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En el campo

de Martín Crimp

traducción de Jaime Arrambide

Personajes

Corinne treintañera

Richard treintañero

Rebbeca veinteañera

Tiempo

El presente

Lugar

El Campo

Nota: La barra diagonal (/) marca el punto de superposición con la réplica siguiente
I

Interior. Noche.

Un cuarto grande, sillas de madera, una mesa vieja.

Richard y Corinne.

–¿Qué hacías?

– Recorto.

–¿Qué recortás?

–Estoy haciendo… una cosa. ¿Por qué me mirás así?

–No solés recortar cosas. No solés hacer cosas. ¿Qué estás haciendo?

–Nada, se me ocurrió recortar algunas fotos para colgarlas alrededor de la cuna. Viste
que dicen que hay que estimularlos.

–¿Son coloridas?

–Algunas son coloridas, sí. (Sigue recortando.) Otras son fotografías y punto.

–Buena idea.

–¿Te parece? Yo no estoy tan segura de que sea buena idea.

–¿Tenés suficiente luz?

– Sí, acá tengo luz de sobra. Gracias. (Sigue recortando) Esta… persona… ¿está
dormida? ¿Cuándo se va a despertar?

–Te vas a lastimar vista.

–¿Pero está viva?

–Por supuesto que está viva. Mirá lo que me / preguntás.

–Y yo qué sé. ¿Yo qué sé si está viva?

–Por supuesto que está viva. Está durmiendo.

–¿Le diste algo?

–¿Algo como qué?


–Algo para dormirla.

–Para dormirla no, para ayudarla a dormir.

–Para dormirla no, para ayudarla a dormir. ¿Qué diferencia hay?

–Ninguna.

Ambos ríen, apenas.

–Porque ¿cómo fue que la trajiste? ¿Por qué la trajiste acá para empezar?

–La traje acá porque es parte de mi trabajo.

–¿Qué? ¿A nuestra casa? ¿A cualquier hora de la noche?

–Sí.

–¿Es así?

–Sí.

–¿Tu trabajo? ¿Tu trabajo es traer a una extraña a casa a cualquier hora de la noche?

–Es parte de mi trabajo tal y como yo lo entiendo.

–Y ella qué estaba haciendo?

–Ya te dije lo que estaba haciendo. (Pausa) ¿Te sirvo algo de tomar?

–Estaba ahí tirada.

–Sí. ¿Te sirvo?

–Tirada en el camino.

–Al costado del camino.

–¿Al costado del camino cómo? ¿Despatarrada?

–(encogiéndose de hombros) Si te gusta así…

–De fiesta entonces.

–¿Qué?

–Que andaba de fiesta entonces.

–No tengo idea. Decía incoherencias.

–Cómo, entonces deliraba ¡Ya me imagino la clase de fiesta…! Suerte que no es mía.
–¿Tuya qué?

–Hija mía. Qué suerte que no es hija mía.

–No es una nena.

–Igual debe haber alguien que la quiera.

–¿Por qué lo decís?

–Debe haber alguien. (Él se mueve hacia la salida) No quiero alcohol.

–Te traigo agua entonces

(Él sale. Ella sigue sortando)

–¿Lo llamaste a Morris?

–(of) ¿Cómo?

–Si lo llamaste a Morris. ¿No habría que informarle?

–(of) ¿A Morris?

–¿No tendrías que informarle lo que pasó?

–(of) Debe estar durmiendo.

–¿Entonces vos pensás que Morris duerme?

–(of) ¿Qué? (Él reaparece con un vaso de agua) ¿Qué decías?

–No me imagino a Morris durmiendo. (Agarra el vaso) Gracias. Me lo imagino siempre


alerta, no sé por qué. En permanente estado de vigilia.

Ella bebe.

–¿Te parece que lo tendría que llamar?

–Es que te veo tan tranquilo que…

–Bueno, ese es mi trabajo.

–¿Tu trabajo es estar tranquilo?

–Mi trabajo es parecer tranquilo.

–Probala.

–¿Qué pasa?
–Probá esto.

Él prueba el agua.

–No le siento nada.

–Pero tiene un gusto raro.

–¿Raro como qué?

–Raro… no sé…como a pureza. ¿No hará mal?

–Es agua, nada más. Es un vaso de agua.

–¿Pero no tendría que tener gusto a algo?

–Es un vaso de agua y nada más.

–Por eso te digo.

–Es agua, agua pura. Tal vez por eso tiene ese gusto.

–Ah, ¿entonces se lo sentís?

–No le siento nada. No tiene gusto a nada. No tiene gusto. Tal vez sea ese el gusto que
le sentís.

–¿Entonces vos no?

–No, la verdad que no. Lo siento.

–A ver, tomátela vos entonces.

–¿No la querés?

–No. Tomala vos.

Él se toma toda el agua. Pausa. Ella se empieza a reír.

–¿Qué pasa?

–La cara que tenías.

–¿Qué cara tenía?

–Cuando apareciste. La cara que tenías cuando apareciste con ella en brazos.

–¿Ah, sí? ¿Cara de qué?

–De contento.
–¿Contento de qué?

–Contento, qué se yo: estabas parado ahí con esa chica en brazos, contento. Y yo
pensé: Mirá vos, debe haber perdido su sentido del humor. Finalmente perdió su
famoso sentido / del humor.

–Pero te equivocaste.

–Sí, de hecho me equivoqué.

–De hecho, mi famoso sentido del humor sigue intacto.

–De hecho, tu famoso sentido del humor sí sigue / intacto.

–Porque la verdad es que deberías decirme. Si pensás que hice algo malo deberías
decirme.

–No no no, lo que…

–Gracias.

–Lo que… ¿Algo mal? No, por supuesto que no.

–Bueno, / menos mal.

–Lo que hiciste… Hiciste lo que cualquiera habría hecho.

–No se puede abandonar así a una persona.

–Eso es cierto.

–¿O sí?

–No, creo que no se puede. Queda claro que no se puede…

–Esto no es la ciudad.

–Ya sé.

–No es la ciudad, uno no puede simplemente…

–Ya sé que no se puede. (Pausa) ¿Así que no tenía bolsa?

–¿Si no tenía qué?

–Una bolsa. Una cartera. ¿No tenía nada que…?

–¿Bolsa?

–Sí, una bolsa. Una cartera. Algo. No pongas esa cara de / nada.
–¿Por qué decís “bolsa”?

–¿Que por qué lo digo?

–Sí. Por qué decís bolsa si acá no se dice así.

–¿Qué cosa no se dice así?

–Acá no decimos bolsa, decimos cartera.

–Bueno, ¿tenía o no tenía?

–Perdón, ¿qué cosa?

–Si tenía o no tenía.

–¿Si tenía cartera?

–¿Tenía?

–No estoy…

–No estás seguro.

–No.

–¿No…?

–No.

–No te fijaste.

–No. ¿Si tenía cartera? No. ¿Por qué?

–¿Cómo que por qué?

–Sí, por qué.

–¿Cómo? (Pausa. “¿Me estás cargando?”) Porque si tenía cartera…

–Ya sé.

–Si tenía cartera…

–Sí, pero ya estaba bastante oscuro…

–…entonces podíamos fijarnos, ¿no te parece?, fijarnos en la cartera y capaz que eso…/
simplificaba las cosas. No estaríamos…
–Ya te dije: ya estaba bastante oscuro. La prioridad era sacarla de ahí y garantizar su
seguridad. Cartera no era... Claro que habría simplificado las cosas… Pero la cartera no
era, como te podrás imaginar, una prioridad en mi cabeza en ese momento.

–La cartera entonces.

–¿Qué pasa con la cartera?

–Que entonces había una cartera.

–No sé si había o no había una cartera.

–Si había una cartera, deberías volver a buscarla.

–¿Querés que vuelva a buscarla? Si querés que vaya a buscarla, voy a buscarla.

–No, no quiero que vayas a buscarla, quiero que me des un beso.

–Ahora no quiera darte un beso. Ya te besé.

–Entonces besame de nuevo.

–No quiero besarte de nuevo.

–¿Por qué? ¿No me querés?

(Pausa)

–¿Qué?

–No pongas esa cara de nada. Dije: entonces, ¿no me querés?

–Lo que no quiero es besarte. Me siento todo sucio.

–No se nota.

–Pero me siento sucio.

–Entonces date una ducha. Date una ducha y cuando estés limpio vení y besame.

–Voy a despertar a los chicos.

–No creo que se vayan a despertar.

–¿Cómo están?

–Hermosos. (Pausa) Esta tarde de hecho los dejé en lo de Sophie. Tuve toda la tarde
libre para mí. Sophie es tan buena.

–Me imagino que le habrás dado algo.


–Siempre le doy algo. En realidad, siempre le doy demasiado. Como si fuera pobre.

–Es pobre.

–¿Sophie? No sabía que era pobre…

–Todo el mundo sabe que es pobre.

–Pero está siempre tan arreglada. Y la casa también, tan arreglada, tan limpia. Siempre
tiene flores en la cocina. ¿Qué querés decir con que es pobre?

–No tiene plata.

–Tiene su casa.

–La casa se está viniendo abajo. Y no es de ella. Alquila.

–No te creo. No creo que Sophie sea pobre. No puede ser.

–¿Viste esa taza donde guarda el dinero? Bueno, todo el dinero que tiene lo tiene ahí.

(Pausa)

–Bueno, ¿no querés saber qué hice toda la tarde? (Pausa) Bueno, entonces te cuento.

–¿Y qué hiciste toda la tarde?

–Agarré una de estas sillas viejas y me fui a sentar debajo de un árbol.

–Buen plan.

–La pasé bárbaro.

Pausa.

–¿Debajo de qué árbol?

–El que está al lado del arroyo.

–El aliso.

–¿Ese es un aliso?

–El que está al lado del arroyo sí / es un aliso

–Cómo sea, me senté debajo. Y estuve ahí sentada tanto tiempo que las patas de atrás
de la silla se hundieron en el barro. Y me quedé mirando el paisaje. Me quedé ahí
sentada mirando el paisaje y nada más.

(Pausa)
–¿Y qué tal el paisaje?

–Divino. Un paisaje divino. Las ondulaciones hasta el infinito, y el paso de las nubes,
como en un cuento de hadas. Me sentía como esa nena del cuento. ¿Cómo era que se
llamaba?

–La niña-cabra.

–Eso, la niña-cabra. Me sentía como la niña cabra, o algo así, nada más que sin las
cabras, por suerte. Y pensaba en vos y en tu sentido del humor, que te iba a hacer falta
para manejar por esos caminos de tierra, de acá para allá, para visitar a los enfermos, y
no te puedo explicar lo feliz que estaba, lo bien que me sentía. Ahí fue que apareció
Morris.

–¿Y Morris qué quería?

–Bueno, eso me pregunté yo, le pregunté, “¿Necesitabas algo?” Y él me dijo, “Veo que
ya se sienten como en su casa”. Y yo le digo, “Bueno, ahora esta es mi casa, Morry”.
“Disculpá que te moleste, lo estaba buscado a Richard”, me dice, y yo le contesté que
no estabas, que suponía que estabas en tu ronda de pacientes. Y Morris dijo, “sí, debe
ser así”.

(Pausa)

–Supongo que lo trataste bien.

–Lo traté más que bien. Incluso cuando se puso en cuclillas al lado mío con esos
horribles pantalones de tweed.

–Ay, no. Con esos pantalones no…

–Como te digo: se agachó al lado mío y me empezó a preguntar si ya estábamos bien


instalados.

–¿Qué quiso decir con eso?

–Si estábamos bien instalados, si extrañábamos la ciudad.

–¿Y?

–¿Y qué? ¿Si extrañamos la ciudad? Bueno, yo por lo menos, no. Le dije que por vos no
podía hablar.

–¿Qué? ¿Acaso esperaba que hablaras por mí?

–No sé qué esperaba. Me dijo que pasó porque iba de camino a la ferretería a comprar
pintura y quería saber si necesitábamos algo.
–¿Algo cómo qué? ¿Pintura?

–Sí. Aparentemente tiene postes bordeando el camino de entrada y los pinta todos los
años.

–¿Y no tiene pintura en la casa?

–Eso le dije yo. Le dije, “¿Y en tu casa no tenés pintura?” Pero no, no tiene. O más bien
sí, sí tiene. Tiene la pintura que usó para pintar los mismo postes el año pasado, pero
no la encontraba.

(Pausa)

–Alguien le habrá cambiado el tarro de lugar.

–No. Dice que le cambió de lugar él mismo. Dice que está seguro que fue él, pero que
no se acuerda dónde lo había puesto. Yo le dije, “Debe ser bastante desesperante”.
Pero la cosa es que ahí me empezó a hablar en otro idioma. De un momento para otro.
Primero era la pintura y todo eso, y de pronto ahí nomás era como si me estuviera
recitando en otro idioma. Le dije, ¿Y eso que es? Como te imaginarás, yo no podía
parar de reírme. “Es latín”, me dice. “Virgilio”.

–Virgilio.

–Claro, eso dije yo. “¿Virgilio, Morris? Me hacés sentir una ignorante”. Y la verdad que
me sentía así, una ignorante total. Y él en cuclillas ahí, al lado mío, recitando Virgilio.

–Seguro que no. No creo que haya sido su intención.

–Bueno, no. No sé bien cuál era su intención. Yo no podía dejar de pensar, “¿A qué
viniste? ¿Qué querés?”

–¿Y qué era lo que quería?

–Yo me sigo preguntando lo mismo. Me dijo que era algo con las abejas. Que cuando
me vio sentada ahí al lado del arroyo se acordó.

–¿Se acordó de qué?

–De eso. De ese… poema.

–Por Dios.

( agregado mío

LAS GEÓRGICAS.

Esta obra fue un encargo de Mecenas, amigo y protector de Virgilio, el cual


quería cooperar en el movimiento de retorno a la vida agrícola impulsado por Augusto.
Con este proyecto Augusto pretendía librar a Roma del exceso de población inútil. Por
ello, en la obra no aparece el latifundio ni su explotación por medio de una mano de
obra esclava. al monocultivo sustituye el policultivo: mieses, aceite, vino y rebaños.

La obra comprende cuatro libros sobre la agricultura:

· El primero dedicado al cultivo del campo en general.

· El segundo, al cultivo de la vid, del olivo y de los árboles frutales, elogiando la vida
campestre.

· El tercero estudia la cría del ganado (bueyes, caballos y ovejas) y de los animales
domésticos.

· El cuarto trata de la vida de las abejas, cuya miel era muy importante en una
economía que desconocía el azúcar y cuyas costumbres constituyeron, desde épocas
remotas, un tema de estudio para los filósofos.

Al describir la colmena, Virgilio habla de la crueldad de las abejas, de las


rivalidades entre las reinas, que originan terribles guerras entre sus huestes, de la
disciplina, espíritu de trabajo y habilidades de las obreras. La vida social de la colmena
le sugiere el paralelismo entre la ciudad de las abejas y un estado humano bien
organizado.

Las Geórgicas se convirtieron pronto en un modelo del género didáctico y


surgieron los imitadores y continuadores (por ej.: Columela).

Con esta obra Virgilio consiguió crear el prototipo ideal del pequeño
propietario rural, libre e independiente, que a fuerza de desvelos y de perseverancia
llega a vivir a gusto en un medio apacible, a cuya creación ha contribuido con su
esfuerzo personal.

Las Geórgicas fueron escritas con una doble finalidad:

· Crear una obra poética.

· Animar al retorno de la vida agrícola, dignificando el trabajo del campo y


enseñando a cultivarlo, colaborando así con la política de Augusto.

Desde el punto de vista del arte son la obra mejor elaborada de Virgilio,
destacando el realismo y la precisión con que expresa sus ideas.
)

–Sí. Y yo no puedo dejar de pensar, ¿qué pasa si hubiese sido un hombre? (se ríe
apenas) No pongas esa cara. Me pregunto nada más si… si en vez de una mujer hubiese
sido un hombre, me pregunto si vos hubieras sido tan… (se encoje de hombros) Eso,
qué se yo.

–Un hombre.

–Si vos… –un hombre, sí– si hubieras sido tan… solícito.

–“¿Si yo hubiera sido tan solícito?”

–Solícito.

–Sí. Si en vez de una frágil y … delgada joven… abandonada ahí / al costado del camino.

–¿Qué querés decir con / “solícito”?

–Si en vez de… ver eso, de ver a esa víctima de alguna desgracia inespecífica,
desconocida…, digamos que hubiese sido un hombre el que encontraste, un hombre
que salía arrastrándose de la banquina con toda la roba embarrada…

–Nadie, discúlpame pero nadie, salió arrastrándose de / ninguna banquina.

–Bueno, perfecto entones. No arrastrándose, pero inconsciente. Vos doblas en la curva


y en vez de esa… esa… persona, hay un hombre desmayado de borracho que se vomitó
y se meó encima. ¿Realmente lo habrías subido al auto? ¿Lo habrías llevado hasta tu
casa, a la casa donde duermen tus hijos? (Reanuda su labor de tijera) Eso es lo que
quiero decir con solícito.

–Yo no tengo la culpa de que haya sido mujer.

–Eso es obvio.

–Y además, no había vomitado ni se había orinado encima.

–Que vos sepas…

–Que yo sepa.

–¿Y qué sabés?

–¿Qué sé de qué?

–¿Sabés o no sabés?

(Ella se corta accidentalmente con la tijera, se chupa el dedo, y lo mira a él)


–Bueno, ese es mi trabajo, ¿o no? De hecho, mi trabajo es saber esas cosas.

¿Qué te hiciste?

–Nada, me corté.

–¿Es profundo? ¿Te duele mucho? Andá a lavarte.

–Prefiero chupármelo.

–Entonces chúpatelo.

Se ríen los dos. Él se aleja.

–¿A dónde vas?

–Me voy a dar una ducha.

(Sale. Ella se aprieta el dedo, mira correr la sangre)

(…ruido de tijeras)
Escena II

Mismo escena, unos minutos después. Corinne, sola, sostiene un pequeño objeto contra
su oreja. Aparece Richard, que se abotona la camisa y la mira. Ella ahora extiende el
brazo y sostiene el objeto –un reloj pulsera– de su delgada malla de oro, lo hace oscilar
y sonríe para sí misma.

–¿Qué haces con eso?

–Es el reloj.

–Ya sé que es el reloj. Dame eso, por favor.

–¿A vos?

–Sí.

Ella cierra el puño. Ambos se ríen.

–Quería tocarla.

–¿Por qué querías tocarla?

–Para ver si estaba caliente.

–¿Y estaba?

–¿Si estaba qué?

–Caliente.

–La destapé.

–No tenías que destaparla. (Pausa) ¿Por qué la destapaste?

–La verdad, es que me daban curiosidad sus brazos. ¿Le miraste los brazos?

–No, no le miré los brazos.

–Y después las piernas. ¿Le miraste la cara? ¿No la miraste? ¿No le miraste ninguna
parte del cuerpo? (Pausa) ¿No te da curiosidad?
–Me gustaría que me des ese reloj. Me gustaría que dejes de apretarlo así. ¿Por qué lo
apretás así?

–No lo aprieto, lo tengo en la mano nada más.

–Lo vas a romper.

(Pausa. Ella le extiende el reloj.)

–Es divino. Tiene las fases de la luna.

Cuando él se acerca para agarrarlo, ella encierra de un saque nuevamente el reloj en su


puño.

–Pero primero me tenés que dar un beso.

–Ya te di un beso.

–Entonces tenés que darme otro. (Ella abre lentamente la mano. Él se acerca, toma el
reloj, ella le ataja la mano, suena el teléfono. Ninguno de los dos se mueve.) No
atiendas.

–No puedo no atender. Si sabés que no puedo no atender. (Se desprende de la mano
de ella y atiende el teléfono). ¿Sí? ¿Hola? (Brillante) ¡Morris! –(Es Morris)– Sí. Perdón.
No, por supuesto que no. No es para nada tarde. No, Morris, nomás estábamos…
estábamos…

–Acá.

–Nomás estábamos acá, disfrutando de…

Sí, sí, claro: disfrutando de esta noche hermosa. ¿Viste lo que es el cielo?
Maravilloso.

Sí, claro. Me refería al cielo hasta hace un rato. Ahora está todo oscuro, claro…
¿pero viste esas estrellas?

Todo estrellado… lleno de estrellas.

Sí, claro, ahora la digo –(Consiguió la pintura)–

Ah, ¿no? ¿En serio? ¡Pucha! –(Cuando volvió a la casa, encontró la lata que
tenía de antes)–. Bueno, Morris, ahora tenés dos.

Dije que ahora / tenés dos…

– Cortale.

–(¿Qué?)
–Que le cortes; decile que nos deje en paz.

–Qué increíble, mirá dónde la fuiste a encontrar. Morris… ¿te puedo llamar mañana
mejor? Te llamo mañana a la mañana porque ahora...

(Serio) Ahá... Ahá...Ahá, ahá.

¿Pero cómo es que…?

Ahá. ¿Pero cómo…? Ahá.

¿Pero cómo pudo pasar algo así? –(¿Me alcanzás algo para escribir?)–

Nada, nada. Te preguntaba cómo pudo pasar. ¿Cuándo fue?

–¿Qué?

–Disculpame un segundo. –(Una lapicera, algo para escribir)–. ¿Cuándo fue


exactamente que pasó?

Corinne sale.

Ahá, ahá…

Bueno, bueno, esperá un segundo Morris, esperá un segundo. Porque la


realidad es que 1: yo tenía toda la intención de ir a verlo, y 2: lo fuese a verlo o no, el
hombre se iba morir igual. Era un hombre viejo y muy enfermo, Morris. Vos lo viste.
Vos viste lo que es esa casa. Viste lo problemas que tenía para respirar. Vos conocés
bien esa historia. Y además no nos olvidemos que ese tipo era un desgraciado.

Qué persona difícil ni persona difícil, Morris. El tipo era un desgraciado, un


manipulador, lo sabés perfectamente.

Corinne vuelve con una lapicera. También trae una cartera de mujer, o más que una
cartera, una mochila en miniatura.

No, sí, entiendo el punto, lo entiendo perfectamente.

Sí, entiendo que quedé mal, pero bueno, eso no significa necesariamente que
esté todo mal. No tiene por qué estar todo mal. Son cosas que pasan, Morris, nada más
–(Gracias)– Lamentablemente, esas cosas pasan y nada más.

Por supuesto que tenía planeado ir a verlo. Lo tenía agendado.

–Preguntale / por la chica-

–Lo tenía agendado. Tenía agendado ir a visitarlo. –(¿Qué?)–

–Preguntale por la chica.


–Disculpame un segundo, Morris. –(¿Qué?)–

–Que le preguntes por la chica. Decile que tiene dolores. (Pausa). Dale, decile,

–(¿De dónde sacaste que tiene dolores? Está durmiendo.)– ¿Morris? No, no, un tema
doméstico / nada más…

–¿Y entonces por qué toma analgésicos? ¿Por qué tiene / agujas en la…?

–Un temas doméstico nada más… –(¡Por favor…!)– (Le hace gestos de que lo deje
hablar en paz)… Disculpame. Sí. Sí, sí, te escucho. Era un temita doméstico. –(la puta
madre, basta). No, no… nada, te escucho mal. Acá la señal es pésima, hay que ponerse
cabeza abajo para…

Sí, eso, cerca de la ventana. Escuchame, Morry, quiero suponer que cuento con
tu apoyo en este asunto…

¿Qué? No no no, por supuesto que no me siento “acusado”. (Se ríe). Es tu


trabajo, yo sé… Tenés que establecer los hechos, cómo se dieron las cosas… Y después
vos y yo tendremos que presentar simplemente…

¿Pero cómo te voy a estar pidiendo que mientas? Nadie tiene por qué mentir,
no hay necesidad. Es cuestión nomás de poner los hechos en contexto, el orden en que
se dieron las cosas, un orden comprensible.

Bueno, bueno. Después hablamos, mañana a la mañana hablamos.

Buenas noches.

(Corta).

–¿Qué pasó?

–No pasó nada. ¿Dé donde sacaste eso?

–¿Que de dónde saqué esto?

–Sí, de dónde sacaste eso.

–De tu auto. Lo encontré debajo del asiento. Es obvio que sí encontraste el bolso. Me
pareció que dijiste que no habías encontrado ningún bolso, y ahí estaba el bolso.

–Ahá…

–(Una risita, apenas) Sí.

–Buscaste.

–Por supuesto que busqué. Busqué / debajo del asiento.


–Buscaste el bolso.

–Sí, busqué el bolso. No sólo busqué el bolso sino que encontré el bolso. Acá lo tenés.
(Corinne vacía amablemente el contenido del bolso en el piso. Pausa.) Lo que pasa es
que de pronto… de pronto me sentí –ayudame–… me sentí perdida. No sé quién sos.
No sé qué querés. Porque la verdad pensé que habías dejado. Pensé que estabas
limpio. Pero si de veras dejaste, ¿qué hacen están agujas en su bolso? ¿De quién son
estas agujas? ¿Son tuyas? ¿Te pagó para que le dieras esto? ¿Y en qué te pagó? (Pausa)
¿Quién es? ¿Tenés alguna idea? Es probable que ni siquiera sepas cómo / se llama.

–Se me metió en el auto, nada más.

–Entiendo.

–Se me metió en el auto.

–Entiendo. Se te metió en el auto.

–Así es.

–¿Y por qué se te metió en el auto?

–¿Cómo que por qué?

–Sí, por qué.

–Para ver una piedra.

–Para ver una piedra. Se metió en tu auto para ver una piedra.

–Sí.

–¿Qué piedra?

–No tengo la menor idea. Ahora meté todo de vuelta en el bolso y no revuelvas más
sus cosas. No hay ningún motivo para andar revolviendo sus cosas. Esta dormida.
Dejala dormir. Cuando se despierte a la mañana seguro que se va a ir. (Pausa. Después
termina la historia) Y eso fue lo que pasó.

–Y qué sería lo que pasó.

–Eso. Exactamente eso es lo que pasó. Dejá de mirarme / así.

–Pensé que habías dejado. Pensé que estabas limpio. Pensé que esa era la idea, que
por eso nos habíamos venido / a vivir acá.

–Haceme el favor de meter todo de vuelta en el bolso.

–¿Morris está al tanto?


–Por supuesto que no.

–Sacala ya mismo de acá.

–¿Cómo la voy a sacar ahora / de acá?

–Llevásela a Morris.

–Sí, claro. Justito. A Morris. “Hola Morris, buenas noches. Cuando me estaba picando el
brazo en el auto, encontré a esta chica inconsciente al costado del camino. Me gustaría
tener una segunda opinión.” “Faltaba más, muchacho. Llevala hasta mi estudio y servile
un whisky mientras nosotros hablamos del fin de tu carrera profesional y de la vida que
de miseria y de vergüenza que te espera a partir de ahora”.

–¿Qué camino?

–¿Qué?

–¿Qué “camino”? Pensé que habías dicho que se te metió en el auto.

–Llevásela a Morris. Sí, justito.

–¿Qué quisiste decir con que “se me metió en el auto”? ¿Cuándo se te metió en el
auto? ¿Es por eso que apareció Morris?

–¿Que Morris apareció por eso?

–Si Morris apareció por eso. Si preguntó dónde estabas por eso.

–Escuchame, no te puedo mentir.

–Pero si ya me mentiste. ¿Qué camino? Ya me / mentiste.

–Te estoy tratando de explicar.

–¿Qué camino? que me echen la culpa. Ni vos, ni


Morris. ¿Cancelé las visitas a los
–No sé. Un camino, un camino como cualquiera. Un camino como cualquiera. (suave)
pacientes? OK, pero las visitas no
Estaba en el mapa. Fue idea de ella. Ella se me metió en el auto. Y no pienso permitir
tienen la menos importancia. Yo sé
cómo es esa gente, la conozco muy
bien. Agarran el teléfono y es doctor
esto, doctor aquello, todo para que
–¿Y por qué se te metió en el auto? Pensé
les haga una receta de algo que
que la habías encontrado en la banquina pero
podrían comprar sin problema en la
ahora parece que se te metió en el auto
puta farmacia. Me duele el pecho,
cuando andabas por un camino. ¿Entonces es
me duele el pecho. ¿Y cómo no le iba
tu cómplice? ¿Es tu cómplice o qué…?
a doler el pecho si el tipo tenía
¿Cómo? ¿Qué cance…? Escuchame Richard,
ochenta años? ¿Qué diferencia podía
¿qué me estás queriendo decir exactamente?
haber?
¿Qué diferencia? ¿Qué diferencia?
Traer a esta persona así… con los chicos durmiendo arriba… Que yo tenga que revolver
la cartera de otro. Que tenga que preocuparme así por vos. Que tenga que arrastrarme
abajo del asiento del auto como una idiota mientras vos… mientras vos… te bañás para
sacarte el olor de…

–Por favor.

–Sí, para sacarte el olor de encima, ¿o no? ¿Y me preguntás que diferencia hay?

–Por favor, esto no sirve de nada.

–Ah, mirá vos… ¿Y qué es lo que sirve, a ver? ¿Levantar chicas de la calle? ¿Atraerlas
hasta tu auto? ¿Llevarlas hasta / un camino? ¿Qué?

Suena el teléfono. El teléfono sigue sonando y sonando. Finalmente, Richard contesta.

–¿Hola? (brillante) Morris. (Corinne sale de la habitación.) No no. Acá estoy. Claro que
estoy acá.

Ahá… Ahá… Completamente distraídos. ¿Cuántas veces decís que sonó? Es


porque estábamos completamente distraídos.

No hay problema, por supuesto, ningún problema, lo único es que… bueno, es


que… Supongo que no hay ninguna posibilidad de que te ocupes vos de esto, ¿no?

Corinne aparece en el umbral, lo observa.

Sep, sep, sep. Calma, calma… OK… Calmate, Morris y dame…

Sí. Está bien. Disculpame. Dame los detalles.

Sep… sep… sep… Ya tengo todo. Deciles que en… ¿cuánto?... en veinte minutos
estoy ahí.

Quince, ok, quince. Hago todo lo posible por llegar en quince.

Por supuesto que entiendo que es urgente, Morry. Cómo no voy a entender que
es urgente. (Cuelga)

Sale de la habitación y vuelve inmediatamente con su maletín, lo coloca sobre la mesa,


lo abre, se fija si tiene todo lo que necesita, y lo cierra de un saque.

Pausa.
–¿Y si se despierta?

Pausa.

–¿Qué?

–¿Y si se / despierta?

–No se va a despertar. Creeme.

Sale apresuradamente. Corinne se queda junto a la puerta.

(… piedra)
En el campo

Escena III

Misma escena, más tarde. Rebecca está sentada en una silla con una manta sobre los
hombros. Corinne la mira hablar.

–Un sol radiante. Los árboles eran verdes, pero cada verde era diferente. O sea, cada
especie de árbol era de un verde diferente. (Pausa.) Y yo había encontrado la piedra. Sí.
Este… (puesto de avanzada)… del imperio. Pero no era “una piedra” y nada más,
porque tenía brazos, como una silla. Y yo descansaba los brazos sobre esos brazos. Yo
descansaba mis brazos sobre esos brazos de piedra. Y de alguna manera todo tenía
cierta congruencia

(Pausa)

–¿En serio?

–Sí. Cierta congruencia… –¿Por qué? ¿Te sorprende?–… entre esos pares de brazos: los
brazos de piedra y los brazos de…

–Carne.

–¿Qué?

–Carne.

–Exacto. Entre los brazos de piedra y –sí– exacto, mis brazos de carne. Bueno,
entonces, yo miraba los árboles. Estoy mirando los árboles y los árboles son verdes,
pero de verdes diferentes. De hecho, cada hoja es diferente. Cada hoja de cada árbol
es de un verde diferente. Y tiemblan. Lo que digo es que cada hoja está temblando, y
que toda la arboleda no sólo se inclina, también ondula. Pero tan suavemente.
Mientras el frío de la piedra me va calando… (Pausa.) Y empezó a oscurecer.

–¿Pero cómo, no había mucha luz?

–Había mucha luz. Absolutamente. Había mucha luz y un sol radiante. Había tanta luz
que hasta se veía el avance de la oscuridad. (Pausa) Ahí fue que me desperté con esto
encima.

–¿Con qué encima?


–Esto. Esta colcha que tenía encima. Pensé que me había muerto. Pensé: bueno, ya
fue, esto es la muerte. (Pausa) ¿Vos tenés mi reloj?

–¿Cómo?

–Mi reloj. Yo tenía un reloj.

–¿En serio?

–Sí. Un reloj de oro.

–Un reloj de oro.

–Sí, con malla de oro. Un reloj de oro con malla de oro.

–Está ahí en la mesa.

Rebecca se incorpora, dejando caer la colcha y va hasta la mesa. De espaldas a


Corinne, se calza el reloj en la muñeca.

–¿Qué mirás?

–¿Perdón?

–Me estás mirando, qué mirás.

–Te sacamos el reloj para que no se rompa.

–¿Ah sí? ¿Sacamos quiénes?

–Mi marido y yo.

–¿Mi marido y yo? (risa leve)

–¿A dónde vas?

–¿Dónde podré servirme un vaso de agua?

–Por ahí no. Por allá.

–Por allá.

–Sí. Para allá.

–¿Por acá? (Pausa) ¿Por acá?

–Sí.

–Gracias.

–Por ahí.
–Bueno gracias

Rebecca sale.

–Vas a tener que prender la luz.

–¿Dónde está la luz? No la veo. Sí… ah, sí, ya la vi.

Se prende una luz, de la que llega apenas un reflejo. Se oye a Rebecca que abre la
canilla. La luz se apaga. Rebecca reaparece en el vano de la puerta con un vaso de
agua en la mano. Toma a sorbitos.

¿Qué pasó con mi bolso? ¿Se abrió?

–¿Sí?

–¿Cómo se abrió?

–Afuera.

–¿Se abrió afuera?

–Sí. Lamento decirte que sí.

–(la divierte, la intriga) ¿Pero qué? ¿Hice una escena?

–¿Una escena?

–No me digas que hice una escena. Dios mío qué / vergüenza.

–No hiciste nada. Estabas dormida. No hubo ninguna escena.

–Pero el bolso…

–El bolso se abrió.

Rebecca recoge tranquilamente las cosas del piso y las vuelve a meter en su cartera.
Deja afuera el paquete de cigarrillos. Corinne la mira hacer.

No está.

–¿Qué cosa?

–Mi marido. No está.

–¿Entonces estás sola?

–¿Cómo? Sí, bueno, no. Me refiero a que salió.

-¿A dónde?
–¿Por?

–¿Qué? (breve pausa) ¿Por que qué?

–Por qué preguntás.

–¿Dónde está?

–Sí.

–¿Por qué pregunto dónde está Richard?

–Sí. Sabés cómo se llama.

–Se llama Richard.

–Ya sé que se llama Richard.

–¿Entonces? ¿Dónde fue?

–Salió. Está cubriendo.

–¿Cubriendo?

–Está cubriendo el turno / de su colega.

–¿No tenés un cenicero?

–¿Cómo? No. Lo siento, no tenemos.

–¿Y qué puedo usar?

–¿Usar?

–De cenicero.

–¿Como un plato o algo así querés decir?

–Sí, como un plato o un platito. Como…

–O una tacita. ¿Un pocillo?

–Un platito, una tacita, un pocillo... o un plato, un plato / cualquiera.

–No, me parece que no hay nada que sirva de cenicero. No tenemos nada que puedas
usar / de cenicero.

–Tenés razón, es un asco. Es un bajón despertarse en medio de la noche desesperada,


por Dios, sí, muerta de ganas de consumir lo que peor de hace. Café. Un cigarrillo.
Sexo. (risita) Voy a usar directamente el atado. Voy a tirar la ceniza directamente
adentro del atado.
Hace eso. Pausa.

–Escuchame: hay algo / que te tengo que decir.

–¿A Morris?

–¿Cómo?

–Si lo está cubriendo a Morris.

–Sí. ¿Por? ¿Conocés a Morris?

–No, pero me gustaría. Parece que es un personaje.

–Eso sí: es un personaje.

–¿Lo odías?

–¿Cómo?

–Si odiás a Morris.

–(risita) ¿Tanto / se nota?

–¿Por qué odiás a Morris? Sí / se nota mucho. Sí.

–¿Pero en serio es tan obvio?

–Bueno, sí. Se nota que al tipo lo odiás. (Se ríen las dos.) ¿Y por qué odiás a Morris?

–Vos preguntás porque no lo conocés.

–No, pero me gustaría. Parece que sabe leer latín.

–¿Qué?

–Bueno, ¿no sabe leer en latín? Richard me dijo que Morris / lee en latín.

–Sí, lee en latín.

–Bueno, por eso entonces, me gustaría conocerlo. Me encantaría hablar latín con él. Y
hablar de historia. Me encanta hablar de historia.

–Y vos “hablás latín”, ¿no?

–¿Te sorprende?

–No. Sí. En realidad, sí, me sorprende / bastante.

–¿En serio? Si no fuera por el latín, no estaría acá, no podría hacer lo que hago.
–¿Y qué es lo que hacés?

–¿Que qué hago? Estudio.

–Estudiás.

–Estudio.

–Estudiás latín.

–No, no estudio latín. O sea, sí, estudio latín, pero eso no es lo que estudio, yo estudio
historia. Y para estudiar historia este es el mejor lugar. (Pausa) Si te interesa la historia,
entonces tenés que estar acá.

–No me interesa la historia.

–La historia le interesa a todo el mundo.

–En tu lugar de origen será así, pero a mí no. A nosotros no. Más vale todo lo contrario.

–¿Lo contrario?

–Sí.

–¿Cómo lo contrario?

–Que no nos vinimos por eso / acá.

–¿Qué sería lo contrario? Porque discúlpame pero lo contrario de la historia es


definitivamente la ignorancia.

–No vinimos acá por eso. Nosotros vinimos a vivir.

–A vivir.

–Sí, a vivir. ¿Siempre sos tan / sentenciosa?

–¿Entonces no viven en el interior desde siempre?

–¿En el interior?

–Sí, en el interior del país.

–Acá en el campo, querés decir.

–Eso, en el campo.

–No.

–¿Así lo llaman? ¿Vivir en el campo?


–No. Sí. Se dice el campo.

–OK.

–Bueno, nosotros decimos en el campo porque venimos de la ciudad, pero supongo


que si uno es del campo, entonces le dice… (risita) Bueno, no sé cómo le dice…

–En casa.

–Sí, supongo.

–Dirías en casa.

–¿Por qué? ¿Vos sos del campo?

–(risas) ¿Yo? Yo soy de la ciudad: la ciudad es y será mi casa. Yo digo “allá en casa”,
mientras que ustedes…

–¿Nosotros qué?

–¿Ustedes también dicen “allá en casa”?

–Nosotros no vivimos “allá”, vivimos “acá”, con nuestros hijos. Para nosotros, estar
acá / es estar en casa.

–Exacto. Exacto: ni ustedes ni sus hijos tienen un “allá” / al que volver.

–Y este es nuestro hogar. No queremos volver “allá”. Nuestra familia está acá / de
manera permanente.

–¿Y eso por qué? ¿Por un ideal de vida o algo así? ¿De manera permanente? ¿Cómo
podés estar tan / segura?

–¿Ideal? ¿Qué ideal? No, nos enamoramos de esta /

–¿Se enamoraron?

–Sí, de la casa. No entiendo a qué te referís con “ideal de vida”.

–Bueno, es obvio, ¿no? El ideal de la vida campestre. Virgilio, por ejemplo, el campo
como lugar idílico, de un orden armónico, del cultivo ordenado de las cosas, con sus
labores propias de invierno y primavera, de verano y otoño, la parra, la cama de
resortes… los / alisos…

–Nos vinimos acá para cambiar un poco de vida, nada más. Para… aunque suene un
poco loco, pero sí, para ser más felices, o por lo menos / intentar

–No, para nada.


–… intentar ser más felices. Para escaparnos, permanentemente, sí, de la ciudad. Y la
verdad que no tiene nada que ver / con Virgilio.

–Para nada. Te referís a luchar, luchar por la felicidad / de tu familia.

–Suponiendo que uno logre escaparse. Yo porque creo que uno / sí puede escaparse.

–La ciudad vuelve loca a la gente.

–Sí.

–Yo lo ví. Gente loca. Mis amigos.

–Sí.

–Gente que no duerme, que se queda de noche boca arriba escuchando, escuchando
la ciudad.

–Sí.

–Pero el miedo los paraliza, no se pueden ir…

–Sí, ¿en serio? Sí, es así.

–No sea cosa que se pierdan de algo –sí, sí–, alguna oportunidad, una oportunidad que
por supuesto / nunca llega.

–Pero nosotros pudimos como verás. Nos salimos con la nuestra. Y cuando él me
mostró esta casa…

–Algunos están realmente locos. Las cosas que hacen, las cosas que ambicionan, te
juro que no / lo creerías.

–Me mostró esta casa –esta– y no hizo falta más nada.

–Te convenció.

–Me convenció.

–Te convenció de que estaba bien.

–Está bien. Está bien. No hizo falta nada, ni que me convenciera.

–El terreno. El arroyo. Esta hermosa casa.

–Sí. Esta hermosa casa. ¿Qué tiene? (Pausa) ¿Qué estás esperando que te diga? ¿Qué
querés de mí?
–Anoche tu marido… casi me mata. Allá, en el camino de tierra. ¿No te lo mencionó?
(Enciende un cigarrillo). Ufff, eso sí que fue fuerte. Fuerte en serio. Un verdadero golpe.
(Pausa) Pensé que estaba muerta. ¿No lo mencionó?

–Okey, okey, okey. Bueno, a ver, escuchame.

–Antes de “salir”. Antes de “salir a cubrir” a Morris. Antes de irse dejándome acá y sin
cenicero.

–Escuchame.

–¿Qué ¿Qué? ¿Sí? ¿Que te escuche? Okey. (breve pausa). Bueno, okey: te / escucho.

–Te despertaste en una casa extraña. Entiendo que estés confundida. Una casa grande,
además. Y en medio de la noche. No te conozco, no sé quién sos ni qué querés. Lo que
sí se –y escuchame bien– es que su prioridad número uno fue tu seguridad. ¿Te queda
claro?

Mi esposo es médico. Estás en la casa de un médico. Sos una chica inteligente –muy–
de eso no cabe duda, pero no por eso voy a aceptar –no vamos a aceptar, ninguno de
los dos– que lo acuses así como así de…¿a dónde vas?

Rebecca se pone de pie y mete de vuelta los cigarrillos en la cartera.

–Mejor me voy. ¿Así que inteligente? Qué carajo… ¿Pero por qué carajo me trajo acá si
se puede saber? ¿Dónde tenía la cabeza? ¿Es qué / carajo estaba pensando?

–No te podés ir ahora. No. No hay nada…

–¿Dónde está mi / campera?

–Escuchá, estás en el medio de la nada. No hay…

–¿No hay cómo irse?

–…luz. No hay… Estás en el campo, no hay ni luz ni…

–¿No puedo irme de tu casa entonces / o qué?

–Por supuesto que te podés ir, pero no ahora, no mientras estés tan… Por favor, tenés
que ser / razonable.

–¿Confundida?

–Exacto.

–Mirá que yo no soy la que está / confundida.

–No antes de que hablemos un poco.


–Ya hablamos un poco.

–Mirá: te voy a ser honesta, totalmente honesta.

–¿Me vas a ser honesta?

–Sí, lo estoy / intentando…

–No parece, porque más hablás, menos decís.

–Eso no es cierto. Estoy / intentando…

–Menos…cada vez menos…

–…explicar. No.

–¿Así que estás tratando de ser / honesta?

–Está bien, está bien. Está bien. (Pausa) Lo que te estoy pidiendo, aunque reconozco
que quizá no tenga derecho a pedírtelo –puede ser, puede ser– pero lo que te estoy
pidiendo es que dejes pasar –¿puedo pedírtelo?– que dejes pasar este error (no hay
otra manera de llamarlo) este error de juicio.

Vos no lo conocés. No es un m…

Bueno, al fin y al cabo obviamente es hombre, pero no es…

Y quizá –no sé– pero quizá le diste señales que él malinterpretó. Por supuesto que eso
no lo excusa, por supuesto que no. Pero quizás algún gesto, ¿entendés?, a alguien que
no sabe leer esos gestos –al fin y al cabo es hombre y quizá no sabe leer esas señales.
¿Sí?(Pausa)

Que es ignorante –sí– que es estúpido –también– lo acepto. Pero querer hacerte daño,
no lo creo. No. No creo. Un chica –una mujer– una mujer joven acepta subirse al auto
de un desconocido. Y para ella quizá eso sea… no sé… ¿un juego? Es joven, se lleva el
mundo por delante, no tiene miedo, se sube a un auto, ¿con que pretexto? Y por mal
que esté lo que hizo –por mal que sabemos que está lo que hizo– al fin y al cabo es
humano, ¿y cómo interpretó esas señales?

Te engañó, ¿no? Claramente, te engañó, y estas furiosa, y tenés todo el derecho de


estarlo, pero entonces dejame a mí pedirte disculpas. Te vas recuperar. Para vos va a
ser una tarde más, una noche más, en unos días ni te vas a acordar. Pero para nosotros
–y a esto me refería con ser honesta– para nosotros es una amenaza, para ser muy
franca, una amenaza a nuestra vida de pareja, a nuestra posición en este lugar.

Ahora bueno, si necesitás algo, como ser… Bueno, no se me ocurre qué podés querer o
necesitar –pero si necesitás… / dinero, o –
–¿Una tarde más?

–¿Qué? Sí, perdón si sonó un poco / brusco.

–(tranquila e intensa) ¿Qué querés decir con “una tarde más”? ¿Qué querés decir con
“el auto de un desconocido”? ¿Sos o te hacés?

En serio, ¿sos o te hacés?

Lo que faltaba, y además me tratás con condescendencia. Me sobrás, con la casa, el


campito, los hijos.

¿Te parezco sentenciosa?

¿Así que una tarde más?

Él se vino al campo para estar conmigo.

Sí. Lo que oís.

Por sus ganas de estar conmigo

Por su hambre de estar conmigo.

¿Así que un desconocido? ¿Pero cómo podés engañarte de esa manera? Y además
disculparte conmigo en nombre de él… (risa leve)… y en tu propia casa?

Pausa.

–Me gustaría que te vayas.

–Revolver mis cosas –agarrar mis cosas– agarrar / mi reloj

–Dije que me gustaría que te vayas.

–El reloj que me regaló él.

–Andate.

– ¿No eras vos la que quiso que me quedara? Pensé que querías que me quedara
debido a mi / confusión.

–Cambié de opinión. Quiero que te vayas. Salí de acá.

– ¿A dónde voy a ir?

–Andá adonde quieras, no me importa.

–Entonces voy a lo de Morris, ¿no? Pausa.

¿Te parece que vaya a lo de Morris a hablarle en latín? ¿A charlar de historia?


(…papel)

En el campo

Escena IV

Misma escena, más tarde.

Rebecca, sola.

–“Estas cosas cantaba yo… sobre el cultivo de los campos, de los ganados y de los
árboles frutales, mientras el gran Cesar esgrimía el rayo de la guerra en las orillas del
profundo Éufrates, dictaba vencedor sus leyes a los pueblos agradecidos”. Pueblos
agradecidos. (Risa leve) ¿Pero y él qué sabía? De cultivos. O de árboles. ¿Cómo sabía
que los pueblos estaban agradecidos?

Entra Richard con un vaso de agua y se lo da a Rebecca.

¿Y cómo manejaban las granjas? –Gracias– ¿Querés saber cómo manejaban las
granjas? Con esclavos. Con el trabajo de los esclavos. Un detalle que omite mencionar.

–Hablá en voz baja, por favor.

–Pero esto es poesía. Poesía del género pastoral.

Pausa. Bebe unos sorbitos.

–Entonces no te cruzaste con Corinne.

–¿Con tu mujer? (Breve pausa) Ya te dije: me desperté, estaba sola. En una casa
desconocida. Tuve miedo. Así que no: no me / “crucé con Corinne”.

–¿Tampoco la escuchaste por la casa?

–No escuche a nadie por la casa. No escuché nada. ¿Por qué iba a andar por la casa / tu
mujer?

–Si estaba levantada… Si estaba levantada iba a andar por la casa. Pausa. Dando
vueltas.

–¿Me puedo dar una ducha? ¿Dónde está el baño?


–No.

–¿Es por acá?

–No. Disculpame, pero no. No podés. No podés darte una ducha.

–¿Paso por acá?

–No, por ahí… no…

–¿Por qué? ¿Qué hay ahí? (Pausa) ¿Qué hay?

–No pases por ahí.

–¿A dónde voy entonces?

–No pases. Hace ruido.

–¿Cómo ruido?

–Sí.

–¿Sí?

–Sí, en serio.

Pausa.

–No voy a hacer ruido.

–Vas a hacer ruido. Quieras o no, vas a hacer ruido.

–¿Qué ruido? No voy a hacer / ningún ruido.

–Hace ruido, hace ruido la…

–¿La ducha hace ruido? ¿Qué / ruido?

–El ruido de la ducha.

–¿De qué?

–Al ducharte.

–¿Al qué?

–El ruido al ducharte. El ruido / del agua.

–¿Tu ducha hace ruido al ducharse?

–Lamentablemente es así.
Pausa.

–Querés decir el agua.

–El agua y también el riel de la cortina cuando la corrés.

–¿Cómo es el ruido?

–Un ruido como de chirrido, es como un / chirrido.

–No la toco y listo. No toco la cortina y ya está.

–Hace un / ruido. No.

–Me ducho y nada más.

–No. Lo lamento muchísimo, pero no. (Pausa). Vas a despertar a mi mujer. Vas a
despertar a / los chicos.

–¿Cómo? ¿Por darme / una ducha?

–Escuchame por favor.

–A ver explicame como pensás impedirme… impedirme que…

–¿Qué?

–Impedirmelo.

–Te lo estoy pidiendo, nada más. / Por favor.

–¿Por la fuerza?

–Te estoy pidiendo que no uses / la ducha, nada más.

–¿En serio? ¿Por la fuerza?

–No. Escuchame. Dejame que te explique. La ducha –no hace falta usar la fuerza– la
ducha está arriba…

–OK…

–Si vas arriba, la ducha está del otro lado del…

–Gracias. Entonces voy arriba.

–Sí, pero no. No subas arriba porque lo que te quiero decir es que tenés que pasar por
el cuarto de los chicos. Tenés que atravesar el cuarto de los chicos, ¿entendés?

–¿Detrás del cuarto de los chicos?


–Sí.

–Ok. Tus chicos.

–Sí.

–¿Y cómo es eso? (Pausa) ¿Cómo está diseñada esta casa? ¿Cómo es que hay que
pasar por el cuarto de los chicos para llegar al baño?

–Porque no es una casa.

–¿No es una casa?

–No, no es una casa, es un…

–¿Es un qué?

–Te lo estoy diciendo. Si vos sabés lo que es. Sabés que no es una casa. Es un granero,
es un…

–Un granero.

–Era un granero, antes. Para guardar el grano. No era una casa. Ahora es una casa. Y
por supuesto que no te estoy –vos sabés que no te estoy– amenazando. Simplemente
estoy apelando a tu sentido común… Te pido que seas razonable.

–¿Qué tiene de razonable?

–¿Qué si es razonable qué?

–Ese… recorrido….

–Recorrido.

–Ese recorrido, sí, ese recorrido tan raro para llegar a tu propio baño. ¿Te parece
razonable?

–Yo creo que sí. De hecho, siempre me pareció excelente, casi te diría que es el
recorrido ideal…

–Hasta ahora.

–Incluso ahora.

–Bueno, pero para mí no.

–Para vos no, es cierto. Vamos.

–¿Qué?
–Vamos. Nos vamos.

–¿Nos vamos a dónde?

–Te voy a llevar de vuelta.

–No confío en que me lleves de vuelta.

–Cómo no vas a confiar…

–¿Y qué motivos tengo para confiar?

–Vamos que te llevo de vuelta.

–¿Por qué tendría que confiar? ¿O no me dejé?

–Te dejé, sí, pro no te dejé, y ahora te llevo de vuelta. Volví y ahora te llevo / de vuelta.

–Pero esta es mi casa.

–Esta no es –discúlpame– tu casa.

–¿Entonces por qué me trajiste acá?

–Sabés muy bien porqué / te traje acá.

–¿Fue para ofrecerme un puesto?

–¿Un puesto de qué?

–Un puesto. ¿Para ayudar a tu mujer? Un puesto de mucama. ¿Me trajiste para que sea
la mucama?

–Ella no necesita a nadie que la ayude. Es muy eficiente.

–Te conseguís una mucama. Te cogés a la mucama.

–No quiero cogerme a la mucama.

–Todo el mundo quiere cogerse a la mucama.

–Bueno pero yo no. Más bien todo lo contrario.

–¿En serio? ¿Lo contrario? (Risa leve)

–En serio. ¿Qué te parece / tan gracioso?

–¿Y qué sería lo contrario de cogerse a la mucama?

–Lo contrario de cogerse a la mucama es no cogerse a la mucama.


Los dos se ríen en voz baja. Ella le agarra la mano.

–¿De dónde venías?

–Un bebé.

–¿Un bebé enfermo?

–No. no. Un parto.

–¿Lo tuviste en brazos?

–Claro que lo tuve en brazos.

–¿Y la madre lo tuvo en brazos?

–Sí.

–¿Lloraba?

–A los gritos. ¿Por?

–¿Un bebé lindo?

–Para ellos era hermoso.

–Para los padres.

–Sí, para los padres era hermoso. Y para mí también. (Pausa.) El padre me agradeció
mucho.

–¿Cómo mucho?

–Me abrazaba.

–Se sentiría agradecido.

–Muy agradecido. Traje al mundo a su hijo.

–Varón.

–Sí, un varoncito.

–Era una familia.

–Bueno… se convirtieron en familia. El padre quería que me quedara a tomar algo…

–Así que tomaste algo con él.

–…pero yo no acepté.
–Pero cómo no le vas a aceptar el trago. El hombre acababa de ser / padre.

–No acepté… Me acompañó… hasta abajo… y me arrinconó en el recibidor. Un hallsito,


muy chico. El medidor de la luz estaba empotrado en la pared, al lado de la puerta, y
uno veía el disco que giraba y giraba. Me dijo, “¿Qué le sirvo, doctor?”. Y yo debo haber
puesto cara de nada, porque me volvió a preguntar. Y el medidor que daba vueltas, y
yo pensaba, ¿cómo puede ser que en una casa tan chica consuman tanta electricidad?
Deben tener algún aparato en cortocircuito, una estufa, o la heladera, que se traga
toda la electricidad. “Yo necesito algo fuerte”, dijo, “¿qué le sirvo?” Tenía puesta una
remera con una inscripción enorme, la marca de algo. La marca de la remera…sobre la
remera. Estaba tan contento… Tan esperanzado…

Pausa.

–Y cómo no iba a estar contento. Acababas de traer a su hijo al mundo.

–Pero yo le dije, “Nada. Me tengo que ir. Tengo trabajo”.

–Le decepcionaste. El pobre tipo quería celebrar.

–No, precisamente. Parecía más bien aliviado. (Ella le aprieta la mano con fuerza). Me
vas a lastimar.

–No te estoy lastimando.

–Yo dije que me vas a lastimar.

–¿Qué? ¿Te duele?

–Sí. Me duele. Pará. ¿Qué te pasa?

–¿En serio te duelo esto?

–Sí. (El logra zafar su mano. Las pequeñas tijeras caen al piso). Me cortaste la mano.

–¿Que yo qué?

–Que me hiciste un agujero en la mano.

–¿Un agujero en la mano?

–Sí.

–Ay, ay… Estas enojado.

–Sí.

–(riendo) Estás tan enojado, Richard.


–No levantes la voz.

–¿Así que te hice una agujero en la mano? ¿Es profundo? ¿Te duele mucho? (Pausa)
Apretate.

–Me estoy apretando.

–Dejame a mí.

–No me toques.

Él permite que ella le agarre la mano.

–Es la carne nada más.

–¿Nada más?

Ella le chupa la herida y suelta la mano. Él la mira, y sonríe.

–¿Qué pasa?

–Te quedó sangre.

–¿Dónde?

–Acá, en la cara.

Él le toca alrededor de la boca. Ella deja que el dedo de él se detenga allí un momento,
luego se desprende, y se limpia la boca con la manga.

–¿Puedo verlos?

–¿A quiénes?

–A tus hijos.

–No, ya te dije.

–¿Ya dijiste?

–Sí, ya te dije.

–Ya te pronunciaste.

–Así es.

(Pausa)

–¿Cómo se llaman?

–No tienen nombre


–No tienen nombre.

–No. (Pausa) Sabés perfectamente que no tienen nombre. Hicimos un trato al


respecto.

–A mí me parece que ese trato ya no corre más.

–No cambió nada. El trato sigue en pie.

–¿¿Cómo? Cómo que no cambió nada? Cambió todo.

–No tienen nombre.

–Para empezar, estoy acá.

–No te equivoques. Vos no estás acá.

–¿No estoy acá?

–No.

–¿Entonces dónde estoy? (Pausa) Te prometo ir en puntas de pie. Dejame por lo


menos entrar a mirar en puntas de pie. Dejame oírlos respirar. O si están despiertos,
puedo contarles un cuento.

–No les gustan los cuentos.

–A todo el mundo le gustan los cuentos, ¿o no? Podría entrar y decirles: “Hola, soy
Rebecca, la mucama. Les voy a contar un cuento. ¿Quieren que les cuente un cuento?”

–A ellos no / les gustan los cuentos.

–Sí, sí, dale Rebecca, contanos un cuento. Bueno chicos, había una vez una nena, una
nenita hermosa, que estaba enferma y necesitaba un remedio. Así que fue al doctor…

–Escuchame un momento…

–Así que fue al doctor y le dijo, Doctor, doctor, me duele, deme un remedio. Pero el
doctor no se lo quería dar y le decía, Andate, no me hagas perder el tiempo. No tengo
remedios. Así que al día siguiente ella volvió y le dijo, Doctor, doctor, me duele mucho,
necesito un remedio. Pero esta vez el doctor fue hasta la puerta y la cerró con llave. Le
dijo: necesito tu historial, arremángate la camisa. Así que ella se arremangó y él le sacó
el historial. Entonces, chicos, él sacó un instrumento para revisarle los ojos. Y otro
instrumento para revisarle el corazón. Y después de revisarle los ojos y el corazón, le
pidió que se desvistiera.

–Rebecca.
–Le pidió que se desvistiera y cuando ella se desvistió, él le dijo: Ahora sí se nota que
estás enferma, que hay que darte un remedio. Ella dijo: Doctor, ¿me voy a morir? Él
dijo: No, lo que pasa es que tenés los ojos muy oscuros y la piel muy pálida. Tenés la
piel tan delgada que cuando la roso así con los labios siento como corre la sangre por
debajo. Estás enferma, nada más. Tenés que tomar un remedio. Y así empezó el
tratamiento.

Y el tratamiento, chicos, era infernal. Podía ser a cualquier hora del día o de la noche.
En cualquier parte de la ciudad y en cualquier parte de su cuerpo. Su cuerpo… era
como la ciudad. Y el doctor aprendió a desplegar el cuerpo de ella como un mapa.

Hasta que un buen día la nena, la nenita hermosa, decidió que el tratamiento tenía que
terminar. Porque cuanto más remedio tomaba, más remedio necesitaba, y además, ella
quería irse al campo.

Pero entonces el doctor se enojó mucho. Se enojó mucho porque sabía que por ella
había roto todas las reglas. Y no reglas como las de los chicos, como sacarse los zapatos
o lavarse las manos. Eran reglas de adultos. Leyes. Él había traspasado todas esas
reglas, esas leyes, y estaba muy pero muy enojado. Hasta lloraba. Sos una puta, le dijo.
Sos una puta de mierda.

Lo que pasó fue que hubo un terrible malentendido, porque lo que para la putita
hermosa era el tratamiento, para el doctor, que por supuesto estaba enfermo de lo
mismo y también desesperaba por el remedio, era… ¿qué se imaginaba que era?... algo
personal. Algo humano. Y por eso / él la siguió.

–Escuchame, Rebecca. Escuchame, escuchame. Nosotros / lo que tenemos que…

–Él la siguió al campo y trajo con él / a su familia.

–Lo que / tenemos que…

–OK. Bueno. Dale. Decime. Decime lo que hay que hacer.

–Porque todo tiene un límite –no es lo que hay que hacer– ¿pero no ves que hay un
límite para lo que…?

–¿Un límite?

–…para lo que podemos –sí, un límite– esta noche… ¿no ves…? Para lo que podemos…

–Esperar. Esperar lograr.

–Sí. No. No. Para lo que podemos… para lo que vos y yo podemos… / decir.

–Lograr con palabras.


–Sí, lo que podemos –exactamente– lograr / con palabras.

–Sabés que pasa, yo no creo eso. Eso me parece totalmente / deshonesto.

–Quiero decir esta noche, esta noche que los dos estamos tan…

–Yo, cansada no estoy.

–… los dos estamos tan –exactamente– tan cansados, tan cansados que no podemos /
ni pensar.

–Me pienso aceptar eso. No hay un límite para lo que podamos decirnos, lo que sí
tiene un límite es la honestidad que podamos permitirnos. Yo no estoy cansada y
puedo pensar / perfectamente.

–Bueno pero yo sí estoy cansado. Vos estuviste durmiendo. Yo trabajando. Tuve que /
manejar.

–Decime vos entonces qué es lo que no podemos decirnos, cuál es según vos / el
límite.

–Trabajé todo el día. No estoy para una conversación / como esta.

–¿Así que no estás para esto? Decime y listo.

–Que te diga qué.

–Decime qué es lo que no podemos decirnos.

–¿Pero cómo te voy a decir precisamente lo que no…? –¿Perdón? ¿Cómo dijiste?–
¿Qué?

–Exactamente. Eso mismo, exactamente. Porque no / existe.

– (suavemente) Tendría que haberte dejado tirada en la banquina.

–¿Dejarme?

–Esa es la verdad. Dejarte tirada ahí.

–¿Querés decir darme por muerta?

–Quiero decir –sí, eso – darte por muerta.

Pausa. Rebecca empieza a reír.

– ¿Sabías que ella piensa que yo te había dado señales? (Pausa mínima) Tu mujer. Tu
mujer pensaba que yo te había hecho “dado señales”. Y quería disculparse por tu
conducta. ¿No es lo más tu mujer? (Pausa mínima) Y bastante sexy además. No
entiendo por qué te la pasabas hablando de lo poco atractiva que era. ¿Cómo era?
¿Qué hasta tenías que hacerlo con la luz apagada? (Pausa mínima) Sí, / me mentiste.

–Hablaste con ella.

–Me mentiste. ¿Qué? Sí, claro que hablé con ella. (Pausa mínima) Ah, no, por eso no te
preocupes. Se fue. Hace rato ya. Agarró a los chicos y se fue. (Pausa mínima). Estaban
re dormidos. Si vieras cómo los zamarreaba, mi Dios, los sacó a la rastra. (Pausa. No se
mueven.) No me lastimes.

–No te estoy lastimando.

Pausa. Él la mira.

–Entonces no me mires.

–No te estoy mirando.

–Entonces no me mires.

Se quedan mirando el uno al otro

(… tijeras…)
En el campo

Escena V

Dos meses más tarde.

Domingo a la mañana. El mismo espacio, pero a la luz del día.

Una enorme ventana que mira al campo.

Corinne está abriendo correspondencia. Saca de los sobres las tarjetas, las lee, las va
apilando.

Richard entra con un vaso de agua en el momento en que ella abre la última tarjeta –la
de él– y por lo tanto ella gira la cabeza y le dice:

–Gracias.

–¿Te gustó?

–¿Es en serio?

–¿Si es…? ¿Cómo si es en serio?

– (riéndose) Esto. Esto.

–Mirá, soy médico, no pretendo pasar por… / poeta.

–Pero esto que escribiste, lo que escribiste, ¿es en serio?

–Sí. Bueno, sí. Por supuesto que es en serio 7 lo que escribí.

–Gracias.

–¿Qué?

–Dije gracias.
–Es una promesa.

–¿Pensás cumplirla?

–¿Qué?

–Dije si pensás / cumplirla.

–La estoy cumpliendo. Si vos sabés que la estoy cumpliendo.

–Seguís limpio.

–Sigo limpio –sí– completamente limpio.

Los dos se ríen. Ella le saca el vaso de agua. Pausa. Después ella toma un sorbo.

¿Cómo está el agua?

–¿Que cómo está el agua?

–Sí.

–Deliciosa. Fría. ¿Por?

–¿Tiene gusto a algo?

–¿Gusto a algo? A nada.

–¿En serio?

–¿Por qué? ¿Debería tener gusto / a algo?

–Antes pensabas que tenía gusto. Al principio, ni bien nos mudamos, pensabas que
tenía gusto a algo. Te preocupaba.

–(se rie) ¿Qué cosa?

–(se ríe) El gusto del agua. Te preocupaba el gusto del agua.

–¿Que me preocupaba el gusto del agua? ¿Y gusto a qué tenía?

–No tenía gusto a nada.

–¿Y entonces por qué estaba preocupada? Ahora no me preocupa.

–Bien.

–¿Y a vos?

–A mí nunca me preocupó. ¿Te traigo más?


–¿Qué?

–Si te traigo un poco más / de agua

–Todavía no me tomé está.

Ella bebe el resto del agua. Él toma el vaso. Ella se empieza a reír.

–¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué es?

–Lo que pasa es que estás tan…

–¿Yo? ¿Tan qué?

–Tan… solícito.

–¿En serio?

–Sí.

–¿Y eso que quiere decir?

–¿No sabés lo que / significa?

–Decime vos. No, no sé lo que significa. No / tengo la menor idea.

–Significa preocuparse por alguien, ser atento.

–OK

–¿No me creés?

Breve pausa. Se ríen, los dos.

–¿Por qué me mirás así? ¿No / me creés?

–No, lo que pasa es que no puedo sacarme de la cabeza que tiene un contenido sexual.
“Solicitar” a alguien sexualmente.

–Significa preocuparse por alguien, atenderlo. ¿Vos decís pagar por sexo? No, no tiene
nada que ver con sexo

–¿Qué tiene de malo?

–¿Qué cosa?¿Pagar por sexo?

–Preocuparse. ¿Qué tiene de malo que me preocupe?

–¿Qué te preocupes de qué?

–Que me preocupe por vos. No está mal.


–No sé.

–¿No sabés? ¿En serio no sabés? ¿Entonces está mal?

–No sé.

Pausa. Ella juguetea con las tarjetas, levanta la vista, sonríe.

No, claro que no está mal.

–Tendrías que poner paradas todas las tarjetas.

–¿Qué? No, no quiero.

–Sí. Ponelas así paradas. Una al lado de la otra / en fila.

–No quiero. Me hace sentir una vieja.

–Pero no sos vieja.

–(risa leve) No entiendo por qué me seguís / mirando así.

–¿Cómo vas a ser vieja? Te miro –de hecho, te estaba “mirando”– justamente porque
no sos vieja. Seguís pareciendo una nena.

–(risas) ¿Cómo que una nena?

–(risas) “Pareciendo” una nena. Ahora qué nena, / no sé…

–(risas) No quiero parecer una nena. ¿Y si no quiero parecerme a una nena, eh? ¿A
dónde vas?

–A buscar algo.

–Mirá que no quiero más agua.

–No estoy yendo a buscar agua.

–(con picardía) Ah-ha.

Él sale con el vaso vacío en la mano. Ella mira a través de las tarjetas.

–Sabés lo que estaba pensando. Mientras abría estos sobres pensé ojalá se haya
muerto alguien y me llegué un cheque.

–(of) ¿Cómo?

–Un cheque. Un de seis cifras.

–(of)¿Pero conocés a alguien que esté por morirse?


–Podría morirse cualquiera de los que conozco. La gente se muere. My padres. Mis
padres son el perfecto ejemplo del tipo de gente / que podría morirse.

–(of) Tus padres –y lamento decírtelo– no tienen la menor intención / de morirse.

–Ojalá a mis padres se los trague un terremoto en Sudamérica. Rápido, indoloro, y al


menos dejarían de mandarme postales con ositos / todos los años.

–(of) No digas eso.

–¿Qué cosa? ¿Ositos? ¿Qué estás haciendo / ahí adentro?

–(of) No digas eso / de tu padres.

–Digo lo que se me da la gana / de mis padres.

–(of) Si dinero tenés. No necesitás dinero. Vivís en una linda casa / en el campo…

–Dinero dinero, no tengo. No tengo dinero de veras, como / otra gente.

–(of)… y tus padres no tienen nada. Si se mueren, va a ser después de una agonía
larguísima.

–(carcajada) ¡Callate!

–(Of) Sí, conociéndolos… la peor agonía. (Él reaparece, con un paquete en la mano)
Una agonía deliberada. Y a vos no recibirías nada.

–Recibiría las facturas

–De hecho, sí, recibirías las facturas.

–Una factura enorme.

–No te quedaría nada.

–Menos que nada.

–Sólo el recuerdo de su agonía.

–(carcajada) Callate.

–Sólo te quedaría el recuerdo de su agonía y los gastos de repatriación de los restos.


Desde vaya uno a saber dónde.

–Lejos, seguramente.

–Desde Perú, por ejemplo.

–Callate.
–O Paraguay.

–(sonríe) ¿Y eso qué es?

–Es para vos. Un regalo.

–No hacía falta un regalo.

–Siempre hacen falta los regalos. Abrilo.

–¿Qué es?

–Abrilo.

Pausa. Ella empieza a desenvolverlo. Dentro del papel hay una caja de cartón, y en el
interior de la caja un par de zapatos. Son zapatos bastante sobrios y elegantes, pero al
mismo tiempo tienen algo perturbador, inquietante, que puede no ser evidente hasta
que Corinne se los pone. Puede ser, por ejemplo, que sean demasiado altos para ella.

–Gracias.

–¿Te gustan?

–Se nota que son buenos. ¿Caros?

–Carísimos. Probatelos.

Ella se los pone.

–¿Te acordabas cuánto calzo?

–No sé cuánto calzás. Llevé un zapato.

–¿Llevaste un zapato?

–Llevé un zapato –sí– a la zapatería.

Ella se pone de pie.

–Como el príncipe de cenicienta.

–Tal cual. Como en un cuento. ¿Cómo los sentís?

–No sé.

–¿Son cómodos?

–Muy cómodos.

–¿Entonces?
–Necesito ablandarlos un poco.

–Y bueno, caminá un poco para ablandarlos.

Ella camina. Gira sobre sus talones. Sonríe.

–¿Y?

–Estás… trasnformada.

–(ríe) ¿Transformada? ¿Transformada en qué?

–¿No te gustan?

–Es raro.

–¿Qué es raro?

–Que te den cosas.

–Es normal que te den cosas.

–Sí.

–Es lo más natural del mundo que te den cosas, Corinne.

–¿Ah sí?

–Pero claro que sí. Si vos lo sabés. Te quedan bien.

–¿En serio?

–Muy bien. Estás hasta cambiada.

–¿Es eso lo que te gustaría?

–¿Cómo? Sí. No. Yo lo que quiero es que seas feliz.

–Bueno, soy feliz.

–Es lo único que quiero.

–Bueno, soy feliz.

Leve pausa. Vuelve a caminar con sus zapatos nuevos, gira y sonríe.

–Siempre puedo devolverlos. Puedo cambiarlos. O podés cambiarlos vos. Podemos ir


juntos y los cambiás.

–Callate. ¿Cambiarlos por qué?


Suena el teléfono.

–No te gustan.

–Me encantan. En serio. Gracias. (Ella contesta el teléfono) ¿Hola?

Hola, Sophie. Buen día. ¿Cómo están ahí? ¿Te dejaron dormir?

(se rie) ¿En serio? Qué bueno…

No, en serio, fue una verdadera gauchada, una gauchada de cumpleaños. Te lo


agradezco mucho, fuiste muy…

No, fuiste muy generosa con nosotros, te lo agradezco.

Bueno… Richard me trajo el desayuno a la cama y después me puse a abrir las tarjetas
que me mandaron… Sí, después abrí el regalo.

Zapatos. Me regaló un par de zapatos.

Sí, divinos. Los tengo puestos ahora mismo. Según dicen acá, me transforman.

No sé. Me hacen sentir un poco…

–(Besándola en la nuca) Decadente.

–(¿Qué?)

–Decandente. Que te hacen sentir / decandente.

–(se ríe) Acá dice que lo que me hace es sentir decadente. (Pará, que estoy hablando
con Sophie.)

–Profundamente decadente.

–Nada. Disculpame. Lo que pasa es que está medio… (No me dejás hablar. Pará.) Está
medio… No me deja / hablar.

–(alejándose) Preguntale si encontró el dinero.

–Típico, sí. Típico. (¿Qué?) Disculpame un segundo, Sophie. (¿Qué?)

–Que si encontró el dinero.

–(¿Qué dinero?) ¿Hola? No, acá me pregunta si…

–El dinero que dejé en la taza.

–Pregunta si encontraste el dinero que dejó / en la taza.

–Le dejé un poco de dinero en la taza, nada más.


–(Dice que no hacía falta que dejaras nada.) ¿Pero cómo no te vamos a pagar?

–Me quería quedar tranquilo de que lo encontró, nada más.

–¿Un error? ¿Cómo que un error?

A medida que Sophie le explica, Corinne se inclina y se saca los zapatos.

Aha… Aha… ¿En serio? Bueno, supongo que si te dejó eso es porque quería / dejarte
eso.

–Un impulso de generosidad. Pensé que por ahí quería salir / a comprarse algo.

–(se rie) Estoy segura de que no quiso asustarte… fue un impulso de generosidad.

–¿Asustarla? ¿Cómo voy a querer / asustarla?

–Pero por supuesto que el dinero es para vos.

–Claro que es para ella.

–Es para vos, Sophie. –Es para vos, Sophie. Y ahora escuchame: deciles que Mami…

Eso, deciles eso, que Mami y Papi…

–Van a pasar a buscarlos después del té.

–…que los extrañamos mucho y vamos a pasar a buscarlos después del té.

Ok.

Gracias Sophie. (Corta.) ¿Por qué le diste tanta plata? Me dijo que se quedó aterrada.

–¿Por?

–Por toda esa plata.

–¿Por mí?

–No. Por toda esa plata. Por vos no. Le caés bien.

–¿Cómo sabés?

–Se nota. Le cambia la voz.

–¿Qué querés decir con que le caigo bien?

–Quiero decir que le caés bien. Le cambia la voz cuando dice / tu nombre.

–¿Decís que coqueteo con ella?


–Lo que digo es que ella coquetea con nosotros. Se lleva a los chicos. Friega los pisos.
Lo que haga falta. Y no pide nada.

–Eso es porque nos desprecia. Porque nos desprecia a vos y a mí y todo lo que
representamos.

–Si es desprecio, no lo demuestra, y además no creo que seamos representativos de


nada. La gente no “representa” algo, la gente…

–La gente no representa / algo.

–… existe.

–¿Qué?

–Existe, la gente simplemente existe. ¿No será que te despreciás a vos mismo?

–(se ríe) ¿Y yo por qué debería despreciarme?

–(se rie) No sé, no tengo la menor idea de por qué deberías despreciarte. Ok, la chica
es pobre, pero tiene una casita y tiene…

–Teléfono.

–Teléfono, y cocina, ¿así que por qué debería sentir nada? Te pido por favor que no
intentes hacerme / sentir nada.

–No te estoy pidiendo que sientas nada, quedate / tranquila.

–Porque no lo siento. No puedo.

Silencio.

–¿Sabés lo que estaba pensando? Estaba pensando que tal vez podríamos…

–¿Podríamos…?

–Hacer cambios. Cambios en la casa quiero decir. En el piso de arriba sobre todo.

–¿Cuál es el problema arriba? A mí me gusta arriba. Me gusta la casa como está. /


¿Qué cambios?

–No digo que no me guste la casa, lo que digo es que podríamos hacer un par de
cambios.

–Arriba.

–Sí. Bueno, sí… porque arriba no tiene lógica la casa.

–¿Quién te metió esa idea?


–¿Cómo?

–¿Qué significa que no tiene lógica? ¿Qué lógica / querés que tenga?

–Nadie me metió ninguna idea. La idea es mía. Es algo que se me ocurrió / a mí.

–Ese fue Morris. ¿Fue idea de Morris?

–¿Lo de cambiar el orden de la casa? ¿Morris?

–(risas) Sí. Digo, por sus ansias / de control.

–(risas) Por supuesto que no. ¿Qué decís?

–(risas) Sus ansias –sí– de control.

–¿Sus ansias de control? Escuchame, estoy hablando de cambiar un par de cosas


arriba, nada más. La circulación. Y te puedo asegurar que si hay algo con lo que no
tiene que ver, es con Morris. Morris fue muy bueno con nosotros.

–Por supuesto.

–Con los dos.

–Sí. Mintió.

–Respaldó mi decisión. No / mintió.

–Precisamente. Mintió. Vos dejaste m¡orir a un hombre y Morris mintió por vos.

Pausa. Corinne se echa a reír.

–(sonriendo) ¿Qué?

–Ay, Dios, pensé que habías perdido tu sentido del humor. Pensé, ay no, finalmente
perdió su famoso sentido del humor.

–Pero te equivocaste.

–Pero me equivoque.

–Y mi famoso sentido del humor sigue intacto.

–De hecho, tu famoso sentido del humor sobrevive notablemente / intacto.

–Así que bueno, ¿qué vamos a hacer? ¿Vamos a salir?

–¿Qué?

–Salir. Agarrar el mapa y salir a pasear a alguna parte.


–Okey.

–Porque al final vivimos en el campo y nunca…

–Ya sé.

–Nunca…

–Exacto, tenés razón.

–…experimentamos esos cosas, así que salgamos.

–Yo ya salí.

–No creo.

–Creelo.

–¿Y cuándo saliste?

–Ayer a la tardecita. Hice un viaje.

–¿Qué viaje?

–Cuando llevaste a los chicos a lo de Sophie yo hice un viaje, nada más.

–No me dijiste nada.

–¿No te dije?

–¿Qué viaje?

Pausa

¿Qué viaje?

–¿Por?

–Me gustaría saber.

–Te gustaría saber en qué ocupé mi tarde.

–Bueno, sí… Me gustaría saber en qué ocupaste / tu tarde.

–Vos te habías ido. Cerré todo bien. Crucé la entrada. Me metí en mi auto. Torcí el
espejo. Me miré.

Pausa.

–¿Y qué cara tenías?


–Tenía una mirada cómplice.

–Mostrame, a ver.

–(sonríe) ¿Qué?

–Mostrame cómo era.

Ella baja la mirada – hace un intento – pero termina riendo.

–No me sale.

–¿No te sale?

–No, si no lo siento no me sale.

–Ah, ¿no sentís complicidad ahora?

–No. ¿Complicidad? No. ¿Por qué? / ¿Debería?

–¿Pero por qué torciste el espejo del auto?

–Ah, para ir marcha atrás. Necesitaba –o no, no necesitaba– pero retrocedí. Ir marchar
atrás me produjo un placer enorme: ver cómo la casa se iba encogiendo, un placer
inmenso. Se encogió tan rápido. Cuando me quise dar cuenta ya estaba afuera en el
camino y la casa me sonreía desde detrás de los árboles.

Pausa.

–Así que vos estabas sonriendo.

–Bueno, sí, seguramente. (Ella sonríe) Es que era una tarde perfecta. Tan alegre.

–Y el sol ya estaría bastante bajo.

–El sol –sí, eso– estaba bastante bajo y la luna ya había salido. Luna moteada –esto te
va a encantar– moteada como un huevo.

–¿Qué clase de huevo?

–Como un huevo gris.

–¿Qué clase de huevo?

–Qué clase de huevo va a ser /, de pájaro.

–Y saliste al camino.

–¿Cómo?

–Que saliste al camino.


–Sí, entonces sí, salí al camino –obviamente, sí– y me alejé de la casa. Doblé a la
derecha en el cartel indicador y el camino era tan largo y tan recto que me di cuenta
que debía ser un camino viejo. Sabía que no tenía nada que ver conmigo, ese camino,
ese camino viejo. Ni me gustaba que fuera viejo. Ni me gustaba que fuera recto.
Porque al fin y al cabo yo había salido a dar un paseo al azar y a esa altura, bueno a esa
altura como te imaginarás el camino ya me resultaba agobiante. Así que cuando vi que
se terminaba el camino fue un alivio. Terminaba en una zanja. Ningún cartel. La zanja y
nada más.

Pausa.

–Y ese fue el final de tu viaje. Hiciste eso: fuiste en auto hasta una zanja.

–¿Cómo? No. Me bajé del auto –no, no, mi viaje recién estaba empezando– Me bajé
del auto y crucé de un salto la zanja.

–(se ríe) ¿Cruzaste de un salto la zanja?

–(se ríe) Sí. Como una loca. Y empecé a trepar por la ladera. Pensaba: desde que era
chica que no corro así, sin motivo, por correr nomás. Y yo flameaba entera, el pelo, la
ropa…

–No estabas vestida para andar por el campo.

–El vestía se me enroscaba en la piernas como una bandera y yo me decía que tenía
que volver al auto y al mismo tiempo sabía que no iba a volver al auto.

–¿Y por qué no ibas a volver al auto?

–PORQUE NO QUERÍA VOLVER AL AUTO. (Tranquila) No quería volver al auto justo


cuando había encontrado la huella.

No era en absoluto como yo lo imaginaba. No era esa huella angosta y apretada de


ovejas o de cabras que yo me imaginaba. No. Era… una huella ancha, de ripio, o por lo
menos a mi me pareció que era ripio, por el ruido que hacían mis pasos, como
chasquidos. Y ahí, mientras escuchaba el chasquido de mis pasos sobre el ripio, me di
cuenta que no había nada humano.

Bueno, estaba yo, obviamente. Y yo soy humana. Pero era lo único. Mire a ver si
encontraba alguna cosa humana. ¿Sabés que pensé que me iba a encontrar? Un
alambre o algún cartucho de escopeta usado. Pensé que iba a ver alguna bolsa de
plástico enganchada en una rama. Pensé que iba a encontrar una aguja o ladrillos
rotos. Estaba esperando, esperando, ¿sabés? esperando encontrar algo humano, como
una aguja o un pedazo de ladrillo mezclado en el ripio. O escuchar, por lo menos
escuchar algo humano que no fuera yo misma. O mis pies. O mi corazón. Un avión. O
chicos jugando. Pero no había nada. Ni siquiera una huella a esta altura. Pero la huella,
igual que el camino, se terminaba. O… ¿Cómo es que se dice?... Se “agotaba”.

La huella –sí, se dice así– se agotaba ahí, y ahora había… montículos de tierra, terrones,
así se dice, y había que saltar de un terrón a otro. Si me hubieras visto, saltando como
hacen los chicos, de un terrón a otros, hasta llegar a la piedra. Yo la llamo “la piedra”,
pero la piedra tenía brazos, como una silla. Así que podía sentarme… dentro de la
piedra. Podía descansar los brazos a lo largo de los brazos de piedra, y desde el interior
de esa piedra, contemplar el paisaje.

Pausa.

–¿Y qué tal el paisaje?

–Ah, el paisaje divino, pero la piedra estaba helada. Como si nunca le hubiese dado el
sol, nunca la hubiese entibiado. Tuve miedo de quedarme pegada, como pasa con el
hielo. Y entonces apareció Morris.

–¿Morris? ¿Y qué quería?

–Eso dije yo. Dije, “Morris, ¿qué pasa? ¿Querés algo?” Y él dijo, “Hace horas que te
sigo. ¿No me escuchaste que te llamaba? Se te cayó esto”

–¿Y qué se te había caído?

–Eso dije yo. Dije, “¿Que se me cayó qué?” “Tu reloj”, me dijo. Y lo sostuvo frente a mis
ojos de la correa dorada, balanceándolo, para que yo pudiera verlo en detalle. Le dije,
“Me parece que te equivocaste. Es divino, pero no es mío.” Y fue ahí que me di cuenta
–esto te va a hacer gracia– que la piedra había empezado a devorarme el corazón.

Pausa.

–¿En serio?

–La piedra había empezado a devorarme el corazón. Sí. ¿Por qué? ¿Te sorprende? Le
dije a Morris, “Morris. Ayudame que esta piedra me está devorando el corazón”. Pero
no lo dije así toda tranquila. Lo dije como una loca. Supongo que por eso me agarró de
los hombros como para imponer cierta autoridad, y me dijo, “Es una piedra y nada
más. No hay motivo para gritar. ¿Cómo una piedra te va a hacer eso?” Y yo le dije, “No
sé, Morry, pensé que vos tal vez sabías”. Me preguntó si tenía miedo y yo le dije, “Claro
Morris que tengo miedo. Parece que no me puedo mover y esta piedra me está
devorando el corazón. Cuando logre pararme de esta piedra, ¿tendré corazón todavía?
¿Y si tengo que pasar el resto de mi vida fingiendo amor?

Suena el teléfono.
Y Morris dijo, “Estoy seguro de que fingís amor a las mil maravillas. Estoy seguro de que
los dos fingen amor inmaculadamente.” (risa leve) Es un personaje.

–¿Y yo no?

–¿No qué?

–¿No soy un personaje?

–Pero sí, claro que sos un personaje –definitivamente– pero un personaje bien distinto.
Dame un beso.

El teléfono sigue sonando.

–Ya te di un beso.

–Entonces dame otro.

Nadie se mueve. El teléfono sigue sonando.

(…piedra)

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