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Es común la imagen del místico como aquel asceta que se recoge en sí mismo y se aleja
solamente la poesía, sino el acto místico, como una forma de entregar al otro un fragmento
de la sabiduría adquirida en las experiencias luminosas; pero no una entrega como la que
se hace con un objeto que simplemente cambia de manos: el propósito del místico no es
pasar el fuego de mano en mano, sino revelar al otro que la llama ya se encuentra latente
experiencia.
En este sentido, quisiera desdibujar un poco a la imagen del místico como este ser
elevado que a través de ejercicios misteriosos alcanza la iluminación, pues de este modo
imaginar al hombre de a pie, al que tiene rostro y desenvuelve su vida en un mundo como
que me referiré más que al poeta como místico, al aspecto místico de la poesía que emana
de un hombre cuya vida se caracterizó por una forma peculiar de relacionarse con el
mundo, si no es que con los mundos. Para lograrlo, trabajaré brevemente algunos versos
Bañuelos.
El poema comienza con los siguientes versos: “Lo mismo que Adán sumergido
hasta la alondra del silencio, sucio de humana noche en que he caído, rompo todos los
los hombres, dentro de la contradicción del pájaro que canta lo indecible y contaminado
huida de los dioses), el poeta quiebra toda diferencia entre el yo y el tú, transgrediendo
incluso a los nosotros que se oponen a los ustedes para tomar palabra desde lo que une a
hasta las criptas de las piedras”. Aquí nos plantea uno de los puntos fundamentales de su
experiencia religiosa: por un lado, nos señala que no se trata de una iniciación en algún
dogma o culto la que dota de un carácter místico al poema, sino de una iniciación en la
duradero (la piedra), que bien podríamos pensar como una mera reelaboración de los
párrafos anteriores; por otro lado, hace del poeta un ser investido de eternidad al acudir a
presenciar lo ya muerto de lo eterno (las criptas de las piedras). Esta manera de presenciar
versos ulteriores: “Y me muevo con las hierbas, y con el menor movimiento del caballo,
y siento que dentro de mí corro como ese río que estoy viendo que avanza”. La línea que
divide el adentro del afuera, al yo de lo otro, queda al fin desdibujada, dando pie a la
Ese río, sin embargo, toma un mayor peso simbólico cuando nos sumergimos en
algunos aspectos biográficos del poeta chiapaneco. Si algo caracterizó no sólo la poética,
sino la propia vida de Juan, fue la división que experimentó. Bañuelos creció en la ciudad
de Tuxtla Gutiérrez, atravesada por el río Sabinal, que dividía la ciudad en un sector de
criollos y mestizos y otro de indígenas zoques1. Esta división dejó su huella en el trabajo
del poeta, siendo su obra, a la vez que expresión de sus inquietudes, una búsqueda
en el que Bañuelos fue una pieza clave en los procesos de negociación entre el Ejército
pueblos indígenas aquello de lo que cojeaba su entonces ateísmo: la relación con lo divino
indígenas. No es extraño, pues, que sea este río el que corre por las venas del poeta, o el
que le revela la diferencia (étnica, por ejemplo) que habrá de habitar en aras de producir,
del contexto de un culto específico, sino que, en lo que se ve inmerso, es en una iniciación
en el mundo natural a través de la acción política. Por lo tanto, este mundo natural no es
algo que esté alejado de los hombres y las mujeres con que se encuentra en su vida diaria.
En Viento de diamantes aparecen también estos versos: “es dable a las criaturas ver su
hora crecer para hallar luego algo de los mortales en un grano de arena. Mas también bajo
las gradas seculares y diviso el humo de las chozas de los hombres (…) y a la mujer
grávida de su fruto sentada en su hamaca viendo pasar las horas”. Con esto, el poema nos
hace saber que algo de la esencia del tiempo mortal es posible de ser encontrado en lo
más pequeño (un grano de arena), que en ello habita lo más profundo de la divinidad;
pero que también lo hace en aquello que se encuentra fuera de cualquier jerarquía
1
Véase : https://www.proceso.com.mx/481634/poeta-canto-manana
2
Véase: https://www.jornada.com.mx/2001/02/10/banuelos.html
simbólica perteneciente a alguna confesión religiosa específica (bajo las gradas
seculares), como en el sagrado trabajo de los cosechadores; o bien, que una madre
de tratados, sino que puede ser también una mujer preñada que mira pasar las horas (las
horas de las criaturas, las vidas de los mortales) sentada en una hamaca (elemento de la
cotidianeidad).
hombre, aquel de la infancia cósmica que mira al mundo como nuevo en el arrobamiento
humano. Y todo lo que hace sentir el poema, lo hace sentir a todos los hombres y mujeres
que por ese instante somos uno solo. “¡El hombre soy, mas no me basta! porque el sol
tiene su trigo en llamas y el mar tiene los ojos tocados por la gracia”. El hombre (como
que sacie su sed religiosa: se busca en la deidad masculina, calurosa, que hace las cosas
crecer, que las ilumina (el sol); así como en la deidad femenina, acuática, cambiante y de
propiedades solventes (el mar). Se busca como quien se busca en un Yahvé o en una Kali,
pero llevados a lo común, al símbolo que revela en lo cotidiano del rayo y de la ola.
“Todo pasa”, nos dice, “y como el agua y el sol, también todo queda”. “Lejos de
la memoria del viento que dejaron las épocas, un olor de centeno y anís hace volver los
pájaros”. Así, el poema nos lleva la reunión entre lo eterno y lo pasajero que, aunque
pareciera que un río los divide, no son más que una manifestación de la misma cosa. ¿Y
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José Gorostiza, Muerte sin fin, 1939
qué mejor manera de sintetizar esta unión sino a través del propio título del poema? El
viento es móvil: ora como un soplo suave y dulce, ora como un latigazo lleno de rabia,
hace presencia, pero nunca permanece, por ser el movimiento su propia naturaleza; el
diamante, sin embargo, es a la vez lo más precioso y lo más duradero, lo que refracta la
Sobre el cierre del poema, aparecen los siguientes versos: “¿De qué remoto sueño
hemos caído? ¿Por qué somos una rueda que grita enloquecida?”. Durante el recorrido,
reflexión a propósito de la distribución no sólo de los recursos materiales, sino del propio
iniquidad”.
El poeta denuncia los problemas de los hombres, pero no por eso olvida que “toda
cosa nacida con la aurora, con ella muere, y toda criatura que engendra la noche con ella
se aleja porque oscuro es su linaje”. Señala con ello que hay algo de inevitable en las
desigualdades de la vida, mas con sus actos señaló también que, pese a estas
desigualdades, está en manos de los hombres producir algún cambio. Baste recordar el
auténtico acto poético que realizó al recibir el Premio Chiapas en 19844, cuando, tras
denunciar los actos violentos perpetrados por órdenes del general Absalón Castellanos,
entonces gobernador del estado, decidió recibir el premio sólo para restituirlo a los
pueblos indígenas vía el obispo Samuel Ruíz. Se recordará también que lo hace
un reconocimiento para la tradición de una tierra que “tiene más poetas que árboles”. Esta
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Véase : https://www.proceso.com.mx/139911/el-poeta-juan-banuelos-restituye-el-premio-chiapas-a-
los-indigenas
actitud se reafirmará con la publicación de Coyote azul con guitarra, libro que se
la unidad, pues: “¡No más que olas somos! Nos levantamos brevemente...