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de Martín Crimp
Personajes
Corinne treintañera
Richard treintañero
Rebbeca veinteañera
Tiempo
El presente
Lugar
El Campo
Nota: La barra diagonal (/) marca el punto de superposición con la réplica siguiente
I
Interior. Noche.
Richard y Corinne.
–¿Qué hacías?
– Recorto.
–¿Qué recortás?
–No solés recortar cosas. No solés hacer cosas. ¿Qué estás haciendo?
–Nada, se me ocurrió recortar algunas fotos para colgarlas alrededor de la cuna. Viste
que dicen que hay que estimularlos.
–¿Son coloridas?
–Algunas son coloridas, sí. (Sigue recortando.) Otras son fotografías y punto.
–Buena idea.
– Sí, acá tengo luz de sobra. Gracias. (Sigue recortando) Esta… persona… ¿está
dormida? ¿Cuándo se va a despertar?
–Ninguna.
–Porque ¿cómo fue que la trajiste? ¿Por qué la trajiste acá para empezar?
–Sí.
–¿Es así?
–Sí.
–¿Tu trabajo? ¿Tu trabajo es traer a una extraña a casa a cualquier hora de la noche?
–Ya te dije lo que estaba haciendo. (Pausa) ¿Te sirvo algo de tomar?
–Tirada en el camino.
–¿Qué?
–Cómo, entonces deliraba ¡Ya me imagino la clase de fiesta…! Suerte que no es mía.
–¿Tuya qué?
–(of) ¿Cómo?
–(of) ¿A Morris?
Ella bebe.
–Probala.
–¿Qué pasa?
–Probá esto.
Él prueba el agua.
–Es agua, agua pura. Tal vez por eso tiene ese gusto.
–No le siento nada. No tiene gusto a nada. No tiene gusto. Tal vez sea ese el gusto que
le sentís.
–¿No la querés?
–¿Qué pasa?
–Cuando apareciste. La cara que tenías cuando apareciste con ella en brazos.
–De contento.
–¿Contento de qué?
–Contento, qué se yo: estabas parado ahí con esa chica en brazos, contento. Y yo
pensé: Mirá vos, debe haber perdido su sentido del humor. Finalmente perdió su
famoso sentido / del humor.
–Pero te equivocaste.
–Porque la verdad es que deberías decirme. Si pensás que hice algo malo deberías
decirme.
–Gracias.
–Eso es cierto.
–¿O sí?
–Esto no es la ciudad.
–Ya sé.
–¿Bolsa?
–Sí, una bolsa. Una cartera. Algo. No pongas esa cara de / nada.
–¿Por qué decís “bolsa”?
–¿Tenía?
–No estoy…
–No.
–¿No…?
–No.
–No te fijaste.
–Ya sé.
–…entonces podíamos fijarnos, ¿no te parece?, fijarnos en la cartera y capaz que eso…/
simplificaba las cosas. No estaríamos…
–Ya te dije: ya estaba bastante oscuro. La prioridad era sacarla de ahí y garantizar su
seguridad. Cartera no era... Claro que habría simplificado las cosas… Pero la cartera no
era, como te podrás imaginar, una prioridad en mi cabeza en ese momento.
–¿Querés que vuelva a buscarla? Si querés que vaya a buscarla, voy a buscarla.
(Pausa)
–¿Qué?
–No se nota.
–Entonces date una ducha. Date una ducha y cuando estés limpio vení y besame.
–¿Cómo están?
–Hermosos. (Pausa) Esta tarde de hecho los dejé en lo de Sophie. Tuve toda la tarde
libre para mí. Sophie es tan buena.
–Es pobre.
–Pero está siempre tan arreglada. Y la casa también, tan arreglada, tan limpia. Siempre
tiene flores en la cocina. ¿Qué querés decir con que es pobre?
–Tiene su casa.
–¿Viste esa taza donde guarda el dinero? Bueno, todo el dinero que tiene lo tiene ahí.
(Pausa)
–Bueno, ¿no querés saber qué hice toda la tarde? (Pausa) Bueno, entonces te cuento.
–Buen plan.
Pausa.
–El aliso.
–¿Ese es un aliso?
–Cómo sea, me senté debajo. Y estuve ahí sentada tanto tiempo que las patas de atrás
de la silla se hundieron en el barro. Y me quedé mirando el paisaje. Me quedé ahí
sentada mirando el paisaje y nada más.
(Pausa)
–¿Y qué tal el paisaje?
–Divino. Un paisaje divino. Las ondulaciones hasta el infinito, y el paso de las nubes,
como en un cuento de hadas. Me sentía como esa nena del cuento. ¿Cómo era que se
llamaba?
–La niña-cabra.
–Eso, la niña-cabra. Me sentía como la niña cabra, o algo así, nada más que sin las
cabras, por suerte. Y pensaba en vos y en tu sentido del humor, que te iba a hacer falta
para manejar por esos caminos de tierra, de acá para allá, para visitar a los enfermos, y
no te puedo explicar lo feliz que estaba, lo bien que me sentía. Ahí fue que apareció
Morris.
–Bueno, eso me pregunté yo, le pregunté, “¿Necesitabas algo?” Y él me dijo, “Veo que
ya se sienten como en su casa”. Y yo le digo, “Bueno, ahora esta es mi casa, Morry”.
“Disculpá que te moleste, lo estaba buscado a Richard”, me dice, y yo le contesté que
no estabas, que suponía que estabas en tu ronda de pacientes. Y Morris dijo, “sí, debe
ser así”.
(Pausa)
–Lo traté más que bien. Incluso cuando se puso en cuclillas al lado mío con esos
horribles pantalones de tweed.
–¿Y?
–¿Y qué? ¿Si extrañamos la ciudad? Bueno, yo por lo menos, no. Le dije que por vos no
podía hablar.
–No sé qué esperaba. Me dijo que pasó porque iba de camino a la ferretería a comprar
pintura y quería saber si necesitábamos algo.
–¿Algo cómo qué? ¿Pintura?
–Sí. Aparentemente tiene postes bordeando el camino de entrada y los pinta todos los
años.
–Eso le dije yo. Le dije, “¿Y en tu casa no tenés pintura?” Pero no, no tiene. O más bien
sí, sí tiene. Tiene la pintura que usó para pintar los mismo postes el año pasado, pero
no la encontraba.
(Pausa)
–No. Dice que le cambió de lugar él mismo. Dice que está seguro que fue él, pero que
no se acuerda dónde lo había puesto. Yo le dije, “Debe ser bastante desesperante”.
Pero la cosa es que ahí me empezó a hablar en otro idioma. De un momento para otro.
Primero era la pintura y todo eso, y de pronto ahí nomás era como si me estuviera
recitando en otro idioma. Le dije, ¿Y eso que es? Como te imaginarás, yo no podía
parar de reírme. “Es latín”, me dice. “Virgilio”.
–Virgilio.
–Claro, eso dije yo. “¿Virgilio, Morris? Me hacés sentir una ignorante”. Y la verdad que
me sentía así, una ignorante total. Y él en cuclillas ahí, al lado mío, recitando Virgilio.
–Bueno, no. No sé bien cuál era su intención. Yo no podía dejar de pensar, “¿A qué
viniste? ¿Qué querés?”
–Yo me sigo preguntando lo mismo. Me dijo que era algo con las abejas. Que cuando
me vio sentada ahí al lado del arroyo se acordó.
–Por Dios.
( agregado mío
LAS GEÓRGICAS.
· El segundo, al cultivo de la vid, del olivo y de los árboles frutales, elogiando la vida
campestre.
· El tercero estudia la cría del ganado (bueyes, caballos y ovejas) y de los animales
domésticos.
· El cuarto trata de la vida de las abejas, cuya miel era muy importante en una
economía que desconocía el azúcar y cuyas costumbres constituyeron, desde épocas
remotas, un tema de estudio para los filósofos.
Con esta obra Virgilio consiguió crear el prototipo ideal del pequeño
propietario rural, libre e independiente, que a fuerza de desvelos y de perseverancia
llega a vivir a gusto en un medio apacible, a cuya creación ha contribuido con su
esfuerzo personal.
Desde el punto de vista del arte son la obra mejor elaborada de Virgilio,
destacando el realismo y la precisión con que expresa sus ideas.
)
–Sí. Y yo no puedo dejar de pensar, ¿qué pasa si hubiese sido un hombre? (se ríe
apenas) No pongas esa cara. Me pregunto nada más si… si en vez de una mujer hubiese
sido un hombre, me pregunto si vos hubieras sido tan… (se encoje de hombros) Eso,
qué se yo.
–Un hombre.
–Solícito.
–Sí. Si en vez de una frágil y … delgada joven… abandonada ahí / al costado del camino.
–Si en vez de… ver eso, de ver a esa víctima de alguna desgracia inespecífica,
desconocida…, digamos que hubiese sido un hombre el que encontraste, un hombre
que salía arrastrándose de la banquina con toda la roba embarrada…
–Eso es obvio.
–Que yo sepa.
–¿Qué sé de qué?
–¿Sabés o no sabés?
¿Qué te hiciste?
–Nada, me corté.
–Prefiero chupármelo.
–Entonces chúpatelo.
(…ruido de tijeras)
Escena II
Mismo escena, unos minutos después. Corinne, sola, sostiene un pequeño objeto contra
su oreja. Aparece Richard, que se abotona la camisa y la mira. Ella ahora extiende el
brazo y sostiene el objeto –un reloj pulsera– de su delgada malla de oro, lo hace oscilar
y sonríe para sí misma.
–Es el reloj.
–¿A vos?
–Sí.
–Quería tocarla.
–¿Y estaba?
–Caliente.
–La destapé.
–La verdad, es que me daban curiosidad sus brazos. ¿Le miraste los brazos?
–Y después las piernas. ¿Le miraste la cara? ¿No la miraste? ¿No le miraste ninguna
parte del cuerpo? (Pausa) ¿No te da curiosidad?
–Me gustaría que me des ese reloj. Me gustaría que dejes de apretarlo así. ¿Por qué lo
apretás así?
–Ya te di un beso.
–Entonces tenés que darme otro. (Ella abre lentamente la mano. Él se acerca, toma el
reloj, ella le ataja la mano, suena el teléfono. Ninguno de los dos se mueve.) No
atiendas.
–No puedo no atender. Si sabés que no puedo no atender. (Se desprende de la mano
de ella y atiende el teléfono). ¿Sí? ¿Hola? (Brillante) ¡Morris! –(Es Morris)– Sí. Perdón.
No, por supuesto que no. No es para nada tarde. No, Morris, nomás estábamos…
estábamos…
–Acá.
Sí, sí, claro: disfrutando de esta noche hermosa. ¿Viste lo que es el cielo?
Maravilloso.
Sí, claro. Me refería al cielo hasta hace un rato. Ahora está todo oscuro, claro…
¿pero viste esas estrellas?
Ah, ¿no? ¿En serio? ¡Pucha! –(Cuando volvió a la casa, encontró la lata que
tenía de antes)–. Bueno, Morris, ahora tenés dos.
– Cortale.
–(¿Qué?)
–Que le cortes; decile que nos deje en paz.
–Qué increíble, mirá dónde la fuiste a encontrar. Morris… ¿te puedo llamar mañana
mejor? Te llamo mañana a la mañana porque ahora...
¿Pero cómo pudo pasar algo así? –(¿Me alcanzás algo para escribir?)–
–¿Qué?
Corinne sale.
Ahá, ahá…
Corinne vuelve con una lapicera. También trae una cartera de mujer, o más que una
cartera, una mochila en miniatura.
Sí, entiendo que quedé mal, pero bueno, eso no significa necesariamente que
esté todo mal. No tiene por qué estar todo mal. Son cosas que pasan, Morris, nada más
–(Gracias)– Lamentablemente, esas cosas pasan y nada más.
–Que le preguntes por la chica. Decile que tiene dolores. (Pausa). Dale, decile,
–(¿De dónde sacaste que tiene dolores? Está durmiendo.)– ¿Morris? No, no, un tema
doméstico / nada más…
–¿Y entonces por qué toma analgésicos? ¿Por qué tiene / agujas en la…?
–Un temas doméstico nada más… –(¡Por favor…!)– (Le hace gestos de que lo deje
hablar en paz)… Disculpame. Sí. Sí, sí, te escucho. Era un temita doméstico. –(la puta
madre, basta). No, no… nada, te escucho mal. Acá la señal es pésima, hay que ponerse
cabeza abajo para…
Sí, eso, cerca de la ventana. Escuchame, Morry, quiero suponer que cuento con
tu apoyo en este asunto…
¿Pero cómo te voy a estar pidiendo que mientas? Nadie tiene por qué mentir,
no hay necesidad. Es cuestión nomás de poner los hechos en contexto, el orden en que
se dieron las cosas, un orden comprensible.
Buenas noches.
(Corta).
–¿Qué pasó?
–De tu auto. Lo encontré debajo del asiento. Es obvio que sí encontraste el bolso. Me
pareció que dijiste que no habías encontrado ningún bolso, y ahí estaba el bolso.
–Ahá…
–Buscaste.
–Sí, busqué el bolso. No sólo busqué el bolso sino que encontré el bolso. Acá lo tenés.
(Corinne vacía amablemente el contenido del bolso en el piso. Pausa.) Lo que pasa es
que de pronto… de pronto me sentí –ayudame–… me sentí perdida. No sé quién sos.
No sé qué querés. Porque la verdad pensé que habías dejado. Pensé que estabas
limpio. Pero si de veras dejaste, ¿qué hacen están agujas en su bolso? ¿De quién son
estas agujas? ¿Son tuyas? ¿Te pagó para que le dieras esto? ¿Y en qué te pagó? (Pausa)
¿Quién es? ¿Tenés alguna idea? Es probable que ni siquiera sepas cómo / se llama.
–Entiendo.
–Así es.
–Para ver una piedra. Se metió en tu auto para ver una piedra.
–Sí.
–¿Qué piedra?
–No tengo la menor idea. Ahora meté todo de vuelta en el bolso y no revuelvas más
sus cosas. No hay ningún motivo para andar revolviendo sus cosas. Esta dormida.
Dejala dormir. Cuando se despierte a la mañana seguro que se va a ir. (Pausa. Después
termina la historia) Y eso fue lo que pasó.
–Pensé que habías dejado. Pensé que estabas limpio. Pensé que esa era la idea, que
por eso nos habíamos venido / a vivir acá.
–Llevásela a Morris.
–Sí, claro. Justito. A Morris. “Hola Morris, buenas noches. Cuando me estaba picando el
brazo en el auto, encontré a esta chica inconsciente al costado del camino. Me gustaría
tener una segunda opinión.” “Faltaba más, muchacho. Llevala hasta mi estudio y servile
un whisky mientras nosotros hablamos del fin de tu carrera profesional y de la vida que
de miseria y de vergüenza que te espera a partir de ahora”.
–¿Qué camino?
–¿Qué?
–¿Qué quisiste decir con que “se me metió en el auto”? ¿Cuándo se te metió en el
auto? ¿Es por eso que apareció Morris?
–Si Morris apareció por eso. Si preguntó dónde estabas por eso.
–Por favor.
–Sí, para sacarte el olor de encima, ¿o no? ¿Y me preguntás que diferencia hay?
–Ah, mirá vos… ¿Y qué es lo que sirve, a ver? ¿Levantar chicas de la calle? ¿Atraerlas
hasta tu auto? ¿Llevarlas hasta / un camino? ¿Qué?
–¿Hola? (brillante) Morris. (Corinne sale de la habitación.) No no. Acá estoy. Claro que
estoy acá.
Sep… sep… sep… Ya tengo todo. Deciles que en… ¿cuánto?... en veinte minutos
estoy ahí.
Por supuesto que entiendo que es urgente, Morry. Cómo no voy a entender que
es urgente. (Cuelga)
Pausa.
–¿Y si se despierta?
Pausa.
–¿Qué?
–¿Y si se / despierta?
(… piedra)
En el campo
Escena III
Misma escena, más tarde. Rebecca está sentada en una silla con una manta sobre los
hombros. Corinne la mira hablar.
–Un sol radiante. Los árboles eran verdes, pero cada verde era diferente. O sea, cada
especie de árbol era de un verde diferente. (Pausa.) Y yo había encontrado la piedra. Sí.
Este… (puesto de avanzada)… del imperio. Pero no era “una piedra” y nada más,
porque tenía brazos, como una silla. Y yo descansaba los brazos sobre esos brazos. Yo
descansaba mis brazos sobre esos brazos de piedra. Y de alguna manera todo tenía
cierta congruencia
(Pausa)
–¿En serio?
–Sí. Cierta congruencia… –¿Por qué? ¿Te sorprende?–… entre esos pares de brazos: los
brazos de piedra y los brazos de…
–Carne.
–¿Qué?
–Carne.
–Exacto. Entre los brazos de piedra y –sí– exacto, mis brazos de carne. Bueno,
entonces, yo miraba los árboles. Estoy mirando los árboles y los árboles son verdes,
pero de verdes diferentes. De hecho, cada hoja es diferente. Cada hoja de cada árbol
es de un verde diferente. Y tiemblan. Lo que digo es que cada hoja está temblando, y
que toda la arboleda no sólo se inclina, también ondula. Pero tan suavemente.
Mientras el frío de la piedra me va calando… (Pausa.) Y empezó a oscurecer.
–Había mucha luz. Absolutamente. Había mucha luz y un sol radiante. Había tanta luz
que hasta se veía el avance de la oscuridad. (Pausa) Ahí fue que me desperté con esto
encima.
–¿Cómo?
–¿En serio?
–¿Qué mirás?
–¿Perdón?
–Por allá.
–Sí.
–Gracias.
–Por ahí.
–Bueno gracias
Rebecca sale.
Se prende una luz, de la que llega apenas un reflejo. Se oye a Rebecca que abre la
canilla. La luz se apaga. Rebecca reaparece en el vano de la puerta con un vaso de
agua en la mano. Toma a sorbitos.
–¿Sí?
–¿Cómo se abrió?
–Afuera.
–¿Una escena?
–No me digas que hice una escena. Dios mío qué / vergüenza.
–Pero el bolso…
Rebecca recoge tranquilamente las cosas del piso y las vuelve a meter en su cartera.
Deja afuera el paquete de cigarrillos. Corinne la mira hacer.
No está.
–¿Qué cosa?
-¿A dónde?
–¿Por?
–¿Dónde está?
–Sí.
–¿Cubriendo?
–¿Usar?
–De cenicero.
–No, me parece que no hay nada que sirva de cenicero. No tenemos nada que puedas
usar / de cenicero.
–¿A Morris?
–¿Cómo?
–¿Lo odías?
–¿Cómo?
–Bueno, sí. Se nota que al tipo lo odiás. (Se ríen las dos.) ¿Y por qué odiás a Morris?
–¿Qué?
–Bueno, ¿no sabe leer en latín? Richard me dijo que Morris / lee en latín.
–Bueno, por eso entonces, me gustaría conocerlo. Me encantaría hablar latín con él. Y
hablar de historia. Me encanta hablar de historia.
–¿Te sorprende?
–¿En serio? Si no fuera por el latín, no estaría acá, no podría hacer lo que hago.
–¿Y qué es lo que hacés?
–Estudiás.
–Estudio.
–Estudiás latín.
–No, no estudio latín. O sea, sí, estudio latín, pero eso no es lo que estudio, yo estudio
historia. Y para estudiar historia este es el mejor lugar. (Pausa) Si te interesa la historia,
entonces tenés que estar acá.
–En tu lugar de origen será así, pero a mí no. A nosotros no. Más vale todo lo contrario.
–¿Lo contrario?
–Sí.
–¿Cómo lo contrario?
–A vivir.
–¿En el interior?
–Eso, en el campo.
–No.
–OK.
–En casa.
–Sí, supongo.
–Dirías en casa.
–(risas) ¿Yo? Yo soy de la ciudad: la ciudad es y será mi casa. Yo digo “allá en casa”,
mientras que ustedes…
–¿Nosotros qué?
–Nosotros no vivimos “allá”, vivimos “acá”, con nuestros hijos. Para nosotros, estar
acá / es estar en casa.
–Y este es nuestro hogar. No queremos volver “allá”. Nuestra familia está acá / de
manera permanente.
–¿Y eso por qué? ¿Por un ideal de vida o algo así? ¿De manera permanente? ¿Cómo
podés estar tan / segura?
–¿Se enamoraron?
–Bueno, es obvio, ¿no? El ideal de la vida campestre. Virgilio, por ejemplo, el campo
como lugar idílico, de un orden armónico, del cultivo ordenado de las cosas, con sus
labores propias de invierno y primavera, de verano y otoño, la parra, la cama de
resortes… los / alisos…
–Nos vinimos acá para cambiar un poco de vida, nada más. Para… aunque suene un
poco loco, pero sí, para ser más felices, o por lo menos / intentar
–Suponiendo que uno logre escaparse. Yo porque creo que uno / sí puede escaparse.
–Sí.
–Sí.
–Gente que no duerme, que se queda de noche boca arriba escuchando, escuchando
la ciudad.
–Sí.
–No sea cosa que se pierdan de algo –sí, sí–, alguna oportunidad, una oportunidad que
por supuesto / nunca llega.
–Pero nosotros pudimos como verás. Nos salimos con la nuestra. Y cuando él me
mostró esta casa…
–Algunos están realmente locos. Las cosas que hacen, las cosas que ambicionan, te
juro que no / lo creerías.
–Te convenció.
–Me convenció.
–Sí. Esta hermosa casa. ¿Qué tiene? (Pausa) ¿Qué estás esperando que te diga? ¿Qué
querés de mí?
–Anoche tu marido… casi me mata. Allá, en el camino de tierra. ¿No te lo mencionó?
(Enciende un cigarrillo). Ufff, eso sí que fue fuerte. Fuerte en serio. Un verdadero golpe.
(Pausa) Pensé que estaba muerta. ¿No lo mencionó?
–Antes de “salir”. Antes de “salir a cubrir” a Morris. Antes de irse dejándome acá y sin
cenicero.
–Escuchame.
–¿Qué ¿Qué? ¿Sí? ¿Que te escuche? Okey. (breve pausa). Bueno, okey: te / escucho.
–Te despertaste en una casa extraña. Entiendo que estés confundida. Una casa grande,
además. Y en medio de la noche. No te conozco, no sé quién sos ni qué querés. Lo que
sí se –y escuchame bien– es que su prioridad número uno fue tu seguridad. ¿Te queda
claro?
Mi esposo es médico. Estás en la casa de un médico. Sos una chica inteligente –muy–
de eso no cabe duda, pero no por eso voy a aceptar –no vamos a aceptar, ninguno de
los dos– que lo acuses así como así de…¿a dónde vas?
–Mejor me voy. ¿Así que inteligente? Qué carajo… ¿Pero por qué carajo me trajo acá si
se puede saber? ¿Dónde tenía la cabeza? ¿Es qué / carajo estaba pensando?
–Por supuesto que te podés ir, pero no ahora, no mientras estés tan… Por favor, tenés
que ser / razonable.
–¿Confundida?
–Exacto.
–…explicar. No.
–Está bien, está bien. Está bien. (Pausa) Lo que te estoy pidiendo, aunque reconozco
que quizá no tenga derecho a pedírtelo –puede ser, puede ser– pero lo que te estoy
pidiendo es que dejes pasar –¿puedo pedírtelo?– que dejes pasar este error (no hay
otra manera de llamarlo) este error de juicio.
Vos no lo conocés. No es un m…
Y quizá –no sé– pero quizá le diste señales que él malinterpretó. Por supuesto que eso
no lo excusa, por supuesto que no. Pero quizás algún gesto, ¿entendés?, a alguien que
no sabe leer esos gestos –al fin y al cabo es hombre y quizá no sabe leer esas señales.
¿Sí?(Pausa)
Que es ignorante –sí– que es estúpido –también– lo acepto. Pero querer hacerte daño,
no lo creo. No. No creo. Un chica –una mujer– una mujer joven acepta subirse al auto
de un desconocido. Y para ella quizá eso sea… no sé… ¿un juego? Es joven, se lleva el
mundo por delante, no tiene miedo, se sube a un auto, ¿con que pretexto? Y por mal
que esté lo que hizo –por mal que sabemos que está lo que hizo– al fin y al cabo es
humano, ¿y cómo interpretó esas señales?
Ahora bueno, si necesitás algo, como ser… Bueno, no se me ocurre qué podés querer o
necesitar –pero si necesitás… / dinero, o –
–¿Una tarde más?
–(tranquila e intensa) ¿Qué querés decir con “una tarde más”? ¿Qué querés decir con
“el auto de un desconocido”? ¿Sos o te hacés?
¿Así que un desconocido? ¿Pero cómo podés engañarte de esa manera? Y además
disculparte conmigo en nombre de él… (risa leve)… y en tu propia casa?
Pausa.
–Andate.
– ¿No eras vos la que quiso que me quedara? Pensé que querías que me quedara
debido a mi / confusión.
En el campo
Escena IV
Rebecca, sola.
–“Estas cosas cantaba yo… sobre el cultivo de los campos, de los ganados y de los
árboles frutales, mientras el gran Cesar esgrimía el rayo de la guerra en las orillas del
profundo Éufrates, dictaba vencedor sus leyes a los pueblos agradecidos”. Pueblos
agradecidos. (Risa leve) ¿Pero y él qué sabía? De cultivos. O de árboles. ¿Cómo sabía
que los pueblos estaban agradecidos?
¿Y cómo manejaban las granjas? –Gracias– ¿Querés saber cómo manejaban las
granjas? Con esclavos. Con el trabajo de los esclavos. Un detalle que omite mencionar.
–¿Con tu mujer? (Breve pausa) Ya te dije: me desperté, estaba sola. En una casa
desconocida. Tuve miedo. Así que no: no me / “crucé con Corinne”.
–No escuche a nadie por la casa. No escuché nada. ¿Por qué iba a andar por la casa / tu
mujer?
–Si estaba levantada… Si estaba levantada iba a andar por la casa. Pausa. Dando
vueltas.
–¿Cómo ruido?
–Sí.
–¿Sí?
–Sí, en serio.
Pausa.
–¿De qué?
–Al ducharte.
–¿Al qué?
–Lamentablemente es así.
Pausa.
–¿Cómo es el ruido?
–No. Lo lamento muchísimo, pero no. (Pausa). Vas a despertar a mi mujer. Vas a
despertar a / los chicos.
–¿Qué?
–Impedirmelo.
–¿Por la fuerza?
–No. Escuchame. Dejame que te explique. La ducha –no hace falta usar la fuerza– la
ducha está arriba…
–OK…
–Sí, pero no. No subas arriba porque lo que te quiero decir es que tenés que pasar por
el cuarto de los chicos. Tenés que atravesar el cuarto de los chicos, ¿entendés?
–Sí.
–¿Y cómo es eso? (Pausa) ¿Cómo está diseñada esta casa? ¿Cómo es que hay que
pasar por el cuarto de los chicos para llegar al baño?
–¿Es un qué?
–Te lo estoy diciendo. Si vos sabés lo que es. Sabés que no es una casa. Es un granero,
es un…
–Un granero.
–Era un granero, antes. Para guardar el grano. No era una casa. Ahora es una casa. Y
por supuesto que no te estoy –vos sabés que no te estoy– amenazando. Simplemente
estoy apelando a tu sentido común… Te pido que seas razonable.
–Ese… recorrido….
–Recorrido.
–Ese recorrido, sí, ese recorrido tan raro para llegar a tu propio baño. ¿Te parece
razonable?
–Yo creo que sí. De hecho, siempre me pareció excelente, casi te diría que es el
recorrido ideal…
–Hasta ahora.
–Incluso ahora.
–¿Qué?
–Vamos. Nos vamos.
–Te dejé, sí, pro no te dejé, y ahora te llevo de vuelta. Volví y ahora te llevo / de vuelta.
–Un puesto. ¿Para ayudar a tu mujer? Un puesto de mucama. ¿Me trajiste para que sea
la mucama?
–Un bebé.
–Sí.
–¿Lloraba?
–Sí, para los padres era hermoso. Y para mí también. (Pausa.) El padre me agradeció
mucho.
–¿Cómo mucho?
–Me abrazaba.
–Varón.
–Sí, un varoncito.
–…pero yo no acepté.
–Pero cómo no le vas a aceptar el trago. El hombre acababa de ser / padre.
Pausa.
–No, precisamente. Parecía más bien aliviado. (Ella le aprieta la mano con fuerza). Me
vas a lastimar.
–Sí. (El logra zafar su mano. Las pequeñas tijeras caen al piso). Me cortaste la mano.
–¿Que yo qué?
–Sí.
–Sí.
–¿Así que te hice una agujero en la mano? ¿Es profundo? ¿Te duele mucho? (Pausa)
Apretate.
–Dejame a mí.
–No me toques.
–¿Nada más?
–¿Qué pasa?
–¿Dónde?
–Acá, en la cara.
Él le toca alrededor de la boca. Ella deja que el dedo de él se detenga allí un momento,
luego se desprende, y se limpia la boca con la manga.
–¿Puedo verlos?
–¿A quiénes?
–A tus hijos.
–No, ya te dije.
–¿Ya dijiste?
–Sí, ya te dije.
–Ya te pronunciaste.
–Así es.
(Pausa)
–¿Cómo se llaman?
–No.
–A todo el mundo le gustan los cuentos, ¿o no? Podría entrar y decirles: “Hola, soy
Rebecca, la mucama. Les voy a contar un cuento. ¿Quieren que les cuente un cuento?”
–Sí, sí, dale Rebecca, contanos un cuento. Bueno chicos, había una vez una nena, una
nenita hermosa, que estaba enferma y necesitaba un remedio. Así que fue al doctor…
–Escuchame un momento…
–Así que fue al doctor y le dijo, Doctor, doctor, me duele, deme un remedio. Pero el
doctor no se lo quería dar y le decía, Andate, no me hagas perder el tiempo. No tengo
remedios. Así que al día siguiente ella volvió y le dijo, Doctor, doctor, me duele mucho,
necesito un remedio. Pero esta vez el doctor fue hasta la puerta y la cerró con llave. Le
dijo: necesito tu historial, arremángate la camisa. Así que ella se arremangó y él le sacó
el historial. Entonces, chicos, él sacó un instrumento para revisarle los ojos. Y otro
instrumento para revisarle el corazón. Y después de revisarle los ojos y el corazón, le
pidió que se desvistiera.
–Rebecca.
–Le pidió que se desvistiera y cuando ella se desvistió, él le dijo: Ahora sí se nota que
estás enferma, que hay que darte un remedio. Ella dijo: Doctor, ¿me voy a morir? Él
dijo: No, lo que pasa es que tenés los ojos muy oscuros y la piel muy pálida. Tenés la
piel tan delgada que cuando la roso así con los labios siento como corre la sangre por
debajo. Estás enferma, nada más. Tenés que tomar un remedio. Y así empezó el
tratamiento.
Y el tratamiento, chicos, era infernal. Podía ser a cualquier hora del día o de la noche.
En cualquier parte de la ciudad y en cualquier parte de su cuerpo. Su cuerpo… era
como la ciudad. Y el doctor aprendió a desplegar el cuerpo de ella como un mapa.
Hasta que un buen día la nena, la nenita hermosa, decidió que el tratamiento tenía que
terminar. Porque cuanto más remedio tomaba, más remedio necesitaba, y además, ella
quería irse al campo.
Pero entonces el doctor se enojó mucho. Se enojó mucho porque sabía que por ella
había roto todas las reglas. Y no reglas como las de los chicos, como sacarse los zapatos
o lavarse las manos. Eran reglas de adultos. Leyes. Él había traspasado todas esas
reglas, esas leyes, y estaba muy pero muy enojado. Hasta lloraba. Sos una puta, le dijo.
Sos una puta de mierda.
Lo que pasó fue que hubo un terrible malentendido, porque lo que para la putita
hermosa era el tratamiento, para el doctor, que por supuesto estaba enfermo de lo
mismo y también desesperaba por el remedio, era… ¿qué se imaginaba que era?... algo
personal. Algo humano. Y por eso / él la siguió.
–Porque todo tiene un límite –no es lo que hay que hacer– ¿pero no ves que hay un
límite para lo que…?
–¿Un límite?
–…para lo que podemos –sí, un límite– esta noche… ¿no ves…? Para lo que podemos…
–Sí. No. No. Para lo que podemos… para lo que vos y yo podemos… / decir.
–Quiero decir esta noche, esta noche que los dos estamos tan…
–… los dos estamos tan –exactamente– tan cansados, tan cansados que no podemos /
ni pensar.
–Me pienso aceptar eso. No hay un límite para lo que podamos decirnos, lo que sí
tiene un límite es la honestidad que podamos permitirnos. Yo no estoy cansada y
puedo pensar / perfectamente.
–Bueno pero yo sí estoy cansado. Vos estuviste durmiendo. Yo trabajando. Tuve que /
manejar.
–Decime vos entonces qué es lo que no podemos decirnos, cuál es según vos / el
límite.
–¿Pero cómo te voy a decir precisamente lo que no…? –¿Perdón? ¿Cómo dijiste?–
¿Qué?
–¿Dejarme?
– ¿Sabías que ella piensa que yo te había dado señales? (Pausa mínima) Tu mujer. Tu
mujer pensaba que yo te había hecho “dado señales”. Y quería disculparse por tu
conducta. ¿No es lo más tu mujer? (Pausa mínima) Y bastante sexy además. No
entiendo por qué te la pasabas hablando de lo poco atractiva que era. ¿Cómo era?
¿Qué hasta tenías que hacerlo con la luz apagada? (Pausa mínima) Sí, / me mentiste.
–Me mentiste. ¿Qué? Sí, claro que hablé con ella. (Pausa mínima) Ah, no, por eso no te
preocupes. Se fue. Hace rato ya. Agarró a los chicos y se fue. (Pausa mínima). Estaban
re dormidos. Si vieras cómo los zamarreaba, mi Dios, los sacó a la rastra. (Pausa. No se
mueven.) No me lastimes.
Pausa. Él la mira.
–Entonces no me mires.
–Entonces no me mires.
(… tijeras…)
En el campo
Escena V
Corinne está abriendo correspondencia. Saca de los sobres las tarjetas, las lee, las va
apilando.
Richard entra con un vaso de agua en el momento en que ella abre la última tarjeta –la
de él– y por lo tanto ella gira la cabeza y le dice:
–Gracias.
–¿Te gustó?
–¿Es en serio?
–Gracias.
–¿Qué?
–Dije gracias.
–Es una promesa.
–¿Pensás cumplirla?
–¿Qué?
–Seguís limpio.
Los dos se ríen. Ella le saca el vaso de agua. Pausa. Después ella toma un sorbo.
–Sí.
–¿En serio?
–Antes pensabas que tenía gusto. Al principio, ni bien nos mudamos, pensabas que
tenía gusto a algo. Te preocupaba.
–Bien.
–¿Y a vos?
Ella bebe el resto del agua. Él toma el vaso. Ella se empieza a reír.
–Tan… solícito.
–¿En serio?
–Sí.
–OK
–¿No me creés?
–No, lo que pasa es que no puedo sacarme de la cabeza que tiene un contenido sexual.
“Solicitar” a alguien sexualmente.
–Significa preocuparse por alguien, atenderlo. ¿Vos decís pagar por sexo? No, no tiene
nada que ver con sexo
–No sé.
–¿Cómo vas a ser vieja? Te miro –de hecho, te estaba “mirando”– justamente porque
no sos vieja. Seguís pareciendo una nena.
–(risas) No quiero parecer una nena. ¿Y si no quiero parecerme a una nena, eh? ¿A
dónde vas?
–A buscar algo.
Él sale con el vaso vacío en la mano. Ella mira a través de las tarjetas.
–Sabés lo que estaba pensando. Mientras abría estos sobres pensé ojalá se haya
muerto alguien y me llegué un cheque.
–(of) ¿Cómo?
–(of) Si dinero tenés. No necesitás dinero. Vivís en una linda casa / en el campo…
–(of)… y tus padres no tienen nada. Si se mueren, va a ser después de una agonía
larguísima.
–(carcajada) ¡Callate!
–(Of) Sí, conociéndolos… la peor agonía. (Él reaparece, con un paquete en la mano)
Una agonía deliberada. Y a vos no recibirías nada.
–(carcajada) Callate.
–Lejos, seguramente.
–Callate.
–O Paraguay.
–¿Qué es?
–Abrilo.
Pausa. Ella empieza a desenvolverlo. Dentro del papel hay una caja de cartón, y en el
interior de la caja un par de zapatos. Son zapatos bastante sobrios y elegantes, pero al
mismo tiempo tienen algo perturbador, inquietante, que puede no ser evidente hasta
que Corinne se los pone. Puede ser, por ejemplo, que sean demasiado altos para ella.
–Gracias.
–¿Te gustan?
–Carísimos. Probatelos.
–¿Llevaste un zapato?
–No sé.
–¿Son cómodos?
–Muy cómodos.
–¿Entonces?
–Necesito ablandarlos un poco.
–¿Y?
–Estás… trasnformada.
–¿No te gustan?
–Es raro.
–¿Qué es raro?
–Sí.
–¿Ah sí?
–¿En serio?
Leve pausa. Vuelve a caminar con sus zapatos nuevos, gira y sonríe.
–No te gustan.
Hola, Sophie. Buen día. ¿Cómo están ahí? ¿Te dejaron dormir?
Bueno… Richard me trajo el desayuno a la cama y después me puse a abrir las tarjetas
que me mandaron… Sí, después abrí el regalo.
Sí, divinos. Los tengo puestos ahora mismo. Según dicen acá, me transforman.
–(¿Qué?)
–(se ríe) Acá dice que lo que me hace es sentir decadente. (Pará, que estoy hablando
con Sophie.)
–Profundamente decadente.
–Nada. Disculpame. Lo que pasa es que está medio… (No me dejás hablar. Pará.) Está
medio… No me deja / hablar.
Aha… Aha… ¿En serio? Bueno, supongo que si te dejó eso es porque quería / dejarte
eso.
–Un impulso de generosidad. Pensé que por ahí quería salir / a comprarse algo.
–(se rie) Estoy segura de que no quiso asustarte… fue un impulso de generosidad.
–Es para vos, Sophie. –Es para vos, Sophie. Y ahora escuchame: deciles que Mami…
–…que los extrañamos mucho y vamos a pasar a buscarlos después del té.
Ok.
Gracias Sophie. (Corta.) ¿Por qué le diste tanta plata? Me dijo que se quedó aterrada.
–¿Por?
–¿Por mí?
–No. Por toda esa plata. Por vos no. Le caés bien.
–¿Cómo sabés?
–Quiero decir que le caés bien. Le cambia la voz cuando dice / tu nombre.
–Eso es porque nos desprecia. Porque nos desprecia a vos y a mí y todo lo que
representamos.
–… existe.
–¿Qué?
–Existe, la gente simplemente existe. ¿No será que te despreciás a vos mismo?
–(se rie) No sé, no tengo la menor idea de por qué deberías despreciarte. Ok, la chica
es pobre, pero tiene una casita y tiene…
–Teléfono.
–Teléfono, y cocina, ¿así que por qué debería sentir nada? Te pido por favor que no
intentes hacerme / sentir nada.
Silencio.
–¿Sabés lo que estaba pensando? Estaba pensando que tal vez podríamos…
–¿Podríamos…?
–Hacer cambios. Cambios en la casa quiero decir. En el piso de arriba sobre todo.
–No digo que no me guste la casa, lo que digo es que podríamos hacer un par de
cambios.
–Arriba.
–¿Qué significa que no tiene lógica? ¿Qué lógica / querés que tenga?
–Nadie me metió ninguna idea. La idea es mía. Es algo que se me ocurrió / a mí.
–Por supuesto.
–Sí. Mintió.
–Precisamente. Mintió. Vos dejaste m¡orir a un hombre y Morris mintió por vos.
–(sonriendo) ¿Qué?
–Ay, Dios, pensé que habías perdido tu sentido del humor. Pensé, ay no, finalmente
perdió su famoso sentido del humor.
–Pero te equivocaste.
–Pero me equivoque.
–¿Qué?
–Ya sé.
–Nunca…
–Yo ya salí.
–No creo.
–Creelo.
–¿Qué viaje?
–¿No te dije?
–¿Qué viaje?
Pausa
¿Qué viaje?
–¿Por?
–Vos te habías ido. Cerré todo bien. Crucé la entrada. Me metí en mi auto. Torcí el
espejo. Me miré.
Pausa.
–Mostrame, a ver.
–(sonríe) ¿Qué?
–No me sale.
–¿No te sale?
–Ah, para ir marcha atrás. Necesitaba –o no, no necesitaba– pero retrocedí. Ir marchar
atrás me produjo un placer enorme: ver cómo la casa se iba encogiendo, un placer
inmenso. Se encogió tan rápido. Cuando me quise dar cuenta ya estaba afuera en el
camino y la casa me sonreía desde detrás de los árboles.
Pausa.
–Bueno, sí, seguramente. (Ella sonríe) Es que era una tarde perfecta. Tan alegre.
–El sol –sí, eso– estaba bastante bajo y la luna ya había salido. Luna moteada –esto te
va a encantar– moteada como un huevo.
–Y saliste al camino.
–¿Cómo?
Pausa.
–Y ese fue el final de tu viaje. Hiciste eso: fuiste en auto hasta una zanja.
–¿Cómo? No. Me bajé del auto –no, no, mi viaje recién estaba empezando– Me bajé
del auto y crucé de un salto la zanja.
–(se ríe) Sí. Como una loca. Y empecé a trepar por la ladera. Pensaba: desde que era
chica que no corro así, sin motivo, por correr nomás. Y yo flameaba entera, el pelo, la
ropa…
–El vestía se me enroscaba en la piernas como una bandera y yo me decía que tenía
que volver al auto y al mismo tiempo sabía que no iba a volver al auto.
Bueno, estaba yo, obviamente. Y yo soy humana. Pero era lo único. Mire a ver si
encontraba alguna cosa humana. ¿Sabés que pensé que me iba a encontrar? Un
alambre o algún cartucho de escopeta usado. Pensé que iba a ver alguna bolsa de
plástico enganchada en una rama. Pensé que iba a encontrar una aguja o ladrillos
rotos. Estaba esperando, esperando, ¿sabés? esperando encontrar algo humano, como
una aguja o un pedazo de ladrillo mezclado en el ripio. O escuchar, por lo menos
escuchar algo humano que no fuera yo misma. O mis pies. O mi corazón. Un avión. O
chicos jugando. Pero no había nada. Ni siquiera una huella a esta altura. Pero la huella,
igual que el camino, se terminaba. O… ¿Cómo es que se dice?... Se “agotaba”.
La huella –sí, se dice así– se agotaba ahí, y ahora había… montículos de tierra, terrones,
así se dice, y había que saltar de un terrón a otro. Si me hubieras visto, saltando como
hacen los chicos, de un terrón a otros, hasta llegar a la piedra. Yo la llamo “la piedra”,
pero la piedra tenía brazos, como una silla. Así que podía sentarme… dentro de la
piedra. Podía descansar los brazos a lo largo de los brazos de piedra, y desde el interior
de esa piedra, contemplar el paisaje.
Pausa.
–Ah, el paisaje divino, pero la piedra estaba helada. Como si nunca le hubiese dado el
sol, nunca la hubiese entibiado. Tuve miedo de quedarme pegada, como pasa con el
hielo. Y entonces apareció Morris.
–Eso dije yo. Dije, “Morris, ¿qué pasa? ¿Querés algo?” Y él dijo, “Hace horas que te
sigo. ¿No me escuchaste que te llamaba? Se te cayó esto”
–Eso dije yo. Dije, “¿Que se me cayó qué?” “Tu reloj”, me dijo. Y lo sostuvo frente a mis
ojos de la correa dorada, balanceándolo, para que yo pudiera verlo en detalle. Le dije,
“Me parece que te equivocaste. Es divino, pero no es mío.” Y fue ahí que me di cuenta
–esto te va a hacer gracia– que la piedra había empezado a devorarme el corazón.
Pausa.
–¿En serio?
–La piedra había empezado a devorarme el corazón. Sí. ¿Por qué? ¿Te sorprende? Le
dije a Morris, “Morris. Ayudame que esta piedra me está devorando el corazón”. Pero
no lo dije así toda tranquila. Lo dije como una loca. Supongo que por eso me agarró de
los hombros como para imponer cierta autoridad, y me dijo, “Es una piedra y nada
más. No hay motivo para gritar. ¿Cómo una piedra te va a hacer eso?” Y yo le dije, “No
sé, Morry, pensé que vos tal vez sabías”. Me preguntó si tenía miedo y yo le dije, “Claro
Morris que tengo miedo. Parece que no me puedo mover y esta piedra me está
devorando el corazón. Cuando logre pararme de esta piedra, ¿tendré corazón todavía?
¿Y si tengo que pasar el resto de mi vida fingiendo amor?
Suena el teléfono.
Y Morris dijo, “Estoy seguro de que fingís amor a las mil maravillas. Estoy seguro de que
los dos fingen amor inmaculadamente.” (risa leve) Es un personaje.
–¿Y yo no?
–¿No qué?
–Pero sí, claro que sos un personaje –definitivamente– pero un personaje bien distinto.
Dame un beso.
–Ya te di un beso.
(…piedra)