Sei sulla pagina 1di 9

 Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía política en la U.

de Valencia, en
España. FOTO cortesía

Economía Educación Instituciones educativas Jorge Mario Velásquez Líderes del mundo
Martha Ortiz Gómez Negocios
Por Martha Ortiz Gómez y Jorge Mario Velásquez | Publicado el 30 de enero de 2019

La filósofa y catedrática española, Adela Cortina, es una de las voces más autorizadas para
hablar de ética con relación a valores como la justicia o la felicidad y en ámbitos como la
educación o la empresa. Durante 27 años ha sido directora de la Fundación ÉTNOR, para la
ética de los negocios y de las organizaciones. Cortina dialoga con Martha Ortiz, directora de
EL COLOMBIANO y Jorge Mario Velásquez, presidente de Grupo Argos, en la tercera
entrega de la serie Visionarios.

MO: ¿Cómo explicarles a un niño de cinco años, a un adolescente y a un adulto, qué es la


ética?

AC: “La ética se dirige fundamentalmente a unir dos valores humanos que son
imprescindibles para vivir: la justicia y la felicidad. A fin de cuentas, la justicia es el tipo de
relaciones que entablamos unos con otros. Por ello, hay que adaptarla a cada uno, porque no es
lo mismo el niño, el adolescente o el adulto.

Un niño puede entender muy bien que somos seres sociables. Para vivir solo pues hay que ser
Robinson Crusoe, pero en cuanto un pequeño está en un entorno razonable, vive dentro de una
familia, un vecindario o una comunidad política, ¿qué es lo que une a unos y a otros?, el
vínculo de la justicia.

Todos nos debemos cosas unos a otros y tenemos una relación recíproca, por lo que los
vínculos que mantenemos entre nosotros tienen que ser justos, porque si el vínculo es injusto,
evidentemente hay una parte que se siente dañada o lesionada, que quiere tomar venganza.

Uno de los grandes fallos de nuestra época y de muchas otras es el individualismo, que es el
creer que hay seres aislados, que viven a su aire y que un buen día deciden juntarse y formar
una comunidad o una familia. Yo me reconozco como persona porque otros me han
reconocido como tal. Entender que somos seres relacionales, vinculados, que no somos
individuos aislados sino que siempre somos seres en familia, en comunidad, incluso, en un
universo global, es fundamental para entendernos a nosotros mismos (...). La ética se ocupa de
la justicia, en muy buena parte, que es el valor que une a los ciudadanos, que une a las
personas entre sí, y si las sociedades no lo son, después viene una gran cantidad de desastres”.

JMV: Tendemos a pensar que la justicia es un concepto que proviene del Estado y que es
este el que la debe proveer, pero en la relación de dos individuos, ¿cómo se decide qué es
justo o injusto?
AC: “La justicia es un valor que todos están de acuerdo en cómo se define: es dar a cada uno
lo que le corresponde. El gran problema es decir qué es lo que le corresponde a cada uno. Ha
existido una gran cantidad de teorías —en toda la historia de la filosofía y según los últimos
tiempos—, pero para decidir qué es lo justo es preciso que lo hagan los mismos afectados por
las preguntas por la justicia.

En una sociedad no tienen que decidir los políticos. Claro, hay un tipo de institución llamada
justicia: los jueces, los abogados, etc.; yo hablo del valor. ¿Se pueden equivocar los jueces?
Obviamente sí. ¿Se pueden equivocar las leyes y que haya leyes injustas? sí; una ley cuando
está vigente hay que cumplirla, pero una ley puede ser injusta y entonces, hay quienes lo
denuncian.

¿Cómo se decide que la ley es justa? Pues en la ética que he venido trabajando en los últimos
tiempos, que se llama ética del diálogo, se trata de que los que están afectados por las leyes y
las normas puedan dialogar sobre si estas les parecen que les benefician, que les repercuten
positivamente o no, y la norma será justa si los afectados por ella pueden darle su
consentimiento después de un diálogo celebrado en las condiciones más próximas posibles a la
simetría”.

JMV: ¿La simetría es que haya igualdad de entendimiento en la discusión?

AC: “Exactamente, porque si les hablo para tratar de determinar si una norma es justa —
cualquiera, por ejemplo, pagar impuestos—y tengo mucha información y ustedes ninguna, e
intento manipularlos en el diálogo y llevarles a decir lo que quiero que digan, lo que ocurre al
final es que lo que vamos a decidir no es lo justo. Hay que tratar de tener la misma
información posible para el tema que vamos a tratar y poder dialogar en las condiciones más
próximas posibles a la simetría para que ustedes puedan intervenir y yo también, para que
podamos intercambiar argumentos, y para eso es necesaria una tarea de parte de los
intelectuales y de los medios de comunicación que deben informar a la gente para que pueda
dialogar con conocimiento de causa, porque si no, aunque las leyes las están determinando en
el Congreso, a la hora de discutir si una ley es justa, ¿cómo pueden hacerlo los ciudadanos, si
no tienen información, si no saben qué extraños hilos se están moviendo en torno al asunto?
Se necesita estar lo más cerca posible a una discusión de simetría para poder determinar qué es
lo justo, y en este caso, lo justo sería lo que defienda los intereses que fueran comunes a
todos”.

Una base común

MO: En una sociedad como Colombia en la que existen diferentes realidades y niveles de
educación, los puntos de contacto parecen lejanos, ¿cómo lograr conciliar encuentros?

AC: “Está muy lejano, hasta cierto punto, porque Colombia, como muchos otros países, ha
firmado la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, que cumple 70 años.
Estamos a años luz de proteger los derechos de la Declaración de 1948, pero es verdad que
todos los hemos declarado al decir: ‘todo ser humano tiene derecho a la vida’, ‘todo ser
humano tiene derecho a expresarse libremente, a asociarse, a reunirse, a desplazarse por un
territorio´, que son los derechos de primera generación. Todos tienen derecho a participar en la
vida política, y todos tienen derecho a la salud, la asistencia sanitaria, a la educación, a la
cultura (...) La Declaración de 1948 es lo justo, es una base común, pero una cosa es la
declaración y otro la realización.

La cuestión es que en la Declaración de los Derechos Humanos se dice desde el principio que
los distintos Estados tienen que proteger estos derechos y que las Naciones Unidas se tienen
que encargar, pero también lo deben hacer los ciudadanos a través de la educación, porque
pueden hacer mucho y, en los distintos niveles se educa para proteger los derechos de todos,
diciendo que todo ser humano es sagrado, eso es lo que hace que la realización se vaya
adecuando a la Declaración”.

JMV: La mayoría de nuestros países han firmado la Declaración. Cuando se toca el


capítulo de los derechos a la pensión, a la salud o a las vacaciones, hay una relación entre
la capacidad de nuestros Estados de proveerlos con el desarrollo económico de las
naciones y eso genera una tensión social importante. ¿Cómo hacer para explicarle a un
ciudadano que no siempre está garantizada la capacidad económica de entregarlos?

AC: “Ese punto es clave, y eso es lo que hizo posible en algún momento el famoso estado del
bienestar, cuando se estableció en los años 70 del siglo pasado en los países nórdicos y luego
en otras naciones, que consistía nuclearmente en decir que efectivamente, las comunidades
políticas tienen que proteger los derechos de sus ciudadanos de primera y segunda generación.

Colombia es un Estado social de derecho, España también. Esto quiere decir que está obligado
a proteger los derechos de primera y segunda generación de sus ciudadanos, entonces, claro,
hablamos mucho y luego hacemos lo que hacemos. Pero cuando en la Constitución se dice
Estado social de derecho, se refiere a un compromiso no solo del poder político, sino también
del poder social, por el que los ciudadanos vean protegidos esos derechos.

Hay un compromiso, no es una cuestión de invitación, de ‘deberían’, o de dar un consejo, no.


Es una obligación de justicia, por eso distingo entre justicia y felicidad, porque la justicia es
exigente. Cuando alguien dice que algo es justo, está exigiendo que se haga.

Yo puedo hablar con ustedes y decir que me gusta más el chocolate y ustedes dicen que les
gusta más el café. Bueno, por eso no vamos a discutir. En la felicidad cada uno tiene sus
proyectos. Unos pueden ser más inteligentes, mejores, peores... nos aconsejamos unos a otros.
Pero la justicia es muy exigente porque cuando alguien dice que algo es injusto, no está
diciendo solo que a él no le gusta, sino que no debería ser. Hay gente que no puede expresarse
libremente, por ejemplo, en Venezuela; entonces no solo es que en Venezuela deberían poder
expresarse libremente, sino que tendrían que poder hacerlo porque es una cuestión de justicia.

Los derechos de primera generación son de justicia, y cuando uno dice que esos derechos no
están respetados en algún país o en algún lugar, lo que tenemos que decir es que es injusto. Y
cuando uno dice que es injusto, está diciendo que hay una exigencia de que eso cambie. (...)
Yo escribí un libro en 1986 que se titula Ética mínima, y lo que quería decir es que hay unos
mínimos de justicia por debajo de los cuales no se puede caer sin caer en la inhumanidad. En
Perú a las migraciones se les llaman ‘poblaciones nuevas’ como un enorme eufemismo, y
dicen que a la gente le gusta vivir así, yo creo que no, pero cuando uno ve esas invasiones,
dice, ‘esto es injusto’. Pero ante la pregunta que me hacías de ¿y si no hay dinero?, ahí es
donde entra la obligación de la política, porque hacer política es priorizar.

Si hay casos de corrupción, de cohecho, todo ese dinero que se va por ahí, y se va mucho, pues
no se va a la protección de derechos, sino que se va a los bolsillos particulares de la gente que,
además, a poco nos descuidemos están metidos en el negocio del narcotráfico y tienen
relaciones con los poderes públicos. Efectivamente, todo ese dinero es una injusticia
clamorosa, porque tendría que estar al servicio de los derechos de las gentes, porque es dinero
público. Y si todo ese dinero se invirtiera con cuidado, con celo, para que hubiera una buena
atención sanitaria y una buena educación, y para que las gentes pudieran tener unas viviendas
habitables, el mundo cambiaría radicalmente”.

MO: Los ciudadanos pueden pasar de la inconformidad a la exigencia sobre lo injusto


pero si no pasa nada puede llegar la desilusión y la apatía, ¿cómo no perder la
esperanza?

AC: “Hay muchos resortes. Lo justo es una exigencia, porque debemos hacerlo. Por una parte,
todo el mundo recurre a lo mismo, que es la educación pero este es un recurso de largo aliento.
Al formar desde la escuela en la que, efectivamente, todos los seres humanos tienen dignidad
y no un simple precio, lo que quiere decir es que tienen que ver respetados todos sus derechos
de primera y segunda generación y que no pueden ser despreciados; no puede ser que estén
enfermos y no tengan una asistencia sanitaria. Sobre eso hay que educar, comentándolo y
degustándolo desde la infancia.

¡Déjese de programas de valores!, explíqueles a los niños desde el principio que su compañero
y que el otro y que el de más allá, todos ellos tienen dignidad y no un simple precio. Los seres
humanos son sagrados unos para otros: No se les puede manipular, no se les puede maltratar.
Eso quiere decir que deben poder expresarse libremente, ir por un territorio sin que se les
detenga y tener derecho a que se les ayude a salir de la pobreza si están en esta situación.

Debemos ir educando no solo en el currículo formal en los institutos y universidades, sino en


la sociedad y con los padres de familia, porque si en el colegio al niño le dicen una cosa, pero
en su casa le dicen otra distinta, pues por esa esquizofrenia a los pequeños les parecerá que
hay que decir una cosa y hacer otra.

Si una sociedad no tiene una identidad ética de este tipo, la verdad es que no existiría como tal,
sino que hay un conjunto de gente que más o menos se relaciona, pero falta esa identidad de
los valores que es muy importante.

La fuerza de la sociedad civil (colegios, los institutos, los padres, las asociaciones de vecinos)
no se aprovecha lo suficiente, porque siempre pensamos en que los políticos lo resuelvan todo.
Conozco gran cantidad de asociaciones en Colombia; ustedes tienen una creatividad
impresionante. Un día le pregunté a un señor ¿cómo les está pasando esto con una sociedad
tan creativa como la que tienen’, Y me responde: ‘¡Ay doctora!, es que tenemos muchas
iniciativas pero pocas acabativas (Sic)’, y esa frase la puse en un artículo. Si no, es imposible
que la sociedad resulte justa (...) Como decían, la gente ya está cansada y desesperada después
de todas las ilusiones con el proceso de paz. Pero no se pueden dejar desalentar porque tienen
que trabajar para los hijos, y para las futuras generaciones, que lo que no se haga ahora, lo van
a heredar muy mal”.

JMV: ¿Cuál es el rol de esa sociedad civil en nuestro país?

AC: “¿Se puede transformar la sociedad desde la sociedad civil? Y entonces la pregunta es:
¿qué compone la sociedad civil? El mundo empresarial y el económico. Así como el Estado
tiene la capacidad de coaccionar para que la gente cumpla las leyes (...) una empresa que
funciona bien, que no es corrupta, sino que establece relaciones con los ciudadanos y con el
Estado, y que es una empresa ciudadana, es una fuente de riqueza enorme, tanto material como
inmaterial.

Y por fortuna, el mundo empresarial ha ido asumiendo una serie de propuestas que asumen la
responsabilidad social corporativa (...) y si funcionara de acuerdo con todas ellas, las
poblaciones estarían mucho mejor porque tendrían mucha más riqueza material y social; los
derechos se verían cumplidos, las gentes podrían trabajar en un ambiente de distensión y de
tranquilidad. Por eso decía el premio Nobel de Economía Amartya Sen que una buena empresa
es un bien público”.

JMV: ¿Cuál es el rol de ese empresario que quiere trascender y buscar el bienestar de su
sociedad, más allá de generar riqueza material?, ¿cómo se debe involucrar ese
empresario a la sociedad?

AC: “Me gusta distinguir entre el poder del político y el poder del empresario. Creo que son
dos papeles distintos que no hay que confundir, porque si no, en ocasiones viene el tema de las
puertas giratorias: la persona que primero estuvo en la empresa y luego se pasa a la política y
después de estar en esta última vuelve a la empresa. Estas cosas hay que diferenciarlas.

Una cosa es el Estado del que forman parte los gobiernos, los legisladores, los jueces, un
ámbito que pertenece al marco estatal que es la maravilla del Estado democrático de derecho.
Pero hay tres poderes en una sociedad: el político, el económico y el ciudadano, que tienen
que trabajar conjuntamente y que cuando lo hacen, las cosas van muchísimo mejor.

Hace poco llegó a Valencia un barco con inmigrantes de Italia. Lo que me gustó mucho de
aquel acto es que se juntaron los tres poderes: por una parte, la Generalitat nuestra, que dijo
‘sí, vengan aquí’. Los empresarios se volcaron y fueron al muelle a llevar traductores, ropa,
mantas y se los llevaron a sus barcos para alojarlos. Y los ciudadanos de a pie, entusiasmados,
ofreciendo sus casas y su hospitalidad. Esto ya es una iniciativa, ahora viene el momento de
decir: ¿y cómo se les integra o se les inserta? ¡Que no venga la explosión de solidaridad y
todos contentos y se acabó!. Para mí fue el triunfo de la unión de los tres, que creo que es
fundamental, porque si no, las cosas no van adelante.

Si los políticos van por un lado a sus votos, a sus cohechos, y los empresarios van únicamente
a su máximo de rendimiento y de resultados, y la ciudadanía cada uno a lo suyo, pues esto no
tiene solución, porque claro, efectivamente, siempre hay injusticias; pobres y vulnerables y
nadie se acuerda de ellos. Creo que la sinergia de los tres poderes, la conjunción de ellos es
fundamental para que una sociedad vaya adelante.
Las empresas pueden hacer mucho, inclusive las empresas pequeñas, porque cada quien tiene
su área de influencia, y en el entorno en el que se está, si una empresa no es corrupta, mejora
la relación social, se vuelve una fuente de capital social para la gente, pero si además es
potente, entonces, puede incluso ayudar a que las leyes cambien para mejorar.

Nosotros estamos trabajando en el tema de la ética y de la empresa desde 1990, sencillamente


porque creemos que una buena empresa mejora enormemente a la sociedad. Las sociedades
necesitan buenas empresas, y las empresas necesitan ser éticas, incluso para ser rentables”.

MO: ¿Por qué la ética es rentable?

AC: “Es rentable porque en el medio y en el largo plazo, las empresas que actúan éticamente
podrán incrementar también su cuenta de resultados.

Cuando una empresa funciona de una manera no ética, a lo mejor, en el corto plazo puede
ganar una cantidad de dinero considerable, pero cuando hablamos del medio y el largo plazo,
aquellas compañías que funcionan éticamente tienen en cuenta a todos sus grupos de interés.
Nosotros los llamamos los afectados, porque son tocados o perjudicados por la actividad de la
empresa, y en esta ética del diálogo se entiende que las normas son justas cuando los afectados
por ellas están dispuestos a darle su consentimiento (...) Nos gusta esta palabra porque
entendemos que todos los perjudicados por la norma o por la actividad tendrían que ser
consultados. Además entendemos que una empresa inteligente es aquella que los tiene en
cuenta porque intenta generar aliados y no adversarios.

Acuñé una expresión que ha tenido mucho éxito: la responsabilidad social es una herramienta
de gestión, un instrumento de prudencia y una exigencia de justicia. Es una herramienta de
gestión porque para organizar el futuro de la empresa, lo hago desde la responsabilidad. Un
instrumento de prudencia, porque es prudente generar aliados y no adversarios y si yo consigo
que cada vez más los grupos de interés o los afectados estén de acuerdo conmigo, pues
entonces sobreviviré, o tengo probabilidad de sobrevivir más a mediano o a largo plazo; y
además es una exigencia de justicia, porque si usted tiene una actividad empresarial, debe
tratar a sus afectados como seres que son dignos y que merecen dignidad y no que tienen un
simple precio; no se les puede instrumentalizar, no se les puede maltratar. Claro que ellos
necesitan unos servicios y las empresas, en ese sentido, se los ofrecen, pero son personas que
valen por sí mismas”.

Valor por sí mismo

MO: ¿Una sociedad debe buscar igualdad o equidad?

AC: “La equidad es la manera de aplicar la igualdad. A lo largo de la historia ha habido un


avance —yo lo considero un progreso— en reconocer la igualdad (...) afortunadamente, la
afirmación a la que hemos llegado a la altura del siglo XVIII —que en mi concepto es la más
bonita— es la kantiana: ‘el ser humano tiene dignidad y no un simple precio’, y eso es muy
importante porque el precio lo tienen aquellas cosas que son instrumentales, que sirven para
algo y por eso se pueden intercambiar por otras y no valen por sí mismas. Por ejemplo, este
bolígrafo me sirve para escribir pero no vale por sí mismo, y el día que se me acabe lo
cambiaré por otro o lo tiraré; otra cosa es que me lo hubiera regalado mi madre y que ella se
hubiera muerto y yo lo guardara con mucho cariño, entonces tendría un valor de afecto para
mí.

Aquello que es instrumental se puede intercambiar por un precio como las mercancías, pero
hay seres que no tienen precio sino dignidad, porque valen por sí mismos y por eso no puedo
decir: ‘esta persona ya no sirve para trabajar, entonces vamos a matarla´. Es que esa persona
vale por sí misma” (...) La igualdad en dignidad es la clave de la Declaración de Derechos
Humanos y es lo que hace que los seres humanos no puedan seguir instrumentalizados, por eso
se tienen que conjugar el poder económico, el político y el ciudadano, para proteger la
dignidad de la gente y sus derechos”.

MO: Hemos hablado del primer elemento: la justicia, pasemos al segundo, la felicidad...

AC: “Es el otro lado que habría que hablar con un niño, como lo decíamos al principio. Todos
los seres humanos queremos ser felices. Ahora es cuando viene el problema: ¿qué quiere decir
y en qué consiste? Nos lo llevamos preguntando desde que aparecieron los primeros hombres
sobre la tierra; y es todo menos fácil de contestar. Hay quienes han entendido que la felicidad
consiste en conseguir la mayor cantidad de placer posible. Otros la han concebido desde la
utilidad, lo más útil para la vida personal. Hay quienes han considerado, como Aristóteles, que
la felicidad consiste en lograr aquellas metas que uno tiene razones para valorar. La felicidad
consiste en proponerse metas que puedan ser ilusionantes, que puedan generarme motivación;
tratar de alcanzarlas y conseguirlas”.

JMV: En ese ámbito hay componente individual: lo que para mí es felicidad no


necesariamente lo es para usted...

AC: “Claro, a diferencia de la justicia que es exigente para todos, en el caso de la felicidad,
más que individual, es personal, porque para mis proyectos de felicidad yo puedo hablar con
otros. ¿Qué hago, estudio filosofía o medicina? y puedo hablar con mis amigos o con mis
padres a ver qué les parece y luego decido yo. Es una decisión personal, mía, pero dialogada
con otros, con todos aquellos que me merecen confianza porque me parecen personas
inteligentes, avezadas, que me quieren y me van a dar un buen consejo. Me gusta decir que la
felicidad es cuestión de la invitación y el consejo, mientras que la justicia es cuestión de
exigencia.

La felicidad es personal porque, al final, tengo que acabar decidiéndola yo. Una vez en unas
elecciones, alguien de un partido político dijo que iba a hacer felices a los españoles y yo dije:
‘yo por ese alguien no voto, me niego a que un político me haga feliz’, además esas manías de
los políticos de hablar de otras cosas. No. Ustedes (los políticos) hablen de lo que les toca;
ponga las bases de justicia y ya, la felicidad me la negocio yo.

Ahí está el tema de la tolerancia y el respeto, porque si un proyecto de felicidad pasa por
destruir exigencias de justicia de otros, no es admisible. La felicidad es una elección personal,
y la tolerancia consiste en respetar los proyectos de otros, que no son los míos, pero siempre
que no dañen a nadie. Que no siempre es fácil eso de ver si dañan o no”.
JMV: En Colombia, y en muchos de nuestros países, hay una preocupación sobre la
corrupción y hay un gran debate sobre cómo afrontarla, si es mediante regulación, leyes,
aplicación de penas, o es un proceso mucho más largo de educación, conciencia y actuar
ético de los ciudadanos. ¿Cuál es su opinión en ese debate?

AC: “Es un fenómeno muy complejo como todos sabemos, porque tiene muchos lados, pero
creo que las medidas que se acaban tomando, como las dos que has dicho tienen que ir a la
vez. La legislación por supuesto, y entonces hoy en día hay cantidad de propuestas de leyes de
transparencia, gobierno abierto, páginas que publican los sueldos y bienes de quien entra en un
partido político, de tal manera que todos los ciudadanos puedan interactuar; estas leyes me
encantan y me parece que además, hacen muchísima falta.

Por supuesto, hace falta remachar hasta la saciedad la separación dentro de los tres poderes: el
poder político, el ejecutivo y el judicial, porque el momento en que nos encontramos con que
los jueces están totalmente conectados con los legisladores y, a su vez, con el gobernante,
entonces el juez hace lo que le dice el gobernante, el cual se ha corrompido.

La gente comete actos de corrupción cuando piensa que es impune, cuando cree que nadie le
va a ver. Hay cantidad de experimentos que se han hecho muy interesantes, que hablan de que
la gente actúa mejor cuando los ven que cuando no los ven. Con lo cual, cuando alguien entra
en actos de corrupción en donde piensa que no lo van a ver, hace el cálculo: ‘cuánto me
costará la multa y cuánto he ganado yo, ¿me compensa o no?’, y entonces con ese cálculo,
decide actuar de manera corrupta. Lo fundamental es acabar con la opacidad, y por eso las
leyes de transparencia son fundamentales. Esto tiene que venir acompañado de la educación,
porque si no, las gentes van a estar intentando si los ven o no, y cuándo hacer la trampa: una
convicción vale más que mil leyes”.

MO: ¿La tecnología y las redes sociales nos están alejando o acercando a esas soluciones?
Aunque el problema nunca está en la herramienta,

AC: “Exacto, lo último que has dicho es, a mi juicio, lo acertado. Ante la ciencia y la técnica y
su progreso, yo no tengo más que alegrarme y ojalá progrese más, pero hay que orientarlo
éticamente. Yo creo que cuando alguien se sienta a la terminal de una red o un ordenador, si es
una persona inmoral, es un peligro público. En manos de personas éticas, es estupendo porque
se pueden relacionar las personas entre sí, y dar informaciones que antes nos costaba mucho
recibir.

Todos estos temas hay que estudiarlos muy bien. Tiene que existir gente experta que nos
explique muy bien en qué consisten y, sobre todo, hay que estar muy atentos a tener unos
principios éticos preparados para que no nos cojan desprevenidos, porque el ser humano en
esto de la ética siempre va retrasado, primero viene la técnica y después se pregunta, ¿ahora
qué hacemos?. Pues hay que intentar prevenir”.

JMV: Un gran líder antioqueño, Juan Luis Mejía, ha escrito sobre la “cultura de los
avispados” y cómo esta no puede usarse para transgredir o afectar los derechos de otros.
¿Cómo afianzar el empresarismo como un principio sano de hacer negocios, de crear
habilidades sin tomar ventaja de los demás?
AC: “Un principio muy interesante es el de que siempre vale más la cooperación que la
competición. Además es más inteligente. Cuando alguien tiene como principio fundamental el
competir, caiga quien caiga, genera adversarios y no aliados. Entonces el avispado que intenta
siempre coger el primer lugar, desbancar a los demás, no dejarles tocar nada, va generando
enemigos, va generando personas que siempre están esperando a ver cuándo está en una
situación de debilidad a ver cuándo acaban con él. En cambio, el que es inteligente, pero sabe
cooperar con otros, sabe tomarlos en cuenta, invitarlos a participar, trabajar también con ellos,
vayamos todos juntos, pues ese genera unos aliados que están dispuestos a apoyarle y entre
todos juntos se va más lejos.

Si quieres llegar primero ve tu solo, si quieres llegar más lejos, ve con todos los demás. Me
parece que el que sabe cooperar, el que sabe ganarse voluntades de otros, llega muchísimo más
lejos, además si tiene una mala situación le van a ayudar. Si no, entonces van a estar esperando
a ver cómo le hunden porque ha generado una enemistad enorme.

Creo que el empresariado antioqueño —y estoy descubriendo el mediterráneo— tiene una


fuerza y una viveza enorme; son creativos, y si funcionan cooperativamente y tienen en cuenta
a los otros y el entorno, se pueden comer el mundo”.

MO: Usted acuñó la palabra “aporofobia” que la RAE incluyó en el diccionario. ¿Qué
significa tener un nivel de influencia tan alto?

AC: (Expresión de alegría) “Desde el día 20 de diciembre de 2017. Teniendo en cuenta que la
palabra tiene 22 años de vida, no me parece que sea para entusiasmarse, pero lo que sí me
gustó mucho es que el 27 de diciembre pasado, la Fundación del Español Urgente (Fundéu) la
designó como la palabra del año por su capacidad de transformación social.

La aporofobia es cuando no despreciamos al extranjero (porque nos parecen estupendos los


turistas y los jugadores de fútbol que vienen de afuera), pero despreciamos a los que son
pobres. Lo importante es tener una palabra para nombrar la realidad, que me parece
fehaciente, del desprecio al pobre que se da en todas las culturas. Por eso busqué en mi
diccionario de griego cómo se decía pobre y era áporos. Lo fui imponiendo en artículos y por
fin conseguí que la Real Academia de la Lengua (RAE) la admitiera. Y como me dijo un
periodista con mucha gracia, ahora ya no habrá que ponerlo entre comillas. Es verdad, pero
ahora que ya tenemos la palabra hay que saber cuáles son las causas y sobre todo, acabar con
ella”.

Lea aquí la primera entrega de VISIONARIOS: Jamie Dimon: liderazgo con solidez y
libertad

Lea aquí la segunda entrega de VISIONARIOS: Entrevista a Jorge Quiroga,


expresidente de Bolivia

Potrebbero piacerti anche