere decir que este artículo
empieza a dejar desguarnecido todo el sistema defensivo del individuo, empieza a poner en plano inclinado
al hombre para poder llegar, por distintas interpretaciones y cuerpos legislativos, a la total privación de toda
seguridad para su libertad” (Antonio Sobral en Diario de Sesiones, 08/03/1949: 299).
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9. La idea de pensar el liderazgo de Perón como el de un conductor se encuentra presente en gran parte de
la bibliografía (solo a modo de ejemplo: De Privitellio, 2013; Fernandez Vega, 2005; Plotkin, 1994; Halperin
Donghi, 1993) pero, además, también era pensado de este modo por el propio Perón, tal como se desprende
de sus clases de Conducción política (Perón, 1951).
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En la democracia las jerarquías nacen desde abajo hacia arriba y las responsa-
bilidades se plantean desde arriba hacia abajo. En los partidos totalitarios, se
aplica el fuehrer prinzip [sic]. La jerarquía parte desde la cúspide del poder y
se dirige hacia abajo, y las responsabilidades se rinden desde abajo hacia arriba
(Lebensohn en Diario de Sesiones, 08/03/1949: 331).
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10. La tercera posición es el nombre con el que se ha conocido a aquellas corrientes políticas que buscaron
enfatizar su posición contraria tanto al comunismo como al capitalismo. Los fascistas inventaron esta idea
que luego fue retomada, entre tantos otros, por el peronismo. Quienes impulsaron esta posición se solían
definir a sí mismos como antimarxistas y antiliberales. Si bien esta idea no es original de Perón ni de la
Argentina, el presidente la utilizó en numerosas ocasiones para reforzar su idea de justicialismo. Loris
Zanatta en La internacional Justicialista muestra claramente las ideas y las intenciones de Perón alrededor
de esta tercera posición (Zanatta, 2013).
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Conclusión
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Imágenes de una Constitución
olvidada, que todavía
nos interpela
Alejandro Medici
Introducción
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de las instituciones, que cede su lugar a una etapa signada por delitos de lesa
humanidad, marcada por la sucesión de “semidemocracias” con proscripción
electoral de las mayorías populares y dictaduras militares, donde la violencia
política, principalmente estatal, irá normalizándose en el escenario social has-
ta desembocar en la dictadura y el terror de Estado de 1976.
Esa historia es, al mismo tiempo, la historia de la negación y del retaceo
del poder constituyente popular, al menos hasta 1994. “Al menos”, porque
no estoy convencido de que esa enmienda constitucional haya solucionado el
retaceo del poder constituyente para darnos, como pueblo, una arquitectura
constitucional. Esto, dicho no solamente en términos de modelos ideales de
democracia deliberativa. Sin negar este importante aspecto, pienso que en una
sociedad que ha sufrido y sufre de una desigualdad social estructural, la partici-
pación y deliberación democráticas, el protagonismo popular, no pueden redu-
cirse a aspectos procedimentales. Debe orientarse teleológicamente al logro de
la justicia social y a los aspectos materiales de contenido económico y social que
hacen a la soberanía popular, relativos a la búsqueda de autonomía estatal para
remapear los diseños globales y regionales heterónomos, de sesgos neoliberales.
Una posibilidad de aproximarse comprensivamente a la Constitución del
49 pasa por un repaso de la dimensión constitucional simbólica y narrativa,
referenciada en las imágenes constitucionales rectoras (Häberle, 2001), que se
abstraen a la manera de “tipos construidos” de los textos jurídicos que forman
el sistema constitucional (incluyendo las leyes y sentencias, las prácticas), pero
especialmente condensan un sentido político del derecho de entonces que, en
principio, seguiremos en los discursos de aquel momento constituyente.
No obstante, esta comprensión en dimensión simbólica y narrativa no
significa renunciar a la orientación clara en materia económica y social,
la dignificación del trabajo y de los grupos sociales históricamente subal-
ternizados, es decir, lo material como contenido sustancial informando el
sentido constitucional.
Ubicamos el uso de esta herramienta metodológica en una comprensión de
la Constitución como el derecho acerca de la convivencia consensual y factible
de la comunidad política (Medici, 2012, 2016). Donde por convivencia no
entendemos tolerancia, sino, principalmente, las condiciones de producción y
reproducción de la vida en su circuito natural, a través de la cooperación social,
la comprensión de las necesidades sociales para cumplir dicho cometido, la
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La esclavitud […] resulta en nuestros días una institución arcaica y fuera de las
costumbres y del derecho. Sin embargo, la declaración inicial del artículo 15
debe ser mantenida, dándole a continuación un sentido más lato, para compren-
der en la abolición de la esclavitud no solamente la institución que entraña sumi-
sión absoluta de un ser humano a la voluntad de otro, sino también otras formas
parciales de sumisión y dependencia que, desgraciadamente subsisten aún hoy
dentro de las fórmulas de la organización social (Cooke en Duhalde, 2008: 314).
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Si se dice que en la nación argentina no hay esclavos, porque todos los hombres
son libres, hay que añadir que los trabajadores tienen derecho a unas condi-
ciones de trabajo dignas, porque de otro modo se habría realizado una eman-
cipación formal, pero se habría dejado subsistente una esclavitud derivada de
la miseria, del agotamiento físico, de la salud precaria y de la falta de vivienda
decente (Cooke en Duhalde, 2008: 313).
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mejor, en donde cada hombre que cumpla con sus deberes para con la sociedad
en la que vive, en la medida de sus aptitudes y responsabilidades, tenga asegu-
rado el mínimo necesario para su subsistencia y la de aquellos que el destino
pone bajo su dependencia, y así, librado del temor al mañana, se encuentre en
condiciones de realizar las actividades del trabajo sin perjudicar el desarrollo de
su personalidad (Cooke en Duhalde, 2008: 316).
Los privilegiados que detentan el oro sin más razón ni motivo que el azar de
los hechos y sin más finalidad que la satisfacción egoísta de innobles apetitos,
utilizan su privilegio para mantener en su mano el poder de dirigir e intervenir
en forma desproporcionada en la vida de los que carecen de medios económicos,
privándolos de la libertad que necesitan para lograr su propia personalidad, con
desmedro de su salud física y moral (Cooke en Duhalde, 2008: 316).
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todas las formas de la cultura, decantadas por la afluencia vital, todos los produc-
tos del arte, de la ciencia, de la filosofía, de la convivencia social, las ordenaciones
jurídicas y políticas, las instituciones, las Constituciones, etc., están sujetas a este
movimiento bidimensional de la vida, destinadas por tanto a caducar y rehacerse
constantemente, a reformarse a vivificarse, adoptando nuevas exteriorizaciones y
estructuraciones (Astrada, 2013: 34).
hasta ayer nomás, era considerado un sujeto meramente formal de derechos que
no le permitieron ejercitar, fue puesto y mantenido deliberadamente fuera del
molde estatal por la minoría que se había apoderado del regimiento del país, para
administrarlo y explotarlo en beneficio de intereses foráneos (Astrada, 2013: 37).
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para dar, así, al pueblo la sensación que su Constitución no es una reliquia into-
cable que necesite de un culto idolátrico […] habría que mostrarle que nuestro
Estado constitucional es un instrumento perfectible, y esto es para que el pueblo
argentino no incurra en fetichismo ante sus instituciones (Astrada, 2013: 39).
Y eso, porque:
La defensa del poder constituyente del pueblo genera una potente ima-
gen constitucional de este como sujeto activo, vivo, que puede y debe darse
sus propias instituciones. Imagen que subyace a su crítica del fetichismo cons-
titucional que supone la negación o el retaceo de dicho poder constituyente,
mostrando un pueblo normalizado en su pasividad y apatía, educado en el
culto idolátrico de las instituciones que lo someten.
Astrada, quien fuera uno de los organizadores del Primer Congreso Nacio-
nal de Filosofía de 1949, pensaba al momento de escribir el sugerente texto que
estamos recordando que la situación de fetichismo constitucional y el retaceo
del constituyente popular se terminaban con la apertura del ciclo constituyente.
Infelizmente, sus críticas retomaron actualidad a partir del golpe de Estado
de 1955, que abrogó por proclama de un gobierno de facto la Constitución de
1949 y volvió a poner en vigencia la Constitución de 1853 con sus reformas
anteriores. Esa dictadura militar no solo negó el poder constituyente popular
e interrumpió el ciclo constituyente abierto, sino que la propia existencia del
pueblo organizado, su representación política, sus organizaciones sindicales y
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Conclusiones
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Imágenes de una Constitución olvidada, que todavía nos interpela
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Alejandro Medici
vas que hemos rescatado en este modesto texto agregan un movimiento que
todavía nos interpela por su radical crítica del despojo social y constitucional
que sufrimos en la actualidad. Es decir, son imágenes que no seleccioné para
trazar una historia aséptica de un texto constitucional, sino con intención de
articular pasado y presente en una memoria crítica desde un proyecto que,
con las modificaciones que requiere la actual fase de colonialidad neoliberal,
sigue siendo urgente y necesario.
Referencias bibliográficas
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Peronismo, Constitución
y propiedad
Marcelo Koenig
1. Estado, derecho, colonialidad y el sentido de la propiedad
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El vínculo entre las personas y las cosas ha sido siempre una cuestión
que atraviesa el corazón de las relaciones de poder, por tanto, no es –ni pue-
de ser– unívoca, sino vinculada a la mirada particular de la geopolítica del
conocimiento. Por ello, su concepto, lejos de ser una cuestión anquilosada y
definitiva, se encuentra en constante cambio desde una perspectiva histórica
y es objeto de disputas sobre su sentido.
En consecuencia, partiendo de la correlación de fuerzas entre los distintos
actores sociales y no –como plantea el pensamiento burgués de variados colo-
res– por libre elección de un pacto social, una determinada sociedad se da las
formas de sus relaciones de propiedad específicas, concretas, situadas. Esto es, el
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ción en los códigos de fondo que no son otra cosa que la bajada concreta y
particular, donde se plasma la valoración de la propiedad.
Lassalle sostuvo que la verdadera Constitución sólo reside en los factores reales
y efectivos de poder que rigen en un país; y que las constituciones escritas no
tienen valor ni son duraderas más que cuando dan expresión fiel a los factores
imperantes en la realidad social (Cholvis, 2012).
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Marcelo Koenig
La burguesía consiguió la adhesión activa del pueblo bajo para derrocar al des-
potismo que, con los procedimientos característicos de esta institución viciosa,
defendía el régimen sociopolítico feudal en su trance crítico; pero en seguida,
a fin de contener a ese aliado circunstancial que perseguía objetivos allende a
los suyos, se vio forzada a transar con los elementos sobrevivientes del enemigo
derrotado (Sampay, 1973: 23).
148
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cas burguesas. No obstante, esa amenaza tornó a la burguesía cada vez más reac-
cionaria, marco en el que debemos ubicar a los regímenes autoritarios de países
de Constitución Nacional tardía y sin beneficios coloniales, como Alemania e
Italia, que fueron contra las libertades de las propias banderas burguesas.
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Peronismo, Constitución y propiedad
Constitución escrita, para gozar de viabilidad, tiene que apoyarse sobre ele-
mentos de la Constitución material, aunque pretenda cambiarla. Y que esto
fuera efectivamente así le permitió permanencia a esa primera Constitución
federal, aunque fue una normativa para ir marcando el camino de una nueva
Constitución real orientada por el proyecto oligárquico, que va a consolidarse
con la Generación del 80 y la construcción del Estado moderno argentino.
Luego de apropiarse de las tierras productivas más ricas del país y de
armar sus alianzas externas con el Imperio británico e internas con las clases
acomodadas y conservadoras de las provincias norteñas, la propiedad privada
–usada en términos absolutos– es puesta como base del nuevo proyecto que
impulsa la oligarquía para organizar la nación conforme a sus propios intere-
ses. En efecto, en las Bases –texto fundante de la Carta Magna del 53– Alberdi
sostiene que “la riqueza es hija del trabajo, del capital y de la tierra”, debién-
dose limitar el Estado a garantizar la seguridad necesaria para el desarrollo
de esos factores de producción. “Los capitales son la civilización argentina” y
merecen una “amplia y entera libertad de acción y aplicación” y “la libertad
ilimitada en la tasa del interés”.
Sin embargo fueron Mitre y Sarmiento –los propios enemigos de ese pen-
sador tucumano en su etapa tributaria del urquicismo– quienes conjugaron
las bases de la penetración imperialista inglesa de sesgo centralista, aristo-
crático, librecambista. Y sobre esta lógica comenzaron a llenar los espacios
entre las letras constitucionales –cruzadas además por una profunda desvalo-
rización de lo criollo y lo originario, es decir, un desembozado racismo– y la
realidad de un Estado en construcción.
Sarmiento dirá que
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Marcelo Koenig
miento –aún sin título habilitante– fue nombrado por decreto, en 1856, el
primer profesor de derecho constitucional en la Universidad de Buenos Aires.
Así, las consecuencias de esa Constitución real establecida por la oligarquía
fue el condicionamiento económico que impuso a la estructura de nuestro país
el capital británico, cuyo ejemplo más fiel es la red en abanico de los ferroca-
rriles. El Imperio británico, en alianza con la clase dominante, forjaron el texto
constitucional de un proyecto de país donde el llamado modelo agroexportador
es solo su aspecto económico. Sampay caracteriza este proyecto, la injerencia
británica y sus sobredeterminaciones con consecuencias sociales:
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Código Civil [que] establecía un principio que con el tiempo fue clave para con-
solidar el poder de una clase social ausente del territorio y, de paso, terminar de
expulsar definitivamente al gauchaje: el título constituye el derecho de propiedad
sin necesidad de acreditar la posesión efectiva (Azzali, 2014: 65).
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el sentimiento de que el capital extranjero era la causa de todos los males –estado
de conciencia al que habían contribuido tanto el nacionalismo de derecha como
FORJA– era generalizado en la oficialidad, sobre todo, en los cuadros jóvenes.
Otro hecho robustecía esta convicción y la insuflaba de aires patrióticos: la expe-
riencia del propio Ejército, en contacto en los cuarteles con la población nativa,
el conocimiento directo de la pauperización de ese pueblo y la conciencia de que
ese material humano era el mismo de las antiguas guerras de la emancipación
(Hernández Arregui, 2011: 305).
De manera que estos nuevos actores, con los problemas que empiezan a
surgir en el mundo del trabajo, se dan en un escenario en el que las normas
constitucionales vigentes en lo laboral, más allá de no contemplar las nuevas
relaciones sociales, distaban mucho de ser neutras. Las normas contenidas en
la Constitución de 1853 con su lógica de no intervención implican favorecer
a los sectores de mayor poder económico en su relación con los trabajadores,
propiciando una igualdad entre desiguales:
1. Spruille Braden fue el embajador enviado por los EE.UU. con un alto perfil en la intervención política
interna de nuestro país, encabezando la oposición política a Perón, por lo cual este lo tomó como el eje de su
campaña política de cara a las elecciones presidenciales del 24 de febrero de 1946.
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Peronismo, Constitución y propiedad
2. El elegido para esta tarea por Juan Perón había sido su antiguo colaborador en la Secretaría de Trabajo y
Previsión: el catalán José Figuerola. Sin embargo, la formación jurídica, la determinación de Sampay, junto con su
estrecha relación con el gobernador Mercante lo colocaron como el principal redactor de nuestra Carta Magna.
157
Marcelo Koenig
privada absoluta y el laissez faire –que no es otra cosa que una aceptación
incondicional de la división internacional de la producción y el trabajo–,
que constituían el fundamento de su economía política.
El peronismo, con la construcción de su proyecto, como hecho maldito,
puso en crisis estos dogmas sagrados del liberalismo económico. De modo que,
para responder a esos anhelos, el primer desafío del peronismo era cómo, sin
matar el clima de libertad –en lo que ella tiene de fecunda–, entrecruzarla con
el principio de igualdad necesario para vivir en un marco de justicia, para que
esa libertad no fuera para pocos. Este es el planteo central de la tesis del general
Perón en el Congreso Nacional de Filosofía de Mendoza de enero de 1949.
Dicho objetivo no podría lograrse sin afectar intereses concretos, cambiando el
concepto mismo de propiedad en tanto base estructural del sistema. Esta idea es
el núcleo de la concepción liberal, pues, en palabras del propio Alberdi,
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6. En el mismo sentido Cooke, en ocasión de brindar fundamento para la Ley Nº 12906 de represión de los
monopolios (sancionada y publicada en el Boletín Oficial en febrero de 1947), planteaba la función activa del
Estado frente a los monopolios. Éstos caracterizaban al capital concentrado y extranjero como un rasgo propio
del actual estadio del capitalismo mundial, y como un grave riesgo para la soberanía nacional, lo que exigía
un rol activo y planificado del Estado para la defensa de la economía nacional (Azzali, 2014: 143).
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Peronismo, Constitución y propiedad
El trato del capital extranjero es una de las claves para entender los cam-
bios en la concepción de la propiedad, porque se trata del gran capital real-
mente existente y hegemónico en la sociedad argentina hasta mediados del
siglo XX. La Constitución pensada por Alberdi tenía precisamente el sentido
contrario. Alberdi decía explícitamente en Bases y puntos de partida que el
objetivo de fortalecer al Poder Ejecutivo “con todo el poder posible” era para
“defender y conservar el orden y la paz”, necesarios para facilitar la “inmigra-
ción del capital” que es “la varilla mágica que debe darnos población, cami-
nos, anales, industria, educación y libertad” (Alberdi, 2009: 137).
El propio Alberdi da las coordenadas para comprender el sentido, que se
estaba corrompiendo, de la concepción de propiedad del sistema constitu-
cional argentino originario: “La Constitución federal Argentina es la primera
en Sud América [...] que ha consagrado principios dirigidos a proteger di-
rectamente el ingreso y establecimiento de capitales extranjeros” (Alberdi en
Scalabrini Ortiz, 2012: 81).
Las fuentes de energía son puestas en la propiedad del Estado a nivel
nacional, con la salvedad de que a las provincias les corresponde una par-
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Marcelo Koenig
Esta fórmula fue, sin duda, lo que más puso en guardia al capital im-
perialista. Su ejemplo podía ser peligroso para sus intereses expoliadores y
podía cundir en el resto de nuestra América. Por eso es que decimos que en
7. En esto tiene una diferencia sustancial con la reforma de 1994, que pone la propiedad de los recursos en
las provincias, haciendo que el interlocutor de las grandes empresas transnacionales sea no el Estado nacional
sino los mucho más pequeños Estados provinciales.
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Peronismo, Constitución y propiedad
8. Allende impulsó un criterio similar pero la Democracia Cristiana, miembro integrante de la coalición de
gobierno, le impuso a la Unidad Popular que para sancionar dicha norma debía cambiarse el término imperativo
“será” por “podrá ser”. Sin embargo, al poco tiempo recibió las consecuencias del golpe de Estado de Pinochet.
Así lo señala Sampay: “el artículo 40 de la reforma argentina de 1949 establece imperativamente el precio de
las expropiaciones, mientras que la reforma chilena lo instituye como una alternativa que el legislador puede
elegir o no. En el proyecto de reforma de la Constitución remitido a la Legislatura por el presidente Allende se
establecía obligatoriamente, como en el artículo 40, el precio de los bienes expropiados, pero los partidos de
la oposición, para prestar apoyo al proyecto de reforma constitucional, exigieron la modificación en el sentido
indicado” (Sampay, 2013: 186).
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dad de la Constitución del 49: mientras que la del 53/60 garantiza el carácter
absoluto de la propiedad privada con el objetivo de atraer a los capitales de los
países dominantes, la Constitución justicialista se plantea no solo recuperar
el control de los resortes estratégicos, sino que además establece un criterio
de cómo deben ser pagados, partiendo de la explotación ya realizada por las
empresas foráneas. Sus argumentos los expone con meridiana claridad en una
nota escrita en la década de 1970 sobre la influencia del artículo 40 de la
Constitución argentina de 1949 sobre el proyecto de la Constitución chilena
de 1971 de Salvador Allende. Así expresa su base argumental:
Para desarrollar la economía a fin de que todos y cada uno de los miembros de la
comunidad gocen plenamente de los bienes materiales y culturales de la civiliza-
ción, es indispensable que los recursos y los medios de producción sean utilizados,
a tenor de una planificación política, con miras a alcanzar dicha meta. Para esto,
esos recursos y medios deben ser convertidos en bienes públicos, porque si quedan
en el dominio de los particulares son utilizados, según enseña la experiencia, para
conseguir macias ganancias y no el bienestar general (Sampay, 2011: 171).
9. Estevez Brasa sostiene: “la Constitución Nacional de 1949 consagró el principio del abuso del derecho –también
lo hizo el Anteproyecto de Reforma Civil de 1954– como atemperador de los desbordes individuales. Consagró
también la propiedad privada pero asignándole una función social” (Estevez Brasa, 1984: 190).
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Más allá del manto de silencio con el que se trató de desaparecer ese
texto constitucional, ha quedado en la memoria colectiva que allí se consa-
graron únicamente los derechos sociales. Ese reduccionismo se agrava cuando
se pretende sostener que el artículo 14 bis recogió los mismos derechos. La
reforma del 57 no solo restituye una ínfima parte, sino que además es mera
enunciación de derechos, dado que no contiene norma alguna que suponga
una política económica para su efectivo cumplimiento. No olvidemos que si
los derechos individuales de inspiración liberal comprometen al Estado a la
abstención, los económico-sociales lo obligan a la acción positiva del propio
Estado como garantía de los intereses populares y nacionales.
En síntesis, podemos afirmar que toda Constitución supone una concep-
ción de la economía política. Con las reglas económicas de la Constitución
del 49 se rompen los dos espejos sobre los que se fundamenta la estructura-
ción de la propiedad en el ordenamiento constitucional del 53/60: la libertad
del capital extranjero para incidir en la subordinación de la economía na-
cional y la absolutización de la propiedad privada en el derecho interno. La
propiedad es la clave para decodificar la concepción de un régimen político
sobre las relaciones de poder.
En coherencia con la Constitución peronista, aunque ya inspirado por el
peronismo revolucionario, Sampay entiende en la última etapa de su vida que
el camino de la economía política para la liberación nacional y social no era
el de la transferencia indirecta de la renta agraria diferencial para dar origen
a una supuesta burguesía nacional, sino que la economía debía estar funda-
mentalmente en manos de empresas públicas, expropiadas al sector privado.
En consecuencia, para esta línea de pensamiento y acción, la recupera-
ción por parte del Estado de los recursos naturales era el paso previo e indis-
pensable para transformar las estructuras económicas de la Argentina, y dicha
transferencia debía ser conducida por los sectores populares organizados. En
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argentina había llegado antes a tal extremo que no sólo una parte esencial del
capital estaba en manos extranjeras, sino que además nuestro ahorro financiaba
al capital extranjero (Cholvis, 2012: 52).
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Peronismo, Constitución y propiedad
10. Pueblo es una categoría mucho más amplia que la de proletariado, propia del marxismo clásico. Mao
–aun partiendo de esa matriz– ubica en su concepto de pueblo a todas las clases o fracciones de clase, capas
o grupos sociales que tuvieran intereses opuestos con el imperialismo en la construcción de una política
socialista, de modo que dicha categoría se construye en función de las contradicciones antagónicas en una
etapa histórica situada (En “sobre el tratamiento correcto de las contradicciones”).
175
Marcelo Koenig
En la Argentina de los años cincuenta, esa masa de riqueza sólo puede obtenerse
avanzando mucho más sobre la propiedad de la clase privilegiada; es decir, ya
no afectar parcialmente la ahora disminuida renta diferencial, sino apropiarla
totalmente y aún más avanzar sobre propiedades, capitales financieros, rentas,
etcétera (Galasso, 2005a: 387).
En este marco de profundo recambio estructural, frente al sector clave (la arqui-
tectura agroexportadora, definitorio motor de nuestra historia de dependencia),
el gobierno peronista encuentra su límite. No lo toca. Además, por el imperio del
pasado, base su expansión industrial liviana y sus primeros intentos de desarrollo
pesado en esa tradicional estructura de riqueza. El sector terrateniente solo pierde
176
Peronismo, Constitución y propiedad
Sin embargo, frente a los que plantean la necesidad de avanzar hacia el so-
cialismo a partir de medidas económicas sin atender a la correlación de fuerzas
políticas, es contemplable la advertencia que hace Carlos Flaskamp (2008: 88):
lo que le faltó al campo popular en ese enfrentamiento no fue reducir sus filas
adoptando la bandera del socialismo. Ya en 1955, con la mitad del país en con-
tra, el campo popular no pudo sostenerse en el gobierno. Lo que le faltó fue una
política para ganar a las capas medias, evitando que sirvieran de furgón de cola
de la oligarquía, como lo hicieron.
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178
La igualdad en el
constitucionalismo social:
el proyecto constitucional
de 1949
Martín Aldao y Laura Clérico
Introducción1
Todo proceso constitucional tiene sus raíces en una coyuntura histórica y po-
lítica determinada. Explicitar dicha coyuntura nos permite comprender mejor
las posibilidades y límites del texto constitucional. En este sentido, el modo en
que el principio de igualdad es formulado en la Constitución de 1949 devela su
sentido si lo recortamos, por un lado, contra el fondo de la fórmula liberal de
igualdad concebida por Alberdi para la Constitución del 53/60 y confirmada
por los intérpretes posteriores. Por el otro lado, si ese principio se lee en forma
complementaria con el desarrollo normativo y de organización administrativa y
judicial que trató de apuntalarlo teniendo en cuenta las consignas del período,
es decir, la justicia social en las relaciones laborales, y la justicia social en el uso
y “explotación” de la tierra en las aparcerías rurales.
En este sentido, no estamos tan interesados en resaltar los límites2 de la
Constitución del 49 ni tampoco los marcos generales desde los que suele ser
1. Muchas gracias a Leticia Vita por la lectura del texto y sus comentarios. Los errores nos pertenecen.
2. Por ejemplo, en el artículo 37 (derechos especiales), título IV (educación y cultura), inciso 2 (sobre educación
rural), dice formar al niño para las faenas campesinas y a la mujer para las tareas domésticas rurales. No
obstante, en el título II, sobre la familia, garantiza la igualdad legal de los cónyuges (Giordano, 2015). Al
respecto, Valobra sostiene que “si Perón tuvo un discurso sin ambages sobre el trabajador/productor, incurría en
contradicciones –como antes los socialistas– al posicionar a las mujeres en un rol de productoras/reproductoras
que veía como incompatibles, aun cuando reconoció el valor de la labor doméstica” (Valobra, 2008: n.44) En
general, sobre los aportes que los estudios de género han realizado a la historiografía de las y los trabajadores,
ver Scheinkman (2017); sobre mujeres, género y peronismo, Barrancos (2008); Valobra (2004).
Por lo demás, en materia de derechos del trabajo se omitió el derecho de huelga, lo que lleva a Carlos Miguel
181
Martín Aldao y Laura Clérico
Herrera a sostener que “si, desde un punto de vista comparado, los enunciados en materia de derechos
sociales estaban por detrás de lo que establecían otras constituciones europeas de posguerras –como la
italiana de 1948–, e incluso latinoamericanas –no solo sus predecesoras, sino también sus contemporáneas,
como la brasileña de 1946, que reconocía el derecho de huelga–” (Herrera, 2014: 395).
3. Al respecto, ver el trabajo de Herrera (2014) en el que realiza un estudio de tres discursos jurídicos que
considera característicos de esa coyuntura: “el nacionalista, el socialista y el peronista, con el fin de determinar
los alcances de ese primer ‘constitucionalismo social’ argentino”.
4. Este es el examen aplicado por la CSJN en el caso “Caille” (Fallos 153:67) de 1928. La Corte sostuvo que no
era violatoria la clasificación realizada por el legislador de acuerdo a la fecha de nacimiento del joven varón
obligado a enrolarse en el servicio militar. Lo cierto era que quienes habían nacido en el primer semestre
tenían una cantidad de días menor a los que habían nacido en el segundo semestre. Caille, nacido en una
fecha correspondiente al primer semestre, se enroló fuera de término y por eso fue sancionado. En cambio,
si por azar Caille hubiese nacido en una fecha del segundo semestre, no hubiese sido pasible de sanción
porque al contar con mayor cantidad de días de inscripción hubiese caído en el período habilitado. La Corte se
negó a evaluar el criterio y las razones de la clasificación bajo la fórmula de igualdad formal. A Caille, como
a todos los nacidos en el primer semestre, se le sigue la consecuencia de que tienen X cantidad de días para
inscribirse, lo mismo ocurre con los jóvenes pertenecientes a la segunda categoría. En la medida en que a
todos los de la primera se le siga la misma consecuencia jurídica, no se viola la igualdad; y otro tanto con los
jóvenes de la segunda categoría.
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La igualdad en el constitucionalismo social: el proyecto constitucional de 1949
Clérico, 2010a: 144; Elster, 1989). Esta es, en sus orígenes, la expresión ju-
rídica de una reacción contra el orden estamental medieval, más o menos
coordinada entre el liberalismo, la burguesía y la Ilustración. Se trata de una
superposición de proyectos en la que resulta imposible distinguir con claridad
la necesidad de limitar el ejercicio del poder estatal, la idea según la cual la
prosperidad de la sociedad depende de la concentración de la tierra en manos
privadas, y el ideal de una esfera pública racional como fuente de legitimidad
del ejercicio del poder público (Habermas, 2001: cap. 4).
Así es que, por un lado, una específica concepción de lo jurídico, de lo
económico, de lo social y de lo político aparece neutralizada: se requiere un juez
que obligue a la Administración a someterse al mandato de un legislador/cons-
tituyente (Sousa Santos, 2009).5 El propósito declarado de este movimiento es
neutralizar tanto el factor nobiliario en la distribución de privilegios ante el po-
der público cuanto la injerencia del monarca en las convicciones religiosas de la
población. Sin embargo, en otro plano, implicó la cristalización de otras jerar-
quías como el patriarcado, el eurocentrismo y la concentración de los recursos
productivos, al dejar la legislación en manos de un grupo o unos grupos con
una posición de género, de etnia y de clase muy específica (Habermas 2001;
Tedeschi, 2009: 217; Segato, 2014). Así, se consolida la idea de un “individuo”
(Segato, 2014) como titular de derechos subjetivos en relación de igualdad ideal
con sus “pares”, que solo encuentra en la Administración un límite al ejercicio
de la autonomía de su voluntad (Caramelo, 2012: 77; Frankenberg, 1998). El
éxito del modelo clásico liberal radicaba en su capacidad para dar cuenta de las
reconfiguraciones sociales generadas con el advenimiento de la modernidad (la
pérdida de poder político y económico de los estamentos en favor de la naciente
burguesía propietaria e ilustrada).
La sociedad civil se encarga de la elaboración del derecho privado. La
organización de esta sociedad gira en torno a la economía. Se interpreta des-
politizada y sustraída a las intervenciones estatales. El Estado, a través de sus
leyes, de su aparato administrativo y judicial, garantiza el status de libertad
183
Martín Aldao y Laura Clérico
6. Para un análisis más profundo de este proceso ver Wiacker (1967), Tedeschi (2009: 221) y Zuleta Puceiro
(1981).
7. Este movimiento se verifica en la jurisprudencia de la CSJN relativa a la interpretación del art. 16 de la
Constitución Nacional. Desde su sanción, y hasta casi la primera mitad del siglo XX, la garantía de igualdad
será invocada, fundamentalmente, en cuestiones tributarias y patrimoniales (Nino, 1991: 439). A partir de
la entrada en vigencia del Decreto N° 32347 de 1944 (creación de tribunales del trabajo), comienzan a
aparecer los primeros reclamos respecto de la constitucionalidad de la aplicación de un régimen especial para
las relaciones laborales. Ver para el primer caso “Geddes Hnos. y otros c/ Provincia de Buenos Aires”, Fallos
95:327 (1902), para el segundo “García, Julio L. y otros c/ Nicora, Domingo”, Fallos 205:68 (1946).
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La igualdad en el constitucionalismo social: el proyecto constitucional de 1949
8. Tomamos la noción de vulnerabilidad en el sentido del registro de una asimetría que vulnera el pleno
ejercicio de la autonomía, tal como la usa G. Caramelo (2012). Para una actualización de la fórmula material
de igualdad que incluye grupos desaventajados y desigualdad estructural (Beloff y Clérico, 2016).
9. Esto surge de las interpretaciones de Sampay respecto del proyecto constitucional del 49. Nino afirma en
referencia a Sampay: “Reiterando la tónica de que el déficit social del liberalismo es llenado por las corrientes
partidarias de la sociedad cerrada, junto con las ideas retrógradas en materia política, se defiende una
concepción progresista de las relaciones económicas y laborales, destacándose la necesidad de proteger a los
sectores menos favorecidos de la sociedad para que participen, en igualdad de condiciones, en las relaciones
económicas –sobre todo cuando ellas versan sobre su propio trabajo–, la exigencia de que la propiedad
privada tenga una función social, el requerimiento de que el Estado tenga un papel promotor y protector de
aspectos del aparato productivo (aunque la estatización de algunos núcleos de actividad económica a veces
parece adquirir el carácter de un· dogma, en lugar de ser un recurso instrumental bajo ciertas condiciones).
Este tipo de visión progresista de las relaciones económicas y laborales determinó la propuesta y sanción de
un amplio catálogo de derechos sociales, catálogo que es, sin embargo, cuestionable, como veremos en otros
capítulos, por su carácter en parte declamatorio y en parte ampliatorio del ámbito de decisión judicial frente al
proceso político democrático” (Nino, 1991: 150). Sobre la tensión entre igualdad de oportunidades e igualdad
de condiciones (Ronconi, 2018).
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Martín Aldao y Laura Clérico
10. Queda claro que la consagración de la igualdad como mera igualdad formal no puede ser naturalizada,
fue fruto de decisiones políticas y del triunfo de un horizonte de interpretación de esta igualdad que la
encorsetó para responder a un modelo de constitución liberal burguesa; sobre concepciones de constituciones
que respondían al ideario revolucionario igualitario y que establecían formas de “organización económica
igualitaria, (que) debe(n) responder y servir a la voluntad colectiva”, y que implicaban un rechazo a la imagen
de ciudadanos preocupados por la economía personal y no por la economía colectiva (Gargarella, 2013: 49).
186
La igualdad en el constitucionalismo social: el proyecto constitucional de 1949
11. Sobre interpretaciones actuales de este artículo desde el paradigma del derecho a la migración como
derecho humano, ver entre otras, García (2010).
12. En todo caso, la materialización del derecho civil para compensar algunas vulnerabilidades, aunque
manteniendo el marco liberal, vendría por la reforma de la Ley N° 17711 y posteriores reformas que incluye
el Código Civil y Comercial Unificado (Herrera, 2017: 79-118); (Giordano, 2015).
13. Para una crítica general a este modelo sesgado de derechos y a la neutralidad como aparente “no-
intervención” que a la postre justifica un statu quo desigualitario véase Alexy (2007: 383-460).
187
Martín Aldao y Laura Clérico
versión clásica del “ejercicio del poder de policía restringido”, el Estado podía
reglamentar los derechos para la protección de este bien público (Gelli, 2008:
arts.14 y 75 incs.18 y 19). Según esta concepción, el ejercicio del poder de po-
licía, en sentido restringido, era una competencia del poder reglamentario local
(léase, legislaturas provinciales o municipalidades): cada provincia lo ejercía en
su jurisdicción y la nación para sus territorios. Con posterioridad, la nación
interpretó que podía dictar leyes para todo el territorio a los fines de proteger a
la salud en virtud del ejercicio del llamado “poder de policía amplio”, y así pro-
mover la prosperidad o el bienestar general. En este sentido, la “materia” salud
adquiriría claramente el carácter de concurrente entre la nación y las provincias
(Arballo, 2013; Clérico, 2010b). Pero el ejercicio de este poder reglamentario
no surgía de la validez del derecho a la salud, sino en virtud de una política
pública del Estado en materia de salubridad (de tono higienista o sanitarista,
según el caso) (Vita, 2013; De Fazio, 2013; Clérico, 2010b).
¿Qué papel jugaba el Estado en esta relación? El Estado debía omitir obs-
taculizar la libertad de las partes. Asimismo, debía remover los obstáculos ge-
nerados por terceros y, por último, otorgar reconocimiento a lo pactado por
las partes.14 La autonomía de la voluntad contractual encontraba límites solo
cuando se producía un daño a terceros o el objeto del pacto era ilícito.15 Los
derechos reconocidos responden a los derechos negativos reconocidos por el
constitucionalismo clásico: la persona A tiene un derecho frente a la persona
B, y esta, a una omisión, a un no hacer. A su vez, B tiene la obligación frente
a la persona A de omitir hacer algo contra esta.
Sin embargo, esta posición supuestamente pasiva del Estado no perdura
en el tiempo, ya que a partir de la década de 1930 comienza a intervenir
activamente en la economía nacional (Campione, 2007). Lo hacía mediante
la reglamentación entre las partes contratantes, limitando la libertad de las
mismas con el fin de proteger el bienestar general de la población, tratando
14. Otras posibles interpretaciones del papel del Estado de acuerdo con la Constitución histórica a la luz de
la “cláusula de prosperidad” (art. 67, inc. 16 Constitución 1853/60) no lograron imponerse, por ejemplo,
para ese entonces Mariano Fragueiro, cercano al socialismo utópico, proponía la intervención estatal en la
economía para regular el crédito (Fragueiro, 1976).
15. CSJN. “Plaza de Toros”. Fallos 7:152.
188
La igualdad en el constitucionalismo social: el proyecto constitucional de 1949
16. Sobre estos temas ver los siguientes fallos de la CSJN, “Ercolano c. Lanteri de Renshaw”, Fallos 136:170,
sobre poder de reglamentación de los contratos de alquiler para garantizar la casa-habitación; “Inchauspe
c. Junta Nacional de Carnes”, Fallos 199:483, sobre reglamentación de la libertad de ejercer industria lícita
y contratar para promover la industria derivada de la ganadería; “Oscar Agustín Avico c/ Saúl de la Pesa”,
Fallos 172:21, sobre prórroga de créditos hipotecarios, entre muchos otros.
17. La tesis de la complementariedad parece surgir de lo sostenido por Arturo Sampay en la Convención
Constituyente de 1949: “La experiencia del siglo pasado y de las primeras décadas del presente de mostró que
la libertad civil, la igualdad jurídica, y los derechos políticos no llenan su cometido si no son complementados
con reformas económicas y sociales que permitan al hombre aprovecharse de esas conquistas” (Altamirano,
2007: 126). Esta hipótesis reconstructiva en Sampay requiere seguir siendo explorada, teniendo en cuenta
que en otras partes de su exposición en la Constituyente parece sostener otra tesis; pero a su vez integrándola
con sus escritos posteriores que vuelven la mirada sobre la reforma del 49.
18. Incluso esto parece ser admitido por aquellas posiciones críticas a la reforma de 1949. Ver, por ejemplo,
Nino en referencia a la exposición de Sampay en la Convención Constituyente de 1949: “se advierten
rasgos de una concepción totalizadora de la sociedad (aunque están ya considerablemente atemperadas
las tendencias autoritarias iniciales del peronismo); así acepta una concepción del Estado de acuerdo con la
cual toda actividad humana es potencialmente política porque puede perturbar el bien común, preconiza una
visión perfeccionista de la educación, que implica inculcar una concepción del bien personal, defiende una
cierta estructura familiar cuya organización obviamente desigual –dado el rol que presupone para la mujer–
propicia para la sociedad en su conjunto. Sin embargo, tiempo después, Sampay realizará una encendida
defensa del art. 19 de la Constitución Nacional, núcleo de la idea de la autonomía personal (Nino, 1991: 174).
19. Por ejemplo Stagnaro, trabajando el texto Justicia del Trabajo. Organización, competencia y procedimiento,
elaborado por la Secretaría de Trabajo y Previsión en 1944 en función del Decreto N° 32347 sostiene: “si bien
el régimen proyectado importa reformas fundamentales con respecto al procedimiento de la justicia civil, ha
respetado, en cuanto fueran compatibles con la finalidad perseguida, los principios de este último así como
sus instituciones esenciales” (Stagnaro, 2015: 156).
189
Martín Aldao y Laura Clérico
20. Aunque se incluyen cláusulas regresivas en materia de derechos humanos como la constitucionalización
del fuero militar
21. “Los extranjeros que entren en el país sin violar las leyes [este agregado que marcamos en cursiva no
está en la Constitución de 1853/60 y puede ser restrictivo de los derechos de los migrantes (Domenech,
2011: 36)], gozan de todos los derechos civiles de los argentinos, como también de los derechos políticos,
190
La igualdad en el constitucionalismo social: el proyecto constitucional de 1949
después de cinco años de haber obtenido la nacionalidad [esto es también restrictivo en comparación con
la Constitución de 1853, en la que no figuraba plazo]. A su pedido podrán naturalizarse si han residido dos
años continuos en el territorio de la nación, y adquirirán automáticamente la nacionalidad transcurridos cinco
años continuados de residencia, salvo expresa manifestación en contrario [esto tampoco figuraba en el texto
anterior, no había adquisición de ciudadanía en forma automática por el transcurso de tiempo de residencia].
La ley establecerá las causas, formalidades y condiciones para el otorgamiento de la nacionalidad y para su
privación, así como para expulsar del país a los extranjeros [lo referido a la expulsión tampoco figuraba en el
texto anterior, CSJN (13/11/1950), “Miguel Zovrko y otros”, Fallos, 218:494]”. Sobre las políticas migratorias
en el primer peronismo, ver. Devoto (2001). En general, sobre jurisprudencia de la Corte Suprema sobre
derechos de los migrantes, ver Treacy (2011) y sobre representaciones judiciales sobre los derechos de los
migrantes, González (2019).
22. Y en el plano de las políticas públicas se sostiene una mejora o modelo superador de lo que venía ocurriendo
desde comienzo del siglo XX (Marcilese, 2011). Si bien esas políticas implican continuidad en cuanto al enfoque,
ya que se siguen inscribiendo en la “tendencia indigenista asimilacionista”, del otro lado, se sostiene que
“presentó algunos rasgos diferenciados que revelan un modelo superador”. Por un lado, se habría producido
una ruptura en el discurso oficial existente hasta entonces que “suponía a las características culturales de las
comunidades como el origen de su situación de pobreza y marginación”. Así, Marcilese sostiene que “desde el
plano discursivo, se revalorizó los rasgos culturales de los pueblos originarios como una parte significativa de la
cultura argentina. Al mismo tiempo esta vinculación resultó fundamental para desarticular la relación lógica que
por décadas había supuesto que los rasgos culturales de los pueblos originarios constituían un obstáculo a la
unidad y el progreso de la nación en su conjunto”. Por lo demás, en el ámbito institucional, se crea un organismo
público específico encargado de llevar adelante las políticas para el sector. Por último, y pese a todo, los reclamos
por derechos sobre la tierra no fueron atendidos (Marcilese, 2011: 9).
23. “La Nación Argentina no admite diferencias raciales, prerrogativas de sangre ni de nacimiento; no hay en
191
Martín Aldao y Laura Clérico
ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los
empleos sin otra condición que la idoneidad. La equidad y la proporcionalidad son las bases de los impuestos
y de las cargas públicas”.
24. El agregado da cuenta, asimismo, del contexto de reconocimiento de la prohibición de discriminación
racial contenida en la Declaración Americana de Derechos Humanos de 1948 (art. II) y de la Universal de 1948
(art. 1). Por lo demás, queda pendiente para otros trabajos explorar la relación de este agregado del artículo
28 de la Constitución de 1949, con el papel que jugó Sampay como miembro informante en la constituyente
y su designación en 1975 como miembro integrante del Comité de Naciones Unidas contra la Eliminación de
todas las Formas de Discriminación Racial, habiendo sido designado vicepresidente.
25. Sobre el racismo en Argentina, Grimson sostiene que “las operaciones racistas en la Argentina ‘no admiten
fáciles equivalencias con construcciones de negritud propias de otros contextos’ (Briones, 1998: 23) Es el
caso del ‘cabecita negra’. Cuando en los años treinta, con el inicio de la industrialización por sustitución de
importaciones, se inicia un gran proceso de migración desde las zonas rurales a las urbanas y desde las
provincias hacia Buenos Aires, surge esta fórmula estigmatizante con la cual las clases altas y medias de las
ciudades aluden a la masa inmigratoria. Como señalamos, lo ‘negro’ no se asocia en Argentina a ciertos rasgos
fenotípicos referidos a África, sino que (a la vez que se afirma que ‘es un país sin negros’ en ese sentido)
también se tiende a considerar en el lenguaje ordinario a los ‘pobres’ como ‘negros’ o ‘cabecitas negras’.
Evidentemente, constituye una operación racista, donde la distinción social y cultural están entremezcladas. La
peculiaridad del caso argentino consiste justamente en que ese racismo se encontró durante largas décadas
en función de una operación política… Los obreros-morenos-provincianos se sintetizan en una identidad
política: el peronismo. Y en ‘cabecita negra’ estaba el matiz político que puso sal en el enfrentamiento cuasi
racista de porteños y provincianos: ser ‘negro’ era ser peronista, y viceversa” (Grimson, 2006: 73). Sobre
diversidad en la escuela ver Neufeld y Thisted (2001) y Ronconi (2018).
192
La igualdad en el constitucionalismo social: el proyecto constitucional de 1949
26. Existe abundante literatura al respecto, en especial proveniente de historia social de la educación (Cucuzza
y Acevedo, 1997). El trabajo de esa literatura excede el objetivo de este texto. Sin embargo, el contexto de
apertura queda reflejado en forma sintética en el siguiente párrafo: “En el ámbito escolar, la iconografía
tradicional sin representación popular irá perdiendo su lugar frente a las de imágenes de niños y familias
constituidas por trabajadores y su ámbito de trabajo, que así pasaban a formar parte del universo cotidiano
de los alumnos. Se enfatizaban los valores solidarios por sobre los intereses individuales. Por primera
vez, se introducía, asimismo, la temática industrial y sindical asimilada a la idea de progreso y aparecían
nuevos actores sociales, nuevos referentes simbólicos, en el mundo escolar. Estos cambios se producían en
momentos en que la matrícula escolar y universitaria se expandía velozmente. Los nuevos edificios escolares,
la mayor integración social, el incremento de las mujeres en la educación universitaria, la gratuidad general
que se implantó en todo el sistema, la preocupación del estado por este tema, posibilitaron una notable
democratización en el acceso al sistema educativo” (Pittelli, 2010: 40). Esta apertura positiva desde el prisma
de la igualdad material, no está libre de presentar tensiones y/o contradicciones, en tanto a la vez consagra la
apertura a la educación privada, la inclusión por ley de la educación religiosa en las escuelas públicas que es
un problema para la igualdad y el respeto a la diversidad; el lugar en el que ubica a la familia como garante
de la educación, y objetivos de la educación referidos a ideales corporales de los jóvenes y educación de
las mujeres en el ámbito rural como cuidadoras. Sobre las diversas fórmulas de igualdad y el derecho a la
educación ver Ronconi (2018:151-207).
193
Martín Aldao y Laura Clérico
27. Que fue el que más críticas suscitó desde el campo liberal (Herrera, 2014: 394).
28. Nino afirma que el artículo 38 es un “avance interesante” en el medio de una pugna que parece según el
autor atravesar las discusiones en Argentina entre, por un lado, aquellos que “conciben a la propiedad privada
y al mercado como el principal derecho natural en aras del cual se justifica el más radical sacrificio de los
demás derechos” (Nino, 1991: 389) y, por el otro lado, “quienes suponen que una justicia social concebida
en términos antagónicos con las libertades individuales exige un sistema económico cerrado y protegido
[...] en el medio de esta pugna se produjeron algunos avances interesantes, de conformidad con los que se
daban en Europa occidental en el tratamiento jurídico de la propiedad, como el art. 38 de la Constitución de
1949” (Nino, 1991: 389). Agrega que esta concepción de la propiedad se puede ver reflejada en el derecho
constitucional provincial y cita como ejemplo el art. 67 de la Constitución de Córdoba de 1987 (Nino, 1991:
401). Sobre derechos sociales en el derecho constitucional provincial, ver Benente (2018); y respecto del
derecho a la salud en el derecho constitucional de cada una de las provincias, Clérico, Aldao y Ronconi (2013,
Tomo III), y sobre derecho a la educación en las constituciones provinciales, Scioscioli (2015) y Ronconi (2018).
29. La Ley Fundamental de Bonn de 1949 consagra en el art. 20.1 el Estado Social de Derecho. Es conocido
que los derechos sociales fueron fruto del desarrollo legislativo (normas codificadas en el Sozialgesetzbuch,
Código Federal de Derecho Social) que configuran normas de derecho administrativo federal. A su vez, se
fortaleció la Administración Pública encargada de la ejecución de esas normas y se creó la jurisdicción federal
194
La igualdad en el constitucionalismo social: el proyecto constitucional de 1949
de derecho social. Por lo demás, sobre el carácter constitucional de los derechos sociales, ver Alexy (2007).
30. Autores como Nino advierten que las preocupaciones por los derechos sociales aparecen a principios de
siglo, y que se logran avances legislativos por influencia de legisladores como Alfredo Palacios, entre otros. En el
mapeo de leyes sociales se incluyen la del descanso dominical (1905), la ley sobre trabajo de mujeres (1907),
la ley de accidentes de trabajo (1915), la ley sobre trabajo de menores (1924), la ley sobre jornada de trabajo
(1929), la ley de protección de la maternidad de empleadas (1934). Sin embargo, reconoce expresamente que
el “intento más comprensivo de dictar normas en protección de los derechos sociales lo realizó el gobierno de
Juan D. Perón, tanto a través de diversas leyes como de la reforma constitucional de 1949” (Nino, 1991: 407).
195
Martín Aldao y Laura Clérico
31. Sarrabayrouse Oliveira advierte que la “actitud adoptada por los miembros del Poder Judicial ante la creación
del fuero laboral en el año 1944 resulta paradigmática […] Y es que, indudablemente, la implementación de
los tribunales del trabajo no implicó simplemente un problema vinculado con la organización de la justicia
nacional sino que, ante todo, se trató de un hecho político [...] La creación de una institución que tenía como
objetivo fundamental hacer cumplir los derechos de los trabajadores apuntaba al mejoramiento del estatus tanto
político como social de la clase trabajadora [...] Este fue el motivo por el que, desde un comienzo, la justicia del
trabajo fue abiertamente despreciada por quienes tradicionalmente habitaban los tribunales. Y este menoscabo
atravesó, parejamente, las distintas jerarquías judiciales” (Sarrabayrouse Oliveira, 2011: 76-78). Asimismo,
advierte que en 1944 la Corte Suprema de Justicia no le reconoce rango a la justicia del trabajo. Agrega que se
niega a aplicar la legislación laboral. Por último, no toma juramento a los magistrados del fuero del trabajo. En
1946, el gobierno alega estos hechos, entre otros, para iniciar juicio político a la Corte. Sobre la preparación del
decreto ver Stagnaro (2015: 155 y ss.). Para un análisis del contenido del mismo, ver Palacio (2015).
32. Si bien el decreto era de aplicación restringida a la Capital Federal, para 1949 la justicia del trabajo se
había expandido hacia Corrientes, Salta, Jujuy, Tucumán, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Santiago del
Estero (Palacio, 2015: 64).
33. Acerca de la composición de los tribunales del trabajo, Sarrabayrrouse Oliveira resalta que su perfil era
distinto al de los otros judiciales, ya que “una vez creados los tribunales del trabajo, se produjo una nueva
reacción, pero ahora de la mano de los empleados judiciales. Como relatan Nigra y Contartesi: ‘El empleado
judicial de esa época creía, a tono con la ideología dominante, que la existencia de estos nuevos tribunales
sería efímera. Profundamente imbuida la mayoría de ellos de la creencia de ser privilegiados con un estatus
social que los elevaba por sobre el resto de los asalariados (ya sea por sus sueldos, los dobles apellidos
o las relaciones ‘paternalistas’ con sus superiores, los jueces), no aceptaron incorporarse a un fuero que,
supuestamente, sería declarado inconstitucional por la Corte Suprema con el ‘retorno de la democracia’.
Como consecuencia de ello, se debieron reclutar empleados de otras dependencias del Estado (ministerios,
secretarías, organismos de seguridad). Estos ‘nuevos judiciales’ –pertenecientes al fuero laboral– presentaban
dos características fundamentales que los diferenciaban del resto de la justicia: la fuerte politización de
muchos de ellos y la mayor permeabilidad que mostraban ante la sindicalización. Eran justamente estas
particularidades las que hacían contrastar al fuero laboral con el resto de la justicia, particularmente con el
fuero penal” (Sarrabayrrouse Oliveira, 2011: 77). Sobre la Corte durante el primer peronismo, ver diversas
interpretaciones en Gargarella (2003) y Abásolo (2014).
196
La igualdad en el constitucionalismo social: el proyecto constitucional de 1949
34. Ley N° 11170, de Arrendamiento Rural, de 1921, BO N° 8342, luego reemplazada por la Ley N° 11627 de
Contratos de Arrendamientos Agrícolas, de 1932, BO N° 11516.
35. Para la política económica macro, ver Arceo (2003). Sobre la explotación, la conflictividad obrera y la
represión, ver Bayer (1972) y Acevedo (1983).
197
Martín Aldao y Laura Clérico
36. Ver CSJN (19/09/60), “Fernández c. Poggio”. Fallos 247:646. La mayoría sostiene que: a) La creación
de órganos con jurisdicción especial es compatible con la Constitución Nacional con el fin de hacer más
efectiva y expedita la tutela de intereses públicos, habida cuenta de la creciente complejidad de las funciones
asignadas a la administración (considerando 9) e interpretación de división de poderes dinámica, referencia
art. 95 CN (considerando 10). Sin embargo, una cosa es la adecuación y otra cosa es la violación del principio
(considerando 21 y comparar considerando 5 de la disidencia). b) La jurisdicción administrativa es admisible
constitucionalmente, si (considerando 19): b.1) los litigantes tienen el derecho a interponer recurso contra la
resolución administrativa ante los jueces ordinarios; el art. 18 CN impone una instancia judicial al menos; b.2)
los órganos administrativos que ejercen facultad jurisdiccional no tienen la potestad de dictar resoluciones
finales en cuanto a los hechos y al derecho controvertidos, con excepción de los supuestos en que, existiendo
opción legal, los interesados hubiesen elegido la vía administrativa, privándose voluntariamente de la judicial.
Agregó (considerandos 17 y 20) que en cuanto se entendió que “el recurso debía posibilitar el acceso a una
instancia judicial propiamente dicha, en cuanto a que el control judicial debía serlo no sólo en cuanto al
derecho sino también en cuanto a los hechos”, estándar del control judicial suficiente (considerandos 13 y 14).
El recurso extraordinario federal no satisface las condiciones anteriormente mencionadas (considerandos 21-
23). Concluyen que la organización vigente de las Cámaras Paritarias de Arrendamiento y Aparcerías Rurales
es inválida (considerando 23).
198
La igualdad en el constitucionalismo social: el proyecto constitucional de 1949
37. Retomamos la selección de casos propuesta por Palacio, que ilustra la clase de conflictos con los que
lidiaban las Cámaras: el conflicto entre autonomía de la voluntad y orden público (“Pérez M. y Vivarelli F.
s/ homologación de convenio” Exp. 3450/51 B.A. y “Diaz Colodrero L. M. c/Cardozo, P. s/ desalojo por
subarrendamiento” Exp. 338/50 Rt.); la obligación de retener al sublocador (“Pennella R. y otros c/ Lartigue
E.P. s/ formalización de contrato” Exp. 674/49 B.A.); las prácticas fraudulentas y de mala fe por parte de los
arrendadores (“Heguilein, L. s/ recurso de revisión ley 13.897” Exp. 103/50 C.C. y “Colman, J. A. c/ Iriarte S.
s/ rescisión por falta de pago” Exp. 758/51 P.). Ver Palacio (2013: 88 y ss.). Las Cámaras van a desaparecer a
través de un Decreto Ley N° 1638 del gobierno inconstitucional de J. M. Guido, refrendado, entre otros, por el
entonces Secretario de Agricultura J. A. Martínez De Hoz, ver BO N° 20066 (Palacio, 2015).
199
Martín Aldao y Laura Clérico
38. En este sentido, hay abordajes sobre la igualdad en el primer peronismo desde las ciencias sociales y la
antropología social. Estos requieren ser incluidos para entender las demandas de igualdad de los colectivos
oprimidos. Esto parece ser advertido por la invitación que realiza Grimson a interpretar los eventos del 17
de octubre “como derecho a la ocupación de la ciudad, el 17 es una metáfora de la ocupación por parte de
los sectores populares de la vida social, los espacios públicos y en los años posteriores los espacios de ocio y
consumo. Es decir, condensa en las imaginaciones hegemónicas una ‘igualdad intolerable’, el derecho de los
considerados inferiores a actuar radicalmente como si no lo fueran. Esto repone el hecho de que no lo son y,
por lo tanto, la inestabilidad de las jerarquías” (Grimson, 2016: 51).
39. Sobre esto, Grimson sostiene que la sociedad argentina está constituida sobre las jerarquizaciones de un
racismo que no se estudia, salvo en las nuevas generaciones (Grimson, 2016). A esto habría que agregar la
intersección entre racismo, clasismo y sexismo: Segato (2014), Bidaseca (2011), Moore Torres (2018). Asimismo,
Lamborghini, Geler y Guzmán (2017) realizan un mapeo del campo interdisciplinario de estudios y reflexión
sobre afrodescendencia en Argentina y cómo este ha contribuido a la “revisibilización” y al (re)conocimiento de
un sector de la población invisibilizado y marginado. Asimismo, identifican “los puntos pendientes de avance
y reflexión en los que nuevas miradas que privilegien la articulación entre clasificaciones de lo racial, lo social,
lo nacional y el género promuevan que pensar lo afro y lo negro desde la Argentina no siga ocupando los
márgenes de la academia, sino que entre de lleno en la discusión general de cómo se construyó y se construye
este país”. Agregan que “esto, seguramente, será resultado también de las iniciativas del movimiento afro local
y redundará en que los afrodescendientes de y en Argentina puedan vivir sus vidas sin el racismo cotidiano y
estructural que sufren cotidianamente, y puedan ser reconocidos como sujetos de derecho particulares por un
estado cuya eurofilia todavía no cede” (Lamborghini, Geler y Guzmán, 2017: 90).
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205
Condición jurídica
de la mujer y la familia
en la Constitución de 1949
Susana T. Ramella
I. Introducción
Cada época histórica tiene sus elegidos, sus discriminados o eliminados se-
gún su condición humana. En la Antigüedad, en la Modernidad, en la época
llamada todavía Contemporánea, últimamente posmoderna, a la cual hoy
llamaría cibernética, dado que ya no corresponde a un tiempo común a su
anterior denominación. En esta época también hay discriminados sin dere-
cho siquiera a vivir.
En ese largo recorrido, las sociedades se dividían en hombres libres y
esclavos, nobles y siervos, empresarios y obreros, y podría seguir con una
variada gama de distinciones, pero en todas, la diferenciación entre varón y
mujer se mantuvo casi intacta, aunque con algunas excepciones. Tal es el caso
de las reinas que gobernaron distintos países, como Isabel la Católica, Isabel
I de Inglaterra, Catalina de Rusia y varias más. O la participación de mujeres
en la lucha por la independencia en nuestro país, como Juana Azurduy.
El siglo XX comenzó a reconocerles los derechos a las mujeres, tanto a las
casadas como a las viudas y solteras, derechos que se plasman en la ley prime-
ro y luego en la Constitución de 1949, con algunas salvedades que interesa
desarrollar en este trabajo.
Las creencias sobre la naturaleza, caracteres y función de la mujer y el
varón en la familia y en la sociedad se fundaban en argumentos biológicos, so-
ciales, jurídicos, religiosos. Partían del concepto, o preconcepto, sin pruebas
de ninguna naturaleza, que Dios así lo había determinado al comienzo de la
humanidad, o desde la biología consideraban que la mujer era biológicamen-
209
Susana T. Ramella
te menos inteligente, más afectiva, lo que determinaba que no era apta para el
trabajo fuera del hogar, ni para disponer de su propio peculio y esa naturaleza
biológica debía ser normada en leyes positivas. Por supuesto con excepciones,
como desarrollaremos a continuación.
Hoy, o tal vez desde siempre, se han agregado otros seres a los que no se
les reconoce derechos, ni siquiera su misma humanidad, aunque así lo de-
claren muchos organismos internacionales, me refiero al niño en el vientre
de su madre.
210
Condición jurídica de la mujer y la familia en la Constitución de 1949
da era incapaz relativa de hecho (art. 55) y por ello estaba sujeta a la repre-
sentación de su marido, para administrar sus bienes propios, habidos por
herencia (art. 1277). Solamente podía participar en un juicio bajo la repre-
sentación de su marido; tampoco podía firmar contratos (arts. 54, 55, 56).
El estatus jurídico se modifica en parte con la Ley N° 11357 de 1926.
En ella, la mujer mayor de edad, soltera, viuda o divorciada tenía la misma
capacidad jurídica para ejercer todos los derechos que las anteriores legisla-
ciones otorgaban al varón. La mujer casada mayor de edad ejercía la patria
potestad de sus hijos anteriores al matrimonio, podía ejercer su profesión
y administrar lo producido en ella, pero suponía que daba un mandato al
marido para administrar los bienes que eran propios. La mujer soltera ma-
yor de edad era capaz de hecho, pero incapaz de ser tutora ni curadora (arts.
398 y 475), tampoco testigo en instrumentos públicos (art. 990), ni en los
testamentos (art. 3705); solamente podían ser testigos los varones.
Refiriéndose a dicha ley, el senador Julio Herrera, al debatirse en el Sena-
do de la Nación el voto femenino en 1947, decía:
211
Susana T. Ramella
ción. Bien dicen Bossert y Zannoni: “la capacidad era la regla y la incapacidad,
la excepción […] aunque mantuvo a favor del marido, una suerte de mandato
tácito, determinado por la ley, para administrar los bienes dotales de la mujer,
en tanto ella no lo revocara” (Bossert y Zannoni, 1991: 119).
En cuanto a su capacidad para la acción política también tuvo un largo
derrotero. A fines del siglo XIX, en el orden municipal, en Mendoza y San Juan
las mujeres propietarias votaban, pero era solamente por su posición económi-
ca y no como un derecho de toda mujer. La lucha por conseguir el voto en las
elecciones generales, y sin detenernos en las sufragistas inglesas, tuvo una pio-
nera en Argentina: Julieta Lanteri Renshaw, italiana, ciudadanizada argentina,
médica graduada en el país, reclamó, ante la justicia, su derecho a votar por su
calidad de ciudadana, que le fue reconocido por la Corte Suprema de Justicia.
Claro que solamente ella pudo votar. En 1919 fundó el Partido Feminista Na-
cional, y se presentó como candidata a diputada nacional, cuando todavía no
existía el sufragio femenino.
San Juan también fue pionera al incorporar a la Constitución provincial
de 1927 el voto femenino en las elecciones provinciales. Sería largo enume-
rar todas las consideraciones que se hicieron en el debate de la Convención
Constituyente, que ya he tratado en otra obra (Ramella, 1985: 336-340),
pero sí reiteraré lo que dijo el diario La Prensa, opositor del gobierno de la
Unión Cívica Radical Bloquista que gobernaba San Juan y que propuso la
reforma constitucional: “una constitución donde se le otorga el voto hasta
las mujeres” (La Prensa, 1927: 13). Según su concepto era lo último que se
podía esperar, más allá de que también criticara toda la Constitución por la
incorporación de los derechos sociales.
Recién en 1947 se estableció el voto femenino a nivel nacional. El miem-
bro informante del proyecto, senador por San Juan, Pablo A. Ramella, ar-
gumentó precisamente como antecedente el caso de San Juan contestando
a Armando Antille, senador por Santa Fe, que había cuestionado el sufragio
femenino en San Juan:
debo contestarle al senador por Santa Fe que inquiría sobre los resultados que el
voto a la mujer había dado en esa provincia argentina, y debo contestarle […]
que la aplicación del voto femenino no fue mejor ni peor que el voto de los hom-
bres (Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores, 1946a: 31).
212
Condición jurídica de la mujer y la familia en la Constitución de 1949
213
Susana T. Ramella
La raíz del mal, el factor por excelencia de la denatalidad hay que buscarlo en
el fondo de la conciencia; en el afán de vivir la vida, con un concepto inferior
materialista. Los hijos son una carga. Amamantarlos, educarlos, constituye un
esfuerzo, que las madres no quieren afrontar y que los padres rehúsan porque
aumenta el presupuesto de gastos (Cafferata, 1945).
214
Condición jurídica de la mujer y la familia en la Constitución de 1949
cláusula del inciso 1 tuviera sobre la constitucionalidad de las leyes que nor-
maban el matrimonio, vigentes en ese entonces.
Se debe advertir que, antes de tratar este artículo, por una cuestión de
quórum, los constituyentes de la oposición, los radicales, decidieron abando-
nar el recinto cuando se debatió en el Senado la ley de reforma de la Cons-
titución. Antonio Sobral, antes de abandonar el recinto, pronunció un largo
discurso descalificando toda la reforma. En síntesis, expresó que era para au-
mentar el poder de Perón.
Los peronistas que quedaron defendieron la preexistencia y prevalencia
de la familia sobre el Estado, inspirados en la doctrina de la Iglesia sobre la
familia, y junto a ello, en la concepción subsidiaria del Estado.
215
Susana T. Ramella
credo religioso” (Díaz de Guijarro, 1953: 303). La otra, porque entendía que
“la misma realidad argentina lo demuestra, la familia, desde la emancipación
política, contó con adecuado reconocimiento de su entidad” (Díaz de Guijarro,
1953: 303). En su exposición en el Primer Congreso Argentino de la Población,
organizado por el Museo Social Argentino, consideró que “el Estado tiene que
revelar una mano vigorosa y fuerte en defensa de la raza” (Díaz de Guijarro en
Primer Congreso Argentino de la Población, 1940: 79). Por ello, consideraba
que se debía establecer un certificado prenupcial, la legalización del divorcio y
la anulación de los matrimonios cuando se comprobase la existencia de enfer-
medad con posterioridad al casamiento (1940: 80).
Pero si en los fundamentos religiosos y filosóficos, o en los impedimen-
tos para contraer matrimonio, o en la constitucionalidad de las leyes, no se
ponían de acuerdo, no ocurría lo mismo cuando se trataba de la igualdad
jurídica de ambos cónyuges. Los convencionales del 49 y los doctrinarios jus-
ticialistas que la interpretaron, coincidían con Juan Casiello, que siendo una
conquista de nuestra civilización cristiana […] –éste debe ser el alcance a otor-
garse al enunciado constitucional– sin olvidar el concepto de ordenamiento je-
rárquico […] en todo organismo, no puede dejar de regir también en la familia.
Y este concepto reclama lógicamente que sea el marido primus inter pares. En
caso de conflicto de pareceres, la unidad de la familia, la serenidad y el orden en
el hogar, exigen, por razones obvias, que sea el marido a quien se le reconozca la
autoridad directiva y decisoria (Casiello, 1954: 500-501).
216
Condición jurídica de la mujer y la familia en la Constitución de 1949
Además, entendía que solamente con una ley hubiera bastado, sin nece-
sidad de incluirlo en la Constitución.
Pablo Ramella, en su Derecho constitucional, escrito poco tiempo después
de la Convención Constituyente, cuestiona algunas decisiones jurispruden-
ciales, porque sobre la igualdad jurídica de los cónyuges dice:
1. Es interesante destacar que esta obra no tiene pie editorial a raíz de que estaba escrita sobre la
Constitución de 1949. Ramella intentó publicarla cuando ya se había producido el golpe de Estado contra
Perón. Ninguna editorial se arriesgó a poner su pie de imprenta por esa razón. Lo imprimió el hermano de
Antonio Cafiero, pero no era una editorial.
217
Susana T. Ramella
en el país donde todos sentimos con orgullo la dignidad de ser iguales: la madre,
porque sobre sus rodillas se construyen los hombres con los que se construye la
Nación, y el niño porque acaba de salir de la mano de Dios y nos acerca a Dios
(Diario de Sesiones, 1949: 394).
Desde los más remotos tiempos siempre hubo un largo proceso para lle-
gar a aceptar al otro como un ser diferente pero acreedor a los mismos dere-
chos y obligaciones. La otredad, ya sea por el color de la piel, el aspecto físico
distinto al propio, su idioma incomprensible porque no está en el diccionario
de la Real Academia, su forma de vestir, su sexo, siempre desconcierta y, como
no se lo entiende, se lo esclaviza, se lo somete a servidumbre, se lo mata si
se lo ve peligroso o solamente molesto para la propia existencia por el hecho
de ser distinto. Entonces se le sustraen todos los derechos a los que todo ser
humano es acreedor.
La Constitución de 1949 pareciera que allana ese camino al considerar
la igualdad jurídica de los cónyuges, sin embargo, como se vio en las exposi-
ciones de los convencionales, indudablemente se mantenía la idea de la jefa-
tura del hogar por el marido. Más allá de que fuera derogada en 1955 por el
gobierno de facto, recién en 1969 se le reconoció a la mujer casada su plena
igualdad jurídica.
Hoy pareciera que todo ello se ha superado a raíz de los tratados de dere-
chos humanos, en especial el Pacto de San José de Costa Rica, incorporado a
la Constitución Nacional en 1994, que en su artículo 4-1 expresamente dice:
“Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho está pro-
tegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción. Nadie
puede ser privado de la vida arbitrariamente”. En este contexto, el niño, desde
su concepción, está protegido por los tratados con rango constitucional. Sin
embargo, la discriminación del recién concebido sigue vigente con otras ca-
racterísticas, pero siempre sustrayéndole al diferente sus derechos humanos.
218
Condición jurídica de la mujer y la familia en la Constitución de 1949
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219
La Constitución de 1949
Nuevos delitos, ampliación
de garantías constitucionales
y reformas de la organización judicial
Eugenio C. Sarrabayrouse
I. Introducción. La Constitución de 1949
y las polémicas que rodearon su nacimiento
223
Eugenio C. Sarrabayrouse
esta obra está inspirada por un concepto esencialmente jurídico, por cuanto el
autor no ha sido perturbado por ningún motivo de orden ‘político’, toda vez
que no es un hombre político. Por consiguiente, la interpretación constitucional
dada en cada caso no satisfará quizás a quienes se dejan conducir por su ideología
partidista en su actuación pública, sea en la cátedra, en el libro, en la tribuna par-
lamentaria o en las altas funciones de gobierno. La reconstrucción jurídico-insti-
tucional realizada por la ‘Revolución Libertadora’ del 16 de septiembre de 1955,
restableciendo el imperio soberano de la histórica Constitución de 1853 (con sus
reformas de 1860, 1866 y 1898) motiva y da oportunidad a esta segunda edición
del Curso de Derecho Constitucional, porque –Dios lo quiera–, esa noble y sabia
Constitución ha de regir durante mucho tiempo más los grandes destinos de la
Nación, defendiendo a los argentinos, como escudo seguro y eficaz, de las arteras
asechanzas de las dictaduras y de los regímenes totalitarios y colectivistas. Mien-
tras impere la Constitución del 53, elaborada por ilustres hombres que la sancio-
naron en Santa Fe apenas derrocada la primera tiranía en la batalla redentora de
Caseros, la Nación puede hallar siempre en ella, como lo dijo la Corte Suprema,
‘el Arca Santa de sus libertades’; y si algunas veces fue violada por gobernantes y
políticos, para utilizar el poder en beneficio de sus propios intereses, la Corte Su-
prema pudo, con sus pronunciamientos fundamentales, preservar la pureza de su
espíritu inmortal y la efectividad de sus textos (González Calderón, 1958: 9-10).
224
La Constitución de 1949
a fines de 1955 estaba por publicarse este libro cuando los sucesos de septiembre
de ese año que llevaron al derrumbamiento del gobierno constitucional, origi-
naron una serie de consecuencias de índole general, conocidas por todos, y de
índole personal, que no es del caso mencionar ahora, que impidieron la aparición
de la obra [...] Si a esa fecha me lamentaba de los embates que se hacían al orden
constitucional, después de la actuación del gobierno de facto durante cuyo im-
perio fue hollado todo principio de justicia, ese lamento adquiere hoy caracteres
de angustia. Infortunadamente, por tres veces en este siglo, algunos grupos de las
fuerzas armadas se sustituyeron a la voluntad popular y quebraron el recto juego
de las instituciones. Sin embargo, en 1930 y 1943, por lo menos se salvaron las
apariencias respetando los textos constitucionales (salvo una dolorosa excepción
en la provincia de San Juan) y la integridad de la Corte Suprema de Justicia. En
esta nueva asonada (uso el término constitucional) tanto la Constitución nacional
como las provinciales fueron derogadas por decreto. Los que se rasgaron las ves-
tiduras, juristas y políticos, cuando en 1948 se declaró la necesidad de la reforma
constitucional sin reunirse los dos tercios de la totalidad de los miembros de la
Cámara de Diputados (interpretación antojadiza y bizantina como se demuestra
en el texto), aplaudieron y, lo que es peor, ratificaron con sus fallos tamaña iniqui-
dad realizada contra los derechos del pueblo. Vienen a la mente, sin quererlo, al
comprobar tal rasgo de fariseísmo jurídico, las palabras que se leen en la Profecía
de Daniel cuando se refiere el Señor a los viejos concupiscentes que pretendieron
herir la pureza de Susana: ‘Que la iniquidad salió de Babilonia por los viejos que
eran jueces, que parecían gobernar el pueblo.’ Por eso el pueblo, en cuyas entrañas
vibra el sentido de la verdadera justicia, lapida a tales jueces (Ramella, 1960: 9).
225
Eugenio C. Sarrabayrouse
demás. Cuando una palabra tiene carga emotiva, esta perjudica su significado
cognoscitivo, pues la gente extiende o restringe el uso del término para abarcar
con él o dejar fuera de su denotación los fenómenos que aprecia o rechaza, se-
gún sea el significado emotivo favorable o desfavorable. Esto provoca una gran
imprecisión en el campo de referencia de la expresión (Nino, 2001: 15-16).
Para conseguir aquella finalidad resulta necesario recordar, brevemente,
cómo fue el proceso político que culminó con su abrogación. Luego, ya des-
de una perspectiva jurídica, es indispensable mostrar sus avances en ciertas
materias y los claroscuros en otras, de tal forma que la Constitución de 1949
“vuelva” a ser objeto de estudio, despojada ya de las polémicas que la rodearon
y con la aspiración de que sea la base para futuras reformas indispensables de
nuestro sistema jurídico.
De esta manera, en primer lugar, repasaré el proceso político que desem-
bocó en su derogación, para entender las razones por las cuales dejó de ser es-
tudiada. Luego, y ya ingresando al estudio de la Constitución, examinaré los
delitos políticos incorporados al texto constitucional; las garantías individua-
les, los fines de la pena; el estado de sitio y la aparición de nuevas instituciones
de emergencia; y las reformas en materia procesal y de organización judicial.
Por último, una advertencia metodológica: el análisis de los puntos pro-
puestos será realizado, de manera preponderante, desde la perspectiva de los
autores de la época, es decir, la de aquellos que escribieron y enseñaron desde
la cátedra universitaria la Constitución de 1949. Es una forma de rescatarlos
también a ellos del olvido, y rendirles aquí un humilde homenaje.
226
La Constitución de 1949
1. El texto de la proclama señalaba: “Visto y Considerando: Que la vida institucional de los Estados, el acto
de mayor trascendencia es el de adoptar su Constitución o el de introducir en ellas reformas sustanciales;
Que la facultad de decidir al respecto es un atributo esencial de la soberanía; Que las naciones organizadas
políticamente sobre principios democráticos y republicanos reconocen como exclusivo depositario de
aquella a la totalidad de los ciudadanos, fundamento del que deriva para todos ellos el derecho de libre
determinación; Que este derecho exige para su efectivo ejercicio el goce de la auténtica y absoluta libertad;
Que el gobierno depuesto se ha caracterizado, a través de todos sus actos, por la presión oficial con los que
lo ha precedido, por la violencia material con que los ha impuesto, y, en general, por el desconocimiento
calculado y permanente del derecho de expresar ideas a importantes y vastos sectores de opinión y ha
ciudadanos que, supieron mantenerse con abnegado sacrificio al margen del servilismo implantado como
sistema; Que solamente por la gravitación de estas circunstancias fue posible la reforma constitucional de
1949, la que no ha sido en consecuencia el fiel resultado de una libre discusión a la que haya tenido acceso el
pueblo todo de la Nación; Que la finalidad esencial de la reforma de 1949 fue obtener la elección indefinida
del entonces presidente de la Republica, finalidad probada fehacientemente por la representación opositora
en la Convención Constituyente y reconocida por los convencionales del régimen depuesto; Que la Revolución
libertadora ha tenido su origen en la necesidad de poner término al caos imperante y las causas que lo
originaron; Que, por lo tanto, el gobierno emanado de dicha revolución se considera, en cumplimiento de sus
fines primordiales, en el imperativo de devolver al pueblo de la Republica el pleno goce de las instituciones
que fueron libremente escogidas y menguadamente alteradas; Que a tal efecto y en ese orden de ideas
corresponde en primer término, con carácter de deber impostergable, restablecer la Carta Fundamental que
fue resultante de una libre autodeterminación, requisito al que no se ajustó su reforma de 1949; Que aun
cuando la Constitución de 1853 en la hora actual requiere ciertas reformas ellas deben ser objeto de un
amplio debate público, previo a la Convención constituyente que haya de sancionarlas; Que en consecuencia
corresponde reestablecer, en su anterior vigencia, la Constitución de 1853 con las reformas anteriores al
11 de marzo de 1949, completando de este modo en el orden jurídico fundamental el acto revolucionario
que tuvo por objeto abatir al régimen de la dictadura; Que ha de resolverse también las situaciones de las
provincias, cuyas constituciones fueron reformadas bajo el régimen depuesto de acuerdo con los principios
consagradas en el orden nacional por la reforma de 1949; Que igualmente debe contemplarse la situación
de las nuevas provincias del Chaco, La Pampa y Misiones, cuyas constituciones fueron sancionadas por la
dictadura; Por ello, el Gobierno provisional de la Nación Argentina, en ejercicio de sus poderes revolucionarios
proclama con fuerza obligatoria; Art. 1º- Declarar vigente la Constitución nacional sancionada en 1853, con
las reformas de 1860 y 1896, y exclusión de la de 1949, sin perjuicio de los actos y procedimientos que
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Eugenio C. Sarrabayrouse
228
La Constitución de 1949
1. Los artículos 15 y 21
abstenerme de examinar y juzgar los fundamentos y alcances de esa proclama. Debo sí, para evitar erróneas
interpretaciones, dejar constancia de que no me anima preferencia ni simpatía alguna por la reforma de
1949. Para fundamentar esta renuncia tomo especialmente en consideración, como juez de la Suprema Corte
de Justicia –intérprete final y guardián de la Constitución–, el conflicto de conciencia que me crea dentro de
mis sentimientos y mi temperamento, el hecho de haber jurado, al asumir el cargo ‘por Dios Nuestro Señor
y sobre estos Santos Evangelios... administrar justicia... de conformidad con los principios, declaraciones y
garantías de la Constitución Nacional’ lo que importaba implícitamente reconocer vigencia a la sancionada
en 1853 con todas sus reformas de 1860, 1866, 1898 y 1949 aún excluida ahora esta última por otra vía
que la preceptuada por la misma Constitución y limitada en toda su extensión, por una amplia reserva sujeta
al exclusivo criterio del gobierno provisional. Ante ese conflicto, que no me es dado salvar por simples
razonamientos de orden político y aun jurídicos, no me queda otro camino, para tranquilidad de mi conciencia,
que dimitir al honroso cargo, retirándome a mi hogar provinciano, de donde fui llamado para conferírseme
estas tan delicadas funciones”.
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La Constitución de 1949
una ley especial establecerá las sanciones para quienes, de cualquier manera, pre-
conizaren o difundieren métodos o sistemas mediante los cuales, por el empleo
de la violencia, se propongan suprimir o cambiar la Constitución o alguno de sus
principios básicos, y a quienes organizaren, constituyeren, dirigieren o formaren
parte de una asociación o entidad que tenga como objeto visible u oculto alcan-
zar alguna de dichas finalidades.
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La Constitución de 1949
ción subversiva, aquella que tuviera por objeto cambiar o suprimir la Consti-
tución o sus principios básicos. En cuanto a estos, se mencionaban: el sistema
democrático, la forma de gobierno, la soberanía política y económica de la
Nación, la preeminencia constitucional de la religión católica, los derechos,
deberes y garantías de la libertad personal, los derechos de la familia y el orden
económico, con las proyecciones de la justicia social, sobre la propiedad y la
libre iniciativa privada. Se los consideraba delitos políticos, carácter que debía
tenerse en cuenta a los efectos de la amnistía, la extradición y la pena. Con la
“constitucionalización” de este delito, “se defiende así la Constitución misma
contra cualquier intento de las leyes ordinarias de suprimir la incriminación o
de alterar sus caracteres” (Casiello, 1954: 141; Frías, 1951: 55).
2. El artículo 35
los derechos y garantías reconocidos por esta Constitución no podrán ser altera-
dos por las leyes que reglamenten su ejercicio, pero tampoco amparan a ningún
habitante de la Nación en perjuicio, detrimento o menoscabo de otro. Los abu-
sos de esos derechos que perjudiquen a la comunidad o que lleven a cualquier
forma de explotación del hombre por el hombre, configuran delitos que serán
castigados por las leyes.
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Eugenio C. Sarrabayrouse
ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en
ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales o sacado
de los jueces designados por ley antes del hecho de la causa. Siempre se aplicará,
y aún con efecto retroactivo, la ley penal permanente más favorable al imputado.
Los militares y las personas que les están asimiladas estarán sometidos a la juris-
dicción militar en los casos que establezca la ley. El mismo fuero será aplicable a
las personas que incurran en delitos penados por el Código de Justicia Militar y
sometidos por la propia ley a los tribunales castrenses. Nadie puede ser obligado
a declarar contra sí mismo; ni arrestado, sino en virtud de orden escrita emanada
de autoridad competente. Es inviolable la defensa en juicio de la persona y de los
derechos. El domicilio es inviolable, como también la correspondencia epistolar
y los papeles privados; y una ley determinará en qué casos y con qué justificativos
podrá procederse a su allanamiento y ocupación. Los jueces no podrán ampliar
por analogía las incriminaciones legales ni interpretar extensivamente la ley en
contra del imputado. En caso de duda, deberá estarse siempre a lo más favorable
al procesado. Quedan abolidos para siempre la pena de muerte por causas polí-
ticas, toda especie de tormento y los azotes. Las cárceles serán sanas y limpias, y
adecuadas para la reeducación social de los detenidos en ellas; y toda medida que,
a pretexto de precaución, conduzca a mortificarlos más allá de lo que la seguri-
234
La Constitución de 1949
dad exija, hará responsable al juez o funcionario que la autorice. Todo habitante
podrá interponer por sí o por intermedio de sus parientes o amigos, recurso de
hábeas corpus ante la autoridad judicial competente, para que se investiguen la
causa y el procedimiento de cualquier restricción o amenaza a la libertad de su
persona. El tribunal hará comparecer al recurrente, y, comprobada en forma su-
maria la violación, hará cesar inmediatamente la restricción o la amenaza.
Si se piensa que quienes deben mover esta institución no son ángeles, sino jueces
de carne y hueso, jueces humanos, demasiado humanos, se convendrá que, a pesar
de la seducción de la doctrina de la peligrosidad en el plano teórico, como funda-
mento de la aplicación analógica de la ley penal, la supresión del nulla poena sine
lege, introducida como novedad por el derecho penal totalitario, es el ataque más
directo contra la seguridad jurídica de la libertad personal, por lo que la reforma
la prohíbe, acorde con las conclusiones del Primer Congreso Latinoamericano de
Criminología, celebrado en Buenos Aires en 1937, y con la doctrina del Derecho
penal de los Estados democráticos (Sampay, 1975: 506-507.
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3. En este sentido, ver el artículo 36 de la Constitución de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas
del Atlántico Sur.
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La Constitución de 1949
esta disposición que data desde hace casi cien años, tuvo su origen en otras cons-
tituciones anteriores del país, como las de 1819 y 1826, en cuyas épocas tam-
poco tuvo aplicación [...] El hecho de que en el transcurso de tal lapso, jamás se
haya puesto en ejercicio esta disposición constitucional, demuestra la ineficacia
de la misma. Posiblemente su mismo origen es el que ha influido para que no
haya tenido aplicabilidad en nuestro país, pues dicha institución proviene de
países anglosajones, que con otro concepto la han adoptado [...] En diversas
oportunidades, se han presentado en las Legislaturas proyectos tendientes a su
aplicación, sin concretarse los mismos, demostrando así que la disposición alu-
dida ha continuado siendo letra muerta en la Constitución durante más de cien
años, pues no se ha hecho uso de dicha disposición por el Congreso, lo cual
demuestra que es innecesario mantenerla (AA.VV., 1975: 121-122).
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El constitucionalismo social
en las Constituciones
provinciales de 1949
Cristian Altavilla
Introducción
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Cristian Altavilla
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1. El proceso de provincialización de este último territorio nacional se iniciaría a raíz de un proyecto de ley
presentado por el Presidente Alfonsín en 1986 y luego de varias idas y vueltas, se sancionó la Ley Nº 23775
de Provincialización de Tierra del Fuego (sancionada el 26 de abril de 1990). Las demoras en su sanción se
debieron a los arduos debates acerca de los límites que debía tener la nueva provincia (en particular, respecto
de los límites con Chile) y a la inclusión o no dentro del nuevo territorio provincial a las islas del Atlántico Sur.
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2. Las elecciones provinciales a gobernador de 1946 habían sido ganadas por Blas Benjamín de la Vega de
la UCR (el 29 de mayo).
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3. En el período 1946-1955 existió un estricto bipartidismo, aunque con fuerte predominancia peronista, que
hacia el final del período llegó a ocupar casi el 90% de las bancas de diputados (Altavilla, 2011).
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El constitucionalismo social en las Constituciones provinciales de 1949
libre y políticamente soberana”, dice el texto federal que se inserta como agre-
gado al preámbulo histórico que, en lo demás, queda intacto.
Algunos preámbulos reproducen esta tríada de principios justicialistas,
como Buenos Aires, Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, Jujuy, La Rioja, San
Luis, Santiago del Estero, las que aclaran que “cooperan” con el gobierno
federal en la búsqueda de esos objetivos. El principio de cooperación será uno
de los principios de las relaciones intergubernamentales más invocados por el
texto federal y los respectivos textos provinciales.
Otros preámbulos simplemente manifiestan como objetivo la adecuación
del texto provincial con los principios fundamentales enunciados en la Cons-
titución Nacional (Catamarca, Corrientes, La Rioja, Santa Fe), o bien que
buscan hacerlos efectivos (Buenos Aires, Entre Ríos, La Rioja, Salta, Santiago
del Estero). Otras mencionan entre sus objetivos la felicidad del pueblo (Ju-
juy). Algunas Constituciones no incluyen en sus preámbulos ni la adecuación
a la Constitución Nacional ni los tres objetivos justicialistas, pero sí hablan de
consolidar o afianzar “la justicia en lo social, en lo político y en lo económico”
(Mendoza, Salta) o de “asegurar un régimen de libertad, justicia y solidaridad
social” (San Luis).
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Cristian Altavilla
Los derechos sociales son el reconocimiento por parte del Estado de una
serie de derechos destinados fundamentalmente a proteger los sectores más
vulnerables de la sociedad, esto es, la clase trabajadora, la mujer, niños y ni-
ñas, y ancianos.
Los derechos sociales y culturales serán receptados conjuntamente en el
extenso artículo 37 de la Constitución Nacional, del capítulo III intitulado
“Derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación y la
cultura”, correspondiente a la primera parte de la Constitución. Este capítulo
está precedido por el capítulo II, cuyo título es “Derechos, deberes y garantías
de la libertad personal”. El aditivo de “personal” al final da muestra de la con-
tinuidad y complementariedad de los derechos individuales (liberales) y los
sociales. Pero estos también estarán percibidos bajo una nueva concepción, ya
que se adicionan los deberes: el individuo ya no es un sujeto que vive aislado,
un homo æconomicus que no tiene restricciones del ambiente que lo rodea,
sino que vive en sociedad, en comunidad con otros sujetos y por esa misma
razón, le competen ciertos “deberes”.
El capítulo III, compuesto de un único artículo, el 37, comienza re-
conociendo “los siguientes derechos especiales”. Las constituciones del 49
denominarán a este conjunto de nuevos derechos, los de segunda genera-
ción, como derechos especiales, que se agregan a continuación de los clásicos
derechos individuales o “personales” –según la terminología que utilizan
estas constituciones–.
El artículo 37 se divide en cuatro partes, dedicadas a los derechos: I. Del
trabajador; II. De la familia; III. De la ancianidad; y culmina con el apartado
IV. De la educación y la cultura.
Los derechos del trabajador comprenden: 1. Derecho de trabajar; 2. De-
recho a una retribución justa; 3. Derecho a la capacitación; 4. Derecho a
condiciones dignas de trabajo; 5. Derecho a la preservación de la salud; 6.
Derecho al bienestar; 7. Derecho a la seguridad social; 8. Derecho a la protec-
ción de su familia; 9. Derecho al mejoramiento económico y 10. Derecho a
la defensa de los intereses profesionales.
Cada uno de estos derechos están enumerados y enunciados dentro del
apartado I del art. 37, y están redactados de una manera más bien decla-
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4. Recordemos que, para entonces, la legislación en materia laboral y previsional era una competencia compartida
entre nación y provincias. Recién en la reforma constitucional de 1957 se agregará entre las atribuciones del
Congreso de la Nación la de dictar códigos en materia de “trabajo y seguridad social” (art. 67, inc. 11), quedando
desde entonces como competencia delegada de manera privativa al gobierno federal (actual art. 75, inc. 12).
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Cristian Altavilla
creación de tribunales de arbitraje (Entre Ríos, art. 42, inc. h); tribunales del
trabajo (Mendoza, art. 47); y la estabilidad del empleo público (Santa Fe, art.
17). Mendoza prevé protección para la madre obrera y para el niño, aunque
esta disposición ya estaba incluida en la Constitución de 1916.
Algunas provincias avanzan con la definición del derecho al trabajo. Así,
Mendoza dice que el “trabajo es un deber social” y que todos sus habitantes
no solo tienen el derecho al trabajo, sino que además tienen “la obligación de
realizar una actividad o función que contribuya al desarrollo material y cultu-
ral de la colectividad” (art. 44). Salta, en forma similar, declara que el trabajo
“en sus diversas formas es un deber del individuo hacia la sociedad” (art.
45). Jujuy establece que es un deber de todos los trabajadores el de producir
con el rendimiento adecuado, de perfeccionar los métodos de producción, de
respetar los intereses justos de la comunidad, de contribuir a la creación del
bienestar colectivo, de cultivar normas de moral, de restituir a la sociedad en
forma de trabajo lo que de ella se recibe en forma de bienestar y de poner la
fuerza gremial al servicio de los intereses de la nación y de la provincia (art. 6).
La Rioja establece que el trabajo es “la más noble actividad humana” (art. 39).
Con respecto a los derechos de la familia y de la ancianidad, el art. 37
de la CN, en sus apartados II y III, reconoce los derechos de la familia y de
la ancianidad, respectivamente. Estas disposiciones serán enunciadas con un
estilo muy particular que caracterizará a las constituciones del 49. Se aparta
de la técnica legislativa clásica, que es más concreta y precisa en su redacción,
tratando de abarcar lo universal, para pasar a una sintaxis más minuciosa pero
menos precisa, en el sentido de que ya no busca ser universal, sino contemplar
la particular realidad del sector o grupo de que se trata. Muchas de estas dis-
posiciones contienen, más que la enunciación en sí de derechos, conceptos,
ideales y programas a futuro; “muchas de las nuevas normas se escribieron
en un tono declamativo” (Palazzo, 2016), que se traduce, muchas veces, en
“verbalismos” (Torres Molina 2008: 202), más que en derechos concretos y
puntuales. Se trata más bien de la fijación de una postura por parte del Estado
o de declaraciones acerca de estas dos temáticas sensibles para la sociedad.
El apartado II define a la familia “como núcleo primario y fundamental
de la sociedad” y, en cuanto tal, “será objeto de preferente protección por
parte del Estado, el que reconoce sus derechos en lo que respecta a su cons-
titución, defensa y cumplimento de sus fines”. Es dable observar aquí que
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El constitucionalismo social en las Constituciones provinciales de 1949
todo niño tiene derecho a la protección integral por cuenta y cargo de su familia.
En caso de desamparo total o parcial, moral o material, permanente o transito-
rio, corresponde a la provincia, como inexcusable deber social, proveer a dicha
protección, ya sea en forma directa o por medio de los institutos y fundaciones
creados o a crearse con ese fin, sin perjuicio de la subrogación de ella o de dichos
institutos para demandar a los familiares remisos y solventes los aportes corres-
pondientes (art. 18).
El tono declamativo con que fueron reconocidos estos derechos dio ori-
gen al distingo entre cláusulas programáticas y operativas. Las operativas son
aquellas que se aplican por sí mismas, pues no requieren de reglamentaciones
posteriores para entrar en funcionamiento; las programáticas son reglas cons-
titucionales no autoaplicativas o no autooperativas, es decir, que no se aplican
267
Cristian Altavilla
directamente o por sí mismas, sino que requieren de otra norma (ley o de-
creto) reglamentaria o complementaria (Sagüés, 2017). Así, la Corte Supre-
ma de Justicia de la Nación, mediante Acordada del 31 de marzo de 1949,
interpretando el artículo 16 de la nueva Constitución,5 entendió que había
que distinguir, en el nuevo texto constitucional, entre “las cláusulas consti-
tucionales directamente operativas y aquellas que no lo son por requerir la
correspondiente legislación suplementaria” (véase también, Palazzo, 2016),
distinción que ya había sido aceptada por la doctrina y la jurisprudencia.
5. El cual dispone que “El Congreso promoverá la reforma de la actual legislación en todos sus ramos, con el
fin de adaptarla a esta Constitución”.
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El constitucionalismo social en las Constituciones provinciales de 1949
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Cristian Altavilla
El Estado podrá intervenir, por ley especial, en las actividades económicas y expro-
piar establecimientos cuando su situación de monopolio obstaculice el desarrollo
progresista de la industria o cuando la acción privada tenga por fin dominar los
mercados, eliminar la competencia o aumentar arbitrariamente los beneficios, abu-
sando de los derechos fundamentales que asegura esta constitución
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El constitucionalismo social en las Constituciones provinciales de 1949
Anno, párr. 16– “llamada individual y social, según que atienda al interés de
los particulares o mire al bien común”.
Las Constituciones de Santiago del Estero y de Santa Fe autorizan di-
rectamente la monopolización de ciertas actividades por parte del Estado, lo
que en prácticamente todos los casos se ha hecho respecto de los servicios
públicos. Ya no se habla de simple intervención, de regulación, de limitación
o dirección de cierta actividad, sino de “ejercicio exclusivo de una actividad”
(Berraz Montyn, 1950), que excluye cualquier otra participación. En este
sentido, la Constitución Nacional fue contundente respecto del rol de los ser-
vicios públicos, los cuales no solo serían prestados directamente por el Estado,
sino que, además, se prohibiría expresamente su enajenación o concesión.
Con respecto a los servicios públicos, el art. 40, 3° párrafo de la CN esta-
blece que “los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado”, qui-
tando con esto la posibilidad de que pudieran ser prestados por particulares.
En este punto, el texto del 49 fue tajante: “y bajo ningún concepto podrán
ser enajenados o concedidos para su explotación. Los que se hallaran en poder
de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación
con indemnización previa, cuando una ley nacional lo determine”.
Se inicia así (o mejor dicho, se constitucionaliza así una práctica que ya
pocos años antes se venía afianzando) la etapa “la época de las nacionaliza-
ciones”, como dice Gordillo (2014), en la que los servicios privados pasaron
a manos del Estado y recibieron el mismo régimen jurídico de la administra-
ción. De esta manera, servicio público y función administrativa se confun-
dieron en un mismo régimen jurídico y en una misma praxis administrativa.
Las Constituciones provinciales, nuevamente, se limitaron a reproducir el
texto nacional. Reproducen literalmente el texto federal las Constituciones de
Jujuy (art. 16, 2° párr.), La Rioja (art. 56), Salta (art. 42), San Juan (art. 38)
y Tucumán (art. 35, 7° párr.).
Otro grupo de provincias reconocen que “los servicios públicos pertenecen
originariamente, según su naturaleza y características, a la Provincia o a las mu-
nicipalidades”, aclarando sin embargo que “bajo ningún concepto podrán ser
enajenados o concedidos para su explotación. Los que se hallaran en poder de
particulares serán transferidos a la Provincia o a las municipalidades, mediante
compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley nacional lo
determine” (así lo dispone expresamente la Constitución de Buenos Aires, art.
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Cristian Altavilla
6. Principio que la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha receptado en sus fallos, tomándolo a su vez de
la Corte Suprema de los EE.UU., la que sostuvo que la incorporación de nuevos estados a la federación se hace
bajo la regla del equal footing, es decir, del principio de la igualdad (conf. CSJN, fallo “Provincia de La Pampa
c. Provincia de Mendoza”, Considerando N° 40, Sentencia del 03/12/1987).
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El constitucionalismo social en las Constituciones provinciales de 1949
la federación bajo las mismas condiciones y con los mismos derechos que
las provincias históricas.
Tal como lo establecían las respectivas Leyes de provincialización (Ley N°
14037, sancionada el 20/07/1951 de La Pampa y del Chaco y Ley Nº 14294,
sancionada el 10/12/1953 de Misiones –ambos textos son idénticos–), la
convención constituyente provincial debía ser convocada por el Presidente
de la República (art. 3), y la elección de los convencionales se efectuaría con-
forme a la ley nacional de elecciones y en forma simultánea con las elecciones
nacionales de renovación del Poder Ejecutivo y del Congreso nacional (art.
4). La Convención provincial estaba compuesta por un total de 15 conven-
cionales (art. 5) y contaba con un plazo de 90 días desde su instalación para
finalizar su tarea (art. 8).
Los artículos 9 y 10 fijaban las bases del poder constituyente provincial: en
primer lugar, la primera parte del artículo 9 establecía que “cada convención
dictará una constitución bajo el sistema representativo, republicano, de acuer-
do con los principios, declaraciones y garantías de la Constitución Nacional y
que asegure la administración de justicia, el régimen municipal, la educación
primaria”, tal como lo establece el artículo 5 de la Constitución Nacional en su
versión 1853/60, agregando en su segunda parte: “y la cooperación requerida
por el gobierno nacional a fin de hacer cumplir la Constitución Nacional y las
leyes de la Nación que en su consecuencia se dicten” –requisito que fue incor-
porado al artículo 5 en la reforma constitucional de 1949–.
Además de estos requisitos impuestos por la propia Constitución, las le-
yes establecían que las nuevas Constituciones debían
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Cristian Altavilla
7. En 1951, la Ley N° 14032 (sancionada el 11/07/1951) había establecido el sistema uninominal por
circunscripciones electorales exclusivamente para la elección de diputados nacionales, tal como se había
implementado en 1905 (Altavilla, 2011, 2016 y 2018).
8. En La Pampa el PJ obtuvo una abrumadora mayoría del 73,61% frente al 26,38% de la UCR; fueron electos
4 convencionales mujeres y 11 varones (Zink et al, 2011).
9. Al respecto, comenta Pancallo D’Agostino que la labor de esta convención fue más bien simbólica: “Durante
ese corto lapso uno de los convencionales leyó el texto del proyecto de Constitución que venía del Ministerio
del Interior, que se había presentado por Secretaría, y que el cuerpo se limitó a aprobar […] aconsejándose
su sanción en la sesión del 13 de noviembre”.
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El constitucionalismo social en las Constituciones provinciales de 1949
lado, todos pertenecían al mismo partido político y, por el otro lado, las
convenciones habían trabajado sobre un texto que había sido enviado desde
el Poder Ejecutivo Nacional, en base al cual se aprobaron estas primeras
Constituciones (Alonso, 2007; Etchenique, 2003), que estuvieron basadas,
fundamentalmente, en la nueva Constitución Nacional y en el Segundo
Plan Quinquenal (1953/57) (Zink et al, 2011).
Las tres Constituciones tendrán una estructura idéntica: dividen sus tex-
tos en ocho secciones, subdivididas, estas, a su vez, en capítulos. La sección
primera trata sobre la parte dogmática de la Constitución, abordando los
derechos, declaraciones y garantías de los ciudadanos, con una primera parte
referida a los derechos individuales (clásicos) y la recepción, a continuación,
de los derechos sociales, económicos y culturales.
Los tres textos comienzan sus preámbulos con la leyenda “Nos, los re-
presentantes del pueblo trabajador”, una sutil diferencia respecto a los demás
textos provinciales y al nacional. La Convención Constituyente de La Pampa
decidió nombrar a la nueva provincia como “Eva Perón”, mientras que la cha-
queña designó a su provincia como “Presidente Perón”; Misiones conservó su
nombre histórico.
En la Constitución de la provincia Presidente Perón (Chaco) la primera
sección abarcaba cuatro capítulos: “Declaraciones generales, derechos, debe-
res y garantías”; “Derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y
de la educación y la cultura”; “Educación e instrucción” y “Función social de
la propiedad, régimen económico y de los servicios públicos”; mientras que
en la provincia de Eva Perón (La Pampa) se incluyeron dos capítulos más: se
desdobla el capítulo I en dos capítulos: capítulo I “Declaraciones Generales”
y capítulo II “Derechos, deberes y garantías”, y se agrega un capítulo más
dedicado a “Salud pública” (art. 28). La Constitución de Misiones es idéntica
a la de Presidente Perón, pero agrega un último capítulo dedicado también a
“Salud pública” (arts. 27 y 28).
Con respecto a los derechos sociales, las tres Constituciones incorporan un
artículo idéntico que establece que
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Cristian Altavilla
para la realización efectiva de tales derechos (Eva Perón, art. 19; Presidente
Perón, art. 19 y Misiones, art. 18).
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El constitucionalismo social en las Constituciones provinciales de 1949
habían sido sus primeras (y por tanto, únicas) Constituciones. Además, se les
restituía el nombre que tenían cuando eran territorios nacionales.
El restablecimiento del texto constitucional nacional de 1853 no es, sin
embargo, total, ya que se encontraría parcialmente supeditado a las disposi-
ciones del gobierno de facto, sin olvidar, claro, que se trataba en sí mismo de
un gobierno instaurado al margen del orden constitucional. Como conse-
cuencia de este acto, el derecho constitucional argentino se retrotrae a 1946,
restableciéndose todas las Constituciones vigentes a ese momento.
Como es sabido, un año más tarde se produce la reforma Constitucional
federal, que incorporará el artículo 14 nuevo o bis, un pequeño compendio
de los derechos sociales, principalmente laborales y previsionales, y el reco-
nocimiento dentro de las atribuciones del Congreso de la Nación de dictar
los códigos “del trabajo y seguridad social” (art. 67, inc. 11), quedando desde
este momento como competencia delegada y exclusiva del gobierno federal
–prohibida, por tanto, a las provincias–.
Si bien este nuevo gobierno se había empecinado en una política de “bo-
rrón y cuenta nueva”, intentando deshacer todo rastro del gobierno justicia-
lista, los hechos terminaron por mostrar una realidad totalmente distinta. Las
provincias pronto se vieron con textos constitucionales arcaicos, desfasados
con la época que se vivía. En un intento por recuperar parte de aquel consti-
tucionalismo social se llevaron a cabo una serie de reformas constitucionales
en las provincias. Este ciclo se dio, sin embargo, en el marco de un contexto
político, económico, social e institucional débil e inestable, lo que en muchos
casos atentó contra la plena incorporación de los nuevos derechos.
Así, un conjunto de provincias históricas decidió avanzar en la reforma
de sus textos, los restablecidos después de la derogación de las constituciones
de 1949: Corrientes y Santiago del Estero en 1960, Santa Fe y San Luis en
1962 y Catamarca en 1965. Estas reformas no fueron muy significativas y
se limitaron a reconocer algunos de los derechos sociales. En el caso de San
Luis, por ejemplo, la Convención logró introducir algunos pocos cambios
antes de finalizar intempestivamente su labor por el advenimiento del golpe
de Estado de 1962 (Altavilla, 2019). Por el otro lado, las provincias nuevas
fueron convocadas (mediante Decreto-Ley N° 4347 del 26 de abril de 1957)
a elegir convencionales constituyentes para darse sus nuevas Constituciones.
Son aquellas provincias que habían sido creadas en junio de 1955 y que, por
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Cristian Altavilla
10. En 2014, la Legislatura de la provincia de Misiones declaró que su primera constitución fue la de 1954,
declarando el “Día del Provinciano Misionero” el 17 de noviembre en conmemoración a la sanción de la
Primera Constitución Provincial del año 1954, y no la de 1958.
11. La Constitución de San Luis de 1987 prescribe que “Todos los habitantes gozan de los derechos y garantías
consagrados por esta Constitución de conformidad con las leyes que reglamentan razonablemente su
ejercicio. Los principios, declaraciones, derechos y garantías contenidos en ella no pueden ser alterados por
disposición alguna. Tales enunciaciones no son negatorias de otros derechos y garantías no enumerados,
pero que nacen de la libertad, igualdad y dignidad de la persona humana, de los requerimientos de la justicia
social, de principios de la democracia, de la soberanía del pueblo, de la forma republicana de gobierno, de
la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los tratados universales o regionales de derechos
humanos ratificados por la Nación” (art. 11). Córdoba, en su última disposición transitoria ordena que “toda
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El constitucionalismo social en las Constituciones provinciales de 1949
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Por un constitucionalismo
de izquierdas
El legado, bueno y malo,
de la Constitución de 1949
Mauro Benente
Introducción
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Mauro Benente
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Por un constitucionalismo de izquierdas
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1. La Constitución fue sancionada el 11 de marzo de 1949, pero fue anulada por el gobierno de facto de
Pedro Eugenio Aramburu el 27 de abril de 1956, restituyéndose la vigencia de la Constitución de 1853, con
las reformas de 1860, 1866 y 1898. La anulación no solamente se produjo en el contexto de una dictadura,
sino que, para agregar aun mayor ilegalidad, se realizó mediante una proclama.
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Por un constitucionalismo de izquierdas
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Mauro Benente
2. Durante el debate, con gran exageración, Lebensohn hizo un paralelismo entre los dos tercios del Congreso
de la Nación y del Reichstag durante el nacionalsocialismo: “El advenimiento del hitlerismo en Alemania fué
[sic] posible por haberse computado los dos tercios de los presentes. Eliminados los comunistas del Reichstag,
una mayoría ocasional que formaba dos tercios abrogó la Constitución de Weimar y concedió plenos poderes
al canciller, iniciándose el proceso que condujo a la catástrofe mundial” (Lebensohn en Diario de Sesiones,
1949: 151-152). Ver también Lebensohn en Diario de Sesiones (1949: 327-330). Un paralelismo con Mussolini,
por otras razones, en Vítolo en Cámara de Diputados de la Nación (1948: 2658). Como contrapartida, en
un registro notablemente menos exagerado, Sampay acusó al radicalismo de defender “los designios del
imperialismo” (Sampay en Diario de Sesiones, 1949: 193).
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Por un constitucionalismo de izquierdas
3. Por otra parte, vale destacar que la reforma de 1860 sí avasalló ciertas reglas constitucionales, puesto
que la Constitución de 1853 estipulaba que durante los primeros diez años de vigencia el texto no se podría
reformar, y que cualquier proyecto de declaración de reforma debía iniciarse en la Cámara de Senadores. Sin
embargo, la Constitución fue reformada en 1860 –a los siete años de vigencia-, con un proyecto que se inició
en la Cámara de Diputados (Benente, 2016).
4. En 1993, la necesidad de la reforma fue declarada por una Ley –la N° 24309– y en el caso “Polino, Héctor
y otro c. Poder Ejecutivo” la Corte Suprema de Justicia de la Nación convalidó, en una sentencia del 7 de abril
de 1994, que la declaración se realizara mediante una ley.
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Mauro Benente
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7. Un importante retroceso en términos democráticos fue la supresión del juicio por jurados. De todas
maneras, su justificación se hizo en torno a la falta de eficacia de la norma constitucional y no a la luz de
ninguna teoría de la democracia (Bustos Fierro en Cámara de Diputados de la Nación, 1948: 2700-2701;
Giardulli en Diario de Sesiones, 1949: 372).
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Mauro Benente
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Por un constitucionalismo de izquierdas
8. Ver también, Dalla Vía (2009: 51) y Badeni (2006: 184). Con mayor densidad y prolijidad teórica, ver
Negretto (2015: 168-184).
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Por un constitucionalismo de izquierdas
que también lucen altas dosis de autoritarismo. Aquello que no creo que esté
sujeto a debates conceptuales consistentes es la caracterización del gobierno
peronista como absolutista o totalitario, rótulos que quizá pueden permitirse
en el juego de la arena política, pero causan asombro en trabajos (supuesta-
mente) académicos dedicados al estudio del constitucionalismo. De esta ma-
nera, resulta bastante irresponsable que Germán Bidart Campos afirme que la
reforma “alteró la democracia como forma de Estado, suplantándola por un
totalitarismo” (1986: 116), y que Gregorio Badeni sostenga que se llevó ade-
lante bajo “la influencia del fascismo italiano y cierta cuota de resentimiento
social propia del nacional socialismo alemán” (2006: 185).
Por su parte, y como era de esperar, el Partido Peronista reivindicó la
reforma del entonces artículo 77. Tanto en el debate de la Cámara de Diputa-
dos como en la Convención se citó una carta en la cual Juan Bautista Alberdi
le confesaba al entonces presidente Justo José de Urquiza el arrepentimiento
por haber incluido la cláusula de no reelección (Colom en Cámara de Dipu-
tados de la Nación, 1948: 2674; Valenzuela en Diario de Sesiones, 1949: 454;
Cámpora en Diario de Sesiones, 1949: 469). Asimismo, se planteó que la no
reelección era contraria a la democracia “porque si el pueblo elige a los sujetos
del poder político, es contradictorio que la Constitución le impida hacerlo
con determinada persona” (Sampay en Diario de Sesiones, 1949: 289). De esta
manera, la democracia se constituye con “los comicios puros y libérrimos y la
omnímoda potestad del pueblo para elegir a quien quiera, sin limitaciones”
(Valenzuela en Diario de Sesiones, 1949: 454). Para avanzar en una profunda
reforma democrática había que “dejar que el pueblo ejerza su voluntad elec-
toral sin limitaciones de ninguna especie” (Cámpora en Diario de Sesiones,
1949: 470). En el mismo orden de ideas, si el pueblo se veía imposibilitado de
elegir a quien deseara, podría rebajar su confianza en el sistema democrático:
la reforma debía contemplar la
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Mauro Benente
9. De esta manera, “cada vez que un auténtico revolucionario llega a la Presidencia de la República, estas
fuerzas [las del liberalismo burgués] especulan con la brevedad de su mandato, con la renovación presidencial,
para efectuar entonces una contrarrevolución incruenta. Esto fue lo que sucedió con Hipólito Yrigoyen” (Luder
en Diario de Sesiones, 1949: 342). En el mismo orden de ideas, en el debate en la Cámara de Diputados,
García se preguntaba: si en 1922 no hubiera existido el actual artículo 77 y el radicalismo hubiera reelegido a
Yrigoyen, ¿cuántos males se hubieran evitado?” (García en Cámara de Diputados de la Nación, 1948: 2691).
10. La supresión del Colegio Electoral y la consecuente elección directa del Poder Ejecutivo también lo
dotaba de mayor poder, “convirtiéndose en un auténtico titular de la voluntad del pueblo” (Sampay en
Diario de Sesiones, 1949: 363).
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Por un constitucionalismo de izquierdas
11. En su intervención en la Cámara de Senadores, el Ministro del Interior reiteraba: “El Poder Ejecutivo
considera que la reforma constitucional puede satisfacer con amplitud las exigencias actuales de la Nación,
sin afectar en lo más mínimo los principios fundamentales que sustentan nuestro régimen de gobierno”
(Ministro del Interior en Cámara de Senadores de la Nación, 1948: 1380). Ver también Ministro de Relaciones
Exteriores y Culto en Cámara de Senadores de la Nación (1948: 1393), Mathus Hoyos en Cámara de Senadores
de la Nación (1948: 1413), Amelotti en Cámara de Senadores de la Nación (1948: 1418), Gómez de Junco en
Cámara de Senadores de la Nación (1948: 1424).
12. Si bien merecería un tratamiento más detallado, desde una perspectiva de izquierdas, la consolidación
de un Poder Ejecutivo fuerte no debería incluir –al menos en principio– la facultad de limitar ciertas
garantías constitucionales, tal como se estableció con la inclusión del estado de prevención y alarma
(artículos 34 y 83, inciso 19).
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Por un constitucionalismo de izquierdas
303
Mauro Benente
13. En este sentido, Díaz de Vivar en Cámara de Diputados de la Nación (1948: 2667). Asimismo, en el
discurso ante la Convención, Perón había sostenido: “Mientras se fundaban los grandes capitalismos, el
pueblo permaneció aislado y expectante. Después, frente a la explotación, fortaleció su propio descontento.
Hoy no es posible pensar organizarse sin el pueblo, ni organizar un Estado de minorías para entregar a unos
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Por un constitucionalismo de izquierdas
Si bien hoy tenemos otro lenguaje disponible, creo que uno de los gran-
des legados de los debates constituyentes de 1949 es la imposibilidad de pen-
sar el sistema de los derechos y el sistema democrático como esferas situadas
solamente en el plano político, y concebir a este completamente desligado
del económico. Enunciado de otra manera, la enseñanza indica que “en una
verdadera democracia debe existir una distribución equitativa de la riqueza”
(Ramella en Cámara de Senadores, 1948: 1375). La distribución y regulación
de la riqueza y el capital marcan uno de los legados más relevantes para un
constitucionalismo de izquierdas, para usar de modo emancipatorio los deba-
tes y objetivos de la reforma de 1949.
pocos privilegiados la administración de la libertad. Esto quiere decir que de la democracia liberal hemos
pasado a la democracia social” (Perón en Diario de Sesiones, 1949: 29).
305
Mauro Benente
14. No podré detenerme sobre esta temática, pero me parece importante destacar que el concepto de
derecho social aludía a “un proceso de socialización del derecho común” (Nazar en Diario de Sesiones,
1949: 520), que trataba de regular y atenuar las desigualdades en y más allá del ámbito laboral. De acuerdo
a la explicación de Sampay, el derecho social “tiende a resolver la llamada ‘cuestión social’, a regular las
relaciones y condiciones oriundas de la prestación del trabajo, y a proteger a los económicamente más
débiles” (Sampay en Diario de Sesiones, 1949: 444).
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Por un constitucionalismo de izquierdas
Son escasos los trabajos que han abordado el proceso de reforma cons-
titucional de 1949. Dentro de estos pocos trabajos, la mayoría se posiciona
desde una defensa tanto del gobierno peronista cuanto de los alcances de la
reforma y remarcan que el nuevo diseño institucional se inscribe en un pro-
grama gubernamental que instituye al Estado como un agente de regulación
del mercado y de distribución de excedentes (Azzali, 2014: 133-168; Cholvis,
2013a: 6-7, 21, 135-154; 2013b: 633-643; Herrera, 2014; Koenig, 2015:
139-148; Ramella, 2004, 2007; Ríos, 2014: 100-104). Por su lado, en otros
trabajos dedicados al estudio del peronismo, la reforma se presenta vinculada
al modelo de justicia social e intervención estatal en la economía que estaba
desarrollando el entonces gobierno (Buchrucker, 1999: 330-334; Del Barco,
1988: 113, 117-122; Eggers Lan, 1973: 84-85, 98-100). Estas aproxima-
ciones conceptuales sobre la reforma de 1949, que subrayan la dimensión
económica, coinciden con el modo en que Sampay la define hacia mediados
de la década de 1970, cuando en un estudio sobre la historia de los diferentes
textos constitucionales argentinos no duda en remarcar que el gran aporte de
la Constitución de 1949 fue el cambio de modelo económico:
Esta lectura realizada por el propio Sampay, y por quienes se han dedicado
a estudiar al peronismo y a la reforma de 1949, no es (solamente) una muestra
de agudeza intelectual, sino que si revisamos los debates en la Cámara de Di-
putados y en el Senado al sancionar la Ley N° 13233, y los de la Convención
Nacional Constituyente, de modo sistemático aparece la necesidad de plasmar
en la Constitución la justicia social, la intervención del Estado en la economía,
15. En el mismo orden de ideas, ver Sampay (1999: 282-287; 2012a: 100-101; 2012b).
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Mauro Benente
16. Ver López Serrot en Cámara de Diputados de la Nación (1948: 2657), Díaz de Vivar en Cámara de Diputados
de la Nación (1948: 2663, 2665-2666), Colom en Cámara de Diputados de la Nación (1948: 2675), Ramella en
Cámara de Senadores de la Nación (1948: 1375), Ministro del Interior en Cámara de Senadores de la Nación
(1948: 1379), Herrera en Cámara de Senadores de la Nación (1948: 1382), Tascheret en Cámara de Senadores
de la Nación (1948: 1389), Ministro de Relaciones Exteriores y Culto en Cámara de Senadores de la Nación
(1948: 1392-1394), Soler en Cámara de Senadores de la Nación (1948: 1402), Mathus Hoyos en Cámara de
Senadores de la Nación (1948: 1414), Vallejo en Cámara de Senadores de la Nación (1948: 1419-1420, 1422),
Sampay en Diario de Sesiones (1949: 274-284), Valenzuela en Diario de Sesiones (1949: 311-325), Luder en
Diario de Sesiones (1949: 340-341), Teisaire en Diario de Sesiones (1949: 355), Espejo en Diario de Sesiones
(1949: 383-384), Mende en Diario de Sesiones (1949: 394-395), Parera en Diario de Sesiones (1949: 417-
418), Martiri en Diario de Sesiones (1949: 431-433, 514-517), Maturo en Diario de Sesiones (1949: 436-437),
Evans en Diario de Sesiones (1949: 459), Maxud en Diario de Sesiones (1949: 462-464), Simini en Diario de
Sesiones (1949: 465), Martínez Casas en Diario de Sesiones (1949: 508-511).
308
Por un constitucionalismo de izquierdas
es contradictoria en sí misma […] significa dejar libres las manos a los distintos
grupos en sus conflictos sociales y económicos, y por lo mismo, dejar que las
soluciones queden liberadas a las pujas entre el poder de esos grupos. En tales
circunstancias, la no intervención implica intervención en favor del más fuerte
(Sampay en Diario de Sesiones, 1949: 270).
309
Mauro Benente
310
Por un constitucionalismo de izquierdas
Referencias
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Documentos
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Cámara de Senadores de la Nación (1948)- 42ª Reunión- 36ª Sesión Ordinaria. Agosto 27 de 1948.
Pacto de Unidad (2006). Propuesta para la nueva Constitución Política del Estado. Por un Estado
plurinacional y la autodeterminación de los pueblos y naciones indígenas, originarias y
campesinas.
313
Epílogo
Enrique Del Percio
Cuando las autoridades de la Universidad Nacional de José C. Paz me hon-
raron pidiéndome el epílogo para La Constitución maldita, cruzaron por mi
mente en simultáneo Haití y el peronismo: la Revolución Maldita y “el hecho
maldito del país burgués”. Los malditos: ese resto excluido que, cuando se
atreve a querer cambiar la historia, además de ignorado, humillado y ofendi-
do, debe ser silenciado. Me resisto a usar la palabra, pero es la que correspon-
de: ese resto debe desaparecer incluso de los libros de historia. La sola mención
de los hitos que recuerden sus gestas es insoportable.
En efecto, así como ha ocurrido con la revolución haitiana –clave para
entender no solo la historia mundial del siglo XIX sino en buena medida
nuestra realidad presente–, tal como se analiza en uno de los capítulos de esta
obra, la Constitución del 49 es ignorada o no es abordada seriamente en los
manuales de derecho constitucional y, me atrevo a afirmar, tampoco se la es-
tudia en otras materias. Por eso, no es casual que sea una de las universidades
“malditas” la que se anime a editar y publicar este libro. Una de esas univer-
sidades que refutan con hechos y cifras, al poder real que afirma alegremente
que los pobres no van a la universidad. Tampoco es casual que haya sido el
mismo gobierno que impulsó la Constitución de marras el que, también en
ese año de 1949, decretó la gratuidad de los estudios universitarios gracias al
cual hoy los pobres pueden acceder (y de hecho acceden) a los niveles más
altos de la educación superior.
Cabe pues celebrar la valentía de la Universidad Nacional de José C. Paz
al editar esta obra. Como habrá podido comprobar quien haya recorrido sus
páginas, la amplitud temática, el pluralismo ideológico y el rigor académico,
317
Enrique Del Percio
son indicadores de la seriedad con que fue abordada esta producción. Esto
merece ser destacado pues, como reacción a los silencios y maldiciones, suele
ocurrir que se generen obras en las que la pasión obnubila la razón y, en lugar
de constituir textos académicos de la jerarquía que tiene el presente, terminen
siendo meros ejercicios retóricos de encomio y alabanza. No es por cierto
el caso de La Constitución maldita. Hay aquí aportes en los que se elogia,
otros en los que se critica y otros en los que se elogia y se critica; quizá en
cada caso pueda haber un poco de desmesura, pero la obra en su conjunto
es un ejemplo de rigor intelectual, rigor que no debe confundirse con una
imposible objetividad ni, menos aún, con el rigor mortis tan frecuente en las
publicaciones científicas.
Vale la pena seguir reflexionando en torno al título de esta obra colectiva:
¿por qué sigue pesando esa maldición después de setenta años? ¿Por qué son
tan pocos los estudios que se publican, las instituciones que promueven la
investigación, o los medios de comunicación que hacen referencia a este ani-
versario? No se silencia el pasado cuando ya no sirve para construir el futuro.
En estas páginas se señala con acierto que el plexo normativo en cuestión
constituyó un avance hacia la democratización del modelo económico. Como
sabemos, hoy no tiene sentido pensar que la Constitución debe instaurar
un sistema de frenos y contrapesos entre los poderes Ejecutivo, Legislativo
y Judicial. No hay lugar para ingenuidades tales como creer que esos son
realmente los poderes. De lo que se trata es de diseñar frenos y contrapesos
a los poderes económicos, especialmente financieros. El desafío sigue siendo
democratizar la economía.
Obviamente, no alcanza con dictar una norma para que ella efectivamen-
te se cumpla. Cuando se habla de democratizar la economía se está discutien-
do poder, y si se trata de discutir poder, hay que respaldar esa norma con el
poder político necesario para su efectiva vigencia. Lo contrario del poder no
es la libertad, sino la impotencia. Para conseguir la libertad, para liberarse de
los poderes que impiden que todos y todas puedan vivir una vida digna de
ser vivida, es preciso que todos y todas estemos involucrados en la toma de
decisiones. De eso se trata la democracia. Por supuesto, la democracia no es
suficiente, ni es garantía de nada. La democracia es el gobierno del pueblo.
Sea lo que sea lo que entendamos por pueblo, sabemos de los riesgos que
ello conlleva: en su seno muchas veces alberga racismo, machismo, xenofo-
318
Epílogo
bia. Pero, sin eso que llamamos pueblo, ninguna transformación puede ser
llevada a la práctica con éxito. El pueblo no es una unidad monolítica, sino
que comporta al conflicto como constitutivo. Conflicto que no implica ne-
cesariamente la lucha a muerte, ni es el único elemento constituyente de la
sociedad: así como los hermanos se pelean (y a veces se matan, como Caín y
Abel o como Rómulo y Remo) también anhelan vivir en armonía. De ello nos
habla la fraternidad. Liberales y socialistas pueden soñar con que una vez que
sus ideas hayan triunfado plenamente se llegará a una sociedad sin conflicto.
Por tanto, si en el camino hay que dejar que unos cuantos pobres mueran
de hambre u otros tantos contrarrevolucionarios mueran en Siberia, será un
precio razonable a pagar. Pero si sabemos que el conflicto estará siempre ahí,
la muerte deja de ser un precio a pagar. He ahí la principal diferencia entre el
régimen durante el cual se gestó la Constitución del 49 y lo que vino después:
bombardeos, fusilamientos, desapariciones forzadas.
Así como el constitucionalismo liberal pone el acento en la libertad y el
constitucionalismo social lo pone en la igualdad, los postulados filosóficos
subyacentes a la Constitución maldita nos habilitan a pensar que allí encontra-
mos el germen de lo que puede ser el constitucionalismo de la fraternidad, la
que no niega a la libertad ni a la igualdad, sino que las asume y las resignifica
en términos de liberación y justicia social. No hablo de sororidad, pues los
mitos de origen de casi todas las culturas nos muestran que al inicio está la
pelea a muerte entre hermanos, pero no encontramos ejemplos de hermanas
que luchen o se maten para fundar la ciudad. Pero esto nos llevaría por otra
deriva, así que volvamos a esos presupuestos filosóficos. Voy a tomar, por
razones de espacio, solo uno de esos presupuestos, ya trabajado en estas pá-
ginas: el religioso. Si bien hubo una clara inspiración católica, no se trató del
catolicismo entonces predominante en pasillos curialescos, sacristías locales
y salones vaticanos, sino del que veinte años después tendría consagración
eclesial en Medellín. Cristianismo que ya estaba en el espíritu del pueblo
americano, desde Guamán Poma de Ayala en el siglo XVI hasta Romero, An-
gelelli y tantos y tantas que aún hoy siguen trabajando por la justicia. Hago
referencia en primer término al filósofo y teólogo andino, pues el cristianismo
que animó a buena parte de los constituyentes respondía a la misma lógica re-
lacional. En efecto, como también se señala reiteradamente en las páginas de
este libro, en lugar del racionalismo que procura encajar el cuerpo dentro del
319
Enrique Del Percio
Con caudillos, con unitarios, con federales y con cuanto contiene y forma la
desgraciada república, se debe proceder a su organización, sin excluir ni aun a los
malos, porque también forman parte de la familia […]. Toda exclusión es divi-
sión y anarquía. ¿Diréis que con los malos es imposible tener libertad perfecta?
Pues no hay remedio que tenerla imperfecta y en la medida que es posible el país
tal cual es y no tal cual no es. Si porque es incapaz de orden constitucional una
parte de nuestro país, queremos anonadarla […], tal principio os llevará por la
lógica a suprimir toda la nación argentina hispano colonial, incapaz de república,
320
Epílogo
Bibliografía
Alberdi, J. B. (1900) Cartas Quillotanas. Polémica con Domingo F. Sarmiento. Buenos Aires:
Talleres Gráficos Argentinos, L. J. Rosso.
321
Anexos
Constitución de la Nación Argentina (1949)
Sancionada por la Convención Nacional
Constituyente el 11 de marzo de 1949
PREÁMBULO
325
Constitución de la Nación de 1949
PRIMERA PARTE
Principios fundamentales
Capítulo I
Forma de gobierno y declaraciones políticas
326
Anexos
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Constitución de la Nación de 1949
328
Anexos
Capítulo II
Derechos, deberes y garantías de la libertad personal
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Constitución de la Nación de 1949
330
Anexos
331
Constitución de la Nación de 1949
Capítulo III
Derechos del trabajador, de la familia,
de la ancianidad y de la educación y la cultura
332
Anexos
prosperidad general; de ahí que el derecho de trabajar debe ser protegido por
la sociedad, considerándolo con la dignidad que merece y proveyendo ocupa-
ción a quien lo necesite.
2. Derecho a una retribución justa - Siendo la riqueza, la renta y el interés
del capital frutos exclusivos del trabajo humano, la comunidad deber organi-
zar y reactivar las fuentes de producción en forma de posibilitar y garantizar
al trabajador una retribución moral y material que satisfaga sus necesidades
vitales y sea compensatoria del rendimiento obtenido y del esfuerzo realizado.
3. Derecho a la capacitación - El mejoramiento de la condición humana y
la preeminencia de los valores del espíritu imponen la necesidad de propiciar
la elevación de la cultura y la aptitud profesional, procurando que todas las
inteligencias puedan orientarse hacia todas las direcciones del conocimiento,
e incumbe a la sociedad estimular el esfuerzo individual proporcionando los
medios para que, en igualdad de oportunidades, todo individuo pueda ejerci-
tar el derecho a aprender y perfeccionarse.
4. Derecho a condiciones dignas de trabajo - La consideración debida al
ser humano, la importancia que el trabajo reviste como función social y el
respeto recíproco entre los factores concurrentes de la producción, consagran
el derecho de los individuos a exigir condiciones dignas y justas para el de-
sarrollo de su actividad y la obligación de la sociedad de velar por la estricta
observancia de los preceptos que las instituyen y reglamentan.
5. Derecho a la preservación de la salud - El cuidado de la salud física y
moral de los individuos debe ser una preocupación primordial y constante de
la sociedad, a la que corresponde velar para que el régimen de trabajo reúna re-
quisitos adecuados de higiene y seguridad, no exceda las posibilidades normales
del esfuerzo y posibilite la debida oportunidad de recuperación por el reposo.
6. Derecho al bienestar - El derecho de los trabajadores al bienestar, cuya
expresión mínima se concreta en la posibilidad de disponer de vivienda, indu-
mentaria y alimentación adecuadas, de satisfacer sin angustias sus necesidades
y las de su familia en forma que les permita trabajar con satisfacción, descansar
libres de preocupaciones y gozar mesuradamente de expansiones espirituales y
materiales, impone la necesidad social de elevar el nivel de vida y de trabajo con
los recursos directos e indirectos que permita el desenvolvimiento económico.
333
Constitución de la Nación de 1949
334
Anexos
335
Constitución de la Nación de 1949
336
Anexos
artes técnicas y las ciencias aplicadas con vistas a la explotación de las riquezas
y al incremento de las actividades económicas regionales.
Las universidades establecerán cursos obligatorios y comunes destinados
a los estudiantes de todas las facultades para su formación política, con el
propósito de que cada alumno conozca la esencia de lo argentino, la realidad
espiritual, económica, social y política de su país, la evolución y la misión
histórica de la República Argentina, y para que adquiera conciencia de la
responsabilidad que debe asumir en la empresa de lograr y afianzar los fines
reconocidos y fijados en esta Constitución.
5. El Estado protege y fomenta el desarrollo de las ciencias y de las bellas
artes, cuyo ejercicio es libre; aunque ello no excluye los deberes sociales de
los artistas y hombres de ciencia. Corresponde a las academias la docencia
de la cultura y de las investigaciones científicas postuniversitarias, para cuya
función tienen el derecho de darse un ordenamiento autónomo dentro de los
límites establecidos por una ley especial que las reglamente.
6. Los alumnos capaces y meritorios tienen el derecho de alcanzar los más
altos grados de instrucción. El Estado asegura el ejercicio de este derecho me-
diante becas, asignaciones a la familia y otras providencias que se conferirán
por concurso entre los alumnos de todas las escuelas.
7. Las riquezas artísticas e históricas, así como el paisaje natural cualquie-
ra que sea su propietario, forman parte del patrimonio cultural de la Nación
y estarán bajo la tutela del Estado, que puede decretar las expropiaciones ne-
cesarias para su defensa y prohibir la exportación o enajenación de los tesoros
artísticos. El Estado organizará un registro de la riqueza artística e histórica
que asegure su custodia y atienda a su conservación.
Capítulo IV
La función social de la propiedad, el capital y la actividad económica
337
Constitución de la Nación de 1949
338
Anexos
SEGUNDA PARTE
Autoridades de la Nación
Título Primero
Gobierno Federal
Sección Primera
Del Poder Legislativo
Capítulo I
De la Cámara de Diputados
339
Constitución de la Nación de 1949
nativos y diez los naturalizados, y ser nativo de la provincia que lo elija o con
dos años de residencia inmediata en ella.
Art. 44 - Los diputados durarán en su representación seis años, y son
reelegibles; pero la sala se renovará por mitad cada tres años. Para ese efecto,
los nombrados para la primera Legislatura, luego que se reúnan, sortearán los
que deban cesar en el primer período.
Art. 45 - En caso de vacante, el Gobierno de la provincia o de la Capital
hace proceder a elección legal de un nuevo miembro.
Art. 46 - Sólo la Cámara de Diputados ejerce el derecho de acusar ante
el Senado al presidente, vicepresidente, sus ministros y a los miembros de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación en las causas de responsabilidad que
se intenten contra ellos, por mal desempeño o por delito en el ejercicio de
sus funciones; o por crímenes comunes, después de haber conocido en ellos
y declarado haber lugar a la formación de causa por mayoría de dos terceras
partes de sus miembros.
Capítulo II
Del Senado
340
Anexos
Capítulo III
Disposiciones comunes a ambas Cámaras
341
Constitución de la Nación de 1949
los miembros ausentes a que concurran a las sesiones, en los términos y bajo
las penas que cada Cámara establecerá.
Art. 58 - Ambas Cámaras empiezan y concluyen sus sesiones simultánea-
mente. Ninguna de ellas, mientras se hallen reunidas, podrá suspender sus
sesiones más de tres días sin el consentimiento de la otra.
Art. 59 - Cada Cámara hará su reglamento, y podrá, con dos tercios de
votos de los presentes, corregir a cualquiera de sus miembros por desorden de
conducta en el ejercicio de sus funciones o removerlo por inhabilidad física
o moral sobreviniente a su incorporación, y hasta excluirlo de su seno; pero
bastará la mayoría de uno sobre la mitad de los presentes para decidir en las
renuncias que voluntariamente hicieren de sus cargos.
Art. 60 - Los senadores y diputados prestarán, en el acto de su incorpora-
ción, juramento de desempeñar debidamente el cargo y de obrar en todo en
conformidad a lo que prescribe esta Constitución.
Art. 61 - Ninguno de los miembros del Congreso puede ser acusado, in-
terrogado judicialmente ni molestado por las opiniones o discursos que emita
desempeñando su mandato de legislador.
Art. 62 - Ningún senador o diputado, desde el día de su elección hasta el
de su cese, puede ser arrestado, excepto el caso de ser sorprendido in fraganti
en la ejecución de algún crimen que merezca pena de muerte, infamante u
otra aflictiva, de lo que se dará cuenta a la Cámara respectiva con la informa-
ción sumaria del hecho.
Art. 63 - Cuando se forme querella por escrito ante las justicias ordinarias
contra cualquier senador o diputado, examinado el mérito del sumario en
juicio público, podrá cada Cámara, con dos tercios de votos de los presentes,
suspender en sus funciones al acusado y ponerlo a disposición del juez com-
petente para su juzgamiento.
Art. 64 - Cada una de las Cámaras puede solicitar al Poder Ejecutivo los
informes que estime conveniente respecto a las cuestiones de competencia de
dichas Cámaras. El Poder Ejecutivo podrá optar entre contestar el informe
por escrito, hacerlo personalmente su titular o enviar a uno de sus ministros
para que informe verbalmente.
342
Anexos
Capítulo IV
Atribuciones del Congreso
343
Constitución de la Nación de 1949
344
Anexos
la exploración de los ríos interiores por leyes protectoras de estos fines y por
concesiones temporales de franquicias y recompensas de estímulo.
17. Establecer tribunales inferiores a la Suprema Corte de Justicia; crear
y suprimir empleos, fijar sus atribuciones, dar pensiones, decretar honores y
conceder amnistías generales.
18. Admitir o desechar, reunidas ambas Cámaras en Asamblea, los moti-
vos de dimisión del presidente o vicepresidente de la República y declarar el
caso de proceder a una nueva elección.
19. Aprobar o desechar los tratados concluidos con las demás naciones,
y los concordatos con la Silla Apostólica; y arreglar el ejercicio del patronato
en toda la Nación.
20. Admitir en el territorio de la Nación otras órdenes religiosas o más
de las existentes.
21. Autorizar al Poder Ejecutivo para declarar la guerra o hacer la paz.
22. Autorizar represalias y establecer reglamentos para las presas.
23. Fijar las fuerzas armadas en tiempo de paz y de guerra; establecer
reglamentos y ordenanzas para el gobierno de dichas fuerzas y dictar leyes
especiales sobre expropiaciones y requisiciones en tiempo de guerra.
24. Permitir la introducción de fuerzas extranjeras en el territorio de la
Nación y la salida de las fuerzas nacionales fuera de él, excepto cuando ten-
gan como propósito razones de cortesía internacional. En este caso bastará la
autorización del Poder Ejecutivo.
25. Declarar en estado de sitio uno o varios puntos de la Nación en caso
de conmoción interior y aprobar o suspender el estado de sitio declarado
durante su receso por el Poder Ejecutivo.
26. Ejercer una legislación exclusiva sobre todo el territorio de la Capital
de la Nación y en los demás lugares adquiridos por compra o cesión, en cual-
quiera de las provincias, para establecer fortalezas, arsenales, aeródromos, al-
macenes u otros establecimientos de servicios públicos o de utilidad nacional.
345
Constitución de la Nación de 1949
27. Hacer todas las leyes y reglamentos que sean convenientes para poner
en ejercicio los poderes antecedentes, y todos los otros concedidos por la pre-
sente Constitución al gobierno de la Nación Argentina.
28. Sancionar el régimen impositivo del distrito federal y fijar por un
año o por períodos superiores, hasta un máximo de tres años, a propuesta del
presidente de la República, el presupuesto de gastos de su administración.
29. Dictar la ley para la elección de presidente, vicepresidente, senado-
res y diputados.
Capítulo V
De la formación y sanción de las leyes
346
Anexos
confirma por mayoría de dos tercios de votos de los presentes, pasa otra vez a
la Cámara de revisión. Si ambas Cámaras lo sancionan por igual mayoría, el
proyecto es ley y pasa al Poder Ejecutivo para su promulgación.
Si el proyecto es desechado sólo en parte por el Poder Ejecutivo, vuelve
únicamente la parte desechada con sus objeciones, procediéndose en igual
forma que cuando el veto es total.
Las votaciones de ambas Cámaras serán en uno y otro caso nominales,
por sí o por no; y tanto los nombres y fundamentos de los sufragantes, cuanto
las objeciones del Poder Ejecutivo, se publicarán inmediatamente por la pren-
sa. Si las Cámaras difieren sobre las objeciones, el proyecto no podrá repetirse
en las sesiones de aquel año.
Art. 74 - En la sanción de las leyes se usará de esta fórmula: el Senado y
Cámara de Diputados de la Nación Argentina, reunidos en Congreso, san-
cionan con fuerza de ley.
Sección Segunda
Del Poder Ejecutivo
Capítulo I
De su naturaleza y duración
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Constitución de la Nación de 1949
Capítulo II
De la forma y tiempo de la elección
del presidente y vicepresidente de la Nación
Capítulo III
Atribuciones del Poder Ejecutivo
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Anexos
349
Constitución de la Nación de 1949
350
Anexos
Capítulo IV
De los ministros del Poder Ejecutivo
351
Constitución de la Nación de 1949
Sección Tercera
Del Poder Judicial
Capítulo I
De la naturaleza y duración
Art. 89 - El Poder Judicial de la Nación será ejercido por una Corte Su-
prema de Justicia y por los demás tribunales inferiores que el Congreso esta-
bleciese en el territorio de la Nación.
Art. 90 - En ningún caso el presidente de la Nación puede ejercer fun-
ciones judiciales, arrogarse el conocimiento de causas pendientes o restable-
cer las fenecidas.
Art. 91 - Los jueces de la Corte Suprema de Justicia y de los tribunales
inferiores de la Nación son inamovibles, y conservarán sus empleos mientras
dure su buena conducta. Recibirán por sus servicios una compensación que
determinará la ley y que no podrá ser disminuida, en manera alguna, mien-
tras permanezcan en sus funciones. Los jueces de los tribunales inferiores
serán juzgados y removidos en la forma que determine una ley especial, con
sujeción a enjuiciamiento por los propios miembros del Poder Judicial.
Art. 92 - Para ser miembro de la Corte Suprema de justicia se requiere ser
argentino nativo, abogado graduado en universidad nacional, con diez años
de ejercicio y treinta años de edad.
Art. 93 - Los jueces de la Corte Suprema de justicia, al tomar posesión de
sus cargos, prestarán juramento ante el presidente de ésta de desempeñar sus
obligaciones administrando justicia bien y legalmente, y de conformidad con
lo que prescribe la Constitución.
Art. 94 - La Corte Suprema de justicia dictará su reglamento interno y
económico y nombrará sus empleados. Ejercerá superintendencia sobre los
jueces y tribunales que integran la justicia de la Nación.
En la Capital de la República, todos los tribunales tienen el mismo ca-
rácter nacional.
352
Anexos
Capítulo II
Atribuciones del Poder Judicial
353
Constitución de la Nación de 1949
Título Segundo
Gobiernos de Provincias
354
Anexos
Disposiciones Transitorias
355
Constitución de la Nación de 1949
5. Autorízase por esta única vez a las Legislaturas provinciales para refor-
mar totalmente sus constituciones respectivas, con el fin de adaptarlas a los
principios, declaraciones, derechos y garantías consagrados en esta Constitu-
ción.
A tal efecto, en las provincias con poder legislativo bicameral, ambas Cá-
maras reunidas constituirán la Asamblea Constituyente, la que procederá a
elegir sus autoridades propias y a tomar sus decisiones por mayoría absoluta.
La reforma de las constituciones provinciales deberá efectuarse en el plazo
de noventa días a contar de la sanción presente, con la excepción de aquellas
provincias cuyo poder legislativo no se halle constituido, caso en el cual el
plazo se computará a partir de la fecha de su constitución.
6. A los efectos de unificar los mandatos legislativos cuya duración regla
esta Constitución, dispónese que los mandatos de los senadores y diputados
nacionales en ejercicio caducarán el 30 de abril de 1952.
El mandato de los senadores cuya elección se efectúe para llenar las va-
cantes de los que concluyen el 30 de abril de 1949, expirará asimismo el 30
de abril de 1952. La elección correspondiente deberá realizarse por el proce-
dimiento de elección por las legislaturas, que establecía el artículo 46 de la
Constitución.
Dada en la Sala de Sesiones de la Honorable Convención Nacional Cons-
tituyente, en Buenos Aires, a los once días del mes de marzo del año mil
novecientos cuarenta y nueve.
Domingo A. Mercante, Presidente
Mario M. Goizueta, secretario
Bernardino H. Garaguso, secretario
356
Anexos
* Los discursos de los miembros de la Comisión Revisora fueron tomados del Diario de Sesiones de la
Convención Nacional Constituyente de 1949 y están transcriptos respetando la ortografía del original aunque
se les agregó la puntuación, en los casos en que faltaba, para facilitar la lectura. [Argentina. Convención
Constituyente (1949). Diario de Sesiones (pp. 269-292). Recuperado de http://www.unsam.edu.ar/escuelas/
politica/centro_historia_politica/materiales/Diario%20de%20sesiones/sesiones1949.pdf]
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Discurso de Sampay
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Anexos
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Discurso de Sampay
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Anexos
361
Discurso de Sampay
Legislativo. Digamos al pasar que esta idea se halla tan fuertemente inserta en el
esquema racionalista liberal, que en nuestros días Hans Kelsen, el filósofo que
mejor refracta el liberalismo, en su Teoría del Estado afirma que la falta de un
jefe estatal es lo más conforme con la idea de democracia.
Señor presidente: cuando después de la primera guerra mundial advino la
democracia de masas, resultante de una convergencia de circunstancias histó-
ricas que no es del caso analizar aquí, y el Estado neutro y abstencionista del
liberalismo se convirtió en el Estado que considera toda actividad humana
como potencialmente política, en la medida en que un acto humano privado
puede significar una perturbación del bien común, el Estado necesitó de una
eficaz administración reglamentaria y controladora, que es atributo del Poder
Ejecutivo. Por eso, en la mayor parte de los países del mundo en donde existía
un Poder Ejecutivo débil, o en donde se lo establecía como reacción contra las
monarquías derrumbadas, se produjo una crisis constitucional, y por Occi-
dente corrió la consigna de reforzar el Poder Ejecutivo para llevar un remedio
a la quiebra de la democracia. Los señores constituyentes, versados en cien-
cia política, recordarán los grandes autores: Barthelemy, Carl Schmit, Emile
Giraud, Dendias y no cito aquí a los publicistas filototalitarios que hacían la
apoteosis del Poder Ejecutivo omnipotente, porque propiciaban dictaduras
que absorbían en sí la función legislativa.
No creo, personalmente, que la crisis del Estado liberalburgués tenga su
causa última en la debilidad, del Poder Ejecutivo, como lo pretendieron ju-
ristas de visión ingenua, pero es lo cierto que la experiencia histórica demues-
tra hasta qué punto la endeblez ejecutiva y la pluralización del Parlamento
facilitaron las dictaduras totalitarias, por reacción contra la incapacidad para
actuar en una compleja circunstancia que exigía la intervención del Estado en
lo económico, en lo social y cultural.
Cuando en la Argentina se produjo la irrupción de la democracia masiva
como efecto inmediato de la ley Sáenz Peña, y ese vasto movimiento popular
se nucleó alrededor de la figura magnética de Hipólito Yrigoyen, jefe de par-
tido y jefe de Estado a la vez.
Sr. Alcorta —No fué jefe de partido. No era un partido burocrático, y
por eso no era jefe de partido.
Sr. Perazzolo —Fué caudillo del partido.
362
Anexos
363
Discurso de Sampay
que los abarque a todos –porque los partidos políticos, como el Estado, deben
perseguir el bien de la colectividad y no el de un grupo profesional– y, en fin, la
imposibilidad de que se afiance un partido mayoritario, lo cual trae aparejado el
debilitamiento del gobierno y la pérdida de su eficacia y agilidad.
El carácter rígido de la Constitución vigente, que se deriva de la creación
de dos órganos legislativos distintos: uno ordinario, es decir, el Poder Legisla-
tivo strictu sensu, y otro extraordinario, el órgano constituyente, hizo surgir la
función judicial para salvaguardar la supremacía de la Constitución, dándole
estabilidad, en beneficio de los derechos de los gobernados. Esa rigidez cons-
titucional apareció, en el Estado democrático moderno como un sucedáneo
de la perduración dinástica de los Estados monárquicos, porque todo Estado
concreto histórico, al igual que cualquier obra humana conjunta que supera,
en el tiempo, la curva vital de sus hacedores, fija de manera permanente, en
cierto sentido, los objetivos que deben alcanzarse y los modos en que se ha
de organizar para cumplir esos objetivos. Nuestro Poder Judicial, y especial-
mente nuestra Corte Suprema, llenó con acierto su misión porque, al des-
empeñar moderadamente su contralor y al adoptar la doctrina americana de
la “injudicialidad” de las cuestiones políticas, pudo salvarse de las candentes
pugnas entre los partidos, que llegaban repetidas veces hasta ella demandando
corrección para las violaciones constitucionales de índole política. Tanto es
así, señor presidente –y apunto, también esto, en una digresión–, que cuando
a partir de 1930 la Corte Suprema abandonó, en una célebre y muy propia
teoría sobre los gobiernos defacto, su prescindencia en “cuestiones políticas”
–las political questions de los americanos, que los autores de aquel país indican
como la válvula de escape que permitió a la institución atravesar más de un
siglo– soportó la crisis que todos conocemos (¡Muy bien!).
Es notorio, pues, señor presidente, que la organización de los poderes
del Estado adoptada en la Constitución de 1853 motiva su larga vigencia:
un Poder Ejecutivo con atributos de tal, que sirvió primero para pacificar
políticamente el país y permitió después, cuando pasamos de Estado neutro
a Estado intervencionista, asumir una administración fuerte y reglamenta-
ria que pudo solventar, sin rupturas con el orden establecido, los problemas
de la nueva realidad política argentina, un Poder Legislativo que, por su
base electoral, no fué el escenario plurificado de intereses económicos in-
conciliables, y que por eso pudo mantener con el Poder Ejecutivo la cohe-
364
Anexos
sión política de los órganos del Estado, un Poder Judicial que salvaguardó la
supremacía de la Constitución y que, empleando con mesura sus facultades
y tratando de contemporizar con la orientación gubernativa de los órga-
nos políticos, fué también un factor que contribuyó al robustecimiento de
la autoridad del Estado y evitó que padeciéramos lo que en Occidente se
denominara “crisis de autoridad de las democracias”, tan bien aprovechada
por el totalitarismo para la implantación de sus dictaduras personales.
Más adelante, señor presidente, diremos de qué modo la reforma consti-
tucional ajusta los órganos gubernativos, porque es obvio que, habiendo sido
creados en 1853, la experiencia de casi un siglo aconseja diversos retoques
en su estructura, necesarios para que cumplan con eficacia su cometido en
este mediar del siglo XX, tan profundamente perturbado y caótico que nadie
duda de que somos los actores y las víctimas, a la vez, de la más profunda
crisis acaecida después del cristianismo (¡Muy bien!).
Ahora me ocuparé de la concepción del Estado que anima a la reforma
de la parte dogmática de la Constitución, que sometemos a la consideración
de la Asamblea Constituyente, y que en cierto modo significa la constitucio-
nalización de una nueva realidad jurídica argentina (¡Muy bien!). Pero antes
de abordar los fundamentos de esa reforma y de analizarla en su conjunto,
saldré, rápidamente, al encuentro de las razones esgrimidas para sostener que,
si esa realidad existe, no se necesita la renovación constitucional, desde que
su texto permitió la aparición de la actual realidad jurídica, social y econó-
mica de la República Argentina. Sin embargo, la verdad es muy otra, porque
esa evolución se ha producido forzando el espíritu y a la vez la letra de la
Constitución vigente, por lo que su dogmática ya no rige la vida argentina,
malogrando una de las funciones primordiales de la Constitución, a saber: la
docencia que cumple sobre los gobernados, su acatamiento e inviolabilidad.
Cuando una constitución ha perdido vigencia histórica porque la reali-
dad se ha desapareado de ella, debe abandonarse la ficción de una positividad
que no existe, y adecuarla a la nueva situación, para que siempre sea para
los gobernados lo que Maurice Amos dice de la Constitución inglesa: una
religión sin dogmas. Además, si se acogen en la Ley Fundamental, la realidad
surgida por exigencias de la justicia, el nuevo orden socialeconómico, y la ga-
rantía de una efectiva vigencia de los derechos sociales del hombre, se atajan
las posibilidades de que un vaivén reaccionario, jurisprudencial o legislativo,
365
Discurso de Sampay
eche por tierra el edificio alzado sobre la base de la justicia social, so pretexto
de cumplir las normas de la Constitución.
Hay un ejemplo histórico de reciente data que nos previene contra este
argumento: es el ofrecido por el New Deal de Roosevelt, o sea, el conjunto
de disposiciones concebidas para limitar la libertad absoluta de las podero-
sas organizaciones capitalistas americanas y el desenfreno de los productores,
orientando socialmente la economía y protegiendo las clases obreras, cuyo
espíritu, sin duda, estaba en oposición con el individualismo que alienta en la
Constitución americana, modelo de la nuestra de 1853. Los derechos recono-
cidos por el New Deal a los sectores económicamente débiles de la sociedad,
y el intento de encauzar la economía en beneficio de la colectividad, fueron
combatidos por los consorcios capitalistas americanos tan encarnizadamente
como lo son aquí, hasta que, en 1935, se logró de la Suprema Corte la decla-
ración de inconstitucionalidad para los principios fundamentales, y así caye-
ron las dos columnas que sustentaban el New Deal: el organismo de contralor
para la industria, y el organismo de contralor para la producción agrícola.
También en nuestro país el reconocimiento de los derechos sociales y las
medidas encaminadas a programar la economía en procura del bien común,
que ha ido elaborando la revolución nacional, han sido achacados del vicio de
inconstitucionalidad. Se arguye que el derecho social que impone a los patro-
nos el pago de contribuciones asistenciales para sus obreros, de acuerdo con
la nueva concepción que supera el do ut des de la justicia conmutativa con
criterios de solidaridad profesional, viola el derecho de propiedad reconocido
por la Constitución. Las leyes protectoras de la economía nacional que la libran
de la expoliación de los consorcios capitalistas y la hacen servir al hombre, se-
rían inconstitucionales porque contrarían la libertad de industria y comercio
asegurada por la Constitución vigente. Por todo ello es que urge incorporar
definitivamente al texto de nuestra Carta Fundamental el nuevo orden social y
económico creado, cerrando de una vez la etapa cumplida, y desvaneciendo las
acechanzas reaccionarias, para que la Constitución renovada, al solidificar una
realidad jurídica que, si no puede decirse inconstitucional, es extraconstitucio-
nal, sea para los sectores privilegiados de la economía argentina como la leyenda
que Dante vió en el frontispicio del infierno: Lasciate ogni speranza e inicien, en
consecuencia, una segunda navegación orientada hacia la economía social, que
si en algo mermará su libertad, hará más libre a la inmensa mayoría del pueblo,
366
Anexos
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Discurso de Sampay
368
Anexos
del hombre sea defendida en forma completa. La experiencia del siglo pasado y
de las primeras décadas del presente demostró que la libertad civil, la igualdad
jurídica y los derechos políticos no llenan su cometido si no son completados
con reformas económicas y sociales que permitan al hombre aprovecharse de
esas conquistas. Si se sume al hombre en la miseria, le resulta muy difícil la
virtud, y si no cuenta con una economía estable que le dé seguridad para el ma-
ñana y confianza en el porvenir –el derecho a la seguridad social, como ahora se
llama–, pierde todo estímulo para ocuparse en la vida pública y está obligado a
someterse a la voluntad de quien es económicamente más fuerte, con lo que re-
sulta relegado al margen de la vida social. Este sesgo, cumplido en nuestro país
por la revolución nacional, y que la reforma se propone constitucionalizar, es lo
que el general Perón llama conversión de la democracia política en democracia
social, y aunque algunos puristas de las doctrinas políticas consideran impro-
pias tales expresiones, ellas reflejan una realidad indiscutible y reiteradamente
demostrada, a saber, que los progresos de los ciudadanos en los dominios jurí-
dico y político son ilusorios si el sistema económico no está en condiciones de
asegurarles la posibilidad de trabajar, de llevar una existencia digna del hombre,
y de recibir un salario justo, capaz de cubrir las necesidades propias y familiares
(¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).
La Constitución vigente no reconoce al obrero sus derechos porque la
prestación de trabajo se incluía en la libertad de comercio: ofertaba en el
llamado mercado “libre” sus energías, a trueque de un precio que fijaba la ley
de la oferta y la demanda, es decir, el trabajo era una mercancía entregada al
libre juego de los intereses encontrados, y la condición humana del obrero
se degradaba a máquina productora de energía. Los juristas saben bien que
se consideraba el contrato de trabajo como una compraventa, según la teoría
enunciada por un eminente tratadista italiano: el obrero máquina produce
energía de trabajo que el patrono compra igual que la energía eléctrica. Pero,
en antitética reacción contra el liberalismo y la concepción que informa la
Ley Fundamental vigente, la reforma se anima en el concepto de que el tra-
bajo es la actividad vital de la persona humana, y de que el obrero tiene en
esa diaria alienación de lo que produce la única fuente económica de sustento
para sí y para su familia, con la que debe llevar una vida decorosa y a cubierto
de las inseguridades sociales de toda índole. Que el trabajo sea una actividad
personal significa que no es, simplemente, una función mecánica, como la de
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Discurso de Sampay
370
Anexos
rídico establecido, que, como tal tiene la pretensión de ser un orden justo, y no
olvidemos que la exclusión del recurso a la fuerza es el fin de toda organización
social. El derecho absoluto de huelga, por tanto, no puede ser consagrado en
una constitución, a pesar de lo cual dentro del derecho positivo argentino, se
reglamenta esa zona de guerra extrajurídica que era la huelga –como se hizo en
Francia después de la ley de arbitraje y contratos colectivos de 1936, en Suiza
después de la ley de 1937, y en la Italia posfascista– para que pueda cumplirse
en los casos en que los patronos no se avienen a satisfacer reclamaciones legíti-
mas de los sindicatos obreros. Ya llegará el momento, en el informe particulari-
zado de la reforma, de tratar con detalle los derechos reconocidos al trabajador.
371
Discurso de Sampay
372
Anexos
cursos ni amparo, quedando a merced de la ley del patrono, que era ley dictada
por un superior omnipotente. Así, en virtud de la llamada “libertad de trabajo”
se engendró el pauperismo, y las primeras empresas capitalistas pudieron ma-
nejar a su arbitrio un proletariado mísero, forzado a aceptar las condiciones del
empleador. La fábrica arrebató el obrero del seno de la familia, y ésta, falta de
protección, se desorganizó lanzando la vejez a la mendicidad.
La solución que la reforma lleva al problema –de la que nos ocuparemos
con amplitud al tratar el proyecto en su articulado– adquiere las dimensio-
nes de un suceso, porque por primera vez se repone al anciano en la dig-
nidad que le corresponde, y la historia demuestra, señor presidente, que el
respeto o desdén que los pueblos tengan por sus ancianos da la medida de
su esplendor o decadencia moral.
373
Discurso de Sampay
374
Anexos
Sr. Sampay —Con ese fin, se dirige la economía de modo que permita a
cada miembro de la sociedad beneficiarse con un mínimo vital, lo que supone
una organización que aproveche todas las fuerzas y recursos productivos de
que el país dispone.
La economía programática en la reforma que discutimos tiene dos fines:
uno concreto e inmediato, la ocupación total de los trabajadores, esto es, la
supresión definitiva de la desocupación cíclica, de la desocupación en masas
que se verificaba en las sucesivas depresiones económicas, y otro ultimo al que
éste se subordina: brindar a todos los habitantes de la Nación las condiciones
materiales necesarias para el completo desarrollo de la personalidad humana,
que tiende a un fin espiritual, no material.
Para ello, la reforma asienta la vida económica argentina sobre dos con-
ceptos fundamentales que son su alfa y omega, a saber: el reconocimiento
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Discurso de Sampay
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Anexos
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Discurso de Sampay
abandono, desidia o incapacidad, y que las distribuya entre los aptos para
trabajarlas como propietarios.
Este propósito de dar el campo en propiedad a quien lo cultiva además de
hacer posible el derecho de todos los hombres de ser dueños, resulta el sistema
óptimo para asegurar que la tierra cumpla con su cometido social porque sólo
quien trabaja lo suyo aumenta la riqueza de la tierra con aportes de gran aliento,
cuyo beneficio puedan disfrutar él o sus hijos que viene a ser lo mismo, como
diría Unamuno. El apartado del artículo que modifica el 17 de la Constitución
vigente tiende, por tanto, a “institucionalizar los principios necesarios para in-
troducir una profunda transformación agraria sobre la base del concepto de
que el campo –según expresara el general Perón– no debe ser bien de renta sino
instrumento de trabajo (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos prolongados).
La justicia social es la virtud que requiere del propietario la gestión y
el uso correcto de sus bienes; el proyecto de reforma limita el derecho de
propiedad y crea obligaciones en la medida que reclama la justicia social.
Por tanto, la justicia social es el fiel que balancea el uso personal de la pro-
piedad con las exigencias del bien común. De ahí la importancia que reviste
desentrañar su significado.
La expresión justicia social, señor presidente, aparece con mayor fuerza a
comienzos del siglo XX, pero sin que se ligue todavía a esa locución un con-
cepto preciso, más bien era una consigna de combate lanzada en los medios
obreros para reclamar reformas que resolvieran los problemas suscitados en
las relaciones entre obreros y patronos, a los que se llamaba genéricamente
“cuestión social”. Después de su empleo por el Papa Pío XI en la Encíclica
Quadragesimo Anno, los filósofos y juristas trataron de precisar esa noción,
especialmente con respecto a la célebre tripartición aristotélica de la justicia,
y sobre todo, a la justicia legal que regla las obligaciones de las personas con
el bien común, cuya promoción es el fin específico del Estado.
El bien común, o bien de la colectividad, significa que el Estado debe
hacer posible a sus sujetos la realización de lo bueno, y garantizar esa posibi-
lidad pero para cumplir acciones buenas en la vida, es decir, para llevar una
existencia virtuosa, se necesitan también medios materiales. Consecuente-
mente, el Estado debe velar para que cada miembro de la comunidad que
llene su misión pueda vivir de acuerdo con su rango y participar del bienestar,
de la prosperidad y de la cultura en proporción con sus prestaciones al bien
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Anexos
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Discurso de Sampay
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Anexos
—Asentimiento.
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Discurso de Sampay
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Anexos
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Discurso de Sampay
Sr. Sampay —Ahora la reforma hace partícipes a las provincias del pro-
ducto de la explotación, como una indemnización graciosa del gobierno central
por esta transferencia –ya que esta Convención Constituyente pudo traspasar
la propiedad de las provincias a la Nación– en la medida que se concertará
mediante acuerdos o, en su defecto por una ley del Congreso, porque después
de esta renovación constitucional no deben quedar dudas de que las minas, los
yacimientos petrolíferos, son bienes públicos por naturaleza, de pertenencia de
la Nación, y por ende, corresponde a ella el derecho de explotarlos.
Yo no he podido encontrar palabras, señor presidente, para encomiar este
precepto de la reforma que nacionaliza y crea el monopolio estatal sobre nues-
tro petróleo, ni las expresiones que digan con elocuencia todo cuanto esta
resolución significa para nuestro futuro de país soberano y libre pero sé que
está en la conciencia de todos la justa valoración de tan magna conquista, y
que las generaciones argentinas agradecerán para siempre a Perón esta obra
que nosotros consolidamos (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).
Sr. Sampay —No puedo menos de recordar con emoción, señor presi-
dente, a aquel gobernante argentino, Hipólito Yrigoyen, que pocos meses
antes de su derrocamiento decía…
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Anexos
Sr. Sampay —Pienso también, con emoción, en sus últimos días de tristeza
y angustia, cuando creía definitivamente perdido nuestro petróleo y acusaba
a la Corte Suprema –la misma que “institucionalizaba el banco de sir Otto
Niemeyer y rechazaba sus escritos, con aire socarrón y suficiencia pedantesca de
bachilleres– de haber “tronchado, acaso para siempre, la segunda riqueza nativa,
por lo que hoy –decía– está entregada a otros predominios, antagónicos con la
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Discurso de Sampay
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Anexos
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Discurso de Sampay
del servicio público, que nunca puede constituir una actividad privada habi-
tual, por lo que el Estado debe recibirlos tras amortizar el capital invertido en
ellos. Esta es, precisamente, la base de la reversibilidad de los bienes afectados a
un servicio público, al final de una concesión.
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Anexos
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Discurso de Sampay
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Anexos
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Discurso de Sampay
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Discurso de Sampay
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Discurso de Sampay
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Discurso de Sampay
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Anexos
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Discurso de Sampay
ni hay por qué desear que se prohíba al pueblo que continúe otorgando su
confianza a aquellos con quienes cree que está seguro, ya que esta constancia
de su parte permitirá hacer a un lado el pernicioso estorbo de los consejos
vacilantes de una política mudable”.
El sector mayoritario de la Comisión Revisora tiene el convencimiento,
compartido por la mayoría del pueblo argentino, de que si se atiende la ex-
traordinaria realidad política que vivimos, urge la reforma constitucional que
posibilite la reelección presidencial. El país experimenta un profundo proceso
revolucionario de superación del liberalismo burgués –es la manifestación ar-
gentina del colapso definitivo de la cultura moderna, con las formas de orga-
nización que le son propias–, cumplido por los sectores populares argentinos
tras una personalidad política excepcional, que, después de tomar conciencia
histórica de esa crisis, después de precisar lo que con ella muere y lo valioso
que por ella se regenera, porque es lo inmutable y eterno de la civilización
cristiana, conduce al país con firmeza y clarividencia, hacia la superación del
momento crucial que vive el mundo (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).
Este movimiento popular en torno al general Perón (Aplausos) –porque,
cronológicamente, lo primario fué el jefe político y lo consecuente la forma-
ción de los cuadros masivos que lo sostienen– se funda en una amplísima
confianza en su virtud política y apunta a la realización revolucionaria de los
más altos valores en la comunidad, porque el vínculo que unifica al general
Perón y a las masas populares argentinas es la participación en la misma em-
presa (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos). Esta forma extraordinaria de gobierno
–sociológicamente hablando, porque jurídicamente se da en las democracias,
a la inversa de los totalitarismos rojos o pardos, en la regularidad de las formas
establecidas, como es el caso actual de la leadership de los presidentes ame-
ricanos reelegidos hasta la muerte– es por su propia naturaleza de carácter
personal y temporal: la confianza del pueblo no se transmite porque se asienta
en la sublimación del prestigio de un hombre, y la acción personal en conse-
cución de la empresa sólo se agota cuando se cumplen sus objetivos. Se com-
prende entonces, señor presidente, que si la suerte de esta empresa argentina
depende de la posibilidad constitucional de que el general Perón sea reelegido
presidente de la República (aplausos) por el voto libre de sus conciudadanos...
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blo, que es vox Dei, la llame Constitución de Perón (¡Muy bien! ¡Muy bien!
Aplausos prolongados).
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* Argentina. Convención Constituyente (1949). Diario de Sesiones (pp. 292-307). Recuperado de http://
www.unsam.edu.ar/escuelas/politica/centro_historia_politica/materiales/Diario%20de%20sesiones/
sesiones1949.pdf
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Anexos
Pero antes queremos decir cuáles son nuestros títulos y qué traemos para
hablar de estos temas, queremos decir quiénes somos. Queremos decir que
la Unión Cívica Radical tiene sus títulos, que puede y quiere confrontar con
ustedes porque de la confrontación de ellos va a saberse quiénes están defen-
diendo aquí los principios esenciales de la nacionalidad.
Sr. Sobral —Bien conocemos lo que significa todo esto. La Unión Cívica
Radical presenta aquí sus cincuenta años de sacrificio, de renunciamientos y
también de conquistas efectivas para la vida política y moral de la República.
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Discurso de Sobral
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Anexos
tituciones políticas, su aparato formal–, nos viene por vía de Aragón y tiene
sus raíces en las mesetas de Castilla (¡Muy bien! ¡Muy bien!).
Esta es nuestra raíz secular, nutricia de nuestro singular estilo de vida y de
sentir y concebir el destino humano. En esta autenticidad se afirma la Unión
Cívica Radical. Pero también sabemos que en el común destino, América, en-
riquecida por otras corrientes vivas de la cultura occidental y de línea grecolati-
nocristiana, está creando su estilo propio y nosotros, en la contribución de esa
empresa espiritual por lo humano, crearemos, sí, las instituciones que harán
posible el destino del hombre, el de humanidad plena. Por eso la Unión Cívica
Radical es portadora de los elementos configuradores de un auténtico derecho
político y público argentino. Por eso, al iniciar el estudio de la Constitución
nacional, más que tarea de redacción de disposiciones, de agregar o suprimirlas,
hubiera correspondido estudiar en profundidad la revisión de nuestras insti-
tuciones políticas, instrumental de formas, afirmados para comprensión en la
substancia de nuestra propia historia para encontrar en ella su singular orienta-
ción y darse las instituciones más convenientes para mejor realizar el desenvol-
vimiento del destino del hombre argentino, portador de valores eternos. Pero
para ello tendrían que haberse dado otras circunstancias. Creo oportuno para
fijar el rumbo, traer una cita de Sánchez Albornoz, quien al tratar este aspecto
de las instituciones políticas, dice: “En los siglos XIII y XIV, Castilla fue el pue-
blo más libre de Europa. Por entonces, en Aragón, frente a las libertades de las
oligarquías nobiliarias, vivían su servidumbre los colonos. Las cortes castellanas
fueron el único parlamento medieval europeo no dominado por el estado llano,
y los municipios y ciudades castellanas gozaron de mayores privilegios y liber-
tades que el conjunto de sus similares de occidente”.
Traigo esta cita solamente para hacer esa advertencia y dejar con este
concepto ya fijada una dirección de la Unión Cívica Radical en esta materia
política. La he creído fundamental al recordar el antecedente inglés.
No vamos a seguir tampoco el desarrollo de la filiación de este artículo 44
a través de la convenciones de Filadelfia, para explicar por qué adoptaron en el
artículo 1º, sección VII, cláusula I de la Constitución de Estados Unidos, que
“todos los proyectos de leyes para levantar renta, deben tener origen en la Cá-
mara de Representantes”. No vamos a seguir estos antecedentes, pero sí vamos
a leer las palabras de Alberdi para fijar nuestra posición frente a la supresión de
este artículo. Dice Alberdi en su obra Bases: “Se ha buscado el fundamento (se
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en su torno las provincias, con sus aguerridos milicianos, por si los congre-
sales introducían disposiciones que pretendiesen quebrar el sentido federal.
Estaban ahí, señor presidente, como un trozo vivo de nuestra propia realidad
histórica. ¡Era el espíritu de la argentinidad vigilando su destino! Grandes
habían sido sus luchas, penosas sus jornadas por la libertad y dolorosas las ex-
periencias vividas para estar tranquilas. Eran las horas de dormir con el arma
al brazo, como son todas las horas cuando están en peligro las libertades. Por
eso, señor presidente, cuando se redactó el inciso 24 del artículo 67, que hoy
se aconseja suprimir, no sólo se reconoció esa realidad histórica de profundo
sentido de la libertad, sino que se ofrecían abiertas a todas las posibilidades
del desenvolvimiento del verdadero espíritu de lo argentino para organizar
mañana –con nuevas técnicas y nuevas formas de los tiempos– un ejército,
pero organizado sobre bases auténticamente federales. Tomar el hombre en
donde él se siente tal –ése es el espíritu que viene de muy atrás–, es decir, en
su mundo circundante, integrado con sus unidades morales, familia, comuna
región, y porque solamente así el hombre comprende que hay un destino
común, que hay un esfuerzo común, que hay una integración de patria, que
hay, en fin, una común solidaridad en la historia. Tomar al hombre argentino
ahí, donde se da en plenitud, para enseñarle a que se adiestre para una defensa
común, porque es su defensa, para que aprenda la técnica para una lucha, que
será la lucha por su propia integración. Ejército, sí como organización, pero
de abajo arriba. Humanizado, pero con pedazo de tierra que lleva en sí el
hombre porque está consubstanciado en ella, porque así se sabe portador de
su eternidad. Ejército con eternidad de lo humano para defender su libertad
y por ella la de todo el pueblo en el cual encuentra su solidaridad y también
un sublime sentido cristiano de eternidad.
Sr. Albarracín —Catorce ejércitos.
Sr. Presidente (Mercante) —Sírvase no interrumpir el señor convencio-
nal al orador que está en el uso de la palabra.
Sr. Sobral —Respecto al problema que se apunta, de catorce ejércitos,
es un problema de organización que vendría, desde la base federal, cerrán-
dose, con participación de las propias provincias y las propias unidades
regionales, hasta el comando único, que daría, entonces, las direcciones ge-
nerales, pero sin alterar el principio fundamental del sistema federal (¡Muy
bien! ¡Muy bien! Aplausos).
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la Constitución, y será siempre, la forma defensiva del decoro que son los
bienes morales de la Nación.
Además, se aconseja también la supresión de los artículos 81, 82, 83, 84 y
85, que hacen a la formación del colegio electoral, porque la reforma propone
la elección directa de presidente y vicepresidente de la República.
Señor presidente, a simple planteos de teoría, a puro enunciado de doc-
trina, parece, dentro del concepto de la soberanía popular, que en realidad
esa disposición que se aconseja incorporar está plenamente justificada, pero
dentro de nuestras formas federales de vida y organizada así en nuestra Cons-
titución, significa la quiebra de la auténtica organización de la República. La
elección directa de presidente y vicepresidente es el rompimiento del equili-
brio federal, es poner en desigualdad de condiciones al interior del país, es
haber resuelto en una forma hábil, pero artera, el pleito secular entre el loca-
lismo porteño y el interior de la República (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).
Desde hoy en más, yo, hombre del interior de la Nación, provinciano,
profundamente localista y por eso consubstanciado con lo argentino y por lo
tanto fervorizado con las cosas de mi propio destino histórico, estremecido
por una emoción que no puedo ocultar, porque siento que algo han roto en
mí, levanto esta tremenda acusación, que es también la bandera de la Unión
Cívica Radical: el interior del país acaba de quedar en total servidumbre del
localismo de la ciudad de Buenos Aires (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).
Nosotros no levantamos banderas localistas para ir en contra de otros loca-
lismos, no levantamos consignas de lucha para imponernos sobre otros localis-
mos, porque ya lo he dicho: mi sentido de la libertad, consubstanciado con mi
mundo circundante, me hace saberme solidario de un destino común y miem-
bro de una comunidad, y en esta conciencia aprendo a respetar la libertad de
los otros. Sólo queremos –vieja lucha del interior– que el localismo porteño de-
tenga su afán de poner la riqueza del país a su exclusivo beneficio, que no acre-
ciente su centralismo político para continuar dominando a la República, que se
inicie la política de la adecuada distribución de la riqueza del país, respetando
sus unidades morales y económicas, en fin, que al país se lo deje argentinizar.
Queremos que se nos considere en el mismo plano que a los otros loca-
lismos, porque todos –con ese sentido del hombre argentino y que además
es nuestra realidad– deben cumplir sus destinos. Desde la sanción de estas
reformas nuestras provincias, es decir, la Nación misma, no participarán con
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por el tiempo limitado que tengo para hablar, seguir el desenvolvimiento del
llamado constitucionalismo social a través de distintas constituciones, para es-
tudiar su realidad política y social. Hay textos en realidad interesantes como los
artículos 80, 111, 112 de la Constitución de Danzig de 1920, la del artículo 25
de la ley fundamental de Estonia de 1920, la del artículo 99 de la Constitución
polaca de 1921, los de Yugoslavia y las actuales constituciones de China e Italia.
Esto nos serviría para demostrar cómo todo lo que recoge el movimiento cons-
titucional ya estaba dado en la conciencia social y jurídica de la época. Época
de posguerra, época de la crisis del hombre, del hombre que, poseedor de los
secretos de la ciencia y la técnica, no pudo lograr su felicidad, del hombre en
extravío, en angustia de rumbo. Por eso los nuevos ordenamientos sociales y
jurídicos no vieron que allá, en lo más hondo del conflicto, estaba el hombre
azorado, perplejo ante la catástrofe. Se quería encontrar a sí mismo y no podía.
Constituciones, cambios de regímenes, nuevos ordenamientos, todo inútil. El
fondo estaba inalterable y el desasosiego crecía. Es que seguía poniendo su fe
en las instituciones, en las cosas, y había olvidado su quehacer de eternidad,
y en este desasosiego, estaban dados todos los supuestos psicológicos para la
desconstitucionalización de un estado, de un orden jurídico que lo llevó a la
muerte en la inutilidad de los sacrificios. Buscaba otra cosa, quería salvarse, no
se resignaba a morir. Por eso, ante el espectáculo que ofrecía Europa, en especial
en algunos Estados con constituciones con grandes declaraciones sociales, que
se convertían en tiras de papel, decía Guetzevich: “Esta regresión política que
se observa en algunos países no significa que las nuevas constituciones hayan
sido malas o que la idea de democracia ha sido impotente o prematura, en los
países en que la vida se desenvuelve fuera de las constituciones, donde los he-
chos dominan al derecho, había y hay motivos profundos que no tienen nada
que ver con los textos constitucionales. La crisis proviene no de un exceso de
democraticismo inscrito en la constitución, sino de lo contrario: es una crisis de
la psicología nacional y no de las instituciones democráticas”. Debemos, pues,
estar prevenidos cuando empiezan las declamaciones de los derechos sociales y
no se atiende al fondo del problema: moralizar al hombre, refirmarlo en su fe
en sí mismo en su propio destino, llenarlo de eternidad. No estimular, ante su
tragedia espiritual, sus apetencias irracionales, no hacer su desmoralización, que
es la sublimación de su animalidad.
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podrían formularse sin ninguna dificultad. Por eso, frente a los derechos del
trabajador, hallazgo del peronismo, podemos decir que el radicalismo ya los
había consagrado hace 30 años en su proyecto de código del trabajo.
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se apoya en las cosas porque son sus medios para realizar su trascendencia –el
hombre en busca de Dios–, el trabajo no tiene un fin lucrativo en sí mismo,
porque sería degradar al hombre, sino ese aspecto material lo usa en la medida
que le hace falta para cumplir sus fines. Entonces, este quehacer me humaniza,
y esta categoría moral la voy logrando a medida que voy comprendiendo y sin-
tiéndome solidario en un destino común. Trabajo como servicio, o sea hombre
en comunidad pero sin transferir su individualidad, su yo. Mi destino es mío
aunque me siento solidario y responsable en un destino común de humanidad.
Nadie tiene derecho a torcer mi destino. Seré el hijo de mis obras, no de mi
rango por nacimiento o por fortuna, sino por merecimiento. Mi señorío es
carga de deberes y obligaciones. Entonces no debe haber en lo social parciali-
dades por clases o rangos de fortuna, sino grado de merecimientos en obras, en
acción. Trabajo en nobleza, en dignidad moral, es decir, hombre en plenitud,
en eternidad. Por eso nadie tiene derecho a quitarme mi trabajo para su bene-
ficio, o sea, lo que a mí me corresponde en la tarea, no por lucro, sino porque
esa parte la realizó mi trabajo para cumplir fines de mi personalidad. El trabajo
no es un objeto mío que lanzo al mercado, él en sí no tiene valor económico,
sino humano porque él crea todos los valores que el hombre debe aprovechar
para su desenvolvimiento. Replanteo de una concepción económica y social
que debe partir del hombre. Humanización, sí, de la economía y de la vida.
Postura, a mi ver, esencialmente argentina. La profesión de fe doctrinaria de la
Unión Cívica Radical ya lo dice: “El radicalismo cree que sólo una cruzada de
honda pulsación humana por la liberación del hombre contra todas las formas
degradantes del imperialismo y del absolutismo, en todos sus aspectos, podrá
salvar al mundo en su grave crisis, así como renovar su fe en los destinos de los
pueblos, de nuestra gran hermandad continental unida en su libre soberanía y
luchando por conquistar juntos los instrumentos de la liberación política y el
sistema de garantías sociales contra todos los privilegios económicos que aho-
gan la libertad y niegan la justicia”.
En esta concepción va toda la postura, en lo político, de la revolución
humanista que trae la Unión Cívica Radical. En este concepto del hombre
argentino va la profunda transformación social.
Con este concepto del trabajo nos tienen que abrir a todos, sin privilegio
para nadie, el acceso a la propiedad, porque mi actividad, mi esfuerzo, mi tra-
bajo, en fin, tienen necesidad de apoyarse en ella como medio para realizar sus
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traer al hombre argentino para que se afirme en sus raíces porque solamente
así, consubstanciándose con la tierra, encontrara al espíritu de la patria en sus
infinitas proyecciones. La reforma del peronismo, ya lo dije, apunta a la ciudad,
a la vida urbana. Ve los fenómenos sociales, políticos y económicos a través de
ella. Y más: dentro de esta concepción escindente de la realidad argentina, ve el
desenvolvimiento del gran Buenos Aires, a cuyo servicio pone esta reforma de
la Constitución en detrimento del interior del país. Se ha mirado el fenóme-
no social del urbanismo, el interior, pobreza, miseria. Como hubiera podido
demostrar –aquí tengo mis apuntes–, la organización de la riqueza según el
artículo 40 del proyecto de reforma, nada soluciona el desequilibrio económico
del país, es decir, el litoral y el interior. Pero vendrán mejores tiempos.
Para dejar este aspecto terminado ante el total silencio, en la reforma del
problema de la tierra en su proyección histórica argentina sólo puedo decir:
ahí está el problema del radicalismo iniciando la gran política agraria, cuando
dice Yrigoyen en su célebre mensaje que el rescate de la tierra nativa se hará en
tiempo y forma. Y este intervencionismo de distribución y parcelación, pero
dejando el problema vivo de la entrega de la tierra pública según la reforma
peronista, ese problema lo ha superado el radicalismo hace 30 años. Por eso el
radicalismo ya está hoy en otra cosa. Frente a esa disposición intrascendental,
sin ninguna operancia en la transformación de la vida económica y de los va-
lores humanos argentinos, el radicalismo declara en su concepción ecuménica
y universalista que la tierra, siendo de Dios, le pertenece a todos los hombres
por igual (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).
El plazo se me vence, señor presidente. Ya no me es posible hablar sobre el
artículo 23 del despacho, o sea del estado de prevención y alarma, tremenda
facultad extraordinaria acordada al Poder Ejecutivo. Podría demostrar, con
todos los antecedentes institucionales del país y nuestra propia historia, cómo
esta disposición liquida una magnífica tradición argentina en defensa de las
libertades individuales. Hubiera sido conveniente recordar esos ricos antece-
dentes y cómo la disposición del artículo 23 de nuestra Constitución se hizo
con nuestra sangre en lucha dura, áspera y bravía, defendiendo el hombre
su libertad frente a la prepotencia del Estado o a la arbitrariedad del poder.
Con la modificación introducida sufre el espíritu argentino su más violenta
contorsión, para ser reemplazado por un sentido de la vida que no es su au-
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Por eso estamos aquí librando la batalla secular de las dos concepciones
perfectamente bien definidas: la vocación absolutista, cesarista, y la concep-
ción de la libertad democrática, y por lo tanto la del hombre.
Esto no va como una profecía, sino que es el capítulo final del drama.
Esta reforma es el enfrentamiento –ya varias veces hecho en nuestra historia y
en el desenvolvimiento político– de esas dos corrientes. Una de las dos tiene
que sucumbir definitivamente, una de las dos tiene que quedar en el camino
como un antecedente de la evolución política argentina: la que ustedes repre-
sentan o la que representamos y sentimos nosotros.
Una de las dos tiene que quedar, por eso se inicia aquí abiertamente,
bravíamente, la lucha entre la que niega al hombre y la que lo afirma, la que
busca justificarse en cosas extrañas a lo constitutivo argentino y la que quiere
tomar el sentido de las jornadas futuras de nuestro pueblo, afirmándose en los
valores de su propia existencia.
Esta es nuestra radicalidad en función de patria, ésta es nuestra lucha, que
después de la reforma de la Constitución nosotros juramos sostener hasta el
final en todas las circunstancias y aun con el riesgo de nuestra vida, en bien
de la patria (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).
Esta es nuestra tremenda acusación, la de los hombres de una agrupación
cívica que nos liga como en una religión a los destinos del país, que conoce
todos los sacrificios, que sabe de todas las abnegaciones y heroísmos mayores,
que se ha jugado en todos los riesgos, y que estamos hoy sabiéndonos, como
nunca, la causa misma de la Nación.
Por eso, señor presidente, no entraremos a defender el ordenamiento
constitucional del 53 en la intangibilidad de sus disposiciones, entraremos a
defender el espíritu que ha creado esa Constitución del 53, que es el espíritu
universalista o ecuménico a que me referí antes. Por eso estamos aquí libran-
do esa lucha. Aquí estamos de una vez por todas, frente a frente, la Unión
Cívica Radical, afirmada en tales valores, que inicia la lucha y la proseguirá en
cualquier forma, por la defensa de ese patrimonio de la patria argentina, lu-
cha que será bravía y heroica como lo exigen las circunstancias y que obligan
los actuales momentos.
La Unión Cívica Radical denuncia ante la historia y descarga ante ustedes la
responsabilidad de lo que pueda venir, pero la Unión Cívica Radical, fervoriza-
da, encendida en sus ideales, equivocada o no –el final dirá si son ustedes o no-
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Sobre los autores y las autoras
Sabrina Ajmechet
Licenciada en Ciencia Política (UBA), Magíster en Historia (UNSAM) y
Doctora en Historia (UBA). Profesora a cargo de Historia del Pensamiento
Político Argentino (FSOC-UBA) y de Historia General (Escuela de Gobier-
no-UNSAM). Coordinadora Académica de la Maestría en Políticas Públicas
y Gerenciamiento del Desarrollo (UNSAM-Georgetown University).
Martín Aldao
Abogado y Doctor en Derecho (UBA). Investigador del CONICET, Insti-
tuto de Investigaciones A. L. Gioja (Facultad de Derecho-UBA).
Cristian Altavilla
Abogado y Doctor en Derecho y Ciencias Sociales (UNC). Profesor (UNC
y Universidad Siglo 21). Becario postdoctoral del CONICET.
Mauro Benente
Abogado y Doctor en Derecho (UBA). Profesor de Teoría del Estado (Fa-
cultad de Derecho-UBA) y de Filosofía del Derecho (UNPAZ). Director del
Instituto Interdisciplinario de Estudios Constitucionales (UNPAZ) y Coor-
dinador del Grupo de Trabajo Pensamiento Jurídico Crítico (CLACSO).
Laura Clérico
Abogada (UBA), Doctora en Derecho (Universidad de Kiel). Profesora de
Derecho Constitucional (Facultad de Derecho-UBA) y Profesora Hono-
raria (Universidad de Erlangen/Nürnberg). Investigadora del CONICET.
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Enrique Del Percio
Abogado y Doctor en Filosofía Jurídica. Profesor de sociología jurídica
y de la dominación (Facultad de Derecho-UBA), y de sociología de la
educación (UNTREF). Director del Doctorado en Filosofía (USAL, Área
San Miguel) y Codirector del Programa Internacional de Estudios sobre
Democracia, Sociedad y Nuevas Economías (UBA).
Marcelo Koenig
Abogado (UBA). Profesor (Facultad de Derecho-UBA, UNDAV,
UNPAZ).
Ariel Lieutier
Licenciado en Economía (UBA) y Magíster en Economía Política
(FLACSO). Profesor de la Diplomatura de Economía Política de Salud
(UNPAZ). Investigador del Instituto de Trabajo y Economía de la Fun-
dación Germán Abdala.
Alejandro Medici
Abogado (UNLP), Magíster en Teorías Críticas del Derecho y la Democra-
cia en América Latina (Universidad Internacional de Andalucía) y Doctor
en Derechos Humanos y Desarrollo (Universidad Pablo de Olavide). Pro-
fesor Titular de Derecho Político (Derecho Político UNLP y UNLPam).
Susana T. Ramella
Doctora en Historia (UNCuyo). Profesora Titular y Asociada en Historia
de las Instituciones e Historia del Derecho (Facultad de Ciencias Políticas,
Facultad de Derecho, UNCuyo). Investigadora Independiente del CO-
NICET. Miembro del Instituto Argentino de Estudios Constitucionales y
Políticos de Mendoza, del Instituto de Historia del Derecho de Buenos Ai-
res y de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba.
446
Diego Rubinzal
Contador público nacional. Profesor de Economía Política (UNL). Di-
rector del Centro de Estudios para el Desarrollo Económico Benjamín
Hopenhayn. Periodista del Suplemento Cash de Página/12 y del periódico
Acción del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.
Eugenio C. Sarrabayrouse
Doctor en Derecho (UBA). Profesor honorario de la Universidad de Cien-
cias Empresariales y Sociales (UCES). Profesor de Posgrado (UBA, Uni-
versidad Austral, Universidad Torcuato Di Tella). Director del Doctorado
en Derecho penal (Universidad del Salvador).
Federico G. Thea
Abogado (UBA) y Magíster en Derecho Público y Derechos Humanos
(University College-London). Profesor de Análisis Jurisprudencial de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación (UNPAZ) y de Derechos Huma-
nos y Garantías (Facultad de Derecho-UBA). Rector de la UNPAZ.
Leticia Vita
Abogada, Licenciada en Ciencia Política y Doctora en Derecho (UBA).
Profesora adjunta de Teoría del Estado (Facultad de Derecho-UBA). In-
vestigadora Asistente del CONICET e Investigadora Permanente del
Instituto de Investigaciones Jurídicas y Sociales A. L. Gioja (Facultad de
Derecho-UBA).
447
Si el gobierno de facto de 1955 y buena parte de los autores y
autoras más leídos y leídas del derecho constitucional maldicen
la Constitución de 1949 para conjurar el peligro que ella encar-
na, los trabajos que componen este libro pretenden conjurar esa
maldición. No en vistas de transformarla en una bendición, sino
de remover los obstáculos que nos impiden revisar críticamente
qué parte de aquello que se considera peligroso es, o puede ser,
esperanzador para nuestros pueblos.
Instituto Interdisciplinario
de Estudios Constitucionales
Editorial Universitaria